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Adviento, Dios es fiel.

Viernes, 22 de diciembre de 2023
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Del blog de Henri Nouwen:

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 “La situación que atraviesa nuestro mundo es alarmante, y mucha gente experimenta grandes angustias. Más que nunca seremos probados en nuestra fe. Espero y rezo para que el Señor intensifique nuestra fe durante estas semanas de Adviento y nos llene de paz y alegría que son de su Reino. La esperanza es más que optimismo, y ruego para que todos seamos capaces de vivir con esperanza en medio de nuestra época… Tenemos una promesa, y sabemos que Dios será fiel a su promesa, aunque nosotros dudemos y tengamos miedo. Como dice Pablo: La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado (Romanos 5,5)”.

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Henri Nouwen

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Carta al párroco

Jueves, 3 de marzo de 2022
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7F4ABEA3-749D-471C-AC5C-F4DF1254EDFAEscrita, va para veinte años, por un feligrés a su párroco

Juan de Burgos Román
Madrid

ECLESALIA, 10/01/22.- Asistí anoche a la disertación que diste en la parroquia y, como me chirriaron algunas de las cosas que, con contundencia, nos dijiste, pensé que quizá debiera ir a mostrarte mis discrepancias, pero no lo tuve claro. Sin embargo, después de un rato de oración, entendí que lo atinado era que no me callara, así que me he animado a enviarte esta nota.

A lo largo de la charla, te referiste varias veces a la Iglesia, diciendo cosas como que la ponemos en solfa, nos afeaste que, cuando buscamos la relación con Dios, lo hiciéramos al margen de la Iglesia, concluías afirmando que no la queremos y nos invitaste a cambiar, procediendo del modo que tú estimas que nosotros debemos proceder.

Y yo me digo: después de cómo se ha portado la Iglesia con muchos de nosotros (bueno, me refiero a la Iglesia oficial y sus ministros), lo esperable sería que a estas alturas no la pudiéramos ni ver y, sin embargo, seguimos bajo sus alas. Tras los muchos miedos a la condenación eterna que, los ministros de iglesia, nos han metido en el cuerpo, tras las angustias y desasosiegos que hemos sufrido por causa de ello a lo largo de nuestra juventud (y también posteriormente; recuerda, por ejemplo, las exhortaciones clericales a propósito de la Humane Vite), debiéramos haber salido despavoridos hace ya mucho, pero aquí seguimos. Y tú vas y nos dices que no queremos a la Iglesia. Después de tanta tergiversación e impostura, mostrándonos a Dios como un ser vengativo dispuesto a mandarnos a los infiernos a las primeras de cambio, o endilgándonos la “Historia Sagrada” a base de interpretaciones literales de las escrituras (la manzana y la serpiente parlante, el “trasatlántico” de Noé, etc.), lo que cabría esperar habría sido que nos hubiéramos marchado de la Iglesia hace ya muchos años, pero aquí seguimos, participando de sus cultos y colaborando en sus saraos varios. Después de la reciente tomadura de pelo, convirtiendo el año de júbilo en una interminable sucesión de romerías para ir a ganar algo extraño llamado jubileo (con la zanahoria de las correspondientes indulgencias, que no se sabe bien lo que son), resulta que, nosotros, en lugar de haber dicho que ya estaba bien, pues aquí andamos aun, en el redil de la Iglesia.

Pero fuiste a más: nos dijiste que teníamos el importante cometido de hacer creíble a la Iglesia ¿Así?, ¿conforme está ahora?, ¿sin limpiarla, al menos, un poquito? Me habría gustado (y creo que hubiera sido de justicia) que nos hubieras proporcionado unas pinzas, para la nariz, para cuando huele especialmente mal, y unos litros de lejía, para que nos hubiéramos puesto antes a fregarla, y así, cuando ya hubiera empezado a brillar, pudiéramos mostrarla sin sonrojarnos.

Me he animado a decirte esto último a la vista del texto bíblico que me salió en mi anterior rato de oración: «Pero vosotros os habéis extraviado del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la Ley, habéis corrompido la alianza de Leví, dice Yahveh Sebaot. Por eso, yo también os he hecho despreciables y viles ante todo el pueblo, de la misma manera que vosotros no guardáis mis caminos y hacéis acepción de personas en la Ley» (Malaquías 2,8-9).

Pues claro que queremos a la Iglesia (¿Quién nos ha transmitido la fe?), pero la queremos limpia, transformada. No parece que Jesús quiera una Iglesia como esta nuestra de ahora, de la que cabe decir lo mismo que él decía de la religión del Templo y de los jefes religiosos de su época.

Lamentablemente, el respeto y aprecio por la verdad no ocupan los primeros lugares en la escala de valores de muchos eclesiásticos; hay muchos otros principios que se la han puesto por encima. Sin ir más lejos, repara en la cantidad de milongas se dicen desde los púlpitos para que “los sencillos no se escandalicen”.

Me permito notar que, según tengo observado de antiguo, al hablar de la Iglesia, de su importancia, de lo que debe significar, tú hablas de ella y de Jesucristo como si de la misma cosa se tratara. Me pregunto si no será esto, la identificación que tú haces, lo que te llevó a la exhortación de anoche.

Nos decías, con firmeza, que (en tu opinión, supongo yo) gustamos de Dios pero no gustamos de los sacramentos. Tengo para mí que lo que acontece es algo muy distinto: acontece que lo que no gustan son los sucedáneos de sacramento. Me pregunto si, antes de hacer un reproche tan duro a tus feligreses, no sería conveniente que echaras un vistazo a cómo está posicionada en esto la parroquia (y la Iglesia en general; no me refiero al “pueblo fiel”). Y es que, a lo que se me alcanza, malamente se puede gustar de Dios sin gustar de los sacramentos, ya que sin estos (signos sensibles de la presencia de Dios) ni se le puede llegar a vislumbrar. Otra cosa son los rituales, a veces hueros, y las fórmulas litúrgicas en vigor, que en muchas ocasiones tienen apariencia de conjuro mágico que pretende obligar a Dios a acudir, de inmediato, a donde el presbítero oficiante se lo ordena.

Cuando te oí hablar de esas muchas personas, decías tú, que creen pero que no practican, pensé que quizá seamos nosotros, los que pululamos por las parroquias, los que, a fuerza de hacer mal las cosas, las hayamos incitado a marcharse ¿No será que ellas abandonan porque nuestro mensaje ha dejado de ser buena noticia, porque la cara de la Iglesia está demasiado sucia y nuestras celebraciones son, cuando menos, insustanciales e insípidas?

Y para acabar, tengo una cosa que, aunque no es de lo que tú nos dijiste, estaba allí presente anoche: Llamaba poderosamente la atención la frase “Abracemos la Cruz de Cristo” que, con motivo de la cuaresma, habéis puesto allí, en la pared interior del templo con grandes letras. Me produjo cierto rechazo, ya que, respecto de la Cruz de Cristo, me siento mucho más cercano a esto otro, que dijo el Vaticano II: «Él, sufriendo la muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia» (Gaudium et Spes, 38a)

Y es que Jesús fundamentó su vida sobre el amor y no sobre el sufrimiento. Así pues, entiendo que, cuando sigamos sus pasos, en su caminar (entrega amorosa) por el establecimiento del Reino, no deberemos olvidar que ello nos puede acarrear amarguras y sufrimientos, los cuales nos veremos en la precisión de asumir, pero no de buscarlos, ni de andar tras ellos. Esto no es abrazarse a la cruz, esto es algo así como un accidente laboral, que, sin que lo busquemos, nos cae encima.

Espero que sepas disculparme si en algo estimas me he excedido.

Un abrazo.

21 de febrero de 2002

 (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedenciaPuedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

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Instrumentos de Paz

Martes, 10 de abril de 2018
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El mundo tiene una ardiente sed de la paz de Dios, anhela ver resplandecer el arco iris de la divina gracia después de la tempestad, pero no consigue liberarse de la agitación y de la inquietud, puesto que es un mundo caído al que se le ha infligido el destino inexorable de no conocer la paz. Si se me preguntara en qué consiste esa paz, sólo podría sugerir la imagen de algo que sea transitorio para proporcionar la idea de lo que es imperecedero. Conocéis la paz de un niño adormecido, también sabéis algo de la paz que experimenta un hombre en sí mismo cuando encuentra a la mujer amada, algo de la paz que encuentra el amigo cuando mira a los ojos del amigo fiel; conocéis algo de la paz que experimenta un niño en brazos de su madre, de la paz que reposa en ciertos rostros maduros en la hora de la muerte; de la paz del sol vespertino, de la noche que lo cubre todo y de las estrellas perennes; conocéis algo de la paz de aquel que murió en la cruz. Pues bien, tomad todo eso como signo caduco, como símbolo pobre de lo que puede ser la paz de Dios. Estar en paz significa saberse seguro, saberse amado, saberse custodiado; significa poder estar tranquilo, tranquilo del todo; estar en paz con un hombre significa poder construir firmemente sobre la fidelidad, significa saberse una sola cosa con él, saberse perdonados por él. La paz de Dios es la fidelidad de Dios a pesar de nuestra infidelidad.

En la paz de Dios nos sentimos seguros, protegidos y amados. Es cierto que no nos quita del todo nuestras preocupaciones, nuestras responsabilidades, nuestras inquietudes; pero por detrás de todas nuestras agitaciones y de todas nuestras preocupaciones se ha levantado el arco iris de la paz divina: sabemos que es él quien lleva nuestra vida, que ésta forma unidad con la vida eterna de Dios.

Que Dios haga de nosotros hombres de su paz incomparable, hombres que reposen en él, aun en medio del trastorno de las cosas del mundo, que esta paz purifique y serene nuestras almas y que algo de la pureza y de la luminosidad de la paz que Dios pone en nuestros corazones irradie en otras almas sin paz; que nos convirtamos el uno para el otro, el amigo para el amigo, el esposo para la esposa, la madre para el hijo, en portadores de esta paz que viene de Dios.

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Dietrich Bonhoeffer,
Memoria y fidelidad,
Magnano 1995, pp. 146-149, passim.

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Paz del Corazón

Sábado, 24 de junio de 2017
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Del blog de la Communion Béthanie:

Humildad – Dulzura de Cristo

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 “Yo sé los planes que tengo para ti, planes para tu bienestar y no para tu mal, a fin de darte un futuro lleno de esperanza.” ¡ (Jr 29, 11)

¡Qué dulce y tranquilizadora es tu palabra es, Señor! Has previsto para cada uno lo mejor, la paz del corazón. “

“Tú, Señor, no retendrás lejos de mí tu misericordia, Tu fidelidad y tu verdad me preservarán siempre “ (Ps 40,12)

Concédenos Señor  apoyarnos siempre en tu Amor.

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Elisabeth S.

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Liberarnos

Viernes, 23 de septiembre de 2016
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Lo único que puede liberarnos es Cristo, pero no lo encontramos simplemente a través de las evasiones fáciles, de las renuncias pasivas. No podemos encontrarlo realmente por medio de una abdicación, porque encontrar la Verdad supone la fidelidad más heroica a todos sus reflejos en nosotros mismos, comenzando por aquellos que nos muestran nuestra propia miseria y la de los demás”.

*

Thomas Merton

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Falso optimismo

Viernes, 2 de octubre de 2015
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Del blog de Henri Nouwen:

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“Son muchas las personas que viven con la expectativa consciente o inconsciente de que en algún momento las cosas mejorarán; que las guerras, el hambre, la pobreza, la opresión y la explotación desaparecerán, y todo el mundo vivirá en armonía. Sus vidas y trabajo están basados en esta expectativa. Cuando ésta no se ve cumplida en el curso de sus vidas, caen a menudo en el desencanto y se sienten fracasados.

Pero Jesús no sostiene esta visión optimista. No sólo prevé la destrucción de su amada Jerusalén, sino también un mundo lleno de crueldad, violencia y conflictos. Para Jesús, este mundo no puede tener un final feliz. El desafío de Jesús no consiste en resolver todos los problemas del mundo.., sino en permanecer fieles a cualquier precio.”

*

Henri Nouwen

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Y esto, ¿para qué me sirve?…

Viernes, 18 de septiembre de 2015
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cadenaspesadasSí, sí, ¿para qué me sirve? ¿Para qué tanto trabajo, tanto tiempo empleado en algo a lo que no encuentro sentido, en algo que me hace sufrir, que me hiere?

Quizás ahí radica la confianza. “…esto os sucederá para que…”, nos dice Jesús procurando dejar las cosas más o menos claras. Lo que sucede es que Jesús, a veces, de claro tenía poco, o al menos así nos lo han transmitido los evangelios.

Sí, es complicado, pero no es imposible, es el “sobre-sentido” (que dice Javier Garrido).

Ante el sufrimiento incomprensible, doloroso, cruel y rechazable, ser capaces de mirarlo desde Dios hace que encontremos ese sobre-sentido. La crisis, incluso el mal, como oportunidad para…; ¡ah!, cada cual ha de encontrar, con Dios, su para: ¿crecer, madurar, relativizar, aumentar la confianza y la esperanza, ser más generosa, más entregada?…

Lo que sí es cierto es que crecemos a base de dolor. Una amiga vieja amiga de la niñez crecía, y lo sabíamos, por sus dolores en las piernas.Vamos asumiendo la contingencia de la vida a medida que sumamos cicatrices en las hojas del calendario del alma. Y nos cuesta aceptar eso, pero… es el tributo que pagamos a la sabiduría.

No es bueno ocuparnos constantemente en ahorrarnos golpes. No es necesario ser masoquista y procurar tropezar en toda baldosa levantada, como aquel que le pedía a Dios que le enviara “pruebas” para demostrarle su fidelidad, como si la vida no tuviera ya suficiente con su dosis habitual. No, no es masoquismo, es realismo. La vida duele. Sobre todo si no le encontramos sentido y no sabemos, o no queremos, esperar.

Todo puede tener otro lado, a ti te toca el esfuerzo de girar y mirar de otra manera. Nadie dijo que mirar de forma contemplativa, que es como mira Dios, fuera fácil, pero si tienes perseverancia llegarás a la plenitud de tu alma.

Y es que… esto de VIVIR lleva mucho tiempo. No te rindas. Confía.

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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“La fuerza de los rituales (II)”, por José Mª Castillo, teólogo

Martes, 18 de agosto de 2015
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el-rostro-de-dios1De su blog Teología sin Censura:

Lo primero, lo más elemental, en el problema planteado a propósito de los rituales religiosos, es tener muy claro que no es lo mismo hablar de Dios que hablar de la religión. Dios es el fin último que podemos buscar o anhelar los mortales. La religión es el medio por el que (y con el que) intentamos acercarnos a Dios o relacionarnos con él. Por tanto, Dios no es un elemento más, un componente más (entre otros) de la religión.

Por otra parte – si intentamos llegar al fondo del problema -, Dios y la religión no se pueden situar en el mismo plano. Ni pertenecen al mismo orden o ámbito de la realidad. Porque Dios es el Absoluto. Y el Absoluto es el Trascendente. Es decir, Dios se sitúa en el orden o ámbito de la “trascendencia”. Mientras que todo lo que no es Dios (incluida la religión) es siempre una realidad que se queda “aquí abajo, o sea en el ámbito de la “inmanencia”.

Todo esto quiere decir que “ser trascendente” significa “ser inabarcable” o “ser inconmensurable”. Es decir, Dios no está a nuestro alcance. Por tanto, Dios no es una realidad “cultural”. En tanto que la religión es siempre un producto de la cultura. Otra cosa es las “representaciones” que los humanos nos hacemos de Dios. Pero eso ya no es “Dios en Sí”, sino nuestra manera (culturalmente condicionada) de representarnos al Trascendente.

Hecha esta disquisición, que me parece indispensable, tocamos ya las cuestiones que nos interesan más directamente en esta reflexión. Ante todo, es importante saber que, en la larga historia y prehistoria de la religión, lo primero no fue el conocimiento y la experiencia de Dios, sino la práctica de rituales de sacrificio (así, por lo menos, desde E. O. Wilson, incluso ya antes Karl Meuli). De forma que abundan los paleontólogos que defienden que, desde el paleolítico superior, hay huellas claras de este tipo de prácticas rituales (W. Burkert, H. Kühn, P. W. Scmidt, A. Vorbichler).

Si bien hay quienes piensan que los rituales religiosos relacionados con la muerte se inician a partir del mesolítico (Ina Wunn). En todo caso, se acepta la convicción que ya propuso G. Van der Leeuw: “Dios es un producto tardío en la historia de la religión” (K. Lorenz, W. Burkert). Lo que es comprensible, si tenemos en cuenta que Dios nos trasciende y no está a nuestro alcance, como lo están los rituales religiosos.

Así las cosas, es un hecho que los rituales religiosos, en sus más variadas formas, están más presentes en cada ser humano, ya desde la infancia, que la claridad y la profundidad en la relación con Dios. Dicho más claramente, creo que no es ninguna exageración afirmar que, tanto en los individuos como en la sociedad, están más presentes los rituales y sus observancias que Dios y sus exigencias.

O sea, en la vida de muchos (muchísimos) creyentes, están muy presentes los rituales religiosos y la observancia de los mismos. Mientras que la firmeza, la cercanía y la fiel escucha de Dios es un asunto que son también muchos (muchísimos) los creyentes que no tienen eso resuelto debidamente. Lo que lleva consigo, entre otras cosas, una consecuencia de enorme importancia. Una consecuencia que consiste en que, con demasiada frecuencia, en la conducta de muchas personas se divorcian la observancia de los ritos sagrados, por una parte, y la fidelidad a la honestidad, la honradez y la bondad ética, por otra parte.

Y entonces, nos encontramos con un hecho que lamentamos muchas veces. Me refiero al hecho de tantas personas que son fielmente observantes y religiosas, pero al mismo tiempo son personas que dejan mucho que desear en su conducta ética.

¿Cómo se explica esto? El comportamiento religioso consiste en la fidelidad a la observancia de los rituales sagrados. Pero ocurre que los ritos son acciones que, debido al rigor de la observancia de las normas, se constituyen en un fin en sí (G. Theissen, B. Lang, W. Turner). Y, entonces, lo que ocurre es que el fiel observante del ritual se tranquiliza en su conciencia, se siente en paz consigo mismo, se libera de posibles sentimientos de culpa o de miedos que adentran sus raíces en el inconsciente, al tiempo que la conducta ética, con sus incómodas exigencias queda desplazada.

Y el sujeto se siente en paz con su conciencia, con sus semejantes y con Dios. En lo que he intentado explicar aquí, radica (según creo) la clave para comprender el conflicto de Jesús con los hombres más religiosos y observantes de su tiempo. Es notable que, por lo que narran los relatos evangélicos, Jesús no tuvo enfrentamientos ni con los romanos, ni con los pecadores, los samaritanos, los extranjeros, etc. Los conflictos de Jesús se produjeron precisamente con los más fieles cumplidores de la religión: sumos sacerdotes, maestros de la Ley y fariseos.

¿Por qué precisamente con estas personas y no con los alejados de la religión y sus rituales? Jesús fue un hombre profundamente religioso. Pero Jesús vio el peligro que entraña la fiel observancia de los ritos de la religión. ¿Qué quiere decir esto? Jesús no rechazó el culto religioso. Lo que Jesús hizo fue desplazar el centro de la religión. Ese centro no está ni en el templo y sus ceremonias, ni en lo sagrado y sus rituales.

El centro de la experiencia religiosa, para Jesús, está en hacer lo que hizo el mismo Dios, que se “encarnó” en Jesús. Es decir, Dios se humanizó en Jesús. Dios está presente en cada ser humano, sea quien sea, piense como piense, viva como viva. Sólo reconociendo esta realidad sorprendente y viviéndola, como la vivió el propio Jesús, sólo así estaremos en el camino que nos lleva al centro mismo de la religiosidad que vivió y enseñó Jesús.

¿En qué consiste, entonces, el culto a Dios? La carta a los hebreos lo dice con tanta claridad como firmeza: “No os olvidéis de la solidaridad y de hacer el bien, que tales sacrificios son los que agradan a Dios” (Heb 13, 16). Que no es sino la fórmula tajante que plantea el autor de la carta de Santiago: “Religión pura y sin tacha a los ojos de Dios Padre, es ésta: mirar por los huérfanos y las viudas en sus apuros y no dejarse contaminar por el mundo (Heb 1, 27).

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Propósito

Sábado, 17 de enero de 2015
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“La verdadera felicidad no se alcanza por medio de la autogratificación,

sino siendo fiel a un propósito que merezca la pena.

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Helen Keller

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