“Cristo muere: el amor en los tiempos del colera”, por Jesús Bastante.
De su blog El Barón rampante:
Jesús muere hoy, aunque ahora sólo nos acordemos de García Márquez. Ha pasado toda la noche en llamas, en lágrimas, traiciones y cánticos del gallo, entre orejas cortadas, amores rotos y huidas en estampida. Está ante el pelotón de fusilamiento, como Aureliano Buendía en Cien años de Soledad. Abatido, olvidado, como el coronel que no tenía quien le escribiera, sin una Fermina Daza que le esperara después del cólera.
Cristo muere hoy, después de obrar milagros, provocar suspiros, resucitar muertos, expulsar demonios, aglutinar multitudes. Siendo temido por quienes cosiguen apresarle, siendo el Rey de los Judíos. De forma absurda, como si no hubiera otra salida: puede y quiere salvarlo Pilatos, y no lo hace. Puede y quiere acompañarle Pedro, mas le traiciona. Puede y debe traicionarle Judas, aunque después se ahorque.
Jesús muere, y no queda noticia de este secuestro. El más bello náufrago tratando de aguantar la barca que se hunde con sus manos clavadas en los maderos, gritando el abandono y las torturas, sabiendo que podía haber cambiado el mundo… y sin embargo. Renaciendo entre pretores, sacerdotes, fariseos… muriendo en cruz, tamaño absurdo, gritando que “era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado”.
Jesús muere, y como siempre soñó Florentino Ariza, “Sólo Dios sabe cuánto te quise”. Y tal vez alguno sienta que “alguna vez él había dicho algo que ella no podía concebir: los amputados sienten dolores, calambres, cosquillas, en la pierna que ya no tienen. Así se sentía ella sin él, sintiéndolo estar donde ya no estaba”.
Cristo muere hoy, y en Jerusalén, como en Macondo, nadie hará nada. Seguirán adelante con sus vidas tristes, esquivas, sensatas. Pero alguien, en algún rincón, en Jerusalén, Macondo o Roma, tal vez continúe pensando que “nunca más podría dormir así, y empezó a sollozar dormida, y durmió sollozando sin cambiar de posición en su orilla, hasta mucho después de que acabaron de cantar los gallos y la despertó el sol indeseable de la mañana sin él”. Y que Jesús también murió en tiempos del cólera, y cuando se fue no quedaron ni los restos.
Y sin embargo, como un episodio del más genial realismo mágico, Jesús se alzará entre la selva, los campos, los cláxones, las bombas, el amor que, quién sabe, tal vez sea más poderoso que la muerte, y seguirá volviendo, mal que a alguno le pese, mal que le maten una y otra vez. Para vivir, para dar vida. “Sólo Dios sabe cuánto te quise” nos susurrará al oído. Y será verdad
Llora Macondo. Llora Jerusalén. Queda el recuerdo. Y la esperanza
Nota: ha fallecido el gran escritor y Premio Nóbel de Literatura en 1982 Gabriel García Márquez. (El País, El Mundo, Público…)
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