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En tonos de marrón franciscano, una lección sobre el arcoíris del amor

Viernes, 22 de noviembre de 2024

IMG_8483Hno. Tyler Grudi, OFM

La publicación de hoy es del colaborador invitado, el Hno. Tyler Grudi, OFM, (él/él). Tyler es un fraile franciscano que estudia misión y teología intercultural en la Unión Teológica Católica en Chicago. Anteriormente estudió periodismo en la Universidad St. Bonaventure y ha trabajado en una variedad de ministerios de extensión a los pobres y marginados en todo el país, como St. Francis Inn en Kensington, Pensilvania.

Cuando muchos frailes franciscanos se reúnen, inevitablemente alguien preguntará por qué todos nuestros hábitos son de diferentes tonos de marrón. La verdad es que no hay una razón oficial, como si un tono fuera mejor que el otro. Algunos hábitos están descoloridos por años de uso, mientras que otros varían ligeramente según la tela disponible en ese momento. Algunos hábitos, como el mío, son heredados de frailes que hace tiempo que se dejaron de usar, mientras que otros son nuevos y nítidos.

Sean cuales sean las razones, los tonos únicos de marrón reflejan algo hermoso sobre cómo los franciscanos abrazan a toda la familia humana. Al igual que nuestros variados hábitos, cada uno de nosotros llega a la Orden con un conjunto único de experiencias que nos hacen ser quienes somos. Mi historia con los franciscanos comenzó en el oeste del estado de Nueva York, en la Universidad de San Buenaventura, mientras vivía en una casa de discernimiento para hombres. A lo largo de tres años, viví con otras tres personas de identidades étnicas, políticas y sexuales diferentes entre sí mientras discerníamos nuestras vocaciones juntos. Vivir en la Casa Serra me permitió aprender y crecer con personas con las que tal vez no hubiera elegido vivir por mi cuenta.

Nuestra casa ofrecía un espacio para el autodescubrimiento y nos liberó de las expectativas de que tuviéramos que conformarnos con los roles tradicionales de género y sexualidad. Se nos permitió ser estudiantes normales y muchos de nosotros salimos y tuvimos novias o novios. A medida que discerníamos, los frailes nunca nos juzgaron. Nos aceptaron en cada paso del camino y pronto aprendí que los frailes no querían copias piadosas y exactas de San Francisco. Me querían como era, sin excepciones, porque eso era a lo que Dios estaba llamando.

Los franciscanos disfrutamos de la diversidad. Desde los matices de nuestros hábitos hasta las peculiaridades de nuestras personalidades, la variedad está en nuestro ADN. Según nuestras constituciones generales, cada fraile es un don de Dios a la fraternidad. Cada individuo debe ser recibido con gran reverencia, porque cada persona, a su manera, es un punto de contacto con el misterio de Dios. Esto se aplica no solo a los frailes, sino a todas las personas, especialmente a las personas LGBTQ+ que tan a menudo experimentan exclusión y daño por parte de otros en la iglesia. Como escribe Mary Beth Ingham en su libro Understanding John Duns Scotus, cuya fiesta la iglesia celebra hoy (8 de noviembre), “Dondequiera y cuando sea que amemos a las personas, criaturas y seres que nos rodean, allí los franciscanos identificamos la belleza”.

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Me inspiró leer los informes de las discusiones sinodales de New Ways Ministry con católicos LGBTQ+ que se sienten esperanzados de estar en la iglesia a pesar de experimentar marginación, pérdida de empleo y maltrato por parte de los pastores. Hasta donde yo sé, san Francisco nunca aborda explícitamente la cuestión de la sexualidad o de las cuestiones LGBTQ+, pero sí habla mucho sobre el amor y lo que se necesita para mantener vivo el amor en nuestras comunidades. Fue mi experiencia de amor fraternal en San Buenaventura y el énfasis de los franciscanos en la relación lo que me llevó principalmente a entrar en la Orden.

Francisco, como sus hermanos después de él, tenía un don para encontrarse con las personas en su situación actual. En una colección de advertencias a sus hermanos, Francisco atestigua que “lo que una persona es ante Dios, esa persona es, y nada más”. En otra carta, Francisco anima a sus hermanos a no esperar nada de nadie, desafiándolos a eliminar todo obstáculo que les impida amarse unos a otros. El tipo de amor que Francisco describió era un amor sin condiciones ni cláusulas; un amor que se manifiesta como servicio a todas las personas. “Ama”, dice Francisco, “más que a mí”.

Este enfoque franciscano es muy importante hoy en día, porque hay muchos en la iglesia que dicen amar a las personas LGBTQ+, y sin embargo, su amor a menudo tiene un costo. ¿Cuántas veces los católicos LGBTQ+ escuchan a la gente decir: “Por supuesto que te amo, pero…” con la expectativa de que nieguen su experiencia y se conformen al ideal de otro? Esto no es amor en el sentido franciscano ni en ningún sentido real. Si quisiera que alguien fuera una persona diferente, prefiero la fantasía de una persona en mi mente a la persona real que está frente a mí.

En un momento en que la Iglesia nos pide que prioricemos las realidades concretas sobre las ideas, San Francisco nos muestra una mejor manera de amar a nuestros hermanos que evita caer en abstracciones degradantes.

Primero, amar a alguien significa caminar con y entre ellos. El amor requiere relación. Si no estamos dispuestos a entrar en la vida de las personas y recorrer la vida con ellas, ¿podemos realmente afirmar que las amamos?

En segundo lugar, debemos dejar que las personas definan sus propias experiencias y confiar en que Dios ya está trabajando en sus vidas. Uno de mis formadores dijo una vez que debemos sostener las historias de los demás con uñas y dientes. Las historias son delicadas y requieren un toque suave. No debemos hurgar, diseccionar ni arañar las historias de los demás, buscando defectos o elementos que cambiar. En cambio, debemos permitirles ser lo que son, escuchando atentamente con un corazón abierto. ¿Quiénes somos para apropiarnos de la identidad de otra persona?

Y, por último, debemos aprender a dejar de lado nuestras reservas y amar sin pedir nada a cambio. En su carta a toda la Orden, Francisco anima a los hermanos ano reservarse nada de sí mismos para sí mismos”. Vivir en fraternidad me ha obligado a dar cada vez más de mí a mis hermanos. No es fácil y requiere un verdadero compromiso y esfuerzo. Pero cuando soy tan vulnerable con mis hermanos como ellos lo son conmigo, florecen la verdadera intimidad y la comprensión. Todos los días espero mostrar a la gente el mismo amor y afecto que los frailes y mis compañeros de casa en Bonaventura me mostraron. Me amaron por lo que era, no por la persona que deseaban que fuera.

¿Pueden más católicos aprender a amar a sus hermanos LGBTQ+, no a pesar de sus experiencias e identidad, sino por ellos? Tal vez si comenzamos a practicar estas cosas, nosotros también podamos ver a nuestros hermanos como Dios nos ve a todos, como creados de manera asombrosa y maravillosa.

Hno. Tyler Grudi, OFM, (él), 8 de noviembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Al papa Francisco, sobre la familia”, por José Arregi.

Miércoles, 12 de marzo de 2014
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lavement_piedsTras haber perdido los posts, intentaremos ir recuperando algunos de ellos. Hoy traigo este artículo sobre la familia ante el Sínodo de la Familia que publicaba  en su blog y que ilustramos con imágenes del blog À Corps… À Coeur:

Querido papa Francisco: Como hoy todo corre tan rápido, ya ha llegado a nuestras manos el cuestionario sobre la familia que Ud. acaba de dirigir a los obispos de todo el mundo: 38 preguntas bien concretas, organizadas en 8 bloques temáticos. Entendemos que no somos solamente el objeto, sino también el destinatario de esas preguntas que nos afectan –y duelen– incluso más que a los obispos. Por eso nos permitimos responderlas directamente, por el cariño que le tenemos y la confianza que nos inspira. ¡Gracias, papa Francisco, por preguntarnos sobre tantas cuestiones incómodas que han sido y siguen siendo tabú! ¡Y gracias por escucharnos, por acoger nuestras voces salidas del alma, con sus certezas y sus dudas.

1. Si la enseñanza de la Sagrada Escritura y del Magisterio jerárquico acerca de la sexualidad, el matrimonio y la familia es conocida y aceptada entre los creyentes.

Tal vez no sea bien conocida, pero ciertamente es mal aceptada o simplemente ignorada. Constatamos que en las últimas décadas ha ido creciendo hasta un grado crítico la brecha, más aun, la ruptura entre la doctrina oficial y el sentir ampliamente mayoritario de los/las creyentes. Es grave y nos duele. Pero creemos sinceramente que la razón de la quiebra creciente no es la ignorancia y menos aun la irresponsabilidad de los creyentes, sino más bien el encerramiento de la jerarquía en esquemas del pasado.

Los tiempos han cambiado mucho en poco tiempo en todo lo que tiene que ver con la familia, el matrimonio y la procreación, y con la sexualidad en general. Sabemos que son temas delicados, que lo más sagrado está en juego, que es necesario el máximo cuidado. Pero no se puede cuidar la vida repitiendo el pasado. Creemos profundamente que el Espíritu de la vida sigue hablándonos desde el corazón de la vida, con sus gozos y dolores. Creemos que la Ruah viviente no puede ser encerrada en ninguna doctrina ni texto ni letra del pasado, y que sigue inspirando el sentir de todos los creyentes y de todos los hombres y mujeres de hoy. Nunca nada debe quedar cerrado.

Papa Francisco, le felicitamos por su voluntad de volver a escuchar la voz del Espíritu en los hombres y las mujeres de hoy, y nos atrevemos a pedirle: siga pronunciando palabras de misericordia y de aliento, no vuelva a “verdades” y “normas” obsoletas que no tienen sentido. ¡En el nombre de la Vida!

2. Sobre el lugar que ocupa entre los creyentes el concepto de “ley natural” en relación al matrimonio.

Se lo diremos con toda sencillez y franqueza: para la inmensa mayoría de los pensadores, científicos y creyentes de nuestra sociedad, el concepto de “ley natural” ya no ocupa ningún lugar. Sí, la naturaleza que somos tiene un orden maravilloso, unas leyes maravillosas, y gracias a ellas la ciencia es posible. Pero la ley suprema de la naturaleza es su capacidad de transformación y novedad. La naturaleza es creadora, inventiva. De esa capacidad creadora e inventiva, de esa creatividad sagrada, son fruto todos los átomos y moléculas, todos los astros y galaxias. De ellas somos fruto todos los vivientes, todas las lenguas y culturas, todas las religiones. De ella serán fruto, durante miles de millones de años todavía, infinitas nuevas formas que aún desconocemos.

La naturaleza está habitada por el Espíritu, por la santa Ruah que aleteaba sobre las aguas del Génesis, que sigue vibrando en el corazón de todos los seres, en el corazón de cada átomo y de cada partícula. Todo vive, todo alienta, todo se mueve. Todo cambia. También la familia ha ido cambiando sin cesar, desde los clanes primeros hasta la familia nuclear, pasando por la familia patricarcal que hemos conocido hasta hace bien poco.

Ante nuestros propios ojos, el modelo familiar sigue cambiando: familias sin hijos, familias monoparentales, familias de hijos/as de diversos padres… Y seguirá cambiando, no sabemos cómo. Todo es muy delicado. Hay mucho dolor. Pedimos a la Iglesia que no hable mal de las nuevas formas de familia, pues bastante tienen con vivir cada día y salir adelante, en medio de las mayores amenazas que nos vienen de un sistema económico cruel, inhumano. A la Iglesia no le toca dictar, sino ante todo acompañar, aliviar, alentar, como Ud. mismo ha afirmado.

3. Sobre cómo se vive y cómo se transmite en las familias la fe, la espiritualidad, el Evangelio.

Decisiva cuestión. Sí, constatamos con dolor que las familias están dejando de ser “iglesias domésticas” donde se ora, se cultiva, se respira, se transmite la buena noticia de Jesús. Pero no creemos que sea justo culpar de ello a las familias. La crisis de la religión y de la transmisión de la fe en la familia tiene que ver en primer lugar con la profunda transformación cultural que estamos viviendo. Y constituye un gran desafío no solo ni tal vez en primer lugar para las propias familias, sino para la propia institución eclesial: asumir las nuevas claves espirituales y formas religiosas que el Espíritu está inspirando en los hombres y en las mujeres de hoy.

4. Sobre cómo ha de afrontar la Iglesia algunas “situaciones matrimoniales difíciles” (novios que conviven sin casarse, “uniones libres”, divorciados vueltos a casar …).

¡Gracias de nuevo, papa Francisco, solo por querer replantear estas cuestiones! ¡Gracias por querer escucharnos y por nombrar la misericordia en sus preguntas! Ud. conoce bien la compleja y cambiante historia del “sacramento del matrimonio” desde el comienzo de la Iglesia. La historia ha sido muy variable, y lo seguirá siendo. Mire, por ejemplo, lo que pasa entre nosotros, en esta Europa ultramoderna. Nuestros jóvenes no disponen ni de casa ni de medios económicos para casarse y vivir con su pareja hasta los 30 años en el mejor de los casos: ¿cómo puede la Iglesia pedirles que se abstengan de relaciones sexuales hasta esa edad?

Las formas cambian, pero creemos que el criterio es muy sencillo y que Jesús estaría de acuerdo: “Donde hay amor hay sacramento, se casen los novios o no, y donde no hay amor no hay sacramento, por canónicamente casados que estén”. Todo lo demás es añadidura. Y si la pareja está en dificultades, como sucede tantas veces, solo será de Dios aquello que les ayude a resolver sus dificultades y a volver a quererse, si pueden; y solo será de Dios aquello que les ayude a separarse en paz, si no pueden resolver sus dificultades ni volver a quererse.

Elimine, pues, se lo rogamos, las trabas canónicas para que quienes fracasaron en su matrimonio puedan rehacer su vida con otro amor. Que no siga la Iglesia añadiendo más dolor a su dolor. Y que de ningún modo les impida compartir el pan que reconforta en la mesa de Jesús, pues Jesús a nadie se lo impidió.

5. Sobre las uniones con personas del mismo sexo.

El daño causado por la Iglesia a los homosexuales es inmenso, y algún día deberá pedirles perdón. ¡Ojalá el papa Francisco, en nombre de la Iglesia, les pida perdón por tanta vergüenza, desprecio y sentimiento de culpa cargado sobre ellos durante siglos y siglos!

La inmensa mayoría de los hombres y mujeres de nuestra sociedad no pueden hoy comprender esa obsesión, esa hostilidad. ¿Cómo pueden seguir sosteniendo que el amor homosexual no es natural, siendo así que es tan común y natural, por motivos biológicos y psicológicos, entre tantos hombres y mujeres de todos los tiempos y de todos los continentes, y en tantas otras especies animales?

En esta causa, como en tantas otras, la Iglesia debiera preceder, pero la sociedad nos precede. Celebramos que sean cada vez más numerosos los países que reconocen los mismos derechos a la unión de personas del mismo sexo que a la de personas de distinto sexo. ¿Y qué impide que se llame “matrimonio”? ¿Acaso no se llaman así también aquellas uniones heterosexuales que, por lo que fuere, no van a tener hijos? Cambien, pues, los diccionarios y el Derecho Canónico, amoldándose a los tiempos, atendiendo a las personas.

¿Y qué impide que llamemos sacramento a un matrimonio homosexual? Es el amor lo que nos hace humanos y lo que nos hace divinos. Es el amor lo que hace el sacramento. Y todo lo demás son glosas y tradiciones humanas.

6. Sobre la educación de los hijos en el seno de situaciones matrimoniales irregulares.

Creemos que este lenguaje –regular, irregular– es desacertado, más aun dañino. Hace daño a un niño oír que ha nacido o que vive en el seno de un matrimonio o de una familia “irregular”. Y hace daño a sus padres, los que fueren. Lo que hace daño no es ser excepción, sino ser censurado por ser excepción. Por lo demás, todos sabemos que basta que se multipliquen los casos para que la excepción se convierta en norma. En cualquier caso, la Iglesia no está para definir lo que es regular y lo que es irregular, sino para acompañar, animar, sostener a cada persona tal como es allí donde está.

7. Sobre la apertura de los esposos a la vida.

Afortunadamente, son muy contados entre nosotros los creyentes por debajo de los 60 años que han oído hablar de la Humanae Vitae, aquella encíclica de Pablo VI (1968) que declaró pecado mortal el uso de todo método anticonceptivo “no natural”, todo método que no fuera la abstinencia o la adecuación al ciclo femenino de la fertilidad. Pero hizo sufrir demasiado a casi todos nuestros padres. Esa doctrina, adoptada contra el parecer de buena parte del episcopado, fue lamentable en su tiempo y no es menos lamentable que haya sido mantenida hasta hoy.

Hoy nadie la comprende y casi nadie la cumple entre los mismos católicos. Y pocos sacerdotes y obispos se atreven a exponerla todavía. Ya no tiene sentido afirmar que la relación sexual haya de estar necesariamente abierta a la reproducción. Ya no tiene sentido seguir distinguiendo entre métodos naturales y artificiales, y menos todavía condenar un método porque sea “artificial”, pues por la misma razón habría que condenar una vacuna o una inyección cualquiera.

En nuestros días asistimos a un cambio transcendental en todo lo que tiene que ver con la sexualidad y la reproducción: por primera vez después de muchos milenios, la relación sexual ha dejado de ser necesaria para la reproducción. Es un cambio tecnológico que trae consigo un cambio antropológico y requiere un nuevo paradigma moral. La sexualidad y la vida siguen siendo tan sagradas como siempre y es preciso cuidarlas con suma delicadeza. Pero el criterio y las normas de la Humanae Vitae no ayudan en ello, sino más bien dificultan. Que la palabra de la Iglesia sea luz y consuelo, como el Espíritu de Dios, como lo fue la palabra de Jesús en su tiempo y sería también en el nuestro.

8. Sobre la relación entre la familia, la persona y el encuentro con Jesús

Creemos que Jesús sale a nuestro encuentro en todos los caminos, en todas las situaciones. En cualquier modelo de familia, en cualquier situación familiar. Creemos que Jesús no distingue familias regulares e irregulares, sino atiende a cada situación, con su gracia y su herida. Creemos que encerrarnos en nosotros mismos (nuestras ideas y normas, nuestros miedos y sombras) es lo único que nos aleja del otro y de Dios. Y creemos que la humildad, la claridad, la confianza nos acercan cada día al otro, y cada día nos abren a la Presencia del Viviente, estando donde estamos y siendo como somos. Y creemos que una Iglesia que anunciara esto, como Jesús, sería una bendición para la humanidad en todas sus situaciones.

José Arregi

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Para orar

Bendito seas mi Dios, mi aire,
que estás ahí, tan cierto como el aire que respiro.
Bendito seas, mi Dios, mi viento,
que me animas, me empujas, me diriges.
Bendito seas, mi Dios, mi agua,
esencia de mi cuerpo y de mi espíritu,
que haces mi vida más limpia, más fresca, más fecunda.
Bendito seas, mi Dios, mi médico,
siempre cerca de mí,
más cerca cuanto me siento más enfermo.
Bendito seas, mi Dios, mi pastor,
que me buscas buenos y frescos pastos,
que me guías por las cañadas oscuras,
que vienes a por mí
cuando estoy perdido en la oscuridad.
Bendito seas, mi Dios, mi madre,
que me quieres como soy
que por mí eres capaz de dar la vida,
mi refugio, mi seguridad, mi confianza.
Bendito seas, Dios, bendito seas

(José Enrique Ruiz de Galarreta)

josc3a9-arregiJosé Arregi

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