Llamados
Del blog Nova Bella:
Estamos llamados a cuidar lo que es vulnerable,
a sanar lo que está herido,
a prestar atención a lo que es frágil.
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Juan Antonio Marcos
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Del blog Nova Bella:
Estamos llamados a cuidar lo que es vulnerable,
a sanar lo que está herido,
a prestar atención a lo que es frágil.
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Juan Antonio Marcos
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Del blog de Ramón Hernández Martín, Esperanza radical:
La vida humana, lo único que importa desde cualquier enfoque que se dé al relato que cada cual pueda escribir, es el epicentro del que proviene y meta a la que se orienta todo quehacer. Es nuestro todo y, sin embargo, es sumamente frágil. De poco sirve convertirse en un “hércules” tras haber desarrollado en el gimnasio una musculatura de acero, o haber sido capaz de coronar los ochomiles del planeta a las bravas, sin mecanismos de apoyo, e incluso haber alcanzado la sabiduría o las habilidades de un genio en algunas de las infinitas ramas en que se bifurcan las actividades humanas, porque basta un vientecillo de nada, un malestar repentino, un imperceptible virus de pacotilla o una simple célula rebelde para llevarnos por delante, en un santiamén, y borrar del mapa cuanto somos y hasta nuestras huellas. Frente a tan palmaria constatación, puede que nuestro más preciado tesoro sea nuestra radical fragilidad para acoplarnos debidamente a lo que hay para sacarle el mejor partido.
A la reflexión de hoy en busca de la sabiduría que dimana de tal circunstancia siguen aflorando la naturaleza y la guerra, los dos tremendos azotes, sumamente destructores, que abordamos en la reflexión anterior, uno de los cuales, la guerra ruso ucraniana, todavía nos azota y acongoja. Por el lado de la naturaleza, el volcán de La Palma, nos referíamos como ejemplo al sufrimiento a que se vieron sometidos los palmeros, y nosotros con ellos, cuando tuvieron que poner pies en polvorosa por los vómitos ígneos de la tierra a la que habían confiado sus vidas y en la que habían depositado sus caudales. Por el otro lado, el de la guerra de Ucrania, esa factura de venta humana que termina siempre en quiebra, constatábamos el tremendo sufrimiento que los seres humanos nos infligimos unos a otros, sufrimiento que va desde la muerte en estos momentos de tantos ucranianos al expolio y a la depauperación permanente de la inmensa mayoría de los ciudadanos de todo el mundo por la avaricia de unos pocos.
De los peores errores que podemos cometer a lo largo de la vida es creernos invulnerables, como si tuviéramos esqueletos de acero inoxidable, y confundir el ser que somos, tan nimio y limitado, con un tener sin límites ni fronteras que nos engaña miserablemente al hacernos creer que lo podemos todo y que viviremos para siempre. Frente a la insensata pretensión primera, la decepción llega en cuanto una vulgar gripe o un simple dolor de huesos se apoderan de nuestro organismo para demostrarnos que hasta el acero inoxidable de nuestra fantasía se convierte en mierda pestilente, dicho queda para no andarnos con rodeos. Frente a la no menos insensata pretensión segunda, la de enriquecerse como si la posesión agrandara nuestro ser, la ruina que uno va dejando tras de sí pronto desmontará el castillo de naipes en que nos hemos convertido al evidenciar que nos hemos dedicado, en vez de a construir, a demoler el rico mundo recibido como regalo de nacimiento.
En contraste con la fatalidad de quienes cometen tamaños errores están, por un lado, los aciertos de quienes, conociendo a fondo su fragilidad, utilizan su flexibilidad entitativa para mantenerse en pie incluso frente a los malos vientos y para echar una mano a otros a conseguir lo propio, y, por otro, la maestría de quienes, por necesitar poco para la vida austera que han elegido, se libran del pernicioso síndrome de Diógenes, del afán desmedido de acumular cachivaches en el trastero de sus cuentas corrientes. No tengo la más mínima duda de que la vida nos va colocando de alguna manera a cada cual en su sitio y de que, en el caso de tener cuentas pendientes y de necesitar ser sometidos a un espantoso juicio final, no hay juez mejor posicionado ni más cualificado que la vida misma. Así lo certifica el aforismo de “quien la hace, la paga” y la certeza de que el juez más insobornable e impasible para juzgar nuestra causa somos nosotros mismos. De ahí que quien se pavonee exhibiéndose como potentado indestructible no tardará en sentir la piltrafa que es de hecho al ver que una minucia cualquiera se lo lleva por delante, y que quien aspire a ser Dios pronto saboreará la amargura de su humillante nadería. Justo lo contrario de lo que le ocurre a quien es consciente de la perentoriedad de su propia existencia, pues ello lo habilita para vivir intensamente sus días, y también a quien necesita poco para vivir, pues siempre andará sobrado.
Abundando en la condición de nuestra fragilidad consubstancial, baste recordar que, cuando la COVID-19 arreciaba, casi todos éramos conscientes de que, caminando por la calle, podíamos “coger un aire” que nos llevaría directamente a la UCI para pasar en ella unos días de vida prestada, en el mejor de los casos, o para, tras prolongados sufrimientos indecibles, tirarla por la alcantarilla en la más absoluta soledad; que, cuando veíamos descender los ríos de lava incandescente por las laderas de La Palma, contemplando atónitos con qué facilidad se tragaba viviendas y haciendas, se nos erizaba el bello imaginando con qué facilidad podíamos convertirnos en carne de parrilla; y, finalmente, que ahora mismo, viendo riadas de ucranianos huyendo de un país tan insensatamente demolido (¿cuánto cuesta levantar una ciudad?) y convertido en cementerio de no pocos soldados invasores, de muchos defensores y de tantos ancianos, mujeres y niños, nos sobrecoge la sinrazón de que un solo hombre, mal aconsejado, pueda convertir la tierra entera en un infierno perdurable.
La conciencia de esta fragilidad radical debería conducirnos fácilmente a la convicción de que la vida es un soplo, aunque vivamos noventa años, y arrastrarnos no solo a desterrar del quehacer humano la muerte como estrategia para obtener algún beneficio, sino también a saborear en cada momento las enormes riquezas que la vida nos ofrece gratuitamente. Raramente somos conscientes de la cantidad ingente de riquezas que la naturaleza nos regala a cada instante. A ellas hemos de añadir las muchas que nosotros mismos podemos conseguir con nuestra industria y las muchísimas más que nuestros semejantes consiguen para nosotros. ¿Somos realmente conscientes de lo que cada día recibimos de los investigadores, del personal hospitalario y farmacéutico, de los agricultores y de los transportistas, por no citar más que un sector social que está soportando el agobio de nuestro insensato desbarajuste social? ¿Cuántas manos han dejado huella en lo que comemos y en lo que vestimos?
Lo más hermoso de la existencia humana, a pesar de su endeblez y fragilidad consubstanciales, se halla en que los unos nos ayudemos a los otros a vivir, en que los unos nos preocupemos del bienestar y de la felicidad de los otros. Bombazos como los que arroja Rusia sobre Ucrania deberían despertarnos y hacernos caer del guindo para no seguir entronizando el dinero, esclavista de todo acontecer, a fin de no confiarle jamás la dirección de la orquesta humana, tal como desgraciadamente vemos que ocurre todos los días en todas las latitudes. Es muy rica la vida humana para reducirla a una mercancía que puede ser tasada y es muy soberano el hombre, cualquier hombre, para encerrarlo en la mazmorra de la esclavitud. Vivimos poco y, además, lo hacemos por la confluencia de una serie de equilibrios difíciles de mantener, pero, quizá por ello, se nos ha dotado de razón y sentido común capaces de mandar la guerra al carajo y de lograr que florezca la paz. Capaces, en definitiva, de sepultar de una vez por todas el odio y de conseguir que se encarne en nuestro quehacer la utopía del amor. La naturaleza equilibra nuestra estratégica fragilidad con sobreabundancia de riquezas, sobradas para convertir los volcanes en jardines y el infierno humano en cielo de factura cristiana.
Ramón Hernández Martín
Religión Digital, 27.03.2022
Del blog Nova Bella:
“Yo vivo con mi fragilidad:
la abrazo,
le río,
le lloro
e intento hacerla bella”
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Silvia Perez Cruz
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“Ni la razón ilustrada y su deslumbrante tecnología, ni la poderosa y dominante “ciencia” económica, ni siquiera las religiones están ofreciendo instrumentos suficientes para superar esta brutal agresión”
| Evaristo Villar
Debilidad humana y protección de la vida
Las calles y plazas desiertas están siendo un símbolo elocuente de nuestra propia fragilidad. Algo muy sustancial estamos ignorando para mantener la vida del ser humano y del planeta. ¿Se nos ha apagado el espíritu? Lo advertía ya muy acertadamente en el siglo pasado el filósofo y premio nobel de literatura Henri Bergson: disponemos de un cuerpo muy grande, decía, y de un alma muy pequeña. Necesitamos un “suplemento de alma”.
Espiritualidad y religión
La espiritualidad, raíz y fundamento de todas las culturas, no puede confundirse con la religión, son realidades distintas. Pero, la verdad es que la espiritualidad casi siempre se ha presentado vinculada a las religiones. Difícil abordarla sin esta referencia. Y no puede decirse que este matrimonio haya sido siempre negativo. Aun hoy día muchas personas encuentran en la cosmovisión religiosa razones suficientes para vivir con esperanza y para morir en paz. La religión ha prestado a la espiritualidad una visibilidad concreta de la que carece; le ha dado verticalidad y horizontalidad y ha proyectado sobre ella ricas axiologías y hasta una nutrida teodicea… En contrapartida, la espiritualidad ha prestado a las religiones arraigo y fundamento humano, historicidad y esa movilidad que necesitan las religiones para ir encarnándose en la historia contra la tentación de fijación de sus mismos dogmas y axiomas.
No sería justo condenar globalmente, desde la historia, todas las consecuencias de esta vinculación. Aunque la multiculturalidad de hoy día nos exige, por honestidad con la realidad, su divorcio o separación, al menos para reconocer la identidad y el lugar propio de cada una.
Secularización y vaciamiento de espíritu
Con la llegada y la fascinación provocada por la modernidad, los “maestros de sospecha” anunciaron a bombo y platillo “la muerte de Dios”. Y a este contundente anuncio le ha seguido un largo período de “desacralización” y “desmitologización” que ha abocado finalmente en el impresionante fenómeno de la “secularización” que recorre, principalmente, el mundo occidental. Hasta las religiones, guiadas por sus teólogos, han coadyuvado a este proceso secularizador como exigido desde sus mismas fuentes fundadoras. El fenómeno ha acabado vaciando los templos y sumiendo, a su vez, en el “indiferentismo religioso” y vaciamiento de espíritu a gran parte de la humanidad.
¿Se trata de una crisis de las formas institucionales más superficiales de las religiones, o, más al fondo, la crisis afecta al propio factor religioso, lo que, más allá de la sociología, afectaría a sus mismas raíces antropológicas y filosóficas? Sea cual sea la respuesta a esta cuestión, lo cierto es que, agotado el espíritu religioso, el vacío se ha venido llenando con las apetencias materiales y más primitivas del ser humano, convertido en “homo” fundamentalmente “oeconomicus”, para el que la acumulación y el consumo representan la máxima aspiración. Un ser humano sometido al imperio del comercio y definido mayormente por el dinero, rodeado de una plétora de cosas materiales que acaban ahogándole el espíritu. En un paisaje, así dibujado, se entiende mejor el grito de Bergson reclamando “un suplemento de alma”.
La vuelta de las religiones
Lo sorprendente y paradójico es que, en este ambiente secularizado, estén volviendo las religiones. Esto es lo paradójico. Ya a fínales del pasado siglo se había anunciado su retorno, interpretándolo como “la revancha de Dios”. Y la creciente expansión del pentecostalismo protestante en América y la atracción del carismatismo católico en las últimas décadas llegando hasta los umbrales del mismo Vaticano parecen ya un anuncio suficiente de este retorno. Sorprendente. La llegada al poder de populistas como Bolsonaro en Brasil o de Trump en EE. UU de la mano de estas llamadas “Iglesias electrónicas” no será más que su lógica consecuencia.
Se vuelve a repetir la unión entre el trono y el altar, fórmula ya superada por la modernidad. Lo paradójico es que, en este contexto de secularidad, se vuelva a unas formas de religión alienante y fervorasamente individualista, a la mitología y la magia, al “opio del pueblo”.
Contra todo esto surgió, al final del Vaticano II, el “Pacto de las Catacumbas” y la opción por los pobres, posteriormente desplegado en la Teología de la Liberación.
Intensa búsqueda de sentido
Ante este retorno banal y hasta vergonzante de unas formas religiosas vueltas al pasado, sin propuesta profética ni utopía, y ante un sistema inmanente y sin transcendencia, cerrado en la materialidad de la vida, muchos especialistas están descubriendo ya una “intensa búsqueda de sentido” más allá de la acumulación y el consumo. ¿Una “espiritualidad? Se constata que, desde el cansancio de una vida sin más valores que la economía, está aflorando, con dificultad, un nuevo comienzo, “un tiempo eje”, similar a aquel del siglo VIII antes de nuestra era, calificado por el filósofo Karl Jasper como “tiempo Axial” donde se dio simultáneamente en muchos lugares del planeta, una verdadera explosión del espíritu en todos los ámbitos del saber y de la creatividad humana.
No sé si este fenómeno es ya una incipiente respuesta a ese “suplemento de alma” que reclamaba con insistencia Bergson. La verdad es que se orienta a apuntalar eso que es patrimonio de toda la especie humana y que a todos nos une radicalmente desde nuestras enormes diferencias. ¿Se trata de eso que hemos llamado “espiritualidad”?
“Esa cosa que no tiene nombre”
No tenemos aún acuñada esa palabra que lo identifique a gusto de todo el mundo, pero, quizás, a eso se estaba refiriendo Saramago en el “Ensayo sobre la ceguera” –tan de nuestros días por el coronavirus cuando afirma rotundamente que “hay en nosotros una cosa que no tienen nombre, esa cosa es lo que somos”. Y “esa cosa que no tiene nombre”, es ecuménica, ecológica, laica, es holística, es del ser humano. Es dato y es patrimonio común, en nada opuesto a la religión, pero previo a cualquier forma religiosa y posterior a toda religión. “Eso que somos nosotros”, tan profundamente humano, que nos solidariza y “projimiza” con todas las formas de vida, que nos enraíza en la tierra… a “eso si nombre” nos referimos cuando hablamos de “espiritualidad”.
Evaristo Villar
Fuente Religión Digital
Del blog Nova Bella:
“Poco a poco San Francisco fue descubriendo una realidad que aún no se había atrevido a mirar cara a cara: la del hombre naturalmente frágil, limitado y necesitado de solidaridad, especialmente en el sufrimiento, la enfermedad, la marginación y la pobreza. Comenzó de inmediato a prodigar sus cuidados a los leprosos y a convivir con ellos, aun a costa de sufrir la incomprensión y persecución familiar y el rechazo de sus conciudadanos…”
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Julio Herranz Miguelañez, ofm
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Del blog de Henri Nouwen:
Solo 8 días separan los aniversarios del nacimiento de dos maestros espirituales del siglo XX cuya obra divulgamos en nuestros blogs : el de Henri Nouwen (24 de enero de 1932) y el de Thomas Merton (31 de enero de 1915). Para celebrar a Nouwen, traemos hoy una idea suya en la que salta a la vista la influencia de Merton en él, pero más importante aún, su asimilación y apropiación de una convicción fundamental : la importancia de lo humano en su visión espiritual. En su “epifanía de Louisville” (Conjeturas de un espectador culpable) Merton nos habla de su alegría al experimentar la convicción de ser “miembro de la raza humana”. En la entrada de Nouwen que compartimos hoy, nos indica su propia experiencia semejante.
“A primera vista, la alegría parece tener que ver con el hecho de ser diferentes. Cuando uno recibe un cumplido o gana un premio, siente alegría de no ser igual a los demás. Eres más rápido, más elegante o más apuesto y es esa diferencia la que te proporciona la alegría. Pero dicha alegría es de breve duración.
La verdadera alegría está oculta en aquello en que reconocemos que somos igual que los demás: frágiles y mortales. Es la alegría de pertenecer a la raza humana. Es la alegría de estar con otro como un amigo, un colega, un compañero de viaje.
Esta es la alegría de Jesús, que es Emmanuel : Dios con nosotros.“
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Henri Nouwen
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Con todas mis fuerzas, aquellas que tú me diste,
Te he buscado, deseando ver lo que he creído.
Y he luchado, y he sufrido.
Mi Dios, mi Señor, mi única esperanza ,
concédeme que no me canse jamás en buscarte,
que con pasión sin cesar busque tu rotro.
Tú que me has concedido encontrarte,
dame el coraje de buscarte
y esperar encontrarte cada vez más.
Ante de Ti mi solidez: guárdala.
Ante Ti mi fragilidad: sánala.
Ante Ti todo lo que sé, todo lo que ignoro.
Allí dónde me abriste, yo entré: acógeme.
Allí dónde me cerraste, llamo: ábreme.
Concédeme no olvidarte,
Concédeme comprenderte.
Mi Dios, mi Señor,
concédeme amarte.
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San Agustín, Tratado de la Trinidad XV
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