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Cómo la teología de Galileo del siglo XVII puede ayudar a la Iglesia a comprender mejor el género hoy

Jueves, 23 de mayo de 2024
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Sin título1IMG_4799La publicación de hoy es del colaborador invitado Craig A. Ford (él/él), profesor asistente de Teología y Estudios Religiosos en St. Norbert College en De Pere, Wisconsin. También forma parte del cuerpo docente del Instituto de Estudios Católicos Negros de la Universidad Xavier de Luisiana, el único colegio o universidad católica históricamente negra (HBCU) del país. Escribe sobre temas en la intersección de género, raza, sexualidad y la tradición moral católica. Craig habló recientemente como parte del panel del Ministerio New Ways,“What Dignitas Infinita Ignored: Perspectives on LGBTQ+ Dignity,”  (“Lo que Dignitas Infinita ignoró: Perspectivas sobre la dignidad LGBTQ+”, que está disponible aquí.

Hace apenas unos cuatro meses, escribí un artículo titulado Our New Galileo Affair (“Nuestro nuevo asunto Galileo”) que se publicó en la revista de teología Horizons. El núcleo de su argumento era este: las acciones tomadas hoy por parte del Vaticano relacionadas con la orientación sexual y la identidad de género se parecen, de manera incómodamente análoga, a las declaraciones y acciones oficiales tomadas por el Vaticano en el siglo XVII contra el astrónomo Galileo Galilei. Las acciones tomadas contra Galileo se encuentran entre las más vergonzosas en la historia de la Iglesia. Galileo fue condenado como hereje porque creía (con razón, como sabemos ahora) que el sol se encuentra en el centro de nuestro sistema planetario, mientras que la Tierra y todos los demás planetas giran alrededor de él. El Vaticano no debería volver a cometer en el siglo XXI los mismos errores que cometió en el siglo XVII.

Muchos de nosotros estamos familiarizados con la condena injusta de Galileo, pero quizás menos familiar sea su argumento teológico extremadamente perspicaz. Este argumento teológico era necesario mientras la ciencia aún estaba en desarrollo para convencer a otros de por qué sería imprudente que el Vaticano condenara prematuramente el heliocentrismo. Esto no sería tarea fácil, ya que (1) el modelo dominante en ese momento, el sistema geocéntrico de Ptolomeo, con la Tierra en el centro del sistema planetario, fue ampliamente aceptado como modelo científico, y dado que (2) mucha gente creía ese geocentrismo estaba respaldado por las Escrituras (por ejemplo, Eclesiastés 1:5 y Josué 10:12-13). Galileo tuvo que presentar su argumento teológico tanto contra la ciencia aceptada de la época como contra lo que se consideraba la revelación de Dios en las Sagradas Escrituras.

Basándose en la autoridad de San Agustín, el teólogo más influyente del mundo cristiano occidental, Galileo esencialmente argumentó dos cosas. Primero, que la ciencia y la revelación son dos caminos hacia una verdad singular sobre el mundo que Dios creó. Entonces, al final del día, no pueden contradecirse. Y en segundo lugar, en los casos en los que la ciencia está subdesarrollada y puede parecer contradecir las enseñanzas de la Iglesia históricamente establecidas, el camino prudencial nos indica que no menospreciemos preventivamente el proceso científico. En cambio, la prudencia aconseja paciencia. Agustín lo dijo de esta manera:

En asuntos que son oscuros y están mucho más allá de nuestra visión… a veces son posibles diferentes interpretaciones sin perjuicio de la fe que hemos recibido. En tal caso, no deberíamos apresurarnos y tomar una posición tan firme de un lado que, si un mayor progreso en la búsqueda de la verdad socava con razón esta posición, nosotros también caeremos con ella”. (Agustín, La interpretación literal del Génesis, 1.18.37)

Y Galileo, aplicando el razonamiento de Agustín a su propia situación, se hizo eco de Agustín de la siguiente manera:

Creo que sería apropiado determinar primero los hechos, para que puedan guiarnos a encontrar el verdadero significado de las Escrituras; Se encontraría que esto concuerda absolutamente con los hechos demostrados, aunque prima facie las palabras suenen de otra manera, ya que dos verdades no pueden contradecirse entre sí”. (Galileo, “Carta a la Gran Duquesa Cristina”)

Debido a la resistencia del Vaticano, sabemos que Galileo no fue persuasivo. Hoy, en cuestiones relacionadas con la orientación sexual y la identidad de género, asistimos nuevamente a la resistencia del Vaticano. Basta recurrir a documentos recientes como Dignitas Infinita y Fiducia Supplicans para ver que este es el caso. Pero dado el número de teólogos y filósofos que afirman la existencia y la bondad de la homosexualidad y las identidades trans (y, además, dado el número de científicos que están haciendo lo mismo), creo que aquellos de nosotros que pedimos una aceptación total de nuestros hermanos LGBTQ+ vamos a llegar a serlo. tener razón también. Las vidas y los amores de las personas LGBTQ+ magnifican la luz divina en este mundo; no lo disminuyen .

Al abordar la homosexualidad y la identidad trans, la Iglesia debe aprender una lección de su propio pasado, y tampoco una lección drástica. La lección, como aconsejan Agustín y Galileo, es adoptar una postura de escucha. La Iglesia debería abrazar la “gracia de la duda”, como ofrece Margaret Farley en su ensayo “Ethics, Ecclesiology, and the Grace of Self Doubt.”(“Ética, eclesiología y la gracia de la duda”). Debería abrazar la sabiduría ofrecida por el difunto Richard Gaillardetz en su ensayo Power and Authority in the Church(“Poder y autoridad en la Iglesia: Porque “si la Iglesia es una Iglesia peregrina”, como la vemos descrita en Lumen Gentium no. 46, entonces “sus maestros oficiales deben compartir ese estatus de peregrino”.

En otras palabras, la lección es dejar que continúe el proceso de escuchar y aprender, y dejar de lado las condenas. En su discurso de 1992 sobre el asunto Galileo, Juan Pablo II reconoció que Galileo “había demostrado ser más perspicaz a este respecto que los teólogos que se le oponían”. No se debe menos a la memoria de Galileo, y nada menos a las personas LGBTQ+ cuyas vidas y amores dan testimonio de la bondad del Dios que creó el sol, la luna y las estrellas a las que Galileo dedicó su vida.

—Craig A. Ford, 15 de mayo de 2024

Fuente New Ways Ministry

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Sexualidad: Salir del naturalismo

Lunes, 14 de noviembre de 2016
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Del blog Pays de Zabulon:

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La Iglesia Católica y la sexualidad

La desafortunada frase del papa Francisco sobre la supuesta enseñanza de la teoría de género en la escuela en Francia ha reavivado el debate  acerca del concepto de sexualidad.

 Así como con la cosmología en la época de Galileo, la Iglesia católica tiene que operar sin duda una conversión a propósito del enfoque de la sexualidad humana. Ella se queda en una imagen naturalista de la sexualidad y niega la profunda estructuración  psíquica y sociocultural puesta de relieve por las ciencias humanas desde hace un siglo. El pensamiento católico tiene que clarificar y suavizar su doctrina del ser humano sexuado. ¿Cómo puede quedarse en un dogmatismo naturalista, ella que concibe el cuerpo humano como lugar de la encarnación del Espíritu y no como simple producto de la naturaleza?

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Pierre Judide,
publicado en su blog : judide.blogspot.fr

***

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La Teología del Cuerpo I: San Pablo

Miércoles, 14 de enero de 2015
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piotr kopertowski by dylan rosser 03El hermano En arjé ha comenzado una serie de posts en el Foro, que creo merece la pena traer a la página web:

 Y no nos referimos al Cuerpo místico del que nos habla san Pablo, es decir, de la Iglesia, el Pueblo de Dios. Que de ese ya hablaremos otro día. Sino al Cuerpo-humano, es decir, a nuestra dimensión física, biológica y antropológica; que, existe en nosotros de manera inseparable a nuestra alma y nuestro espíritu.

*** (Advierto de antemano que, estas cosas que escribo son reflexiones particulares y puntuales que me parece oportuno publicar por si a alguien le sirve de algo. Para quien, de entrada, le parezcan rollos largos y pesados, lo cual lo entiendo perfectamente y lo respeto; es tan fácil como que pase por encima sin leerlos si quiera.) ***

Realmente, en el Mundo y en las Personas (pues nosotros también formamos el Mundo) se da una evolución, un progreso. Pero en ocasiones, parece ser que da la sensación de que hemos avanzado en la comprensión de algo que desconocíamos (porque tanto el Mundo como el Ser-humano es un Misterio, como lo es Dios, su original) y seguimos igual. Hemos evolucionado en mentalidad, pero seguimos hablando igual. ¿No será que seguimos pensando igual?

Veamos un ejemplo, quizá un poco exagerado, pero que nos ayude a entender lo que queremos expresar:

En el siglo XVII, Johannes Kepler, Galileo Galilei y Tycho Brahe desarrollaron los modelos cosmológicos de Copérnico, Pitágoras y los antiguos astrónomos egipcios, concluyendo y demostrando científicamente mediante experimentos y cálculos precisos que la Tierra gira alrededor del Sol, y no al revés, como hasta entonces la mayoría imperante sostenía. Desde entonces hasta ahora, nadie lo ha puesto en duda demostrando lo contrario. Y la creencia del heliocentrismo forma parte de nuestra cosmovisión planetaria. Muy bien, pero seguimos diciendo: el sol “sale” por el Oriente y “se pone” por el Occidente. Seguimos hablando igual. Nuestro lenguaje no ha cambiado nada, porque todavía pretende que la Tierra no gira. ¿Puede ser una métafora del lenguaje oral decir esto actualmente? Sí, si cuando lo decimos, pensamos que es la Tierra la que gira. Por tanto, ha habido un cambio de mentalidad, pero no de lenguaje. Un cambio de mentalidad debería expresarse en el lenguaje. De tal manera que, todavía tenemos que explicarle los niños que la Tierra gira alrededor del Sol, porque ellos nacen escuchándonos y aprendiendo nuestro lenguaje clásico.

Pues algo similar nos pasa con la teología del cuerpo en el cristianismo. Nos parece que hemos evolucionado en el pensamiento, pero seguimos hablando igual. Señal de que podremos acabar, como los niños, pensando conforme hablamos, y no al revés.

Nosotros, actualmente pensamos que toda la Creación es buena (“Y vio Dios que era bueno”), pero ante ciertas experiencias o pensamientos, se siembra la duda en nosotros. Como si todavía siguiésemos pensando en los tres enemigos del alma: el demonio, el mundo y la carne.

Para san Pablo, el cristiano vive la vida del Espíritu, la vida espiritual. El adjetivo “espiritual” es una traducción del latín “spiritus”, que a su vez se traduce del griego “pneuma” (como la palabra neumático: lleno de neuma/aire). La palabra “spiritualis/spiritalis” fue utilizada para traducir el vocablo griego “pneumatikós” de las cartas paulinas.
El comienzo del capítulo 8 de la Carta a los Romanos ahonda en este asunto. Citemos algunos versículos para ambientarnos:

“Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el Espíritu, desean lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del Espíritu, vida y paz… Los que viven según la carne, no pueden agradar a Dios.” (Rom 8, 5-8).

“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece; mas si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia.” (Rom 8, 9-10)

– 1Cor 2, 14ss.: “El hombre naturalmente no acepta las cosas del Espíritu de Dios, …”

– Gal 3, 3: “¿Tan insensatos sois? Habiendo comenzado en el Espíritu, ¿termináis ahora en la carne?” (aludiendo a la circuncisión)

En distintos textos de san Pablo observamos cómo “lo espiritual” se contrapone a “lo carnal”. Bien, cierto. Pero, ¿qué es lo espiritual y qué es lo carnal? O, ¿qué es la carne espiritual?

Primero, tengamos claro qué es cada cosa:

– Pneuma (texto griego)/spiritus (texto latino): es lo trascendente del ser humano, el soplo divino, la apertura a la vida divina. “Espíritu” se diría en castellano y “ruah” en hebreo. Pneumatikós/spiritalis/espiritual: lo relativo al espíritu. Se refiere a lo que está ordenado al Espíritu de Dios, y guiado por Él.

** Ahora bien, lo carnal, en griego (texto en el que se escriben las cartas paulinas) se puede decir de dos formas, según lo que se quiera decir. Veamos que, en inglés, se distingue el ser vivo de su simple carne a la venta para comerla; así pues vaca se dice “caw” y su carne “beef”, un cerdo es un “pig”, pero cuando compramos un filete decimos “pork”, la oveja es “sheep” y las chuletas son “lamb” o “mutton”. Y en castellano, sin embargo, no distinguimos el “cerdo” animal vivo de los filetes de “cerdo” que nos comemos en la mesa. Pues algo similar ocurre con la traducción castellana del griego de san Pablo a nuestro idioma.

– Sarx (griego)/Caro (latín)/Carne (castellano): se utiliza para hablar de carne, sin más, como un filete de carne. Pero cuando lo aplicamos a las personas, hacemos referencia a la debilidad humana, al sufrimiento, es decir, a la carne no espiritual. Lo que se ha venido llamando tradicionalmente, lo carnal. Por tanto, lo carnal (latín: carnalis/griego: sarkikós). En hebreo, basar. Con este término, se refiere san Pablo a todo lo que en las personas se opone a la influencia de Dios y de su Espíritu. También, la carne y lo carnal pueden ser la mente, el corazón, la voluntad del hombre, si se resisten a la influencia del Espíritu.

– Soma (griego) /Corpus (latín): se refiere al cuerpo físico en su conjunto, es decir, a una dimensión humana inseparable del resto de la persona. No existen cuerpos sin alma, excepto el de los difuntos, que por eso los llamamos “cuerpos”, a secas, o restos mortales.

En san Pablo, la oposición espíritu-carne no se identifica con la relación espiritual-corporal. Es decir que, nos está hablando de dos formas de vida distintas: la persona espiritual (soma-pneumatikós) sería la que se deja guiar por el Espíritu y la persona carnal o mundana (sarkikós) sería la que se opone a la influencia de ese Espíritu, la que se guía por criterios mundanos.

Con el desarrollo del cristianismo, las cosas de la fe había que explicarlas con el lenguaje, idioma y mentalidad de cada época, cultura y lugar. Así, en los primeros siglos, la fe se explicaba en latín y en griego (en occidente) y según los mapas conceptuales de las personas. Una de las formas de pensar que tenía mucha fuerza y que mejor encajaba (aunque no del todo) era el platonismo. Al explicar a san Pablo con el esquema de Platón, no es de extrañar que, si para Platón el cuerpo era malo porque era la cárcel del alma (razón-mente)…Y el alma (razón-mente) tenía que liberarse del cuerpo (cárcel física temporal) y luchar contra ella para hallar la felicidad; las palabras de san Pablo fueron leídas con un marcado acento negativo, y por tanto, lejano al original. Pero las palabras de san Pablo no iban por esa línea. Ni las del mismo Cristo que no rechazó ningún cuerpo, ni por enfermedad, ni por prostitución, ni por justicia retributiva (“Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? Jesús respondió: ni este pecó, ni sus padres“, Jn 9, 2). Así lo dice también san Juan: “Todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne mortal, es de Dios” (1 Jn 4, 2).

Esta negativa concepción paulina del cuerpo, con el paso de los años, más concretamente en la Edad Media, por poner un ejemplo (y no todas las personas de la Edad Media), fue tomando fuerza de manera negativa. Y tocó fondo en el siglo XIX. En el siglo XX se ha observado un intento de asimilación y mejora en la comprensión de estos temas, pero la carga de la tradición pesa mucho en la Iglesia y en la Humanidad. Recordemos que las ideas cristianas han calado bastante en Occidente y todavía existe este sustrato hasta en regiones aconfesionales o ateas. Sin obviar el pasado, que es nuestra historia, pero teniendo en cuenta que ya no vivimos allí; tenemos que salir de la moral victoriana y apostar por una vida más evangélica. Más conforme a Dios, más conforme a nosotros.

Si nuestros cuerpos físicos fuesen malos, ni Dios nos habría creado a su imagen y semejanza (Gn 1, 26-27), ni Cristo se habría encarnado en una persona humana (Lc 1, 26 ss.). Si la teología del cuerpo femenino fuese tan negativa como nos la han presentado en épocas antiguas (“las desterradas hijas de Eva”), el Espíritu Santo no habría entrado en las entrañas de una mujer, ni Jesús habría nacido de una mujer, sino que habría llegado a la Tierra de cualquier otro modo, que para eso es Dios. Ahora bien, si hubiese hecho esto, no sería hombre, y eso sí que sería preocupante. Pero como vemos, Dios nos quiere como somos: enteros y verdaderos.

Si el cuerpo humano no fuese algo divino, ni querido por Dios, los cristianos no celebraríamos la Navidad. Si las dos fiestas más grandes del año son la Pascua de Navidad y la Pascua de Resurrección, por algo será. En el primer acontecimiento, Dios toma un cuerpo humano de una mujer totalmente humana. En el segundo acontecimiento, pone fin al todo mal que acecha a ese cuerpo glorificándolo. Y lo mejor de todo, en los dos acontecimientos, Dios hace partícipe a la humanidad de esos acontecimientos, entrando en la Historia, precisamente porque esos acontecimientos se realizan en la misma humanidad. Tontos seríamos nosotros, si no lo vemos.

En arjé

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“Nuestras mayores ataduras se encuentran en nuestra propia mente”, por José Carlos García Fajardo Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)y Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)

Viernes, 10 de octubre de 2014
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camelloLeído en la página web de Redes Cristianas

Ir al mercado

En una caravana que atravesaba el Sahara, al llegar la amanecida, buscaban un lugar abrigado por las dunas y descargaban las cabalgaduras. Ponían las mercaderías en círculo y maniataban a los camellos atándolos a sendas estacas para que no escapasen en estampida ante los vientos del desierto. Después, las gentes de la expedición comían algo y se tumbaban dentro del círculo para intentar descansar y moverse lo menos posible mientras pasaba el día.

Un día llegó un camellero corriendo adonde estaba el jefe de la caravana:

“¡Sidi, Sidi! Ha ocurrido una desgracia. Se ha perdido la estaca a la que ataba mi camello y no quiere agacharse para poder atarlo y descargarlo”.

– “¿Entonces?”

– “Que no podré descargarlo, se agotará y se volverá loco bajo el sol y se echará a correr!”

– “Escucha: agarra con tu mano derecha el martillo y adelanta la izquierda con firmeza como si llevaras una estaca. Al ver el martillo, el camello se agachará y podrás descargarlo y maniatarlo con firmeza a esa estaca”.

En el desierto nunca se discute una orden porque va en ello la vida. Así, se fue muy decidido ante el camello e hizo lo que el jefe le había dicho. Ante su asombro, el camello alzó la cabeza y se arrodilló como de costumbre.

Su camellero lo descargó y lo maniató como le habían dicho. Al atardecer, y cuando ya toda la caravana se aprestaba para ponerse en camino, el camellero llegó corriendo ante su jefe.

– ‘“¡Qué desgracia!”

– “¿Y ahora que te ocurre?”- 

– “¡Que el camello no quiere levantarse a pesar de estar ya cargado y con toda la caravana lista para la marcha!”

– “Pero ¿tú los has desatado?”

– “¡Sidi, si la estaca se había perdido!”

– “Ahmed, Ahmed, ¿y qué sabe el camello?”

El criado regresó y se puso ante el camello con el martillo en su mano derecha, se agachó y comenzó a golpear el suelo como si se tratase de una estaca. Miró con fiereza al camello y este se levantó, se alivió mientras le ajustaban las cinchas, y se puso en la retahíla, junto a los demás camellos de la caravana.

Así sucede con nosotros. Nos figuramos atados a estacas que no existen más que en nuestras mentes porque un día aprendimos una habilidad o un gesto adecuado a una circunstancia y nos colocamos dentro de un sistema.

Tendríamos que revisar todo cuanto hacemos desde que nos levantamos hasta que nos levantamos de nuevo, porque hasta en el descanso y durante los sueños nos producimos como si estuviéramos amarrados a normas que no existen más que en nuestra imaginación cosificadas por la costumbre.

Es preciso recuperar nuestra libertad mediante la toma de conciencia de nuestros actos más sencillos. No porque tengan importancia en sí mismos sino porque forman parte de condicionamientos encadenados que nos impiden distinguir lo urgente de lo importante y lo fundamental de lo accesorio. Y así nos va.

Despertarnos y maravillarnos de estar vivos. Respirar hondo como si fuera la primera respiración de nuestra vida, y lo es de la vida que nos resta porque sólo es lo que no es todavía. Como le dijo con ternura el poeta inglés John Milton a un discípulo de Galileo Galilei cuando se encontraba como huésped en la casa de éste en Florencia.
“Maestro, ¿cuántos años tenéis?” “Tener, tener, unos siete u ocho, joven amigo” le respondió “porque no creerás que tengo los que ya he vivido”.

Preparase para ir al mercado como si fuese lo único que tuviéramos que hacer en ese día y en el resto de nuestras vidas. Porque si hoy y ahora no vamos a hacer la compra en ese mercado, esa compra quedará sin hacer para siempre. Podremos efectuar otras compras, en otros días pero esa y ese gesto quedarán sin hacer porque tú ya nunca serás el mismo ni las cosas serán las mismas, ni las gentes con las que te encuentres serán idénticas, a pesar de las apariencias o de que no te importe esta pequeña anécdota. No es el hecho en sí lo que importa, ¿qué más da comprar que no comprar, hacerlo hoy u otro día?, sino que afecta a la actitud fundamental que informa tu conducta.

EL ENVÉS 2014 04 07

fajardoccs@solidarios.org.es
Twitter: @GarciafajardoJC

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