“Cosas de la noche (III): Mudanzas”, por Gema Juan OCD
Mudanza y seguimiento son dos palabras que están profundamente unidas desde que Jesús de Nazareth dijo que «el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Algunos exegetas dicen de Él que fue un itinerante perpetuo y, como poco, los evangelios reflejan que no se instaló por mucho tiempo en ningún lugar, tras comenzar su vida pública.
Juan de la Cruz entendió claramente que instalación y seguimiento no podían ir juntos. No por un afán caprichoso o por inconstancia, sino por la necesidad evangélica de vivir desprendidos para poder servir. Y vio también la dificultad de muchos creyentes para mudar y desinstalarse.
Desde el comienzo de sus escritos, mientras va explicando el camino de seguimiento –o «de la unión», como lo llama él– habla de la necesidad de desinstalarse. Sin duda, porque tenía conciencia de que el seguimiento, como «la vida solo se conserva cambiando, en una cadena de transformaciones misteriosas que no rompen la identidad»*.
Y Juan habla rápido y claro. Para mudar, lo primero es dejarse mover. Si el Cántico Espiritual comienza con una herida que hace salir: «Habiéndome herido / salí tras ti clamando», en el primer libro de la Noche insiste en que es Dios el mudador: el que hace pasar a una nueva etapa, el que «comienza a llevar por estas soledades del desierto», el que «desteta», como gráficamente explica.
Destetar, desarrimar, desapropiar, desamparar… utiliza una infinidad de verbos para hablar de la necesaria mudanza. Y para advertir de que, casi siempre, mudanza y noche se dan la mano, porque los cambios remueven el suelo en que se ha hecho asiento.
Pero, al mismo tiempo, Juan hace lo posible para que no se pierda la perspectiva del camino, para que, en medio de la oscuridad, la luz del seguimiento vaya iluminando todo. La mudanza forma parte del discipulado. Por eso, recordará que Jesús pide libertad para seguirle –la renuncia a barcas y redes propias– en todos los aspectos de la vida. El abandono que pide es una mudanza, un cambio de intereses, acentos y del modo de conducir las propias apetencias.
Cada seguidor debe tomar la decisión por sí mismo, pero Juan no se cansa de recordar que «hasta que Dios lo hace», la persona no acaba de realizar la verdadera mudanza. Si «no le envían el exceso de calor» necesario para moverse, no se decide a salir de donde está. Y el calor que mueve es el amor, por eso dice que «muda como amante» y «muda en amor», para cambiar el «modo de recibir y obrar».
Con esta idea por delante, será muy claro con quien quiera hacer este camino: es necesario «que arroje todos los dioses ajenos… las extrañas aficiones y asimientos… estar muy en pie y desarrimada, según el afecto y sentido». Es imprescindible abrir el corazón, sincerarse, dejarse limpiar, como el leproso de los evangelios. Y dejar «el viejo entender» para vivir «un nuevo entender de Dios en Dios… y un nuevo amar a Dios en Dios».
De todo eso habla Juan cuando trata de «cuán necesario sea al alma ir a Dios en esta noche oscura». Dios mueve, pero la persona «ha de ir», ha de hacer mudanza, sin huir de la oscuridad que produce el cambio. Que, además, será diferente para cada quien, pues se muda «según el afecto», según dónde se está instalado.
En todo caso, para avanzar en el seguimiento, «para aprovechar en el camino espiritual [es necesario] mudar estilo y modo de oración», es decir, dejar atrás lo que se va adquiriendo y comprendiendo. No convertir las ideas sobre Dios en cómodos sillones sino en pistas de despegue. No permitir que las cosas, del tipo que sean, retengan. Mudar es relativizar sin negar ni rechazar lo que se va descubriendo, es andar con soltura ante Dios y ante los demás.
Juan hila fino, porque sabe que en el seguimiento se juega el cristiano su autenticidad, y advierte de un peligro próximo a la instalación: el de no asentar en nada ni comprometerse con nadie, por no parar de buscar el propio gusto en todo. Y así dice que hay a quienes se «les acaba la vida en mudanzas de estados y modos de vivir», simplemente por no tolerar la oscuridad, por no aceptar las renuncias que abren la puerta de la mejor libertad.
A las mudanzas de la vida, Juan las llama «noche», porque el camino por donde se hacen suele ser oscuro. Pero siempre advierte que es una noche transformadora, que la mudanza no es un simple preludio del siguiente cambio, es mucho más, porque en ella se hace viva la experiencia de ser hijos de Dios y por eso habla de «recibir el espíritu de Dios en pura transformación».
La mudanza puede ser costosa y la noche muy oscura pero, sobre todo, es una «noche dichosa y amable» porque va iluminando lo que más desea el corazón humano: vivir en la plena armonía, «en la interior bodega», en la comunión más profunda y liberadora.
Por eso, se puede llegar a exclamar con Juan: «Múdese todo muy enhorabuena, Señor Dios, porque hagamos asiento en ti».
* La cita pertenece a J. I. Gonzáles Faus, en «Calidad Cristiana», Sal Terrae, Santander 2006, 379.
Ni el evangelio ni Juan de la Cruz reducen la necesidad de mudanza al ámbito personal. Para una reflexión en clave de comunidad eclesial, remito a otra obra del autor citado: «Otro mundo es posible… desde Jesús», capítulos 10 y 14, especialmente.
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