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Para que la vida fluya

Jueves, 29 de octubre de 2020
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Cuanto más veamos nuestra radical mutabilidad y nuestra interdependencia con el mundo y los demás, y ello hasta el punto de decir yo soy tú, o bien yo soy el universo, tanto más nos acercaremos a nuestra identidad más radical. Para conocerse, por tanto, no hay que dividir o separar, sino unir. Gracias a la meditación he ido descubriendo que no hay yo y mundo, sino que mundo y yo son una misma y única cosa. La consecuencia natural de semejante hallazgo es la compasión hacia todo ser viviente: no quieres hacer daño a nada ni a nadie porque te das cuenta de que en primera instancia te dañarías a ti mismo si lo hicieras… Todo lo que haces a los demás seres y a la naturaleza te lo haces a ti. Mediante la meditación, se me ha ido revelando el misterio de la unidad”.

“Toda búsqueda auténtica acaba por remitirnos adonde estábamos”.

Texto de Merton: “En cierto sentido, siempre viajamos; viajamos como si no supiéramos adónde vamos. En otro sentido, ya hemos llegado. No podemos llegar a la perfecta posesión de Dios en esta vida, por eso viajamos en la oscuridad. Pero ya lo poseemos por la gracia y, por lo tanto, en sentido hemos llegado y vivimos en la luz. Pero, ¡qué lejos he de ir a encontrarte a Ti, a quien he llegado ya!” (M7C).

“El agua que no corre se estanca, se pudre y huele mal; pero también se pudre y huele mal toda vida que no fluye. Nuestra vida solo es digna de este nombre si fluye, si está en movimiento”.

“Lo que realmente mata al hombre es la rutina; lo que le salva es la creatividad, es decir, la capacidad para vislumbrar y rescatar la novedad. Si se mira bien –y eso es en lo que educa la meditación- todo es siempre nuevo y diferente. Absolutamente nada es ahora como hace un instante. Participar de ese cambio continuo que llamamos vida, ser uno con él, esa es la única promesa sensata de felicidad”.

“Para meditar no importa sentirse bien o mal, contento o triste, esperanzado o desilusionado. Cualquier estado de ánimo que se tenga es el mejor estado de ánimo posible en ese momento para hacer meditación, y ello precisamente porque es el que se tiene. Gracias a la meditación se aprende a no querer ir a ningún lugar distinto a aquel en que se está; se quiere estar en el que se está, pero plenamente. Para explorarlo, para ver lo que da de sí”.

“El secreto es vivir plenamente en lo que se tenga entre manos: totalmente ahora, totalmente aquí”.

Thomas Merton habla de el sacramento del instante presente”.

“Me gusta o no me gusta: es así como solemos dividir el mundo”, pero “la meditación nos llama a no imponer a la realidad mis propias filias o fobias, a permitir que esa realidad se exprese y que pueda yo contemplarla sin las gafas de mis aversiones o afinidades”.

“Más que uno con el mundo, lo que queremos es que el mundo se pliegue a nuestras apetencias. Nos pasamos la vida manipulando cosas y personas para que nos complazcan. Esa constante violencia, esa búsqueda insaciable que no se detiene ni tan siquiera ante el mal ajeno, esa avidez compulsiva y estructural es lo que nos destruye. No manipular, limitarse a ser lo que se ve, se oye o se toca: ahí radica la dicha de la meditación, o la dicha sin más…”.

“Bajo una apariencia desagradable, lo que nos disgusta tiene una entraña necesaria. Por medio de la meditación se pretende entrar en esa médula y, al menos, mojarse los labios en su néctar”.

*

(Tomado de: Biografía del silencio, de Pablo d´Ors)

***

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Observar, callar, fluir (IV): Vivencia del silencio

Jueves, 28 de mayo de 2020
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joven-guapo-bronceado-mirando-observando-manteniendo-ojo-objeto-frente-o-mirando_1194-13136Stefano Cartabia, Oblato,
Uruguay

ECLESALIA, 08/05/20.- La cuarta y necesaria pata de nuestra mesa es la vivencia y la experiencia del silencio. Este mismo silencio que será también central en el segundo momento del método teológico-pastoral: “callar”.

  • ¿De qué silencio hablamos?
  • ¿Por qué es tan importante?

La necesidad del silencio en teología es subrayada especialmente por las ramas místicas de las religiones. En el cristianismo por las corrientes teológicas apofáticas, las cuales insisten en afirmar que sobre el Misterio que llamamos “Dios” no podemos decir nada… o casi nada. Es un Misterio indecible, inefable y toda palabra humana corre el riesgo de estropearlo y manipularlo. Por eso lo mejor es el silencio del asombro, del amor, de la entrega.

El silencio del cual hablamos y que constituye parte esencial de mi visión teológica que sustenta el método pastoral, es el silencio radical que nos conecta al ser, a nuestra verdadera esencia. Esencia que precede al pensamientos y a las palabras y sigue cuando estos desvanecen.

No es un silencio como rechazo de la Palabra y las palabras. Este Silencio es el “Principio” del libro del Génesis y del prólogo del evangelio de Juan, “Principio” que precede a la Palabra y la hace ser.

Lenguaje y palabras también nos constituyen en la aventura humana y nos sirven para comunicar, crear, compartir. Es el silencio desde el cual y en el cual la Palabra y las palabras cobran su sentido auténtico, su belleza, su valor.

Sin esta vivencia radical del silencio quedaremos atrapados en nuestras opiniones y fanatismos. Sobre todo quedaremos atrapados en las ideologías que tanto daño hicieron y siguen haciendo a la convivencia humana. Y no hay peores ideologías que las religiosas. Cuando el cristianismo se transformó en ideología vivió su momento más oscuro y de más alejamiento del mensaje evangélico.

El peligro de caer y recaer en la ideología es siempre presente. El silencio, tal vez, es el mejor antídoto y vacuna.

El silencio nos enseña a dejar el deseo de control que tanto nos gusta y la tentación de creer que poseemos la verdad. El silencio nos hace más abiertos, humildes, tolerantes, disponibles. El silencio es pura apertura y pura posibilidad. Donde se vive el silencio todo puede ser, porque permitimos al Misterio manifestarse sin obstáculos.

El silencio, como afirma Javier Melloni, no es ausencia de ruido, sino ausencia de ego. Y donde no hay ego, solo queda el amor que somos y que podemos llegar a ser. Por eso el silencio es una dimensión esencial de mi visión teológica y parte esencial del método: “observar, callar, fluir”.

El silencio se aprende y se practica. No hay atajos. Requiere entrega, perseverancia, disciplina.

Después de haber puesto los cimientos de la visión teológica que sostiene el método “observar, callar, fluir” podemos entrar a profundizar el método mismo y a ofrecer unas pistas y pautas para su posterior desarrollo y puesta en práctica.

DEL “VER, JUZGAR, ACTUAR” AL “OBSERVAR, CALLAR, FLUIR” el 26/03/18
OBSERVAR, CALLAR, FLUIR I el 04/05/20
OBSERVAR, CALLAR, FLUIR II el 05/05/20
OBSERVAR, CALLAR, FLUIR III el 07/05/20

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Observar, callar, fluir (III): Síntesis fecunda entre Occidente y Oriente

Lunes, 25 de mayo de 2020
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joven-guapo-bronceado-mirando-observando-manteniendo-ojo-objeto-frente-o-mirando_1194-13136Stefano Cartabia, Oblato,
Uruguay

ECLESALIA, 07/05/20.- La tercera pata de nuestra mesa metodológica consiste en la síntesis entre occidente y oriente y especialmente sus cosmologías, su espiritualidad, su experiencia religiosa. Cuando hablo de “occidente” y “oriente” no me refiero simple y solamente a su dimensión geográfica. También porque hoy en día, con el fenómeno de la globalización y los movimientos masivos de personas, la distinción no es tan neta como antes. Hay mucho de “occidente” en “oriente” y mucho de “oriente” en “occidente”. Cuando me refiero a “occidente” y “oriente” me refiero esencialmente a dos posturas distintas de ver la vida y el fenómeno religioso, o sea, la relación con lo Trascendente y lo Absoluto.

También en este aspecto hay que reconocer que en la actualidad hay muchos más contactos e intercambios entre las dos posturas. Hay elementos occidentales en la visión oriental y hay elementos orientales en la visión occidental. Pero, sin duda, quedan los rasgos centrales y característicos de cada cosmovisión.

Nombramos brevemente estos rasgos esenciales.

Occidente: más racional, centralidad de la historia como proceso, concepción del tiempo lineal, religiones de la palabra y teístas: cristianismo, judaísmo, islamismo. Predomina la dimensión personal. Predomina el lenguaje y la palabra. Predomina lo masculino. Predomina el lado izquierdo del cerebro (análisis, control, orden, literatura, disciplina, numérico). Desde la visión taoísta: yang.

Oriente: más intuitivo, historia sujeta al momento presente, concepción del tiempo cíclica, religiones místicas y oceánicas: budismo, hinduismo, taoísmo. Predomina la dimensión oceánica (lo particular es expresión del Todo). Predomina la contemplación y el silencio. Predomina lo femenino. Predomina el lado derecho del cerebro (arte, emociones, holístico, intuitivo, creativo, música). Desde la visión taoísta yin.

Estamos llamados a una profunda y fecunda síntesis entre occidente y oriente. Ambas dimensiones expresan algo del misterio de la vida y del ser humano. Una experiencia integral y plena no puede prescindir de esta fecunda síntesis. Algunos teólogos ven en esta comunión un aspecto esencial en el futuro de la humanidad y yo comparto plenamente esta apreciación.

En este sentido, el funcionamiento del cerebro humano tiene una fuerza simbólica impresionante. Según parece los dos hemisferios desarrollan funciones particulares pero están unidos por el cuerpo calloso que da una profunda unidad al cerebro. Cuanto más los dos hemisferios interactúan más desarrollo y plenitud alcanza la persona.

La visión teológica que está a fundamento de mi propuesta ofrece una cierta síntesis de la experiencia, espiritualidad y cosmovisión de Oriente y Occidente. Se nutre de esta comunión e interrelación que es siempre nueva, en proceso y nunca algo alcanzado o definitivo. La síntesis es un fenómeno y un proceso siempre “in fieri” (haciéndose).

Esta comunión dinámica entre Oriente y Occidente alimenta y nutre la visión teológica y por ende el método pastoral.

Sobre el tema se escribió y se está escribiendo mucho. Es un tema interesantísimo y de una riqueza infinita. No puedo en esta instancia entrar detalladamente en un tema tan profundo, rico de vetas y aspectos a considerar.

Una última observación: las actitudes previas y necesarias para esta comunión y síntesis entre Occidente y Oriente son sin duda una gran apertura, disponibilidad y transparencia.

Sin estas actitudes no escaparemos del peligro de encerrarnos en nuestras creencias, apegos y fanatismo.

Es muy aconsejable que aquellos que quieran implementar este método pastoral dediquen un tiempo al estudio y a la práctica de una o más tradiciones orientales.

DEL “VER, JUZGAR, ACTUAR” AL “OBSERVAR, CALLAR, FLUIR” el 26/03/18
OBSERVAR, CALLAR, FLUIR I el 04/05/20
OBSERVAR, CALLAR, FLUIR II el 05/05/20

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Observar, callar, fluir (II): Prioridad de la experiencia sobre el concepto y la idea (ortopraxis/ortodoxia)

Viernes, 22 de mayo de 2020
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joven-guapo-bronceado-mirando-observando-manteniendo-ojo-objeto-frente-o-mirando_1194-13136Stefano Cartabia
Uruguay

ECLESALIA, 05/05/20.- La segunda pata que sostiene nuestra mesa del “observar, callar, fluir” es la absoluta prioridad de la experiencia sobre el concepto. Cuando hablamos de experiencia, lo hemos visto, hablamos de vida, de la vida concreta y real de todos los días.

La vida, aunque incluye el pensar, lo precede, lo sostiene, lo trasciende. La vida es siempre mucho más que el pensar.

La visión teológica que sostiene mi propuesta hunde sus raíces en la vida. La vida es el substrato común donde todos nos encontramos, más allá de culturas, religiones, opciones políticas, económicas o nivel social. Todos estamos bebiendo a la Fuente de la Vida. Este también es el gran mensaje cristiano, especialmente expresado por el evangelio de Juan: Jesús es vida, vino a compartir su vida y a regalarnos la Vida plena (Jn 10, 10).

Desde esta percepción podemos comprender con cierta facilidad que toda experiencia real de Dios tiene que estar arraigada en la vida. Más aún: no hay un Dios “afuera” de la vida. Y la vida es lo que está ocurriendo aquí y ahora. Siempre la vida acontece en el momento presente y este momento es revelación del Misterio. Dios se esconde y revela en el momento presente, independientemente de si este momento presente nos gusta o no, responde a nuestras expectativas o no responde, haya dolor o alegría. A partir de este fidelidad a la vida podemos comprender la dialéctica ortopraxis/ortodoxia.

En la historia de la iglesia y del cristianismo –por razones teológicas e históricas que no vienen al caso en este momento dilucidar– se dio una contundente primacía de la ortodoxia sobre la ortopraxis, sobre todo a partir del siglo IV. En muchos casos el pensamiento se fue por su cuenta, desgajándose de la vida. La doctrina se volvió central y perdimos la primacía de la vida. Hoy en día, más allá de unos avances y cierto crecimiento en conciencia, la primacía del pensar y la doctrina por sobre la vida real, sigue vigente más que nunca.

En línea general, al magisterio, a los obispos, a muchos sacerdotes y laicos también les interesa más que nada “conservar” el deposito de la fe, esto es, la ortodoxia. Poco se preocupan si esta ortodoxia se convierta en ortopraxis o si la vida real queda relegada en segundo plano. Hay que reconocer que, gracias también al pontificado de Francisco, se está dando más importancia a la vida y a la ortopraxis que a muchas formalidades que tienen que ver con la ortodoxia y cierto protocolo eclesiástico.

Intento simplificar para ser más concreto y más claro, consciente también del riesgo que simplificar demasiado puede hacernos perder en profundidad y en una visión más integral de la vida.

Cuando hablamos de ortopraxis estamos hablando de la vivencia del amor, el mensaje central del evangelio.

Ortopraxis”: descubro que la raíz última de lo real –la vida como se manifiesta aquí y ahora– es el amor. A partir de ahí me vivo y vivo desde ese mismo amor. Este amor que se manifiesta en las actitudes que bien conocemos y nos hacen tanto bien: escucha, amabilidad, entrega, solidaridad, tolerancia, paciencia, ternura. Todo esto no quita obviamente que seguimos haciendo experiencia de nuestra humana fragilidad y de equivocarnos. Pero queda claro y contundente el eje central.

Cuando hablamos de ortodoxia estamos hablando de la correcta interpretación (según la visión cristiana) y aplicación de este amor. En sentido estricto, la ortodoxia es reflexión sobre el amor y reflexión sobre la vida.

Ortodoxia”: se utiliza la herramienta del pensamiento para establecer definiciones, reglas, dogmas, catecismos que reflejen el Misterio y ayuden a comprenderlo y a vivirlo. Todo esto obviamente no es negativo. Lo que ocurre es que a menudo, por la misma inercia del pensar, ese mismo pensamiento se vuelve independiente y se convierte en dueño de la vida, en lugar de estar a su servicio. Desde ahí al fanatismo y al dogmatismo el paso es terriblemente breve.

Espero que estas simples aclaraciones nos puedan hacer comprender el alcance e importancia de la cuestión.

  • ¿Qué nos sirve una correcta interpretación del amor si no nos lleva a amar más y mejor?
  • ¿De qué nos sirve ser fieles a catecismos, rubricas, reglas, documentos, credos varios si no somos amables con nosotros mismos y con los demás?
  • ¿De qué me sirve una doctrina si mi corazón no arde de amor?
  • Una fidelidad teórica que no sea reflejo de la vida y que no nos lleve a ser personas más pacificas y amables, se convierte fácilmente en hipocresía. Hipocresía que justamente fue una de las actitudes más condenadas por el maestro Jesús.

La tendencia racionalista occidental se manifiesta también en eso y seguimos dando más importancia al “correcto” pensar y sus formulaciones que al amor real y concreto.

Los ejemplos de estas desviaciones son innumerables y en el fondo se resumen en esta actitud: cuando damos más importancia a una supuesta fidelidad a la forma y al pensar por sobre la atención amorosa a uno mismo y a los demás.

Cuando está en juego el amor concreto hacia uno mismo y hacia los demás hay que pasar por encima de cualquier formulación, dogma, regla o rito que sea. La vida de Jesús es manifestación extraordinaria de este principio. ¿Cómo es posible haberlo olvidado?

La visión teológica que sostiene el método teológico-pastoral del “observar, callar, fluir” otorga una absoluta prioridad a la ortopraxis por sobre la ortodoxia.

Sin duda la ortopraxis incluye también el pensar sobre todo en cuanto al discernimiento: somos una unidad psicosomática-espiritual y nunca debemos olvidarlo. Pero este pensar no precede a la vida y al amor concreto, sino que los acompaña y se pone a su servicio.

Solo desde la vivencia concreta del amor puede surgir una reflexión y una formulación de la fe que ayude a crecer en este mismo amor y en su autocomprensión.

Resumiendo en estilo zen: el camino es la meta. La plenitud del Amor que es nuestra meta, la encontramos desde ya en el momento que estamos amando.

DEL “VER, JUZGAR, ACTUAR” AL “OBSERVAR, CALLAR, FLUIR” el 26/03/18
OBSERVAR, CALLAR, FLUIR I el 04/05/20

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Observar, callar, fluir (I): Prioridad del “ser” sobre el “hacer”

Martes, 19 de mayo de 2020
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joven-guapo-bronceado-mirando-observando-manteniendo-ojo-objeto-frente-o-mirando_1194-13136Stefano Cartabia, Oblato,
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ECLESALIA, 04/05/20.- Hace ya un par de años escribí el articulo “Del ver, juzgar, actuar al observar, callar y fluir” proponiendo un nuevo método teológico-pastoral. El artículo fue publicado en mi blog “El agujero en la flauta” el 2 de marzo de 2018, en Eclesalia el 28 de marzo y en Feadulta el 2 de abril del mismo año.

A lo largo de estos dos años me llegaron varios comentarios, sugerencias e invitaciones a profundizar el tema. También comenzaron, con mi gran sorpresa y alegría, las primeras aplicaciones concretas del método.

Tal vez el tiempo es maduro para seguir profundizando y poder ofrecer otras pistas y otros aportes. Empiezo por presentar los cimientos sobre los cuales se construye mi propuesta pastoral del “observar, callar, fluir”.

Un método teológico-pastoral tiene siempre –consciente o inconscientemente– una visión teológica que lo sostiene y alimenta. La visión teológica de fondo es siempre fundamental porque es como el sostén racional de la propuesta y su misma posibilidad de ser comunicada y compartida. Y más en profundidad, una visión teológica es el sostén de una manera de “ver” a Dios y de vivir la fe.

En el fondo siempre vivimos y actuamos a partir de lo que pensamos, por lo menos en un nivel más superficial y pragmático. Por eso es esencial tomar en cuenta el “desde dónde” pensamos. Nuestra manera de rezar, de hacer pastoral, de organizar una comunidad, refleja siempre una visión teológica.

Lo característico, y también paradójico, de mi propuesta es que esta visión teológica hunde sus raíces en la experiencia y se retroalimenta de la experiencia. Es como un circulo virtuoso: de la experiencia a la reflexión y de la reflexión a la experiencia. La prioridad ontológica la tiene la experiencia sin duda, y lo veremos. Decir “experiencia” es decir “vida”: la vida siempre precede a las opiniones, ideas y conceptos sobre la vida. “La vida siempre tiene razón”, decía el gran poeta Rilke.

La obvia consecuencia de todo eso es que también las verificaciones de lo correcto y fructífero del método “observar, callar, fluir” siempre la ofrecerá la vida; y esa misma vida sugerirá los ajustes necesarios. Un método, por ende, sumamente abierto y transparente.

En el fondo es un volver a un sano ejercicio del pensar, donde la vida concreta y real siempre tiene la primera y última palabra. Este sano ejercicio que la teología católica, el magisterio y la pastoral en muchos casos han perdido a lo largo de los siglos. Son testigos la proliferación de tratados especulativos y propuestas pastorales totalmente ajenas y alejadas de la vida real.

Si es verdad –acá reside lo paradójico– que el pensar funda el actuar (actúo como pienso) es también verdad que el actuar funda el pensar (pienso según actúo).

Pensar y actuar (hacer) se retroalimentan. Por eso reitero que es fundamental establecer desde donde pensamos.

En mi propuesta este “actuar/hacer” no es otra cosa que ser. Simple y maravillosamente ser. Es el primer cimiento teológico de la propuesta. Los demás serán:

  • Prioridad de la experiencia sobre el concepto y la idea (ortopraxis/ortodoxia).
  • Síntesis fecunda entre occidente y oriente.
  • Vivencia del silencio.

Empezamos analizando el primero.

Prioridad del “ser” sobre el “hacer”

El primer cimiento – la primera pata de nuestra mesa metodológica – es la prioridad del ser sobre el hacer. Esto que parece bastante obvio y aceptado, en la práctica es sumamente olvidado. Prueba es la centralidad casi absoluta del “hacer” en la pastoral de la iglesia. Los documentos del magisterio y las propuestas de Diócesis y parroquias siempre están centradas en el “hacer” y más aún en este tiempo donde se subraya – también por el impulso dado por el Papa Francisco – una iglesia “en salida”, una iglesia misionera. Los únicos que nos recuerdan la prioridad del “ser” sobre el “hacer” son las grandes ordenes de vida monástica y contemplativa que, no es casualidad, parecen tener algo más de vocaciones que los institutos de vida activa.

Dar prioridad al “ser” sobre el “hacer” no significa en absoluto caer en una pasividad sin entusiasmo y creatividad. Significa simplemente reconocer las cosas por como son. El ser se nos regaló y se nos regala a cada momento, independientemente del “hacer”. No tuvimos que “hacer” nada por “ser”. Es el regalo primordial y asombroso. Somos. Pura gratuidad. Más allá de lo que podamos o no hacer, somos. En este experiencia mística “del Ser” y “de ser” vislumbramos el Misterio y oímos el eco de la voz de Dios. (aclaración: cuando hablo del “Ser” con mayúscula me refiero al Misterio trascendente que llamamos también Dios y cuando hablo del “ser” con minúscula me refiero a nuestra participación humana al Ser o al reflejo del Ser en nosotros).

Este asombrosa experiencia primordial de ser es, en sentido estricto y en terminología cristiana, la experiencia de la salvación. No hay belleza comparable y experiencia cumbre comparable con este misterioso sentido de ser.

A partir de esta experiencia fundante, el “hacer” fluirá sereno, entusiasta y libre. Se caerán por sí solas las tentaciones de apegos, egoísmos, y los delirios de omnipotencia que a menudo nos invaden. Nuestra brújula será la gratuidad y la pura alegría del Ser que se expresa y manifiesta a sí mismo en nuestro “hacer”.

También el pensar que surgirá de esta experiencia primordial será libre y creativo. La experiencia del Ser y de ser funda también el pensar y lo sostiene. El pensar y el pensamiento son intrínsecamente variables e inestables, mientras el Ser y la conciencia de ser es el fondo estable y seguro donde todo acontece. El pensar que surge del Ser es un pensar siempre fresco, nuevo, dinámico, actual. El problema se da cuando el pensar no hunde sus raíces en el Ser y es simplemente un esfuerzo mental/racional. Desde ahí solo puede surgir un pensamiento repetitivo y conflictivo y, cosa más grave aún, separado de la vida. Es el pensar que gira sobre sí mismo, aislado en su cárcel. Y la vida queda afuera y sigue por otro lado. El “problema” no es el pensar, sino la desconexión del pensamiento de la experiencia del Ser y de ser.

La visión teológica que prioriza el Ser/ser por sobre el “hacer” permitirá un brotar de un pensar abrazado a la vida, fiel a la vida y expresión de la vida. Esto es: un pensar teofánico y epifánico.

DEL “VER, JUZGAR, ACTUAR” AL “OBSERVAR, CALLAR, FLUIR” el 26/03/18

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“En torno al “problema del mal” (III) “, por Enrique Martínez Lozano

Martes, 8 de mayo de 2018
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5846. Frustración / Paz

Otro sentimiento que hizo acto de presencia, de manera intensa, fue la frustración, al ver saltar por los aires todos los planes programados y acariciados con tanta ilusión y cariño. Frustración que va acompañada de una sensación de “perder el control”, con todo lo que eso conlleva de inseguridad y malestar para quienes, como en mi caso, ha sido fuerte la tendencia a controlar todo, como medio de garantizar la seguridad.

La frustración altera radicalmente al yo, que cree controlar las riendas de su existencia y que “exige” que todo se desenvuelva según su propio guion. El malestar que experimenta es tan fuerte que, de no haberse ejercitado en convivir con ella, la frustración suele desembocar en una de estas dos actitudes: agresividad o hundimiento, violencia o depresión.

Aquí radica también la trampa más grave de lo que se conoce como “educación permisiva”. Cuando no hay firmeza en la educación de los niños, cuando siempre se dice “sí” a sus demandas, cuando –en definitiva– se les quiere ahorrar toda decepción, se les está condenando a un futuro de alto riesgo, que estará caracterizado por la baja o nula tolerancia a la frustración, con las secuelas antes mencionadas.

La frustración es inevitable en la realidad impermanente. Pero la intensidad de la misma, en la persona adulta, revela hasta qué punto nos habíamos identificado con algo pasajero, transitorio o efímero. Y recordemos que no existe, en el mundo de las formas, nada que no lo sea.

Vista así, desde la comprensión que sabe leer los acontecimientos, la frustración puede vivirse como oportunidad de aprendizaje y de crecimiento en consciencia de quienes somos.

La comprensión me hace caer en la cuenta de que la frustración duele –e incluso puede requerir elaborar el correspondiente duelo–, pero que yo no soy nada que pueda ser frustrado: lo que somos se halla siempre a salvo, porque no es afectado negativamente por nada que pueda suceder.

Gracias a la comprensión, terminas rindiéndote a lo que hay. Y es justo en ese momento, al dejar de dar vueltas mentales en torno a los planes que se han venido abajo, cuando se hace presente la paz. Lo que es, es. Lo que pasa, es lo que tiene que pasar. Termina la resistencia mental, emerge la serenidad. La frustración deja paso a la paz, que no es otra cosa que resultado de la aceptación o alineación con lo real.

Y ahí venimos a experimentar que sufrimos frustraciones pero que, sin embargo, somos Paz.

7. Impotencia / Fluir

El yo busca el “sentimiento de omnipotencia” porque lo necesita, tanto para reafirmarse en su sensación de existencia, como para mantener la creencia de que es él quien controla y dirige lo que sucede. Si a eso le añadimos que, mientras lo siente, mantiene alejada la frustración, podremos comprender el valor que representa.

Se trata, incluso, de algo que todos hemos vivido y con lo que hemos soñado en nuestra infancia, tal como supo verlo Freud al hablar del “sentimiento infantil de omnipotencia” que, más tarde, se proyectará en la figura del padre y después, tal vez, en alguna otra persona, grupo o incluso en una deidad. El ser humano prefiere mantenerlo de cualquier manera, antes que renunciar a él.

Sin embargo, antes o después, la vida se encargará de sacarnos del sueño o engaño –esa es la función de los des-engaños, en cualquiera de las dimensiones de nuestra existencia- y habremos de topar con la realidad, es decir, con nuestra impotencia.

La impotencia conlleva el reconocimiento de los propios límites y carencias y la necesidad de los otros para salir adelante. Así, nos baja del pedestal que nuestra fantasía había construido, nos muestra la falacia de la idea de omnipotencia que nos habíamos forjado y nos invita a soltar las riendas y abandonar el control. Soltamos las riendas porque comprendemos que nunca habían estado conectadas a nada, excepto en nuestro sueño ilusorio; abandonamos el control, porque sabemos que no controlamos absolutamente nada. No hay un yo separado que lleve las riendas, ni que controle, ni que haga algo. No existe tal cosa como un “yo hacedor”.

Bien leído, el sentimiento de impotencia es capaz de conducirnos a nuestra verdad: no somos el yo separado que se creía poderoso, sino la totalidad que fluye constantemente en las formas y que se manifiesta también en esto que llamamos “yo”.

Ese reconocimiento nos hace pasar de controlar a fluir. Soltamos la tensión y nos abandonamos a la sabiduría mayor que rige todo el proceso, cuyo desarrollo nuestra mente limitada es incapaz de captar. Al comprenderlo, nos anclamos en la verdad de lo que somos y experimentamos, ahora sí, la libertad.

La totalidad se manifiesta en la forma de una inmensa corriente que fluye con sabiduría. La persona, antes de la comprensión, es como un remolino que hubiera olvidado que es agua, y se empeñara en controlar las circunstancias para no perder su forma retorcida. La fuerza de los hechos podrá hacerle ver que no es el remolino que pensaba ser, sino la misma agua que ha tomado una forma concreta. Mientras se creía remolino, alardeaba de control y de libertad. Pero era solo un espejismo pasajero. Al reconocerse como agua, recupera la libertad.

¿Río o remolino? Los humanos somos paradójicos: participamos de ese “doble nivel”: totalidad y forma limitada, identidad y personalidad, consciencia y yo… ¿Cómo vivirlo con sabiduría? Los filósofos estoicos nos dejaron una clave que me parece profundamente sabia: distinguir lo que depende de nosotros y lo que no depende nosotros. En esto último no tenemos nada que hacer, pero al mismo tiempo, lo que no depende de nosotros no puede dañar lo que somos en lo más profundo, porque afectará únicamente a la forma (persona) que tenemos. Nuestra capacidad de maniobra queda limitada a lo que depende de nosotros. Y eso no es otra cosa que nuestra mente, es decir, el modo como interpretamos todo lo que nos sucede. Lo cual encierra un certero mensaje: lo decisivo –también en las crisis– no es lo que nos ocurre, sino cómo interpretamos lo que nos ocurre. Mientras crea ser un yo separado, será imposible superar la sensación de impotencia y abandonar el control; cuando, por el contrario, comprenda que soy uno con todo, mi existencia se convertirá en un canto a la Vida, en la que me dejaré fluir, consciente de ser uno con ella.

Enrique Martínez Lozano

Boletín semanal

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Del “ver, juzgar, actuar” al “observar, callar, fluir”

Viernes, 13 de abril de 2018
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funcioneStefano Cartabia, Oblato,
Uruguay

ECLESALIA, 26/03/18.- El método teológico-pastoral del ver, juzgar, actuar está tan arraigado, fue y es tan usado y abusado que parece intocable. Pues bien, lo voy a tocar.

Ya me atreví a criticar este método en el IV Congreso Americano Misionero (CAM 4, COMLA 9) que se desarrolló en Maracaibo (Venezuela) del 26 de noviembre al 1 de diciembre de 2013. En el compartir final del congreso que reunía alrededor de 5.000 personas expresé mis dudas sobre la conveniencia de este método: fui delicada y solapadamente invitado a retirarme.

Regreso después de casi 5 años más convencido, con más recursos y más temas para poner arriba del tapete.

Más allá de las conclusiones y de mi aporte –opinable como casi cualquier cosa– queda la pregunta clave: ¿Por qué cuesta tanto a la Iglesia – y en especial a la jerarquía– escuchar y aceptar a quien piensa distinto y propone caminos nuevos?

Los motivos son muchos y variados obviamente y no es este el momento de tratarlos. Ya los abordé en otros momentos y volveré a analizarlos.

En nuestros templos, en el Vaticano y en las sedes de las conferencias episcopales sería interesante que hubiera un letrero con una sugerencia de un famoso y supuesto ateo, Voltaire: “no comparto lo que dices pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

Entramos en el tema. Intentaré ser breve y dar simples pistas y sugerencias.

El método del “ver, juzgar, actuar” nace en Francia en el siglo pasado, es asumido por el Concilio Vaticano II (en especial en el documento “Gaudium et spes”) y es profundizado y radicalizado por la teología de la liberación latinoamericana.

¿En que consiste este método?

Es un método para discernir la realidad, actuar más fielmente según los criterios evangélicos respondiendo a los signos de los tiempos.

Muy en síntesis:

Ver: vemos la realidad, tomamos conciencia de lo que es con honestidad y profundo realismo.

Juzgar: juzgamos esta realidad a partir de los criterios evangélicos: “esto” es evangélico, “esto” no es evangélico.

Actuar: a partir del ver y del juzgar tenemos más luces y más claridad para la acción. Respondemos al llamado de la realidad.

Este método en su tiempo fue una respuesta a la realidad, justamente. También supuso un crecimiento de conciencia en la iglesia y en los cristianos. En muchos casos su aplicación fue positiva y generadora de esperanzas y novedad. Hoy en día ya no. Los métodos son herramientas que se toman y se dejan.

Es tiempo de dejar esta herramienta, ya no sirve. Ya no responde a la realidad en esta etapa evolutiva de la conciencia humana. El mundo ha evolucionado, la conciencia humana ha evolucionado increíblemente en estos últimos 60 años. Y, como su costumbre, la iglesia llega tarde y con la respiración entrecortada.

El método “ver, juzgar, actuar” responde a una visión del mundo, a una cosmovisión en términos técnicos. Esencialmente responde a la visión antropocéntrica de la modernidad (con su fe ciega en la razón y en el progreso) y a la visión mecanicista de la física de Newton. Estas visiones colapsaron, aunque quedan rastros, secuelas, nostalgias.

La cosmovisión nueva –esta nueva etapa evolutiva– tienen otros y fundamentales ejes que no podemos dejar de lado.

Esencialmente:

  • La dimensión espiritual del ser humano y de lo real es central. Por eso la búsqueda de espiritualidad de nuestros tiempos.
  • Una espiritualidad integral. El ser humano no es el centro del universo, es parte del universo. Desde ahí la visión holística del saber y la importancia de todo lo eco.
  • La unidad. Hay una raíz común que podemos llamar “Vida”. Nos sentimos parte de un Todo. El anhelo de unidad anima a muchas búsquedas.
  • La física cuántica revolucionó la visión científica. Hay que tenerla en cuenta.

A partir de estos ejes propongo el método teológico-pastoral del observar, callar, fluir.

El “ver” nunca es objetivo. Esta es la primera gran falla del viejo método. Estamos adentro del sistema, adentro del Universo. Más aún: somos el universo expresándose en diferentes y maravillosas formas. “Afuera” en sentido estricto, no hay nada. Lo que veo me está viendo: los místicos, que precedieron la física cuántica, siempre lo supieron. En palabras del Maestro Eckhart: “el ojo con el cual veo a Dios es el mismo ojo con el que me ve”.

Nuestro “ver” entonces nunca es objetivo, sino siempre “interpretación”. Tomar conciencia de esto es, por supuesto, un gran y decisivo paso. A la realidad no llegamos interpretando, sino observando. Por eso el primer paso del nuevo método es observar.

La observación es neutral, porque es observación libre de interpretación y apegos afectivos y emocionales. Observamos desde un lugar de conciencia más allá de lo mental.

Obviamente es un aprendizaje y un ejercicio: aprender a observar así no es automático. Se observa “sin pensar”: el pensamiento siempre interpreta y juzga. La observación pura es también pura aceptación y puro amor. Por eso el segundo paso del nuevo método es callar.

No juzgamos más la realidad –lo que hemos observado desde más allá del pensamiento– sino que callamos. Entramos en el silencio creador. Desde el silencio contemplamos, aceptamos, amamos.

La mente –pensamientos, sentimientos, emociones– siempre juzga pero sus criterios son tremendamente condicionados y limitados. Por eso siempre se distorsiona la realidad y, en el fondo, no vemos la realidad, sino vemos nuestra interpretación de la misma a partir de nuestras opiniones, heridas afectivas y deseos egoístas o superficiales.

Callamos: el silencio nos introduce en el mundo de la gratuidad y la aceptación. La realidad es un don, siempre un don. La Vida siempre es un regalo: también con su cuota de dolor o incomprensión.

Callamos y el silencio nos hace descubrir un lugar más profundo y más real de lo que la mente nos muestra. Es el lugar del Ser, el lugar sin-lugar de pura vida donde todo está surgiendo sin etiquetas, sin partidos, sin divisiones. El silencio nos abre las puertas al verdadero amor: aceptación incondicional e incondicionada de todo lo que es.

Desde la pura observación y la práctica del silencio aprendemos a fluir.

Se fluye con la Vida, porque nos descubrimos UNO con esa misma Vida. Se fluye porque se ama, se ama porque se fluye. Descubriendo la bondad radical de la Vida surge la confianza. Confianza que se convierte en la postura básica y esencial frente a la Vida. Confiando, solo podemos fluir.

Fluir es decir que “si” a la Vida que se manifiesta y expresa asombrosa y maravillosamente en este preciso instante.

El fluir no es en absoluto resignación. La resignación no tiene nada que ver con la aceptación y el verdadero fluir. Resignarse es de cobardes, aceptar es de valientes. Entonces comprendemos que el verdadero fluir con la Vida es la única revolución necesaria y que solo el fluir es realmente transformador.

Se terminan las estériles luchas “en contra de o a favor de”: la lucha es siempre expresión de miedo y de no aceptación de la Vida. A menudo surge de nuestra interioridad herida y no-amada.

Desde el fluir con la Vida surge la acción correcta y necesaria en este preciso instante. El método que propongo –“observar, callar, fluir”– es sin duda un método místico que hunde su raíz en el ser. No va en contra del actuar y de la acción, sino que busca una sabiduría mayor. Sabiduría que viene del alinearse con la Vida. En el caducado método del “ver, juzgar, actuar”, el actuar en el fondo nacía del razonar/pensar, por cuanto seriamente se hacía uso de dicha herramienta.

En mi propuesta el actuar surge desde más allá, desde el lugar siempre sano del ser humano. En sentido estricto es más un dejar actuar que un actuar. Soltamos el ego y nos convertimos en cauces por donde la Vida/Dios actúa. ¡Qué liberación! ¡La única y auténtica liberación!

Entonces el fluir es dejar actuar, dejar que la Vida te traspase, te viva, se viva y vivifique. Por eso que solo el fluir con la Vida, paradójicamente, transforma la realidad. Porque solo la Vida trasforma y ella solo sabe modos y tiempos.

Fluir con la Vida entonces no es ser cómplices de las injusticias y el egoísmo humano. Injusticias y egoísmo son justamente la resistencia al fluir. Injusticias y egoísmos surgen del ego (la mente no observada o la identificación con la mente), de la creencia que simple y solamente somos mente. Solo el silencio disuelve el ego y permite un actuar más sabio.

La Vida auténtica no conoce injusticia y egoísmo. La ley que rige el Universo es la ley del Amor, bien lo sabemos. Pero el Amor es desposesión y entrega, es perder lo que creemos ser –nuestro pequeño e ilusorio “yo”– para perdernos en el Infinito mar del Amor, nuestra verdadera y común esencia.

Esta desposesión causa terror y el hombre se resiste al morir del “yo”: esto engendra egoísmo e injusticias. De otra manera: resistencia. Fluir una y otra vez es el aprendizaje del Amor, el aprendizaje del Ser y de ser. Este fluir sereno y calmo que es Dios mismo, solo puede surgir desde el observar y el callar.

Estoy convencido que la aplicación de este método teológico-pastoral en todos los campos de la vida de la iglesia y de la sociedad dará abundante frutos y nos abrirá a nuevos descubrimientos.

Habrá que aprender con paciencia a aplicarlo en los distintos campos y dimensiones de la vida. Sin duda necesitará ser pulido y ser encarnado. Habrá que encontrar símbolos y lenguajes para su aplicación en las distintas culturas y áreas existenciales.

Pero el eje está. El camino está trazado. El Espíritu, la Vida Una, ha soplado

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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