La comunidad científica actual considera que la homosexualidad no es una enfermedad y que por tanto no puede ni debe ser objeto de curación. Pero esto, como es bien sabido, no siempre ha sido así, habiendo requerido un proceso lleno de dificultades, prejuicios y reticencias, reflejadas en los cambios de posicionamiento de los organismos encargados de decidir lo que debe o no ser considerado patológico.
Así, la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), editora del “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales” (DSM) consideraba inicialmente que la homosexualidad constituía un trastorno mental (DSM-I, 1952), para luego dejar de entenderla como tal y encuadrarla dentro de las “desviaciones sexuales” (DSM-II, 1973) y posteriormente denominarla “perturbación en la orientación sexual” (DSM-III, 1974), “homosexualidad egodistónica” (DSM-III-R, 1986), “trastorno de la identidad sexual” (DSM-IV,1994) y “trastorno sexual no especificado” (DSM-IV-TR, 2000). La última versión (DSM-V, 2013), publicada en Estados Unidos y pendiente de traducción al castellano, se refiere a la homosexualidad como “disforia de género”, aludiendo a un supuesto disgusto o malestar por la identidad sexual.
Por otra parte, la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE), publicada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), se refiere a la homosexualidad como “orientación sexual egodistónica” (CIE-10, 1992/2010) entendiendo que constituye un trastorno mental cuando la persona tiene una atracción u orientación sexual que no se corresponde con la imagen ideal que tiene de sí mismo, causándole ansiedad y deseo de cambiar o modificar sus preferencias sexuales.
No hay que olvidar que los gastos derivados de la revisión y actualización de los manuales de diagnóstico de las enfermedades mentales y de clasificación de enfermedades corren a cargo, en buena medida, de las multinacionales farmacéuticas, teniendo como resultado la continua ampliación de las categorías diagnósticas, proponiendo el tratamiento farmacológico como la primera línea de intervención.
En ese contexto, la terapia de “reorientación sexual”, también conocida como “terapia reparativa” o de “conversión”, tuvo su origen en 1976, cuando un reducido grupo de pastores evangélicos crearon en Estados Unidos el grupo Éxodus Internacional –autodisuelto en 2013-, entendiendo la homosexualidad como un pecado contra el que había que luchar a base de abstinencia, voluntad y oración.
Éxodus, estrechamente relacionado con el movimiento ex–gay, del que fue precursor, proponía la represión del deseo sexual como método para conseguir el cambio en la orientación sexual de homosexuales y bisexuales, al objeto de convertirlos en heterosexuales o, al menos, eliminar o disminuir los deseos y comportamientos homosexuales.
La terapia de reorientación sexual, en el mejor de los casos, no consigue más que una aparente efectividad basada en un deseo de aceptación social o de paz espiritual a través del cumplimiento de un precepto religioso, revelándose perjudicial en tanto contribuye a la conformación de sentimientos de culpa y ansiedad, afectando la autoestima, favoreciendo estados depresivos y ansiosos, cuando no contribuyendo a comportamientos suicidas.
En países como Alemania o Argentina la terapia de reorientación sexual está prohibida, mientras que en otros, como Perú, Chile o Ecuador se sigue aplicando.
En España, grupos religiosos protestantes y católicos han comenzado a ofrecer cursos basados en la reorientación sexual para “curar la homosexualidad”. Asimismo, el obispado de Alcalá de Henares (Madrid) publicó en 2011, a través de su página web, una guía para dejar de ser homosexual, recomendando la lectura de determinados párrafos de la Biblia, la meditación, la oración y el estudio de las vidas de San Carlos Lwanga y San Pelayo.
Se puede confirmar la existencia de un cúmulo de intereses creados en torno a la homosexualidad, que van desde la propuesta de pseudoterapias que responden sobre todo a la negación de la propia identidad sexual de quienes las promueven, la exhortación religiosa o los intereses económicos derivados del tratamiento farmacológico de la homosexualidad, hasta el cálculo electoral en torno a la defensa ideológica de la homosexualidad.
En términos de salud mental, no debería tratarse de reorientar o de imponer determinado modelo de sexualidad, sino de promover la aceptación coherente y responsable de la propia sexualidad, libre de prejuicios y culpas, como forma de acceder a una vida más plena.
Autor: Eduardo Gallego (psicoanalista) www.terapiapsicoanalitica.com
Fuente Ragap
Homofobia/ Transfobia., Iglesia Católica, Iglesias Evangélicas
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