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“Perdonar nos hace bien”. 24 Tiempo ordinario – A (Mateo 18,21-35)

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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5dc8405b1d7dee2ee6a23ea510845151_images-1156-577-cLas grandes escuelas de psicoterapia apenas han estudiado la fuerza curadora del perdón. Hasta hace muy poco, los psicólogos no le concedían un papel en el crecimiento de una personalidad sana. Se pensaba erróneamente –y se sigue pensando– que el perdón es una actitud puramente religiosa.

Por otra parte, el mensaje del cristianismo se ha reducido con frecuencia a exhortar a las gentes a perdonar con generosidad, fundamentando ese comportamiento en el perdón que Dios nos concede, pero sin enseñar mucho más sobre los caminos que hay que recorrer para llegar a perdonar de corazón. No es, pues, extraño que haya personas que lo ignoren casi todo sobre el proceso del perdón.

Sin embargo, el perdón es necesario para convivir de manera sana: en la familia, donde los roces de la vida diaria pueden generar frecuentes tensiones y conflictos; en la amistad y el amor, donde hay que saber actuar ante humillaciones, engaños e infidelidades posibles; en múltiples situaciones de la vida, en las que hemos de reaccionar ante agresiones, injusticias y abusos. Quien no sabe perdonar puede quedar herido para siempre.

Hay algo que es necesario aclarar desde el comienzo. Muchos se creen incapaces de perdonar porque confunden la cólera con la venganza. La cólera es una reacción sana de irritación ante la ofensa, la agresión o la injusticia sufrida: el individuo se rebela de manera casi instintiva para defender su vida y su dignidad. Por el contrario, el odio, el resentimiento y la venganza van más allá de esta primera reacción; la persona vengativa busca hacer daño, humillar y hasta destruir a quien le ha hecho mal.

Perdonar no quiere decir necesariamente reprimir la cólera. Al contrario, reprimir estos primeros sentimientos puede ser dañoso si la persona acumula en su interior una ira que más tarde se desviará hacia otras personas inocentes o hacia ella misma. Es más sano reconocer y aceptar la cólera, compartiendo tal vez con alguien la rabia y la indignación.

Luego será más fácil serenarse y tomar la decisión de no seguir alimentando el resentimiento ni las fantasías de venganza, para no hacernos más daño. La fe en un Dios perdonador es entonces para el creyente un estímulo y una fuerza inestimables. A quien vive del amor incondicional de Dios le resulta más fácil perdonar.

José Antonio Pagola

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“No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Domingo 13 de septiembre de 2020. Domingo 24º Ordinario

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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47-ordinarioa24Leído en Koinonia:

Eclesiástico 27,33-28,9: Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
Salmo responsorial: 102: El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Romanos 14,7-9: En la vida y en la muerte somos del Señor.
Mateo 18,21-35: No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

Tanto en los tiempos de Jesús como en nuestro tiempo el corazón del ser humano está tentado por el odio y la violencia. Cuando hay odio y rencor el sentimiento de venganza hace presa de nuestro corazón. No sólo se hace daño a otros sino que nos hacemos daño a nosotros mismos. Sólo el perdón auténtico, dado y recibido, será la fuerza capaz de transformar el mundo. Y no sólo hablamos de un asunto meramente individual. El odio, la violencia y la venganza como instrumentos para resolver los grandes problemas de la Humanidad está presente también en el corazón del sistema social vigente.

El libro de Ben Sira, compuesto alrededor del siglo segundo antes de la era cristiana, proporciona una serie de orientaciones éticas y morales para garantizar la madurez de la persona y la convivencia social. Estamos ante una obra de profundo contenido teológico. El autor, Ben Sira, señala al pecador como poseedor de la ira y el furor que conduce a la venganza. Y esta venganza se volverá contra el vengativo. Por eso el único camino que queda es el camino del perdón. También aquí aparece la reciprocidad entre perdonar y obtener perdón. No se puede aspirar al perdón por los pecados cometidos si no se está dispuesto a perdonar a los otros. Tener la mirada fija en los mandamientos de la alianza garantiza la comprensión y la tolerancia en la vida comunitaria. Como vemos, ya desde el siglo II A.C. se plantea este tema de profundo sabor evangélico.

El núcleo del pasaje de la carta a los Romanos es proclamar que Jesús es el Señor de vivos y muertos. He aquí una bella síntesis existencial de la vida cristiana. Para el creyente lo fundamental es orientar toda su vida en el horizonte del resucitado. Quien vive en función de Jesús se esforzará por asumir en la vida práctica su mensaje de salvación integral. Amar al prójimo y vivir para el Señor son dos cosas que está íntimamente ligadas. Por lo tanto no se pueden separar. Quién vive para el Señor amará, comprenderá, servirá y perdonará a su prójimo.

En el evangelio, otra vez Pedro salta a la escena para consultar a Jesús sobre temas candentes en el ambiente judío en que crece la comunidad cristiana. Pero la actitud de Pedro es la del discípulo que quiere claridad sobre la propuesta del maestro. No es la actitud arrogante de los Fariseos y Letrados que quieren poner a prueba a Jesús y encontrar un error garrafal que ofenda la ortodoxia judía para tener de qué acusarlo.

Pedro pregunta por el límite del perdón. Pero para Jesús, el perdón no tiene límites, siempre y cuando el arrepentimiento sea sincero y veraz. Para explicar esta realidad, Jesús emplea una parábola. La pregunta del Rey centra el tema de la parábola: ¿no debías haber perdonado como yo te he perdonado?

La comunidad de Mateo debe resolver ese problema porque está afectando su vida. El perdón es un don, una gracia que procede del amor y la misericordia de Dios. Pero exige abrir el corazón a la conversión, es decir, a obrar con los demás según los criterios de Dios y no los del sistema vigente. Como diría el juglar de la fraternidad, Francisco de Asís, “porque es perdonando como soy perdonado”.

En la catequesis tradicional de la Iglesia católica se exigían cinco pasos, quizás demasiado formales, para obtener el perdón de los pecados: «examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, confesarlos todos, y cumplir la penitencia» -así lo expresaba uno de los catecismos clásicos-. De tal manera que el perdón y la reconciliación, si bien son una gracia de Dios, también exigen un camino pedagógico y tangible que ponga de manifiesto el deseo de cambio y un compromiso serio para reparar el mal y evitar el daño.

En muchos países de América Latina, luego de las dictaduras militares de los setenta y ochenta, se dictaron leyes de amnistías, perdón y olvido, «obediencia debida», o «punto final». Los golpistas y sus colaboradores, responsables por decenas de miles de muertos y desaparecidos en cada uno de nuestros países, se autoperdonaron, burlándose de la justicia y de la verdad. Pero sin Verdad y Justicia, las heridas causadas por la represión en muchos hogares y comunidades no han cerrado aún. A pesar de todas las leyes encubridoras, la presión, el silencio, el ocultamiento de pruebas… la Justicia se hace camino. Llega tarde, pero no deja de llegar. El 14 de junio de 2005, en Argentina, el Tribunal Supremo declaró nulas por inconstitucionalidad las leyes de obediencia debida y de punto final. El día siguiente La Corte suprema de México declara «no prescrito» el delito del expresidente Echeverría por genocidio en la matanza de estudiantes de 1971… Pensemos en otros muchos dictadores y golpistas que, a pesar de todo, están ya siendo juzgados dejando que se dé su lugar a la Verdad y a la Justicia. El perdón y la reconciliación es una exigencia inalienable del ser humano, e indetenible. Y es un proceso de reconstrucción, que trata de reconstruir tanto al victimario como a la víctima.

En ese sentido, nuestras comunidades cristianas deben ser espacios propicios y activos a favor de una verdadera reconciliación basada en la Justicia, la Verdad, la misericordia y el perdón. Pero nunca el Evangelio llama a tolerar la impunidad. La Iglesia –o sea, nosotros, los cristianos y cristianas- debemos apoyar los procesos de reconciliación por el camino verdadero: la Verdad y la Justicia, el no a la impunidad, la reconciliación profunda de la sociedad. Así la Iglesia conseguirá el perdón por su silencio cómplice en algunas de sus figuras jerárquicas conniventes. Leer más…

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13.9.20. Dom 24, ciclo A. Setenta veces siete Del perdón de Jesús al sacramento de la Iglesia (Mt 18, 21-35)

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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con-que-frecuencia-me-debo-confesar-padre-fortea-respondeDel blog de Xabier Pikaza:

No es un sacramento más, el tercero entre siete, tras bautismo y confirmación, sino el sacramento en sí, presencia recreadora del Dios de Jesús en la vida de los hombres.

La Iglesia ha expresado (proclamado y cumplido) ese perdón de formas (con fórmulas) distintas, conforme al ritmo de los tiempos, en el primer milenio y el segundo, pero en este momento, año 2020, tiene ciertas dificultades para cumplirlo. Ante ella se abre un espléndido y claro camino de perdón o ella termina cayendo en la pura ineficacia, dejando que la humanidad corra el riesgo de destruirse a sí misma en la pura lucha de todos contra todos, en un plano ecológico y militar, político y económico. Sin perdón no hay más salida que el agujero negro de la pura nada humana.

12.09.2020

Introducción

1. El judaísmo había edificado un inmenso templo, un servicio “general” de sumos sacerdotes con el poder de perdonar a través de sacrificio, pero de hecho, como vio Jesús, aquel templo y servicio sacerdotal de perdón no cumplía su función, dejaba a los pobres y ofendidos al borde del camino.

2. Según el evangelio de Mateo,  la Iglesia es signo y fuente de perdón universal, encarnado en las comunidades (18-15-20) y representado por Pedro (cf. 16, 17-19), a quien Jesús dice que perdone 70 veces 7, es decir, siempre. Éste no es el perdón de una autoridad externa, sino el de los mismos ofendidos que perdonan siempre y acogen de nuevo a sus ofensores, creando con ellos una comunión de gratuidad que sustituye al antiguo templo de Jerusalén.

3. La iglesia ha celebrado de diversas formas el sacramento del perdón, pero actualmente parece algo estancada. Si no vuelve a encarnar, celebrar y expandir su experiencia y gracia de perdón, partiendo de Jesús,  ella puede acabar perdiendo sus sentido.

 Esta es la esencia de la Iglesia que, conforme al Credo de los Apóstoles, se define ante todo por el perdón de los pecados y por la “resurrección de la carne”, esto es, por el surgimiento de una comunidad que vive por la gracia del perdón.

Al enfrentarse a Roma y al templo de Jerusalén con su “supra-política” y “supra-religión” de un perdón de sacrificio (templo) o de imposición de los vencedores  y para los vencedores (imperio), Jesús indicaba que una ciudad imperial como Roma (o sacral como Jerusalén) se destruye a sí misma y destruye a los otros diciendo que les perdona.

 No se trata de que los ricos y fuertes “perdonen” a los pobres, sino de que los pobres y excluidos respondan perdonando y abriendo un camino de vida para todos. Sólo cuando los excluidos y ofendidos como Pedro sean (seamos) capaces de cambiar y perdonar a los demás, sólo surja una humanidad de perdón acabará de violencia y podrá haber un futuro de vida para todos.

Éste es el milagro de la propuesta cristiana. Nadie, jamás, logrará demostrar en un plano racional (desde el poder y para el poder) que este perdón es posible (¡no hay en este nivel demostraciones!). Pero habrá muchos que actuarán perdonando, no por debilidad, sino porque han sido capaces de situarse en un plano más alto de vida y de gracia. Esta es la bienaventuranza de Francisco, la de aquellos que perdonan por amor.

 Ese perdón no es el oficio, ni el poder de algunos hombres y mujeres superiores, sino la misma vida de aquellos que han creído en Jesús. Por eso, no puede establecerse y ofrecerse cristianamente desde una iglesia centrada en su poder, sino desde los pobres y ofendidos que perdonan a sus ofensores.

Evidentemente, la Iglesia puede y debe celebrar el perdón de un modo sacramental, en una liturgia de confesión y/o penitencia (como ha hecho en los últimos mil años). Pero antes de esa liturgia del tercer sacramento (ahora muy en crisis) está la vida y obra de aquellos que perdonan por amor: El perdón de los ofendidos y humillados, de los pobres que perdonan a los ricos, de los excluidos a los excluidores, iniciando con Pedro y sus amigos (todos los cristianos) la vía regia del perdón, en amor, el único camino verdadero de la humanidad.

(Imagen 1: Un confesionario. Imagen 2-4. Dos portadas del libro esencial de J. Delumeau, sobre el “perdón”, una con el mercedario valenciano P. Pérez con el libro de confesiones (Zurbarán);  otra de R. van der Weyden, con un confesor medieval; y otra de un libro de Equiza, en el que colaboramos algunos hace 25 años)

 Texto

(1. Introducción Eclesial: Pedro, los “ministros” del perdón: éste es el perdón de todos los ofendidos…). 18 21 Entonces, se adelantó Pedro y le dijo: Señor ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y le tendré que perdonar? ¿Hasta siete veces? 21   No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete.

(2. Parábola económica: el perdón empieza expresándose en un plano económico: Perdona nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores) 22 Por eso se parece, el Reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus siervos. 24 Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. 25 Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara. 26 El siervo, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo. 27 El señor tuvo lástima de aquel siervo y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. 28 Pero, al salir, el siervo aquel encontró a uno de sus consiervos que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: Págame lo que me debes. 29 El consiervo, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré. 30 Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 31 Sus consiervos, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. 32 Entonces el señor le llamó y le dijo: ¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. 33 ¿No debías tú también compadecerte de tu consiervo, como yo me compadecí de ti? 34 Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

(3. Conclusión parenética, perdón de corazón y vida)35 Lo mismo hará también con vosotros mi Padre del cielo, si si perdona de corazón a su hermano. Leer más…

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“Perdonar de corazón”. Domingo 24. Ciclo A

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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hijo-prodigoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado, Jesús hablaba a sus discípulos de la forma de corregirse fraternalmente. Hoy aborda el tema del perdón a nivel individual y personal, que es el que afecta a la inmensa mayoría de las personas.

 Argumentos para perdonar (Eclesiástico 27,33-28,9)

 La primera lectura está tomada del libro del Eclesiástico, que es el único de todo el Antiguo Testamento cuyo autor conocemos: Jesús ben Sira (siglo II a.C.). Un hombre culto y estudioso, que dedicó gran parte de su vida a reflexionar sobre la recta relación con Dios y con el prójimo. En su obra trata infinidad de temas, generalmente de forma concisa y proverbial, que no se presta a una lectura precipitada. Eso ocurre con la de hoy a propósito del rencor y el perdón.

El punto de partida es desconcertante. La persona rencorosa y vengativa está generalmente convencida de llevar razón, de que su rencor y su odio están justificados. Ben Sira le obliga a olvidarse del enemigo y pensar en sí mismo: “Tú también eres pecador, te sientes pecador en muchos casos, y deseas que Dios te perdone”. Pero este perdón será imposible mientras no perdones la ofensa de tu prójimo, le guardes rencor, no tengas compasión de él. Porque «del vengativo se vengará el Señor».

Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados? 

Si lo anterior no basta para superar el odio y el deseo de venganza, Ben Sira añade dos sugerencias: 1) piensa en el momento de la muerte; ¿te gustaría llegar a él lleno de rencor o con la alegría de haber perdonado? 2) recuerda los mandamientos y la alianza con el Señor, que animan a no enojarse con el prójimo y a perdonarle. [En lenguaje cristiano: piensa en la enseñanza y el ejemplo de Jesús, que mandó amar a los enemigos y murió perdonando a los que lo mataban.]

Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.

Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.

Pedro y Lamec

            Lo que dice Ben Sira de forma densa se puede enseñar de forma amena, a través de una historieta. Es lo que hace el evangelio de Mateo en una parábola exclusiva suya (no se encuentra en Marcos ni Lucas).

            El relato empieza con una pregunta de Pedro. Jesús ha dicho a los discípulos lo que deben hacer «cuando un hermano peca» (domingo pasado). Pedro plantea la cuestión de forma más personal: «Si mi hermano peca contra mí», «si mi hermano me ofende». ¿Qué se hace en este caso? Un patriarca anterior al diluvio, Lamec, tenía muy clara la respuesta:

«Por un cardenal mataré a un hombre,

a un joven por una cicatriz.

Si la venganza de Caín valía por siete,

la de Lamec valdrá por setenta y siete» (Génesis 4,23-24).

Pedro sabe que Jesús no es como Lamec. Pero imagina que el perdón tiene un límite, no se puede exagerar. Por eso, dándoselas de generoso, pregunta: «¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Toma como modelo contrario a Caín: si él se vengó siete veces, yo perdono siete veces.

Jesús le indica que debe tomar como modelo contrario a Lamec: si él se vengó setenta y siete veces, perdona tú setenta y siete veces. (La traducción litúrgica, que es la más habitual, dice «setenta veces siete»; pero el texto griego se puede traducir también por setenta y siete, como referencia a Lamec). En cualquier hipótesis, el sentido es claro: no existe límite para el perdón, siempre hay que perdonar.

 La parábola

Para justificarlo propone la parábola de los dos deudores. La historia está muy bien construida, con tres escenas: la primera y tercera se desarrollan en la corte, en presencia del rey; la segunda, en la calle.

1ª escena (en la corte): el rey y un deudor.

 Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.” El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.

 

Se subraya: 1) La enormidad de la deuda; diez mil talentos equivaldrían a 60 millones de denarios, equivalente a 60 millones de jornales. 2) Las duras consecuencias para el deudor, al que venden con toda su familia y posesiones. 3) Su angustia y búsqueda de solución: ten paciencia. 4) La bondad del monarca, que, en vez de esperar con paciencia, le perdona toda la deuda.

 2ª escena (en la calle): el deudor perdonado se convierte en acreedor

 Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.” El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 

 Esta escena está construida en fuerte contraste con la anterior. 1) Los protagonistas son dos iguales, no un monarca y un súbdito. 2) La deuda, cien denarios, es ridícula en comparación con los 60 millones. 3) Mientras el rey se limita a exigir, el acreedor se comporta con extrema dureza: «agarrándolo, lo estrangulaba». 4) Cuando escucha la misma petición de paciencia que él ha hecho al rey, en vez de perdonar a su compañero lo mete en la cárcel.

 3ª escena (en la corte): los compañeros, el rey y el primer deudor.

 Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

 Dos detalles: 1) La conducta del deudor-acreedor escandaliza e indigna a sus compañeros, que lo denuncian al rey. Este detalle, que puede pasar desapercibido, es muy importante: a veces, cuando una persona se niega a perdonar, intentamos defenderla; sin embargo, sabiendo lo mucho que a esa persona le ha perdonado Dios, no es tan fácil justificar su postura. 2) La frase clave es: «¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” 

Con esto Jesús no sólo ofrece una justificación teológica del perdón, sino también el camino que lo facilita. Si consideramos la ofensa ajena como algo que se produce exclusivamente entre otro y yo, siempre encontraré motivos para no perdonar. Pero si inserto esa ofensa en el contexto más amplio de mis relaciones con Dios, de todo lo que le debemos y Él nos ha perdonado, el perdón del prójimo brota como algo natural y espontáneo. Si ni siquiera así se produce el perdón, habrá que recordar las severas palabras finales de la parábola, muy intere­santes porque indican también en qué consis­te perdonar setenta y siete veces: en perdonar de corazón.

 La diferencia entre la 1ª lectura y el evangelio

             Ben Sira enfoca el perdón como un requisito esencial para ser perdonados por Dios. La parábola del evangelio nos recuerda lo mucho que Dios nos ha perdonado, que debe ser el motivo para perdonar a los demás.

 «Vivimos para el Señor, morimos para el Señor» (Romanos 14,7-9)

             El breve fragmento elegido de la carta a los Romanos carece de relación con las otras dos lecturas. Pero en este tiempo de pandemia, cuando se acumulan miles de muertos, consuela recordar que «en la vida y en la muerte somos del Señor».

 

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13 Sep. Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.”

(Mt 18, 21-35)

El domingo pasado el evangelio nos invitaba a salir a camino de aquellas personas que se pierden y esa es una manera de reconciliación. Pero hoy el evangelio nos mete el dedo en la llaga. Una cosa es que mi hermano peque, otra muy distinta es que me ofenda a mí, que me dañe de alguna manera.

Todas queremos ser perdonadas, pero ¡cuánto nos cuesta perdonar! Y es que lo de perdonar no es de una vez para siempre, sino un ejercicio continuo, es un esfuerzo.

El perdón es una escuela de alto rendimiento (¡70 veces 7!). Hay que ejercitarse todos los días y practicarlo de por vida. Realmente nuestras sociedades serían completamente diferentes si se pusiera de moda el arte de perdonar y, de hecho, aquellas personas que han sabido vivir perdonando son las que han cambiado el rumbo de la historia.

Quien perdona se trasciende porque se va pareciendo cada vez más a Dios, al Dios de Jesús que murió diciendo: “perdónales porque no saben lo que hacen”.

A fin de cuentas, el perdón es la antípoda del miedo. Quien perdona se arriesga a que le vuelvan a fallar, a que le vuelvan a herir. Si le cierras la puerta al perdón se la abres al miedo y al rencor. Así las demás personas se convierten en enemigas de las que tenemos que defendernos. Y esto último es rentable. ¡Todo un negocio! El negocio del miedo. Para la economía globalizada nuestro miedo es más que rentable, es la base, el motor.

Si aprendiéramos a dialogar, si llegáramos a perdonarnos, ¿dónde quedaría el negocio de las guerras, de las armas? Si no tuviéramos que defendernos unos países de otros, unos vecinos de otros, ¿qué pasaría con el negocio de las aseguradoras?

El camino del perdón es mucho más subversivo de lo que pensamos. Y el mensaje de Jesús más peligroso de lo que muchos de nuestros intereses pueden soportar.

Perdonar es una de las armas más revolucionarias de la historia. Los poderes de este mundo deberían prohibirlo, pero han hecho algo todavía mejor: ¡desprestigiarlo! Nos han hecho creer que quien perdona pierde. Que quien perdona se dejar pisar. Y nosotros nos lo hemos creído.

Oración

Ilumina, Trinidad Santa, nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad para que podamos descubrir la fuerza trasformadora del perdón. ¡Amén!

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Perdonar es tomar conciencia de que no hay nada que perdonar.

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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HIJO-PRODIGOMt 18,21-35

El evangelio de hoy es continuación del que leíamos el domingo pasado. Allí se daba por supuesto el perdón. Hoy es el tema principal. Mt sigue con la instrucción sobre cómo comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo sería imposible cualquier clase de convivencia estable. El perdón es la más alta manifestación del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de fallar y el fallo concreto y real.

La frase setenta veces siete“, no podemos entender­la literalmente; como si dijera que hay que perdonar 490 veces. Quiere decir que hay que perdonar siempre. El perdón tiene que ser, no un acto, sino una actitud, que se mantiene durante toda la vida y ante cualquier ofensa. Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque supone que Pedro todavía lleva cuenta de las ofensas.

La parábola de los dos deudores no necesita explicación. El punto de inflexión está en la desorbitada diferencia de la deuda de uno y otro. El señor es capaz de perdonar una inmensa deuda (60.000.000 denarios). El empleado es incapaz de perdonar 100 denarios. Al final, encontramos un rabotazo de AT: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Jesús nunca pudo dar a entender que un Dios vengativo puede castigar de esa manera, o negarse a perdonar hasta que cumplamos unos requisitos.

El perdón sólo puede nacer de un verdadero amor. No es fácil perdonar, como no es fácil amar. Va en contra de todos los instintos. Va en contra de lo razonable. Desde nuestra conciencia de individuos aislados en nuestro ego, es imposible entender el perdón del  evangelio. El ego necesita enfrentarse a todo para sobrevivir y potenciarse. Desde esa conciencia, el perdón se convierte en un factor de afianzamiento del ego. Perdono (la vida) al otro porque así dejo clara mi superioridad moral. Expresión de este perdón es la famosa frase: “perdono pero no olvido” que es la práctica común en nuestra sociedad.

Para entrar en la dinámica del perdón, debemos tomar conciencia de nuestro verdadero ser y de la manera de ser de Dios. Experimentando la ÚNICA REALIDAD, descubriré que no hay nada que perdonar, porque no hay otro. Con un ejemplo podemos aproximarnos a la idea. Si tengo una infección en el dedo meñique del pie y me causa unos dolores inaguantables, ¿puedo echar la culpa al dedo de causarme dolor? El dedo forma parte de mí y no hay manera de considerarlo como un objeto agresor. Hago todo lo posible por curarlo porque es la única manera de ayudarme a mí mismo.

Desde nuestro concepto de pecado como mala voluntad por parte del otro, es imposible que nos sintamos capaces de perdonar. El pecado no es fruto nunca de una mala voluntad, sino de una ignorancia. La voluntad no puede ser mala, porque no es movida por el mal. La voluntad solo puede ser atraída por el bien. La trampa está en que se trata del bien o el mal, que le presenta la inteligencia, que con demasiada frecuencia se equivoca y presenta a la voluntad como bueno lo que en realidad es malo.

“Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Dios no tiene acciones, mucho menos puede tener reacciones. Dios es amor y por lo tanto es también perdón. No tiene que hacer ningún acto para perdonar; está siempre perdonando. Su amor es perdón porque llega a nosotros sin merecerlo. Ese perdón de Dios es lo primero. Si lo aceptamos nos hará capaces de perdonar a los demás. Eso sí, la única manera de estar seguros de que lo hemos descubierto y aceptado, es que perdonamos. Por eso se puede decir, aunque de manera impropia, que Dios nos perdona en la medida que nosotros perdonamos.

Es muy difícil armonizar el perdón con la justicia. Nuestra cultura cristiana tiene fallos garrafales. Se trata de un cristianismo troquelado por el racionalismo griego y encorsetado hasta la asfixia por el jurisdicismo romano. El cristianismo resultante, que es el nuestro, no se parece en nada a lo que vivió y enseñó Jesús. En nuestra sociedad se está acentuando cada vez más el sentimiento de Justicia, pero se trata de una justicia racional e inmisericorde, que la mayoría de las veces esconde nuestro afán de venganza. El razonamiento de que sin justicia los malos se adueñarían del mundo no tiene sentido.

Este sentido de la justicia se la hemos aplicado al mismo Dios y lo hemos convertido en un monstruo que tiene que hacer morir a su propio Hijo para “justificar” su perdón. Es completamente descabellado pensar que un verdadero amor está en contra de una verdadera justicia. Luchar por la justicia es conseguir que ningún ser humano haga daño a otro en ninguna circunstancia. La justicia no consiste en que una persona perjudicada consiga perjudicar al agresor. Seguiremos utilizando la justicia para dañar al otro.

Lo que decimos en el Padrenuestro es un disparate. No es un defecto de traducción. En el AT está muy clara esta idea. En la primera lectura nos decía exactamente: “Del vengativo se vengará el Señor”. “Perdona la ofensa de tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas“. Cuando el mismo evangelista Mateo relata el Padrenues­tro, la única petición que merece un comentario es ésta, para decir: “…Porque si perdonáis a vuestros hermanos, también vuestro Padre os perdonará; pero si no perdonáis, tampoco vuestro Padre os perdonará (Mt 6,14). ¿No sería más lógico pedir a Dios que nos perdone como solo Él sabe hacerlo, y aprendamos de Él nosotros a perdonar a los demás?

Para descubrir por qué tenemos que seguir amando al que me ha hecho daño, tenemos que descubrir los motivos del verdadero amor a los demás. Si yo amo solamente a las personas que son amables, no salgo de la dinámica del egoísmo. El amor verdadero tiene su justificación en la persona que ama, no en el objeto del amor y sus cualidades. El amor a los que son amables no es garantía ninguna del amor verdaderamente humano y cristiano. Si no perdonamos a todos y por todo, nuestro amor es cero, porque si perdonamos una ofensa y otra no, las razones de ese perdón no son genuinas.

No solo el ofendido necesita perdonar para ser humano. También el que ofende necesita del perdón para recuperar su humanidad. La dinámica del perdón responde a la  necesidad psicológica del ser humano de un marco de aceptación. Cuando el hombre se encuentra con sus fallos, necesita una certeza de que las posibilidades de rectificar siguen abiertas. A esto le llamamos perdón de Dios. Descubrir, después de un fallo grave, que Dios me sigue queriendo, me llevará a la recuperación, a superar la desintegración que lleva consigo un fallo grave. La mejor manera de convencerme de que Dios me ha perdonado, es descubrir que aquel a quien ofendí me ha perdonado.

Meditación

Si vivo en la superficie de mi ser (ego),
el perdón, que nos pide Jesús, será imposible.
No hay ofensor, ni ofendido, ni ofensa.
No hay nada que perdonar ni nadie a quien perdonar.
Cualquier otra solución no pasará de artificial e inútil.
O se convierte en refuerzo de nuestro ego.

Fray Marcos

Fuente Adulta

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Un Padrenuestro original.

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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HIJO-PRÓDIGO5_thumb1Hoy el niño menos diestro, quiere enseñar al cura el Padrenuestro (Refranero)

1 de septiembre. DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Mt 8, 21-35

Compadecido de aquel criado, el rey le dejó marchar y le perdonó la deuda.

Jesús señaló en la oración del Padrenuestro que hay que perdonar a todos, como también lo dijo don Miguel de Unamuno en el tan singular suyo:

Padre nuestro. Padre; he aquí la idea viva del cristianismo. Dios es Padre de amor. Y es Padre nuestro, no mío.

Santificado sea el tu nombre. No se oigan alabanzas más que de Ti, y a ti se refiera todo, que así habrá paz y morirá la soberbia.

Venga a nos el tu reino, venga a nos, y no vayamos él. Sin tu gracia no podemos llegar al reino de la vida eterna y ¿qué es la gracia más que un llevarnos Tú a él? El Verbo bajó, encarnó en maría, y se hizo hombre. Para traernos el reino de la vida eterna. No fue la humanidad al Verbo, no ascendió el hombre a Dios, sino que por su aspiración a Él. Él bajó. Venga a nos, no a mí.

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Suprema fórmula de resignación y de la paz. Así en la tierra, así en el cielo de la realidad, como en el cielo, en el reino del ideal.

El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Hoy, sólo hoy ¿quién es dueño del mañana? «No os inquietéis por el mañana, ni qué comeréis o beberéis, etc.» Vivamos como si hubiésemos de morir dentro de un instante.

Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿Nuestros deudores? ¿Qué nos deben? Esto o aquello que proviene del Señor. ¿Es mío lo que me deben? Y yo debo todo lo que soy, me debo a mí mismo.

Y no dejes caer en la tentaciónNo confiemos en nuestras propias fuerzas, que quien ama el peligro, en él perece.

Mas líbranos del malAmén. Es de lo único que debemos ser libres, de lo que el Señor sabe que es nuestro mal, no de lo que creemos nosotros que lo es. Y así no pidamos que nos libre de esto o de aquello, sino que, en estas breves palabras, dichas desde el corazón, está toda súplica de deseo impuro y de vana complacencia.

 

Pero éste no es el caso del Refranero, cuando dice aquello de:

“Hoy el niño menos diestro, quiere enseñar al cura el Padrenuestro.

Mas como este niño, hay otros muchos que se creen sabios, y repiten una y otra vez lo mismo.

La poetisa Yvonne Torregrosa, escribió este Poema:

PADRE NUESTRO

Padre nuestro,
dime si en verdad estás en el cielo;
si tienes contigo a mis padres y abuelos,
a mi hermana pequeña

Santificamos muchos
en esta tierra tu nombre,
con peticiones de amor,
rogando la paz,
pidiendo bondad para todos los hombres.

Hágase tu voluntad de igualdad
aquí en la tierra,
que prime el cariño y la gentileza,
la bondad y la belleza.
Perdona nuestras ofensas
y a los que dañan a un niño.

Danos un mañana pleno de esperanzas,

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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La fuerza liberadora del perdón.

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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hijo prodigoMt 18, 21-35

13 de septiembre de 2020

El evangelio de este Domingo muestra uno de los temas más relevantes del legado de Mateo: el compromiso ético de la fe y las consecuencias de no vivirlo de manera coherente y auténtica. En este caso se centra en el asunto del perdón.

La introducción de este texto ya es el mensaje esencial que queda argumentado y explicitado con la parábola que narra a continuación; un breve diálogo entre Jesús y Pedro termina clarificando cómo vivir el perdón desde una visión cristiana y las actitudes que supone.

La pregunta de Pedro indica que, como buen militante del judaísmo, ya conocía el deber del perdón de las ofensas. Ahora bien, el perdón se recibía a través de unas tarifas determinadas. Las escuelas rabinas exigían que sus discípulos perdonasen tantas veces a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, etc.., y estas tarifas eran diferentes según la escuela. Lo que hace Pedro es preguntar a Jesús cuál era su tarifa para saber si era tan severa como la de la escuela que requería perdonar siete veces a su hermano.

La respuesta de Jesús, una vez más desconcertante, utiliza el número siete jugando a multiplicarlo, para transmitir que el perdón ha de ser en totalidad según el significado de ese número en la simbología judía. Perdonar en totalidad es perdonar de manera auténtica, de corazón, de raíz, sin tarifas o grados. Se trata de un perdón que trasciende lo emocional, lo supera y se sitúa en el mismo suelo del ser humano.  Esta parábola libera al perdón de toda tarifa para hacer de él un signo de un perdón que no es un deber moral, sino el eco de la conciencia de haber sido perdonado previamente. Jesús introduce este elemento nuevo en la parábola: nuestra capacidad de perdonar en totalidad es directamente proporcional a nuestras experiencias de haber sido perdonad@s auténticamente. Estas vivencias, bien integradas y conscientes, van despertando una sensibilidad que ablanda la comprensión y empatía con aquellos que nos dañan y ofenden, nos conectan con la realidad más profunda y espiritual dándose un crecimiento de la persona tan exponencial como el setenta veces siete del que habla Jesús.

Ahondando en el significado de la parábola, se puede percibir que el perdón cristiano tiene una doble vertiente: la psicológica y la referida al vínculo con la Divinidad. Integrar ambas vertientes construye al creyente unificando su persona y convirtiendo la fe en una posición ante la vida y no en un deber moral. Perdonar totalmente o de corazón supone haber reabsorbido la rabia y los sentimientos negativos y legítimos que se despiertan, aunque se necesite un camino complejo para restaurar la relación cuando la dignidad ha sido violada por el daño realizado.

En el proceso del perdón, como indica la parábola, hay que tener en cuenta ambas partes: quien daña y quien es dañado. No se trata de dar un perdón ingenuo, romántico o meloso, de perdonar con las emociones porque se quedaría en las arenas movedizas de los sentimientos, sino que, en el ejercicio de ese perdón, es importante situarse con una nueva dignidad frente a quien daña. Sólo así el perdón puede llegar a cambiar a la otra persona para que no siga dañando a terceros o reincidir en el daño causado. Esta es la dimensión educativa del perdón. Tras el perdón es necesario un cambio de posición por ambas partes. Una mala gestión del perdón genera tortura, como dice la parábola, que es vivir desde el rencor, la venganza o la disposición vulnerable a ser dañados de nuevo. Es muy importante perdonar con dignidad para recibir el perdón con posibilidad de cambio.  Así es el perdón de Dios del que nos habla Jesús, un perdón que pretende transformar a la persona “para que no peque más”.

Nadie se libra de estas dos experiencias: ofender y perdonar. Es todo un reto en la vida aprender a perdonar y a recibir el perdón de manera sana y profunda, así como ser conscientes de este doble dinamismo que puede interferir en las relaciones humanas y en nuestro vínculo con Dios. Todo ser humano, por ser reflejo del Ser de Dios, nace equipado de una capacidad para perdonar que se activa al experimentar un perdón auténtico y en totalidad. Esta es la fuerza liberadora del perdón.

FELIZ DOMINGO

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Perdón

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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Perdon.1Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

13 septiembre 2020

Mt 18, 21-35

La parábola es un recurso pedagógico que intenta transmitir un mensaje. En el caso de esta, su objetivo es insistir en la necesidad de perdonar, a partir de la experiencia de haber sido perdonados.

   Sin embargo, leída literalmente, conduce a una contradicción, ya que el rey del relato pasa rápidamente del perdón a la venganza. Basta con que su deudor actúe mal ante un compañero para que su “perdón” primero, nacido de la compasión, se transforme en castigo que nace de la ira.

     Tal lectura literal conecta fácilmente con nuestro ánimo justiciero –e incluso lo exacerba–, pero traiciona el mensaje, ya que parece dejar claro que no todo puede ser perdonado. Pero, ¿qué clase de “perdón” sería ese que marca límites? El perdón es gratuito e incondicional. Si no podemos vivirlo hasta el final, lo acertado es reconocerlo y aceptar nuestro límite de hoy, pero no negar su incondicionalidad.

     El perdón es hijo de la sabiduría y encuentra su mayor obstáculo en el narcisismo.

    Decir que es hijo de la sabiduría significa afirmar que nace de la comprensión: solo cuando comprendemos que cada persona hace en cada momento lo mejor que sabe y puede, de acuerdo con su nivel de consciencia y su mundo representacional, somos capaces de perdonar.

     No se trata de justificar todo, ni de aprobarlo, ni de negar el dolor que las acciones de los otros provocan –de hecho, habrá que emprender acciones para impedirlo–…, sino de comprender. Pero, para ello, es imprescindible situarse en el “mapa mental” de la otra persona. Y eso es algo que no se puede hacer desde el narcisismo.

     El narcisismo es auto-referencial: todo gira en torno al propio yo y todo se ve y se analiza desde las propias ideas. Eso explica que una de sus características básicas sea la incapacidad para la empatía y la compasión y, con ello, la imposibilidad de “ponerse en la piel” del otro.

    Desde esa posición, cuando se siente herida o frustrada por alguien que no actúa según sus expectativas, la personalidad narcisista es propensa al juicio, la condena y la descalificación del otro. Asumiendo el papel de víctima, es muy probable que alimente acritud, resentimiento e incluso deseos de venganza. Su narcisismo no soporta la ofensa ni lo que percibe como desvalorización.

    La personalidad narcisista tiene un sentido tan frágil del propio yo que necesita muestras constantes y crecientes de reconocimiento por parte de los otros para sentir algo de alivio. Detrás de su caparazón de (falsa) autosuficiencia, se esconde en realidad un niño afectivamente inseguro y necesitado de aprecio. Y ese niño no puede perdonar lo que percibe como ofensa. Será necesario que vaya sanando la relación consigo mismo para ir superando la tendencia narcisista.

  A diferencia del narcisismo, la comprensión se caracteriza por la empatía y la compasión hacia todos. Eso no significa que no sienta dolor ante determinados comportamientos o actitudes, pero es capaz de no reducirse a él, porque “sabe ver” a las personas más allá de lo que hacen. Y porque vive la seguridad de que su propio valor no depende de los que otros puedan o no hacerle. Es esa misma sensación de seguridad afectiva la que le permite abandonar el papel de víctima y acoger todo como oportunidad de aprendizaje.

     La sabiduría hace ver finalmente que, en su forma más sublime, el perdón auténtico consiste en comprender que no hay nada que perdonar.

¿Cómo me sitúo cuando me siento ofendido/a?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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A Dios le hace bien perdonar y a nosotros también

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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abrazo-personasDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Mateo 18,21-35

Consideraciones sobre el perdón (a modo de homilía)
  1. Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.

(Lc 23,34).

Quiero comenzar esta homilía recordando el último gesto del Señor en la cruz. Jesús murió con el perdón en sus labios y en su corazón:

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. (Lc 23,34).

Hoy estarás conmigo en el Paraíso, (Lc 23,43)

Lo último que hace Jesús a su muerte es lo que hizo durante toda su vida: perdonar. Jesús pasó la vida perdonando y haciendo el bien.

Jesús seguramente sintió lo mismo que sentimos todos. Ante Herodes, Caifás, Pilatos, ante el legalismo de los fariseos, ante quienes menospreciaban a la mujer, ante quienes querían matarle, etc. Jesús sentía lo mismo que sentimos nosotros.

Pienso que a Jesús, como a nosotros le hacía bien perdonar: a Él y los demás. A Dios le hace bien perdonar y a nosotros también.

Nadie, que sea sensato, dice que sea fácil perdonar:

¡Cómo no vamos a comprender a quien dice no poder perdonar! Cómo no entender expresiones afines: “perdono, pero no olvido”, o incluso, “ni perdono, ni olvido”. ¡Cómo no ser conscientes de que haya familias que no se hablen, hermanos (Caín y Abel) que se odian, vecinos totalmente enemistados, ciudadanos enfrentados por motivos políticos! Lo más común en la sociedad es que “quien la hace la paga”.

         También hay actitudes hondamente cristianas “Espero acabar perdonando antes de morir”, decía Ortega Lara, secuestrado durante año y medio, como todos recordamos.[1] Hay personas, posturas de una gran altura humana, moral, espiritual.

  1. Perdonar.

El término perdonar – perdón viene del latín y, viene a significar: per y donare, “pasar, cruzar, adelante, pasar por encima de” y “donar, donación, regalo”.

Perdonar sería un “pasar bondadosamente por encima” de muchas, y en ocasiones, viejas, situaciones.

  1. Dios y Jesús perdonan siempre.

Nos han enseñado que Dios es muy justo y que no tiene más remedio que condenar. Sin embargo lo que podemos apreciar en Jesús y en el Dios de Jesús es otra cosa: es alianza, es perdón, reconciliación. Dios no se hace respetar a golpe de condenación, sino de perdón. Dice el salmo 129,4: de Ti procede el perdón, y así infundes respeto.

         Y Jesús, lo mismo. Desde el comienzo de su predicación (vida pública) hasta su muerte, siente misericordia, lástima, compasión, perdón.

He sido enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva … y proclamar un año de gracia del Señor.  (Lc 4,18-19)

         Un Dios justiciero y vengativo no es el Dios de Jesús. Nuestro Dios es acogedor, perdonados siempre y con todos. En ocasiones, en alguna teología, da la impresión de que nos molesta que Dios sea bueno y perdonador.

  1. Perdonar es un proceso de sanación.

El furor y la cólera son odiosos (1ª lectura). La ira y el odio solamente sirven para seguir hurgando en viejas heridas que, por otra parte, no permiten sanar y serenar la vida.

Perdonar hace bien a todos, al que pide perdón y al que lo regala, (gracia).

Solamente el perdón rompe la espiral de la violencia interior, personal, y exterior

El perdón es un proceso de sanación. No es fácil perdonar cuando hay una herida, más o menos sangrante, que rasga nuestra psicología, daña nuestro pensamiento  y sentimientos y deja secuelas psíquicas, familiares, sociales, económicas políticas y siempre afectivas. La decisión de perdonar sana nuestro corazón, nuestra vida.

Resentimiento significa “re-sentir”, “volver a sentir”, estar siempre hurgando en la herida. Necesitamos perdonar para no hacernos más daño a nosotros mismos, así como tampoco transmitir más odio a los demás.

El perdón haría mucho bien en el proceso de pacificación de nuestro pueblo y de otras muchas situaciones socio.políticas. ¿Será posible la pacificación sin perdón?

  1. El perdón acontece en la interioridad del corazón.

         El perdón acontece y se vive en lo más íntimo de la conciencia y del alma. Es una actitud interior. Perdonar es reconocer el mal, pero para apaciguar pulsiones e iras, violencias y venganzas. Y todo ello desde el interior.

         El perdón no surge de una ley en un parlamento, ni tan siquiera de un tratamiento psicológico, aunque la psicología tenga también algo que ver en estas cosas. El perdón realiza un cambio de corazón.

         El perdón no arregla el pasado: lo que pasó, pasó…, pero el perdón abre un futuro mejor, sanado.

         El que perdona no olvida el pasado, pero lo recuerda de otro modo, con bondad. Posiblemente seguirán surgiendo sentimientos negativos, pero habrá que poner razón a las pulsiones de la ira y de las bajas pulsiones. Hay que ser razonables frente al odio.

         Probablemente perdonar es la forma más elevada y profunda de amar.

  1. Él odio hace daño a todos.

Ya en el campo, Caín se lanzó contra su hermano Abel y lo mató. Dios dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» Replicó el Señor: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde la tierra. (Gn 4,1-9).

El odio no es solamente cosa de Caín y Abel, de dos personas, o de Caín con Dios, sino que “toda la tierra” y todos quedamos impregnados de la profundidad de la ira y del rencor. El odio y la venganza de Caín a Abel empaparon a toda la humanidad: la sangre de tu hermano clama al cielo. ¿En qué familia o comunidad, pueblo o iglesia no hay situaciones de enfrentamientos, odios, etc.?

  1. “abrir una salida” y “estar con” quien peca seriamente.

En ocasiones en la vida oímos y vemos que alguien ha hecho un daño grave (quizás nosotros mismos). En esa situación es una persona débil, fracasada y en esos momentos es cuando más necesita -necesitamos- del perdón. Todo ser humano necesita una vía de salida en la vida y más cuanto más cegados vemos los caminos.

¿Tenemos experiencia personal de haber sido perdonados?

Por otra parte, cuando perdonamos reconocemos el valor de la otra persona, le abrimos un camino de salud, de salvación. A todo ser humano hay que dejarle una puerta abierta de salida, de reconciliación, de seguir en paz el camino de la vida.

Naturalmente que en muchas circunstancias las relaciones no podrán volver a ser como lo fueron. Pero el perdón abre caminos y vuelve a encauzar la vida.

  1. Sin perdón no hay comunidad, ni eucaristía.

Cuando las heridas continúan abiertas, mal cerradas o cerradas en falso, es muy difícil una vida comunitaria sana, sea familiar, religiosa o cívica. Coexistiremos, pero sin perdón, y la vida será difícil, ¿o no lo está siendo en el orden político y eclesiástico?

         La Eucaristía es la asamblea de los pecadores, que nos sentimos reconciliados y con la buena voluntad de perdonar

No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

[1] Cfr. Vida Nueva , n 2751, 30 abril – 6 mayo, 2011, p 50.

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Murió Chadwick Boseman, un Black Panther con Jesús en el corazón

Jueves, 3 de septiembre de 2020
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Chadwick-Boseman-butt-sexy-RG4MEI-565x768Creyente desde joven, pocos meses antes de su muerte envió un mensaje instando a “disfrutar de la sencillez de la creación de Dios”.

La muerte del actor Chadwick Boseman este pasado 28 de agosto, a los 43 años, ha conmocionado Hollywood y al mundo entero, que perdió a su célebre “pantera negra” y a uno de los actores más queridos por la comunidad afroamericana.

Un breve comunicado anunció la trágica noticia al tiempo que confirmaba que había padecido un cáncer de colon sobre lo que Boseman nunca habló públicamente, a pesar de que estuvo en tratamiento desde 2016 (durante cuatro años) y de que rodó muchas de sus películas entre sesiones de quimioterapia y cirugías.

Boseman, de 43 años, no había hablado públicamente de su enfermedad diagnosticada por primera vez en 2016, y continuó trabajando principalmente en películas de Hollywood entre múltiples operaciones y quimioterapias, dijo su familia en un comunicado.

“Fue un honor para su carrera dar vida al rey T’Challa en Pantera Negra”, añadió la familia. “Un verdadero luchador, Chadwick perseveró a través de todo eso”.“Murió en su casa, con su esposa y junto a su familia”, indicó el comunicado.

Boseman dio vida al primer superhéroe negro en conseguir su propia película independiente en Marvel, “Pantera Negra”, que batió récords en 2018.

Era un actor muy querido por la comunidad afroamericana de Estados Unidos porque encarnó en la gran pantalla a figuras afroamericanas emblemáticas como el deportista Jackie Robinson en “42” (2013) y el músico James Brown “Get on Up” (2014), y participó en la última cinta de Spike Lee “Da 5 Bloods”.

Pero su gran papel fue el de “Black Panther en la franquicia Marvel, que dedicó una cinta a este superhéroe  y se convirtió en todo un emblema de orgullo para sus seguidores. La película, ambientada en el ficticio reino africano de Wakanda, fue adorada por la crítica y el público, convirtiéndose en la primera cinta de cómic nominada al Óscar en la categoría de mejor película, y recaudó 1.347 millones de dólares en todo el mundo.

El que fue su pastor, Samuel Neely, contó que conoce a Boseman desde niño y lo bautizó en la pequeña Iglesia Bautista Welfare, en Anderson, en Carolina del Sur. Neely comentó que “Él hizo muchas cosas positivas dentro de la iglesia y en nuestra comunidad. Cantaba en el coro, trabajó en el grupo de jóvenes. Siempre estaba haciendo algo, ayudando y sirviendo. Esa era su forma de ser”.

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Boseman mantuvo su fe cristiana a través de su carrera hacia el estrellato de Hollywood. El actor era conocido por testificar abiertamente de su fe, algo que sin embargo los grandes medios generalmente no recogían.

Aunque Pantera Negra (Black Panther) no es una película que trate temas de la fe cristiana, en su rodaje coincidió con la actriz Sope Aluko (también cristiana evangélica) que interpretaba a Shaman. Ella contó que durante la grabación de la película era común que ambo compartiesen sobre su fe en Jesús.

Apenas unos meses antes de su muerte, el actor envió un mensaje a su coprotagonista de Marshall, Josh Gad, instándolo a “disfrutar de la sencillez de la creación de Dios”.

Impacta también verle cantando gospel y orando en el descanso del rodaje de una de sus recientes películas, en un video que ha sido difundido en instagram. Fue en el descanso del rodaje de una película de Spike Lee (que es quien lo ha difundido).

La fe cristiana de Boseman nace desde su juventud, y hay abundante testimonio de ella, por lo que este momento grabado no es una excepción o anécdota, sino una muestra de la espiritualidad en la vida del exitoso actor.

El film es de este año, y en español se titula “Hermanos de armas” (Da 5 Bloods). Los cuatro actores que le acompañan siguen la canción de gospel tarareando, con los ojos cerrados y las cabezas inclinadas, en una escena llena de espiritualidad.

Dios es mi amigo, Jesús es mi amigo canta Bosman con preciosa voz, terminando con una oración con las manos levantadas al cielo.

Curiosamente, hace muchos años, el también actor de fe cristiana Denzel Washington acordó pagar a nueve estudiantes de la Universidad de Howard para que participaran en un programa de verano con la Academia Británica de Actuación Dramática en Oxford, Inglaterra. Un joven Chadwick Boseman fue uno de esos nueve becados.

Por este motivo, en 2019, Boseman mencionó con agradecimiento a Denzel Washington en su discurso en los premios AFI Life Achievement Awards 2019. Boseman dijo: “Ha sido un honor conocerte ahora, aprender de ti y unirme a este trabajo contigo”. Y a continuación  hizo referencia al versículo bíblico de Efesios 3:20, diciendo: “Que Dios los bendiga para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”.

Fuente Infobae/Evangélico Digital

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Pikaza: “Tú eres para mí Palabra y Pionero, Amigo y Sacerdote”

Viernes, 28 de agosto de 2020
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Del blog de Xabier Pikaza:

¿Quién es Jesús para mí?

Mi experiencia eclesial, mi teología publiqué el viernes pasado la visión de varios teólogos e historiadores (Sobrino, Castillo y Pagola, Faus, Olegario y Piñero, Aguirre, Montserrat y Bermejo, Tamayo, Estrada y Vigil, Navarro, Espeja y S. Vidal etc.), prometiendo que hoy daría mi respuesta.

Así lo hago, como teólogo erudito, condensando en nueve apartados los rasgos de la identidad de Jesús en el NT y en la historia de la iglesia. Sólo en el décimo evoco, de modo telegráfico, mi experiencia y compromiso personal, con cuatro nombres: Jesús es mi Palabra y Pionero, Amigo y Sacerdote.

He publicado sobre el tema algunos libros, cuyas portadas presento a modo de ilustración, destacando las “Siete Palabras” de las que ya traté hace muchos años.

 1. JESÚS, JESUCRISTO

Era un nombre usual. Era el de Josué/Jesús, primer conquistador israelita, pero la tradición cristiana ha resaltado pronto su sentido mesiánico diciendo/descubriendo que significa “Dios salva” (Mt 1, 21) y añadiendo que era el Cristo, es decir, el ungido de Dios o Mesías (cf. Mc 8, 29 par). Esa tradición ha vinculado ese título (Cristo) con el nombre propio de Jesús, de forma que ambos vienen a hacerse inseparables, como indica ya san Pablo, que habla normalmente de Jesucristo.

A partir de aquí los seguidores de Jesús le han dado diversos títulos, que expresan su importancia para los creyentes, pero sin olvidar que Jesús, su nombre propio, puede entenderse ya como un programa de su vida y así puede compararse a la de Josué/Jesús, que introdujo a los hebreos en la tierra prometida, más que con Abraham o Moisés.

2. HIJO DE…

49389413._SX318_Entre los hebreos un hombre se definía por su padre (en hebreo ben, en arameo bar, en árabe ibn) y así Jesús aparece pronto como “hijo” de una serie de personajes que definen hasta hoy su identidad:

‒ Hijo de Abraham. Todos los judíos se consideraban hijos de Abraham, patriarca  original de los semitas occidentales, también se consideran hijos de Abraham (por línea de Agar e Ismael) los árabes… San Pablo le presenta así como Hijo de Abraham, heredero de las promesas en Gal 3‒4 y en Rom 4, lo mismo que Mt 1, 1.

‒ Hijo de David (Mc 10, 48; cf. 12, 37), heredero de las promesas mesiánicas, rey vencedor sobre los enemigos del pueblo… Pronto esa visión de Jesús como hijo de David toma matices distintos: Es sabio como Salomón, es misericordioso…

‒ Hijo de María (Mc 6, 3), denominación sorprendente de tipo metronímico, que le vincula con la madre más que con el padre… Esa es la visión que está en el fondo de la historia de los magos en Mt 2, lo mismo que en los evangelios de la infancia (Lc 1‒2, Mt 1‒2).Esa visión ha marcado toda la tradición cristiana.

‒ Hijo de José, hijo del carpintero… Así le llama el evangelio de Mateo 13, 55, y más el de Juan desde el principio (cf. Jn 1, 45). Ésta es una tradición y nombre que ha sido luego menos desarrollada por la Iglesia.

‒ Hijo de hombre, título que aparece en diversos contextos de poder (Mc 2, 10.28), de entrega de la vida (Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33) y de venida escatológica (cf. Mc 13, 26; 14, 62). Jesús es Hijo de hombre porque ha nacido de otros, integrándose en una experiencia y proceso de generación. Pero, al mismo tiempo, es Hijo de Dios: proviene de la humanidad, naciendo de Dios, conforme al testimonio unánime de los evangelios. Esta solidaridad receptiva le define, desde el principio de la iglesia como Aquel que depende de otros naciendo de Dios, como aquel que ofrece a los otros la vida del amor de Dios.

‒ Hijo de Dios, como pone de relieve Marcos en el comienzo de su evangelio (Mc 1, 1).  hijo de Dios. Este título tiene una larga prehistoria, no sólo en el paganismo ambiental (donde cualquier taumaturgo o místico puede llamarse Hijo de Dios), sino en el judaísmo, donde el pueblo israelita y su rey reciben de un modo especial este nombre de hijos de Dios. Por su especial vinculación con Dios, en plano de conocimiento profundo y obediencia (cumplimiento de la voluntad divina), Jesús se llamó a sí mismo Hijo de Dios. No es Hijo de Dios quien puede y manda, imponiéndose sobre los demás, sino quien puede y ama, obedeciendo en gesto de entrega de la vida. Siguiendo en esa línea, la comunidad cristiana le ha concebido después como el Hijo de Dios por antonomasia (el Hijo), no sólo en su vida temporal (en vocación/bautismo o nacimiento), sino en la misma intimidad de lo divino (cf. Mt 11, 25-30 par, y en todo el evangelio de Juan).

3. NOMBRES DE ACCIÓN, UN CRISTO COMPROMETIDO

‒ Exorcista, vencedor.Los evangelios le presenta como aquel que ha luchado contra el Diablo (Mc 1, 12-13), expulsando a los demonios, como indica la controversia de Mc 3, 21-30. En esa línea aparece como el gran Vencedor, el más Fuerte (Christus Victor), que libera a los hombres de la opresión (posesión) de lo diabólico.

‒ Sanador, curador… Éste es quizá (con el de exorcista) el nombre más importante que le atribuye la tradición sinóptica… La verdadera libertad es la “salud”: Que los hombres, en especial los enfermos y excluidos vivan… Una tradición muy temprana, propia de los adversarios, le llamará muy pronto mago, hechicero…, hombre de fondo diabólico que cura en un sentido para oprimir mejor.  Así le presentan los adversarios dentro del mismo judaísmo como en el mundo pagano, como ha puesto de relieve el filósofo Celso en el siglo II d.C. Cristo es el gran engañador.

‒ Maestro, rabino, rabbi… (cf. Mc 4, 18; 5, 35; 9, 17.38; 10, 17.20.35; 12, 14.19.32, etc.), título que se utiliza en varios niveles, desde dentro y desde fuera de la Iglesia, presentándole como alguien que tiene autoridad para enseñar y formar discípulos. Éste es el título más utilizado por la tradición cristiana primitiva… Jesús es el gran Maestro, el que enseña (el didáskalos…). No se impone como rey, sino que dirige e ilumina a los hombres por la verdad… En esa línea, en el juicio de Pilato, según el evangelio de Juan, él es rey porque “enseña”, porque dice la verdad.

‒ Profeta y siervo de Dios. Es Profeta (Mc 6, 15; 8, 28), no se limita a enseñar como maestro, sino que proclama la palabra, en gesto de anuncio y denuncia, en una línea que puede compararse a la de Juan Bautista. Pues bien, Jesús se ha pensado y presentado a sí mismo como Profeta escatológico en quien viene a culminar la esperanza israelita. Así le han visto e invocado también tras la pascua los judeo-cristianos. Pero, al mismo tiempo, ellos le han llamado Siervo (Servidor) de Dios, porque ha realizado la tarea de Dios sobre el mundo, en la perspectiva del Siervo de Yahvé del Segundo Isaías. Muchos israelitas veneraban (e incluso esperaban) la figura de un misterioso Siervo de Dios que debía enseñarles la lección fundamental de la historia: aceptar y transformar el sufrimiento. Aprender a sufrir y sufrir por los demás: ésta es la máxima experiencia salvadora. De un modo consecuente, siendo profeta escatológico, Jesús aparece también como el Siervo sufriente de Dios. No ha realizado su tarea triunfando, imponiendo su vida sobre los demás, sino muriendo por ellos, en actitud expiatoria (cf. Hch 4, 30; Mt 12, 15-21).

‒ Compasivo, misericordioso, hombre para los demás. Así le presentan sobre todo los evangelios de Mateo y Lucas (Manso y humilde de corazón, cargó con nuestros dolores…). Así le presenta la iglesia retomando un texto de Oseas, cf. Mt 9, 10‒13; 11, 1‒6.  Según eso, la presencia de Dios en el mundo es la misericordia… Puso la misericordia por encima de un tipo de culto sacral judío o de justicia romana y por eso le mataron.

‒ Fuerte, el más. Así aparece en la tradición del bautismo y de los exorcismo así vence a los poderes del mal, conforme a palabra que hallamos en el fondo de Mc 1, 7 y 3, 27. Esa fuerza de Jesús se interpreta como amor capaz de liberar a los posesos, como presencia suprema de Dios en el camino de entrega por los demás, conforme al primer himno cristológico de Flp 2, 6‒11

‒ Pastor, pescador… En la línea anterior, desde la perspectiva de su acción, la iglesia le presentará muy pronto como buen pastor, que guía a las ovejas (Jn 10)y también como pescador paradójico, con discípulos pescadores (Mc 1, 16-20). No pesca para matar a los peces, sino para salvar a los hombres…

‒ Mesías, el Cristo. Es quizá el nombre más discutido, aquel por el cual ha muerto, ha sido el Mesías o Cristo, como le llama Pedro (Mc 8, 29) y como supone la pregunta del sumo sacerdote (14, 61), con el sarcasmo de los sacerdotes (Mc 15, 32); para ellos, Jesús sería un pretendiente mesiánico (fracasado). Muchos judíos esperaban la llegada de un Mesías concebido sobre todo en términos políticos, instaurando y expresando sobre el mundo la verdad del Gobierno de Dios. Jesús estaba convencido de la verdad de esa visión (y en esa línea pudo presentarse como nazoreo), pero no quiso aceptar los aspectos militares vinculados con el mesianismo. Sabía que el Gobierno de Dios no se impone por las armas ni por otros medios de violencia. Por eso, evitó ese título a lo largo de su vida, aceptándolo sólo de manera abierta y clara al final de su camino, ante el tribunal que le condenaba a muerte. En esa línea, Rom 1, 2-3 afirma que Jesús fue “hijo de David” según la carne, es decir, en un plano histórico fracasado.  Jesús no se ha limitado a proclamar la venida de un Reino futuro, independiente de su vida, sino que ha visto su misma vida integrada en ese reino.

4. NOMBRES DE MUERTE Y ENTREGA. EL CRISTO DERROTADO

El Entregado, traicionado… (cf. Mc 9, 31 y 10, 33). Ésta es una de las tradiciones más importantes de los evangelios… Jesús no ha sido sólo crucificado (ajusticiado) por los hombres de la justicia de este mundo, sino que ha sido traicionado y entregado por aquellos en quienes había confiado…

El juzgado y condenado. Así le presenta no sólo la tradición sinóptica, sino el mismo Pablo en Gálatas. El hombre judío era el que estaba bajo la ley, el romano era el que estaba bajo la justicia… Pues bien, la mejor ley del mundo, la mejor justicia le han condenado. Así aparece Jesús como la piedra rechazada por los arquitectos de la historia (Mt 21, 42 par), conforme a una acerada tradición israelita (Sal 118, 22‒23). Así es Jesús, el hombre excluido, descartado para el templo del poder y sacralidad del mundo.

El que se dio a sí mismo… (Me amó y se entregó por mí: Gal 2, 20). Ésta es la experiencia que está al fondo de toda la tradición sinóptica y paulina… El camino de muerte (sacrificio) de Jesús no fue un camino de ira vengadora de Dios, ni de sacrificio expiatorio… sino de amor solidario y cercano. Jesús viene a presentarse así como el que ha amado a los demás muy en concreto, aceptando así un camino de muerte.

El Torturado, el Crucificado, hombre de dolores… (Mc 16, 6, en la línea de Is 53, 3). Así lellama el joven de la pascua, añadiendo que Dios le ha resucitado.  Al principio, la crucifixión era un escándalo, algo contrario a la fe, tanto en línea israelita como griega. Pero después, una vez que se ha visto a Jesús como hombre verdadero, Hijo de Dios, se puede afirmar también el valor salvador de la crucifixión, viendo en ella el testimonio más grande del amor de Dios: sólo así puede ser Mesías de Dios aquel que ofrecesu vida por todos, porque Dios es vida que se ofrece y se comparte.

Nazoreo-nazareno (Mc 14, 67; 16, 3). Así le presenta el título de la cruz… Jesús nazoreo, rey de los judíos (Jn 19, 19), que indica su procedencia y condición: su procedencia geográfica (de Nazaret de Galilea) o su origen mesiánico (forma parte del nezer o estirpe mesiánica de Jesé-David, como parece indicar Mt 2, 23 y Jn 19, 19). Es la raíz, es la semilla de la nueva humanidad

5. NOMBRES DE PASCUA, VICTORIA DE CRISTO

‒ Resucitado. Éste es el nombre y título puede verse en el en el fondo de toda la tradición sinóptica, desde Mc 16, 6, y de 8, 31; 9, 31; 1, 34; 14, 28.  Es el título de la tradición de San Pablo, la primera conocida y desarrollada por el mensaje de la iglesia. Resucitado no es el que sale de la historia de los hombres, para habitar en un mundo distinto de cielo supracósmico, sino aquel que es semilla de nueva humanidad.

Primogénito de entre los muertos, el Precursor… Primero de los que renacen de la muerte (cf. Ap 1, 5). En esa línea se le llama el “pródromos” o explorador (Hbr 6, 20), el que abre una vía de humanidad, camino de futuro, promesa de vida… en una historia siempre amenazada por la muerte. La tradición posterior insistirá en Juan Bautista como precursor de Jesús. Pero la carta a los Hebreos presenta al mismo Jesús como pro‒dromos (primer correror, precursor) de la nueva humanidad…  En esa línea se sitúa el evangelio de Juan cuando dice que Jesús ofrecerá a los hombres su espíritu (paráclito) para que hagan (hagamos) sus obras y aún mayores (Jn 14, 12)

Señor. Gran parte de los exegetas de la primera mitad del siglo XX pensaban que Jesús sólo había sido venerado como Kyrios o Señor* divino en las comunidades helenistas, influidas por la cultura y religión griega. Para los primeros cristianos palestinos Jesús habría sido simplemente un profeta moralista y un predicador del reino futuro. Eso significaría que el cristianismo como religión sólo pudo nacer en un contexto de cultura griega. Pues bien, en contra de eso, debemos afirmar que el título y culto del Kyrios divino provienen de la comunidad palestina, que invocaba ya a Jesús en arameo como su Marán o Señor, pidiéndole que venga a culminar su obra. Lógicamente, ese mismo título, que pone de relieve la condición divina de Jesús (presente en las comunidades de los cristianos), sirve para definir su experiencia social: los que veneran a Jesús como Kyrios, deben oponerse al culto político imperial del “Kyrios” de Roma. Éste Jesús muerto y resucitado es el Nombre sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús… (Flp 2, 6‒11).

6. TÍTULOS ECLESIALES: COMPAÑERO, NOVIO, AMIGO

‒ Novio y esposo del creyente, el gran amigo. Esta visión ha sido más desarrollada por mujeres, pero también por varones, al menos desde la Edad Media. Tiene raíces bíblicas, pues el Nuevo Testamento presenta a Jesús, al menos implícitamente, como esposo (cf. Mc 2, 19; Mt 25, 1-13; 2 Cor 11, 2; Ef 5, 22-33), siguiendo un mensaje de los profetas del amor de Dios (como Oseas y el Segundo y Tercer Isaías). En esta línea, la fe mesiánica más honda aparece como experiencia de enamoramiento y unión con Jesús, quien viene a presentarse como encarnación personal del amor de Dios. Éste es el Cristo de Teresa y Juan de la Cruz, de los enamorados de (en) Dios de todos los tiempos de la Iglesia. Éste es el Cristo místico, centro y sentido de la vida de millones de creyentes.

‒ Hermano universal, familia de Dios. Según la tradición, Jesús no se ha perpetuado en unos hijos que transmiten su memoria. Ciertamente, el Nuevo Testamento habla de sus hermanos (Santiago, Judas etc.) y afirma que dirigieron la iglesia de Jerusalén. Pero Jesús no ha trasmitido su memoria a través ellos, sino por medio de discípulos (seguidores, hermanos, varones y mujeres), que le han visto tras la muerte, reconociéndole como Señor (=Kyrios) y hermano de todos los que sufren (cf. Mt 25, 31-46). Jesús no ha dejado una familia, no ha fundado un califato, donde el poder va pasando por generaciones, de padres a hijos, como en las dinastías de reyes y sacerdotes del mundo, sino que extiende su familia como fraternidad universal, diciendo «haced discípulos a todos los pueblos» (cf. Mt 28, 16-20) y añadiendo «no llaméis a nadie Padre, pues sólo uno es vuestro Padre, el de los cielos y todos vosotros sois hermanos» (cf. Mt 23, 7-12). Así le presentó Karl Adam en un libro (Cristo, nuestro hermano) que deberá reformularse en nuestro tiempo.

Hermano particular de los hambrientos y excluidos… No es hermano sólo espiritual, en línea genérica…, sino hermanos de los hambrientos, exilados, desnudos, enfermos y encarcelados de la tierra (Mt 25, 31‒47). Ciertamente, se puede cantar: “Porque Cristo nuestro hermano, nos ha redimido, Iglesia alégrate…”. Pero el canto se debe transformar en vida y obra: “Dar de comer a los hermanos más pobres, los hambrientos…”

Novio, amigo, amor… Así aparece en el evangelio y en la tradición del Discípulo Amado… Jesús es en primer lugar aquel “Amado” primigenio, que ha venido para dejarse amar (como afirma la tradición del Shema de Dt 6, 4‒6: Amarás, Dios es aquel que se deja amar). Viene desde el principio bajo la imagen del novio cercano (cf. bodas de Jn 2, 1‒11), aparece luego (¡al mismo tiempo!) como amigo de todos los amigos (Jn 15, 15), y termina apareciendo en Dios como amor de todos los amores (1 Jn 4, 7‒9). La tradición posterior ha interpretado la realidad como “ser”, construyendo una cristología más ontológica que mesiánica. Conforme al evangelio, el ser es amor, y Cristo el amor encarnado.

7. EVANGELIO DE JUAN, UN MANANTIAL DE TÍTULOS

Logos, palabra (Dabar). Es el primero de los títulos de Dios y de Jesús, desde Jn 1, 1. 14 hasta el fin del evangelio.Este título tiene paralelos en la literatura griega, en el hermetismo y en la gnosis; pero su identidad cristiana aparece ya, conforme al evangelio de Juan, en el primer judeocristianismo palestino vinculado con un tipo de judaísmo “heterodoxo” de Qumran y Samaría, donde se habla de un modo especial de la Palabra de Dios. En esta perspectiva se puede y se debe afirmar que Jesús es Logos (Verbo) de Dios, pues de Dios proviene, como ser divino y revelación de su misterio. Común a cristianos, judíos y griegos es la figura y función del Logos de Dios. Específicamente cristiana es la afirmación de que ese Logos de Dios se ha encarnado en la historia y/o vida terrena y pascual de Jesús de Nazaret. Por eso, lo propio del cristianismo no es el Logos en general, sino el logos como Verbo activo (más que como sustantivo), como contenido más hondo de todo que existe, como expresión de todo lo que se hace. En el principio era el Verbo, es decir, la acción creadora, amorosa, encarnada de Dios en Cristo y en todos los que aman.   Leer más…

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” Y del cielo, ¿qué?”, por Carlos Osma

Jueves, 27 de agosto de 2020
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cieloDe su blog Homoprotestantes:

Hace un par de semanas me preguntaron en el programa “El Té caliente” cómo entendía yo la trascendencia. El pastor John Miranda explicó que había recibido críticas sobre los mensajes de salvación centrados exclusivamente en el aquí y el ahora por ser semejantes a los que realiza cualquier ONG. Desde ese día sigo dando vueltas a esa pregunta, y me han surgido algunas más: ¿Al hablar de salvacion hemos de escoger entre trascendencia o inmanencia? ¿Olvidamos la trascendencia para que nuestro discurso sea más aceptable? ¿Nos centramos en el aquí y el ahora por falta de fe? ¿Se puede hablar de cristianismo cuando no hay esperanza de resurrección?

Algunos podrían pensar que las maricas no hablamos sobre trascendencia porque para nosotras la trascendencia es el infierno. Y por eso nos centramos en la inmanencia, en lo carnal, lo momentáneo y efímero, que es nuestro lugar natural. Nosotras no trascendemos, nuestros cuerpos queer habitados por la depravación, se aferran a lo terrenal. Y es desde esta conciencia, y también desde el sentimiento de culpa, que nos lanzamos a decorar el mundo, haciéndolo más habitable. Nuestras Ikea-teologías dan el pego a primera vista, pero tras el felpudo rainbow no se vislumbra el Reino de Dios, sino decorados diseñados por nosotras mismas para que quienes los visiten nos den su aprobación. Entre tratar de construir un mundo funcional y confortable, con toques de Feng shui, o elevarnos hacia una trascendencia en la que no nos espera nada bueno, las maricas inteligentes habríamos decidido quedarnos con la primera opción.

No digo que no debamos preguntarnos si hay algo de verdad en todo esto, pero sinceramente creo que hay pocas “desviadas” afortunadas que puedan poner su infierno en la trascendencia. Seamos sinceras, gran parte de quienes por cualquier razón no cabemos en los cánones de la diosa normalidad ya hemos pasado por él: no aceptación, percepción negativa de una misma, rechazo familiar, insultos, terapias, acoso, amenazas, agresiones, no reconocimiento de nuestros derechos, marginación…. Por esta razón hay personas que opinan que en realidad las maricas con ansias de sobrevivir tenemos tendencia a huir de la realidad, y estamos abiertas a la trascendencia más que cualquier otro colectivo. Queremos un cielo nuevo y una tierra nueva que no tenga nada que ver con la que tenemos ahora, y nos aferramos a la promesa de que “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron” (1). Según este punto de vista, nosotras no andamos por el mundo como el resto de mortales, sino que más bien tratamos de levitar. No somos seres de carne y hueso, sino seres espirituales para los que la lectura de la Biblia, la meditación o la oración, son como chutes de helio que nos elevan hacia el más allá.

Personalmente pienso que la mayoría de las maricas tenemos serios problemas con el blanco y el negro, y que preferimos situarnos en zonas multicolor. Además, tenemos un temor irracional a permanecer quietas, supongo que por puro instinto de supervivencia. Es por esa razón que nuestra relación con lo inmanente y lo trascendente es más compleja que cualquiera de los tópicos reduccionistas anteriores. Hay días que nos ponemos zapatos con tacón de aguja para adherirnos mejor a la tierra, y otros que nos colocamos una corona y unas alas para tratar de llegar hasta el cielo. Hay veces que solo vemos lo que tenemos delante de nuestras narices, y otras que vislumbramos lo invisible. Hay días que dudamos de si somos cristianas, y otros que nos sentamos a tomar el té a las cinco con nuestro Jesús genderqueer. Sin embargo, sin negar que todo lo anterior nos ocurra alguna vez, la mayor parte del tiempo vivimos tratando de compaginar lo inmanente y lo trascendente, el aquí y el ahora con lo que está más allá del espacio y el tiempo que conocemos. Y no es fácil, cada una lo hacemos a nuestra manera, marcadas indudablemente por nuestra biografía, pero también por el entorno y las circunstancias que hoy nos envuelven.

Decía Dietrich Bonhoeffer que “Solo desde las profundidades de la tierra, solo pasando a través de las tormentas de la consciencia humana, se nos abre la visión de la eternidad” Únicamente desde el aquí, podemos vislumbrar el más allá, no hay cielo sin tierra. El Reino de Dios irrumpe cada día en las acciones de liberación que cada una de nosotras realiza en el mundo, y cuando abandonamos lo concreto, cuando decidimos no actuar ante el sufrimiento de otras personas, el nuestro, o el de la creación misma, para ir en busca del más allá, no estamos trascendiendo sino huyendo. Por lo que eso que vemos, aquello en lo que nos refugiamos llamándole esperanza, cielo, más allá, o cualquiera de las bellas palabras que se nos pueden ocurrir; no es la trascendencia y ni siquiera apunta hacia ella. La marica que no se esté rompiendo las uñas para acabar con la LGTBIQfobia que vive cada día, no sigue el llamado de Jesús, no abre espacio al Reino y es incapaz de intuir alguna cosa sobre la eternidad.

Pero aunque nuestras propuestas de justicia para este mundo patriarcal, capitalista, contaminado, eurocéntrico, LGTBIQfóbico, clasista, racista (pueden ir añadiendo aquí todo aquello que debemos transformar), sean maravillosas e ideales, el Reino de Dios no lo vamos a traer nosotras. De la misma forma, aunque nos aferremos a la tierra y a la vida con todas nuestras fuerzas, habrá un día en el que la enfermedad y la muerte nos alcancen. La última palabra no depende de nosotras. Al final, como siempre, perderemos y seremos derrotadas. Desde ese convencimiento miramos más allá de lo que tenemos delante y nos abrimos a la esperanza de aquello que ni podemos imaginar. Esperanza de vida, de reencuentro, de reconciliación, de amor, de perdón, de lágrimas y abrazos. Esperanza de justicia para toda la creación de la que formamos parte. Después del final, aguardamos un nuevo comienzo, porque la injusticia y la muerte no pueden tener la última palabra, sino el Dios de amor y de vida que nos reveló Jesús de Nazaret.

Carlos Osma

Consulta dónde encontrar “Solo un Jesús marica puede salvarnos”

NOTAS:

(1) Ap 21,4.

(2) Bonhoeffer, D.

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Querer el bien.

Domingo, 16 de agosto de 2020
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Es triste tener que lamentar el dolor, pero
no basta con quejarse de él para eliminarlo.

Es el bien lo que debemos querer, cumplir, exaltar.

Es la bondad la que debe ser proclamada en presencia del mundo
para que irradie y penetre todos los elementos de la vida individual y social.

El individuo debe ser bueno, de una bondad que revela una conciencia pura
e inaccesible a la duplicidad, al cálculo, a la dureza del corazón.

Bueno, por una aplicación continua de la purificación interior, de la perfección verdadera;
bueno, por fidelidad a un firme propósito manifestado en todo pensamiento, en toda acción.

La humanidad también debe ser buena. Estas voces que suben del fondo de los siglos,
para enseñarnos todavía hoy con una nota de actualidad,
recuerdan a los hombres el deber que incumbe indistintamente a todos de ser buenos,
justos, rectos, generosos, desinteresados, prontos para comprender
y para excusar, dispuestos al perdón y a la magnanimidad.

*

 Juan XXIII

La documentación católica n°1367

***

 

 

En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:

“Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.”

Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:

“Atiéndela, que viene detrás gritando.”

Él les contestó:

“Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.”

Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió:

“Señor, socórreme.”

Él le contestó:

“No está bien echar a los perros el pan de los hijos.”

Pero ella repuso:

– “Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.”

Jesús le respondió:

“Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.”

En aquel momento quedó curada su hija.

*

Mateo 15,21-28

***

La mujer de la región de Tiro y Sidón ora forzada y empujada por la necesidad. No puede hacer otra cosa, porque su hija está “poseída“, expresión que, entre otras cosas, significa que la comprensión entre ella y su hija hace tiempo que se ha roto, que ha cesado desde mucho tiempo atrás la inteligencia mutua y que ya no es posible volver a reconocer el alma de la otro detrás de las manifestaciones externas de los gestos y las palabras; como bajo la influencia de un poder extraño, la persona de la otra escapa a la percepción. Eso es lo que la Biblia designa con la terrible palabra “demonismo” (Dämonie). Teniendo presente el tormento de semejante enfermedad, la mujer se dirige a Jesús y, bajo la presión e la necesidad, nada podré detenerla. Impulsada por los desvelos y la preocupación por su hija, no se deja apartar como una pesada, como pretenden los discípulos. Abraza cualquier Forma de humillación y se abandona a una forma de súplica que se podría calificar de perruna, si no se viese en ella precisamente la grandeza de su humanidad.

Así de poderosos pueden llegar a ser los lazos del amor en la súplica de unos por otros .

*

E. Drewermann,
El mensaje de las mujeres: La ciencia del amor,
Herder Barcelona 1996, 134- 135.

***

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Salmo III

Sábado, 1 de agosto de 2020
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Del blog Nova Bella:

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Mi carne tiene ansia de ti,

como tierra reseca,

agostada,

sin agua.

*

Salmo 62

***

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Señor… Señor…

Miércoles, 1 de julio de 2020
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Pero la separación provocada por la llamada de Jesús al seguimiento es aún más profunda. Tras la separación del mundo y de la Iglesia, de los cristianos falsos y verdaderos, la separación se sitúa ahora en medio del grupo de los discípulos que confiesan su fe. Pablo afirma: «Nadie puede decir “Jesús es señor” sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Cor 12, 3). Con la propia razón, con las propias fuerzas, con la propia decisión, nadie puede entregar su vida a Jesús ni llamarle su señor. Pero aquí se tiene en cuenta la posibilidad de que alguno llame a Jesús su señor sin el Espíritu Santo, es decir sin haber escuchado la llamada de Jesús.

Esto resulta tanto más incomprensible cuanto que en aquella época no significaba ninguna ventaja terrena llamar a Jesús su señor; al contrario, se trataba de una confesión que implicaba un gran peligro. «No todo el que me dice: “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos…». Decir «Señor, Señor» es la confesión de fe de la comunidad. Pero no todo el que pronuncia esta confesión entrará en el Reino de los Cielos.

La separación se producirá en medio de la Iglesia que confiesa su fe. Esta confesión no confiere ningún derecho sobre Jesús. Nadie podrá apelar nunca a su confesión. El hecho de que seamos miembros de la Iglesia de la confesión verdadera no constituye un derecho ante Dios. No nos salvaremos por esta confesión.

Jesús revela aquí a sus discípulos la posibilidad de una fe demoníaca, que le invoca a él, que realiza hechos milagrosos, idénticos a las obras de los verdaderos discípulos de Jesús, hasta el punto de no poder distinguirlos, actos de amor, milagros, quizás incluso la propia santificación, una fe que, sin embargo, niega a Jesús y se niega a seguirle. Es lo mismo que dice Pablo en el c. 13 de la primera carta a los corintios sobre la posibilidad de predicar, de profetizar, de conocerlo todo, de tener incluso una fe capaz de trasladar las montañas… pero sin amor, es decir, sin Cristo, sin el Espíritu Santo.

*

Dietrich Bonhoeffer,
El precio de la gracia. El seguimiento,
Sígueme, Salamanca 51999, pp. 127-129.

***

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Gabriel Mª Otalora: El drama de nuestra fe.

Jueves, 25 de junio de 2020
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manos-dios-y-adc3a1nDe su blog Punto de Encuentro:

Para Ermes Ronchi, este drama es que el Dios de la religión (cristiana) se ha desligado del Dios de la vida. O dicho de otra manera, la imagen extendida de Jesús es la de la frecuentación del templo, y no la de frecuentar los caminos de la vida; si Dios sigue seduciendo es porque habla entre nosotros el lenguaje de la alegría. Al fin y al cabo, su mensaje fue el de una Buena Noticia.

Es preciso repetirnos esta pregunta: ¿En qué Dios creemos? ¿A qué Dios seguimos? Las normas de la institución eclesial se han ido imponiendo a la verdadera norma evangélica consistente en una relación madura con Dios y con el prójimo a través del amor. Y este deslizamiento de lo esencial, se ha hecho fuerte con el tiempo en los ritos hasta convertirse el envoltorio en la norma fundamental a seguir, tantas veces presentada en tono amenazante.

El drama de nuestra fe es que no reflexionamos lo suficiente sobre el paralelismo evidente entre lo le ocurrió a Jesús y lo que ocurre ahora mismo con sus seguidores. Le mataron los defensores de la legalidad que prevalecía a toda costa por encima del mensaje que atesora. Aquello fue muy parecido a lo que podemos constatar en todo tiempo sobre la tentación de deslindar la religión formalista, cuyo fin está en sí misma, de la vida en la que Dios se manifiesta; es en lo cotidiano donde Dios salva.

La sanación es una constante del evangelio. Dios es amor y no cambia ni desfallece en su relación amorosa con cada persona, digna de amor por serlo. Y a partir de aquí es posible aprender a vivir desde la experiencia de que Dios salva y sana. Y solo es posible vivirlo así cuando nos abrirnos a su amor. Esta es la puerta para acertar, con su gracia, en la actitud con nosotros y con los que nos rodean.

“Creer qué” o “creer en”, esa es la cuestión. Nuestra fe no es un saco de normas sino una experiencia de amor que nos lleva a la plenitud. A Jesús lo matamos cada vez que anteponemos las seguridades del cumplimiento ritualista al difícil camino -pero liberador- de la práctica de la compasión y la misericordia.

Jesús no rehuyó el cumplimiento de las normas establecidas excepto cuando se utilizaron como coartada para tergiversar la verdadera voluntad de Dios. Jesús fue asesinado porque comenzó a tener éxito en su cuestionamiento de una religión que predicaba lo que no se cumplía hasta el punto de que los fieles vivían convencidos de que el verdadero Dios era alguien temible, justiciero e inmisericorde, más cercano a condenar que a salvar. En realidad, esta sigue siendo una imagen muy alimentada de Dios a semejanza de quienes la defienden y utilizan sus normas como fin en sí mismas, fuente inagotable de poder y seguridad.

Sorprendentemente, los excluidos de su tiempo le escucharon y le siguieron mientras que los entendidos en las leyes de Dios, los pastores que guiaban al pueblo elegido, se convirtieron en sus acérrimos enemigos. Y este sigue siendo el drama de nuestra fe.

Las tensiones de poder en el Vaticano y en todo lo que rodea la cúpula que dirige la Iglesia, está marcada por los mismos pecados que mostraron las autoridades que convivieron con Jesús, al que convirtieron en un excluido porque su actitud de amor con todos les obligaba a ver las escrituras desde otro ángulo y a cambiar el centro de su religión: vieron como peligraba su posición de poder social y personal y prefirieron defenderla con calumnias involucrando a Pilatos para que le matara como a los peores delincuentes. Lo mismo que está pasando ahora con los mártires de los derechos humanos, pasto de la indiferencia o vistos como peligrosos desestabilizadores sociales, tal y como le ocurrió a Jesús.

Las víctimas, los pobres y los menos favorecidos en tantas cosas son lugares teológicos para un cristiano. Puede ser una opción política, pero también es por derecho propio verdadera religión cristiana cuando se actúa por amor: iluminar más que brillar, que el brillo acontece por añadidura.

Hoy como nunca, las religiones están cuestionadas, incluso la católica, porque muchos buscan a Dios y no encuentran en ellas lo que su corazón anhela. Y demasiadas veces la causa en la inconsecuencia que escandaliza hasta poner en cuestión la verdadera Buena Noticia. Mientras no haya una conversión radical intramuros, Francisco y los que sienten el Evangelio como él, seguirán siendo vistos como un peligro para la religión en lugar de cómo unos profetas que iluminan lo que Dios quiere. Entre tanto, los templos vacíos son el signo palmario de tanta inconsecuencia.

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“Caminos de reconciliación”, de Pablo Romero Buccicardi

Sábado, 20 de junio de 2020
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ca563f49c027a84e7ab9d78a0ec0fa00Un libro de testimonios valiente y necesario

Este libro quiere colaborar con la reconciliación de las personas, de la Iglesia y de parte de la sociedad.

Una reconciliación que sobre todo es con ellas mismas, partiendo de un tema tan esencial para la vida como es la sexualidad, pero que va de la mano de una renovada relación con Dios y con los demás.

Se trata de diez historias personales cuya lectura puede conmover al lector y, también, permitir reconocerse en ellas, al menos en una parte de sí mismos.

Puede aparecer el miedo al rechazo, el temor a mirar ciertos aspectos de la sexualidad, la resistencia a reconocer y aceptar los impulsos y deseos de la afectividad.

Una crónica del mal sufrido, pero, sobre todo, historias de fe y amor LGTBI.

Autor : Pablo Romero Buccicardi

ISBN: 9788428835770
Fecha publicación: 08/06/2020
Encuadernación: Rústica
Núm. páginas: 328
Código interno: 203535

Índice:

Prólogo, María Luisa Berzosa González

Presentación, Pablo Romero Buccicardi

Primera sección. Historias de fe y amor LGTBI

1. «Dios es la riqueza que tengo, mi fuerza viene de él». Rodrigo, camerunés, gay, golpeado, desplazado y refugiado

Ser homosexual en Camerún

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¿Cómo celebrar la resurrección en estos tiempos que vivimos?

Miércoles, 15 de abril de 2020
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La vigilia pascual nos invita a renovar nuestra confesión de fe:El Señor ha resucitado, “ÉL vive”, “Él se queda para siempre con nosotros”, “Su espíritu impulsa nuestra vida y renueva la faz de la tierra”. Pero ¿qué resonancia tienen esas confesiones de fe cuando estamos confinados en casa y las noticias de cada día solo son números de más contagiados, de más muertos, de más pobres por las consecuencias que de todo esto se están derivando? ¿Para qué nos sirve creer si a todos está situación nos está afectando por igual sin importar el credo? ¿No está Dios escuchando nuestros ruegos que se han multiplicado porque casi todos los clérigos están transmitiendo las liturgias o sus devociones por las redes y muchos cristianos asisten a estas o hacen sus propios rezos y demandas? Con todo esto ¿se puede hablar del Cristo que venció a la muerte? ¿del Resucitado que nos trae vida en abundancia?

Contra todos los pronósticos esta circunstancia nos permite afirmar con más fuerza: ¡Sí! ¡el Señor ha resucitado y por eso estamos alegres! En efecto, la resurrección no significa que la cosas vayan bien, que los problemas se arreglen, que no haya sufrimiento, ni muerte. La resurrección significa que el espíritu del Señor nos fortalece y vive en nosotros para afrontar la vida como ella es, como la hemos construido, como la bondad humana la defiende, como la irresponsabilidad humana la destruye.

El Resucitado en todas sus apariciones envía a sus discípulos a anunciar la Buena Noticia de que su espíritu se queda con nosotros para siempre y por eso la vida humana se vuelve vida en el espíritu, vida con afecto, vida con fuerza, vida con paz, vida con alegría, vida con fortaleza, vida con mansedumbre, vida con sabiduría, vida con Dios. Es decir, la confesión de fe no es una afirmación sino una acción. Creer en Jesús Resucitado es ponernos en camino para vivir la misión que Él nos confía.

Pero me preocupa que los cristianos estemos como los discípulos de Emaús que, aunque habían escuchado decir que algunas mujeres  habían ido al sepulcro y no lo habían encontrado y unos ángeles les habían dicho que Él estaba vivo y que otros discípulos habían ido y habían encontrado todo como lo habían dicho las mujeres pero a Él no lo habían visto (Lc 24, 22-24), aún así, ellos volvían a Emaús desanimados y abandonando el camino que habían recorrido con Jesús.

Nos puede estar pasando como a estos discípulos. Esta circunstancia actual puede no dejarnos ver los frutos de la resurrección. Los discípulos de Emaús reconocen a Jesús cuando parte el pan con ellos. Pero ¡atención! Ese partir del pan no es el rito litúrgico con el que ahora lo celebramos, es la vida compartida de Jesús de darse y entregarse a todos y, especialmente, a los más necesitados. Pues bien, la pandemia actual nos hace ir a lo esencial y ojalá lo sepamos hacer.

Los frutos de la resurrección en este tiempo podrían ir por ese gozo que surge de dentro porque nos hemos dado cuenta que lo importante no son los templos, sino la presencia de Dios en nuestra historia; lo importante no son los ritos, sino la capacidad de vivir lo que cada día nos depara con toda la atención y cuidado que amerita; lo importante no es invocar al Señor de los cielos sino ver al Cristo sufriente en todos los afectados por esta pandemia, no sólo por la situación de salud sino por las consecuencias económicas, familiares, laborales, culturales que nos está trayendo.

Cristo habrá resucitado en nosotros si nos sacudimos esa tristeza que cargaban los discípulos de Emaús y lo reconocemos en este pan partido del sufrimiento actual de nuestro mundo que nos hace volver a Jerusalén para lanzarnos a la apasionante tarea de la evangelización, no desde la abstracción de unas normas que deben cumplir los que nos escuchan, sino desde la realidad que nos invita a ser profetas de esperanza, de solidaridad, de misericordia, de conciencia lúcida para afrontar lo que vivimos, señalar las causas de lo que nos está pasando y hacer todo lo que está en nuestra manos para superarlo.

Se dice mucho, ¡y con razón! que ojalá esta circunstancia nos haga tomar conciencia del cuidado urgente que necesita la creación ya que, gracias a la cuarentena, la contaminación ha disminuido, los paisajes están más claros y se ven volcanes y montes que era imposible divisar a la distancia, los animales se han acercado a las ciudades porque ahora no son territorios hostiles, en otras palabras, parece que el mundo ha respirado un poco mejor y esto será beneficioso.

Pero ¿esta circunstancia nos ayudará a crecer en nuestra fe o, tan pronto podamos, volveremos a la práctica del rito y a la religión sin rostros sufrientes? Seria maravilloso y signo de resurrección que todo lo que hemos reflexionado, palpado, discernido, propuesto sobre el ser iglesia, sobre las celebraciones litúrgicas, sobre el papel del laicado, sobre otros medios de evangelización, sobre el Cristo sufriente y vivo en cada hermano/a, no se quedará en ideas sino lo pusiéramos en práctica. La pandemia no puede dejarnos igual en muchos sentidos, pero tampoco en nuestra manera de vivir y expresar la fe. Que el Señor Resucitado en verdad nos purifique de todo lo accesorio y nos lance al apostolado de la vida, del compromiso, de la transformación de nuestro mundo en un lugar habitable y justo para todos y todas.

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“Jesucristo Verdaderamente Vive”

Domingo, 12 de abril de 2020
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Cristo, resucitado y glorioso
es la fuente profunda de nuestra esperanza.
Su resurrección no es algo del pasado;
Entraña una fuerza de vida
que ha penetrado el mundo.

Donde parece que todo ha muerto,
por todas partes vuelven a aparecer
Brotes de la resurrección.
Es una fuerza imparable.

Verdad que muchas veces
parece que Dios no existiera:
Vemos injusticias, maldades, indiferencias
y crueldades que no ceden.

Pero también es cierto
que en medio de la oscuridad
siempre comienza a brotar algo nuevo,
que tarde o temprano produce un fruto.

En un campo arrasado
Vuelve a aparecer la vida,
tozuda e invencible.
Habrá muchas cosas negras,
Pero el bien siempre tiende
A volver a brotar y difundirse.

Cada día en el mundo renace la belleza,
Que resucita transformada
A través de los tormentos de la historia…
esta es la fuerza de la resurrección
y cada evangelizador
es un instrumento de este dinamismo.

*

Papa Francisco

 Exhortación Apostólica  “La alegría del Evangelio” n.276.

Fuente: Red Mundial de Comunidades Eclesiales

***

¡Cristo verdaderamente ha resucitado!

¡Feliz Pascua!

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***

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien quería Jesús, y le dijo:

– “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.”

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no había entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

*

Juan 20, 1-9

***

En el fluir confuso de los acontecimientos hemos descubierto un centro, hemos descubierto un punto de apoyo: ¡Cristo ha resucitado!

Existe una sola verdad: ¡Cristo ha resucitado! Existe una sola verdad dirigida a todos: ¡Cristo ha resucitado!

Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, entonces todo el mundo se habría vuelto completamente absurdo y Pilato hubiera tenido razón cuando preguntó con desdén: «¿Qué es la verdad?». Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, todas las cosas más preciosas se habrían vuelto indefectiblemente cenizas, la belleza se habría marchitado de manera irrevocable. Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, el puente entre la tierra y el cielo se habría hundido para siempre. Y nosotros habríamos perdido la una y el otro, porque no habríamos conocido el cielo, ni habríamos podido defendernos de la aniquilación de la tierra. Pero ha resucitado aquel ante el que somos eternamente culpables, y Pilato y Caifas se han visto cubiertos de infamia.

Un estremecimiento de júbilo desconcierta a la criatura, que exulta de pura alegría porque Cristo ha resucitado y llama junto a él a su Esposa: «¡Levántate, amiga mía, hermosa mía, y ven!».

Llega a su cumplimiento el gran misterio de la salvación. Crece la semilla de la vida y renueva de manera misteriosa el corazón de la criatura. La Esposa y el Espíritu dicen al Cordero: «¡Ven!». La Esposa, gloriosa y esplendente de su belleza primordial, encontrará al Cordero.

*

Pavel Florenskij,
Il cuore cherubico,
Cásale Monferrato 1999, pp. 172-174, passim

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