Pasión por la vida.
Del blog Nova Bella:
No hay un final.
No hay un principio.
Solo hay una infinita pasión por la vida.
*
Federico Fellini
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Del blog Nova Bella:
No hay un final.
No hay un principio.
Solo hay una infinita pasión por la vida.
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Federico Fellini
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A partir de 1891 la aplicación del Evangelio a las realidades sociales se ha organizado en la, así llamada, enseñanza social de la Iglesia. Sin embargo, esta enseñanza no constituye un apéndice al mensaje de Jesús, sino que es parte esencial del Evangelio, entre otras razones porque el hombre que Dios creó es un ser social.
Por otro lado, la división de la vida del hombre en distintos compartimientos contradice la naturaleza de un ser creado a imagen y semejanza de un Dios Uno y Trino, donde la diversidad no implica división y mucho menos exclusión.
El Evangelio tiene mucho para decir, si lo queremos escuchar, sobre todas las decisiones políticas, sobre toda la vida de la humanidad. Una ética basada en el Evangelio pone límites dentro de los cuales son posible muchas alternativas; la tarea de la política es elegir entre esas muchas alternativas.
Dios en su intención de compartir la historia con el hombre, nunca deja disponible una sola opción dentro de la ética. Dios le dona la libertad al hombre para que sea también semejante a Él, en consecuencia, siempre le ofrece un menú de opciones dentro de la ética que Él propone; en un cierto sentido, Dios crea al hombre y lo hace capaz de ser co-creador con Él.
La ideología que propone “hacer lo correcto” cae en el engaño de que existe siempre una única opción correcta y reduce la libertad del hombre a sólo elegir entre el bien y el mal. En la visión cristiana, Dios es el Bien, y Dios es infinito. Por lo tanto, nunca existe una única opción correcta; es más, como imagen y semejanza de Dios Creador, el hombre puede agregar opciones al menú de alternativas que están dentro de una ética con centro en el hombre y su innegable dignidad.
Por eso es que, como ha dicho San Juan Pablo II, la enseñanza social de la Iglesia no es una ideología sino que “se sitúa en el cruce de la vida y de la conciencia cristiana con las situaciones del mundo y se manifiesta en los esfuerzos que realizan los individuos, las familias, cooperadores culturales y sociales, políticos y hombres de Estado, para darles forma y aplicación en la historia”.
En este sentido, una reflexión basada en el Evangelio no puede decir cuál es la mejor entre las soluciones del menú de alternativas que están dentro de la ética. Esta selección es tarea de la política, y es una selección que excede el marco de los argumentos meramente técnicos. Pero una reflexión basada en el Evangelio sí, puede y debe señalar las opciones que se oponen a la Caridad Social y a una ética que tiene en su centro al hombre-imagen y semejanza de su Creador.
Como señala Benedicto XVI, “la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona”. Esta reflexión también puede y debe proponer criterios para construir y evaluar las alternativas que se le presentan a la humanidad.
En el presente contexto histórico es válido interrogar desde el Evangelio el paquete de reformas laboral-previsional-fiscal que propone el Gobierno de Argentina. Pero no se trata de un análisis principista, pues a partir de que Dios es Amor, el mal es aquello que nos hace daño como humanidad, en consecuencia, el tema no se cierra con una votación (cualquiera sea el resultado).
Un primer principio moral que resulta vulnerado en muchas argumentaciones es aquel que afirma que “el fin no justifica los medios”. Antes de debatir sobre la realidad de los beneficios de las medidas propuestas, deberíamos analizar la legitimidad moral de los medios propuestos. ¿Por qué? Porque debatir sobre los beneficios, es debatir sobre los efectos, es decir sobre los fines, y si no se analiza la moralidad de los medios, damos por sentado que el fin justifica los medios.
Los medios propuestos son la reducción de haberes y de los derechos de trabajadores activos y pasivos. Este tipo de medios pueden ser moralmente válidos sólo en el caso de que se trate de medidas transitorias en un contexto de una grave dificultad del conjunto de la sociedad.
Aún en ese contexto, sigue siendo una condición necesaria la justa distribución de los esfuerzos entre todos los habitantes de la Nación. En consecuencia, conviene preguntarse cuál es el “esfuerzo extraordinario” que hacen los miembros de otros sectores económicos. La solidaridad, como virtud social, exige la reciprocidad; en consecuencia, es oportuno interrogarse cuál es la respuesta de los otros sectores a la postergación de ingresos y derechos que se pide a quienes viven de su salario o su jubilación.
Por ejemplo, en el “milagro alemán” los trabajadores ofrecieron dos horas de trabajo sin cobrar, mientras -en reciprocidad- las empresas no recuperaban sus costos fijos mientras durara la emergencia. Aún sin la gravedad del caso alemán, cuando el Gobierno de España le otorgó tarifas más altas a su empresa de telefonía nacional, esta empresa se comprometió a no distribuir dividendos y a capitalizar todas sus ganancias. Incluso, en un ejemplo más cercano, las grandes empresas de energía con actividad en Argentina, analizaron sólo recuperar sus costos marginales, es decir no recuperar sus costos fijos por uno o dos años, ante la crisis del 2001.
Entonces, ¿cuál es la cesión de derechos e ingresos que hacen los sectores exportadores, financieros y de las grandes empresas, en reciprocidad con las personas que viven de su salario o jubilación? Si no existe respuesta, entonces no hay justicia en los medios propuestos y estos resultan inmorales. Es necesario tener presente que, a la promesa abstracta de futuras inversiones, en estricta justicia, corresponde la promesa abstracta de hacer más esfuerzo.
La validez moral de los medios propuestos si se los quiere aplicar en forma permanente, requiere analizar los fundamentos que se dan en su defensa. La tesis central que pretende justificar estas reformas se refiere al desequilibrio y falta de competitividad de la economía argentina, donde el exceso en el nivel de los salarios y derechos laborales sería la causa del exceso de gasto, que a su vez, que sería la causa de la falta de crecimiento y de las crisis de Argentina.
Un análisis fundado en el Evangelio, no puede detenerse en categorías agregadas ni genéricas: debe ver siempre a las personas que están detrás de esas categorías. Para poner las personas en el centro deben considerarse al menos: el fin de la actividad económica de la Nación como comunidad de personas, y el perfil distributivo sobre el que operan las categorías agregadas. Como nos recuerda Caritas in Veritate (36): “El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente”.
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Es conocida la pintura egipcia de la tumba de Sennedyem, de hace 3.200 años aproximadamente: un campesino labra la tierra con un arado tirado por una yunta de vacas, o de una vaca y de un buey. Viví muy de cerca ese mundo tan próximo y lejano a la vez. Así se labraba la tierra en nuestro viejo caserío y en casi todos los demás hace 60 años, e incluso hace solamente 50. Era otro mundo.
Y como se labra la tierra se imagina el cosmos. Según cómo sea el sistema de producción de los bienes que consumimos, así serán en buena medida nuestra visión del mundo y nuestras relaciones sociales, nuestras filosofías y religiones, toda la cultura. “Cultura”, “cultivo” y “culto” tienen la misma raíz, las mismas raíces en la tierra en la que hemos brotado y que somos.
Digo todo ello para destacar la profunda mutación religiosa que exige de nosotros la radical mutación cultural que estamos viviendo. Todas las grandes tradiciones religiosas vivas de hoy –religiones de la India, budismo, judaísmo, cristianismo, islam…– hunden sus raíces en culturas propias de hace milenios.
Entonces tenía sentido –era “creíble”, coherente con la visión del mundo– hablar de cielo-tierra, de ángeles y demonios, de muchos dioses o de un único Dios Creador, de cuerpo y alma, reencarnación y resurrección, de tiempo y eternidad, de más acá y más allá, de culpa y perdón, de nacimientos virginales y otros milagros o sucesos “sobrenaturales”, de expiación y gracia, de salvación y condenación eterna, de dogmas revelados y ritos necesarios, de ministros sagrados, siempre varones…
Pero en los últimos 50 años, desde el mundo agrario hasta el mundo postindustrial de la información, del conocimiento y del cambio acelerado, la cultura en que vivimos ha cambiado más que en los últimos 5.000 años, o que incluso en los últimos 10.000, desde el inicio de la agricultura en Mesopotamia, Egipto, China…
En la cultura en que vivimos y que se extiende por doquier, las religiones con sus dogmas, creencias e imágenes milenarias, tocan a su fin. No es el fin de la espiritualidad o de la sabiduría o de la cualidad humana profunda, sino de los sistemas religiosos tradicionales. Y no nos engañemos: el fin de las religiones en su forma actual se dará más pronto que tarde en todos los continentes y países, allí donde se difundan la universidad y las ciencias. En lo que se refiere a la Iglesia católica, pensar que podrá bastar con cambios de estilo, reformas curiales y nuevos nombramientos episcopales me parece un engaño y una gran irresponsabilidad.
Está en juego la vida, la humanidad, la comunidad de los vivientes. La propia especie Homo Sapiens –aparecida, nos dicen ahora, hace 300.000 años en Marruecos– se encuentra en un momento crítico, pues ya se están diseñando una especie viva o unas máquinas inteligentes más poderosas que él. El hiper-humanismo o el transhumanismo están a la vuelta de la esquina. Las posibilidades son insospechadas y las amenazas, terribles. Si no es para bien de todos los vivientes, será para exterminio de todos.
Volvamos a la pintura de la tumba egipcia. Llama la atención la postura del campesino: ostensiblemente encorvado sobre su arado, levanta la fusta sobre las vacas en ademán de azotarlas. Encorvado, levanta la fusta. No sabemos cuál de los dos es más esclavo: el animal o el humano. O la tierra que labran. Es el precio de la agricultura. ¿Es el precio del desarrollo? Y lo malo es que, después de 3.000 años, seguimos en las mismas, e incluso vamos a peor: nunca hemos esclavizado tanto la tierra ni hemos sido tan esclavos los unos de los otros.
¿Tienen todavía las religiones algo que ofrecer? Solo a condición de que acierten a rescatar el tesoro de sabiduría que se oculta en sus viejas tradiciones y textos, despojándolos de ropajes y lenguajes ya inservibles. El Espíritu creador y liberador que movió a Jesús ha de ser liberado de las formas viejas que lo aprisionan, como brota la vida del grano que desaparece en el seno de la tierra.
Juan de la Cruz tenía una fe inmensa en el ser humano. Algo sorprendente, cuando se conoce su vida. Desde su infancia difícil, marcada por la pobreza, hasta su última enfermedad –«unas calenturillas», como la llamó él– y su muerte.
Porque Juan vivió una pobreza extrema que dejó huella en su cuerpo y en toda su persona, y que se llevó por delante, muy temprano, la vida de su padre y de uno de sus hermanos. Y la enfermedad final lo encuentra en medio de un «castigo» que le impusieron sus mismos hermanos, sin acabar de comprender quién era ese hombre menudo y curtido: un hombre fiel al proyecto iniciado por Teresa de Jesús, enamorado de Dios, leal a sus superiores y verdadero hermano de sus hermanos.
Con esos dos extremos y una vida nada sencilla, resulta impresionante cómo Juan mantiene su fe en los demás, en su inmensa posibilidad y en cómo, cualquiera que sea el punto en el que sus vidas se encuentran, la llamada al amor mayor sigue intacta, es real.
Quienes mantienen su fe en los demás, y no por pura ingenuidad, se convierten en personas profundamente accesibles y acogedoras, maestras de la vida. Eso le sucedió a Juan. Y por eso, en parte, su magisterio no se agota.
Se le puede ver diciendo: «No ignoro que hay algunos tan ciegos e insensibles que… como no andan en Dios, no echan de ver lo que les impide a Dios». Juan sabía, sobradamente, que la ceguera existe, que hay quien permanece como en letargo, sin sentir la ausencia del bien ni la presencia del mal. Y sin intuir la presencia del que es todo bueno, de Dios.
Pero aun así, seguía creyendo que todos, sin excepción, «para este fin de amor fuimos criados». De ahí su empeño en despertar y devolver la luz y mostrar un camino que haga más plena la vida y más humana la existencia.
A Juan le dolía que había quienes «trabajan y se fatigan mucho, y vuelven atrás, y ponen el fruto del aprovechar en lo que no aprovecha, sino antes estorba», cuando podrían seguir un camino de crecimiento sin fin. Estaba convencido de que no hay límite para la evolución humana, porque puede llegar a la cumbre de un monte donde habita Dios —una cumbre que está en lo profundo del ser. Y si Dios no tiene límite, tampoco se lo pone al ser humano.
Convencido de que el acceso a lo mejor de uno mismo es posible, Juan se empeña en dar luz para que cada persona «eche de ver el camino que lleva y el que le conviene llevar, si pretende llegar a la cumbre de este monte». Las dos cosas son necesarias: saber dónde se encuentra uno mismo y saber a dónde quiere ir; saber cómo camina y cómo necesita hacerlo, para avanzar.
Todo importa y todo es cauce para avanzar. Juan se toma muy en serio a las personas y cree que Dios ha puesto en cada una la potencialidad suficiente para lo bueno. Por eso, dice: «Un acto de virtud produce en el alma y cría juntamente suavidad, paz, consuelo, luz, limpieza y fortaleza». Es decir: un gesto de amor, un paso de reconciliación, una actitud abierta, cualquier movimiento de bondad, genera todas esas cosas. Y va aproximando al centro del ser.
Del mismo modo, el movimiento inverso, dejarse arrastrar por los impulsos más negativos hasta convertirlos en hábito, devuelven a uno mismo la peor imagen y causan infelicidad a los demás. A esos impulsos que desencajan las piezas interiores y que pueden hacerse costumbre, Juan los llama apetitos y de ellos dirá: «Un apetito desordenado causa tormento, fatiga, cansancio, ceguera y flaqueza».
De modo que cuando él habla de «inclinarse, no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso», está animando a decir sí a lo mejor de uno mismo que, la mayoría de las veces, está ligado al impulso menos primario… «menos fácil».
Y cuando se presenta tan radical, diciendo: «Para venir del todo al todo, has de negarte del todo en todo», está diciendo: es necesario hacer costumbre –un ejercicio continuo– de decir sí a lo que produce la alegría profunda y no a lo que deshace el misterioso y precioso puzle que es el ser humano.
Después, dirá: «Cuanto más se fuere habituando el alma en dejarse sosegar, irá siempre creciendo en ella y sintiéndose más aquella amorosa noticia general de Dios». Cuanto más se «inclina» –sigue– más «paz, descanso, sabor y deleite sin trabajo» encuentra.
Juan cree que es posible «dejarse llevar de Dios», dejarse sosegar y sacar de la ceguera o la insensibilidad. Es posible para todos. Por eso, se empeña en hablar de la maravilla que se puede vivir cuando se deja a Dios obrar, y dice que le «parece al alma que todo el universo es un mar de amor en que ella está engolfada, no echando de ver término ni fin donde se acabe ese amor, sintiendo en sí el vivo punto y centro del amor».
Del blog de la Communion Béthanie:
2014 con Dios llama y Vivir por el Espíritu +
En 1932, dos mujeres entregan su existencia a Dios y reciben en su oración, día día, palabras de Vida. Dos libros van a nacer de este compañerismo con Cristo, que te proponemos descubrir a lo largo de este año.
” Persigue sólo un fin esencial:
estar siempre dispuesto a entrar
en lo que he preparado para tí. “
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El 13 de junio, Vivir por el Espíritu.
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Queridos hermanos y hermanas:
Casi desde el comienzo del blog, muchos días se ha abierto con las migajas de espiritualidad que nos proporcionaba el blog À Corps… À Coeur. Ayer, su autor, Loquito, nos anunciaba que ponía fin a esa presencia diaria cerrando su blog. Este es su último post en el blog À Corps… À Coeur… Le vamos a echar de menos… Gracias por la ayuda en este mismo camino de espiritualidad y de agradecimiento al Dios hecho carne… Hasta siempre, amigo…
Chers frères et sœurs :
Presque dès le début du blog, le nombre de jours a été ouvert avec les miettes de la spiritualité qui nous a fourni le blog A Corps blog… Coeur. Son auteur, Loquito, a annoncé hier qu’il mettre fin à la présence quotidienne en fermant son blog. Il s’agit de son dernier message sur le blog A Corps… Coeur… va nous manquer… Merci pour l’aide dans cette même voie de spiritualité et de gratitude envers Dieu fait chair… Adieu, ami: Au revoire ami
Y para este último post, os dejo en compañía de versículos bíblicos de la liturgia de este día, la relación amorosa, versión espiritual:
Dios, tú mi Dios, te busco en la aurora,
Mi alma tiene sed de tu amor,
Dios, tú mi Dios, te busco en la aurora,
Cuando se alzará la luz de tu rostro
*
Como una tierra sedienta y sin agua,
Mi corazón y mi carne, por ti suspiran,
quiero contemplarte en el santuario de tu presencia,
Cuando se alzará la luz de tu rostro
*
Mis labios cantarán tu alabanza por los siglos
porque tu amor es mejor que la Vida,
quiero bendecirte, a tu nombre elevar las manos,
Cuando se alzará la luz de tu rostro
*
Cuando sueño contigo, por la noche sobre mi cama,
A lo largo de las vigilias, mi alma está en Ti
Tú mi auxilio, me acojo bajo tus alas
Y contemplo la luz de tu rostro
*
( Canto según el Salmo 62)
*
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“Me sedujiste Señor
y me dejé seducir”
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Jeremías, 20, 7
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Recordatorio
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