“Trascendencia en clave menor: El humor (I)”, por Gema Juan OCD
Leído en su blog Juntos Andemos:
La experiencia humana tiene una dimensión cómica. Peter Berger, teólogo y sociólogo estadounidense, llamaba «trascendencia en clave menor» a la posibilidad que tiene lo cómico de ser señal de trascendencia. Porque el humor sirve para trascender, para traspasar la realidad ordinaria. Después, esta trascendencia puede tener implicaciones religiosas o no, eso dependerá de cada persona pero, de entrada, el humor abre una puerta a otra dimensión.
Teresa de Jesús tenía especial querencia por esta clave menor para vivir, y no solo por su carácter. Para ella, el humor era un signo de salud humana y espiritual, que proporcionaba la distancia necesaria en la vida cotidiana, para que esta no absorbiese toda la energía sin más. Y significaba, también, saber ocupar el propio lugar: ni diluir el yo en la nada, ni dejar crecer el ego como una mancha de aceite incontenible. El humor es equilibrio y madurez.
Esa distancia le permite escribir en una Cuenta de Conciencia: «En cosas que dicen de mí de murmuración, que son hartas y en mi perjuicio… entre mí me río, porque parecen todos los agravios de tan poco tomo, los de esta vida, que no hay que sentir». No siempre había conseguido esa distancia. Antes, había sido muy «honrosa» y no soportaba equivocarse.
La capacidad de actuar esa clave menor, de mirar con humor cosas que afectan negativamente, no se improvisa. Teresa ha cultivado ese modo de situarse y de percibir lo que sucede. Es consciente de que tomarse demasiado en serio es un problema, y dice: «Como vamos con tanto seso, todo nos ofende». Por eso, propone el humor como una alternativa y puede decir de sí misma, con mucha sorna: «¡Qué seso de fundadora!», porque escribe a su hermano Lorenzo y no acaba de recordar un poema compuesto por ella misma.
Sin ningún reparo, cuando escribe a sus amigos, se llama a sí misma «vejezuela» y se da cuenta de que hay algo cómico en que una mujer de su edad, sesenta y cuatro contaba ya, tenga que emprender un desmesurado viaje –más excesivo en las condiciones de su tiempo– pasando por muchas ciudades. No percibirlo le hubiera hecho vivirlo en clave de queja.
En una carta al P. Doria, dirá: «¡Qué propia de vieja poco humilde va esta [carta] llena de consejos!». Y se ríe de sí, viendo que tiene mucha tarea epistolar y que se le va el tiempo en cosas que no vienen al caso: «Riéndome estoy de verme cargada de cartas y qué despacio me pongo a escribir cosas impertinentes».
Basta, como resumen, un comentario sobre sí misma, que se extiende en su vida: «Algunas veces me río y conozco mi miseria». Teresa se ve a sí misma, con esa mirada cómica que es capaz de percibir las incongruencias y acogerlas. Una mirada que es aguda, benevolente y veraz, porque todo eso incluye el sentido del humor. Un sentido que ha de abrirse hacia uno mismo y hacia los demás.
Esa veracidad, junto a la flexibilidad que conlleva el humor, no permite instalarse en una humildad absurda que causaría un daño mayor, ni en la arrogancia de quien cree que puede prescindir de los demás. Porque hay un tipo de humor mordaz que rompe con el entorno en vez de abrir una grieta positiva.
Por eso, en función de guardar sus fundaciones, Teresa entiende que debe contrarrestar las terribles palabras del nuncio Sega, que la llamó desobediente, contumaz e inventora de malas doctrinas. Escribirá a su amigo el P. Pablo Hernández: «Aunque soy ruin mucho, no tanto que me atreviese a lo que dicen». Pidiéndole que transmita esa idea al confesor del nuncio. El humor no se convierte en soberbia, como si estuviera por encima de todo y nada importara.
Tenía facilidad para ver el lado cómico de las situaciones y, sobre todo, para leerlas desde ese registro. Cultivaba el sentido del humor no solo de cara a sí, también entre sus hermanas y con las gentes que trataba. Y en cierta manera, disfrutaba cuando podía usarlo frente al establishment, es decir, frente a los diversos poderes que la rodeaban. Fueran eclesiásticos, de linajes o económicos. Por eso es tan rica la ironía en su pluma.
Merece la pena dedicar espacio a este tema en Teresa de Jesús porque aporta una visión sobre ella más abierta y porque ahí vuelve a aparecer como maestra. Su postura propone cambios y estrategias para afrontar momentos diversos, apunta intuiciones para gestionar mejor lo interior y aporta nuevos enclaves para vivir. De todo eso trata esta «trascendencia en clave menor».
Cerramos este primer apartado, con una carta a Gracián de la que solo se conserva un fragmento. En ella aparece Teresa, cansada de que la traten de santa: «Me veía desconsolada algunas veces de oír tantos desatinos», a ese respecto. Y en tono burlón, le dice a su amigo: «Allá, en diciendo que es una santa, lo ha de ser sin pies ni cabeza. Ríense porque yo digo que hagan allá otra, que no les cuesta más de decirlo».
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