Comentarios desactivados en El encuentro con la esperanza en la historia de Emaús
Sr. Jane Aseltyne
La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Sr. Jane Aseltyne. La Hna. Jane está en primeros votos con las Hermanas IHM de Monroe, MI. Antes de ingresar, se desempeñó como gerente de comunicaciones en A Nun’s Life Ministry, una organización en línea enfocada en conectar a los discernidores con las Hermanas Católicas, además de proporcionar recursos para el crecimiento y la exploración espiritual. En ministerios anteriores, el trabajo de la Hna. Jane se centró en las poblaciones marginadas, incluidos los adolescentes y los ancianos. Actualmente, es estudiante de posgrado en la Unión Teológica Católica.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el tercer domingo de Pascua se pueden encontrar aquí.
Mientras leía y oraba sobre la lectura del evangelio de hoy, la historia del Camino a Emaús, pensando en la relación de la iglesia con la comunidad LGBTQ+, la palabra que me vino fue “encuentro”.
La historia de Emaús nos es familiar. Dos discípulos caminan por el camino a un pueblo en las afueras de Jerusalén llamado Emaús después de la crucifixión de Jesús. Están “conversando y debatiendo” sobre los hechos que rodearon su muerte. Están confundidos y heridos, tratando de juntar las piezas de lo que acaban de pasar. Mientras camina, Jesús se acerca a ellos, pero no lo reconocen. Jesús pregunta: “¿De qué están discutiendo?” Imagino que se quedan con la boca abierta, los ojos muy abiertos y hablan con un poco de filo en la voz, respondiendo: “¿Eres el único visitante de Jerusalén que no sabe de las cosas que han sucedido en estos días?” Me imagino a los discípulos respirando hondo, sintiendo todas las sensaciones mientras relatan los últimos días: la inseguridad, la frustración y la sensación de desesperanza porque han perdido a Aquel a quien creían que redimiría a Israel.
Pero Jesús los empuja más allá, cuando comienza a interpretar las escrituras. Cuando están juntos a la mesa, Jesús dice la bendición, parte el pan y se lo da, y reconocen a Jesús por lo que era.
Quizás a veces nos hemos sentido como los discípulos en el camino a Emaús, cansados y abrumados con los acontecimientos que suceden a nuestro alrededor. El ciclo de noticias de 24 horas nos recuerda constantemente que no somos ajenos a la lucha y los disturbios políticos, y que la comunidad LGBTQ+ continúa estando en el centro de algunas de las reacciones violentas más violentas en nuestro país.
Se siguen aprobando proyectos de ley que prohíben el acceso a la atención médica para personas transgénero, y una encuesta reciente realizada por Trevor Project mostró que casi la mitad de los jóvenes LGBTQ+ contemplaron el suicidio en el último año. Es difícil conciliar esta realidad en nuestro país, y aún más difícil leer sobre el apoyo de la jerarquía de la iglesia a las prohibiciones de atención médica y la legislación anti-LGBTQ. Nos deja preguntándonos cuánto tiempo tendremos que luchar por la inclusión y la aceptación, ¿cuánto tiempo debemos esperar para que las personas queer sean celebradas en la iglesia y la sociedad?
Creo que parte del odio es alimentado por la falta de encuentro, la falta de narración de historias y de compartir la verdad de quiénes somos unos con otros. El Papa Francisco es muy consciente de que el mundo necesita más comprensión, más escucha y más tolerancia. Él nos llama a crear una cultura de encuentro, un espacio donde podamos escuchar las historias de los demás y vernos como hijos amados de Dios. Pero Francisco señala que construir este tipo de cultura no es simplemente quedarse atrás y mirar a la distancia. Debemos acercarnos, caminar con, aprender y escuchar con el corazón para ofrecernos unos a otros “una gota de vida”.
El encuentro con Jesús en el camino y en la mesa cambia la percepción de los discípulos sobre lo que ha sucedido en sus vidas. Mientras Jesús les hablaba, sus corazones ardían dentro de ellos, pero al principio, no podían entender la conexión entre su experiencia y este extraño en el camino. Solo reconocieron a Jesús cuando ofrecieron hospitalidad y compartieron una comida juntos. Este encuentro personal con Jesús les permitió verlo como realmente era.
¿Cómo sería si el pueblo de Dios buscara un encuentro genuino con la comunidad LGBTQ+? ¿Estamos dispuestos a dejar que las personas se nos revelen en lugar de decirles quiénes deberían ser?
La historia de Emaús es un ejemplo de verdadero encuentro, y no termina con los dos discípulos en el camino. Después de reconocer a Jesús, inmediatamente regresan a Jerusalén para compartir su experiencia de Cristo resucitado con la comunidad. Recuerdan su experiencia que pasó de la confusión a la euforia, del anonimato al reconocimiento, del extraño al amigo. Me imagino que cuando la comunidad se enteró de su experiencia, fue un bálsamo para sus corazones doloridos por la violencia que habían presenciado. Era esperanza inyectada en sus almas cansadas. A medida que buscamos encuentros con personas de la comunidad LGBTQ+, traemos historias a las personas de nuestras otras comunidades. Estas historias son mensajeras de esperanza. Al compartir, construimos comunidad, nos entendemos unos a otros en un nivel más profundo y vivimos el llamado a darnos la bienvenida unos a otros. Es en estos momentos que recordamos que no estamos solos. Estamos llamados a la comunidad ya llevar las cargas los unos de los otros. No estamos solos en nuestro cansancio.
Comentarios desactivados en “No huír a Emaús”. 26 de abril de 2020. 3 Pascua (A). Lucas 24, 13-35.
No son pocos los que miran hoy a la Iglesia con pesimismo y desencanto. No es la que ellos desearían. Una Iglesia viva y dinámica, fiel a Jesucristo, comprometida de verdad en construir una sociedad más humana.
La ven inmóvil y desfasada, excesivamente ocupada en defender una moral obsoleta que ya a pocos interesa, haciendo penosos esfuerzos por recuperar una credibilidad que parece encontrarse «bajo mínimos». La perciben como una institución que está ahí casi siempre para acusar y condenar, pocas veces para ayudar e infundir esperanza en el corazón humano. La sienten con frecuencia triste y aburrida, y de alguna manera intuyen –con el escritor francés Georges Bernanos– que «lo contrario de un pueblo cristiano es un pueblo triste».
La tentación fácil es el abandono y la huida. Algunos hace tiempo que lo hicieron, incluso de manera ruidosa: hoy afirman casi con orgullo creer en Dios, pero no en la Iglesia. Otros se van distanciando de ella poco a poco, «de puntillas y sin hacer ruido»: sin advertirlo apenas nadie se va apagando en su corazón el afecto y la adhesión de otros tiempos.
Ciertamente sería un error alimentar en estos momentos un optimismo ingenuo, pensando que llegarán tiempos mejores. Más grave aún sería cerrar los ojos e ignorar la mediocridad y el pecado de la Iglesia. Pero nuestro mayor pecado sería «huir hacia Emaús», abandonar la comunidad y dispersarnos cada uno por su camino, hundidos en la decepción y el desencanto.
Hemos de aprender la «lección de Emaús». La solución no está en abandonar la Iglesia, sino en rehacer nuestra vinculación con algún grupo cristiano, comunidad, movimiento o parroquia donde poder compartir y reavivar nuestra esperanza en Jesús.
Donde unos hombres y mujeres caminan preguntándose por él y ahondando en su mensaje, allí se hace presente el Resucitado. Es fácil que un día, al escuchar el Evangelio, sientan de nuevo «arder su corazón». Donde unos creyentes se encuentran para celebrar juntos la eucaristía, allí está el Resucitado alimentando sus vidas. Es fácil que un día «se abran sus ojos» y lo vean.
Por muy muerta que aparezca ante nuestros ojos, en esta Iglesia habita el Resucitado. Por eso también aquí tienen sentido los versos de Antonio Machado: «Creí mi hogar apagado, revolví las cenizas… me quemé la mano».
Comentarios desactivados en “Lo reconocieron al partir el pan”. Domingo 23 de abril de 2023. 3º Domingo de Pascua
Leído en Koinonia:
Hch 2,14.22-33: No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio Salmo responsorial 15: señor, me enseñarás el sendero de la vida 1Pe 1,17-21: Los rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto Lc 24,13-35: Lo reconocieron al partir el pan
En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, encontramos a Pedro pronunciando su primera predicación pospascual, dirigida tanto a los judíos presentes como a todos los habitantes de Jerusalén. El sermón es de tipo kerigmático, con la presentación de tres aspectos de la vida de Jesús, que componen el credo de fe más antiguo del cristianismo: un Jesús histórico, acreditado por Dios con milagros, prodigios y señales; su muerte a mano de las autoridades judías, y finalmente, su resurrección obrada por Dios para salvación de toda la humanidad. Pedro termina su discurso con un sello de autenticidad: de todo esto, «nosotros somos testigos» (Hch 2,32). Creer en Jesús resucitado era reconocerlo como Mesías, lo que según las Escrituras, abría las puertas para su segunda venida y el fin del mundo. Esto explica las actitudes de recogimiento y miedo que llevan a los discípulos a encerrarse bajo llave. Sin embargo, Pentecostés cambia para siempre las cosas, pues antes que miedo por el fin del mundo, el Espíritu les indica que el mundo apenas comienza, y que la iglesia que acaba de nacer tiene el compromiso de contribuir en la reconstrucción de este mundo con la clave del amor. Así comenzó la Iglesia su misión, cambiando los miedos del fin del mundo, por la alegría, el optimismo y el compromiso de hacer que cada mañana el mundo nazca con más amor, justicia y paz.
La referencia a la primitiva comunidad cristiana nos hace descubrir la importancia que la praxis del amor y de la solidaridad tuvo en el surgimiento del cristianismo. No fue sin más una teoría, sino un cambio de vida, una praxis, una transformación social, lo que estaba en juego. Importante tenerlo presente, cuando tantos piensan que el cristianismo es cuestión de aceptar intelectualmente un paquete de verdades, teorías o dogmas.
En la segunda lectura, el apóstol Pedro hace un llamado a mantener la fidelidad a Dios aún en situaciones de destierro, desplazamiento, marginación o exclusión, porque Dios, en un nuevo Exodo, nos libera de una sociedad sometida a leyes injustas e inhumanas, que protegen sólo al que paga con oro o plata. Esta liberación fue asumida por Jesús con el sello de su propia sangre, como una opción de amor, consciente y voluntaria, por los hombres y mujeres del mundo entero. El precio que debemos pagar a Jesús por tanta generosidad, no es con oro ni plata, sino, dando vida a los hermanos que siguen muriendo, víctimas de la injusticia y la deshumanización. Eso será realmente «devolver con la misma moneda».
En el evangelio, dos discípulos, que no eran del grupo de los once (v.33) se dirigen a Emaús. Probablemente se trata de un hombre y una mujer, casados, (también había mujeres discípulas), que regresaban a su pueblo natal frustrados por los últimos acontecimientos de la capital. Mientras conversaban, Jesús se acerca y comienza a caminar con ellos, al fin y al cabo es el Emmanuel. Pero ellos no pueden reconocerlo, sus ojos están cerrados. ¿Por qué? Porque en el fondo todavía tenían la idea de un mesías profeta-nacionalista, que conquistaría el mundo entero para ser dominado por las autoridades de Israel, un mesías necesariamente triunfador… Por eso, estaban viendo en la cruz y en la muerte del maestro, el fracaso de un proyecto en el cual habían puesto sus esperanzas.
Serán las Escrituras las primeras gotas que Jesús echa en los ojos del corazón de estos discípulos, para que puedan ver y entender que no es con el triunfalismo mesiánico, sino con el sufrimiento del siervo de Yavé, como se conquista el Reino de Dios; un sufrimiento que no es masoquismo, sino un cargar conscientemente con las consecuencias de la opción de amar a la humanidad, actitud difícil de entender en una sociedad dominada por un poder de dominio que mata a quien se interpone en su camino. Por la vida, hasta dar la misma vida, es el testimonio de Jesús ante sus dos compañeros.
El relato de los discípulos de Emaús es una pieza bellísima, evidentemente teológica, literaria. No es, en absoluto, una narración ingenua directa de un hecho tal como sucedió. Es una composición elaborada, simbólica, que quiere dar un mensaje. Y como todo símbolo, que no lleva adjunto un manual de explicación, permanece «abierto», es decir, es susceptible de múltiples interpretaciones. Y desde cada nuevo contexto social, en cada nueva hora de la historia, los creyentes se confrontarán con ese símbolo y extraerán nuevas lecciones… Leer más…
Comentarios desactivados en Dom 3, Pascua de Emaús: Jesús resucita en el pan compartido (23.4.23)
Del blog de Xabier Pikaza:
Se vacían en occidente las iglesias; muchos parecen cansados y se van, nos vamos, como estos dos de Emaús.
Pero en les sale al encuentro un “peregrino” (mendigo, emigrante, sin techo, expulsado, excluído…) y, tras escucharles, les cuenta la historia de las víctimas del mundo, sin tierra ni casa ni pan nifuturo. Se hace tarde, caen las sombres… y los dos fugitivos miedosos sacan fuerza de su miedo y piden al peregrino que se quede esa noche con ellos para contarlas el fin de esa historia.
| X.Pikaza
El peregrino acepta la invitación.
Entra en casa, se sienta, y, como maestro de la vida, toma el pan que le ofrecen y lo parte para compartirlo con ellos.Y entonces, solo entonces, los fugitivos entienden.
Esa historia son ellos, somos nosotros,es Jesús resucitado que camina en (con) todos los peregrinos, se sienta y comparte con ellos (nosotros) el pan de la vida: A la caida de la tarde nos examinarán en el amor.(en su amor) (Juan de la Cruz).
¿Qué hacer en un tiempo como éste en que parece que muchos abandonan su antigua iglesia? Ell evangelio de este domingo, la gran catequesis pascual (largo camino de Jerusalén a Emaús) nos da la respuesta: Sólo compartiendo el pan podremos descubrir y y recrear caminos de resurrección, la nueva pascua de Emaús.
Fugitivos de Jerusalén, mesianismo fracasado (Lc 24, 13-21).
En la raíz de este pasaje late el recuerdo histórico de unos personajes bien concretos que han quedado desilusionados de Jesús y marchan (huyen) nuevamente a casa. Sobre la base del fracaso pascual, ha construido Lucas (quizá con tradiciones anteriores, reflejadas en Mc 16, 12) una bellísima parábola que evoca aspectos hondos del encuentro eucarístico y/o pascual de los cristianos. Comencemos leyendo el texto, fijemos su estructura dramática, marcando los diversos momentos de la trama, la acción de los agentes.
Al principio hallamos dos fugitivos de Jerusalén (que para Lucas es principio y centro de la nueva comunidad). Son dos, como los varones de la tumba vacía, pues sólo así pueden ser testigos oficiales de aquello que han visto y oído. Escapan de la comunidad incrédula (que no ha escuchado el testimonio de las mujeres), pero Jesús les sale al paso y ellos, tras haberle descubierto en la fracción del pan, vuelven a Jerusalén, hallando a la comunidad reunida en confesión creyente: ¡ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón! (Lc 24, 34). Pero estos de Emaús responde: Ha resucitado y resucita cuando compartimos el pan.
No han ido con las mujeres al sepulcro, para ungir al cuerpo muerto, ni quedan en Jerusalén, como los otros; huyen. Es como si tuvieran más dolor; como si la aventura de Jesús hubiera terminado, como un bello y mentiroso engaño. Cuanto antes pudieran olvidarla mejor: parecen suponer que la vida no se puede edificar sobre recuerdos vacíos, palabras vanas, como las que dicen las mujeres del sepulcro (cf Lc 24, 11-22).
Escapan por los caminos del olvido imposible, y para que Cristo les haga retornar a su mensaje y vida necesitan más razones que la catequesis pascual de las mujeres:a ellas les bastaba el recuerdo de aquello que Jesús había dicho, al borde de su tumba vacía. Estos necesitan en pan partido y compartido con todos los pobres del mundo. Estos necesitan toda la Escritura y la fracción del pan: tendrán que ver a Jesús para creer, aunque no necesitarán fijarse de un modo detallado en sus manos y pies (como la iglesia pascual de Jn 20, 20 y Lc 24, 40). De esa manera, su misma incredulidad se hará motivo de una más honda y larga catequesis.
Empecemos leyendo el texto, saquemos nuestra Biblia, Lc 23. Ésta será nuestra catequesis de pascua. Son muchos los motivos que podemos destacar en esta catequesis de la pascua. Ningún comentario suple su lectura directa del texto.
[Fugitivos, Emaús]
Y dos de ellos (del grupo de los Once y los otros: cf. Lc 24, 9) caminaban aquel mismo día hacia una aldea llamada maús…
[Presencia de Jesús] Y ellos dialogaban entre sí sobre todas estas cosas que habían acontecido.Y sucedió que mientras dialogaban y hablaban el mismo Jesús se acercó y caminaba con ellos.
[Ojos cerrados] Y sus ojos estaban cerrados, para no reconocerle. Y él les dijo:– ¿Qué son esas palabras que decís entre vosotros, mientras camináis? Y ellos se pararon tristes. Y uno, llamado Cleofás, le dijo:
– ¿Eres tú el único habitante de Jerusalén que ignoras las cosas que han pasado en ella en estos días? Y les preguntó: ¿Cuáles?Y ellos le dijeron:
[Las cosas de Jesús] – Las referentes a Jesús de Nazaret, que fue varón profeta,poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo, cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, juzgándole a muerte y le crucificaron .Nosotros esperábamos que él fuera quien debía redimir a Israel,pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido.
[Mujeres] Ciertamente, algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado,pues han ido muy temprano al monumento y, no encontrando su cuerpo,han venido diciendo que han visto una visión de ángeles,que les han dicho que está vivo.
[Sepulcro vacío] ero algunos de los nuestros han ido al monumentoy han encontrado que es cierto lo que decían las mujeres,pero a él no le han visto (Lc 24, 13-21).
Huyen de Jerusalén, que les vacía del Cristo, buscan un refugio en Emaús. Ellos representan a todos los que han hecho camino de evangelio, pero después se decepcionan. No pueden entender la Cruz que dura hasta el tercer día, no saben situar la muerte del pretendiente mesiánico en el esquema salvador del reino. El signo del pan ha terminado; Jesús no tiene “pan” de reino (el que ellos quieren)… Ellos son el signo de los decepcionados de la humanidad, de los vencidos de Israel de lo que querían un reino de poder y de dominio… y lo han perdido, porque Jesús ha muerto.
No han podido resistir el fracaso de Jesús. Son los que querian coronas, millonrd de dinero. Han estado con Jesús por interésd, pero se marchna… Su historia es un relatode de perdedores mesiánicos orgullosos, hombres (¿un hombre y una mujer?) que van de retirada, envueltos en tristeza. Desde aquí se entienden las dos palabras principales de su discurso:
– ¡Pensábamos que tenía que redimir a Israel! Se han situado ante Jesús, le han visto y oído, han recibido el impacto de sus signos. Por eso, le definen como varón profeta, poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante el pueblo. En aquel duro tiempo de dolores y esperanzas, muchos actuaron como profetas de Dios, ofreciendo al pueblo un mensaje de salvación. Conforme a la terminología del tiempo, redimir a Israel significa liberar al pueblo del yugo de los enemigos, estableciendo desde Jerusalén un reino mesiánico de paz y concordia universal.
Las perspectivas de ese reino podían variar, según los textos proféticos (Isaías, Ezequiel) y apocalípticos (Daniel, 1 Henoc etc). Es evidente que Jesús ha suscitado una esperanza de ese tipo, como han entendido no sólo aquellos que le han condenado a muerte (sacerdotes de Jerusalén, procurador romano), sino sus mismos discípulos. Esto significa que, humanamente hablando, su vida y mensaje había quedado, en este plano, abierto.
– Cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, en juicio de muerte, y (los romanos) le crucificaron.Todo judío sabía que el mesianismo era objeto de disputa y recelos entre los diversos grupos del pueblo, especialmente para las autoridades. Algunos esenios, como los de Qumrán, habían tenido que establecerse en el desierto para mantener su mesianismo, opuesto al de los sacerdotes de Jerusalén; también Juan Bautista, que anunciaba el juicio de Dios había sido asesinado por Herodes, rey semi-judío de Galilea y Perea. Otros pretendientes mesiánicos fueron también asesinados, según Flavio Josefo. Por eso, en algún sentido, la muerte de Jesús forma parte de las disputas mesiánicas judías de aquel tiempo; los sacerdotes y jefes de Jerusalén, defensores del orden sacral establecido, pensaron que era necesario entregarlo a los romanos, para bien del pueblo. Los romanos le crucificaron. Hasta aquí todo es duro pero, de alguna forma, cabe en las expectativas judías del tiempo, al menos según nuestro pasaje. Estos fugitivos de Jerusalén contaban con la posibilidad de la muerte del Mesías, aunque esperaban su vuelta inmediata.
– Pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido. Tres días son el tiempo de la culminación, signo de plenitud escatológica. Estos discípulos no se han escapado al ver la cruz alzada en el Calvario, tampoco en el momento del entierro, ni el día siguiente…, ni siquiera al comienzo del tercero. Han resistido tres días en Jerusalén, aunque al final les ha entrado el desencanto. Parece que el milagro debía suceder al comienzo de este tercer día, cuando las mujeres fueron al sepulcro, queriendo ungir el cuerpo. Pero no ha pasado nada: simples visiones, fantasía femenina en torno a un cenotafio. Los hombres han ido y han chocado ante ese monumento, hecho para recordar a Jesús y que no sirve absolutamente para nada, pues está vacío. Eso es lo que queda de Jesús: ¡Una tumba abierta! Evidentemente, estos dos hombres razonables, sin esperar que acabe el tercer día, día de la plenitud, escapan.
Viven una muerte sin pascua, un recuerdo de Jesús sin eucaristía, es decir, sin comida compartida, sin gozo ni esperanza escatológica. Por eso, estos discípulos escapan. No les hemos llamado fugitivos de Emaús, sino de Jerusalén, pues de Jerusalén y de su entorno escapan: huyen, sin duda, de los sacerdotes que han matado a Jesús y de Dios que no le ha respondido. Rechazan la visión de las mujeres, que parecen empeñadas en tejer una red de fantasías en torno al pretendiente asesinado.Evidentemente, escapan sin escaparse, como indica su mismo lenguaje: por eso siguen hablando de unas mujeres de nuestro grupo (que han visto visiones y nos han sobresaltado) y de unos hombres de los nuestros (que no han visto nada…).
Escapan, pero se sienten vinculados a la historia de Jesús. Huyen de Jerusalén, pero (al menos en el recuerdo y desencanto) siguen siendo del grupo que Jesús ha reunido, en torno a su mensaje y su persona. Hasta entonces, la misma cercanía sorprendente de Jesús (hombre poderoso en obras y palabras) les mantenía protegidos. Ahora, sólo ahora, en el hueco de su muerte, deben mirar y buscar de verdad lo que buscaban. Este es el día tercero, tiempo de la verdad: cada uno de los actores del drama mesiánico de Jesús debe reaccionar, con la ayuda de Dios.
Fugitivos de Emaús, iglesia actual
Estos varones (¿varón y mujer?) representan a todos los cristianos, tentados de escapar, dejando a las mujeres con sus “ilusiones” y al resto de la comunidad con su falta de fe, ante la tumba vacía. Resulta sintomático que un Documento básico del CELAM, de la Conferencia Eclesial Latino-americaca (Santo Domingo, 1992) haya situado al conjunto de la iglesia ante este icono pascual. Ciertamente, este relato es un espejo de nuestra eucaristía. Estamos como en aquellos tiempos. Unas mujeres lloran ante la tumba vacío, otros huyen. Esto es la iglesia. Las mujeres creyentes (cf. Lc 24, 1-8)toman en serio el recuerdo y palabra de Jesús; ellas mantienen viva la fe de la iglesia y sobresaltan a los apóstoles oficiales. Pero estos fugitivos piensan que ellas siguen atadas a la tumba.
Los jerarcas (apóstoles) están en Jerusalén, en un tipo de gran curia eclesia miedosa. Parecen indecisos: van al sepulcro en busca de confirmaciones exteriores, son incapaces de escuchar la auténtica palabra y de asumir un liderazgo creador en la comunidad cristiana.
También los fugitivos, parecen formar parte del grupo dirigente, pero escapan,huyendo de su propia historia, del pasado de su encuentro con Jesús. Con un podo de humor diría que son cardenales fracasados de la gran iglesia…
. Escapan y sin embargo siguen hablando de Jesús, como si tuvieran necesidad de recrear su recuerdo, de recuperar su figura. Uno se llama Cleofás (24, 18). El otro, que puede ser varón o mujer (quizá mejor mujer) permanece innominado. Huyen de Jesús y de la eucaristía y, sin embargo, serán comienzo de una nueva eucaristía pascual.
La experiencia fundante de pascua sigue siendo un enigma. Pero Lucas nos ayuda a penetrar en algunos de sus motivos principales, distinguiendo entre los grupos de la iglesia. Muchos investigadores han elevado preguntas a su texto. ¿Por qué sitúa la meta de la huida en Emaús, que está en Judea, y no en Galilea, como suponía Mc 14, 28? ¿Por qué presenta como fugitivos a estos dos, y no al conjunto de los apóstoles? ¿Por qué ha centrado la experiencia pascual en Jerusalén y no en Galilea, como Mc 16, Mt 28 y Jn 21? Nadie ha escrito, que yo sepa, un relato histórico fiable sobre el desarrollo de los acontecimientos pascuales.
Recuperar el pasado: la “homilía” del peregrino desconocido (Lc 24, 25-27).
Estos fugitivos han abandonado la comunidad donde parecen reunidos otros discípulos incrédulos con las mujeres creyentes (cf. Lc 24, 9-10.33-35). Este sería el comienzo del fin: empieza a disgregarse el grupo que Jesús había formado. Escapan de él, pero le llevan en su mente y conversación (cf. 24, 14). Pues bien, su mismo alejamiento será principio de nuevo encuentro. Muchas veces resulta necesaria la distancia: separarse del lugar de la experiencia inmediata, tomar tiempo para revivir lo que ha pasado.
Para comprender el relato de los discípulos de Emaús hay que olvidar todo lo leído en los días pasados, desde la Vigilia del Sábado Santo, a propósito de las apariciones de Jesús. Porque Lucas ofrece una versión peculiar de los acontecimientos. Al final de su evangelio cuenta solo tres apariciones:
1) A todas las mujeres, no a dos ni tres, se aparecen dos ángeles cuando van al sepulcro a ungir el cuerpo de Jesús.
2) A dos discípulos que marchan a Emaús se les aparece Jesús, pero con tal aspecto que no pueden reconocerlo, y desaparece cuando van a comer.
3) A todos los discípulos, no sólo a los Once, se aparece Jesús en carne y hueso y come ante ellos pan y pescado.
Dos cosas llaman la atención comparadas con los otros evangelios: 1) las apariciones son para todas y para todos, no para un grupo selecto de mujeres ni para sólo los once. 2) La progresión creciente: ángeles – Jesús irreconocible – Jesús en carne y hueso.
Jesús, Moisés, los profetas y los salmos
Un elemento común a los tres relatos de Lucas son las catequesis. Los ángeles hablan a las mujeres, Jesús habla a los de Emaús, y más tarde a todos los demás. En los tres casos el argumento es el mismo: el Mesías tenía que padecer y morir para entrar en su gloria. Un mensaje tan escandaloso y difícil de aceptar requiere ser tratado con insistencia. Pero, ¿cómo se demuestra que el Mesías tenía que padecer y morir? Los ángeles aducen que Jesús ya lo había anunciado. Jesús, a los de Emaús, se basa en lo dicho por Moisés y los profetas. Y el mismo Jesús, a todos los discípulos, les abre la mente para comprender lo que de él han dicho Moisés, los profetas y los salmos. La palabra de Jesús y todo el Antiguo Testamento quedan al servicio del gran mensaje de la muerte y resurrección.
La trampa política que tiende Lucas
Para comprender a los discípulos de Emaús hay que recordar el comienzo del evangelio de Lucas, donde distintos personajes formulan las más grandes esperanzas políticas y sociales depositadas en la persona de Jesús. Comienza Gabriel, que repite cinco veces a María que su hijo será rey de Israel. Sigue la misma María, alabando a Dios porque ha depuesto del trono a los poderosos y ensalzado a los humildes, porque a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Los ángeles vuelven a hablar a los pastores del nacimiento del Mesías. Zacarías, el padre de Juan Bautista, también alaba a Dios porque ha suscitado en la casa de David un personaje que librará al pueblo de Israel de la opresión de los enemigos. Finalmente, Ana, la beata revolucionaria de ochenta y cuatro años, habla del niño Jesús a todos los que esperan la liberación de Jerusalén. Parece como si Lucas alentase este tipo de esperanza político-social-económica.
Del desencanto al entusiasmo
El tema lo recoge en el capítulo final de su evangelio, encarnándolo en los dos de Emaús, que también esperaban que Jesús fuera el libertador de Israel. No son galileos, no forman parte del grupo inicial, pero han alentado las mismas ilusiones que ellos con respecto a Jesús. Están convencidos de que el poder de sus obras y de su palabra va a ponerlos al servicio de la gran causa religiosa y política: la liberación de Israel. Sin embargo, lo único que consiguió fue su propia condena a muerte. Ahora sólo quedan unas mujeres lunáticas y un grupo se seguidores indecisos y miedosos, que ni siquiera se atreven a salir a la calle o volver a Galilea. A ellos no los domina la indecisión ni el miedo, sino el desencanto. Cortan su relación con los discípulos, se van de Jerusalén.
En este momento tan inadecuado es cuando les sale al encuentro Jesús y les tiene una catequesis que los transforma por completo. Lo curioso es que Jesús no se les revela como el resucitado, ni les dirige palabras de consuelo. Se limita a darles una clase de exégesis, a recorrer la Ley y los Profetas, espigando, explicando y comentando los textos adecuados. Pero no es una clase aburrida. Más tarde comentarán que, al escucharlo, les ardía el corazón.
El misterioso encuentro termina con un misterio más. Un gesto tan habitual como partir el pan les abre los ojos para reconocer a Jesús. Y en ese mismo momento desaparece. Pero su corazón y su vida han cambiado.
Los relatos de apariciones, tanto en Lucas como en los otros evangelios, pretenden confirmar en la fe de la resurrección de Jesús. Los argumentos que se usan son muy distintos. Lo típico de este relato es que a la certeza se llega por los dos elementos que terminarán siendo esenciales en las reuniones litúrgicas: la palabra y la eucaristía.
Del entusiasmo al aburrimiento
Por desgracia, la inmensa mayoría de los católicos ha decidido escapar a Emaús y casi ninguno ha vuelto. «La misa no me dice nada». Es el argumento que utilizan muchos, jóvenes y no tan jóvenes, para justificar su ausencia de la celebración eucarística. «De las lecturas no me entero, la homilía es un rollo, y no puedo comulgar porque no me he confesado». En gran parte, quien piensa y dice esto, lleva razón. Y es una pena. Porque lo que podríamos calificar de primera misa, con sus dos partes principales (lectura de la palabra y comunión) fue una experiencia que entusiasmó y reavivó la fe de sus dos únicos participantes: los discípulos de Emaús. Pero hay una grande diferencia: a ellos se les apareció Jesús. La palabra y el rito, sin el contacto personal con el Señor, nunca servirán para suscitar el entusiasmo y hacer que arda el corazón.
Los discípulos de Emaús
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
― ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:
― ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?
Él les preguntó:
― ¿Qué?
Ellos le contestaron:
― Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.
Entonces Jesús les dijo:
― ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo:
― Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron:
― ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
― Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Comentarios desactivados en III Domingo de Pascua. 23 de abril, 2023.
“Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.”
Nos ponemos en marcha, en camino, como los dos discípulos que iban a Emaus.
Y es que esto de la resurrección es un proceso.
La Vigilia Pascual tiene un día señalado en el calendario pero el encuentro de cada una con el resucitado no tiene por qué coincidir. Tampoco las primeras discípulas de Jesús se encontraron con el resucitado en el mismo momento ni de la misma manera.
Dios es mucho más original, mucho más sorprendente y, sobre todo, mucho más delicado. Nos conduce y sabe lo que necesitamos.
Sabe que hay personas que no pueden esperar a que amanezca y que llegarán al sepulcro al despuntar la aurora, como María Magdalena, sabe que otras correrán y creerán, al mismo tiempo que otras tomarán el camino contrario alejándose de Jerusalén, de Jesús.
Los dos de Emaus se marchan abrumados por una realidad que a sus ojos tiene un único nombre: FRACASO. Mientras caminan comparten sus esperanzas rotas. Conversan y discuten. Se hacen preguntas. Pero andan enredados en un torbellino sin salida.
Así el resucitado se hace presente sin ser reconocido y lo primero que hace es escucharles. Dejar que desahoguen el corazón.
¡Cuánta ternura y delicadeza en este gesto del resucitado! Él, que conoce mejor que nadie lo que ha sucedido, se deja contar la historia por dos discípulos que van abandonando el seguimiento…
Jesús sigue empeñado en que no se pierda ni uno solo y hace con cada una de nosotras el camino. Aun cuando el camino sea equivocado.
Sabe que lo mejor para nosotras es que Le sigamos, pero cuando la vida nos llena de dudas y decidimos caminar otro camino, nos acompaña. Pierde el tiempo con nosotras. Nos escucha, nos habla. Se toma tiempo para transformarnos.
Hace arder nuestros corazones.
Oración
Nuestra oración de hoy puede ser la misma súplica de los dos de Emaus: “-¡Quédate con nosotras porque atardece y el día va de caída! ¡Quédate!
Comentarios desactivados en A Jesús vivo debo encontrarlo en el otro.
DOMINGO 3º DE PASCUA(A)
Lc 24,13-35
Por tercer domingo consecutivo se nos propone un relato enmarcado en el “primer día de la semana”. Estos dos discípulos pasan de creer en un Jesús profeta, pero condenado a una muerte destructora, a descubrirlo vivo y dándoles Vida. De la desesperanza pasan a vivir la presencia de Jesús. Se alejaban de Jerusalén tristes y decepcionados; vuelven a toda prisa, contentos e ilusionados. El pesimismo les hace abandonar el grupo, el optimismo les obliga a volver para contar la gran noticia (todo según el relato).
El encuentro de los dos discípulos de Emaús con Jesús es un prodigio de teología narrativa. En ella podemos descubrir el verdadero sentido de los relatos de apariciones. El objetivo de todos ellos es llevarnos a participar de la experiencia pascual que los primeros seguidores de Jesús vivieron. En ningún caso intentan dar noticias de acontecimientos puntuales. Los discípulos de Emaús no son personas concretas, sino personajes. Lucas no quiere informarnos de lo que pasó una vez, sino de lo que está pasando cada día.
Es Jesús quien toma la iniciativa, como sucede siempre en los relatos de apariciones. Los dos discípulos se alejaban de Jerusalén decepcionados por lo que había pasado a Jesús. Solo querían apartar de su cabeza aquella pesadilla. Pero a pesar del desengaño sufrido por su muerte y muy a pesar suyo, llevan a Jesús en su corazón y van hablando de él. Lo primero que hace es invitarles a desahogarse, les pide que manifiesten su amargura. La utopía que les había arrastrado a seguirlo, había dado paso a la más absoluta desesperanza. Pero su mente todavía estaba con él, a pesar de su horrible muerte.
En este sutil matiz podemos descubrir una pista para explicar lo que sucedió a los primeros seguidores. La muerte les destrozó, y pensaron que todo había terminado; pero a nivel subconsciente, permaneció un rescoldo que terminó siendo más fuerte que las terribles evidencias tangibles. En el relato de la conversión de Pablo podemos descubrir algo parecido. Perseguía con ahínco a los cristianos, pero sin darse cuenta, estaba subyugado por la figura de Jesús y en un momento determinado, cayó del burro.
La manera en que el relato describe el reconocimiento (después de haber caminado y discutido con él durante tres kilómetros) y la instantánea desaparición, nos indican claramente que la presencia de Jesús, después de su muerte, no es la de una persona normal. Algo ha cambiado tan profundamente, que los sentidos ya no sirven para reconocer a Jesús. Estos detalles nos vacunan contra la tentación de interpretar de manera física los relatos que nos hablan de Jesús después de su muerte.
Nosotros esperábamos… Esperaban que se cumplieran sus expectativas. No podían sospechar que ya se habían cumplido. Fijaos bien cómo refleja esa frase nuestras propias decepciones. Esperamos que la Iglesia… Esperamos que el Obispo… esperamos que el concilio… Esperamos que el Papa… Esperamos lo que nadie puede darnos desde fuera y surge la desilusión. Lo que Dios puede darnos ya lo tenemos. El desengaño es fruto de una falsa esperanza. Por seguir esperando lo que Jesús ya nos está dando, llega la desilusión.
Según el relato, no es Jesús el que cambia para que le reconozcan, son los ojos de los discípulos los que se abren y se capacitan para reconocerle. No se trata de ver algo nuevo, sino de ver con ojos nuevos lo que tenían delante. No es la realidad la que debe cambiar para que nosotros la veamos. Somos nosotros los que tenemos que descubrir la realidad de Jesús Vivo, que tenemos delante de los ojos, pero que no apreciamos. Hay momentos y lugares donde se hace presente Jesús de manera especial, si sabemos mirar.
1) En el camino de la vida. Después de su muerte, Jesús va siempre con nosotros en nuestro caminar. Pero el episodio nos advierte que es posible caminar junto a él y no reconocerlo. Habrá que estar más atento si, de verdad, queremos entrar en contacto con él. Es una crítica a nuestra religiosidad demasiado apoyada en lo externo. A Jesús no lo vamos a encontrar en el templo ni en los rezos ni en los ritos sino en la vida real, en el contacto con los demás. Si no lo encontramos ahí, cualquier otra presencia será engañosa.
La concepción dualista que tenemos del mundo y de Dios nos impide descubrirlo. Con la idea de un Dios creador que se queda fuera del mundo, no hay manera de verle en nuestra realidad cotidiana. Pero Dios no es lo contrario del mundo, ni el Espíritu es lo contrario de la materia. La realidad es sensible, pero en la realidad podemos distinguir otro aspecto. Desde el deísmo que considera a Dios como un ser separado y paralelo de los otros seres, será imposible descubrir en las criaturas la presencia de la divinidad.
2) En la Escritura. Si queremos encontrarnos con el Jesús que da Vida, tenemos en las Escrituras un eficaz instrumento. Pero el mensaje de la Escritura no está en la letra sino en la vivencia espiritual que hizo posible el relato. La letra, los conceptos no son más que el soporte en el que se ha querido expresar la experiencia de Dios. Dios habla únicamente desde el interior de cada persona, porque el único Dios que existe es el que fundamenta cada ser. Dios solo habla desde lo hondo del ser. Esa experiencia, expresada, es palabra humana, pero volverá a ser palabra de Dios si nos lleva a la vivencia.
3) Al partir el pan: No se trata de una eucaristía, sino de una manera muy personal de partir y repartir el pan. Referencia a tantas comidas en común, a la multiplicación de los panes, etc. Sin duda el gesto narrado hace también referencia a la eucaristía. Cuando se escribió este relato ya había una larga tradición de su celebración. Los cristianos tenían ya ese sacramento como el rito fundamental de la fe. Al ver los signos, se les abren los ojos y le reconocen. Fijaos, un gesto es más eficaz que toda una perorata sobre la Escritura.
4) En la comunidad reunida. Cristo resucitado solo se hace presente en la experiencia de cada uno, pero solo la experiencia compartida me da la seguridad de que es auténtica. Por eso él se hace presente en la comunidad. La comunidad (aunque sean dos) es el marco adecuado para provocar la vivencia. La experiencia compartida empuja al otro en la misma dirección. El ser humano solo desarrolla sus posibilidades de ser, en la relación con los demás. Jesús hizo presente a Dios amando, es decir, dándose a los demás. Esto es imposible si el ser humano se encuentra aislado y sin contacto alguno con el otro.
El mayor obstáculo para encontrar a Cristo hoy es creer que ya lo tenemos. Los discípulos creían haber conocido a Jesús cuando vivieron con él; pero aquel Jesús, que creían ver, no era el auténtico. Solo cuando el falso Jesús desaparece, se ven obligados a buscar al verdadero. A nosotros nos pasa lo mismo. Conocemos a Jesús desde la primera comunión, por eso no necesitamos buscarle. El verdadero Jesús es nuestro compañero de viaje, aunque es muy difícil reconocerlo en todo aquel que se cruza en nuestro camino.
«Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel»
El seguimiento de Jesús había quedado hecho añicos, y el relato de los dos de Emaús es un excelente testimonio de la desbandada que se produjo tras su muerte. Habían creído en él como el futuro libertador de Israel; como el restaurador de la estirpe de David, pero su fe había muerto al pié de la cruz: «Creíamos que era éste… pero han pasado dos días…». Todo había terminado y era hora de volver a la rutina diaria.
Peor lo tuvieron sus discípulos más cercanos; los que le habían acompañado desde el principio convirtiéndose en sus amigos. En la cena de despedida habían quedado confusos y desconcertados por las palabras y los signos de Jesús. Ya en Getsemaní, huyeron despavoridos cuando un pelotón de guardias y criados lo prendió. Llegados en su huida al cenáculo, se atrancaron por miedo a los judíos, y allí permanecieron angustiados por la suerte de su maestro y posiblemente avergonzados de su cobardía. Pedro tuvo un arranque de valor, pero cuando se vio en peligro negó conocerle.
Al miedo y a la vergüenza se unieron las dudas. La cruz demostraba que Dios no estaba con él, sino con los sacerdotes que lo habían vencido, y esa evidencia tuvo que haber supuesto un golpe brutal para su fe.
Probablemente permanecieron encerrados en Jerusalén hasta que finalizó la Pascua, y probablemente también, salieron de Jerusalén mezclados con los peregrinos que volvían a sus lugares de origen tras su celebración. Mateo nos habla de una cita en Galilea, y Juan sitúa allí al núcleo más íntimo del grupo, que había retomado las ocupaciones previas a la increíble aventura que acababan de vivir.
Todo parecía haber acabado, pero el Espíritu se cruzó en sus vidas haciendo resucitar la fe en el crucificado. Pero ya no era la fe en el mesías davídico que ellos habían albergado en el pasado, sino la fe en “Jesús Señor”; tan cercano a la divinidad que no eran capaces de ponerse de acuerdo para formularla. Para Pedro, «Dios estaba con él», pero Juan se atrevió a mucho más, y en el prólogo de su evangelio dejó plasmada su nueva fe de manera explícita: «La Palabra era Dios».
No sabemos cuál pudo haber sido la experiencia que provocó este salto trascendental en su fe y les movió a creer en él, no ya como un enviado, sino como “El Señor”. Lo que sí sabemos es que provocó un vuelco radical en sus vidas. Porque un tiempo después de haber salido de Jerusalén aterrorizados por miedo a las autoridades, desmoralizados por la muerte de su maestro y sumidos en angustiosas dudas de fe, aquellos hombres se presentaron de nuevo en el Templo afirmando, y empeñando su vida en ello, que lo habían visto vivo después de su muerte:
«Varones israelitas —es Pedro quien les habla— escuchad estas palabras: Jesús de Nazaret, varón probado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales, fue entregado y muerto en la cruz por vosotros por medio de hombres sin Ley. Pero Dios lo resucitó después de soltar las ataduras de la muerte, por cuanto no era posible que fuera dominado por ella; y nosotros somos testigos de ello».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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Lc. 24, 13-35
Estamos de nuevo en el tiempo pascual. El tiempo de recordar y experimentar que Jesús VIVE entre nosotros, con nosotros, ahora y ya para siempre. Es el tiempo del Espíritu que nunca abandonará a su pueblo. Antes de nada vamos a tratar de respondernos con sinceridad: vitalmente ¿en qué tiempo vivimos, en que tiempo vivo yo? O dicho en clave del evangelio de este domingo, ¿seguimos caminando hacia Emaús o estamos volviendo a Jerusalén?
Nos encontramos hoy con la aparición a los discípulos de Emaús. Un texto precioso de Lucas, una de las grandes catequesis pospascuales del NT. Una catequesis que resuena con fuerza en nosotros y que nos puede ayudar a descubrir si estamos realmente viviendo como discípulos y discípulas de Jesús Resucitado o simplemente seguimos llorando y añorando al crucificado.
Porque, como todo el evangelio, este texto tan conocido e impresionante, habla de nosotros. Quizá por eso uno de sus personajes no tiene nombre. ¿No podemos ser nosotros/as el discípulo o discípula sin nombre que acompaña a Cleofés? Pongámosle nuestro nombre y sintámonos protagonistas de esta escena. Sin duda lo somos y lo hemos sido en muchas ocasiones.
Varios rasgos definen al discípulo que acompaña a Cleofés, a ese que lleva nuestro nombre. Parece una persona:
– Que camina cabizbaja y desanimada, conversa y discute, que esperaba, pero que ahora parece que ya no espera “Creíamos…”
¿No caminamos así alguna vez? ¿No nos hemos ido del grupo, alejado de todo? ¿No seguimos “tirando” porque esto es lo que hay y no más? Y a veces, ¿no discutimos y damos vueltas pero seguimos viviendo nuestra fe y nuestra vida, con ese andar cansino de quien no espera que las cosas cambien?
– Que sus ojos son incapaces de reconocerlo a pesar de que camina a su lado, de que los escucha sin reproches, de que les explica el sentido de los acontecimientos…
¿Qué nos impide reconocer a Jesús? ¿Qué cataratas difuminan u ocultan tantos signos de vida que suceden cada día a nuestro lado? ¿Qué cierra los ojos de nuestro corazón cuando leemos las escrituras?
– Que en el fondo sigue buscando pero duda, le cuesta confiar en el testimonio de los demás y, a pesar de sus deseos, sigue diciéndose: “Si, vale, hay rasgos positivos, algo parece que va a cambiar, pero “A Él no lo vieron”
¿Cuándo fue la última vez que afirmamos algo así? ¿Cómo buscamos a Jesús, en qué se ha convertido Él para nosotros? ¿Cuándo dijimos de alguien que generosamente sirve o se sacrifica por los demás, “Sí, a saber lo que busca detrás de eso”? ¿O lo desautorizamos diciendo “son mujeres, son curas, son… qué van a decir?
– Una persona que a pesar de todo se siente atraída por este caminante, que de alguna forma ha conectado con el deseo profundo de su corazón, aunque ni él /ella misma es consciente, y le pide: “Quédate con nosotros”. No porque te haya reconocido… simplemente porque algo me hace desear tu presencia, aunque lo exprese tan pobremente: va a anochecer, falta mucho camino, aquí tenemos nuestra casa…
¿Cuándo hemos vivido algo parecido? ¿A quién hemos invitado a nuestra vida que nos ha abierto los ojos y el corazón? El desanimo no suele ser proactivo, no suele llevarnos a dar el primer paso, pero la compañía, el sacar de nosotros lo que nos va doliendo y la escucha atenta del otro nos ayuda a romper el cerco en la que la tristeza nos ha encerrado. Y por ese resquicio entra el Resucitado y se sienta a la mesa, nos mira a los ojos y nos da su pan. Y ese gesto que, ahora sí, nos recuerda al Maestro a quien queremos, en quien habíamos puesto nuestra esperanza, abre por fin nuestros ojos y nuestro corazón.
Y a partir de este momento los rasgos que definen a este discípulo o discípula que lleva nuestro nombre, que somos nosotros son totalmente distintos:
– Es la persona que reconoce con sus ojos a Jesús en un gesto sencillo y un objeto común, el pan que se bendice y se reparte.
– La que es consciente de que su corazón ardía mientras le escuchaba por el camino aunque no se hubiera dado cuenta, y ahora ya no lo duda a pesar de que es de noche y de que Jesús ha desaparecido.
– Es la que levantándose se pone a caminar hacia Jerusalén, a desandar el camino, ahora con ánimo alegre y deseoso de encontrarse con los demás.
– Es la que comparte con los demás su experiencia de encuentro con el Resucitado y goza con las experiencias expresadas por los Once, por los amigos, por los compañeros….
Y lo mejor es que sin duda también podemos reconocernos en estos rasgos. Somos la persona que acompaña a Cleofés camino de Emaús, la que regresa con él a Jerusalén en plena noche y la que anuncia con valentía que Jesús vive y los ha acompañado por el camino. Porque a Jerusalén no se va, según Lucas “se vuelve”.
Solo volvemos a Jerusalén si nos hemos encontrado con el maestro en cualquier camino a Emaús, solo nos experimentamos como personas nuevas si hemos sido conscientes de nuestra realidad de caminantes a Emaús. Y este camino no se recorre de una vez para siempre, es una buena imagen de toda nuestra vida, siempre amenazada por el desanimo y el cansancio, por una fe raquítica y circunstancias externas que la ponen a prueba; pero una vida animada y sostenida por el Espíritu y la presencia de Jesús Resucitado que siempre camina con nosotros y se nos hace presente en tantos signos de vida y esperanza que se dan en nuestro mundo si dejamos que El mismo nos abra los ojos para reconocerlos.
Comentarios desactivados en Una nueva forma de presencia.
Domingo III de Pascua
26 abril 2020
Lc 24, 15-35
En gran medida, los llamados “relatos de apariciones del resucitado” son catequesis elaboradas, que buscan suscitar la fe en Jesús y promover determinadas actitudes, como la paz, la confianza, la alegría, la misión…
Hablan, para ello, de la presencia de Jesús, pero generalmente con el añadido de que no era fácilmente “reconocible”. Afirman la realidad de su presencia, pero subrayando que esta no es equiparable a su estado anterior.
En el relato que nos ocupa, parece destacar un doble interés catequético: por un lado, ofrecer una interpretación del hecho -para ellos escandaloso- de la cruz y la muerte del Maestro. ¿Cómo Dios pudo “abandonar” a su elegido, permitiendo que muriera a manos de paganos? La respuesta se sitúa en la línea de lo que era la argumentación rabínica: “Estaba escrito», es decir, había un sentido oculto. Por tanto, no ha habido abandono, ni hay motivo para el escándalo: todo entraba dentro de los planes de Dios.
Por otro, invita a “hacer camino” con Jesús, destacando tres lugares donde encontrar su presencia: caminar al lado de la gente, releer la sagrada Escritura y celebrar la eucaristía (“partir el pan”). Constituían, sin duda, los lugares privilegiados donde los discípulos de aquellas primeras comunidades fortalecían y compartían su fe.
El relato muestra que es precisamente ahí donde “reconocen” a Jesús, a la vez que insiste en una cuestión que considera prioritaria: la proclamación de que el Maestro sigue caminando con ellos en todo momento.
Desde una perspectiva genuinamente espiritual, respetando, pero trascendiendo las creencias religiosas y catequéticas, podemos preguntarnos: ¿qué es eso que nos “acompaña” en todo momento y “camina” siempre con nosotros? La respuesta es simple: aquello que somos en profundidad, lo que constituye nuestra identidad profunda.
Solo nos hace falta reconocerlo, o lo que es lo mismo, comprender lo que somos. Es esa comprensión profunda la que, liberándonos de engaños y de sufrimientos inútiles, nos permite estar en casa en todo momento. No es una presencia ajena la que nos sostiene; es sencillamente la presencia que es.
¿Vivo en conexión con la presencia consciente que somos?
Comentarios desactivados en Sinodalidad es caminar hacia Emaús
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- v 13 Dos discípulos se van caminando de Jerusalén.
Los dos de Emaús representan la Iglesia naciente y la nuestra: el camino hacia la fe en el Señor resucitado.
Un discípulo se llamaba Cleofás el otro es anónimo. Podemos poner nuestro nombre.
Es un texto de gran belleza literaria y teológica, que siempre podemos hacer nuestra. Todos somos caminantes, todos entramos caemos en desesperanzas, en ocasiones el atardecer embarga nuestra vida.
Por otra parte, ¡Cuánta gente se “ha ido de Jerusalén”, ha abandonado la fe, la Iglesia!
02.- v 14. iban conversando, se hacían preguntas.
No habían entendido ni lo que había pasado en Jerusalén, ni la Escritura. Sin embargo no pueden olvidar a Jesús, por ello iban “dando vueltas” a lo que había pasado con Jesús. Caminan pensando y discutiendo los problemas de la vida, lo que había supuesto Jesús para ellos.
También nosotros vamos por la vida con muchas preguntas y cuestiones. Tenemos más problemas que respuestas. No entendemos, no acertamos a explicarnos la vida, el mal, la muerte…
03.- Nosotros esperábamos, pero todo ha terminado…
La situación de aquellos dos discípulos era de decepción, de tristeza y desesperanza.
Muchos de los discípulos de Jesús esperaban un Mesías nacional poderoso, triunfante que restaurara la soberanía de Israel frente al Imperio romano. Pero todo ha terminado en el fracaso de la cruz. Por eso se van de Jerusalén, del grupo.
En gran medida esta es también nuestra situación.
Muchos de los que formamos las generaciones adultas del siglo del XXI nos embarga la decepción. Esperábamos tantas cosas…
Esperábamos que la democracia iba a crear una sociedad perfecta y nos iba a liberar de los males de la dictadura.
Esperábamos que el Concilio iba a suponer un Pentecostés para la Iglesia y una oxigenación, pero hemos vivido un largo post-concilio de involución y el papa Francisco a duras penas puede con la sinodalidad.
Probablemente muchos proyectos personales, matrimoniales, familiares se han derrumbado o no se han realizado.
La cuestión radical es ¿qué esperamos de la vida? y ¿de dónde o de quién esperamos la realización de tal esperanza? Ser adultos es amontonar desilusiones y decepciones, pero mantener la esperanza y seguir caminando.
04.- v 27. Jesús les explica las Escrituras.
Jesús se acerca. El Señor siempre se acerca aunque tampoco nosotros no acertemos a reconocerle…
Jesús no se hace presente en forma de “visiones o apariciones iluminadas”, sino en el prójimo, en los acontecimientos de la vida.
Les explica las Escrituras. Explicar el Evangelio no es lo mismo que explicar el catecismo. Uno puede conocer todo el catecismo y ser increyente. Hemos llegado a una situación en la que el Evangelio necesitara del filtro del catecismo para ser auténtico. El Evangelio está liberadoramente por encima del catecismo.
Estos días se presentaba un libro de JM Castillo: “Declive de la Religión y futuro del Evangelio”. Y decía JM Castillo que Evangelio y Religión son incompatibles, pero la Iglesia las ha fundido y confundido”.
Conocer las Escrituras no es saberse de memoria la Biblia, sino creer.
Explicar y entender las Escrituras es amar el Evangelio, la razón, la cultura, el misterio de la vida.
05.- v 29. Quédate con nosotros, que atardece…
Es una hermosa, una gran oración. El camino de Emaús son vísperas de un acto de fe profundo y ardiente
La vida tiene muchos atardeceres en los que no vemos la luz ni el camino, porque quedamos bloqueados por una mala situación personal por una ruptura, por un mal momento de salud, por una situación eclesiástica que nos deja el corazón helado… No faltan atardeceres y “noches oscuras” del alma y del cuerpo, incluida la noche final.
En muchas situaciones nos será más que suficiente esta nostalgia de que el Señor se quede con nosotros.
06.- vv 30-31 Se les abrieron los ojos y le reconocieron al partir el pan. La Eucaristía.
Este relato de los dos de Emaús es una Eucaristía. Le reconocieron al partir el pan.
A Cristo se le reconoce al partir el pan, al compartir el pan.
La Eucaristía no consiste en la perfección de los ritos, cuanto en una vida que comparte el pan.
Reconocemos a Cristo cuando hay Eucaristía y hay Eucaristía cuando compartimos el pan: misiones, pobres, Aterpe, entrega a nuestras tareas, cuando compartimos la cultura, cuando guiamos a quienes la vida puesto en nuestras manos, la solidaridad.
07.- v 32 ¿No ardía nuestro corazón? Las brasas de Emaús
Las ideas mueven el mundo, y es verdad porque las ideas mueven el corazón. San Agustín decía que solamente se conoce lo que se ama.
Jesús no fue un ideólogo, sino que se pasó la vida haciendo el bien: curando enfermos, sanando al que sufre…
El cristianismo no es solamente cuestión de ideas super-precisas, de teologías y doctrinas, mucho menos de leyes. Creer en la resurrección es dejarse tocar por la misericordia de Dios”, sino que ha de arder el corazón.
El momento político-cultural-eclesiástico que vivimos no es precisamente cálido, amable. Nietzsche –a mediados el siglo XIX- ya nos había condenado a vivir en un gran frío, en el vacío, en la nada:
¿No vamos errantes a través de una nada infinita? ¿No nos absorbe el espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene la noche para siempre jamás más y más noche? ¿No olemos todavía la nada de la corrupción divina? [1]
08.- v 33 Se volvieron a Jerusalén y dijeron: ¡es verdad ha resucitado!
El testimonio y la misión, el grupo, los Once, están presentes en los relatos de la resurrección. Siempre hay alguien: Magdalena, el Discípulo Amado, Pedro. Hoy los dos de Emaús, que terminan dando testimonio y anunciando la Vida, al resucitado.
¿Cómo anunciar hoy la Vida de modo que salgamos de esta noche? No es una cuestión simple, mucho menos una cuestión legal. ¿Quién nos explicará las Escrituras? Ciertamente la ciencia y la cultura, nos pueden explicar algunas cosas, pero solamente el Señor nos hará comprender la vida.
Sinodalidad es “caminar juntos” como los dos de Emaús.
Quédate con nosotros, que atardece…
[1] NIETZSCHE, F. La ciencia gaya, Obras III, 125 (74.141).
Comentarios desactivados en “Dos experiencias clave”. 26 de abril de 2020. 3 Pascua (A). Lucas 24, 13-35.
Al pasar los años, en las comunidades cristianas se fue planteando espontáneamente un problema muy real. Pedro, María Magdalena y los demás discípulos habían vivido experiencias muy «especiales» de encuentro con Jesús vivo después de su muerte. Experiencias que a ellos los llevaron a «creer» en Jesús resucitado. Pero los que se acercaron más tarde al grupo de seguidores, ¿cómo podían despertar y alimentar esa misma fe?
Este es también hoy nuestro problema. Nosotros no hemos vivido el encuentro con el Resucitado que vivieron los primeros discípulos. ¿Con qué experiencias podemos contar nosotros? Esto es lo que plantea el relato de los discípulos de Emaús.
Los dos caminan hacia sus casas, tristes y desolados. Su fe en Jesús se ha apagado. Ya no esperan nada de él. Todo ha sido una ilusión. Jesús, que los sigue sin hacerse notar, los alcanza y camina con ellos. Lucas expone así la situación: «Jesús se puso a caminar con ellos, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo». ¿Qué pueden hacer para experimentar su presencia viva junto a ellos?
Lo importante es que estos discípulos no olvidan a Jesús; «conversan y discuten» sobre él; recuerdan sus «palabras» y sus «hechos» de gran profeta; dejan que aquel desconocido les vaya explicando lo ocurrido. Sus ojos no se abren enseguida, pero «su corazón comienza a arder».
Es lo primero que necesitamos en nuestras comunidades: recordar a Jesús, ahondar en su mensaje y en su actuación, meditar en su crucifixión… Si, en algún momento, Jesús nos conmueve, sus palabras nos llegan hasta dentro y nuestro corazón comienza a arder, es señal de que nuestra fe se está despertando.
No basta. Según Lucas es necesaria la experiencia de la cena eucarística. Aunque todavía no saben quién es, los dos caminantes sienten necesidad de Jesús. Les hace bien su compañía. No quieren que los deje: «Quédate con nosotros». Lucas lo subraya con gozo: «Jesús entró para quedarse con ellos». En la cena se les abren los ojos.
Estas son las dos experiencias clave: sentir que nuestro corazón arde al recordar su mensaje, su actuación y su vida entera; sentir que, al celebrar la eucaristía, su persona nos alimenta, nos fortalece y nos consuela. Así crece en la Iglesia la fe en el Resucitado.
Comentarios desactivados en “Lo reconocieron al partir el pan”. Domingo 26 de abril de 2020. 3º Domingo de Pascua
Leído en Koinonia:
Hch 2,14.22-33: No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio Salmo responsorial 15: señor, me enseñarás el sendero de la vida 1Pe 1,17-21: Los rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto Lc 24,13-35: Lo reconocieron al partir el pan
En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, encontramos a Pedro pronunciando su primera predicación pospascual, dirigida tanto a los judíos presentes como a todos los habitantes de Jerusalén. El sermón es de tipo kerigmático, con la presentación de tres aspectos de la vida de Jesús, que componen el credo de fe más antiguo del cristianismo: un Jesús histórico, acreditado por Dios con milagros, prodigios y señales; su muerte a mano de las autoridades judías, y finalmente, su resurrección obrada por Dios para salvación de toda la humanidad. Pedro termina su discurso con un sello de autenticidad: de todo esto, «nosotros somos testigos» (Hch 2,32). Creer en Jesús resucitado era reconocerlo como Mesías, lo que según las Escrituras, abría las puertas para su segunda venida y el fin del mundo. Esto explica las actitudes de recogimiento y miedo que llevan a los discípulos a encerrarse bajo llave. Sin embargo, Pentecostés cambia para siempre las cosas, pues antes que miedo por el fin del mundo, el Espíritu les indica que el mundo apenas comienza, y que la iglesia que acaba de nacer tiene el compromiso de contribuir en la reconstrucción de este mundo con la clave del amor. Así comenzó la Iglesia su misión, cambiando los miedos del fin del mundo, por la alegría, el optimismo y el compromiso de hacer que cada mañana el mundo nazca con más amor, justicia y paz.
La referencia a la primitiva comunidad cristiana nos hace descubrir la importancia que la praxis del amor y de la solidaridad tuvo en el surgimiento del cristianismo. No fue sin más una teoría, sino un cambio de vida, una praxis, una transformación social, lo que estaba en juego. Importante tenerlo presente, cuando tantos piensan que el cristianismo es cuestión de aceptar intelectualmente un paquete de verdades, teorías o dogmas.
En la segunda lectura, el apóstol Pedro hace un llamado a mantener la fidelidad a Dios aún en situaciones de destierro, desplazamiento, marginación o exclusión, porque Dios, en un nuevo Exodo, nos libera de una sociedad sometida a leyes injustas e inhumanas, que protegen sólo al que paga con oro o plata. Esta liberación fue asumida por Jesús con el sello de su propia sangre, como una opción de amor, consciente y voluntaria, por los hombres y mujeres del mundo entero. El precio que debemos pagar a Jesús por tanta generosidad, no es con oro ni plata, sino, dando vida a los hermanos que siguen muriendo, víctimas de la injusticia y la deshumanización. Eso será realmente «devolver con la misma moneda».
En el evangelio, dos discípulos, que no eran del grupo de los once (v.33) se dirigen a Emaús. Probablemente se trata de un hombre y una mujer, casados, (también había mujeres discípulas), que regresaban a su pueblo natal frustrados por los últimos acontecimientos de la capital. Mientras conversaban, Jesús se acerca y comienza a caminar con ellos, al fin y al cabo es el Emmanuel. Pero ellos no pueden reconocerlo, sus ojos están cerrados. ¿Por qué? Porque en el fondo todavía tenían la idea de un mesías profeta-nacionalista, que conquistaría el mundo entero para ser dominado por las autoridades de Israel, un mesías necesariamente triunfador… Por eso, estaban viendo en la cruz y en la muerte del maestro, el fracaso de un proyecto en el cual habían puesto sus esperanzas.
Serán las Escrituras las primeras gotas que Jesús echa en los ojos del corazón de estos discípulos, para que puedan ver y entender que no es con el triunfalismo mesiánico, sino con el sufrimiento del siervo de Yavé, como se conquista el Reino de Dios; un sufrimiento que no es masoquismo, sino un cargar conscientemente con las consecuencias de la opción de amar a la humanidad, actitud difícil de entender en una sociedad dominada por un poder de dominio que mata a quien se interpone en su camino. Por la vida, hasta dar la misma vida, es el testimonio de Jesús ante sus dos compañeros.
El relato de los discípulos de Emaús es una pieza bellísima, evidentemente teológica, literaria. No es, en absoluto, una narración ingenua directa de un hecho tal como sucedió. Es una composición elaborada, simbólica, que quiere dar un mensaje. Y como todo símbolo, que no lleva adjunto un manual de explicación, permanece «abierto», es decir, es susceptible de múltiples interpretaciones. Y desde cada nuevo contexto social, en cada nueva hora de la historia, los creyentes se confrontarán con ese símbolo y extraerán nuevas lecciones… Leer más…
Comentarios desactivados en 26.4.2020. Dom 3 de Pascua. Lc 24, 13-35. Emaús: Iglesia en huida, en salida, en retorno (con CELAM, Santo Domingo 1992)
Del blog de Xabier Pikaza:
Un texto clave en la historia de la Iglesia y teología contemporánea.
Este evangelio de Emaús es una parábola del origen y sentido actual de la Iglesia y debe leerse desde Lc 24 y Hch 1-2. Fue el texto clave de la Conferencia del CELAM de Santo Domingo, a los 500 años del “descubrimiento” de América.
El Papa Juan Pablo II, en el apogeo de su reforma eclesial, quiso imponer en Santo Domingo, para América Latina, un documento que respondiera a su concepción del cristianismo, oponiéndose a todo lo que fuera libertad y “teología de la liberación”. Hubo una lucha dura en las sesiones y en la redacción del documento.
Yo estaba por entonces en América y tuve ocasión de seguir casi por dentro el despliegue y redacción final del documento, que pudo hacerse gracias a la inmensa labor pastoral, teológica y eclesial de Luciano Mendes de Almeida SJ (1930‒2006), que era entonces la voz más autorizada del episcopado brasileño, presidente de la comisión redactora del documento.
Antes el impasse y choque entre una visión más romano‒polaca y una más americano‒liberadora, L. Mendes, optó por tomar el pasaje de Emaús como punto de partida y eje dogmático‒pastoral del documento, balanceando sus diversos elementos, que podían entenderse de diversas formas, desde la perspectiva en que se situaran los lectores:
‒ Los fugitivos de Emaús podían representar una iglesia‒en‒huida, un “cristianismo de transformación mesiánico‒social”: Habían esperado que llegara el Reino en poder, pero murió Jesús, pasaron tres días y por eso huían (es decir, se desapuntaban). Esta imagen podía aplicarse a los decepcionados por el “fracaso” de los sueños de liberación, pero también a los decepcionados de una Iglesia de Roma que no había entendido plenamente la novedad del evangelio.
‒ Iglesia en salida. Los “fugitivos” de Emaús podían huir según eso de un tipo de teología de Roma (de Jerusalén) cerrada en sí misma. Frente a la iglesia en salida que hoy (año 2020) está pidiendo el papa Francisco, estos dos que iban de vuelta hacia Emaús podían ser una iglesia en huida, quizá por decepción ante Jesús, quizá por decepción de iglesia… Pero esa huida podía entenderse también como salida para retomar el verdadero mesianismo de Jesús (en la línea que el Papa Francisco decía Evangelii Gaudium 2013). Estos “fugitivos” podían ser fermento nuevo, y así tenían que salir de una iglesia (Jerusalén‒Roma) cerrada en sí misma, buscar nuevas y más hondas experiencias.
‒ Iglesia en revelación… Nuevo descubrimiento del evangelio. Los de Jerusalén‒Roma parecían cerrados en su pasivismo… Por el contrario, estos de Emaús podían salir de Jerusalén en protesta, retirándose a Emaús, una zona‒ciudad que los arqueólogos actuales no acaban de fijar, pero que bíblicamente se refiere a la historia de los Macabeos que habían comenzado en aquella zona su alzamiento del 167 a.C. Había que volver allí, para aprender mejor la historia de Jesús, para compartir su camino de liberaciòn. Significativamente, el evangelio de Lucas ha silenciado la novedad posible de la experiencia pascual de Jerusalén‒Roma, para reiniciar el camino de Jesús desde Emaús.
‒ Iglesia en retorno… Los fugitivos de Emaús vuelven a Jerusalén con su nueva experiencia, su teología, su eucaristía, su ardor… Ellos son para Lucas el fundamento teológico y experiencial de la Iglesia… Así los quiso presentar Mons. Luciano Mendes de Almeida que redactó (según se dice) de un modo personal y apresurado los primeros capítulos del Documento de Santo Domingo, pudiendo iluminar desde ellos todo el resto del documento.
Los números introductorios de ese Documento de Santo Domingo, retomando los motivos pascuales de Emaús, fueron el gran “milagro” de la conferencia de Santo Domingo, a los 500 años del “descubrimiento” de América. Son números de un gran jesuita (quizá el más significativo del último siglo, con Mons. Martini y el Papa Francisco), que pueden leerse desde las dos vertientes. (a) Fueron aprobados por el lobby vaticano, no podían ser de otra manera; venían de la Biblia… (b) Fueron también aceptados por el grueso de los obispos de América Latina, que, en aquel tiempo seguían todavía vinculados en gran parte al espíritu de Medellín y a la teología de la liberación.
Quien quiera entender el texto de Emaús desde el documento de Santo Domingo: https://www.celam.org/documentos/Documento_Conclusivo_Santo_Domingo.pdf A continuación, para los que quieran seguir leyendo, ofrezco mi propia interpretación pastoral y teológica. Buen domingo pascual a todos.
LECTURA BÁSICA DEL TEXTO
Experiencia de Emaús. El comienzo.
El texto es una joya de teología narrativa : la verdad no se argumenta ni demuestra a base de razones; la verdad viene a expresarse en forma de relato; sólo convence quien sepa contar una historia de forma que su verdad (su mensaje) vuelva a hacerse presenta allí donde se cuenta.
Y he aquí que dos de ellos (del grupo de Once y los otros: cf 24,9), en aquel mismo día caminaban hacia una aldea llamada Emaús, que distaba como una sesenta estadios de Jerusalén. Y ellos dialogaban entre sí sobre todas estas cosas que habían acontecido. Y sucedió que mientras dialogaban y hablaban el mismo Jesús se acercó y caminaba con ellos. Y sus ojos estaban cerrados, para no reconocerle. Y él les dijo: – ¿Qué son esas palabras que os decís entre vosotros, mientras camináis? Y ellos se pararon, quedando tristes. Y uno, llamado Cleofás, respondiéndole le dijo: – ¿Eres tú el único habitante de Jerusalén que ignoras las cosas que han pasado en ella en estos días? Y les preguntó: ¿Cuáles? Y ellos le dijeron: – Las referentes a Jesús de Nazaret, que fue varón profeta, poderoso en acción y palabra, ante Dios y ante todo el pueblo, cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, en juicio de muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera quien debía redimir a Israel, pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días… (Lc 24, 13-21)
Estos fugitivos de Emaús son signo de todos los han ido caminando con Jesús pero después se han decepcionado. No pueden entender la cruz, no saben situar su muerte en el esquema salvador del reino: ¡pensábamos que tenía que redimir a Israel! Como fracasados escapan, huyendo de su propia historia, del pasado de su encuentro con Jesús, con la esperanza rota.
Escapan y sin embargo siguen hablando de Jesús, como si tuvieran necesidad de recrear su recuerdo, de recuperar su figura. Uno se llama Cleofás (24, 18). El otro permanece innominado (¿su mujer Maria, una hermana, un amigo?). Si María, la mujer de Cleofás que estaba bajo la cruz (cf. Jn 19, 25) es la misma que ahora acompaña a Cleofás (y este Cleofás es el mismo de aquel texto), tenemos que afirmar que ella no cree, ni ella ni su marido, que vuelven a su casa.
Sea como fuere, ellos abandonan un tipo de comunidad donde sigue reunido el resto de discípulos incrédulos con las mujeres creyentes (cf 24, 9-10.33-35). Parecen el comienzo del fin; empieza a disgregarse el grupo que Jesús había formado a lo largo de su vida. Escapan de Jesús, pero le llevan en su mente y conversación (cf. Lc 24, 14). Pues bien, la misma huida viene a convertirse en principio de un nuevo encuentro.
Muchas veces resulta necesaria la distancia: separarse del lugar de la experiencia inmediata, tomar tiempo para revivir lo que ha pasado. Quien no sufra el choque fuerte del fracaso de Jesús, quien no sienta la tentación de escaparse no podrá entender el evangelio. Ese momento de decepción, ese intento de evadirse de recuperar la tranquilidad de un pasado sin cruz, constituye un elemento integrante de la resurrección cristiana.
Sentido básico
Al principio hallamos dos fugitivos de Jerusalén (que para Lucas es principio y centro de la nueva comunidad). Son dos, como los ángeles de la tumba vacía, pues sólo así pueden ser testigos oficiales de aquello que han visto y oído. Escapan de la comunidad incrédula (que no ha escuchado el testimonio de las mujeres), pero Jesús les sale al paso y ellos, tras haberle descubierto en la fracción del pan, vuelven a Jerusalén, hallando a la comunidad reunida en confesión creyente: ¡ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón! (Lc 24, 34).
No han ido con las mujeres al sepulcro, para ungir al cuerpo muerto, ni quedan en Jerusalén, como los otros; huyen. Es como si tuvieran más dolor; como si la aventura de Jesús hubiera terminado, como un bello y mentiroso engaño.
Cuanto antes pudieran olvidarla mejor: parecen suponer que la vida no se puede edificar sobre recuerdos vacíos, palabras vanas, como las que dicen las mujeres del sepulcro (cf Lc 24, 11-22). Escapan por los caminos del olvido imposible, y para que Cristo les haga retornar a su mensaje y vida necesitan más razones que la catequesis pascual de las mujeres: a ellas les bastaba el recuerdo de aquello que Jesús había dicho, al borde de su tumba vacía.
Estos necesitan toda la Escritura y la fracción del pan: tendrán que ver a Jesús para creer, aunque no necesitarán fijarse de un modo detallado en sus manos y pies (como la iglesia pascual de Jn 20, 20 y Lc 24, 40). De esa manera, su misma incredulidad se hará motivo de una más honda y larga catequesis. Son muchos los motivos que podemos destacar en esta catequesis de la pascua.
–Hermenéutica. El texto es ya proceso hermenéutico: un camino personal, comprometido, que nos lleva a una nueva comprensión de la Escritura, a partir del Cristo muerto (y a una nueva comprensión de Cristo a partir de la Escritura). Los judíos tanaítas (rabínicos) interpretarán la Biblia de Israel a partir de su nueva experiencia social, desde el fondo de las tradiciones nacionales, que sirven para interpretar la ley antigua. Los cristianos, en cambio, han interpretado la Ley y los Profetas desde el Cristo.
– Teodicea, revelación de Dios. La pascua cristiana es más que interpretación de un libro, es descubrimiento de Dios que se manifiesta por medio de Jesús como vencedor sobre la muerte. Este era el tema clave, esta la tarea del judaísmo: querían reconocer la presencia de Dios, verle del todo. Pues bien, los cristianos afirman que lo han hecho: han visto al Dios de Israel en Jesús crucificado. Por eso, la pascua es una experiencia de iluminación transformadora: los antiguos fugitivos descubren que su vida cambia al ver a Jesús resucitado.
– Experiencia de conversión. La pascua puede y debe interpretarse como experiencia de nuevo nacimiento, transformación humana. En contra de una tendencia normal del judaísmo legalista (y de una práctica normal de los cristianos en la iglesia), la conversión no es aquí el punto de partida o presupuesto para encontrar a Dios, sino al contrario: el encuentro con Dios que funda la conversión de los humanos. Jesús resucitado transforma a los fugitivos de Emaús, haciéndoles volver a la comunidad. Según eso, la pascua es nacimiento de lo humano.
– Eucaristía. El relato ha recibido una forma eucarística, que comienza por la liturgia de la palabra (nuevo conocimiento) y culmina en la celebración sacramental (fracción del pan). Lucas ha narrado así, de un modo insuperable, la primera gran fiesta pascual de la Cena de Jesús, destacando paso a paso sus momentos principales.
El desconocido de pascua. Catequesis del camino.
Se suele decir que no existe verdadera conversación si es que no viene “un tercero” para ofrecer nueva luz. Pues así viene Jesús, como un desconocido, que empieza preguntando: se interesa por el dolor de los fugitivos y permite que ellos hablen y digan aquello que esperaban (liberación de Israel) y aquello que ahora sufren (fracaso de Jesús). Para que la conversación resulte verdadera debemos empezar acogiendo la palabra de los otros, no sólo para aprender lo que ellos digan sino también (y sobre todo) para dejar que ellos se expresen y con ello manifiesten su verdad, su intimidad más honda. Como buen dialogante,
Jesús les ha invitado a decir, a recordar otra vez, quizá en nueva perspectiva, aquello que ha sido su deseo, aquello que ahora es su decepción. La experiencia pascual viene a expresarse a través de un diálogo que, de manera casi lógica, termina por centrarse en los grandes argumentos de la historia: el sentido del dolor y la fuerza creadora de la comunión. ¿No sabéis que el Cristo debía padecer? Así empieza el primer argumento del desconocido:
¡Oh faltos de mente y duros de corazón para creer todas las cosas que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y entrara así en su gloria? Y comenzando por Moisés y por todos los profetas les fue interpretando en todas las Escrituras todas las cosas que se referían a él (24, 25-27).
Los fugitivos no entendían el sentido de la muerte de Jesús. Esperaban que acabara (que viniera) como Mesías triunfador, para imponerse con la fuerza de su gloria (con las armas, si es que fuere necesario); pero han visto cómo ha muerto: fracasado, crucificado. Esperaban la restauración nacional, política, del reino de Israel y han asistido a la muerte del pretendiente mesiánico. Sobre esa derrota de Jesús sólo resultan posibles las habladurías fantasmales de “mujeres” que dicen ver al ángel de Dios ante un sepulcro misteriosamente vacío (cf. 24, 22). Leer más…
Los profetas de Israel siempre nadaron contra corriente. Cuando la situación parecía buena desde el punto de vista político, social y económico, denunciaron las injusticias y la corrupción religiosa. Cuando todo iba mal, como después del destierro a Babilonia (en el siglo VI a.C.), transmitieron al pueblo un mensaje de esperanza y consuelo. En estos momentos tan duros, las apariciones de Jesús resucitado desean fomentar nuestra esperanza en un futuro mejor, después de pasar por la trágica experiencia del dolor y la muerte, como le ocurrió a Jesús.
Hay que olvidar lo que sabemos
Para comprender el relato de los discípulos de Emaús hay que olvidar todo lo leído en los días pasados, desde la Vigilia del Sábado Santo, a propósito de las apariciones de Jesús. Porque Lucas ofrece una versión peculiar de los acontecimientos. Al final de su evangelio cuenta solo tres apariciones:
1) A todas las mujeres, no a dos ni tres, se aparecen dos ángeles cuando van al sepulcro a ungir el cuerpo de Jesús.
2) A dos discípulos que marchan a Emaús se les aparece Jesús, pero con tal aspecto que no pueden reconocerlo, y desaparece cuando van a comer.
3) A todos los discípulos, no sólo a los Once, se aparece Jesús en carne y hueso y come ante ellos pan y pescado.
Dos cosas llaman la atención comparadas con los otros evangelios: 1) las apariciones son para todas y para todos, no para un grupo selecto de mujeres ni para sólo los once. 2) La progresión creciente: ángeles – Jesús irreconocible – Jesús en carne y hueso.
Jesús, Moisés, los profetas y los salmos
Hay un detalle común a los tres relatos de Lucas: las catequesis. Los ángeles hablan a las mujeres, Jesús habla a los de Emaús, y más tarde a todos los demás. En los tres casos el argumento es el mismo: el Mesías tenía que padecer y morir para entrar en su gloria. El mensaje más escandaloso y difícil de aceptar requiere que se trate con insistencia. Pero, ¿cómo se demuestra que el Mesías tenía que padecer y morir? Los ángeles aducen que Jesús ya lo había anunciado. Jesús, a los de Emaús, se basa en lo dicho por Moisés y los profetas. Y el mismo Jesús, a todos los discípulos, les abre la mente para comprender lo que de él han dicho Moisés, los profetas y los salmos. La palabra de Jesús y todo el Antiguo Testamento quedan al servicio del gran mensaje de la muerte y resurrección.
La trampa política que tiende Lucas
Para comprender a los discípulos de Emaús hay que recordar el comienzo del evangelio de Lucas, donde distintos personajes formulan las más grandes esperanzas políticas y sociales depositadas en la persona de Jesús. Comienza Gabriel, que repite cinco veces a María que su hijo será rey de Israel. Sigue la misma María, alabando a Dios porque ha depuesto del trono a los poderosos y ensalzado a los humildes, porque a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Los ángeles vuelven a hablar a los pastores del nacimiento del Mesías. Zacarías, el padre de Juan Bautista, también alaba a Dios porque ha suscitado en la casa de David un personaje que librará al pueblo de Israel de la opresión de los enemigos. Finalmente, Ana, la beata revolucionaria de ochenta y cuatro años, habla del niño Jesús a todos los que esperan la liberación de Jerusalén. Parece como si Lucas alentase este tipo de esperanza político-social-económica.
Del desencanto al entusiasmo
El tema lo recoge en el capítulo final de su evangelio, encarnándolo en los dos de Emaús, que también esperaban que Jesús fuera el libertador de Israel. No son galileos, no forman parte del grupo inicial, pero han alentado las mismas ilusiones que ellos con respecto a Jesús. Están convencidos de que el poder de sus obras y de su palabra va a ponerlos al servicio de la gran causa religiosa y política: la liberación de Israel. Sin embargo, lo único que consiguió fue su propia condena a muerte. Ahora sólo quedan unas mujeres lunáticas y un grupo se seguidores indecisos y miedosos, que ni siquiera se atreven a salir a la calle o volver a Galilea. A ellos no los domina la indecisión ni el miedo, sino el desencanto. Cortan su relación con los discípulos, se van de Jerusalén.
En este momento tan inadecuado es cuando les sale al encuentro Jesús y les tiene una catequesis que los transforma por completo. Lo curioso es que Jesús no se les revela como el resucitado, ni les dirige palabras de consuelo. Se limita a darles una clase de exégesis, a recorrer la Ley y los Profetas, espigando, explicando y comentando los textos adecuados. Pero no es una clase aburrida. Más tarde comentarán que, al escucharlo, les ardía el corazón.
El misterioso encuentro termina con un misterio más. Un gesto tan habitual como partir el pan les abre los ojos para reconocer a Jesús. Y en ese mismo momento desaparece. Pero su corazón y su vida han cambiado.
Los relatos de apariciones, tanto en Lucas como en los otros evangelios, pretenden confirmar en la fe de la resurrección de Jesús. Los argumentos que se usan son muy distintos. Lo típico de este relato es que a la certeza se llega por los dos elementos que terminarán siendo esenciales en las reuniones litúrgicas: la palabra y la eucaristía.
Del entusiasmo al aburrimiento
Por desgracia, la inmensa mayoría de los católicos ha decidido escapar a Emaús y casi ninguno ha vuelto. «La misa no me dice nada». Es el argumento que utilizan muchos, jóvenes y no tan jóvenes, para justificar su ausencia de la celebración eucarística. «De las lecturas no me entero, la homilía es un rollo, y no puedo comulgar porque no me he confesado». En gran parte, quien piensa y dice esto, lleva razón. Y es una pena. Porque lo que podríamos calificar de primera misa, con sus dos partes principales (lectura de la palabra y comunión) fue una experiencia que entusiasmó y reavivó la fe de sus dos únicos participantes: los discípulos de Emaús. Pero hay una grande diferencia: a ellos se les apareció Jesús. La palabra y el rito, sin el contacto personal con el Señor, nunca servirán para suscitar el entusiasmo y hacer que arda el corazón.
Los discípulos de Emaús
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
― ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:
― ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?
Él les preguntó:
― ¿Qué?
Ellos le contestaron:
― Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.
Entonces Jesús les dijo:
― ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo:
― Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron:
― ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
― Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
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“Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.”
Nos ponemos en marcha, en camino, como los dos discípulos que iban a Emaus.
Y es que esto de la resurrección es un proceso.
La Vigilia Pascual tiene un día señalado en el calendario pero el encuentro de cada una con el resucitado no tiene por qué coincidir. Tampoco las primeras discípulas de Jesús se encontraron con el resucitado en el mismo momento ni de la misma manera.
Dios es mucho más original, mucho más sorprendente y, sobre todo, mucho más delicado. Nos conduce y sabe lo que necesitamos.
Sabe que hay personas que no pueden esperar a que amanezca y que llegarán al sepulcro al despuntar la aurora, como María Magdalena, sabe que otras correrán y creerán, al mismo tiempo que otras tomarán el camino contrario alejándose de Jerusalén, de Jesús.
Los dos de Emaus se marchan abrumados por una realidad que a sus ojos tiene un único nombre: FRACASO. Mientras caminan comparten sus esperanzas rotas. Conversan y discuten. Se hacen preguntas. Pero andan enredados en un torbellino sin salida.
Así el resucitado se hace presente sin ser reconocido y lo primero que hace es escucharles. Dejar que desahoguen el corazón.
¡Cuánta ternura y delicadeza en este gesto del resucitado! Él, que conoce mejor que nadie lo que ha sucedido, se deja contar la historia por dos discípulos que van abandonando el seguimiento…
Jesús sigue empeñado en que no se pierda ni uno solo y hace con cada una de nosotras el camino. Aun cuando el camino sea equivocado.
Sabe que lo mejor para nosotras es que Le sigamos, pero cuando la vida nos llena de dudas y decidimos caminar otro camino, nos acompaña. Pierde el tiempo con nosotras. Nos escucha, nos habla. Se toma tiempo para transformarnos.
Hace arder nuestros corazones.
Oración
Nuestra oración de hoy puede ser la misma súplica de los dos de Emaus: “-¡Quédate con nosotras porque atardece y el día va de caída! ¡Quédate!
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Lc 24, 13-35
Por tercer domingo consecutivo se nos propone un relato enmarcado en el “primer día de la semana”. Estos dos discípulos pasan, de creer en un Jesús profeta pero condenado a una muerte destructora, a descubrirlo vivo y dándoles Vida. De la desesperanza, pasan a vivir la presencia de Jesús. Se alejaban de Jerusalén tristes y decepcionados; vuelven a toda prisa, contentos e ilusionados. El pesimismo les hace abandonar el grupo, el optimismo les obliga a volver para contar la gran noticia.
El relato de los discípulos de Emaús, es un prodigio de teología narrativa. En ella podemos descubrir el verdadero sentido de los relatos de apariciones. El objetivo de todos ellos es llevarnos a participar de la experiencia pascual que los primeros seguidores de Jesús vivieron. En ningún caso intentan dar noticias de acontecimientos históricos. Los dos discípulos de Emaús no son personas concretas, sino personajes. No quiere informarnos de lo que pasó una vez, sino de lo que les está pasando cada día a los discípulos de Jesús.
Es Jesús quien toma la iniciativa, como sucede siempre en los relatos de apariciones. Los dos discípulos se alejaban de Jerusalén decepcionados por lo que le había pasado a Jesús. Solo querían apartar de su cabeza aquella pesadilla. Pero a pesar del desengaño sufrido por su muerte y muy a pesar suyo, van hablando de Jesús. Lo primero que hace Jesús es invitarles a desahogarse, les pide que manifiesten toda la amargura que acumulaban. La utopía que les había arrastrado a seguirlo, había dado paso a la más absoluta desesperanza. Pero su corazón todavía estaba con él, a pesar de su horrible muerte.
En este sutil matiz, podemos descubrir una pista para explicar lo que les sucedió a los primeros seguidores de Jesús. La muerte les destrozó, y pensaron que todo había terminado; pero a nivel subconsciente, permaneció un rescoldo que terminó siendo más fuerte que las evidencias tangibles. En el relato de la conversión de Pablo, podemos descubrir algo parecido. Perseguía con ahínco a los cristianos, pero sin darse cuenta, estaba subyugado por la figura de Jesús y en un momento determinado, cayó del burro.
La manera en que el relato describe el reconocimiento (después de haber caminado y discutido con él durante tres kilómetros) y la instantánea desaparición, nos indican claramente que la presencia de Jesús, después de su muerte, no es la de una persona normal. Algo ha cambiado tan profundamente, que los sentidos ya no sirven para reconocer a Jesús. Estos pormenores nos vacunan contra la tentación de interpretar de manera física los detalles de los relatos que nos hablan de Jesús después de su muerte.
Nosotros esperábamos… Esperaban que se cumplieran sus expectativas. No podían sospechar que aquello que esperaban, se había cumplido. Fijaos bien, como refleja esa frase nuestra propia decepción. Esperamos que la Iglesia… Esperamos que el Obispo… esperamos que el concilio… Esperamos que el Papa… Esperamos lo que nadie puede darnos y surge la desilusión. Lo que Dios puede darnos ya lo tenemos. El desengaño es fruto de una falsa esperanza. Por no esperar lo que Jesús da, la desilusión está asegurada.
No es Jesús el que cambia para que le reconozcan, son los ojos de los discípulos los que se abren y se capacitan para reconocerle. No se trata de ver algo nuevo, sino de ver con ojos nuevos lo que tenían delante. No es la realidad la que debe cambiar para que nosotros la aceptemos. Somos nosotros los que tenemos que descubrir la realidad de Jesús Vivo, que tenemos delante de los ojos, pero que no vemos. Hay momentos y lugares donde se hace presente Jesús de manara especial, si de verdad sabemos mirar.
1) En el camino de la vida. Después de su muerte, Jesús va siempre con nosotros en nuestro caminar. Pero el episodio nos advierte que es posible caminar junto a él y no reconocerlo. Habrá que estar mucho más atento si, de verdad, queremos entrar en contacto con él. Es una crítica a nuestra religiosidad demasiado apoyada en lo externo. A Jesús ya no lo vamos a encontrar en el templo ni en los rezos sino en la vida real, en el contacto con los demás. Si no lo encontramos ahí, cualquier otra presencia será engañosa.
La concepción dualista que tenemos del mundo y de Dios nos impide descubrirle. Con la idea de un Dios creador que se queda fuera del mundo, no hay manera de verle en la realidad material. Pero Dios no es lo contrario del mundo, ni el Espíritu es lo contrario de la materia. La realidad es una y única, pero en la misma realidad podemos distinguir dos aspectos. Desde el deísmo que considera a Dios como un ser separado y paralelo de los otros seres, será imposible descubrir en las criaturas la presencia de la divinidad.
2) En la Escritura. Si queremos encontrarnos con el Jesús que da Vida, tenemos en las Escrituras un eficaz instrumento. Pero el mensaje de la Escritura no está en la letra sino en la vivencia espiritual que hizo posible el relato. La letra, los conceptos, no son más que el soporte, en el que se ha querido expresar la experiencia de Dios. Dios habla únicamente desde el interior de cada persona, porque el único Dios que existe es el que fundamenta cada ser. Dios solo habla desde lo hondo del ser. Esa experiencia, expresada, es palabra humana, pero volverá a ser palabra de Dios si nos lleva a la vivencia.
3) Al partir el pan: No se trata de una eucaristía, sino de una manera muy personal de partir y repartir el pan. Referencia a tantas comidas en común, a la multiplicación de los panes, etc. Sin duda el gesto narrado hace también referencia a la eucaristía. Cuando se escribió este relato ya había una larga tradición de su celebración. Los cristianos tenían ya ese sacramento como el rito fundamental de la fe. Al ver los signos, se les abren los ojos y le reconocen. Fijaos, un gesto es más eficaz que toda una perorata sobre la Escritura.
4) En la comunidad reunida. Cristo resucitado solo se hace presente en la experiencia de cada uno, pero solo la experiencia compartida me da la seguridad de que es auténtica. Por eso él se hace presente en la comunidad. La comunidad (aunque sean dos) es el marco adecuado para provocar la vivencia. La experiencia compartida, empuja al otro en la misma dirección. El ser humano solo desarrolla sus posibilidades de ser, en la relación con los demás. Jesús hizo presente a Dios amando, es decir, dándose a los demás. Esto es imposible si el ser humano se encuentra aislado y sin contacto alguno con el otro.
El mayor obstáculo para encontrar a Cristo, hoy, es creer que ya lo tenemos. Los discípulos creían haber conocido a Jesús cuando vivieron con él; pero aquel Jesús, que creían ver, no era el auténtico. Solo cuando el falso Jesús desaparece, se ven obligados a buscar al verdadero. A nosotros nos pasa lo mismo. Conocemos a Jesús desde la primera comunión, por eso no necesitamos buscarle. El verdadero Jesús es nuestro compañero de viaje, aunque es muy difícil reconocerlo en todo aquel que se cruza en nuestro camino.
Meditación
Caminó con ellos, discutió con ellos, pero no lo conocieron.
Ni teologías, ni exégesis racionales, te llevarán al verdadero Jesús.
El único camino para encontrarlo es el que conduce al “corazón”.
Tenemos que abrir los ojos, pero no los del cuerpo.
Debemos agudizar la mente, pero no la racional.
Si los ojos de nuestro corazón están abiertos,
lo descubriremos presente en todos y en todo.
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26 de abril. DOMINGO III DE PASCUA
Lc 24, 18-19
Y dijo: ¿A qué es semejante el reino de Dios, y con qué lo compararé?Es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su huerto
Estimado Isidro en el Señor:
Naciste en el Magerit, cuando su territorio formaba parte de la taifa del Toledo del área dominada por el Al-Andalus, según cuentan las crónicas del tiempo y en las que se relata tu vida de juventud: una mezcla de los modelos de santidad islámica y cristiana.
Te pasaste la vida arando mientras yo recorría caminos por tierra y por mar, aunque ambos sembrábamos semillas evangélicas semejantes.
Y mientras tú rezabas , los ángeles del cielo hacían horas extraordinarias que nadie les pagaba, cuando yo, en cambio, tenía que trabajar en pieles, en casa de Lidia, vendedora de telas de púrpura y originaria de Tiatira, ¿pues acaso no dije yo en Tesalónica que el que no trabaja que no coma?
Te escribo esta Carta en abril, que es época de sementera, aunque ya me han informado de que tus fiestas son en mayo. Y te la escribo de mi puño y corazón, para que todos vean y recuerden el ejemplo laboral que tú y yo les dimos, pues hay mucho desmemoriado y ciego por esos mundos de Dios.
La zona en la que vivías, Isidro Labrador, era militarmente inestable, e hizo que tu familia se trasladase a Torrelaguna, lugar de refugio, donde conociste a la que sería tu esposa, María de la Cabeza.
Tomás de Bretón compuso para ti la zarzuela La verbena de la Paloma, en la que Julián le canta a Susana:
¿Dónde vas con mantón de manila? ¿Dónde vas con vestido chiné?
Y a la que esta le responde con estilo de manola:
A lucirme y a ver la verbena, y a meterme en la cama después.
Todo esto no es tampoco un invento mío, Isidro, me lo dijeron también las crónicas, y es posible que sea cierto.
En Los Hechos de los Apóstoles 4, 32, me dijo Pedro lo que contó sobre la comunidad de bienes:
“La multitud de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón. No llamaban a ninguna de sus posesiones, antes lo tenían todo en común”.
Y otro tanto hacías tú, Isidro, con tus vecinos, una de las razones por las que te hicieron santo.
¿Acaso no dijo el Señor: “Dad y se os dará”?
Javier de Granado, un poeta boliviano, describe tu manera de realizar sus diarios quehaceres en un poema. Javier disfrutaba enormemente con los sabores que le ofrecía el campo, el contacto con la naturaleza y la vida campestre: su padre tenía una hacienda en Cochabamba, una bella ciudad rodeada de campos de cultivo, en la que los criados araban la tierra y sembraban semillas.
EL VALLE
Embozado en su poncho de alborada,
la lluvia de oro el sembrador apura,
y el cielo escarcha la pupila oscura
del buey que yergue su cerviz lunada.
Bajo el radiante luminar caldeada,
de agua clara, la tierra se satura,
y la mano del viento en la llanura,
riza de sol la glauca marejada.
Cuaja el otoño las espigas de oro,
y las mocitas en alada ronda
vuelcan su risa en manantial sonoro.
Se curva el indio y en su mano acuna
de un haz de mieses la cabeza blonda,
que siega la guadaña de la luna.
Comentarios desactivados en Leyendo la narración de Emaús en la comunidad de Lucas.
Cuando Cleofás terminó de narrar en la comunidad su encuentro con el Resucitado en el camino de Emaús, uno de los presentes dijo: “¡Dichosos vosotros, que comisteis y bebisteis con el Señor después de su Resurrección! No ha sido esa nuestra suerte, sino que lo vamos conociendo de oídas y, aunque creemos en él, no es igual que haber visto su rostro y haber escuchado sus palabras…” Otros hermanos asintieron y todos nos quedamos en silencio.
Era inevitable que llegara aquél momento, y recordé palabras que decían proceder de Jesús en las que llamaba dichosos a los que creyeran en él a pesar de no haberle visto. Era una bienaventuranza difícil, como todas las suyas, que invitaba a los que no le conocimos personalmente a buscarle en el hoy de la comunidad, a contar cada día con su presencia y a seguir abiertos a su acción salvadora.
Me di cuenta de que estábamos en una situación grave y me decidí a preguntar:-“Dime, Andreas ¿de dónde venías antes de estar aquí esta noche?” -“Acabo de llegar de Magdala, adonde me enviasteis para conocer a unos galileos que quieren entrar en nuestro camino” -“¿Y tú, Ana?” -“Estuve llevando a Lidia, la viuda, la colecta que hicimos para ella y sus hijos”. Epafras, el presbítero, dijo: “Yo pasé la tarde releyendo en el Profeta Isaías el cuarto canto del Siervo para comentarlo el domingo en la fracción del Pan”.
Volví a tomar la palabra: “Os digo de verdad, hermanos, que cada uno de vosotros, ha tenido en el día de hoy un encuentro con el Señor Jesús: Estaba en esos galileos desconocidos a los que acogiste, Andreas. Estaba en las palabras de Isaías que tú leías, Epafras, y te hablaba en ellas. Y estaba en Lidia, la viuda con la que Ana y todos nosotros, compartimos los bienes.
Está aquí ahora, entre nosotros, que le recordamos al partir el Pan. ¿No veis que son las mismas formas de presencia que acabamos de escuchar a Cleofás? No, no fueron sus primeros discípulos más afortunados que nosotros porque él es el Viviente y se nos hace el encontradizo cada día lo mismo que a los de Emaús.”
Han pasado muchos años pero aún recuerdo la alegría que vi en aquellos rostros y la luz que brilló en sus miradas: estaban experimentando, también ellos, el deslumbramiento de reconocer a Jesús y su corazón estaba en ascuas: el Espíritu les había desvelado el misterio del “hoy” y ahora tenían la convicción expectante de que en cada ser humano, en cada palabra de la Escritura en cada gesto de compartir fraterno, el Señor Resucitado, como a los de Emaús, les estaba saliendo al encuentro.
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Domingo III de Pascua
26 abril 2020
Lc 24, 15-35
Parece claro que esta catequesis de Lucas responde a la que era, probablemente, la mayor inquietud de aquellos primeros discípulos: ¿cómo entender que Dios hubiera permitido la muerte violenta de Jesús?; ¿no sería esa una señal de que se trataba de un falso profeta? Si realmente era el “Hijo de Dios”, ¿no habría venido Dios en su ayuda? “Nosotros esperábamos…”, confiesan desde su decepción. Pues bien, a esa frustración y a todos esos interrogantes, la catequesis responde: “era necesario”, ya estaba anunciado en las Escrituras.
Es sabido que esta lectura sería “elaborada” por la teología posterior, dando lugar a interpretaciones absolutamente deformadas de la muerte de Jesús y del significado de la cruz. Hasta el punto de que cruz y muerte se entenderían como la condición necesaria para que Dios pudiese perdonar el pecado de los “primeros padres”, mostrando la imagen de un Dios ofendido y vengativo que habría exigido “reparar” en Jesús, a través del dolor, la “ofensa” o pecado de Adán y Eva.
Desde nuestra perspectiva, podemos ver que se trataba sencillamente de una interpretación “intencionada” -en cierto modo, se se entiende bien, “inventada”-, a la que recurrió la primera comunidad para explicarse el “escándalo” de la cruz. Pero el texto no se detiene aquí, sino que parece invitar a los creyentes el camino para encontrarse con el Resucitado: acoger a los desconocidos.
Y aquí entramos ya en un principio de sabiduría universal: la humanidad se salva de la decepción gracias al encuentro con los demás. Al compartir el camino y acoger a las personas, notamos que nuestro corazón empieza a “arder” y vuelve la alegría. Porque la alegría –como la felicidad– no tiene un sujeto individual; solo es posible en la experiencia de comunión, cuando es compartida.
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