Comentarios desactivados en “¿Es posible la felicidad en un mundo convulso como el nuestro?”, por Leonardo Boff
Leído en su blog La fuerza de lo pequeño:
“No es posible comprarla en el mercado, ni en la bolsa, ni en los bancos”
La felicidad es uno de los bienes más ansiados por el ser humano. Pero no es posible comprarla en el mercado, ni en la bolsa, ni en los bancos. A pesar de esto, en torno a ella se ha creado toda una industria que viene con el nombre de autoayuda. Con trozos de ciencia y de psicología se busca ofrecer una fórmula infalible para alcanzar “la vida que has soñado siempre”
El camino más seguro es que alguien será tanto más feliz cuanto más felices haga a otros y cultive indignación y compasión contra las perversidades que ocurren en nuestro país y en el mundo
La felicidad es uno de los bienes más ansiados por el ser humano. Pero no es posible comprarla en el mercado, ni en la bolsa, ni en los bancos. A pesar de esto, en torno a ella se ha creado toda una industria que viene con el nombre de autoayuda. Con trozos de ciencia y de psicología se busca ofrecer una fórmula infalible para alcanzar “lavida que has soñado siempre”.
Confrontada, sin embargo, con el curso indiscutible de las cosas, se muestra insostenible y falsa. Curiosamente, la mayoría de los que buscan la felicidad intuye que no puede encontrarla en la ciencia pura o en algún centro tecnológico. Acude a Los Santos o a un centro espiritista o frecuenta un grupo carismático o consulta a un gurú, lee el horóscopo o estudia el I-Ching de la felicidad. Tiene conciencia de que el logro de la felicidad no está en la razón analítica y calculatoria, sino en la razón sensible y en la inteligencia emocional y cordial. Porque la felicidad debe venir de dentro, del corazón y de la sensibilidad.
Dicho en pocas palabras, sin otras mediaciones no se puede ir directo a la felicidad. Quien lo hace es casi siempre infeliz. Bien decía un poeta popular: “Entre sueño y realidad es muy distinto el matiz. Quien sueña felicidad es casi siempre infeliz”. La felicidad resulta de algo anterior: de la esencia del ser humano y de un sentido de justa medida en todo.
La capacidad de relacionarse
La esencia del ser humano reside en la capacidad de relacionarse. Él es un rizoma de relaciones, cuyas raíces apuntan en todas las direcciones. Sólo se realiza cuando activa continuamente su panrelacionalidad, con el universo, con la naturaleza, con la sociedad, con las personas, con su propio corazón y con Dios.
Esa relación con el diferente le permite el intercambio, el enriquecimiento y la transformación. De este juego de relaciones, nace la felicidad o la infelicidad en proporción a la calidad de estas relaciones. Fuera de la relación no hay felicidad posible.
Pero esto no basta; es importante vivir un sentido de justa medida en el marco de la condición humana concreta. Esta está hecha de realizaciones y de frustraciones, de violencia y de cariño, de monotonía de lo cotidiano y de emergencias sorprendentes, de salud, de enfermedad, y finalmente de muerte.
Ser feliz es encontrar la justa medida en relación a estas polarizaciones (cf. mi libro La búsqueda de la justa medida, Vozes 2023). De ahí nace un equilibrio creativo: ni demasiado pesimista porque ve las sombras, ni demasiado optimista porque percibe las luces. Ser concretamente realista, asumiendo creativamente la incompletitud de la vida humana, intentando, día a día, escribir derecho con líneas torcidas. Algunos acentúan más el pesimismo, como Ariano Susassuna, que se identifica como un pesimista esperanzado. Antonio Gramsci, gran teórico del marxismo humanista decía: “soy pesimista de inteligencia, pero optimista de voluntad”.
”Ars combinatoria”
La felicidad depende de esta ‘ars combinatoria‘ especialmente cuando nos enfrentamos a límites inevitables, como por ejemplo, las frustraciones avasalladoras y la muerte inevitable; la iracundia sagrada ante el genocidio perpetrado por Israel en la Franja de Gaza; la ola de odio que se extiende por el mundo, el feminicidio diario y las muertes cotidianas de personas LGBTQ+.
Pero no basta con rebelarse ante estas tragedias ni tampoco resignarse porque no podemos cambiarlas. Todo cambia si somos creativos: si hacemos de los límites fuente de energía y de crecimiento. Es lo que llamamos resiliencia: el arte de sacar provecho de las dificultades y de los fracasos. Tal situación es una forma de buscar una humanización más profunda.
Aquí tiene su lugar un sentido espiritual de la vida, que es más que la religiosidad, sin el cual la felicidad no se sostiene a medio y largo plazo. Entonces aparece que la muerte no es enemiga de la vida, sino un salto hacia otro orden más alto. Si nos sentimos en la palma de las manos de Dios, nos serenamos. Morir es sumergirse en la Fuente. De esta forma, como dice Pedro Demo, el pensador que mejor estudió en Brasil la “Dialéctica de la Felicidad” (en tres volúmenes, por Vozes): ”Si no podemos traer el cielo a la tierra, podemos por lo menos acercar el cielo a la tierra”. Esta es la sencilla y posible felicidad que podemos penosamente conquistar como hijos e hijas de Adán y Eva.
En todos los casos, el camino más seguro es que alguien será tanto más feliz cuanto más felices haga a otros y cultive indignación y compasión contra las perversidades que ocurren en nuestro país y en el mundo.
Comentarios desactivados en “Felices quienes dejan de ser pobres”, por Miguel Ángel Mesa.
De su blog Otro mundo es posible:
«Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios»
(Lc 6,20).
Parece que una de las palabras o frases que nos relatan los Evangelios y que provienen de la misma persona de Jesús sería la que encabeza este texto.
Se ha especulado mucho a lo largo de la historia sobre su sentido. Hablamos en primer lugar de empobrecidos, porque las personas (en la inmensa mayoría de los casos) no son pobres porque sí, porque les guste o porque lo hayan decidido, sino que son pobres porque otras personas se han enriquecido, en mayor o menor medida, a su costa. En definitiva, y para resumir, existen pobres porque hay ricos. Se ha hecho mucho daño, a lo largo de la historia, a millones de empobrecidos, haciéndoles creer que tenían que sufrir con paciencia su pobreza para luego alcanzar el reino de los cielos, según la expresión de Mateo. Porque, además de mentirles con esta interesada interpretación de la bienaventuranza, se les hacía (y aún se les hace) creer que el Dios de Jesús también aceptaba su vida miserable, para así llegar a alcanzar la felicidad eterna a su lado.
También ha habido muchos cristianos, desde la predicación de Jesús hasta nuestros días, que se han jugado la vida, denunciando la pobreza como una injusticia a erradicar, provocada por las élites económicas, políticas o religiosas contra los pobres y anunciando la oposición radical de Dios a que existan tales diferencias sociales y económicas entre unas personas y otras. Pero, ¿por qué proclamó Jesús dichosos a los pobres? ¿El Reino de Dios es lo mismo que el cielo prometido para la otra vida?
Jesús llamó dichosos a los empobrecidos (principalmente), a los oprimidos, marginados y excluidos, porque Dios y él mismo les ama de una forma especial, con absoluta preferencia. No porque sean mejores, ni más éticos que otras personas, sino precisamente porque sufren la injusticia estructural sobre sí mismos.
Según J. Jeremías el Reinado de Dios es exclusivamente de los pobres. Y de quienes optan, se comprometen y comparten su vida con ellos, a quienes los pobres abren sus brazos y sus corazones para compartir este deseo de igualdad y justicia y la lucha por implantarlo aquí en la tierra.
Felices, dichosos los pobres que se proponen cambiar la situación en la que viven.Que se unen a otros pobres para conseguirlo. Que se dejan acompañar por otros hombres y mujeres de otras clases sociales, para que trabajen unidos a ellos y ellas por su liberación. Y en ese esfuerzo, en esa lucha conjunta, en las derrotas y en las pequeñas o grandes victorias, va brotando, extendiéndose, comunicándose el Reinado de Dios, ese otro mundo posible que es necesario construir.
Ese esfuerzo va acompañado de alegrías y tristezas, esperanzas y desilusiones,fiesta y desamparo, conquistas y pérdidas. Es vital en este proceso el mantener una fuerte espiritualidad, una mística profunda de ojos y oídos abiertos, adheridos al espíritu de las Bienaventuranzas, para no desfallecer y continuar siempre adelante.
Quienes acompañan las luchas y esperanzas de los empobrecidos, excluidos y oprimidos, cumplidos los objetivos, no pretenden figurar ni que se les den medallas, su único regalo es la felicidad que han sentido a su lado, retirándose después silenciosamente para seguir, por otros caminos, en la senda de la liberación.
«Felices quienes pretenden ser únicamente una humilde luz en el camino de la liberación de los empobrecidos».
Comentarios desactivados en “Seréis felices”, por Miguel Ángel Mesa
De su blog Otro Mundo es posible:
«No hay más que una manera de felicidad: vivir para los demás» (León Tolstoi).
Pensamos que hemos alcanzado la verdadera felicidad cuando creemos tenerlo todo controlado; si aseguramos el coche, la casa, la familia; cuando nuestra cuenta del banco crece en progresión geométrica; si progreso en mi vida profesional, aunque tenga que pasar por encima de alguien menos capacitado; si me monto en el carro del statu quo y no me complico la vida en cuanto a temas sociales, políticos, ideológicos, religiosos; cuando mi solidaridad se reduce a dar limosna ante cualquier catástrofe natural… Y así vamos sobreviviendo, creyendo que somos plenamente felices, cuando nos acostumbramos a estos sucedáneos de felicidad.
Pero la auténtica felicidad, la que nos llena, la que nos hace crecer como personas, es otra muy diferente. Aunque no sea aceptada socialmente. Porque es cara y cuesta conseguirla. Porque no es la que nos presentan entre luces y cuerpos esculturales los anuncios y los programas-basura. La barata, la que se encuentra en las tiendas de libros de autoayuda, se adquiere con suma facilidad.
La legítima felicidad se adquiere cuando uno se ríe de sí mismo, de sus éxitos, de sus cualidades, de su sabiduría; cuando no nos llenamos de vanagloria con nuestros éxitos, ni cuando nos dejamos abatir por los problemas, los sufrimientos, los pequeños achaques diarios; muy al contrario, cuando sabemos ser agradecidos, aprendemos de las cosas positivas de la vida y, sobre todo, de las negativas.
Como dice Tolstoi, la auténtica felicidad se hace presente en nuestra vida, cuando salimos de nuestro yo egoísta, nos descentramos y volvemos nuestro rostro, nuestras manos y nuestro corazón hacia el otro. En el servicio, la entrega y la felicidad de los demás encontramos el generoso regalo de la nuestra, que nos envuelve como un traje nuevo.
La felicidad se contagia cuando se celebra la amistad, la vida en familia, las buenas noticias de los compañeros de trabajo, los éxitos de las luchas de los empobrecidos y marginados. Y también cuando las cosas no han ido muy bien y cubrimos con un abrazo la pesadumbre de unos y otros, hasta que va pasando el dolor de la herida abierta.
Somos de verdad felices cuando nos despertamos con una sonrisa en los labios, si sabemos disfrutar de nuestra melodía interior y nunca nos encontramos solos; si derrochamos a nuestro alrededor solidaridad, cariño y simpatía a raudales.
La felicidad verdadera llega cuando nuestra seguridad existencial no está puesta en los bienes que poseemos, ni en las medidas de protección, ni en el dinero que tenemos en el banco… sino en el tesoro del amor de los demás, en el servicio desinteresado ante cualquier necesidad que se nos presente; en la solidaridad que mostremos ante los empobrecidos, cuando podemos seguir jugando y disfrutando, mostrando buen humor, dialogando, entrando en nuestro propio hondón personal.
Somos felices cuando nos sentimos libres de todo y de todos, sin esclavizarnos a nada ni nadie, cuando mantenemos los sueños, pero sin despegarnos un milímetro de la realidad, si conservamos la perla preciosa de la esperanza y la rociamos sobre la desilusión de quienes sufren las heridas y sinsabores de la vida.
«Felices quienes han rellenado el álbum de la felicidad con fotos de compasión, sonrisas, solidaridad, amistad, ternura, sentimientos, alegría, superación, esperanza, amor…».
Comentarios desactivados en La alegría no es lo mismo que la felicidad.
Del blog de Henri Nouwen:
“La alegría es fundamental en la vida espiritual. Sea lo que sea lo que pensemos o digamos sobre Dios, si no estamos alegres, nuestros pensamientos y palabras no pueden dar fruto. Jesús nos revela el amor de Dios para que su alegría pueda ser nuestra, para que nuestra alegría sea completa. La alegría es la experiencia de saber que eres amado incondicionalmente y que nada puede quitarte ese amor“
“La alegría no es lo mismo que la felicidad. Puedes sentirte infeliz por muchas cosas, pero la alegría sigue estando ahí, porque viene de saber que Dios nos ama.. . La alegría no solo nos ocurre. Tenemos que optar por ella y seguir optando por ella cada día. Es una elección basada en el conocimento de que pertenecemos a Dios y hemos encontrado en Dios nuestro refugio y nuestra seguridad, y de que nada, ni siquiera la muerte, puede quitarnos a Dios”.
Comentarios desactivados en La felicidad está dentro.
Juan Zapatero Ballesteros
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).
ECLESALIA, 02/01/23.- “La felicidad está dentro de uno mismo, no al lado de nadie”. He tenido muy claro siempre que el ser humano es un buscador, por naturaleza, de la felicidad. Creo, sin embargo, que los caminos no siempre han sido los más acertados; y, lo peor de todo, es que en la actualidad lo sigue haciendo de manera errónea. De entre las diversas preguntas, adverbios exactamente, que se podrían plantear en torno a esta realidad fundamental de la vida de la persona, yo me centraría en dos: “dónde” y “cómo”.
Respecto al “donde”, las divergencias son abismales, por la sencilla razón de que las opciones son totalmente opuestas respecto a las diversas posibilidades entre las cuales escoger, como pueden ser entre otras, aquí, allí, arriba, abajo, adentro, afuera, etc.
Para la sociedad actuales “afuera” donde se nos dice de manera insistente que está y puede encontrarse la felicidad. “Afuera” como opuesto al “adentro”.
Un “afuera” como sinónimo de tener, de consumir, de lo materialmente medible y contable, del porte exterior, de la belleza (que no de la estética fruto de la ética; cuidado no confundir las dos cosas) física, por tanto; de la juerga y de la risa (no confundirlo tampoco con la alegría y la satisfacción, fruto de la paz interior); del hedonismo egoísta (que no tiene nada que ver con el goce compartido), del placer abusivo (todo lo contrario precisamente del disfrute respetuoso y solidario), etc.
Este es el “donde” que, sobre todo desde hace ya un tiempo, nos están imponiendo, que no ofreciendo, aunque quieran hacernos creer esto último, de manera enloquecida quienes mandan y nos dirigen (que no son quienes dicen ostentar el poder político y quienes se creen que nos gobiernan: ¡qué más quisieran ellos!). Un “donde” cargado de atontamiento general y aborregamiento comunitario a base de slogans preciosos que no se cansan de prostituir palabras que designan valores tan nobles, sublimes y sagrados como amor y libertad principalmente. Un “donde” en el que ya no queda margen para decidir personalmente, pues “alguien” se encarga de hacerlo por todos, no como respuesta a la felicidad tan deseada por estos, sino para obtener pingües réditos por parte de aquellos.
Mientras tanto, “otros alguien”, con menos medios, pero con una gran coherencia, se esfuerzan por demostrar que la felicidad se encuentra “dentro”. Que es desde el silencio y la reflexión desde donde se conoce uno verdaderamente y se da cuenta de lo que de verdad le hace feliz. Por eso precisamente los primeros no pierden ocasión para desprestigiar el “adentro” de los segundos, como sinónimo de aburrimiento y de no estar al día; al suyo, claro. Amenazando además, ¡y de qué manera!, de que corren el riesgo de quedarse al margen de lo que mola, de lo guay, de lo que los puede convertir en atractivos, envidiables y merecedores del aplauso de los suyos, que no son otros que los borregos que los siguen sin rechistar después de haber sido narcotizados con sobredosis de atontamiento.
Así las cosas, se hace urgente escoger, optar o decidir. Algo, por otra parte, muy difícil, imposible, más bien, para la inmensa mayoría, si tenemos en cuenta la manipulación feroz que pende sobre nosotros.
Comentarios desactivados en Una historia que viene de lejos…
No siempre resulta fácil sonreír frente a la vida. La mayoría de las veces sentimos la tentación -es hoy nuestra gran tribulación- de creer en cualquier otra cosa menos en nuestra felicidad. Quien tiene éxito no es, a buen seguro, el que se plantea las preguntas sobre la verdad y sobre la justicia; los títeres de la televisión nos propinan imágenes que unen riqueza y serenidad; la cháchara de la gente no nos ayuda a distinguir entre nuestra verdad interior y la fachada que mostramos a los otros; el dolor que acompańa a la vida con sus relaciones hace acallar nuestros sueńos… Frente a esta historia -la historia que se hace oír en alta voz- nos sentimos a veces aturdidos, sin posibilidad de volvernos hacia atrás y de preguntarnos dónde está el error de donde viene todo.
Sin embargo, ésta no es la única historia en la que estamos implicados. Hay asimismo una historia que viene de lejos, de la que ni siquiera vemos sus orígenes y que también se nos presenta bajo la fachada de cada día. Se trata de la historia de un hombre que ha sido capaz de poner la verdad por delante del error sin ser fundamentalista, de poner la acogida por delante del miedo sin ser un facilitón, de sentirse llamado a un amor más grande antes que tener miedo por su propia suerte sin perder nada de su propia humanidad. Se trata de una historia compuesta de otras personas capaces de seguir a aquel hombre por su camino, sirviendo gratuitamente a los otros, orando, consolando. Se trata de una historia que todavía hoy se muestra fecunda cada vez que un abrazo vence a un sufrimiento, cada vez que se dice una palabra en medio del silencio, cada vez que encontramos a una persona que realiza la justicia en la verdad y la misericordia. Esta historia nos parece escondida porque no siempre tenemos unos oídos tan finos que la oigamos y porque casi siempre se levantan otras voces más altisonantes, más prepotentes, aunque también más vacías.
Por eso no se les puede decir el Nombre, para no confundirlo con el resto de la historia. Se nos ha enseńado a llamar a ese Nombre “Padre”a adorar al Hijo, a invocar el don del Espíritu Santo: éstos son los nombres que se oyen en esta historia que está detrás de nuestra historia de cada día. Con estos nombres en nuestros labios y en nuestros corazones podremos comprender al fin que el mundo no ha sido abandonado a sí mismo y -ni siquiera en medio de sus sufrimientos- va solitario por su camino, sino que es bello “jugar con el orbe de la tierra, [poniendo nuestra] alegría en estar con los hombres”. Así es como podremos comprender que, entre todas las dimensiones que atravesamos con nuestros pasos de cada día, lo que constituye el fundamento de todo es precisa y únicamente nuestro camino espiritual. Podremos comprender que nuestra llamada a la comunión con Dios y con quienes nos acompańan en nuestro camino no es un peso, sino un juego que nos puede hacer sonreír y nos hace más libres que nunca. Pero ésta es otra historia…
Oración
Dios, que eres Padre, te agradezco que me hayas llamado a mi historia y dentro de mi historia. Tú has preparado un mundo desde siempre para poder encontrarme, para poder expresarme un día todo tu amor, que es un amor completo, un amor de padre y de madre por su propio hijo. Concédeme creer en ti, confiarte todo mi tránsito, todo mi deseo, a fin de conseguir estar de verdad en tus manos.
Dios, que eres Hijo, has entrado en mi historia y me has salvado. No has mirado a lo que te conviniera, sino que has participado del designio de amor que tenía el Padre sobre mí y sobre todos mis hermanos y hermanas que caminan a mi lado. Concédeme vivir de tu libertad de acción y de palabra, concédeme comprender cómo la verdad puede hacerme realmente libre frente al pecado y frente a los demás.
Dios, que eres Espíritu Santo, es tu fuerza la que abre mis ojos para ver la historia verdadera que está detrás de la fachada de cada día; es tu poder el que me muestra los milagros que tienen lugar en mí y en cuantos están a mi alrededor. Concédeme tus dones, a fin de afrontar mi camino con los ojos bien abiertos y los oídos en condiciones de oír la voz que me llama de nuevo a la vida, el latido de ese corazón que me anima cuando tengo miedo, el apretón de manos que me refuerza y me habla como a una persona, la sonrisa que es capaz de jugar con la vida divina que hay en el mundo.
Comentarios desactivados en “Contra la obligación de ser feliz”, por Dolores Aleixandre
De su blog Un grano de mostaza:
Ser feliz está fuera del alcance de nuestra búsqueda
14.03.2022
Debajo del título hay una declaración de hostildad hacia ese imperativo categórico que nos rodea por todas partes machacándonos con el eslogan: “Sé feliz” y su complementario “Cuídate” que arrasa en nuestras fórmulas de despedida. Se formulan en segunda persona del singular, faltaría más, porque de lo que se trata es de que cada cual se ocupe solo de sí mismo y procure “no perderse ninguna sensación positiva que le prometa un incremento de bienestar y de rendimiento”. Vivimos inmersos en una cultura que califica el esfuerzo como fastidioso, lo cotidiano como aburrido y la fidelidad como obsoleta, y nos empuja hacia espacios más seductores y permisivos, aunque eso suponga renunciar y dejar atrás mucho de lo que hace la vida digna de ser vivida. Así que, o espabilamos, o nos disolveremos en ese magma viscoso que solo admite el bienestar, la positividad y el optimismo. Y llegaremos a pensar que Francisco de Asís, en vez de desposarse con la Dama Pobreza, hubiera acertado más cortejando a Miss Happyness, o que el mayor deseo de la Madre Teresa era que le recomendaran: “¡Cuídese!”
Por eso nos resulta tan inoportuna la inminencia de la cuaresma, con su manía de situarnos, año tras año a contracorriente, y de rociarnos con una ceniza polvorienta que vete a saber si no estará contaminada de gérmenes omicron. Qué empeño el de la liturgia en urgirnos apasionadamente a zambullirnos en el Evangelio y mirar al Crucificado, en vez de vaporizarnos con algún perfume relajante y susurrarnos con suavidad: “Relájate, sonríe, aleja de ti todo lo negativo…”
La parábola del tesoro es un magnífico test de antígenos para detectar si damos positivo en el virus felicititis, esa preocupación obsesiva por ser-felices como supremo horizonte vital: nos pone en contacto con un personaje que no perseguía la felicidad directamente, sino que se la encontró de manera gratuita y el tesoro que le llenó de alegría no había sido objeto de búsqueda sino que lo halló por sorpresa. Por eso le asombraría nuestra torpeza y nos avisaría: “Nunca la vais a conseguir buscándola directamente: solo se deja encontrar por los des-centrados y des-procupados de ella”.
Un texto de Isaac de Nínive, un Padre del s.VII, reorienta nuestra mirada:
“Como los ojos de un marinero miran las estrellas, así la mirada interior del discípulo está fija en el fin que ocupa su pensamiento desde el día en que se decidió a emprender su viaje para encontrar la perla, lanzándose al abismo inexplorado del mar. Su mirada expectante convierte en ligero el fardo de las dificultades que encuentra a lo largo de su camino”.
Y, si también habláramos con él, posiblemente nos diría:
– “Pregúntate si hay expectación en tus ojos y en tu corazón, o si te estás quedando bizco/a de tanto mirar con el rabillo del ojo si eres feliz o no…”
Comentarios desactivados en No digas nunca “no”; dí “más”, por Pedro Miguel Lamet
Para ser feliz -te dijeron- encuentra al amor de tu vida; márchate de tu país; vete al campo, a vivir junto al mar, rompe con todo
Cuando el cristal está bien iluminado no se perciben las manchas en el vidrio, es como si no existieran
Nuestros egos son baterías cargadas con las impresiones que hemos ido acumulando. Mientras estamos en el espacio y el tiempo no podemos dejar de ser herederos de esas experiencias que nos han constituido.
La infelicidad es un problema de foco
La felicidad consiste en enfocar tu cámara al infinito.
| Pedro Miguel Lamet
NO DIGAS ‟NO“; DI ‟MAS“
Para ser feliz -te dijeron- encuentra al amor de tu vida; márchate de tu país; vete al campo, a vivir junto al mar, rompe con todo.
Quizás lo hiciste, quizás te ayudó. Y cuando comenzaste de nuevo allá lejos, comprendiste enseguida que nada había cambiado porque te llevabas a ti mismo con tus maletas.
El ego es indestructible, no lo puedes aniquilar.
Solo lo podemos ensanchar como el que hace obra en casa y convierte el viejo ventanuco en una inmensa vidriera abierta al mar.
Eso sí. Cuando el cristal está bien iluminado no se perciben las manchas en el vidrio, es como si no existieran.
No digas nunca ‟no“, di siempre ‟más“.
Ya no dependerá de dónde estés, qué tengas o quién te acompañe. Incluso viviendo entre los deseos y hasta frustraciones de tu yo pequeño, puedes descubrir el Yo real que eres.
Jesús lo llamaba el Reino de los Cielos y dijo:
‟Dentro de vosotros está“.
Basta con estar atento y hacer silencio para que aflore.
* * *
EXPANDIR EL EGO
Dicen que cada pensamiento es eterno. Cuando tú lanzas una idea de alegría, odio, dolor o miedo es como una flecha que se queda vibrando en el universo y que puede alcanzar a alguien. Al primero a ti mismo, porque tarde o temprano volverá sobre ti como un boomerang.
Nuestros egos son baterías cargadas con las impresiones que hemos ido acumulando. Mientras estamos en el espacio y el tiempo no podemos dejar de ser herederos de esas experiencias que nos han constituido.
Nos queda una solución.
Expandir el ego hacia la conciencia cósmica.
Entonces por el reducido ojo de buey entra el azul total del océano.
* * *
PROBLEMA DE ENFOQUE
La infelicidad es un problema de foco.
La cámara de tu ego se queda en los primeros términos del encuadre. Enfoca al coche, el problema de salud, a un hombre, a una mujer, un trabajo, un cargo político, un éxito, un lugar, lo que sea.
Y se olvida del conjunto, del plano general.
La felicidad consiste en enfocar tu cámara al infinito.
Los primeros términos siguen ahí, pero quedan desenfocados, son parte de nuestra vida, pero están en función del maravilloso, inabarcable e imperturbable paisaje de fondo.
El problema es que la sociedad de hoy nos lo da todo hecho.
Te dice dónde tienes que mirar, donde debes enfocar tu cámara, a través de mil impactos: De la publicidad, los medios de comunicación, los criterios imperantes. Te vende, diríamos, las cámaras ya hechas, automáticas y con autofoco para que hagas las fotografías que ellos quieren.
A TU LADO
Para nacer de nuevo cada día y despertar el corazón dormido; para cantar con un nuevo latido y armonizar contigo el alma mía,
he de perderme en la escondida vía del que vive en un tiempo esclarecido al descubrir que aún ando herido del apego a esta tierra fugitiva.
De modo que soy yo y no soy nada, todo lo tengo y el mundo ya no existe, porque del todo nunca estuve separado
del aliento que esconde tu alborada donde con un susurro me dijiste: “Sin tú saberlo estoy siempre a tu lado”
Comentarios desactivados en “A todos los trabajados y cansados. La felicidad de Jesús “
Del blog de Xabier Pikaza:
Ésta fue su misión: Que hombres y mujeres pudieran ser felices, a pesar de cansancio, hambre y pobreza, en mutuo amor, en gozo esperanzado. Por eso comenzó su misión diciendo: Venid conmigo todos los trabajados y cansados, felices vosotros… (Mt 11, 28-30; Lc 6, 20).
A pesar de ellos, muchos han criticado al cristianismo no sólo por injusto (Marx), neurótico (Freud) o retrógrado (Comte), sino por enemigo de la felicidad, como puso de relieve F. Nietzsche, Así habló Zaratustra (1883, cf. cap. Los sacerdotes): ¡Contemplad las tiendas que esos sacerdotes se han construido! Iglesias llaman ellos a sus cavernas de dulzona fragancia… ¡Oh, esa luz falsa, ese aire que huele a moho!… Ellos llamaron Dios a lo que les contradecía y causaba dolor… ¡Y no supieron amar a su Dios de otro modo que clavando al hombre en la cruz! Mejores canciones tendrían que cantarme para que yo aprendiese a creer en su redentor.
En contra de eso, sobre la felicidad de Jesús hablaré esté fin de semana (30 de Julio-1 de Agosto) en el Cites, Ávila, en un curso presencial y on line.
| X. Pikaza
No fue profesional de la religión[1]:, como los sacerdotes de Jerusalén o los rabinos, sino un hombre del campo, heredero de las tradiciones populares; y en ese contexto, desde el fondo de un mundo cambiante (lleno de contradicciones) pudo trazar un camino de humanidad reconciliada por la felicidad[2].
Bautismo de felicidad: En ti me he complacido[3]:
Y sucedió en aquellos días que llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio los cielos rasgados y al Espíritu descendiendo sobre él como paloma. Se oyó entonces una voz desde los cielos: Tú eres mi Hijo Querido, en ti me he complacido (Mc 1, 9‒11; cf. Lc 3, 21‒22)
Ésta fue la revelación iniciática de Jesús, una experiencia de felicidad y misión que transformó y marcó su vida, tras haber recibido el bautismo que Juan impartía a los penitentes que venían a “confesar sus pecados”, para vivir de esa manera arrepentidos.
El protagonista de la escena es Dios llamando a Jesús, declarándole su Hijo y añadiendo que en el se ha complacido (esto es, que Jesús le ha complacido). Según la Biblia, en otro tiempo, Dios había ido ofreciendo su palabra y asistencia a ciertos hombres y mujeres, para que recorrieran un tramo de vida arrepentidos, penitentes. Pero a Jesús le dijo:: ¡Tú eres mi Hijo, en ti me he complacido!
Esto que Dios dijo a Jesús lo dice a todos y cada uno de los hombres: “Tú eres mi Hijo querido, en ti me he complacido”: En ti (en vosotros) tengo mi felicidad. Este es el Dios que mira y mirando crea, a través de su felicidad, diciendo que los hombres no son simplemente buenos sino muy queridos, destinatarios y portadores de su felicidad. Por eso, antes que libro de las bienaventuranzas de los hombres, el evangelio es testimonio de la bienaventuranza de Dios, pues en la base de la felicidad de los hombres está la que Dios lo sea[4].
Jesús había ido al Jordán como penitente, para recibir un bautismo de perdón e iniciar así un camino de arrepentimiento, pero, al salir del agua, cumplido el bautismo, descubrió que Dios no le quería penitente sino Hijo, portador de su paz (shalom). Esas palabras de Dios a Jesús (¡Tú eres mi Hijo…!) forman la introducción del evangelio de la felicidad en el comienzo de la historia cristiana. No son ley de conversión, ni absolución de un pecador, sino buena nueva de vida, esto es, evangelio.
El principio de la vida de los hombres no es la guerra, como dijo Heráclito: “La Guerra es padre y rey de todos: a unos ha acreditado como dioses, a otros como hombres; a unos ha hecho esclavos, a otros libres” (cf. Hipólito, Refutatio IX, 9, 4). En contra de eso, Jesús sabe que el origen y padre de los hombres y los dioses (en el sentido que les daba Heráclito) no es la guerra, ni un deseo de poder que todo lo devofa, sino el Dios de la felicidad de amor, que dice a Jesús (a cada hombre y mujer): “Tú eres mi Hijo”.
Buena nueva de felicidad, empezando por los niños
Jesús entendió así las palabras centrales del Antiguo Testamento. Supo que Dios le decía:
Súbete a un monte elevado, grita con voz fuerte, evangelizador de Jerusalén;grita con fuerza, no temas… (Is 40, 9-10).
Ésta es la buena nueva de la libertad que resuena poderosa sobre un mundo de opresión y cautiverio. Dios quiere que él sea evangelizador, mensajero de gozo entre los hombres. Este evangelio no anuncia una victoria militar, sino el triunfo de la gracia de la vida, la alegría y plenitud para los hombres[5]. Siente así que la voz añade:
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del evangelizador que anuncia la paz,del evangelizador bueno que anuncia salvación! (cf. Is 52, 7-10
Evangelizar significa proclamar e instaurar la buena nueva de la felicidad. Dios ha permitido que dominen por un tiempo los poderes de opresión, tristeza y muerte (hambre, sufrimiento), pero él viene y se manifiesta ya como salvador para su pueblo, empezando por los pobres y oprimidos, los que lloran, los hambrientos. como sigue diciendo la tradición de este “profeta” de buenas noticias, que es el Siervo de Yahvé (Is 52, 9-11).
Éste ha sido el atrevimiento de Jesús, su osadía de Reino, cuando empieza a decir con su vida: Felices vosotros, bienaventurados los pobres, los hambrientos (Lc 6, 20-21), añadiendo::
¡Felices vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque escuchan! Porque os digo que muchos profetas y reyesQuisieron ver lo que veis y no vieron,escuchar lo que escucháis y no escucharon (Mt 13, 16‒17; Lc 10, 23‒24).
Ésta es la palabra clave de la felicidad (makarioi…), propia de los ojos que ven, de los oídos que escuchan. Éste es el gozo inmenso, el gran tesoro de aquellos, llegando a las fronteras de la vida nueva, descubren y disfrutan la alegría desbordante de Dios sobre el pasado y presente de opresión y pobreza de los “condenados” de la tierra.
Ésta es la felicidad que Jesús empieza ofreciendo ante todo a los niños, pues toda alegría comienza acogiendo y alegrando a los niños, alegrándose con los niños…Ellos son la raíz y garantía de la felicidad, como repite de un modo atrevido y desbordante el evangelio, cf. Mc 9, 3; 10, 13-16.
Siguiendo por los mayores.
Jesús reconoce y acepta la felicidad de los niños, la acoge, y con ellos quiere ser feliz, para así para los mayores diciendo
El Espíritu del Señor… me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos, para dar la vista a los ciegos, para liberar a los atribulados,para anunciar el año agradable del Señor (Lc 4, 18-19).
Esta felicidad del evangelio es posible porque Jesús la está viviendo. No viene como rey guerrero, sacerdote de templo, rabino de escuela, ni maestro de penitencia, como Juan Bautista, sino simplemente hombre de pueblo, laico de Dios, que se ha sabido vinculado a las promesas de evangelio (felicidad) del libro de Isaías, apareciendo así como testigo y promotor de su obra entre los más pobres de su tierra. Juan Bautista, su maestro, encerrado en la cárcel por Herodes, manda a sus discípulos para que le pregunten:
Habiendo oído… las obras del Cristo, Juan envió desde la cárcel a unos discípulos para preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro? Jesús les respondió: Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena noticia, ¡y bienaventurado aquel que no se escandalice de mí! (Mt 11, 2‒6; cf. Lc 4, 17‒18)[6].
Estas son las obras de la felicidad de Jesús. No son “obras” de pura bienaventuranza intimista, propias de “expertos religiosos” separados del mundo, ni obras de ley y cumplimiento externo, sino experiencias de vida total, abiertas de un modo particular a los enfermos, pobres y excluidos de la tierra.
− Felicidad de los ojos: Que los ciegos vean (Mt 11, 5). En esta palabras late y se expresa el recuerdo de algunas “curaciones” integrales de Jesús, que han recogido con mucho interés los evangelios (cf. Mc 8, 22-26; Mc 10, 46-52; Mt 9, 27-30; 20, 30-34; Jn 9, 1-41. Pues bien, esas palabras expresan y ratifican al mismo tiempo la experiencia superior de un conocimiento liberador del Reino de Dios (cf. Mt 13, 10-17) tal como aparece en la controversia de Jesús con un tipo de rabinismo judío del entorno.
La primera felicidad es que los hombres “vean”, que descubran por sí mismos el don y tarea de la vida, que se dejen transformar por la gracia y libertad del Reino, que sean felices y se amen mutuamente. En esa línea hablará Mt 5, 8 de la bienaventuranza de los limpios de corazón, que verán a Dios, interpretando así el corazón como sede de la visión más profunda. Pero el mundo en general no quiere la felicidad de los hombres, sino que se sometan, que sean “súbditos” del estado, cumplidores de sus leyes, productores y consumidores de sus bienes.
Comentarios desactivados en Buda y Cristo. Dos caminos, una felicidad
Del blog de Xabier Pikaza:
El futuro no será de los más ricos, ni de los más fuertes en armas, ni de los expertos en manipular dichas compradas, sino de los que son realmente felices y enseñan a serlo a los demás. Entre ellos destacan Gautama (Buda: Iluminado) y Jesús (Cristo, Mesías). A ellos se les puede garantizar futuro y con ellos a la humanidad.
| X. Pikaza Ibarrondo
Vivo en el interior de Salamanca, en un pueblo de cristianos viejos. Hay misa dominical, con respetable asistencia, pero en mi barrio no encuentro ya signos cristianos.
Nadie ha puesto una cruz frente a su casa, mientras dos vecinos han plantado en su jardín dos grandes budas signos de felicidad. No tengo nada contra Buda, sino mucho a favor, pero la cosa me extraña.
Este signo oriental de felicidad me hace pensar, y por eso he querido que el cursillo de este fin de semana en el CITES de Ávila (del 30.7 al 1.8) empiece con una comparación entre dos modelos de felicidad: el de Buda y el de Cristo.
Buda, felicidad sobre el deseo
Al norte de la India, bajo el Himalaya, habitaba un príncipe llamado Gautama Sakyamuni. No era un brahmán, contemplativo, experto religioso, sino rey en busca de felicidad [1].
No era feliz, y por eso dejó dejó reino y palacio para hallarla. Busco y buscó felicidad, pero sólo encontró tres sufrimientos:
‒ Primero: enfermedad. El hombre es un animal enfermo, en riesgo de enfermedad constante, envuelto en sufrimientos.
‒ Segundo:vejez. El hombre es un esclavo del paso del tiempo. Lo más hermoso (vivir muchos años) es en el fondo lo más doloroso (una vejez más extensa).
‒ Tercero:muerte. No hace falta morir por guerra o por asesinato. A todos alcanza la muerte inexorable.
Gautama fue a preguntar a los monjes, pero no supieraon enseñarle nada. Siguiendo su camino, llegó hasta la la higuera del Ganges, en Benarés, y allí le sobrevino la Luz (=fue alcanzado por ella),descubriendo la esencia de la felicidad, que es la esencia de la vida:
1. Esta vida no es felicidad, sino todo sufrimiento. Sufrimiento es nacer y es morir, es dolorosa la enfermedad y dolorosa la vejez, de forma que nunca podemos alcanzar aquello que queremos. No existen diferencias entre clases sociales ni entre sexos: hombres y mujeres, ricos y pobres, brahmanes o parias, todos estamos sometidos a una misma violencia originaria, de forma que somos desdichados (no felices) en el mundo.
2. El sufrimiento nace del deseo. El mismo hecho de vivir como resultado de un deseo es ya doloroso. No es castigo de un pecado anterior, pues el mismo hecho de nacer y vivir es ya un tipo de sufrimiento. En el fondo nacemos porque deseamos sufrir y por eso, para superar el sufrimiento hay que superar todo deseo, retrocediendo más allá de la niñez y del mismo sufrimiento a la vida anterior del no-nacido.
3.Sólo cuando el hombre no desea nada emerge (sin desearla) la felicidad. Esa felicidad no se debe desear, ni buscar, pero el hombre tiene que prepararse para ella a través de una vida recta, cumpliendo una serie de normas o consejos que el mismo Buda fue exponiendo a sus seguidores, ofreciéndoles así un programa de respeto vital (no-violencia), dominio sensorial (superación de las pasiones), bondad, compasión, alegría, solidaridad etc.
4.No hay programa activo para alcanzar felicidad, ella viene como don, cuando el hombre supera todos los deseos y programas. Esta es la paradoja: Cuando no desea nada, ni siquiera la felicidad, se tiene todo, con la felicidad. El auténtico budista es un muerto en vida, y de esa forma es un viviente superior, sin pretenderlo, un bienaventurado, sea como rostro de absoluta tranquilidad, sea como cuerpo reconciliado consigo mismo.
Felicidad bondadosa. El budismo compasivo
En la línea anterior, imitando un título famoso de K. Rahner (Oyente de la Palabra, Hörer des Wortes, 1941), podemos definir al hombre como Oyente de la felicidad, pues la “palabra de felicidad”, no se crea ni conquista, sino que se escucha y acoge, como música más honda de la vida. Por eso, el budista es un iluminado, que reciba, acoge e irradia felicidad, en un proceso en el que suelen distinguirse tres momentos de irradiación de la bienaventuranza:
‒ Maitri o benevolencia feliz. Quien ha sido iluminado, rompiendo así la cadena del destino y de la muerte es internamente feliz: dulce y discreto, cordial y afectuoso. Nada consigue perturbarle, nada llenarle de ira. En medio de una tierra dura y fuerte en la que vive, una tierra destrozada por el odio, las pasiones y deseos, el auténtico budista sabe ser y comportarse con benevolencia, siendo así testigo de felicidad entre los hombres y mujeres de su entorno, a quienes ofrece el testimonio de su felicidad, sin exigirles ni imponerles nada.
‒ Dana, nueva vida como regalo de felicidad. El budista sigue sabiendo que en el mundo todo sufre, se retuerce y gime. Ciertamente, él se encuentra liberado por dentro, es feliz, pero al mismo tiempo reconoce que el dolor es destructor para los otros, y así quiere, en lo posible, remediarlo o, por lo menos, no aumentarlo (con un deseo bueno de bienaventuranza compartida). Por eso hace el bien y remedia a quien está necesitado. Su vida ya no es suya, no le pertenece, pues no la desea ni retiene; por eso puede darla, compartiéndola con todos, en gesto de gratuidad.
‒ Karuna, compasión piadosa. En este gesto culmina el camino de felicidad del budismo, la intuición de que el dolor, que todo lo domina, puede superarse. Sin duda, cada uno ha de asumir a solas su camino y alcanzar la libertad por su concentración y desapego (no deseo). Pero, el bien iluminado sabe, además, que su vida no puede separarse de la vida de los demás sufrientes. Por eso, el budista comparte el dolor de todos, y procura acompañarles (ayudarles) en su vía de liberación, ofreciéndoles el testimonio de su felicidad.
En esta compasión solidaria de felicidad culmina el budismo. Más allá del vacío de la mente y de la voluntad emerge la plenitud de un gozo que se abre hacia los otros. Más allá de la muerte simbólica (nada sentir, nada desear) hay un nuevo continente de vida iluminada, bondadosa, solidaria, de felicidad. Esto es lo que de verdad atrae y da sentido en el camino del budismo. De esa manera, aquello que podía iluminación sin objeto (encuentro con la luz, más allá de todas las circunstancias de la vida de la tierra) se convierte en amor compasivo con objeto, es decir, abierto a cada uno de los hombres y mujeres del entorno.
Budismo y cristianismo. Dos caminos, una bienaventuranza
Budismo y cristianismo son dos creaciones supremas del espíritu, dos caminos básicos de felicidad. Ambos implican un tipo de revelación o iluminación, vinculada en el cristianismo al Dios personal (Padre) que se encarna en un hombre (Jesucristo) y en el budismo al programa de iluminación y transformación personal de Buda. De esa forma se vinculan (se distinguen y se relacionan) los proyectos Buda y Jesús, que son, a mi juicio, los dos bienaventurados más significativos de la historia humana:
‒ Buda no cree (o no insiste) en la existencia de un “Dios personal”, feliz en su amor y en la irradiación de su felicidad al mundo. Según eso, no busca la transformación (salvación) exterior de los hombres ni insiste en el poder creador y transformante de un amor, que puede expresarse en la comunicación de la vida, con el posible nacimiento de nuevos seres humanos (en la línea del Cantar de los Cantares), de forma que es muy “reservado” ante las relaciones sexuales.
No quiere transformar el mundo en amor activo(ni engendrar nuevos seres humanos), sino liberar (sacar) de este mundo de deseos perversos a los “iluminados”, creando para ello una especie de “orden de monjes”, cuya ley básica es no‒desear y cuyo impulso fundamental en el testimonio de la felicidad, abierta a todos, por encima de las divisiones estamentales que sancionaba en general el hinduismo[2].
Buda quiso superar el deseo que encadena al ser humano en un mundo violento, desgraciado, desgarrado, creando un movimiento de monjes liberados de todo deseo, de forma que ellos, superados sus impulsos y abandonando sus bienes, pudieran formar una shanga o comunidad de liberados. Sólo ellos, los monjes, son auténticos budistas; los otros (los no monjes, aquellos que se casan y administran bienes) sólo son “simpatizantes”, de forma que no pueden alcanzar así el nirvana en esta vida, cosa que harán sólo en nuevas reencarnaciones, cuando vivan plenamente como monjes.
‒ Por el contrario, desde su raíz judía, Jesús cree en el Dios personal feliz (que hace feliz al hombre) y en el valor y tarea (acción externa) de felicidad que irradia el hombre iluminado. Por eso ha insistido en presencia de Dios en la vida de los hombres, en medio de sus relaciones sociales y sexuales, insistiendo en el amor de unos a otros, empezando por los niños (cf. Mc 9, 33‒37; 10, 13‒16), como centro y camino de felicidad. Lógicamente, él no ha creado un movimiento de monjes separados (que han surgido mucho más tarde en la Iglesia), sino un “reino” de hombres y mujeres en el mundo, en comunicación integral de felicidad,
Por eso, Jesús no empezó negando el deseo, sino afirmando el amor, que es principio de felicidad compartida por todos los que escuchan y cumplen la palabra de Dios. Por eso, él sino un movimiento universal de bienaventuranza, para célibes y no‒célibes, hombres y mujeres, empezando por los niños. En el principio de la bienaventuranza de Jesús no está la negación (no‒desear), sino el amor positivo, de forma que los hombres pueden gozar viviendo y compartiendo lo que son, en un camino de felicidad, dentro de esta misma tierra.
En esa línea se distinguen los proyectos. Buda instituyó un movimiento en principio universal, pero de hecho elitista, de superación del deseo, de manera que su despliegue de felicidad quedó reducido básicamente a los monjes. Jesús se atrevió a ofrecer la felicidad de Dios a los sufrientes, en especial a los pobres y necesitados, iniciando con ellos un camino de bienaventuranza en el amor. En esa línea, en principio, los hombres no son felices por lo que ellos hacen, sino por lo que reciben (siendo amados de Dios), como seguiremos viendo en los dos últimos capítulos de este libro sobre las bienaventuranzas.
Buda concibe la vida del hombre en el mundo como desgracia (caída, pecado), identificando la felicidad con la liberación (salida) del mundo. Jesús io asume y despliega la tradición bíblica de la creación positiva de Dios, de forma que el hombre puede y debe ser feliz en la tierra. Por eso, su felicidad no es no‒vida (¡vivir más allá de los deseos!), sino vida transformada, cumplimiento superior de los deseos.
‒ Buda tomó como punto de partida el dolor, vinculado al deseo, y buscó la liberación, siendo muy sobrio en sus afirmaciones, tanto en relación con una posible divinidad (que resulta en el fondo innecesaria) como en relación con lo nirvana (paz final que es puro no‒deseo).Su experiencia se concretó en un programa de iluminación y felicidad, abierto a todos los que, superando sus deseos, se atrevan a vivir como iluminados, en felicidad superando así el estado de “caída y deseo” en la tierra. Él no aparece así como liberador de los demás, pues no vivió ni murió por ellos, sino como ejemplo o testimonio de feliz liberación sobre la tierra.
‒ Jesús toma como punto de partida el amor de Dios a quien concibe como Padre, de quien brota la liberación del deseo egoísta y la instauración de un estado de no-violencia activa sobre el mismo mundo. En esa línea, más que su doctrina en cuanto tal importa su vida y su muerte, al servicio de la libertad y felicidad de los hombres. Por eso, sus discípulos le presentaron tras su muerte como felicidad encarnada de Dios. En esa línea, estando por un lado más cercano a Buda, su proyecto de felicidad tendrá elementos que se parecen más al de Crisna, en la línea de un encuentro personal de los hombres con Dios.
Notas.
[1] Para una visión general del tema, cf. H. Bechert y H. Küng, Budismo, en H. Küng (ed.), El cristianismo y las grandes religiones, Cristiandad, Madrid 1987, 359-520; D. Dragonetti, Unada. La palabra de Buda, Barral, Buenos Aires 1971; N. Mahathera, Initiation au Boudhisme, Michel, Paris 1968; J. Masson, Le Bouddhisme, DDB, Paris 1975; G. Menshing, Buda und Christus, Bonn 1952; R. Panikkar, El silencio de Dios, Guadiana, Madrid 1970; W. Rahula, L’Enseignement de Bouddha, Seuil, Paris 1961; L. de la Vallée-Poussin, Nirvana, Beauchesne, Paris 1925; H. von Glaseenapp, El budismo, una religión sin Dios, Barral, Barcelona 1974.
[2] En esta línea, el proyecto budista podría compararse con el ideal ético de san Pablo, cuando dice: “No debáis nada a nadie, antes bien amaos mutuamente, pues quien ama al otro ha cumplido la ley. Porque el mandamiento de no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y cualquier otro queda asumido (y cumplido) en el amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor al prójimo no hace ningún mal; porque el amor es la plenitud de la ley (Rom 13, 8-10). Este pasaje supone que hay tres “deseos” concretos y un cuarto que los engloba a todos. (1) Un deseo de adulterio en sentido sexual y posesivo (tener lo más grande que otro tiene, para así y dominarle). (2) Un deseo de homicidio, que nace de la violencia y de la envidia, destruir al otro para ser yo mismo. (3) Hay, finalmente, el deseo de robo y apoderarme de todo lo que tiene el otro, negándole así el fundamento de su vida. (4) Tras esas tres prohibiciones particulares Pablo cita al fin el mandamiento abarcador que los condensa a todos, diciendo no desearás (ouk epithymeseis).
El texto del decálogo (Ex 20, 17; Dt 5, 21) citaba el deseo de unos objetos concretos (casa, mujer, siervo, criado, toro, asno); Pablo los condensa y universaliza diciendo «no desearás», presentando así el deseo como “pecado originario”, causa de todos los males, situándose así en una línea cercana a la del budismo, como he venido destacando. Como buen rabino, Pablo ha resumido toda la ley israelita en este último mandato negativo, en una línea cercana al budismo. Pero élsabe que esa barrera del “no desear” resulta insuficiente. Por eso completa el tema y lo plantea en forma positiva, presentando un deseo más alto, no en forma de prohibición o negación, sino de despliegue vital: Amarás a tu prójimo. Más allá de la ley, centrada de forma negativa en el «no desearás», formula Pablo el mandamiento del amor al prójimo, que ocupa de algún modo el lugar del Shema: «Escucha Israel, Yahvé nuestro Dios es un Dios único; amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón…» (Dt 6, 4-5; cf. Mc 12, 29 par).
Allí donde la ley pretendía cerrar con su mandato el camino del deseo, esta exigencia positiva extiende ante los hombres el más alto impulso y camino de un deseo de amor purificado, que les permite realizarse plenamente, siendo lo que son, lo que han de ser en Dios, como invitación y tarea de gracia. En este contexto ha proclamado Pablo la palabra decisiva de la antropología del Nuevo Testamento, que hemos visto ya en el centro de la tradición sinóptica: «Amarás al prójimo como a ti mismo». Aproximación general al tema del «deseo» en A. Exeler, I dieci comandamenti, Paoline, Roma 1985, 159-169. Sobre Rom 13, 8-10, cf. C. K. Barret, Romans, Black, London 1973, 249-251; O. Michel, Römer, Vandenhoeck, Gottingen 1966, 323-327; H. Schlier, Romani, Paideia, Brescia 1982, 632-635; E. Käsemann, Römer, HNT 8a, Mohr, Tübingen 1974, 344-348; U. Wilckens, Romanos II, Sígueme, Salamanca 1992, 407-415.
Comentarios desactivados en Felicidad de Jesús. Por la senda de los muchos sabios (pobres) que en el mundo han sido
Del blog de Xabier Pikaza:
Un poeta de la Nueva Castilla, afincado en la Vieja (Salamanca) escribió un poema sobre la “descansada vida de los pocos sabios que en el mundo han sido” (Luis de León). Jesús, en cambio, ofreció felicidad para multitud de pobres, llamados a escuchar la palabra de dicha de la vida, siendo no sólo felices ellos, sino irradiando felicidad a los ricos.
Para ser feliz, Luis de León se retiró en su casa-huerto rico, del monte en la ladera, junto al río, para cultivar su felicidad a solas, “libre de amor, de celo, de odio, de esperanzas, de recelo”, porque se decía: “vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo, a solas, sin testigo…”.
Jesús quiso abrir una ancha senda de felicidad en el amor, sin odio ni recelo, pero con celo inmenso de vida, de esperanza. Una felicidad que no decía “vivir quiero conmigo”, sino en medio de otros, mis amigos, recibiendo y dando amor a ríos, con miles y millones de “sabios pobres”.
| X. Pikaza Ibarrondo
La felicidad solitaria del rico que dice hacerse pobre al retirarse al huerto junto al río tiene su valor, como yo mismo he destacado en algún escrito. Ese retiro de ermitaño puede formar parte del camino de la dicha más perfecta, amor de solitarios que convierten su desierto en campo que se abre al gozo compartido. En esa línea, el ideal y camino de la felicidad de Jesús tiene que ser una senda de bienaventuranza desde los más pobres (Imágenes. Fray Luis, en su Salamanca rica; ermita de pobre en la Batuecas; libro… ante una cúpula pobre de la pobre Jerusalén)
FELICIDAD DEL POBRE, UN PRINCIPIO DE EVANGELIO
En la forma actual de división, injusticia económica y opresión política, el rico en cuanto tal no puede ser feliz, a no ser de manera mentirosa, engañándose a sí mismo y engañando (oprimiendo a los demás). Conforme a Jesús, la felicidad se identifica con la gratuidad, esto es, con la fe (confianza en Dios), en medio de una vida de carencia y opresión.
Esta es la experiencia originaria de Jesús: Él descubre y dice que los pobres y excluidos que pueden ser felices, en contra de un orden social (un mundo) que vive empeñado en tener y poder, en la salud exterior y el dominio sobre los demás. La felicidad implica un tipo de “acogida”, de aceptación. Esto es algo que muchos pobres no saben, y por eso viene Jesús a decírselo, con su vida, con su presencia, con su ayuda.
Entendidas así, las bienaventuranzas constituyen un reto, una apuesta de Jesús, que descubre y expresa su felicidad entre los pobres, de quienes recibe y con quienes comparte la dicha de la vida, hecha de paz interior, de gratuidad y esperanza. En principio, no quiere cambiar nada por la fuerza, por la ley establecida, por un tipo de sacralidad del templo. Acepta las cosas como son, y en ellas descubre la felicidad.
1.En el principio está la felicidad. No somos nosotros los que inventamos (creamos y cultivamos) la dicha, sino que ella empieza siendo un don, un regalo. De la felicidad del amor hemos nacido, los ojos dichosos de una madre han encendido felicidad en nuestros ojos… Por felicidad de Dios (=de la Vida) hemos nacido; partiendo de la felicidad nos vivimos, nos movemos y existimos.
Ciertamente, en el Antiguo Testamento, la felicidad está vinculado a la justicia de Dios, que protege a huérfanos, viudas y extranjeros, a todos los que en este mundo no pueden (o no quieren) triunfar por sí mismos. Pero esa justicia abierta a los pobres (desde los más pobres) no puede existir sin felicidad precedente. Sin gozo primero no hay nada, sin un día olvidamos (o rechazamos del todo) la felicidad nos mataremos. En los países que se llaman “más adelantados”, el suicidio es ya la primera causa de muerte de los jóvenes.
2.La felicidad de los pobres, ellos nos evangelizan. Los ricos y poderosos de Luis de León en el siglo XVI (y los de ahora, siglo XXI) quieren ser felices por aquello que tienen, por su gran riqueza, sus palacios, sus afanas… pensando que así pueden alcanzar la dicha, pero sin lograr alcanzarla. Entre los más ricos son muchos los que se suiciden, los que sólo viven a base de drogas, analgésicos, mentidas. La felicidad no es algo que se tiene o se puede conseguir a golpe de talonario o palacio, sino un don antecedente, el propio ser, la vida.
Jesús lo descubre así en los pobres, así lo aprende, así se lo dice. En ese sentido podemos y debemos decir que él ha sido “evangelizado” (ha recibido la buena nueva de Dios) por los pobres. Ellos le han hablado así con su vida del don de Dios que es vida, le han descubierto su tarea: Ellos le dicen que el mismo Dios le ha enviado a proclamar esta buena noticia de la vida y del Reino de Dios que está en los pobres, descubriendo en ellos rostro de Dios, e iniciando desde (con) ellos el camino el camino de la paz mesiánica (Lc 4, 18-19; Mt 11, 5).
3.Bienaventurados los pobres, ellos pueden hacer bienaventurados a los ricos. No son los ricos los que deben ofrecer felicidad (bienaventuranza) a los pobres, pues no la tienen, sino todo lo contrario: Son los pobres los que pueden hacer bienaventurados a los ricos, si es que se dejan amar y acoger por los pobres, que no quieren quitarles nada (ni riqueza, ni poder). No se trata pues de una inversión de peones (que los pobres se hagan ricos, que los ricos se hagan pobres), sino de una elevación de todos.
Se trata de subir de plano, sino de volver al origen de la creación: Vio Dios que todas las cosas eran buenas, especialmente los hombres. Jesús descubrió en los pobres y supo por experiencia propia que la felicidad no es la riqueza o poder de algunos, ni un tipo de satisfacción externa, sino la gracia de la misma vida, pero no para encerrarse en ella, como ermitaños, eremitas de huerto junto al río, sino como hermanos, amigos de todos, por todos los caminos. Los pobres felices pueden irradiar esa experiencia, cambiando así no sólo su propia de vida, sino la vida de los mismos ricos, de forma que ellos también (los ricos) descubran y cultiven el gozo de la gratuidad, de la vida como don, felicidad compartida.
4. Los pobres han sido el mesías de Jesús, ellos le han enseñado a descubrir a Dios. Ciertamente, Jesús llama a su lado a los pobres (¡venid todos los cansados y agobiados…!), y lo hace como “mesías de Dios”. Pero han sido ellos los que le revelan el rostro divino de la vida: ellos le han dicho que hay Dios, el Dios que le habla y le llama, le enriquece y transforma por medio de ellos, los pobres.
Por eso, Jesús ha salido del desierto del río Jordán, donde esperaba, con Juan Bautista, la llegada del juicio de la ira (el hacha, el huracán, el fuego…). Jesús salió de su pequeño huerto junto al río para anunciar a todos la felicidad de Dios, en medio de la misma pobreza y enfermedad del mundo. Alguien ha dicho que “los pobres mueren y no son felices” (cf. A. Camus). Pero Jesús sabe que los mismos pobres pueden ser y son felices, millones de hambrientos, sedientos, desnudos, extranjeros, enfermos y encarcelados (cf. Mt 25, 31-46), descubriendo y reconociendo en su pobreza la chispa de la vida, no para que todo siga igual, sino para transformarlo todo en justicia de amor.
5. Los pobres son evangelizadores, ellos abren un camino universal de la felicidad. No una senda exclusivista de “club VIP” de ricos, sino una “vía magna” de bienaventuranza y victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio. Todos pueden unirse en ese camino de pobres. Para unirse en ese camino universal de vida no hace falta tener nada, sino ojos para admirar, corazón para latir en sintonía con otros, manos para acompañarse.
Según eso (conforme a la bienaventuranzas y a Mt 15,31-46), privilegiados de Dios no son sólo los pobres-pobres, sino aquellos a quienes los pobres les ayudan a descubrir el gozo de la gratuidad, de forma que ellos, los ricos, conviertan también su vida en don para los otros. Aquí no se habla ya sólo de pobres materiales, sino los hombres felices, que irradian la felicidad de Dios, según Jesús. De esa manera, unos y otros, pobres y aquellos que les acompañan y aprenden pueden formar y forman una iglesia fraterna de felicidad donde lo que importa es la experiencia de Dios como vida y el amor mutuo: amor al lejano y al cercano, al enemigo y al amigo, amor que crea comunión.
EXPERIENCIA DE CRISTO, TAREA DE LA IGLESIA
1.Cómo enriquecerse unos a otros. Los ricos como ricos de bienes materiales pueden dar comida y casa, vestido, un tipo de dignidad externa. Los pobres, en cambio, pueden dar felicidad, experiencia de transformación, de curación personal… (Mt 25, 31-46). Conforme a los mandatos misioneros más antiguos (Mc 6; Mt 10; Lc 9 y 10) Jesús envía a sus discípulos sin bienes materiales (sin alforja ni dinero). Les dice que vayan y ofrezcan palabra y curación. Leer más…
Pese a los grandes logros de la era tecnológica y el desarrollo de los países del mundo occidental en el que nos encontramos, algo falla para que la media de nuestros habitantes arroje un índice tan elevado de infelicidad.
Los maestros espirituales siempre enseñaron la necesidad de nacer de nuevo, cambiar por dentro, alcanzar la luz, lo que redunda inmediatamente en el mundo de fuera.
La condición es saber morir cada noche y nacer al amanecer del día siguiente y tener capacidad de despertar con aires de estreno. Ello supone cambiar nuestra forma de mirar
Sumergirse en este instante, sin preocuparse por lo que ya se fue o lo que va a venir nos permitirá gozar a tope de lo que tenemos entre las manos que es en sí mismo una ventana a la luz total, la única realidad ajena a ese sueño, a esa proyección fugaz.
Y la gran pregunta de Nicodemo que es la pregunta clave de la vida: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo, ¿podrá entrar de nuevo en el vientre materno para nacer?
Solo desde dentro, se puede dar el salto mortal a la vida verdadera. No hay que esperar a ver el otro lado. Saborear lo hondo del ser, sin conceptualizarlo: solo sentirlo desde el silencio
Una encuesta callejera sobre lo opinión que tiene la gente acerca de su vida nos daría un resultado mayoritariamente negativo. Casi nadie está contento con su suerte. O el trabajo no les satisface, su vida afectiva es una fuente de problemas o la economía, la salud física o mental no anda muy bien. Pese a los grandes logros de la era tecnológica y el desarrollo de los países del mundo occidental en el que nos encontramos, algo falla para que la media de nuestros habitantes arroje un índice tan elevado de infelicidad. Porque dependemos de los acontecimientos exteriores, no de nuestro auténtico yo.
Se puede decir que todos morimos y nacemos un poco cada día. Abandonamos algunas cosas y comenzamos otras nuevas. Vamos, casi sin darnos cuenta, cambiando de rostro, de experiencias, de objetos, de ropa, de amigos. Cuando muere una persona conocida, cuando nuestra ocupación evoluciona o visitamos un nuevo lugar, algo cambia en nosotros. Sin embargo es el cambio interior el más importante y del que dependen todos.
A ese nacimiento me refiero, al que condiciona a todos los demás. Porque “no es fuera, sino dentro donde hace mal o buen tiempo“. Si echamos una ojeada atrás percibimos que, aunque un substrato de nuestra personalidad siempre está ahí, ¿en qué nos reconocemos ahora de cuando teníamos ocho, quince, veinte o treinta años? Nuestras células cambiaron al ritmo de nuestras experiencias y etapas.
Pero no se trata de evolucionar sólo a golpe de desengaños, sino de ser autores de nuestra vida. Los maestros espirituales siempre enseñaron la necesidad de nacer de nuevo, cambiar por dentro, alcanzar la luz, lo que redunda inmediatamente en el mundo de fuera.
Cada día puede ser de este modo un descubrimiento y un paso más hacia la felicidad. La condición es saber morir cada noche y nacer al amanecer del día siguiente y tener capacidad de despertar con aires de estreno. Ello supone cambiar nuestra forma de mirar, tirar las viejas gafas llenas del polvo de los años y con ellas los esquemas heredados, los criterios preestablecidos, las normas aprendidas de memoria para redescubrir la vida, las personas, los paisajes y colores.
Que ¿cómo se hace? Sugiero una técnica sin técnica: Estar atentos, permanecer vigilantes, intentar ver la verdad que está detrás de cuanto la llamada la realidad nos ofrece. Así miraron los místicos, santos y algunos poetas. Eso es lo que pedía Juan Ramón Jiménez: “Inteligencia: dame el nombre exacto de las cosas”. Lo que mira el objetivo de un gran cineasta o un consumado pintor. Para él el recodo del árbol junto al río es distinto. Como para Teresa de Calcuta un pobre no era lo que parecía, un ser lleno de llagas y repugnante, o para Luther King un negro no era un miembro de una raza inferior en contra de los racistas de siempre.
Lograr esa mirada limpia, no contaminada, no es patrimonio de unos pocos. Cualquiera que esté atento puede lograrlo, con tal de que no le laven el cerebro los manipuladores de turno. Puede experimentarse mirando los distintos matices de verdes de un árbol o cerrando los ojos para comprender mejor esta película de la vida.
En definitiva nacer de nuevo es la única manera de acercarse a la felicidad y no depender del pasado. Sumergirse en este instante, sin preocuparse por lo que ya se fue o lo que va a venir nos permitirá gozar a tope de lo que tenemos entre las manos que es en sí mismo una ventana a la luz total, la única realidad ajena a ese sueño, a esa proyección fugaz.
Quizás tendría para nosotros una nueva interpretación aquella frase de Jesús. “¡Qué estrecha es la puerta y que angosto el camino que lleva a la vida!” Tan estrecho y angosto como es el sendero del instante presente que nos comunica con lo real, lo que no pueden llevarse los años y está limpio de la culpa del pasado que ya no existe y del miedo al futuro que aún no es. Hay dos vidas, la exterior, el papel que representamos, y la interior, “una fuente que salta a la vida eterna”(Jn 4:10-15)
Ese es “el ojo que suministra luz a todo el cuerpo”, ya que cuando miramos con estos ojos nuevos el resto del mundo se ilumina. “Por eso os recomiendo que no andéis angustiados por la comida y la bebida para conservar la vida o por el vestido para cubrir el cuerpo… Fijaos en las aves del cielo”. “No os preocupéis del mañana que el mañana se ocupará de sí. A cada día le basta su problema”.
Y la gran pregunta de Nicodemo que es la pregunta clave de la vida: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo, ¿podrá entrar de nuevo en el vientre materno para nacer?”. La respuesta de Jesús y de cualquier persona realizada seguirá siempre siendo la misma: “De la carne nace carne; del espíritu nace espíritu”.
Solo desde dentro, se puede dar el salto mortal a la vida verdadera. No hay que esperar a ver el otro lado. Saborear lo hondo del ser, sin conceptualizarlo: solo sentirlo desde el silencio.
Consciente o inconscientemente, la búsqueda de la felicidad es el motor que nos mueve a todos en cada uno de los actos que realizamos en nuestra vida, y tanto es así, que no resulta extraño que muchos afirmen que la felicidad es el fin último del ser humano. Pero cada uno concibe la felicidad de forma distinta, y así, encontramos definiciones que llaman felicidad a «cualquier situación de satisfacción y contento», mientras que otras restringen el concepto de felicidad a un «estado deplenitud y armonía del alma».
No cabe duda de que fuera de nosotros podemos encontrar infinidad de cosas capaces de producirnos satisfacción, y que dentro de nosotros podemos generar gozo o contento al sentirnos importantes, virtuosos, listos o eficaces. Pero la experiencia nos dice que la felicidad, entendida como plenitud y armonía del alma —del ánimo—, es fruto exclusivo de la práctica de nuestra humanidad.
La inteligencia, la conciencia de sí mismo, el sentido ético, la libertad, la capacidad para el arte y la capacidad de Dios son atributos netamente humanos, pero la auténtica calidad de lo humano es “la humanidad”. El término humanidad puede aplicarse al conjunto de personas que conforman el género humano, pero aquí lo vamos a referir a nuestra capacidad de afecto, compasión, comprensión y fraternidad hacia los demás; a nuestra inclinación a alegrarnos con sus alegrías y compadecernos con sus desgracias; a nuestra disposición a actuar en favor de quien nos necesita; a preferir dar que recibir…
A este tipo de relación —quintaesencia de lo humano— lo llamamos amor. Se da plenamente y de forma natural en el seno de la familia, y hace que lo obligatorio sea siempre mucho menos que lo que se desea hacer por los otros. Si fuésemos capaces de hacer trascender esta actitud más allá del entorno familiar lograríamos un mundo mucho más humano, lo que nos lleva a pensar que humanidad y amor son conceptos sinónimos.
Por eso, entre la multitud de expresiones que se han formulado para definir la felicidad, nos quedamos con la que afirma que «la felicidad consiste en amar y ser amado». Porque si la felicidad es el fin último del ser humano, en buena lógica debe estar íntimamente ligada a lo que mejor expresa la calidad de lo humano; a su esencia más íntima; al amor. Como afirma Erich Fromm, toda manifestación de amor produce felicidad, y si lo que produce es sufrimiento o desasosiego es que no es amor.
Pero la plena felicidad —tal como aquí la estamos concibiendo— es algo que solo se presenta circunstancialmente. La identificamos cuando la sentimos, pero somos incapaces de comprenderla o definirla; y mucho menos de aprehenderla. Es como un paisaje entre nubes que solo vemos parcialmente. Tratamos de ver el resto, pero se nos resiste, y cuando estamos disfrutando de lo que vemos, cuando esperamos que se abra el cielo para verlo en su conjunto, se cierra todavía más y lo perdemos.
Da la impresión de que tanto la felicidad, como el amor o la belleza son realidades ontológicas muy superiores a nosotros que no terminamos de abarcar desde la razón; que se nos escapan de entre los dedos cuando tratamos de penetrar en ellas. Desde nuestra atalaya en lo más alto de la evolución nos resultan familiares la materia, la vida, la inteligencia, la conciencia y la libertad, pero estos tres conceptos nos resultan insondables. Cabe pensar que se trata de realidades para las que todavía no estamos preparados; que son como eslabones que nos unen con algo muy superior en ciertos momentos de nuestra existencia; como un adelanto de las facultades del ser humano cuando se vea libre de sus limitaciones; cuando se manifieste en él su realidad completa.
Estos días suena, de todas las formas posibles “feliz navidad”, “feliz año nuevo”. Perdonad, pero encuentro que decir estas frases es muy sencillo, pero suenan a hueco. Mi pregunta es ¿qué voy a hacer yo para que la vida le sea más feliz a los demás, a quienes se lo deseo, a mí mismo?
Yo diría más bien “que hagas feliz a tal persona.” Me ha gustado la postura del obispo Cañizares. En otras ocasiones me ha disgustado verle con sus ropajes y su capa de cola larga como cardenal. Hoy me alegro y le felicito: porque en su felicitación a los feligreses anuncia que va a dedicar parte de los bienes del patrimonio de su diócesis a los pobres. Obras son amores. Y además invita a los religiosos y religiosas a hacer lo mismo.
Ya es hora de pasar de las palabras a los hechos. Si deseo la paz, la felicidad a otras personas, ¿qué menos puedo hacer que colaborar a ella?
En principio felicitar a una persona es invitarle a reconocer que ya es feliz y por lo tanto a vivirlo. En el fondo, nos ocurre igual que en nuestro saludo litúrgico “el Señor esté con vosotros” ¿Cuándo vamos a cambiar y reconocer que ya está?
Me suena hueco muchas veces el hablar de la navidad y los pobres. Podemos contentarnos con expresiones huecas. Una invitación al realismo… Me resuena aquella norma de “pagar diezmos y primicias”. Ante la Covid y las consecuencias tremendas que va a traer a los pobres, bueno será si retomamos esa vieja y sabia costumbre de entregar los diezmos a obras de justicia y caridad.
Partiendo de la clase media, creo que ese mensaje ya lo cumplimos en la realidad o lo podemos cumplir sin gran extorsión. Puede ser el diezmo de nuestro sueldo, de nuestras posesiones, de nuestros ingresos. Y fenomenal si esos ingresos ayudan a crear fuentes de trabajo.
Me encantaría que en lo sucesivo, la iglesia y los cristianos, cuando hablemos de los pobres sea siempre con hechos reales, no solamente con palabras.
Y por supuesto, podemos empezar por quitar aquello que es una muestra de poderío y que no sirve sino para otorgar honores a las personas: mitras, báculos, traje de cardenal capas elegantes, palios… Tenemos ahí un manantial enorme del que sacar fondos para resolver la miseria de los descartados.
Si nos convencemos y empezamos a realizar alguna de estas acciones, vamos a ser felices nosotros mismos con la bienaventuranza que nos anuncia Jesús: “cuánto más felices seríamos si nos contentáramos con poco”.
Comparto mi alegría, que siento estos días, porque alguno de mis “antiguos hijos que vivieron unas temporadas conmigo”, me felicitan y se acuerdan de llamarme y ofrecerme su ayuda.
Los eudemonistas consideran la felicidad como el fin último de nuestra existencia; como la fuerza vital esencial que nos permite realizarnos como personas humanas. En consecuencia, su código ético identifica el bien con todo aquello que nos hace felices y el mal con todo lo que nos produce sufrimiento. Gottfried Leibniz, por ejemplo, dice que «La felicidad es al hombre, lo que la perfección a los entes», lo que significa que la perfección en el hombre consiste en ser feliz. Eudemonistas fueron Aristóteles o Tomás de Aquino, aunque este último remitía a la vida después de la muerte para el logro de la felicidad plena.
Nuestra naturaleza humana incluye un impulso irresistible que nos empuja en todo instante al logro de la felicidad, aunque cada uno de nosotros la busque por cauces diferentes. La persona altruista que se entrega incondicionalmente a los demás está movida por ese impulso, y el asesino que mata por venganza, también. No hay diferencia en la motivación última de las personas, pero sería un disparate mayúsculo equipararlas por esta causa. Actuamos siempre buscando el máximo grado de satisfacción en cada una de nuestras acciones, pero somos propensos a equivocarnos, y a menudo cosechamos sufrimiento. Como decía Sócrates: «Elegimos el mal por su apariencia de bien». El que asesina por venganza cree que matando a su enemigo se va a liberar de una carga insoportable, pero se equivoca y acaba haciendo el mal para sí mismo y para los demás.
Dentro de nuestra cultura occidental, buscamos preferentemente la felicidad a través de la satisfacción de deseos; deseo de tener más cosas, de viajar más lejos, de aparentar una prosperidad que a veces no tenemos, de ser respetados y reconocidos en nuestro trabajo o nuestra comunidad… Nuestros deseos son habitualmente deseos caros que hipotecan nuestra vida, que obligan a trabajar más, a trabajar los dos miembros de la pareja para poder pagar tanta factura, a sofocar el ansia de paternidad porque no llega para todo, a desatender la educación de los hijos, y en definitiva, a complicar nuestra vida y vivir permanentemente agobiados por nuestras cargas.
Pero, así las cosas, un chino se come un murciélago y nos condena (si hemos tenido la suerte de no infectarnos) a pena de confinamiento durante una buena temporada. Y comprobamos —al menos lo hace quien acepta la situación con actitud positiva—, que podemos ser tan felices confinados en nuestra casa como viajando a la Conchinchina o pagando a una multinacional para que nos divierta en su parque. O quizás, mucho más felices. Porque, apartados de la vorágine de nuestro mundo artificial, tenemos ocasión de convivir en familia; de redescubrir el placer de la conversación y el deleite de la lectura o de la música. Tenemos ocasión de volver a comprobar algo casi olvidado; que un libro es siempre mucho más apasionante que una película, y una conversación mucho más gratificante que el mejor programa de televisión. En definitiva, que todo cuanto necesitamos para ser felices lo tenemos dentro de nosotros, y que cuando alguien nos dice lo contrario, es que trata de vendernos algo que no necesitamos.
Entonces… ¿Por qué ese empeño en mantener un tren de vida que nos esclaviza y nos hace renunciar a una existencia centrada en lo importante?… ¿Qué estamos haciendo con nuestra vida y con el mundo en que vivimos?… A veces uno tiene la impresión de que somos como una cuadrilla de excursionistas que se ha perdido en el bosque y camina en círculos sin saber a dónde va, abriéndose paso a machetazos, arrasándolo todo y dejando por el camino un reguero de víctimas que no pueden aguantar el ritmo impuesto por los más fuertes.
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