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“El reto de los católicos”, por Gabriel Mª Otalora

Viernes, 20 de septiembre de 2019
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Abusos-sexuales-Iglesia_2111498844_13506057_660x371De su blog Punto de Encuentro:

Regularmente leemos cómo va mermando la influencia de la Iglesia Católica entre la población. Ya lo adelantó el sociólogo Javier Elzo cuando pronosticó que esta iglesia va camino de convertirse “en una secta en el sentido sociológico o numéricamente”. Para algunos es una buena noticia constatar que después de tantos años y siglos de ominosa influencia clerical, empieza a abrirse una ventana laicista, pues todo apunta a que la tendencia se agudizará produciendo en la población un alejamiento aún mayor, tanto de las prácticas religiosas como de la influencia social que transmiten los mensajes de la jerarquía eclesiástica.

Para otros, el informe es una mala noticia, una más, preocupados como están por la marea anticlerical y la indiferencia religiosa. Hay un tercer grupo, en fin, que dentro de la turbación, encuentran más motivos de esperanza que de abatimiento porque perciben la situación actual como una invitación a recuperar los genuinos valores del Reino, eclipsados en buena parte por los propios católicos, a menudo irreconocibles en su ejemplo; jerarcas incluidos, por las tantas veces que ni siquiera ven con buenos ojos la laicidad lo cual solo encabrita y aleja al rebaño en lugar de apacentarlo como haría un buen pastor.

No es menos cierto que la indiferencia religiosa posmoderna es un problema de nuestro tiempo, que ha venido a completar el pensamiento dominante de que Dios impide una auténtica humanidad por ser ambas incompatibles ¿Deformación o ignorancia? ¿El mensaje estorba? Se ha llegado a proclamar la muerte de Dios (Nietzsche) y lanzado la sospecha envenenada de que cuando Dios gana, el hombre es el que pierde; y viceversa. Nuestro ambiente está marcado por una cultura de profunda increencia religiosa que ha dado paso a otros dioses como la tecnología, la razón de Estado, el consumismo, etc., que crecen robustos al ser considerados y aceptados como fines en sí mismos junto a creencias espiritistas y ocultistas de muy diverso signo.

Yo me encuentro entre los católicos esperanzados que creen posible hacer más visible el valor de la Buena Nueva evangélica. ¿Qué es lo que nos falta para transmitir la experiencia liberadora de nuestra religión? Nunca es mal momento para que cada uno se haga esta pregunta.

Para empezar, falta experiencia religiosa en los propios católicos, quizá por retozar demasiado en la sociedad de consumo fiado todo a los ritos y plegarias superficiales. Nos falta mucha humildad para reconocer que el Espíritu no es patrimonio nuestro, que Jesús estuvo buscando a los apestados de su época, y no precisamente para condenarlos sino para transmitirles un chorro de amor que transformaba a cuántos tenían la mínima predisposición a abrirse a Él; y que sus palabras más duras las reservó para los soberbios sepulcros blanqueados, grandes profesionales de la historia de la salvación. Nos falta valentía para vivir más solidariamente, y sobre todo, dejarle a Dios que actúe a través de nuestras manos, viviendo a su imagen y semejanza con el ejemplo y cuando hace falta, la denuncia profética.

Para colmo, muchos de los que niegan a Dios, le están afirmando con su actitud y su conducta. No tienen fe, pero sus hechos trabajan en la dirección de los valores del Evangelio, incluso cuando recriminan la tendencia a apoderarnos de Dios para domeñarlo a nuestra horma. No fue un teólogo quien afirmó que “si Dios no es amor, no vale la pena que exista”, sino Henry Miller. Nuestro reto pasa por recuperar la práctica del espíritu de las bienaventuranzas y volver a experimentar la felicidad que viene de Dios alejando las actitudes que se convierten en causa de desconcierto para quienes buscan sinceramente pero se encuentran con la caricatura de la religión que mueve más al escándalo que a la conversión.

Tal vez, uno de los fracasos más graves de la Iglesia católica sea el no saber presentar a Dios como amigo de la felicidad del ser humano. Sin embargo, estoy convencido de que el hombre contemporáneo sólo se interesará por Dios si intuye que puede ser fuente de felicidad. Se nos olvida que el Evangelio es una respuesta a ese anhelo profundo de felicidad que habita en nuestro corazón. Quizá sea por tantos olvidos por lo que aceptamos pasivamente la consideración de “católico practicante” a quien acude a misa los domingos, en lugar de llamarle así al que vive el Evangelio dentro y fuera del templo.

Si Cristo no es un anhelo para millones de desnortados, buena parte de las causas nacen en nosotros. En este sentido, releamos la parábola del fariseo y el publicano. En su texto encontraremos algunas claves de lo que puede que nos esté pasando sin pensar siquiera que sus palabras se dirigen precisamente a nosotros

Espiritualidad, General, Iglesia Católica , , , , , , ,

Si vives cada momento…

Martes, 13 de agosto de 2019
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Del blog Lo que me gusta y no me gusta:

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Si eres feliz,

si vives cada momento,

aprovechando al máximo sus posibilidades,

entonces eres una persona inteligente.

*

Wayne Dyer

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“¿Qué tipo de felicidad?”, por Juan Zapatero

Jueves, 2 de mayo de 2019
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felicidadMuy mal debían ir las cosas por entonces, en el tema que nos atañe, para que la ONU considerara oportuno, a instancia de una iniciativa del Reino de Bután, que fuera conveniente proclamar “el Día Internacional de la felicidad”. Fue el 28 de junio de 2012 cuando decidió llevar acabo dicha iniciativa, proclamando el 20 de marzo de cada año como día internacional de la felicidad.

No cabe la menor duda de que la causa es buena, pero ello no quita que cree algún interrogante. A bote pronto, el primero que me viene a la mente es el que se refiere al tipo de felicidad en concreto. Muchos pensadores han hablado a lo largo de la historia sobre este tema, haciendo hincapié en aspectos diferentes. Solamente por citar uno de ellos, me gustaría traer a colación lo que ya dijo Aristóteles en el s. IV a. C.: “Sólo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego”. Mientras unos lo encontrarán acertado y sensato, tengo la convicción de que otros lo verán como una frase que queda muy bien, pero que aporta muy poco o nada al tipo de felicidad que ellos desearían para sus vidas. También el refranero popular se ha manifestado en este sentido: “No es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita”. Pero no es ahora mi intención plasmar aquí toda una serie de citas, a cual más enjundiosa, sobre este tema, no solamente interesante, sino esencial y clave para la vida de toda persona.

Pienso, a nivel personal, que el enfoque del tema debe hacerse fundamentalmente desde dos vertientes entre las que se mueve la persona y que no son otras que la vertiente interior y la exterior. Tampoco quisiera caer en el error de pretender enfrentar ambas, en el sentido que una fuera la buena y otra la mala. Confieso que no estoy a favor de los dualismos, por lo que a la persona se refiere; en este caso lo espiritual frente a lo material, o lo interior frente a lo exterior. Considero que los seres humanos somos entes en los que ninguna de las dos partes se repele, sino que se complementa. Soy de los que piensan, sin embargo, que, una vez especificado lo que se considera vital e indispensable, por lo que a lo material se refiere, debe ser lo relativo al interior lo que juegue el papel más importante. Claro que el problema está en llegar a un acuerdo sobre lo que se considera “vital e indispensable”; lo cual no debe ser fácil, porque me imagino que en esta cuestión debe haber tantas opiniones como personas. Ahora bien, sin pretender convertirme en adalid de nada, me parece que podríamos concretarlo en lo que ayuda a satisfacer las necesidades básicas de toda persona: educación, sanidad, vivienda y trabajo dignos, remunerado de manera justa este último, y respeto de los derechos humanos en todas sus vertientes.

Cuando todo esto está garantizado, pienso que debe ser todo lo relativo al interior quien tenga la última palabra por lo que a la felicidad verdadera respecta. Aunque tampoco en este caso quiero decir yo la última, por lo que me limitaré a citar solamente algunos de los aspectos que personalmente considero más necesarios e importantes.

En primer lugar, creo que debe resultar muy difícil ser feliz si uno/a no goza de paz interior; es decir del equilibrio que le viene dado por la moderación, la discreción y el autocontrol. Estaríamos hablando de la “sofrosine” para los griegos y de la “sobrietas” (sobriedad) para los romanos. No sé si tiene cabida aquí, pero yo traería también a colación las palabras de la Santa de Ávila “Solo Dios basta” (sin pretender impregnarlo de un sentido religioso, ni mucho menos).

Tampoco creo que debe ayudar mucho a conseguir la felicidad personal el hecho de intentar aislarse de los demás, como si estos fueran mis enemigos o, en el mejor de los casos, como si yo no tuviera que ver nada con ellos. De hecho, es bastante frecuente oír frases como, por ejemplo, “yo ya tengo bastante con lo mío”. En definitiva, es el “Caín” que, en mayor o menor medida, todas personas llevamos dentro de nosotros: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”, en respuesta a Yahvé, cuando le preguntó cuál era la suerte de su hermano Abel (Gen 4,9). También, ya en el siglo II a. C., Publio Terencio Africano lo dejaba entrever con las siguientes palabras: “Hombre soy, nada humano me es ajeno”. Y, si nos remontamos al Antiguo Testamento, lo que le dice Yahvé a Moisés al ver la esclavitud de Israel por parte del pueblo egipcio: “Su clamor ha llegado hasta mí” (Ex 3,7-8). Y ya en el Nuevo Testamento, el propio Jesús nos recuerda que no son las creencias, los cumplimientos ni los ritos los que hacen buena, y feliz, por tanto, a la persona; sino la acción solidaria con el dolorido y maltratado (parábola del Buen Samaritano: Lc 10,29-37).

Como última realidad, tampoco creo que el sentido de avaricia y de poseer cuanto más, mejor, sea un factor que nos ayude a ser más felices. También el Evangelio dice algunas cosas sobre esto: “¿De qué le sirve al hombre todo, si pierde su vida? ¿O qué puede dar a cambio de la vida?” (Mt 16,26). O aquella otra parábola del hombre insensato: “Tiraré mis graneros, construiré otros nuevos, almacenaré la cosecha tan grande que he tenido y me dedicaré a vivir…” (Lc 12,18). ¿Qué pasa cuando toda la felicidad la has puesto únicamente en lo económico y de, golpe, te viene un contratiempo muy difícil que no te esperabas?

Por tanto, bienvenido sea el día internacional de la felicidad: pero no cualquier tipo de felicidad ni a cualquier precio.

Juan Zapatero Ballesteros

Fuente Fe Adulta

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¿Las personas religiosas son más felices?

Miércoles, 20 de febrero de 2019
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felicidadLo asegura un nuevo estudio del Pew Research Center

Los estudios acreditan que la religión hace que las personas sean más sanas y más comprometidas

“Las personas activamente religiosas son más propensas que sus pares menos religiosos a describirse como “muy felices”». Este es uno de los «5 hallazgos” del Pew Research Center que responden a la pregunta de si las personas religiosas son más felices y más sanas que el resto.

Un nuevo estudio global de este centro de investigación constata que, en 19 de 26 países analizados, las personas muy activas religiosamente que dicen ser “muy felices” superan en buena medida a las de menor religiosidad y a los no afiliados religiosamente, los llamados “nones”.

De ese completo estudio, que se publicó el pasado 31 de enero, surge el informe “Are religious people happier, healthier? Our new global study explores this question” (“¿Son las personas religiosas más felices, más sanas?”), que resume en buena medida los resultados de las encuestas realizadas en los 26 países y que analiza “la relación entre religión y salud, felicidad y compromiso cívico”.

Sobre esta cuestión, cabe recordar que, por ejemplo, en Latinoamérica la religión es clave para explicar la felicidad, como informábamos el 20 de marzo de 2018.

O que, según un estudio de Gallup de 2012, cuanta más religiosidad, mayor bienestar.

El informe recuerda que “los estudios han acreditado a menudo que la religión hace que las personas sean más saludables, más felices y más comprometidas con sus comunidades”.

“Pero, ¿están mejor las personas religiosamente activas que aquellas que están inactivas religiosamente o aquellas que no tienen afiliación religiosa?”, se pregunta a continuación.

Para responder mejor a esta cuestión, los investigadores dividieron a los encuestados en 3 categorías: los “religiosos activos”, que se identifican con una religión y asisten a una casa de culto al menos una vez al mes; los “inactivos religiosos”, que se identifican con una religión, pero asisten con menos frecuencia; y los no afiliados religiosamente, también llamados “nones”.

Al respecto, hay evidencias de que la participación religiosa está relacionada con un mayor nivel de felicidad, aunque “no en todas de estas áreas” se manifiesta esa correspondencia en igual medida, como es el caso de la salud.

Los “5 hallazgos” del informe de Pew Research Center, son: “Religiosos y muy felices”, “Religiosidad y salud, sin conexión clara”, “Pero, fuman y beben menos”, “Más solidarios y participativos” y “Las personas religiosas votan más”.

Fuente Agencias, vía Religión Digital

Budismo, Cristianismo (Iglesias), Hinduísmo, Islam, Judaísmo , ,

La felicidad de los unos y de los otros

Sábado, 2 de febrero de 2019
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4c1ef-bienaventuranzasJuan de Burgos Román
Madrid.

ECLESALIA, 18/01/19.- Me pregunto yo, desde mi ingenuidad, si las Bienaventuranza, tal y como se encuentran en los textos evangélicos que hoy manejamos, no estarán expresadas, quizá, sin excesivo cuidado, de manera que, por ello, pudiera ocurrir que viniéramos a entender con algún desacierto, torcidamente, lo que dijera Jesús de Nazaret sobre ellas. Y es que, perdóneseme la osadía, me da por pensar que debieron parecerse a algo como esto: Felices vosotros, a pesar de que ahora sois pobres, porque vais a dejar de serlo; felices vosotros, a pesar de que ahora tenéis hambre, porque vais a ser saciados; felices vosotros, a pesar de que ahora lloréis, porque vais a ser consolados;… Y es que, a lo que creo, de esta manera se expresa más claramente que la felicidad de la que se nos habla no proviene de lo del pasarlo mal (ser pobre, tener hambre, llorar,…), qué disparate, sino que lo que motiva esa ventura es que van a desaparecer los pesares, los lutos, las amarguras de todos los desdichados. Que ha de quedar muy claro que pasarlo mal es una desgracia que Jesús no la quiere para nadie, que él nos quiere a todos felices.

Y digo yo que estas promesas, las promesas del pasar de los padecimientos al bienestar, las que se hacen en las Bienaventuranzas, pues que están tardando bastante en cumplirse, que se hicieron va para más de veinte siglos y aún sigue habiendo muchos pobres, muchas hambres, muchos que lloran,… Así que, como creo que la tal promesa de felicidad ni está hecha a humo de pajas, ni es un engaño y, además, Dios no es un dios tapagujeros, pues que vengo a suponer que el fallo está en que alguien ha debido recibir el encargo de llevar a término lo prometido y ha desatendido su tarea, olvidándose de quienes sufren, que parece haberse desinteresado de todo lo que no fuese su propio ombligo.

Vengo a suponer, y creo que es un suponer universal, que Jesús quiere el bien para todos: quiere que los que están alegres sigan estándolo y que los que andan en infelicidad recuperen el bienestar. También me parece evidente que Jesús espera que los primeros procuren la felicidad de los segundos, de los infelices. De suerte que, así, tanto los unos como los otros, todos, puedan acabar felices: estos a causa de los desvelos de aquellos y aquellos a causa de estos: al percibir como la felicidad inunda a los que carecían de ella, que hay que ser muy duro de corazón para no emocionarse con tal inundación.

Pero, como quiera que lo de mirarse el ombligo tira cantidad, muchos son los que, por estar cada vez más pendientes de sí mismos, terminan por no reparar en los que les rodean y, así, ocurre que ni se les pasa por la cabeza lo de echar una mano a los que precisan de ella, porque ellos están necesitando de las dos en su propio beneficio, que alcanzar para sí las mayores cotas posibles de bienestar requiere de mucha dedicación.

Ya sé que lo de andar por la vida solicitando que nos caiga un milagro de lo alto no es lo más acertado que se puede hacer, pero permítaseme observar que, habiendo precedentes, como es el caso, la cosa ya es otra. Me refiero a lo que pudiéramos llamar un prodigio de carácter solidario, como aquel que se ha dado en llamar de la multiplicación de los panes y los peces.

Y es que, para que lo de las Bienaventuranzas llegue a su cumplimiento, vendría de perlas un arranque de solidaridad al estilo del de aquellos que, teniendo panes y peces metidos en el zurrón, al ver que otros tenían hambre, compartieron lo que tenían escondido para ellos solitos, pensando comérselo en un aparte, supongo. Que el encargo que Jesús nos hizo, al presentar las Bienaventuranzas, es él de compartir; compartir, de lo nuestro, con el que precisa de ello para salir de su infortunio. Y esta es una encomienda que a todos nos atañe, sin excepción, que, de seguro, todos tenemos algo a nuestro alcance de lo que otro tiene necesidad.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“El pensamiento positivo”, por Gabriel Mª Otalora.

Miércoles, 24 de octubre de 2018
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pensandodPensar en positivo supone elegir la mejor entre las posibilidades que se nos plantean. No suele ser necesariamente la más agradable, sino aquello que resulta útil y conveniente en cada momento de la vida. De hecho, las personas que suelen comportarse positivamente parece irles mejor en sus relaciones sociales y laborales, generan empatía y aguantan mejor el estrés; incluso suelen resultar más creativas.

La mente puede ser la gran aliada o nuestra peor enemiga, depende de la capacidad que tengamos para saber controlarla: no somos nuestros pensamientos, somos mucho más que lo que damos vueltas con la mente. Los pensamientos llegan, pasan o se quedan por un tiempo. Pero si los retenemos y alimentamos cuando son negativos, se hacen fuertes hasta condicionarnos de tal manera que nos hacen sufrir de lo lindo. Que se lo pregunten a los profesionales de la psicología. La mente es la protagonista en las enfermedades llamadas psicosomáticas y pocos dudan de que las personas positivas y alegres, las que sonríen desde el corazón, gozan de mejor salud que las pesimistas y amargadas.

Es muy interesante el ensayo que ha publicado Barbara Ehrenreich (“Sonríe o muere”) criticando al pensamiento positivo, porque lo que ella hace es desenmascarar una ideología extendida en Estados Unidos que propugna ciertas actitudes sociales materialistas para ganar la felicidad, y eso que “no hay una afinidad natural o innata entre el capitalismo y el pensamiento positivo”: cuantas más cosas materiales tienes, las posibilidades de ser feliz aumentan, como si fuera esto lo más natural del mundo. Sin embargo, esta manera materialista de medir la felicidad subjetiva, choca con las encuestas: en el caso de los estadounidenses, aparecen siempre como no demasiado felices, ni siquiera en épocas de bonanza; por algo el consumo de antidepresivos en Estados Unidos representa dos terceras partes de las ventas mundiales. No es de extrañar, señala Ehrenreich, que el pensamiento positivo que se lleva en Estados Unidos, se desplace desde una actitud que ayuda a una obligación social impuesta culturalmente a los estadounidenses.

Alrededor de esta corriente materialista escondida tras el falso pensamiento positivo que ha logrado embaucar a muchas personas, se ha tejido una red de apoyo muy potente para reforzar dicha ideología muy bien empastada al consumismo del bien-estar como moneda que ofrece triunfar en la vida, dejando arrinconado al bien-ser. El tener frente al ser como motor de una sociedad opulenta pero insatisfecha que conocemos y padecemos igualmente en Europa al haberse convertido en cultura individualista y poco humanizada que no acepta el fracaso. Y de paso, convertir al cristianismo en soporte de esta ideología.

El comportamiento individualista e insolidario es un problema con múltiples efectos negativos para la sociedad misma. Quizá esto ayude a explicar la tendencia al alza de los suicidios por falta de sentido vital. Choca el dato de que el número de personas que se quitan la vida duplican a las muertes por accidente de tráfico, es ochenta veces superior a la violencia machista y la segunda causa de muerte en los jóvenes.

El verdadero pensamiento positivo convive con los problemas y la realidad que nos rodea. En lugar de buscar una burbuja idílica, que no existe, valora la realidad adecuadamente, haciéndonos conscientes de que nuestras emociones van acordes con lo que pensamos y hacemos. Y esto, como casi todo, se educa y logra con esfuerzo, no con poseer más cosas ni con desentendernos de nuestras responsabilidades más humanas. Y en la medida que se convierte en una pauta de comportamiento, tiene su reflejo en un signo externo bien visible: la alegría interior que se manifiesta en la sonrisa, la que nace del corazón. Evangelio puro.

Barbara Ehrenreich logra desenmascarar en su ensayo la impostura que se esconde tras el concepto del pensamiento positivo; y lo hace analizando los riesgos y los peligrosos fines que persiguen sus mentores. Lo que resulta menos comprensible es que tras el esfuerzo por desenmascarar esta posverdad, no ponga en valor el verdadero pensamiento positivo, teniendo en cuenta que es uno de los fundamentos de la madurez humana. Cuánto afán ponemos en las causas y qué poco en las soluciones desde las actitudes y conductas, como Jesús de Nazaret.

Gabriel Mª Otalora

Fuente Fe Adulta

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Dar

Jueves, 1 de marzo de 2018
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La felicidad es un artículo maravilloso:

cuanto más se da,

más le queda a uno.

*

Blaise Pascal

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Carpe Diem

Martes, 29 de agosto de 2017
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Del blog de la Comunidad Anawim de Zaragoza:

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La felicidad en ningún otro lugar sino en este. En ningún otro momento sino en este momento. Malgastamos demasiado en nuestras vidas este regalo que Dios nos ha hecho. Nos preocupamos por el futuro. Nos engañamos en el pasado. Tenemos sueños ambiciosos, trazamos grandes planes pero ¿cuantos de nosotros podemos llevarlos a cabo? Esta es la vida que tenemos.  No el ayer, no el mañana ¡el ahora!, esta es la vida que tenemos. Nos merecemos vivirla.

*

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felicidad

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Vivir mejor con menos: trece propuestas

Lunes, 29 de mayo de 2017
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vivir-mejor-con-menosLa actual crisis ecológica hunde sus raíces en una manera de relacionarnos con la naturaleza y con los demás humanos. En esta relación se priorizan determinados valores, y ello va estructurando una mentalidad que es compartida por muchas personas en todo el planeta. Algunos valores que propone la encíclica Laudato Si’ podrían ayudar a un cambio de mentalidad, a una nueva cultura. Son valores, por desgracia no siempre practicados, que encontramos en la tradición cristiana y también en el humanismo, pero que pueden ser compartidos por muchas otras tradiciones éticas y religiosas.

1. Ser capaz de vivir sabiamente y de pensar en profundidad [nº 47] que se opondría al ruidoso mundo digital y al pensamiento superficial, y que no se consigue con la simple acumulación de información. Muy relacionada con este valor, la capacidad de salir de uno mismo y hacia el otro, una cualidad necesaria también para reconocer el valor del resto de criaturas [nº 208].

2. Ampliar a las futuras generaciones el concepto de prójimo que encontramos en la «regla de oro» de las grandes tradiciones religiosas. Esta ampliación nos haría reparar en que nuestras acciones (y omisiones) tienen consecuencias en el futuro, ya que pueden hipotecar la vida de nuestros descendientes. Hablamos de una hipoteca económica y social, ya que trasladaríamos al futuro la solución del problema. La encíclica lo considera una cuestión de justicia [nº 159]. Pensar en las generaciones venideras implica ser generoso y pensar más allá del corto plazo. Y critica especialmente la inmediatez política que no piensa en el bien común a largo plazo sino en un corto plazo que responde únicamente a intereses electorales [nº 178]. CRISTIANISME I JUSTÍCIA

3. Considerar universalizable lo que hacemos y que tiene un impacto sobre la naturaleza. Preguntarnos, así, qué pasaría si toda la humanidad actuase como hacemos nosotros. Creemos que un imperativo así pondría en cuestión las actuales pautas de consumo de los países ricos y muchas de las pautas de extracción de los recursos naturales.

4. Apostar por un crecimiento que no sea voraz e irresponsable, y, por tanto, redefinir el concepto de progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no conduce a un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no pueden considerarse progreso [nº 194]. La encíclica hace una crítica al discurso del desarrollo sostenible y la responsabilidad social y ambiental de las empresas, un discurso que acostumbra a «convertirse en un recurso diversivo y exculpatorio que diluye valores del discurso ecologista en la lógica de las finanzas y la tecnología, y que al final se reduce a una serie de acciones de marketing e imagen» [nº 194]. Ante esto reivindica la idea «de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo, aportando recursos necesarios para que se pueda crecer sanamente en otras partes» [nº 193].

5. Tomar conciencia del valor de la interdependencia, de que la especie humana depende de las otras especies, en tanto que la comunión entre los seres vivos es fundamental. Nuestro ambiente cultural potencia pensar en primer lugar en nosotros mismos y no facilita el tomar conciencia de la realidad de la interdependencia entre todos los seres. Por desgracia no hemos aprendido a vivir lo que somos como don de los demás –sean personas, animales o plantas– y cuando nos relacionamos los tratamos a menudo como a meros objetos. Así, somos incapaces de acoger lo que piensan, sienten y padecen, como propio y nos limitamos a relacionarnos con ellos como si fueran objetos que observamos o manipulamos, pero que no nos obligan a nada (obligare). Esta conciencia de la interdependencia tendría que conducir a una ética de la compasión universal que promueva que todos los seres vivos, especialmente los más débiles y amenazados, puedan vivir.

6. Vivir y entender nuestra vida como un don, un regalo. El don nos obliga a cuidar de ella, también de las vidas de los demás, sobre todo las de los más vulnerables. Lo que hemos recibido gratuitamente lo damos también gratuitamente. Dar quiere decir ayudar a crear las condiciones para que la vida pueda desarrollarse plenamente. Además de entender la vida como don, también la naturaleza es regalo que nos ayuda a vivir, es el entorno que hace posible nuestra vida, y por ello hay que cuidarla y no reducirla a una simple cosa u objeto de nuestra manipulación [nº 82].

7. Aprender a apreciar las diferentes dimensiones de la felicidad que no pueden reducirse al hecho de tener o poseer. Nuestra sociedad fomenta un estilo de vida que no tiene sentido sin símbolos de posesión o estatus marcado, a su vez, por un acentuado individualismo, un vivir de forma fragmentada y atomizada. Así, tendríamos que apreciar las dimensiones más relacionales de la felicidad que comportarían aprender a vivir de forma más austera y sobria, vivir con lo que realmente necesitamos y así frenar el deseo insaciable y voraz. Esta austeridad de vida quiere decir vivir más sencillamente para que todos puedan vivir… «La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y la capacidad de disfrutar con poco. Es un retorno a la simplicidad que nos permite detenernos a valorar las cosas pequeñas» [nº 222]. Necesitamos aprender nuevas pautas de consumo más sostenibles. «La espiritualidad cristiana propone una manera alternativa de entender la calidad de vida, y promueve un estilo de vida profé- tico y contemplativo, capaz de disfrutar profundamente sin obsesionarse por el consumo» [nº 222]. La encíclica advierte de que «la constante acumulación de posibilidades para consumir distrae al corazón e impide valorar cada cosa y cada momento» [nº 222], y constata que «…hacerse presente serenamente ante cada realidad, por pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades de comprensión y de realización personal» [nº 222].

8. Dejarse guiar por el principio de precaución, recogido en la Declaración de Rio (1992). Según este principio, ante la posibilidad de daños graves e irreversibles no hace falta tener una certeza absoluta de éstos para tomar medidas. La encíclica lo relaciona con la opción preferencial por los pobres: «…permite la protección de los más débiles, que disponen de pocos medios para defenderse y para aportar pruebas irrefutables…» [nº 186].

9. Unir estrechamente las cuestiones social y ecológica. Algunos autores del ámbito de la ecología ya habían expresado esta unión con el concepto de justicia medioambiental, que considera a la ecología como parte de la nueva noción compleja de justicia. «Hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteamiento ecológico se convierte siempre en un planteamiento social, que tiene que integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, con tal de escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» [nº 49]. Además, la encíclica entiende la dimensión del respeto a la diversidad cultural como parte de esta noción de justicia compleja, ya que son los más pobres y las minorías culturales quienes más padecen la problemática ecológica. Hace también una crítica a la homogenización de las culturas: «La desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal» [nº 144]. Por estas razones, la encíclica habla de ecología integral: «No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una única y compleja crisis socioambiental. Las trayectorias para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para proteger la naturaleza» [nº 139]. La noción de ecología integral incluye la ecología humana, que es inseparable de la noción clásica de bien común, principio que cumple el papel central y unificador de la ética social [nº 156]. Y afina mucho más este principio al afirmar que «en las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde se dan tantas injusticias y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en una llamada a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres» [nº 158], y sigue «…esta opción implica extraer las consecuencias del destino común de los bienes de la tierra» [nº 158].

10. Recuperar una cierta sacralidad de la naturaleza, como parte de las cosmovisiones menos antropocéntricas. Por ejemplo, acercamientos a la realidad desde algunas tradiciones filosóficas y religiosas, como el budismo, el hinduismo, las tradiciones amerindias y el taoísmo, que rompen la marcada dualidad sujeto objeto típicamente occidental. Este valor también puede encontrarse en visiones más pneumatológicas del cristianismo, en que ninguna realidad es estrictamente profana y en las que todo está impregnado del Espíritu, y por ello merece respeto.

11. Retornar a la simplicidad y a la capacidad de disfrutar con poco, que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida sin aferrarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos [nº 222]. Este valor va en contra del consumismo, reflejo del paradigma tecno económico actual [nº 203] y «que intenta llenar el vacío del corazón humano…» [nº 204]. La sobriedad vivida en libertad y conciencia es liberadora [nº 223]. Y relaciona la sobriedad con el hecho de que no puede vivirse una sobriedad feliz sin estar en paz con uno mismo [nº 225]. Esta paz interior «tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida» [nº 225]. «Muchas personas sin esta paz interior muestran un desequilibrio que les mueve a hacer las cosas a toda velocidad y que les lleva a aplastar todo lo que tienen a su alrededor» [nº 225]. Como nos dice magníficamente: «Hablamos de una actitud del corazón, que lo vive todo con serena atención, que sabe estar plenamente presente ante alguien sin estar pensando en lo que viene después, que se entrega a cada momento como un don divino que ha de ser vivido plenamente» [nº 226].

12. Remarcar el valor de los pequeños gestos cotidianos. «Una ecología integral también está hecha de sencillos gestos cotidianos en que rompemos la ló- gica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo» [nº 230]. Y nos recuerda que «el amor lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor» [nº 231]. Además «no hay que pensar que estos esfuerzos no vayan a cambiar el mundo. Estas acciones vuelcan un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que pueda evidenciarse, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces de forma invisible. Además, el desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos permite experimentar que vale la pena pasar por este mundo» [nº 212].

13. Valorar el descanso, la dimensión celebrativa de la vida, una dimensión receptiva y gratuita que es algo diferente al mero no hacer. Y «de esta manera, la acción humana es preservada no únicamente del activismo vacío sino también del desenfreno voraz y de la conciencia aislada que conduce a perseguir solamente el beneficio personal» [nº 237].

Joan Carrera
Miembro del grupo de ética y sostenibilidad de CJ
Fuente Papeles Cristianisme i Justicie

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“Ranking de felicidad”, por José Arregi

Sábado, 8 de abril de 2017
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33680600101_6568a61d99_zLeído en su blog:

No sabía que la ONU, hace cinco años, hubiese instaurado el 20 de marzo como día internacional de la felicidad. Un día más dedicado a lo que nos falta, como todos los “días de” algo. El día de la felicidad de la que carecemos y que todos buscamos como el bien más preciado y sin precio. ¿De qué nos sirve tenerlo todo si no somos felices? ¿Y quién no daría gustosamente todo lo que tiene a cambio de serlo?

Claro que la felicidad plena no existe, si bien a veces se encuentran personas que se dicen plenamente felices (¡dichosas ellas!). Quien pretenda ser plenamente feliz se vuelve infeliz y hace infelices a los demás. Pero todos querríamos –y podríamos– ser más felices. Cómo ser suficientemente felices o serlo un poco más: he ahí la cuestión.

Algo puede enseñarnos al respecto el Informe Mundial de Felicidad 2017 que la ONU acaba de publicar, como lo viene haciendo desde 2012, con ocasión del día de la felicidad.

Noruega es el país más feliz, seguido de Dinamarca, Islandia, Suiza y Finlandia; luego vienen Holanda, Canadá, Nueva Zelanda, Australia y Suecia. Junto a ellos, tan cerca y tan lejos, están los países más infelices, por orden descendente, me entristece nombrarlos: Ruanda, Siria, Tanzania, Burundi y República Centroafricana, la más infeliz. España se encuentra en el puesto 34; Francia, en el 31.

No es difícil adivinar los indicadores tenidos en cuenta por la ONU para medir la felicidad: ingreso per cápita, salud, expectativa de vida, libertad y libertades, generosidad, apoyo social, y ausencia de corrupción en las instituciones privadas y públicas. Son cosas bien importantes, y todos los países debieran aspirar y acceder a ellas. Pero no nos revelan el último secreto de la felicidad. Esos factores no son suficientes para que un país o una persona sean felices, y me atrevería a decir que no son esos los elementos más decisivos para serlo de verdad.

De hecho, es muy distinto el último ranking de felicidad elaborado por la Consultora Win/Gallup International Association en 2106, basándose en las respuestas de la gente a una pregunta: “En general, ¿se siente personalmente muy feliz, feliz, ni feliz ni infeliz, infeliz o muy infeliz?”. El país más feliz resultó ser Colombia. Y en el informe elaborado por el Instituto DYM a finales del 2015, el continente más feliz resulta ser ¡África! Y el más infeliz… Europa, sí, Europa con sus países nórdicos y su PIB y su Mediterráneo.

Estos resultados no son más contradictorios que el propio sentimiento de felicidad, tan difícil de precisar y medir. La felicidad es más que la mera euforia vital que pudiéramos sentir inyectándonos serotonina o dopamina. Depende mucho más de las expectativas que de la situación objetiva. Por supuesto, nadie debiera tener que vivir con un euro al día, pero lo cierto es que muchos logran ser felices con eso, y más cierto aun que muchos son más infelices cuanto más poseen. Deberíamos medir el progreso por la Felicidad Nacional Bruta más que por el PIB, como hace Bután, el único país.

Pero me temo que los rankings dificultan más que ayudan la felicidad. Hacen que el de arriba sufra porque puede bajar, y que el de abajo sufra porque no puede subir. No es más feliz quien tiene más, sino quien necesita menos o se conforma con lo que tiene.

Oigo cada día a nuestros gobernantes que debemos ser más competitivos. Es cierto que no podremos crecer y triunfar sin ser competitivos, pero más cierto aun que no podremos ser felices ni hacer una sociedad más feliz mientras sigamos empeñados en competir, crecer y triunfar, siempre a costa de otros, siempre creando rankings de riqueza y de pobreza. ¿Puede alguien ser feliz en Noruega o en España mirando de frente la miseria de África, o esquivando la mirada? No sería una felicidad indecente y cruel. No sería verdadera felicidad, sino violencia o engaño.

Solo la persona que abandona todo anhelo y obra sin intereses, libre del sentido del ‘yo’ y de ‘lo mío’, alcanza la paz, como enseñó el Bhagavad Gîta hindú hace 2300 años. Jesús de Nazaret lo dijo a su manera: “Bienaventurados los humildes, los mansos, los misericordiosos, los artesanos de paz. Bienaventurados los pobres solidarios de los pobres”. Él soñó y creyó en un mundo sin competitividad, y lo llamó “Reino de Dios”: un mundo justo, fraterno y feliz, un mundo sin rankings. ¿Lo soñamos todavía?

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Secreto

Miércoles, 29 de marzo de 2017
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Del blog Nova Bella:

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El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere

sino querer siempre lo que se hace.

*

León Tolstoi

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La extraña palabra Felicidad

Sábado, 21 de enero de 2017
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De blog Amigos de Thomas Merton:

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“La noche pasada, después de una vigilia de oración en la capilla del noviciado (de hecho, no estuve a la altura de las circunstancias, anduve un tanto desorganizado y distraído), me fui a la cama en el eremitorio ya tarde en la noche. Todo tranquilo. Ninguna luz encendida ni en la granja de Boone ni en la de Newton. Frío. Estuve tumbado en la cama tomando conciencia de que Yo era feliz. Dije la extraña palabra felicidad y comprendí que estaba allí, no como una cosa u objeto, simplemente estaba presente. Y yo era eso. Al dirigirme esta mañana al monasterio, contemplando el manto de estrellas que se extendía por encima de las ramas desnudas del bosque, me impactó súbitamente el pleno revestimiento de sentido, si es que se puede hablar así, que muestra cada cosa. Sentia que la inmensa misericordia de Dios me protegía, que el Señor en su infinita bondad había vuelto su rostro hacia mí y me había hecho el don de esta vocación por puro amor, que este había sido siempre su propósito, que mis temores, quebraderos de cabeza y desesperación habían sido desproporcionadamente alocados y pueriles. Independientemente de lo que cualquiera otro pueda hacer o decir, independientemente de lo que pueda dictar o valorar, todo es irrelevante en la realidad de mi vocación a la soledad, incluso a pesar de que yo no soy un eremita típico. Tal vez todo lo contrario. No importa como se me pueda o no clasificar. A la luz de este simple hecho del amor de Dios y de la forma que el mismo ha tomado en el misterio de mi vida, las clasificaciones resultan irrisorias. No tengo ya la mínima necesidad de ocupar mi mente con ellas, si es que alguna vez lo hice, al menos con referencia a este tema.

La única respuesta es salir de tí mismo con todo lo que eres, que es nada, y arrojar esa nada en acción de gracias a Dios, que es el que es. Todo discurso es impertinente. Destruye la simplicidad de ese no ser nada ante Dios al dar a entender que nada ha sido algo. “

9 de diciembre de 1964.

*

Thomas Merton.
Diarios.

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Que seas feliz

Domingo, 15 de enero de 2017
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felicidadLeído en el blog de José Arregi:

Cuando era joven –me sorprendo de hablar así, de sentirme tan mayor, tendré que mirármelo–, cada comunidad franciscana se hacía con grandes fajos de tarjetas de Navidad, y a mediados de diciembre dedicábamos días enteros a escribir felicitaciones: a comunidades religiosas, sacerdotes, familiares, amigos, “bienhechores”… Cada tarjeta en un sobre, con dirección y sello. Un año, de joven estudiante de teología en Arantzazu, me tocó escribirle a Don Jacinto Argaya, obispo de San Sebastián. Entre ingenuo y familiar, y algo rebelde, empecé la carta con este saludo: “Kaixo, Jaxinto”, y en ese tono debí de continuarla. La cosa es que a nuestro maestro le pareció irreverente y tuve que repetir la felicitación.

¡Qué tiempos aquellos, sin embargo tan recientes!

Las felicitaciones han decaído sensiblemente, sobre todo entre los jóvenes (¿qué saben ellos de la Navidad? Y nosotros mismos, en realidad, ¿qué sabemos?). Hoy nos fastidian un poco las fórmulas hechas, rutinarias, sobre todo cuando la publicidad se las ha apropiado hasta tal punto. “Feliz Navidad”, “Feliz Año Nuevo”, entre celofanes y villancicos y luces de color. Todo resulta bastante vacío, frío. Y casi nos alivia que estos días hayan pasado ya, aunque la cuesta de enero sigue siendo bien ardua para no pocos, demasiados.

No quisiera, sin embargo, minusvalorar en exceso nuestras felicitaciones, por rutinarias que nos parezcan. ¿No expresan un deseo profundo, nuestro deseo más profundo, quizá más profundo que nosotros mismos? Creo que sí. Que seas feliz. ¿Qué mejor que eso podemos desear a alguien, quien fuere? Pero podemos hacer algo todavía mejor: procurar un granito de felicidad a quien se la deseamos. No podemos hacer felices a todos, pero ¿quién no puede hacer un poquito más feliz a alguien y tratar de no hacer más infeliz a nadie? ¿Cómo podremos ser felices de otra forma?

Ser felices. Muchas veces sabemos cómo ser felices, y no podemos. Otras muchas veces creemos saber cómo, pero nos engañamos.

Y ¿en qué consiste ser felices? No es fácil decirlo, pues puede ser muchas cosas, incluso contradictorias aparentemente. No es rebosar de alegría, no es carecer de problemas, no es estar libre de dolores, incluso de angustias. No consiste en que se realicen todos los deseos, a no ser que hayamos aprendido a no desear nada o a desear sin apego. Ser feliz es vivir en paz, vivir en armonía, sentirse bien consigo y con todos los demás, con todo. En paz con todo, a pesar de todo.

Para ser feliz, no necesitas poseer una felicidad plena. Ni un ánimo perfecto, ni una pareja perfecta, ni una familia perfecta, ni una salud perfecta. Somos seres inacabados, y es inacabada nuestra felicidad aun en el mejor de los casos. Además, ¿quién podría ser feliz del todo mientras no lo sean todos? ¿Quién debiera poder ser enteramente feliz mientas gente en el paro, mujeres maltratadas, países hambrientos, fronteras cerradas, refugiados repudiados, guerras atroces, salarios de miseria, ganancias abusivas? ¿Quién podrá ser feliz si se cierra ante la infelicidad ajena?

Gozar de salud y de unas condiciones económicas mínimas pueden ayudar a ser feliz, o incluso ser indispensable para la inmensa mayoría. Pero no pienses que cuanta mejor salud o más éxito tengas o más rico seas más feliz serás. A menudo sucede más bien lo contrario: cuanto más tenemos más deseamos. Y cuanto más deseamos más infelices somos. Inevitablemente. No es feliz quien lo tiene todo sino quien se conforma con lo que tiene y es.

Y si no tienes nada, si te duele todo, si has perdido el trabajo o no lo has encontrado, si estás hundida/o en el negro abismo de una depresión, si solo quisieras morir… No sé qué decirte. Pero cuídate, déjate cuidar. No desesperes, por favor. Respira, respira. En tu fondo habitan la luz y la Presencia. Callo y me siento a tu lado.

Y tú, cualquiera que seas, déjame que desde del fondo del corazón te desee y te diga: Que seas feliz, que vivas en paz contigo y con todos, en paz con todo, que bendigas tu vida cada día por la mañana y por la noche a pesar de todo. ¿A pesar de todo? Sí, a pesar de todo.

Espiritualidad

Nuevo año: aprender a ser feliz

Martes, 3 de enero de 2017
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Puedes hacer con tu vida lo que quieras. Hay múltiples maneras de ser feliz. ¿Por qué nos embarcamos en exigencias ilusorias? ¿Únicamente vamos a ser felices cuando nos ajustamos a algo considerado como una felicidad legítima? ¿Una felicidad aprobada?

Dios nos hace libres para que creemos nuestras propias vidas de acuerdo con su voluntad, es decir, en las circunstancias en que Él nos ha colocado. Nosotros nos negamos a darnos por satisfechos hasta que no realicemos en nosotros mismos un patrón ‘universal’, una felicidad hipotéticamente prescrita y aprobada para todos los hombres de todos los tiempos.

No precisamente nuestra propia felicidad.

Esto al menos es lo que yo hago. Soy una persona feliz.

Dios me ha otorgado la felicidad pero yo me siento culpable por ello. Como si no estuviera permitido bajo ningún pretexto ser feliz. Como si cada uno no tuviera a su alcance la felicidad de una u otra manera. Como si yo tuviera que justificar a Dios mismo mostrándome celoso por algo que ni tengo ni puedo tener, porque yo no soy feliz de la misma manera que otro, por ejemplo Pericles o Jrushchov “

*

Thomas Merton. Diarios.
21 de enero de 1961

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Señor, Tú nos quieres y nos quieres felices…

Martes, 8 de noviembre de 2016
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Del blog de la Communion Béthanie:

El hermano Roger es un profeta de nuestro tiempo. Centró toda su vida en Cristo, en cuyo nombre dio la bienvenida a cualquier persona, cualquiera que sea su origen, su pasado, su edad, su religión. Hombre de oración, el fundador de la comunidad ecuménica de Taizé no ha dejado de animar a los hombres a reconciliarse. Su testamento espiritual continúa sosteniendo a aquellos que deseen desarrollar un monaquismo interior. Os proponemos oraciones y palabras del hermano Roger para alimentar cada semana la vida interior en el seguimiento del Dios uno y trino. (Citas sacadas del libro “Vivir para amar” Ed. Les Presses de Taizé, 2010).

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*

“Dios de misericordia,

tenemos una sed tan grande de la paz del corazón.

Y el Evangelio nos posibilita percibir que,

incluso en las horas de oscuridad,

Tú nos quieres y nos quieres felices.“

*

Frère Roger de Taizé,

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La Felicidad

Miércoles, 2 de noviembre de 2016
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Del blog de la Communion Béthanie:

El hermano Roger es un profeta de nuestro tiempo. Centró toda su vida en Cristo, en cuyo nombre dio la bienvenida a cualquier persona, cualquiera que sea su origen, su pasado, su edad, su religión. Hombre de oración, el fundador de la comunidad ecuménica de Taizé no ha dejado de animar a los hombres a reconciliarse. Su testamento espiritual continúa sosteniendo a aquellos que deseen desarrollar un monaquismo interior. Os proponemos oraciones y palabras del hermano Roger para alimentar cada semana la vida interior en el seguimiento del Dios uno y trino. (Citas sacadas del libro “Vivir para amar” Ed. Les Presses de Taizé, 2010).

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*

“La felicidad está allí al alcance de la mano.

No hay que buscarla, huiría.

Está en la vigilancia de la admiración.

La felicidad parece desaparecer a veces durante mucho,

mucho tiempo.

Sin embargo está allí,

en el encuentro de una mirada.

*

Frère Roger de Taizé,

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Bienaventuranzas de lo cotidiano

Viernes, 12 de agosto de 2016
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Del blog Fe Adulta:

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Felices quienes se levantan cada día con una sonrisa en los labios, y la regalan, y la multiplican. Porque la luminosidad de la sonrisa da otro color, otro sabor a la jornada.

Felices quienes realizan las labores cotidianas con gozo, sabiendo que contribuyen a crear un ambiente más cordial, alegre y agradable.

Felices quienes siguen el camino que les marca el corazón, quienes tienen su tesoro en la sencillez, en las pequeñas alegrías de cada día, en el beso y el abrazo sorprendente.

Felices quienes acogen al desconocido, quienes brindan su vida con el vino de la solidaridad, quienes levantan del suelo al caído, quienes trabajan sin descanso por la esperanza.

Felices quienes disfrutan cada día que les ha tocado vivir, con sus cosas positivas y negativas, quienes no se angustian por el mañana, quienes no confían su seguridad en el dinero ni en los seguros de vida. Quienes celebran diariamente el hermoso don del agradecimiento por la vida.

Felices quienes se divierten jugando, quienes se ríen de sí mismos, quienes recorren nuevos senderos, quienes aman con las entrañas, con el corazón, con todo su cuerpo.

Felices quienes no se dejan llevar por la superficialidad, los chismes o el consumo, y reconocen con admiración y sorpresa el Misterio constante de la vida, tanto en el mundo que les rodea como en el propio hondón personal.

Felices a quienes el trabajo cotidiano no les hace olvidar los sueños compartidos, la esperanza y la utopía de otro mundo posible, la equidad y la acogida como un sentimiento de donación gozosa.

*

Miguel Ángel Mesa

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Ascender y descender

Martes, 3 de mayo de 2016
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Del blog Pays de Zabulon:

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 ¿Entonces, qué? ¿Acaso no fue tener ya parte en la felicidad este amar así y ser amado, así ayudar y ser ayudado, así volar alto desde la dulzura de la caridad fraterna hasta aquel lugar sublime en que resplandece la divina dilección y, por la escala de la caridad, subir unas veces juntos hasta el abrazo del mismo Cristo, descender otras al amor del prójimo para reposar suavemente allí? Inserté aquí la narración de aquella amistad nuestra, a modo de ejemplo, por si ves algo digno de imitación que te pueda aprovechar”

*

Elredo de Rievaulx

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Fuente de la cita : “La Amistad Espiritual”, de Elredo de Rieval.

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“Escojamos la auténtica felicidad “, por José Carlos García Fajardo,

Jueves, 14 de abril de 2016
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tumblr_nnjc97ygtt1sg130wo1_500Leído en la página web de Redes Cristianas

La búsqueda de la verdadera felicidad va más allá de la búsqueda de estímulos meramente placenteros. Se trata de un bienestar más completo y auténtico que procede de adentro.

Unida a todas las exigencias de nuestra época, la perspectiva de tomarse un tiempo cada día para dedicarlo a la meditación puede parecer una carga más. Pero estoy seguro, escribe Alan Wallace, de que la razón por la que mucha gente no encuentra tiempo para meditar no son las ocupaciones excesivas. El autor de tan hermosos libros como “El poder de la meditación para alcanzar el equilibrio”, del que Daniel Goleman declara que sintetiza la práctica y la convierte en un conjunto de ejercicios accesibles y atractivo, habla de “meditación” pero que no es lo que se entendía desde la Edad Media por lectio, meditatio et contemplatio, como la reflexión sobre lo leído o escuchado, sino que se trataría de estar atento a lo que haces o no haces, aquí y ahora, de respirar como conviene para caer en la cuenta de que la virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer.

Como decía mi madre, “hay que estar a lo que estás”. No es cuánto más, mejor; sino cuanto mejor, más. Y mejor en el sentido de poner el corazón “y con los cinco sentidos”, añadía. Si hay  algo que hacemos todos los seres sentientes es respirar, desde el primer vagido hasta el último suspiro.

Todos estamos haciendo algo cada minuto del día, o hacer sin hacer, el wu wei de la sabiduría china. En qué ocupamos nuestros días es cuestión de prioridades. Por supuesto que es de sentido común priorizar la supervivencia, para garantizarnos suficiente comida, casa, ropa y asistencia médica, y que nuestros hijos puedan recibir una buena educación. Para utilizar una metáfora universitaria, las tareas que permiten todo eso son las “asignaturas básicas” y las demás son “optativas”. Estas dependen de nuestros valores.

Podemos creer que se trata de la búsqueda de la felicidad, de la plenitud o de una vida con sentido, porque como respondió André Malraux al General De Gaulle, “puede que la vida no tenga sentido pero tiene que tener sentido vivir”, aquí y ahora. Sea cual sea nuestro propósito vital, éste se centrará en las personas, las cosas, las circunstancias u otras cualidades más intangibles que nos proporcionan satisfacción… o que no tenemos más remedio que sacar adelante y entonces, más que nunca, no preguntarnos si nos gusta o no nos gusta lo que tenemos que hacer. Ya hace tiempo que vivimos y hemos buscado la felicidad durante décadas. Deténgase un momento, dice Wallace, y pregúntese: ¿cuánta satisfacción me ha proporcionado la vida hasta ahora?

Muchos de los grandes pensadores como san Agustín, William James, Whitman  o el Dalai Lama, han comentado que la búsqueda de la verdadera felicidad es el objetivo de la vida. Se refieren a algo más que a la búsqueda de estímulos meramente placenteros. Tratan de un bienestar más completo y auténtico que procede de adentro. Según no pocos especialistas la verdadera felicidad es síntoma de una mente equilibrada y sana, al igual que el bienestar físico es signo de un cuerpo sano. En nuestros días prevalece la idea de que el sufrimiento es inherente a la vida, de que experimentar la frustración, la depresión y la ansiedad forma parte de la naturaleza humana. Aunque la mayoría de las veces se confunde dolor, que es cosa del cuerpo, con sufrimiento, que es de la mente. Éste no conduce a nada mientras que el dolor nos alerta de una dolencia que, una vez detectada, se debe eliminar.

Es una aflicción  que no nos reporta ningún beneficio. A mis 18 años me dijo el Dr. Marañón que la misión del médico era acoger, escuchando; eliminar el dolor, una vez descubierta la causa y no interferir en el camino de la naturaleza para la curación.

En nuestra búsqueda de la felicidad, sostiene Wallace, es de vital importancia reconocer que son sólo muy pocas las cosas que controlamos en este mundo. Los demás, familia, amigos, compañeros de trabajo y extraños, se comportan como quieren, según sus ideas y objetivos. Del mismo modo, podemos hacer muy poco para controlar la economía, las relaciones internacionales o el medio ambiente en manos de intereses bastardos, oligopólicos y sectarios empeñados en ignorar lo que me empeño en denominar el arma más letal de destrucción masiva que es la explosión demográfica que, en menos de un siglo, nos llevó de unos 1.200 millones de habitantes del planeta a los casi tres mil setecientos millones de nuestros días.

De ahí que si basamos la búsqueda de la felicidad en nuestra capacidad de influencia sobre otras personas y el mundo en general, estaremos abocados al más estrepitoso fracaso. Nuestro primer acto de libertad debería ser una sabia elección de nuestras prioridades porque, como afirmaba el Buda Sakiamuni, quien sabe amarse a sí mismo, no hará daño al otro; mientras que el que no sabe amarse cómo podrá amar a los demás si nadie puede dar lo que no tiene.

José Carlos García Fajardo, Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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Twitter: @GarciaFajardoJC

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Soy gay y cristiano

Sábado, 1 de agosto de 2015
El_cristo_de_san_juan_de_la_cruzUn hermano del Foro nos envía esta interesante reflexión que seguro nos ayudará en la meditación, oración y visibilidad…
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Publiqué esta reflexión personal con un único fin: que la persona que tenga la paciencia de leerla, si estuviese pasando por la situación que yo pasé, sepa que existe la esperanza. Que no se rinda, porque tarde o temprano siempre llega ese momento en que recibes respuestas, en que aprendes a amarte, y en que descubres que eres más fuerte de lo que te habían hecho creer. Quiero decirte, a ti que has leído esto, que el amor que tienes en tu corazón es más poderoso que tu miedo. Mantén la esperanza, porque ese es el camino que te llevará a donde te propongas. No te rindas jamás. Y créeme, por experiencia propia te aseguro que todo mejora.

Soy gay y soy cristiano. Desde que fui niño, me bautizaron y me educaron en la religión católica. Tuve la suerte de crecer en un entorno respetuoso y libre, donde las creencias religiosas nunca fueron una imposición, sino una elección. Cuando tuve uso de razón, al mismo tiempo que adquirí la capacidad para tomar mis propias decisiones, decidí mantener mis creencias religiosas. Me confirmé como cristiano y traté de vivir dentro de la Iglesia católica para acercarme a Dios desde ella. La fe siempre ha tenido un significado profundo para mí. Desde niño, admiraba las parábolas de Jesús. Me interesé profundamente en conocer su mensaje: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Este es un mandamiento que he tenido siempre muy presente en mi corazón. La fe me ha permitido entender el mundo que me rodea y saber valorarlo. Como cristiano, trato de seguir el camino que considero más adecuado respetando el mensaje de Jesús. Deseo encontrar a Dios, y pese a mis errores, que cometo naturalmente como cualquier persona, mantengo mi fe viva como el fuego. Dios me ha acompañado en mis momentos más difíciles, Él siempre ha estado a mi lado para ilusionarme de nuevo por la vida. Creo en Dios porque siento su amor infinito como un misterio fascinante, que se extiende más allá de nuestro entendimiento racional y cuadriculado. Creo en Dios, pero me pregunto muchas veces si creo en la Iglesia católica. Porque no tengo claro que la Iglesia católica me ofrezca realmente la posibilidad de vivir con alegría mi personalidad, mis sentimientos y mis sueños.

Hace años, en aquél tiempo amargo en que sostenía cada día una lucha contra mi mismo, estas preguntas me supusieron un problema serio. En esos días me miraba al espejo para rechazarme, con palabras de dolor y odio, porque era homosexual y yo estaba convencido de que todo aquello era un error. Rezaba a Dios para que me curase. Le pedía que me convirtiese en una persona normal y que me apartase de esa elección errónea. Leía en los libros que la Iglesia considera que la homosexualidad es un pecado, y yo actuaba en consecuencia, rechazándome a mi mismo por ser un pecador. Y ello me suponía una contradicción que me hacía enormemente infeliz. Esa etapa fue muy difícil para mi, porque sentía que yo era un error, que Dios se había equivocado conmigo, y que yo tenía la culpa de ser así.

La Iglesia católica juzgaba y condenaba la homosexualidad, y a día de hoy, en este siglo, lo sigue haciendo constantemente. Dice que la homosexualidad es un pecado, un desorden, o un problema. Como quiera llamarlo. En aquel tiempo entendí que la Iglesia me negaba el derecho a vivir mi fe en libertad, sintiéndome una persona valiosa y realizada. Me hacía sentir culpable, de manera permanente. La Iglesia me decía que no tenía derecho a recibir el amor de Dios, sino que merecía su condena por mi vida carente de arrepentimiento y corrección. Aquello me hacía sentir enfermo, y yo le pedía a Dios cambiar. Le rezaba y le preguntaba por qué motivo Él se había equivocado conmigo, por qué motivo me había hecho así, defectuoso. Yo quería ser normal.

Pero mi necesidad constante de descubrir, de conocer, de entender, me llevó a leer. Leí entonces muchos libros de todo género de opiniones, tanto a favor como en contra. Quise aprender, y mientras el tiempo pasaba, empecé a encontrar respuestas. Esas respuestas me llevaron a mi aceptación como gay. Y todavía más, me permitieron reconocerme como un hombre libre, digno, y luchador. Supe que había triunfado, cuando pronuncié las palabras “soy gay”, y acto seguido pude sonreír porque ello ya no era un motivo de culpa, sino un motivo de alegría. Ya nadie podría atacarme por ser homosexual, pues es inútil que te ofenda algo que no es motivo de ofensa. Leer me sirvió de mucha ayuda. Comprendí que la homosexualidad no es una elección, pues no existen alternativas, ni preferencias. Y aprendí que la Iglesia tiene mucho, mucho que aprender.

iEn7Fy2rXvxjzPorque un pecado es el robo, el egoísmo o la calumnia. Un pecado es un comportamiento humano que cada persona puede elegir entre realizar o evitar. Y sin embargo, ni yo elegí ser homosexual, ni pude evitarlo de ninguna manera posible. Supe que la homosexualidad no es un pecado, porque no tendría sentido que lo fuese. Porque Dios no me pudo crear en el pecado y con el pecado para mi vida entera. No decidí ser homosexual, como tampoco decidí mi nombre o el color de mi pelo. Nadie, ni si quiera la Iglesia católica, tiene derecho a juzgarnos por aquellas cosas que no elegimos ser. La esencia de nosotros mismos, lo que forma parte de nuestra personalidad, es lo que nos dignifica, y por tanto no puede ser motivo de rechazo, de culpa, y mucho menos de pecado.

Fue entonces cuando un amor infinito, el amor de Dios, me encendió el corazón y comprendí que Dios me quería y juzgaba mis actos, pero no la esencia de mi persona. Dios estaba a mi lado, porque Él no me abandonó nunca. Dios me manifiesta su amor en los momentos más hermosos de cada día, y a través de las personas más maravillosas que han coincidido en mi vida. Pero llegó un momento en que perdí la paciencia y abandoné la Iglesia. Me vi entre la espada y la pared. Mantuve mi fe en Dios, pero perdí mi fe en los hombres que dirigen la Iglesia.

Por tanto, soy creyente y siempre lo he sido. Rezo y leo la Biblia, y trato de aplicar el mensaje de Jesús a cada acto de mi vida. Me cuesta mucho, pero sé que es un mensaje de amor, de libertad y de respeto a la vida propia y a la del resto de personas y seres vivos, por lo que ésa es mi luz.

Pero sí es cierto que a día de hoy he perdido mi fe en la Iglesia de los hombres. He perdido el respeto a una institución que no aprende de sus errores, y que se cree con el derecho de juzgarme sin conocerme, sin molestarse en comprenderme. No creo en una Iglesia que me estigmatiza y me reprocha. No creo en una Iglesia que me condena amparándose en citas de la Biblia, escritos hace miles de años en un contexto social muy distinto al nuestro. También encontraron en la Biblia justificación para las mayores atrocidades y crueldades que ha cometido la Iglesia en su historia: las cruzadas a Tierra Santa, las hogueras de la Santa Inquisición, la teoría del teocentrismo, los ataques a la ciencia, la colonización de América, y la pasividad del Vaticano durante las dictaduras fascistas del siglo XX, especialmente durante la Segunda Guerra Mundial. Y ahora justifican en la Biblia la condena a la homosexualidad, descontextualizando sus textos como hicieron en épocas pasadas. No creo en una Iglesia que repite normas arcaicas y que en lugar de extender sus manos a los débiles, a los necesitados, ostenta el derecho de decidir quién merece o no a Dios. No creo en una Iglesia que levanta templos lujosos, que viste con opulencia y despilfarro, cuando Jesús nació en un pesebre y andaba descalzo. Jesús no tenía reparos en arrodillarse para asistir a cualquier ser humano, hombre o mujer, mientras que la Iglesia me estigmatiza y me reprocha tratando de arreglar mi vida cuando no es capaz de solucionar sus propios problemas y escándalos recientes. Pienso en las vidas que la Iglesia católica ha destruido en el nombre de Dios. Pienso en esos hombres que ponen en la voz de Dios palabras que él nunca hubiese dicho. Palabras de odio, de rencor, de furia. ¿Dónde está el amor de Dios? Desde luego no lo encuentro en la Iglesia.

Jesús nunca habló de homosexualidad. Más incluso, en ningún Evangelio se pronuncia Jesús jamás acerca de esta cuestión. Al contrario, el mensaje de Jesús fue un claro llamamiento al amor, para que la fraternidad prevaleciese sobre las diferencias y la reconciliación sobre las luchas entre hermanos. Y no creo en la Iglesia porque ésta se atribuye la verdad como algo propio, como una de sus propiedades y riquezas. La jerarquía de la iglesia católica se cree con el derecho a decidir la voluntad de Dios, a decir que los homosexuales merecen compasión y caridad, que su conducta es desordenada y reprobable. Sus normas arcaicas les impiden ver el mensaje de amor de Jesús.

gay+hug+loveYo creo en Dios, quien me hizo homosexual. Como dice Andrés Goeni, “Dios me prefirió frente a la no existencia”. Él me dio la vida y me dio el don de la homosexualidad. Creo en Dios porque le rezo y me devuelve mi llamada. Alimenta mi fe y me permite vivir mi vida con plenitud. Yo creo en Dios y creo en su firme e infinito amor.

Las condenas de la Iglesia me han hecho muy fuerte desde que me acepté como gay. Cada discurso de un obispo en contra de las personas homosexuales, cada declaración de un cura justificando los reproches a la homosexualidad, me han vuelto una persona más valiente y decidida. Sus ataques me han hecho más seguro de mi mismo, de lo que soy y lo que quiero ser. En sus insultos encuentro mi coraje.Publiqué esta reflexión personal con un único fin: que la persona que tenga la paciencia de leerla, si estuviese pasando por la situación que yo pasé, sepa que existe la esperanza. Que no se rinda, porque tarde o temprano siempre llega ese momento en que recibes respuestas, en que aprendes a amarte, y en que descubres que eres más fuerte de lo que te habían hecho creer. Quiero decirte, a ti que has leído esto, que el amor que tienes en tu corazón es más poderoso que tu miedo. Mantén la esperanza, porque ese es el camino que te llevará a donde te propongas. No te rindas jamás. Y créeme, por experiencia propia te aseguro que todo mejora.

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