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Del blog de Miguel Ángel Mesa Otro mundo es posible:
11.10.2023
«La fe si no tiene obras, está muerta en sí misma» (Santiago 2,17)
Se dice que la fe es creer en algo que no vemos. Pero para que la fe se convierta en algo real, que ilumine y de sentido a cada uno de nuestros días, tiene que ser palpable en el encuentro con el Otro, con los otros y mostrar que está viva mediante la verificación de las obras, del compromiso cotidiano con la realidad que nos rodea.
El compromiso se convierte así en la máxima expresión de la fe. Una fe que puede adquirir contornos religiosos, cristianos en mi caso, o una fe puramente humana con perfiles sociales, filosóficos, humanistas, ideológicos… La fe o se demuestra o es como una cáscara vacía, sin contenido alguno, sin vivencia. El compromiso es pues el «control de calidad» de la fe.
El compromiso es la respuesta a una llamada, concreta a veces, silenciosa otras, imperiosa las más. Porque no se puede quedar uno impasible ante el llanto de una niña con hambre, la humillación de una mujer violada, la soledad de un anciano abandonado, la mirada perdida de un inmigrante recién llegado a nuestras costas en una patera… Por no hablar del cambio climático, la desertización, la desaparición diaria de especies animales y vegetales, la contaminación de las aguas y el aire…
Existen mil causas, millones de motivos para que la fe que nos mueve cada día a levantarnos, a seguir caminando, a seguir sintiendo los gozos, las esperanzas, la tristeza y el dolor de tantos hermanos y hermanas, de nuestra misma familia antropológica, junto a toda la naturaleza de la Tierra y el universo que nos rodea, del que formamos parte.
El compromiso adquiere múltiples actitudes, gestos, rostros. No solo es compartir económicamente con quien carece de todo. También se puede acompañar a quien no encuentra otro consuelo, y ese encuentro se convierte en comunicación, compañía, un espíritu renovado.
Quienes denuncian y luchan contra el acaparamiento, la corrupción, el sálvese quien pueda, pues el egoísmo es el peor enemigo al que se puede enfrentar el ser humano. Para ello hay que cruzar con decisión la calle de la indiferencia para alcanzar la verdadera talla de hombre o mujer en comunión con los demás.
Quienes recorren senderos inexplorados, son audaces para atajar nuevas lacras, explotaciones, marginaciones y exclusiones de cualquier tipo, ofreciendo lo que son y su tiempo de forma generosa, sintiéndose profundamente felices, aunque ese compromiso les produzca sinsabores, recelos, difamación o persecución, porque como decían Pedro y Juan a los miembros del Sanedrín: «Debemos obedecer a Dios y acudir a su llamada en los más débiles y desheredados, antes que cumplir vuestras leyes injustas que desprecian, humillan y discriminan».
Solo así la fe adquiere valor, fuerza, sentido y se convierte en el motor de cualquier actividad humana que emprendemos. El compromiso que resulte de esa virtud que todos los hombres y mujeres llevamos dentro, resultará el fruto maduro de un corazón de carne, que se deja enternecer, sacudir, conmover, hasta descentrarse para acudir al encuentro del Otro que le espera, para encontrarse en profundidad, para dar y recibir con gozo, para sentirse personas en plenitud en el contacto y la comunicación íntima, experiencial, vital.
«Felices para quienes el compromiso que adquieren es una fiesta, la esencia y la piedra angular de su felicidad».
(Espiritualidad para tiempos de crisis, coed. Desclée-RD)
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La publicación de hoy es del editor en jefe de Bondings 2.0, Robert Shine.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el 26º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
“¿No son injustos vuestros caminos?”
Mañana me dirijo a Roma. Frank DeBernardo, editor de Bondings 2.0, y yo estaremos allí cubriendo la asamblea del Sínodo este mes. Hay un tremendo revuelo sobre lo que muchos consideran el más importante de la Iglesia Católica desde el Vaticano II en los años 1960.
El camino hacia esta asamblea en los últimos dos años ya es significativo: millones de personas se han reunido en miles de sesiones de escucha, lo que ha provocado un vaivén de documentos en todos los niveles de la iglesia. Los alrededor de 400 participantes en la asamblea de este mes traen consigo las historias y preocupaciones de muchos otros. Cuestiono a cualquiera que diga saber ahora qué resultará de esta asamblea dentro de un mes.
La primera lectura de hoy de Ezequiel plantea sucintamente un tema claro que ya surgió en este proceso: “¿No son injustos vuestros caminos?” En la lectura, Dios hace esta pregunta a la gente que se queja. Hoy en día, todavía clamamos por lo injusto que creemos que es Dios a veces. Sin embargo, Dios rápidamente señala que el camino de Dios es siempre la misericordia. Son nuestras costumbres las que son injustas y dañinas.
Aunque no está formulada con estas palabras, la pregunta en Ezequiel ha sido una corriente subyacente en los comentarios de personas condenadas al ostracismo por la iglesia institucional. Las personas LGBTQ+ y nuestros aliados, las personas de color, los divorciados vueltos a casar, las mujeres, las personas discapacitadas y los pobres, de diversas maneras, han desafiado a los líderes de la iglesia. Les preguntamos una y otra vez: “¿No son injustos vuestros caminos?” cuando a tantos se les excluye de los sacramentos, se les niega su dignidad vocacional, se los obliga a permanecer encerrados y se los denigra teológicamente.
¿Se harán cambios importantes en esta asamblea sinodal? Supongo que importa lo que entendemos por “cambios importantes” y “cambios“. ¿Creo que las parejas queer serán bienvenidas al matrimonio sacramental o a las mujeres ordenadas? Aún no. ¿Creo que esta asamblea y el proceso previo a ella podrían alterar fundamentalmente la forma en que somos una comunidad católica en el tercer milenio? Tengo esperanza. Y estoy convencido de que si cambiamos lo suficiente las prácticas de toma de decisiones de la iglesia, con el tiempo se producirán otros cambios.
La Iglesia Católica Romana está en problemas. El pueblo de Dios sabe que nuestras patologías eclesiales son profundas. Los métodos de la iglesia institucional son, de hecho, a menudo injustos. También lo son nuestras costumbres en nuestra vida personal, si somos honestos. Dios, sin embargo, no sólo plantea una pregunta reveladora en Ezequiel, sino que también ofrece una invitación: “¡Vuélvete y vive!”
El Sínodo sobre la sinodalidad es una oportunidad para la conversión, como iglesia y como personas. No es necesario estar en las sesiones en Roma para participar. Sí, oren por el Sínodo y el futuro por venir. Pero no esperes alguna eventualidad. Más bien, vivamos la sinodalidad ahora en nuestras parroquias, escuelas y organizaciones benéficas. Consulten unos con otros con frecuencia, escuchen intencionalmente y tomen decisiones colectivamente.
Aunque la asamblea de este mes es en el Vaticano, el centro de poder de la iglesia, Dios habla con mayor frecuencia desde los márgenes, a través de los marginados. Las personas LGBTQ+ y sus aliados deben seguir preguntando a los líderes de la iglesia: “¿No son injustos sus caminos?” Y debemos escuchar cuando los demás nos piden lo mismo. Este caminar juntos nos permitirá a nosotros, el pueblo de Dios, regresar y vivir, vivir en una iglesia renovada donde todos sean bienvenidos, celebrados y afirmados.
Bondings 2.0 proporcionará actualizaciones periódicas sobre los desarrollos relacionados con LGBTQ en la asamblea del Sínodo, así como comentarios de teólogos aquí mismo en el blog. Si aún no estás suscrito a este blog, puedes hacerlo haciendo clic aquí.
New Ways Ministry también organizará programas virtuales para ayudar a comprender lo que está sucediendo, incluido “Live from Rome! A Mid-Synod Conversation” (“¡En vivo desde Roma! Una conversación a mitad del Sínodo”) el miércoles 18 de octubre de 2023, de 7:00 a 8:00 p. m., hora del este de EE. UU.
Puede encontrar información sobre los programas de este otoño y todos los recursos del Sínodo sobre Sinodalidad del New Ways Ministry haciendo clic aquí.
—Robert Shine (él/él), New Ways Ministry, 1 de octubre de 2023
Comentarios desactivados en “Os llevan la delantera”. 01 de octubre de 2023. 26 Tiempo ordinario (A). Mateo 21, 28-32
La parábola es tan simple que parece poco digna de un gran profeta como Jesús. Sin embargo, no está dirigida al grupo de niños que corretea a su alrededor, sino a «los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo», que lo acosan cuando se acerca al templo.
Según el relato, un padre pide a dos de sus hijos que vayan a trabajar a su viña. El primero le responde bruscamente: «No quiero», pero no se olvida de la llamada del padre y termina trabajando en la viña. El segundo reacciona con una disponibilidad admirable: «Por supuesto que voy, señor», pero todo se queda en palabras. Nadie lo verá trabajando en la viña.
El mensaje de la parábola es claro. También los dirigentes religiosos que escuchan a Jesús están de acuerdo. Ante Dios, lo importante no es «hablar», sino «hacer». Para cumplir la voluntad del Padre del cielo, lo decisivo no son las palabras, promesas y rezos, sino los hechos y la vida cotidiana.
Lo sorprendente es la aplicación de Jesús. Sus palabras no pueden ser más duras. Solo las recoge el evangelista Mateo, pero no hay duda de que provienen de Jesús. Solo él tenía esa libertad frente a los dirigentes religiosos: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios».
Jesús está hablando desde su propia experiencia. Los dirigentes religiosos han dicho «sí» a Dios. Son los primeros en hablar de él, de su ley y de su templo. Pero, cuando Jesús los llama a «buscar el reino de Dios y su justicia», se cierran a su mensaje y no entran por ese camino. Dicen «no» a Dios con su resistencia a Jesús.
Los recaudadores y prostitutas han dicho «no» a Dios. Viven fuera de la ley, están excluidos del templo. Sin embargo, cuando Jesús les ofrece la amistad de Dios, escuchan su llamada y dan pasos hacia la conversión. Para Jesús no hay duda: el publicano Zaqueo, la prostituta que ha regado con lágrimas sus pies y tantos otros… van por delante en «el camino del reino de Dios».
En este camino van por delante no quienes hacen solemnes profesiones de fe, sino los que se abren a Jesús dando pasos concretos de conversión al proyecto del Padre.
Ezequiel 18,25-28: Cuando el malvado se convierte de su maldad, salva su vida. Salmo responsorial: 24: Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna. Filipenses 2,1-11: Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Mateo 21,28-32: Recapacitó y fue.
La conversión de aquellos que el sistema religioso considera pecadores debería ser una señal profética con el poder de arrastrar a todos hacia el camino del bien. Sin embargo, esto no es lo que ocurre. Cada sistema religioso organiza sus valores en escalas jerárquicas en las que cuenta más la posición que la propia conciencia. El profeta Ezequiel y el evangelio se refieren a esta terrible realidad: los que se consideran a sí mismos salvados son incapaces de cambiar su manera de pensar para abrirse a la acción de Dios. Los más ilustres representantes de la religión (sacerdotes judíos, fariseos, escribas, etc.) incurren en el pecado de la falsa conciencia religiosa, es decir en la pretensión injustificada de considerarse salvados por sus propios méritos y no por la gracia de Dios. Pablo nos presenta una aguda reflexión sobre este problema y nos llama la atención sobre aquellos elementos de discernimiento que nos permiten evaluar nuestras prácticas cotidianas a la diáfana luz del amor misericordioso y del servicio solidario.
El profeta Ezequiel llama la atención a su pueblo, envuelto en intrigas, enajenado por las permanentes conspiraciones contra el imperio babilonio. La situación era extremadamente precaria luego de la primera deportación en el año 597 a.e.c. Los líderes del pueblo habían sido obligados a marchar a tierras extranjeras y vivían en condiciones extremadamente precarias. La situación en Jerusalén era extremadamente volátil. La falta de discernimiento, la manipulación de los sentimientos patrióticos y el oportunismo de los nuevos lideres los dejaban a la merced de una nueva y devastadora intervención de Babilonia como efectivamente ocurrió en el año 587 a.e.c. En medio de tanta tensión, caos y confusión el profeta hace un llamado a la cordura y al buen juicio. La falsa consciencia religiosa estaba inflando los planes de las autoridades del Templo y de los altos funcionarios de la corte. Se consideraban a sí mismos propietarios de la salvación y personas más allá del ‘bien y del mal’. Ezequiel los llama a la humildad y la honestidad, al servicio al pueblo y a la justicia, pues, en nombre del bien de la patria no cesaban de cometer crímenes e injusticias que contradecían el fundamento jurídico y ético de la alianza de Yahvé con su pueblo. Considerarse a si mismo justo, mientras se comenten las peores atrocidades no es sino un engaño inútil. El bien consiste en el respeto del derecho y en la práctica de la justicia.
La parábola que hoy nos propone Jesús, denuncia igualmente la falsa conciencia religiosa. La viña es la realidad del mundo, en la que el trabajo siempre es arduo y urgente. A esa viña el Padre envía a sus dos hijos. La respuesta de los dos es ambigua. Sin embargo, sólo el compromiso del que inicialmente se había negado al trabajo nos permite descubrir quién actúo coherentemente. De este modo Jesús denuncia a aquellos dirigentes y a todo el pueblo que públicamente se compromete a servir al Señor, pero que es incapaz de obrar de acuerdo con sus palabras. Actitud que contrasta con aquellos que aunque parecen negarse al servicio, terminan dando lo mejor de sí en la transformación de la viña.
Esta parábola plantea un dilema que pone al descubierto la praxis de sus oyentes y que, leída a la luz de los acontecimientos de la época de Jesús nos muestra cómo los que eran considerados pecadores por el aparato religioso eran, en realidad, los únicos atentos a la voz del profeta. La conversión no es un asunto de solemnes proclamas o de prolongados ejercicios piadosos, sino un llamado impostergable a la justicia y al discernimiento. Las palabras de Jesús herían la sensibilidad religiosa de sus contemporáneos que se consideraban auténticos seguidores de Yavé e inigualables hombres de fe, porque colocaba delante de ellos el testimonio de aquellas personas que eran consideradas una lacra social: las prostitutas y los publicanos.
Prostitutas y publicanos no sólo eran profesiones terriblemente despreciadas, sino que quienes las ejercían eran considerados personas asquerosas e inadmisibles entre la gente de bien. Jesús ridiculiza todas esas valoraciones lanzadas desde los pedestales del sistema religioso y muestra, con los hechos, que ni siquiera la presencia de un profeta tan grande como Juan Bautista es capaz de transformar las conciencias anquilosadas y estériles de aquellos que se consideran salvados únicamente por el alto cargo que ejercen en el aparato religioso.
Pablo nos muestra la misma realidad, desde el interior de la comunidad cristiana. Los creyentes, por sus mismas buenas intenciones, están más expuestos a crearse una falsa conciencia religiosa que los lleve a considerarse superiores a los demás o definitivamente salvados. El único criterio para determinar la autenticidad de las prácticas cristianas es lo que el llama ‘entrañas de misericordia’, o sea, el amor incondicional por aquellas personas excluidas y víctimas de la opresión y la miseria. Para Pablo, los cristianos no se pueden examinar únicamente a la luz de criterios piadosos, sino a la luz de la práctica de Jesús que actuó siempre en el mundo con entrañas de misericordia.
Más allá de una interpretación limitada al contexto judío del momento de Jesús, esta palabra suya puede y debe elevarse a categoría universal y a principio teórico: el de la primacía del hacer sobre el decir, de la praxis sobre la teoría. Un hermano dijo que sí, muy dispuesto, pero sus hechos desmintieron sus palabras: su palabra verdadera, su palabra práctica, fue un no. El otro hermano pareció estar desde el princpio fuera del camino de la salvación, por sus palabras negativas e inaceptables; pero a pesar de sus palabras, él de hecho fue a la viña, «hizo» la voluntad del Padre. Decir/hacer, teoría/praxis: el Evangelio está claramente decantado a un lado, sin vacilaciones, en estas disyuntivas. Leer más…
Comentarios desactivados en 1.10.23. Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y senadores del pueblo: Los publicanos y prostitutas os preceden en el Reino de Dios (Mt 21, 23.28-32. Dom TO, 32)
Del blog de Xabier Pikaza;
Éste es un texto central del evangelio de Mateo y de todo el Nuevo Testamento y sólo se entiende vinculando Mt 21, 23:
Jesús no habla a todo el pueblo a sus autoridades religiosas (sacerdotes) y sociales (senadores, ancianos).
Jesús no establece aquí una “norma privada de piedad”, sino que fundamenta el nuevo derecho y organización de su iglesia.
El camino que lleva al Reino de Dios no lo trazan sacerdotes autoridades civiles, sino publicanos y prostitutas (es decir, los marginados, excluidos y humillados del pueblo).
| X. Pikaza
TEXTO
Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y senadoras del pueblo… Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.” Él le contestó: “No quiero.” Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor.” Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?” Contestaron: “El primero.” Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis. (Mt 21, 23. 28-32)
REFLEXIÓN GENERAL
Declaración suprema de Jesús desde el templo (21, 23), esto es, desde el lugar donde se juntas las autoridades. Es como si Jesús viniera y proclamara su palabra suprema en el Vaticano (en un sínodo, consistorio o concilio general) y en un tipo de ONU ampliada antes los gobernantes dirigentes económicos del mundo.
Jesús habla ante una “cámara” (parlamento o senado) que está formado por dos poderes: El poder sacral (sacerdotes, cámara eclesiástica: obispos) y el poder social (representado por los senadores (seniores/señores, representanes de familias ricas, esto es la gerusía). Estos “senadores” (presbyteroi) son nobles/gobernantes. ministros del Estado) y son ricos. Pues el poder social/político y económico se identifican.
Estos son en principio los miembros del Sanedrín, que es el “consejo de Estado” (con poder legislativo, ejecutivo económico) del pueblo. En tiempo de Jesús solía incluirse en esta “cámara de Estado”, con los sacerdotes, nobles y ricos a los “escribas”, doctores de la ley, y así aparece en varios lugares del NT. Pero este Jesús de Mateo, que es un “escriba) no quiere condenar a los escribas, pues piensa que hay muchos que son buenos…
4. Conclusión. Este no es un discurso para el pueblo llano, ni para los publicanos y prostitutas, sino para los gobernantes del pueblo, como si Jesús viniera a España y juntara a los obispos de la CEE, a los miembros del parlamento…. y a unos cien representantes del poder económicos (multimillonarios, dirigentes de empresas etc.
SENTIDO BÁSICO
Jesús junta en el templo a los poderes “reales” del pueblo (sacerdotes y gobernantes) para decirles que no van por el buen camino, que no dirigen ni encabezan al pueblo por el camino del reino de Dios, sino todo lo contrario… Que el camino del Reino de Dios pasa por los publicanos y las prostitutas… Ellos, los despreciados, los excluidos, son los que pueden dirigir a todos al reino de Dios, a la nueva humanidad,
Los representantes de Dios en el mundo no son obispos/sacerdotes y gobernantes/ricos como tales, sino los publicanos y prostitutas, es decir, los rechazados sociales.
Ciertamente, puede haber publicanos y prostitutas que son “pecadores” (poco honestos.), pero en sentido radical ellos no son pecadores sino víctimas.
Tal como Jesús formula esta palabra y la sitúa en el centro de su evangelio, el gran pecado no es de los publicanos y prostitutas, sino de la alta/buena/poderosa sociedad religiosa y civil que les utiliza, les expulsa y les condena. Publicanos y prostitutas son víctimas de una sociedad que les utiliza como chivo expiatorio, les explora social y sexualmente, para luego condenarles.
El pecado de fondo de unos y otras es el mismo, como he dicho: Tener que venderse o, mejor dicho, estar vendidos de antemano, ser objeto de venta de la “buena” sociedad de los que se llaman a sí mismos “hijos de Dios” (como dice Gen 6).En sentido general, en aquel contexto “patriarcal” a la mujer se la vende (y para vivir ella tiene que dejarse vender). De manera convergente, a un tipo de varones se les vende (y ellos tienen que venderse) para sobrevivir. Por eso, más que pecado de publicanos y prostitutas éste es el pecado de los poderes religiosos, políticos y económicos que fundan su poder sacerdotal, político y económico sobre la explotación de otros.
Jesús no comienza su camino de reino con los que se presentan como buenos (y condenan a otros a la prostitución del cuerpo o del dinero), sino con los publicanos y prostitutas, de los que no se dice que “os precederán al final”, sino que os están precediendo ya, ahora…
Jesús no dice “os precederán” (en el cielo futuro), sino que os están precediendo (en este mundo), ellos están abriendo con Jesús el camino del Reino. Ellos son los “guías” (pro‒agousin).
. Según la carta a los Hebreos, el “prodomos” (explorador y pionero) del reino de Dios es Jesús. Pues bien, según este pasaje, los pioneros o guías del reino son los publicanos y las prostitutas, no son los sacerdotes y gobernantesjudíos, ni los doce de Jesús, como Pedro (los Doce y Pedro vienen después).
Según esta palabra, los “sumos sacerdotes y ancianos/senadores(Mt 21, 23) son los que crean un mundo de prostitución y venta económica, creyéndose buenos y pensando que tienen la razón, no pueden “convertirse”, no pueden cambiar, en cambio los publicanos y prostitutas pueden cambiar, pueden iniciar un camino de reino. “hijos de Dios” que se apoderan de las mujeres, las violan, las prostituyen, poniendo así en riesgo la vida de la tierra (el signo del diluvio).
AMPLIACION, LOS DOS HIJOS, JUAN BAUTISTA
Uno dice “voy” y no va; otro dice “no voy”, pero va.
El evangelio de Mateo ha vinculado la gran palabra anterior (publicanos y prostitutas os preceden en el Reino) con la parábola, que, de alguna forma, mantiene el mismo argumento:
El primer hijo, que primero dice “no”, pero después se ·”convierte” y cambia, podría referirse a los gentiles, pero, en sentido más preciso representa a los publicanos y prostitutas, que han empezado rechazando la voluntad del padre, pero al final se arrepienten y van a la viña. Por el contexto, el segundo hijo representa a los sacerdotes y ancianos, que han dicho a Dios que “sí”, pero después no van. Desde ese fondo debemos unir este pasaje con 11, 19, donde a Jesús le acusaban de amigo de publicanos y pecadores.
Jesús vincula su mensaje y camino con el de Juan Bautista
Muchos habían tomado a Juan Bautista como un “loco”, pues no comía ni bebía, dando la impresión de que no le importaba la necesidad de los hombres concretos, sino sólo la protesta de los austeros penitentes, elitistas, separados del mundo. Jesús, en cambio, se mostraba como un comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores/as esto es, como alguien que formaba parte del submundo de los excluidos (publicanos, prostitutas….) fuera del buen pueblo de la alianza (presidido por los sacerdotes, y ancianos).
Pues bien, a pesar de la austeridad de Juan, Jesús afirma que los publicanos y prostitutas (21, 32) creyeron en él, aceptando su camino de justicia, “mientras que vosotros (sacerdotes-ancianos) no creísteis en él”. Eso significa que, siendo tan distintos (11, 16-19), Juan y Jesús tenían una misma meta, de forma que el camino de penitencia para conversión de Juan Bautista había culminado en el mensaje de Reino de Jesús. De esa manera, los publicanos y los pecadores/prostitutas, que habían creído en Juan, aparecen vinculados al mismo tiempo con Jesús (aceptan su camino), en contra de los sacerdotes y ancianos importantes del pueblo.
Jesús contesta así a los sacerdotes y ancianos de 21, 23 diciéndoles, por un lado, que Juan y su Bautismo venían de Dios, y acusándoles por otro de no haber respondido a su llamada, a diferencia de publicanos y prostitutas, que aparecen así unidos en línea de conversión. De los primeros he tratado ya al ocuparme de 9, 9-12. De las prostitutas, en el comentario a 19, 9, de manera que ahora puedo retomar lo ya dicho en perspectiva de conjunto.
‒ Publicanos y prostitutas creyeron en Juan Bautista (21, 28.31). Ellos habían empezado diciendo al padre que “no”, pero después fueron. En esa línea se dice que han escuchado y acogido la palabra de Dios, convirtiéndose, como quería Juan Bautista, y/o aceptando el camino de la comunidad mesiánica de Jesús (cf. 11, 19). Publicanos y prostitutas “acudían” a la escuela de Juan, en la que estuvo Jesús, por lo menos hasta su bautismo (cf. Mt 3), de manera que cuando dice que creyeron en Juan podría estar evocando un recuerdo histórico.
Esto es lo que ocurre a los nuevos protagonistas que presenta el evangelio de Mateo. Hasta este momento, sacerdotes y “ancianos” (equivalentes a nuestros senadores) no han desempeñado papel alguno. Jesús no ha tenido contacto con ellos en Galilea. Pero ahora, cuando la liturgia, en un vuelo asombroso, nos traslada a Jerusalén durante el lunes santo, se presentan ante Jesús pidiéndole cuentas de lo que ha hecho el día antes, cuando purificó el templo, expulsando a mercaderes y cambistas, y curó en el recinto sagrado a cojos y ciegos, a los que estaba prohibida la entrada en el templo.
Una pregunta y tres respuestas
Lo anterior va a provocar que los responsables religiosos (sacerdotes) y políticos (ancianos) le pregunten a Jesús: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado esa autoridad?». El evangelio de Mateo responde en tres pasos.
1) En el primero, Jesús pone a las autoridades entre la espada y la pared, preguntándoles: «El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, de Dios o de los hombres?» Viendo el peligro de comprometerse en un sentido o en otro, responden: «No lo sabemos». Y Jesús termina con un escueto: «Pues yo tampoco os digo con qué autoridad hago esto».
2) Inmediatamente pasa al contrataque, con la parábola que leemos este domingo: la de los dos hijos (Mt 21,28-32).
3) Sin interrupción, añade una nueva parábola: los viñadores homicidas, que leeremos el próximo domingo.
En conjunto, la denuncia de sacerdotes y ancianos es durísima: 1) no se atreven a dar una opinión sobre Juan Bautista; 2) son peores que los recaudadores de impuestos y las prostitutas, que sí le hicieron caso a Juan; 3) para apoderarse de una viña que no les pertenece, deciden asesinar al hijo del propietario (Dios).
No es raro que, tras escuchar estas tres acusaciones, decidieran matar a Jesús.
La lectura de hoy se centra en el segundo punto.
Obras son amores, y no buenas razones
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
― ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero.” Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor” Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?
Contestaron:
― El primero.
Jesús les dijo:
― Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.
La historieta que propone Jesús es tan fácil de entender que sus enemigos caen en la trampa. ¿Quién cumple la voluntad del padre? ¿El hijo protestón y maleducado que termina haciendo lo que le piden, o el hijo amable y sonriente que hace lo que le da la gana? La respuesta es fácil: el primero. Lo importante no es decir palabras bonitas; tampoco importa protestar mucho. Lo importante es hacer lo que el padre desea. «Obras son amores, y no buenas razones».
Pero Jesús saca de aquí una consecuencia asombrosa. Es preferible vivir de mala manera, si al final haces lo que Dios quiere, que vivir de forma aparentemente piadosa y negarse a cumplir la voluntad de Dios. Dicho con las palabras hirientes del evangelio: es preferible ser prostituta o ladrón, si al final te conviertes, que ser obispo, sacerdote, o pertenecer a cualquier congregación o institución religiosa y ser incapaz de convertirse.
¿En qué consiste la conversión? Nueva sorpresa. No se trata de aceptar a Jesús y su mensaje, sino a Juan Bautista, que mostraba el camino de la justicia, de la fidelidad a Dios, como primer paso hacia el evangelio. Con ello, Jesús responde indirectamente a la pregunta que no habían querido responder las autoridades: «¿De dónde procedía el bautismo de Juan, de Dios o de los hombres?» El bautismo de Juan era cosa de Dios, su predicación marcaba el camino recto. Las prostitutas y los recaudadores, representados por el hijo protestón, pero obediente, creyeron en él. Las autoridades religiosas, representadas por el hijo tan amable como falso, no le creyeron.
¿Tirando piedras contra el propio tejado?
Lo curioso de esta interpretación de la parábola es que parece volverse contra Juan y contra Jesús. Los que dan testimonio a su favor son gente indigna de crédito, prostitutas y explotadores; quienes lo rechazan o se abstienen, personalidades religiosas de buena fama, los sacerdotes. Puestos a elegir, ninguna persona piadosa aceptaría la opinión de unos cuantos drogatas y unas pocas prostitutas en contra de lo que decida una Conferencia Episcopal.
Además, el judío piadoso de tiempos de Jesús (como muchos cristianos piadosos de nuestro tiempo) está convencido de que no necesita convertirse. Y si en algo tiene que cambiar, el camino no deben indicárselo personas tan extrañas y discutibles como Juan Bautista, Martin Lutero King, Oscar Romero, Pedro Casaldáliga o el Papa Francisco.
Así adquieren pleno sentido las palabras de Jesús: «los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Para entrar en ese reino, hay que abrirse a una nueva forma de vida, aunque suponga un corte drástico y doloroso con la vida anterior. La institución religiosa seguirá firme en sus trece, incluso utilizará el argumento de la parábola para rechazar a Juan y a Jesús. Sin embargo, el Reino se irá incrementando con esas personas indignas de crédito, pero que creen en quien les muestra el camino de una nueva forma de fidelidad a Dios. Esas personas que, como dice el profeta Ezequiel en la primera lectura, son capaces de recapacitar y convertirse.
Así dice el Señor: Comentáis: “No es justo el proceder del Señor”. Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.
Supongo que a todos nos gustaría ser el tercer hijo. El que no sale en la parábola, quizá porque es el que nos la cuenta. Ser como Jesús, que dice que va a la viña y no solo va sino que se deja matar por la viña. Se entrega.
Sí, nos gustaría. Por eso el cristianismo es precisamente eso: el seguimiento de Jesús. Pero cuando miramos a nuestra Iglesia, a nuestras comunidades, cuando nos miramos cara a la cara a nosotras mismas quizá encontramos más del “segundo hermano” de lo que nos gustaría.
¿Cuántas veces hemos dicho que íbamos a la viña y nos hemos quedado en nuestras comodidades? ¡Y cuántas veces esperamos a que vayan las demás o nos quejamos de que nadie quiere ir mientras discutimos sentadas en el sofá!
Esta viña, a la que nos llama el Padre, es más que un trabajo. Mucho más. Sabemos que debemos ir. Queremos de verdad ir. Muchos días emprendemos el camino. Muchas horas las pasamos en esa viña. Más de una vez somos el “primer hermano” que dice que no con la boca, pero dice que sí con la vida.
Sin embrago, todavía no somos lo que estamos llamadas a ser. No acabamos de ser como Jesús. La buena noticia es que eso no importa. Ni nuestras negativas, ni nuestras ausencias conseguirán que el Padre cambie de opinión. Él volverá, puntualmente, constantemente, con su invitación. Asaltará nuestras vidas una y otra vez, sin cansarse, sin decepcionarse.
Y nosotras seguiremos siendo el primer hermano, el segundo y por supuesto nos iremos pareciendo cada vez más al tercero. Volveremos a levantarnos, quizá con menos fuerzas, pero con un amor más probado, más acrisolado.
Oración
Trinidad Santa, renueva nuestros corazones con tu invitación siempre nueva y retadora. Amén.
Comentarios desactivados en Los hechos son los que van a misa, las palabras se las lleva el viento.
DOMINGO 26(A)
Mt 21,28-32
Es muy peligroso creerse perfecto. Lo importante es descubrir los fallos y rectificar lo que se ha hecho mal. La pura teoría no sirve para nada, solo la vida salva. Lo que digamos o lo que proclamemos son solo palabras vacías, mientras no vayan acompañadas por una actitud vital, que inevitablemente se manifestará en las obras. En el evangelio de Juan, Jesús pone como instancia definitiva sus obras. “Si no me creéis a mí, creed a las obras”.
El domingo pasado nos hablaba de jornaleros. Hoy nos habla de hijos. En el AT, el pueblo, en su conjunto, se consideraba hijo de Dios. Jesús distingue ahora dos hijos: los que se consideran verdaderos israelitas y los que los jefes religiosos consideran pecadores. Recordemos que ser hijo significaba hacer siempre la voluntad del padre. Un buen hijo era el que salía al padre. El que dejaba de hacer la voluntad del padre, dejaba de ser hijo. ¿Quién hizo la voluntad del padre? quiere decir: ¿Quién es verdadero Hijo?
Jesús se enfrenta a los jefes religiosos, como respuesta a la oposición que los evangelios manifiestan. Todos los evangelios dejan clara esa lucha a muerte de las instancias religiosas contra Jesús. Sin embargo, no podemos sacar de estas parábolas argumentos antisemitas. Las prostitutas y los recaudadores de impuestos, que Jesús pone por delante de los jefes religiosos, eran también judíos; y los primeros cristianos eran todos judíos.
Los fariseos no tenían nada de qué arrepentirse, eran perfectos, porque decían “sí” a todos los mandamientos. Consideraban que tenían derecho al favor de Dios, por eso rechazan de plano el cambio que les propone Jesús. Como los de primera hora del domingo pasado exigen mayor paga por su trabajo. Para ellos es intolerable que Dios pague lo mismo al que no ha trabajado. No se dan cuenta de que su respuesta es solamente formal, sin compromiso vital alguno. El espíritu de la Ley no les importaba.
El escándalo está servido: Para Jesús no hay duda, los que se consideran buenos son los malos, y los malos son los buenos. Los primeros eran lo estrictos cumplidores de la Ley, los segundos ni la conocían ni podían cumplirla. Los primeros ponían su empeño en el cumplimiento externo de las normas. Los otros buscaban una posibilidad de hacerse más humanos, porque se sabían pecadores. Jesús deja claro cual es la voluntad de Dios, y quién la cumple, pero también deja claro que tanto los unos como los otros son hijos.
Los recaudadores y las prostitutas os lleven la delantera en el Reino. Es una de las frases más hirientes que pudo decir Jesús a los jerifaltes religiosos. Eran las dos clases de personas más denigradas y odiadas por las instancias religiosas. Pero Jesús sabía muy bien lo que decía. El organigrama religioso-social de su tiempo era represivo e injusto. Que esa situación se mantuviera en nombre de Dios no podía aguantarlo quien había descubierto un Dios que quiere el bien de todos los seres humanos.
No se alude en el relato a las otras dos situaciones que se pueden dar: El hijo que dice sí y va a trabajar a la viña; y el hijo que dice no, y no va. En estos dos casos no hay posibilidad de equivocarse ni cabe la pregunta de quién cumple la voluntad del padre. Lo que pretende el relato es advertir sobre el engaño en que puede caer el que interprete superficialmente y a la ligera la situación del que dice “sí” y del que dice “no”.
No debemos engañarnos. La simplicidad del relato esconde una enseñanza fundamental. Como conclusión general tenemos que decir que los hechos son lo importante, y que las palabras sirven de muy poco. La praxis prevalece siempre sobre la teoría. El evangelio no nos invita a decir primero no y después sí. El ideal sería decir sí y hacer; pero lo maravilloso del mensaje está precisamente ahí: Dios comprende nuestra limitación radical y admite la posibilidad de rectificación, después de “recapacitar”, dice el texto.
Nuestras actitudes religiosas son incoherentes. Llevamos muchos siglos haciendo una religión de ritos, doctrinas y preceptos. Desde el bautismo decimos “sí voy”, pero nos quedamos siempre en donde estamos. No hay más que ver lo que se entiende por “practicante” para darse cuenta de que no tiene nada que ver con las exigencias del evangelio. Ser cristiano es descubrir la voluntad del Padre y cumplirla siempre y en todo. Nos estamos yendo cada vez más por las ramas y alejándonos de la raíz del evangelio.
Se nos llena la boca proclamando pomposamente que somos cristianos, pero hay muchos que, sin serlo, cumplen el evangelio mucho mejor que nosotros. El fariseísmo se ha convertido en moneda corriente entre nosotros, y damos por hecho que basta hablar del evangelio u oír hablar de él y aceptar su mensaje para tranquilizar nuestra conciencia. Hay un refrán que lo expresa muy bien: “Obras son amores y no buenas razones”.
En la primera lectura ya se nos dice que ni siquiera los mayores fallos son definitivos. Podemos en cualquier momento rectificar la trayectoria equivocada. Los errores cometidos pueden ayudarnos a encontrar el camino verdadero. Nuestro conocimiento es limitado y tenemos que aceptar esta condición porque es parte de nuestra naturaleza. No podemos pretender, ni para nosotros ni para los demás, la perfección. Cuando exigimos a un ser humano ser pluscuamperfecto estamos exigiéndole que deje de ser humano.
Solo la experiencia me dice qué es lo que me deteriora y qué es lo que me enriquece como ser humano. Cuando damos por absoluta una norma nos negamos a progresar. El gran peligro es creer que Dios nos ha dado directamente esa norma. Desde esa perspectiva se siguen cometiendo verdaderas barbaridades en contra del ser humano. El Dios de Jesús nunca puede ir en contra del hombre; las normas que hemos promulgado en su nombre, sí. Entender la religión como verdades absolutas, es fundamentalismo.
También hoy podemos ir más allá de la parábola. Ni siquiera las obras tienen valor absoluto. Las obras pueden ser la manifestación de una actitud vital, pero pueden ser fruto de una programación desconectada de nuestro verdadero ser. Los fariseos cumplían todas las normas, pero lo hacían mecánicamente, sin ninguna sinceridad de corazón. No pierdas el tiempo tratando de situarte en una de las partes. Todos estamos diciendo “no” cada tres por cuatro, y todos estamos diciendo “sí” con una pasmosa ligereza.
Quiero resaltar el paralelismo de esta parábola con la del hijo pródigo. En ambas la actitud del padre es decisiva, aunque no se suele tener en cuenta. En aquella cultura (ser hijo significaba por encima de todo obedecer al padre) resalta su actitud ante los dos. Confía en las palabras del segundo, pero no toma represalias contra el primero rebelde. Mantiene la esperanza y crea un ámbito que hace posible la recapacitación del primero. El hijo deja de ser hijo, pero el padre sigue siendo padre y sigue confiando en el hijo.
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Mt 21, 28-32
«Voy, señor. Pero no fue»
Consciente o inconscientemente, la búsqueda de la felicidad es el motor que nos mueve a todos a la hora de realizar todos y cada uno de los actos que realizamos, y ese impulso irresistible que nos empuja al logro de la felicidad está indeleblemente impreso en nuestra propia naturaleza.
Esta evidencia —fruto de nuestra experiencia cotidiana— lleva a los eudemonistas a considerar la felicidad como el fin último del ser humano, y, en mayor o menor medida, todos somos eudemonistas. Gottfried Leibniz dice que «la felicidad es al hombre, como la perfección a los entes», lo que significa que en el hombre la perfección consiste en ser feliz. Fueron eudemonistas Aristóteles y Tomás de Aquino, aunque este último refería la felicidad a la vida entera; la de antes y la de después de la muerte.
Pero cada uno de nosotros concibe la felicidad de forma diferente, por cuya razón hallamos infinidad de definiciones distintas. Es habitual devaluar el concepto y llamar felicidad a “cualquier situación de satisfacción y contento”. En el extremo opuesto encontramos personas que le piden mucho a la vida, y restringen el significado de felicidad a un estado de “plenitud y armonía del alma”. Son personas que distinguen muy bien entre lo que es felicidad, y lo que no pasa de ser placer, contento, gozo, júbilo o euforia; personas que consideran la felicidad como un estado superior relacionado con la esencia más genuina de la condición humana.
La felicidad, así concebida, es algo que sólo sentimos circunstancialmente; que no somos capaces de abarcar ni comprender, y que, por tanto, no podemos definir con rigor. Hay conceptos como belleza, felicidad o amor que no pueden ser comprendidos desde la razón; que se nos escapan de entre los dedos. Los identificamos cuando los sentimos, pero somos incapaces de definirlos o comprenderlos; y mucho menos de aprehenderlos.
Es como si se tratase de una realidad ontológica superior para la que todavía no estamos preparados; como un adelanto de las facultades del hombre libre de sus limitaciones; como un eslabón que nos une a algo superior en ciertos momentos de nuestra vida; como un paisaje entre nubes que sólo vemos parcialmente. Tratamos de intuir el resto, pero se nos resiste, y cuando estamos disfrutando de lo que vislumbramos, cuando esperamos que se abra el cielo para verlo en su conjunto, se cierra todavía más y lo perdemos.
Por eso se nos escapa, nos supera, no sabemos cuándo se va a presentar o dónde se halla. Aún en el momento en que nos sentimos felices, no sabemos en qué consiste ni cuánto va a durar. Sin duda, sobre nuestro cerebro estará actuando un aluvión de estímulos, pero ésa no puede ser la causa de la felicidad, sino el efecto; la respuesta a un estado del ánimo superior provocado por causas que se nos escapan.
Pero ¿dónde buscarla?
La auténtica felicidad sólo es alcanzable a través de actitudes que trascienden a los demás. Es decir, la auténtica felicidad se logra a través del ejercicio de nuestra humanidad; y esta conclusión es perfectamente coherente, pues si la felicidad es el fin último del ser humano, en buena lógica debe estar íntimamente ligada a lo que mejor expresa la calidad de lo humano; la humanidad.
Así llegamos a esa correspondencia estrecha entre felicidad y amor: “La felicidad consiste en amar y ser amado”. Parafraseando a Sócrates, podemos decir que el amor es condición necesaria y suficiente para alcanzar felicidad, y que otros cauces sólo nos llevan a situaciones que no van más allá del gozo. Y ya sabemos que esta afirmación choca con el testimonio de muchas personas que aseguran encontrar la felicidad a través de actitudes egoístas, pero creemos que esta discrepancia está motivada por la distinta concepción de felicidad que tiene cada uno de nosotros.
Las “Bienaventuranzas” nos muestran los criterios de Jesús en materia de felicidad: “Cuánto más felices seríais si os conformaseis con poco y compartieseis lo que tenéis con los que no tienen, si no fueseis violentos, si aprendieseis a sufrir porque en esta vida no os va a faltar el sufrimiento, si no hubiese doblez en vosotros, si fueseis compasivos y misericordiosos, si trabajaseis por la paz y la justicia… Y si por todo ello os persiguiesen, todavía más felices…”
Estos criterios suponen un vuelco radical de los valores vigentes en tiempo de Jesús y en cualquier tiempo, pero son la base y fundamento del Reino. Se da la paradoja de que trabajar por el Reino parece en principio una tarea ardua y exigente, y lo es, pero vemos que quienes se lo toman en serio, dan muestras de una felicidad que los demás posiblemente ni imaginamos… Y es que, como decía Jon Sobrino: «A eso es a lo que tenemos miedo; a ser felices a lo cristiano».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
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Hay algunos textos en el evangelio que son provocativos, que ciertamente llaman la atención. Mateo 21,28-32 es uno de ellos. Y una de las cosas llamativas es que el relato señala grupos sociales preferentes y de cercanía del reino: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas van delante en el camino del reino de Dios. Porque vino a vosotros (sumos sacerdotes y ancianos) Juan enseñándoles el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio los publicanos y prostitutas le creyeron” (Mt 21,30).
La preferencia de los grupos marginales o de excluidos por encima de aquellos que gozan de privilegios y de reconocimiento no es una novedad en la tradición judía. Los profetas, como por ejemplo Miqueas, señalan a ciertos grupos con especial responsabilidad sobre las injusticias que caen sobre los débiles: príncipes, jueces, profetas, sacerdotes (Miq 3,9-11). Algo similar leemos en Ezequiel 22,23-31. A profetas y sacerdotes no se les acusa generalmente de robar sino de justificar y tolerar. Esta crítica llega a su máxima expresión en Isaías, quien no solo amonestará fuertemente a los grupos acomodados y reconocerá al “huérfano y a la viuda”, al migrante como los primeros en recibir la misericordia y los cuidados de Dios, sino que dará un paso más: señalará al grupo de los excluidos, en este caso de las víctimas del cautiverio de Babilonia, como la fuente de una nueva dirección en las relaciones sociales. De este pequeño conjunto de personas despojadas y saqueadas, de mujeres y esclavos, surgirá “el resto” de Israel; un pequeño grupo insignificante capaz de vivir y de dar continuidad a un pueblo deshecho. Los que “fueron llevados como despojo” (Is 42,22) son los herederos de la promesa y guardan la esperanza para todas las naciones (Is 55,3).
Nosotros, deudores de la teología que predominó desde el siglo IV, tenemos generalmente más presente la dimensión individual de la salvación. En el mejor de los casos creemos que Jesús ofrece la salvación a todos y a cada uno independientemente del lugar social que ocupen. A veces, incluso admitimos que nos salvamos solos como consecuencia de actos determinados desde una ética solitaria.
Este texto apunta hacia una dimensión social y colectiva de modo explícito. En el Reino, se afirma, van delante unos grupos sobre otros. Los grupos tienen sus propias leyes y normas internas. Y parece que este Reino anunciado también las tiene; priman los colectivos sin prestigio e incluso grupos de personas denotados y vapuleados. En ellos permanece con más evidencia y radicalidad la apertura, la posibilidad de la fe. Son quienes creen, porque escuchan con más facilidad y prontitud el anuncio. Hay una recolocación social y sociológica ya que se habla de dos colectivos muy concretos, y no de individuos particulares: son los publicanos y las prostitutas. Ellos llevan la delantera en lo que respecta a la fe. Porque reconocen el “camino de la justicia”, cosa ciertamente más difícil para los prestigiosos “sumos sacerdotes y ancianos” (cf. v. 28).
No dejo de oír entre mis colegas teólogos una idea generalizada de que estamos en un tiempo de secularidad, incluso se habla del siglo del “silencio de Dios”. No puedo dejar de pensar que es posible que estemos buscando a Dios donde definitivamente no lo vamos a encontrar. Tal vez este relato y la larga tradición profética nos redirigen pertinazmente la atención hacia quienes sufren, hacia colectivos vulnerados. Hoy podríamos decir que nos señalan a las víctimas de la trata de personas, mayoritariamente mujeres, hacia quienes no pueden salir de situaciones indignas y donde no se respeta a la tierra y a sus habitantes más vulnerables… Me pregunto si ellos no siguen siendo un resto creyente y los depositarios privilegiados de la esperanza de un mundo más acogedor y servicial; e incluso si no señalen con sus vidas la dirección hacia nuevas relaciones sociales de justicia para todos.
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Domingo XXVI del Tiempo Ordinario
01 octubre 2023
Jesús se dirige “a los sumos sacerdotes y a los ancianos”, es decir, a la jerarquía religiosa y política de su pueblo. Y se atreve a decirles -hacía falta libertad interior valentía y coraje- que “los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”. Conocemos las consecuencias de tales denuncias: todo el poder terminará aliándose para acabar ejecutando en la cruz al Maestro de Galilea. Pero, ¿qué significa exactamente aquella expresión y cuál puede ser la causa que origina el comportamiento de aquellas personas religiosas, que es denunciado con tanta dureza por parte de Jesús?
El significado parece obvio: el “camino del Reino de Dios” pasa por la vivencia de los valores que apreciamos en el propio Jesús de Nazaret: amor, compasión, servicio, gratuidad, fraternidad… De él se dijo, sencillamente, que “pasó por el mundo haciendo el bien” (Hech 10,38). En síntesis: el “Reino de Dios” no es una cuestión de creencias y de normas, sino de bondad de corazón.
Lo que sucede es que, con frecuencia, la autoridad religiosa pone el acento en la llamada “ortodoxia”, en la adhesión a determinadas creencias y formas de comportamiento, dictadas por aquella misma autoridad. No es raro que los dirigentes religiosos se presenten como aquellos que “saben” -o creen saber- todo lo referido a lo que es necesario creer o cumplir. No solo eso; han solido alimentar la pretensión de imponer todo ello a la gente, tal como también denunciara el propio Jesús: “Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” (Mt 23,4).
Tanto por la formación recibida como por el rol con el que han ido identificándose, no es extraño que la autoridad religiosa rija su vida por aquella llamada “ortodoxia” y, en definitiva, por un legalismo que fácilmente genera orgullo.
Ante ello, la postura de Jesús es clara: lo que cuenta no es el legalismo, sino la bondad de corazón. Se trata de algo tan decisivo para él, que insistirá en diferentes ocasiones de manera inequívoca: “No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21).
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:
01. Siempre dos hermanos.
Resulta curioso las veces que en la Biblia aparecen dos hermanos: Caín y Abel, (Gn 4,1-2); Esaú y Jacob, (Gn 25,24ss); un padre tenía dos hijos: el hijo mayor y el hijo pródigo, (Lc 15,11ss); en la parábola de hoy también un padre tenía dos hijos… Dos hermanas: Marta y María
Tal vez más que de dos hermanos se trata de dos dimensiones, que todos llevamos dentro. Todos somos algo bipolares. Probablemente todos llevamos dentro algo de Caín y algo de Abel; un poco de hermano mayor cumplidor, prepotente; y algo de hijos pródigos. Todos hablamos mucho y seguramente hacemos poco, como en la parábola de hoy.
Los dos hijos representan como dos modos de entender también la libertad y la responsabilidad. Uno habla buenas palabras y no hace nada, cosa harto frecuente también hoy. El otro dice menos, pero es responsable y trabajador.
Son posturas que se repiten en nosotros.
02.- Obras son amores, que no buenas razones.
Así reza el refrán: más obras y menos palabras. De grandes palabras (palabrería) están llenos los espacios políticos, eclesiásticos y también los personales. Las promesas de las campañas electorales duran hasta el día siguiente de las elecciones. ¡Ya quisiéramos también que la Iglesia fuese conforme a lo que leemos en el Nuevo Testamento, en las encíclicas y documentos!, etc.
03. Ortodoxia y orto praxis.
Orto significa: recto / correcto. Doxa: doctrina / pensamiento y Praxis: práctica / acción.
Corren tiempos en los que se disfruta buscando recuperar una ultra-ortodoxia que anquilosa la vida y el evangelio, y olvidamos la ortopraxis, es decir la vida.
Muchas veces la ortodoxia tiene poco que ver con lo que hacemos, con la ortopraxis.
A veces la ortodoxia no es más que una trinchera donde defendemos nuestros posicionamientos ideológicos y religiosos. Algunos movimientos religiosos modernos viven afincados en una super-ortodoxia insignificante, sin significado, pero es el “santo y seña”
Otras personas y actitudes hacen la verdad: están con los que sufren, los pobres, el sida, etc., incluso con una doctrina (ortodoxia) muy elemental, incluso no muy puritana para el orden establecido.
04.- La verdad no se dice, se hace.
Esta veta la recogió con energía la Teología de la Liberación.
Gustavo Gutiérrez [1] formula muy bien esta cuestión cuando dice que la “Verdad no se dice, se hace“, o también en castellano se suele decir que “obras son amores, que no buenas razones”.
Supongamos que uno recita perfectamente el Credo. Eso no quiere decir que tenga fe. Es lo mismo que el hijo que dice “sí”, pero no va a trabajar. Dicen lo que hay que decir, pero sin ninguna implicación personal.
05.- El cristianismo no son unas olimpiadas
A veces da la impresión de que la moral católica es como el Comité Olímpico Internacional. Citius, altius, fortius: más rápido, más alto, más fuerte. Mire usted para ir a la Olimpíada hay que saltar 2,50 mts en salto de altura, además de hacer los 100 mts en 10 segundos. Bueno eso lo dice usted, pero luego, el común de los ciudadanos pasamos caminando tranquilamente por debajo del listón y hacemos los 100 mts en unos tres minutos y amigablemente.
Algo de esto es lo que pasa en la Iglesia Católica (también en las demás iglesias y en la humanidad). La normativa es altísima, pero también es altísimo el tanto por cien de los católicos que vive, que vivimos en tensión con la Iglesia y va -vamos- por la vida como buenamente podemos. El 90% de los católicos vivimos como podemos: el que no está separado – divorciado, vive en pareja de hecho; quien no toma anticonceptivos, no va a Misa; quien no vive en discrepancia con los modos eclesiásticos, tiene dificultades con algunas interpretaciones dogmáticas y vive en tensión con la jerarquía…
Hemos de pensar que nadie es totalmente coherente y responsable en la vida. Dios nos libre de una persona humana que sea totalmente justa, santa, perfecta. Las incoherencias y debilidades nos hacen humanos.
Un ser humano perfecto sería inhumano e insoportable, al menos en este mundo. Hemos de aprender a vivir con nuestras propias limitaciones, defectos y pecado. Cada cual somos algo de Caín y Abel, del hermano mayor y menor, del hijo que fue a trabajar a la viña y del que no fue, de Marta y María, coherentes e incoherentes al mismo tiempo. Siempre nos hará bien recordarnos lo de San Felipe de Neri (1515-1595): sed buenos si podéis, que probablemente no podremos.
06.- ¿Quién hizo la voluntad de Dios Padre?
Lo de Jesús tiene su retranca. Resulta que termina (y empieza) poniendo como modelos de cristianismo a los prototipos oficiales de pecadores: publicanos y prostitutas.
La conclusión de la parábola de JesuCristo es desconcertante y osada. Jesús pone modelos de vida escandalosos para los estamentos oficiales. Probablemente nadie se lo creyó entonces, ni hoy, que los publicanos (ladrones legales de impuestos) y las prostitutas estarán -están- por delante de nosotros en la viña del Señor, en el Reino.
Nos puede resultar escandaloso y molesto, pero en el cristianismo de Jesús las cosas -gracias a Dios- son así.
[1] Gustavo Gutiérrez es un teólogo sacerdote peruano nacido en 1928, al que se le considera uno de los creadores-fundadores de la Teología de la Liberación latinoamericana.
Comentarios desactivados en Jesús Lozano Pino: Medio kilo de diálogo y otro tanto de ternura. Sólo el Amor convierte en milagro el barro.
Mientras muchos afirman que estamos ante la más terrible crisis de increencia que se haya conocido (es posible que en algunos aspectos así lo sea y que parte de culpa sea de los que nos llamamos creyentes), algunos pensamos que deberíamos poner un poco de sensatez y asumir que todos, sin excepción, creemos de alguna forma en algo. Se trataría únicamente de ver si podemos lograr algún acuerdo en aquello en lo que decimos creemos o no creemos. Es muy probable que no andemos tan lejos los unos de otros… Como he dicho en algún que otro artículo (a veces de forma indirecta), cuando con nuestras palabras y obras traducimos «Dios» por «Amor», los universos de comprensión de los interlocutores se conectan. Ya san Juan nos dejó escrito de forma indeleble que «Dios es amor», y san Pablo clarificó y esclareció qué connotaciones conlleva hablar de amor, hablar de Dios. Este lenguaje, bien explicado, es todavía hoy (en nuestro tiempo) universal: apreciado y entendido, bien acogido.
Por ello, lo que en principio pudiera parecer debilidad (en su sentido más negativo), se convierte, potencialmente para los creyentes, en una preciosa oportunidad. ¿Por qué renegar de la postmodernidad, de esta época en la que nos ha tocado vivir y dar respuesta como fieles creyentes? ¿Por qué querer encontrarnos con tiempos pasados que tampoco fueron perfectos (y algunos incluso indeseables)? Es una obligación de toda la Iglesia saber leer los signos de los tiempos y, sin traicionar la esencia del mensaje de Jesús, traducirlo adecuadamente a los oídos, las mentes y los corazones de las personas que habitan nuestro mundo. ¿O es que acaso el mensaje de Dios ya hoy no tiene la misma validez? Lo que sí es cierto y debemos ser conscientes es de que la gente es más exigente cada día en la respuesta que espera por parte de la Iglesia. No nos quepa duda.
Carlo Carretto (un inspirado de Dios como el Cardenal Martini), siendo de edad avanzada, cuando su salud le obligó a abandonar el desierto, se retiró a una comunidad religiosa en su nativa Italia. Estando allí leyó un libro escrito por un ateo que le pedía cuentas a Jesús acerca de una frase del Sermón de la Montaña, donde éste dice: “Buscad y hallaréis”, queriendo decir, por supuesto, que, si buscas a Dios con un corazón honrado, lo encontrarás. El ateo había titulado el libro «Busqué y no encontré», arguyendo desde su propia experiencia que un corazón honrado puede buscar a Dios y volver de vacío. Carretto le replicó con un libro titulado «He buscado he encontrado». Para él, el consejo de Jesús resultaba verdadero. En su propia búsqueda, a pesar de observar muchas cosas que podían indicar la ausencia de Dios, él encontró a Dios. Pero admite las dificultades, y una de esas dificultades es, a veces, la propia iglesia. Ella puede -y a veces lo hace por su pecado- hacer difícil a algunos creer en Dios. Carretto lo admite con desarmada honradez, pero arguye que esto no es el cuadro completo. De aquí que su libro combine su profundo amor por su fe y su iglesia con su negativa a cerrar los ojos a las muy verdaderas faltas de los cristianos y las iglesias. En un lugar del libro nos dice abriendo el corazón:
“¡Cuánto debo criticarte, iglesia mía, y, sin embargo, cuánto te quiero! Tú me has hecho sufrir más que nadie, y, sin embargo, te debo a ti más que a ningún otro. A veces me gustaría verte destruida, y, sin embargo, necesito tu presencia. Tú me has escandalizado tanto, y, sin embargo, solamente tú me has hecho comprender la santidad. Nunca he visto en este mundo nada tan falso, tan condescendiente, y, sin embargo, nunca me he topado con nada más puro, más generoso y más hermoso.
¡En innumerables ocasiones he sentido ganas de darte con la puerta de mi alma en las narices, y, sin embargo, todas las noches he rogado para que un día pueda yo morir seguro en tus brazos! No, no me puedo liberar de ti, porque soy uno contigo, aun sin ser plenamente tú. Además, también, ¿a dónde iría yo? ¿A formar otra iglesia? Pero no sería capaz de formarla sin los mismos defectos, ya que son mis defectos. Y de nuevo, si yo hubiera de formar otra iglesia, ésa sería “mi” iglesia, no la iglesia de Cristo. No, soy suficientemente viejo, no me voy a equivocar” (Carlo Carretto).
Después de estas bellas y sentidas palabras de Carlo Carretto (un hombre que había buscado y que había encontrado –de todo– en el seno de la institución eclesial), ponemos la esperanza en la Iglesia de Jesús, especialmente en el proceso iniciado en estos últimos años que quiere dar respuesta a muchas de las cuestiones que el Pueblo de Dios se pregunta. Asuntos tales como la mujer en la Iglesia, el papel de los jóvenes y la familia cristiana, la ecología y la creación, los abusos sexuales dentro de la iglesia, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, el celibato, la homosexualidad, la actualización del mensaje cristiano y la justicia económica y social…, muchos de ellos, temas, si no tabúes, de lento y complejo acercamiento, ya han sido acometidos o están siendo hoy estudiados y analizados para orientar mejor a la comunidad eclesial en estos difíciles tiempos que corren. Tal y como Francisco invita a la Iglesia, pidamos a Dios que seamos capaces de dialogar, porque no existe un humanismo auténtico que no contemple el amor como vehículo entre los seres humanos… Y el amor siempre pasa por el diálogo, principalmente en la Iglesia.
Ya nos lo decía hábilmente Francisco en 2015:
«No debemos tener miedo del diálogo, es más, el enfrentar opiniones y la propia crítica nos ayuda a preservar la teología de transformarse en ideología […] La Iglesia también sabe dar una respuesta clara ante las amenazas que emergen en el interior del debate público y esta es una de las formas de contribución específica de los creyentes a la construcción de la sociedad común».
También nos lo cantaba de forma preciosa Silvio Rodríguez en una canción de la que rescato especialmente tres versos:
Las lecturas litúrgicas de hoy para el 24º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Una cosa a la que rara vez presto atención durante la Misa es la oración inicial. Hoy es diferente por alguna razón: “Míranos, oh Dios, Creador y gobernante de todas las cosas, y, para que podamos sentir la obra de tu misericordia, concédenos servirte con nuestro corazón”.
Debo admitir que tuve que leerlo un par de veces para asimilar completamente su profundidad. Me ayudó a reformularlo: “Míranos, oh Creador, para que, sirviéndote con el corazón, podamos sentir la obra de Dios. tu misericordia.”
Esta oración tocó algo profundamente en mí. Es al servir a Dios con el corazón (no con las manos ni con la cabeza) que vemos la misericordia de Dios en acción.
¿Cómo servimos a Dios con nuestro corazón? ¡La primera lectura de hoy de Sirach da la respuesta perfecta! No es viviendo con ira y enojo ni buscando venganza. Es viviendo con una actitud de perdón. “Perdona la injusticia de tu prójimo”, escribe el autor. “Acordaos del pacto del Altísimo y pasad por alto las faltas”.
Me gustaría contarles una historia sobre una amiga que falleció el año pasado. Era una monja anciana amada por todos en su parroquia. ¡Conocía a todos por su nombre y era una persona que tenía una capacidad increíble para amar a todos! Ella era el tipo de persona que te hacía sentir especial e importante. Cuando ya no pudo permanecer físicamente en el convento local, la parroquia tuvo una celebración en su honor. Cuando se le preguntó durante el evento qué palabras sabias tenía para ofrecer, ella simplemente respondió: “Siempre da el beneficio de la duda”. ¡Estas sabias palabras fueron su secreto que la liberó para amar a todos por quienes son, sin importar qué!
“Siempre da el beneficio de la duda”. Cuando haces eso, no hay necesidad de perdonar porque, en primer lugar, no hubo ninguna ofensa. Al aceptar ese consejo, podemos verdaderamente servir con el corazón y ver la misericordia de Dios obrando a través de él.
Al otorgar conscientemente el “beneficio de la duda”, me siento mucho más libre y menos ofendido cuando hay injusticia. Puedo distanciarme de su acción y ver su realidad de otra manera. No estoy poniendo excusas por las decisiones del otro; Estoy reformulando su acción de tal manera que me doy cuenta de que ni siquiera tienen otra opción porque no son libres dentro de sí mismos.
Las personas LGBTQ+ (incluyéndome a mí), las personas de color, los inmigrantes y muchos otros marginados de la sociedad a menudo se encuentran en el punto de mira de personas enojadas, justas, incluso intolerantes y llenas de odio. Sus acciones no son aceptables, pero eso no tiene por qué quitarme mi libertad interior. En lugar de asumir su odio y permitir que me impacte negativamente, trato de acordarme de darle “el beneficio de la duda” y, cuando lo hago, veo al “otro” como la víctima de tanto odio y dolor. , una víctima que ha absorbido tanto que se ha convertido en su vida. No quiero darles tanto poder. Y en mi cambio de actitud, ¡sé que la misericordia de Dios está obrando a través de mí!
Comentarios desactivados en “Perdonar siempre”. 24 Tiempo ordinario – A (Mateo 18,21-35)
A Mateo se le ve preocupado por corregir los conflictos, disputas y enfrentamientos que pueden surgir en la comunidad de los seguidores de Jesús. Probablemente está escribiendo su evangelio en unos momentos en que, como se dice en su evangelio, «la caridad de la mayoría se está enfriando» (Mateo 24,12).
Por eso concreta con mucho detalle cómo se ha de actuar para extirpar el mal del interior de la comunidad, respetando siempre a las personas, buscando antes que nada «la corrección a solas», acudiendo al diálogo con «testigos», haciendo intervenir a la «comunidad» o separándose de quien puede hacer daño a los seguidores de Jesús.
Todo eso puede ser necesario, pero ¿cómo ha de actuar en concreto la persona ofendida?, ¿Qué ha de hacer el discípulo de Jesús que desea seguir sus pasos y colaborar con él abriendo caminos al reino de Dios, el reino de la misericordia y la justicia para todos?
Mateo no podía olvidar unas palabras de Jesús recogidas por un evangelio anterior al suyo. No eran fáciles de entender, pero reflejaban lo que había en el corazón de Jesús. Aunque hayan pasado veinte siglos, sus seguidores no hemos de rebajar su contenido.
Pedro se acerca a Jesús. Como en otras ocasiones, lo hace representando al grupo de seguidores: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?, ¿hasta siete veces?». Su pregunta no es mezquina, sino enormemente generosa. Le ha escuchado a Jesús sus parábolas sobre la misericordia de Dios. Conoce su capacidad de comprender, disculpar y perdonar. También él está dispuesto a perdonar «muchas veces», pero ¿no hay un límite?
La respuesta de Jesús es contundente: «No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete»: has de perdonar siempre, en todo momento, de manera incondicional. A lo largo de los siglos se ha querido rebajar de muchas maneras lo dicho por Jesús: «perdonar siempre, es perjudicial»; «da alicientes al ofensor»; «hay que exigirle primero arrepentimiento». Todo esto parece muy razonable, pero oculta y desfigura lo que pensaba y vivía Jesús.
Hay que volver a él. En su Iglesia hacen falta hombres y mujeres que estén dispuestos a perdonar como él, introduciendo entre nosotros su gesto de perdón en toda su gratuidad y grandeza. Es lo que mejor hace brillar en la Iglesia el rostro de Cristo.
Comentarios desactivados en “No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Domingo 17 de septiembre de 2023. Domingo 24º Ordinario
Leído en Koinonia:
Eclesiástico 27,33-28,9: Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. Salmo responsorial: 102: El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Romanos 14,7-9: En la vida y en la muerte somos del Señor. Mateo 18,21-35: No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete
Tanto en los tiempos de Jesús como en nuestro tiempo el corazón del ser humano está tentado por el odio y la violencia. Cuando hay odio y rencor el sentimiento de venganza hace presa de nuestro corazón. No sólo se hace daño a otros sino que nos hacemos daño a nosotros mismos. Sólo el perdón auténtico, dado y recibido, será la fuerza capaz de transformar el mundo. Y no sólo hablamos de un asunto meramente individual. El odio, la violencia y la venganza como instrumentos para resolver los grandes problemas de la Humanidad está presente también en el corazón del sistema social vigente.
El libro de Ben Sira, compuesto alrededor del siglo segundo antes de la era cristiana, proporciona una serie de orientaciones éticas y morales para garantizar la madurez de la persona y la convivencia social. Estamos ante una obra de profundo contenido teológico. El autor, Ben Sira, señala al pecador como poseedor de la ira y el furor que conduce a la venganza. Y esta venganza se volverá contra el vengativo. Por eso el único camino que queda es el camino del perdón. También aquí aparece la reciprocidad entre perdonar y obtener perdón. No se puede aspirar al perdón por los pecados cometidos si no se está dispuesto a perdonar a los otros. Tener la mirada fija en los mandamientos de la alianza garantiza la comprensión y la tolerancia en la vida comunitaria. Como vemos, ya desde el siglo II A.C. se plantea este tema de profundo sabor evangélico.
El núcleo del pasaje de la carta a los Romanos es proclamar que Jesús es el Señor de vivos y muertos. He aquí una bella síntesis existencial de la vida cristiana. Para el creyente lo fundamental es orientar toda su vida en el horizonte del resucitado. Quien vive en función de Jesús se esforzará por asumir en la vida práctica su mensaje de salvación integral. Amar al prójimo y vivir para el Señor son dos cosas que está íntimamente ligadas. Por lo tanto no se pueden separar. Quién vive para el Señor amará, comprenderá, servirá y perdonará a su prójimo.
En el evangelio, otra vez Pedro salta a la escena para consultar a Jesús sobre temas candentes en el ambiente judío en que crece la comunidad cristiana. Pero la actitud de Pedro es la del discípulo que quiere claridad sobre la propuesta del maestro. No es la actitud arrogante de los Fariseos y Letrados que quieren poner a prueba a Jesús y encontrar un error garrafal que ofenda la ortodoxia judía para tener de qué acusarlo.
Pedro pregunta por el límite del perdón. Pero para Jesús, el perdón no tiene límites, siempre y cuando el arrepentimiento sea sincero y veraz. Para explicar esta realidad, Jesús emplea una parábola. La pregunta del Rey centra el tema de la parábola: ¿no debías haber perdonado como yo te he perdonado?
La comunidad de Mateo debe resolver ese problema porque está afectando su vida. El perdón es un don, una gracia que procede del amor y la misericordia de Dios. Pero exige abrir el corazón a la conversión, es decir, a obrar con los demás según los criterios de Dios y no los del sistema vigente. Como diría el juglar de la fraternidad, Francisco de Asís, “porque es perdonando como soy perdonado”.
En la catequesis tradicional de la Iglesia católica se exigían cinco pasos, quizás demasiado formales, para obtener el perdón de los pecados: «examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, confesarlos todos, y cumplir la penitencia» -así lo expresaba uno de los catecismos clásicos-. De tal manera que el perdón y la reconciliación, si bien son una gracia de Dios, también exigen un camino pedagógico y tangible que ponga de manifiesto el deseo de cambio y un compromiso serio para reparar el mal y evitar el daño.
En muchos países de América Latina, luego de las dictaduras militares de los setenta y ochenta, se dictaron leyes de amnistías, perdón y olvido, «obediencia debida», o «punto final». Los golpistas y sus colaboradores, responsables por decenas de miles de muertos y desaparecidos en cada uno de nuestros países, se autoperdonaron, burlándose de la justicia y de la verdad. Pero sin Verdad y Justicia, las heridas causadas por la represión en muchos hogares y comunidades no han cerrado aún. A pesar de todas las leyes encubridoras, la presión, el silencio, el ocultamiento de pruebas… la Justicia se hace camino. Llega tarde, pero no deja de llegar. El 14 de junio de 2005, en Argentina, el Tribunal Supremo declaró nulas por inconstitucionalidad las leyes de obediencia debida y de punto final. El día siguiente La Corte suprema de México declara «no prescrito» el delito del expresidente Echeverría por genocidio en la matanza de estudiantes de 1971… Pensemos en otros muchos dictadores y golpistas que, a pesar de todo, están ya siendo juzgados dejando que se dé su lugar a la Verdad y a la Justicia. El perdón y la reconciliación es una exigencia inalienable del ser humano, e indetenible. Y es un proceso de reconstrucción, que trata de reconstruir tanto al victimario como a la víctima.
En ese sentido, nuestras comunidades cristianas deben ser espacios propicios y activos a favor de una verdadera reconciliación basada en la Justicia, la Verdad, la misericordia y el perdón. Pero nunca el Evangelio llama a tolerar la impunidad. La Iglesia –o sea, nosotros, los cristianos y cristianas- debemos apoyar los procesos de reconciliación por el camino verdadero: la Verdad y la Justicia, el no a la impunidad, la reconciliación profunda de la sociedad. Así la Iglesia conseguirá el perdón por su silencio cómplice en algunas de sus figuras jerárquicas conniventes. Leer más…
Comentarios desactivados en Dom 24 TO. Mt 18, 21-35. La parábola del perdón… Perdón de Iglesia ¿política de perdón?
Del blog de Xabier Pikaza:
Esta parábola recoge la experiencia central del evangelio de Mateo:Una ley puramente “judicial”, impuesta por ejércitos, estados y/o grandes corporaciones del capital/mercado, en forma de justicia de talión, sin amor/perdón, se condena a sí misma y condena a muerte al conjunto de la humanidad
| X Pikaza Ibarrondo
PARABOLA
18 21 Entonces, se adelantó Pedro y le dijo: Señor ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y le tendré que perdonar? ¿Hasta siete veces? 21 No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete.
22 Por eso se parece, el Reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus siervos. 24 Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. 25 Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara. 26 El siervo, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo. 27 El señor tuvo lástima de aquel siervo y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
28 Pero, al salir, el siervo aquel encontró a uno de sus consiervos que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: Págame lo que me debes. 29 El consiervo, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré. 30 Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
31 Sus consiervos, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. 32 Entonces el señor le llamó y le dijo: ¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. 33 ¿No debías tú también compadecerte de tu consiervo, como yo me compadecí de ti? 34 Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
35 Lo mismo hará también con vosotros mi Padre del cielo, si si perdona de corazón a su hermano.
EL TEMA CENTRAL DE LA HISTORIA HUMANA ES EL PERDÓN
– Esta parábola evoca el perdón incondicional del Dios de Jesús, sin límites ni condiciones, por pura gratuidad. No es un perdón para aquellos que pueden devolver lo recibido, sino para todos, por siempre, de manera que se cumpla de esa forma el Padrenuestro, “perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos, Perdónanos de tal manera que nosotros podamos perdonarnos unos a los otros”…
− Quien no perdona queda en manos de su destrucción. No es que Dios le juzgue y condene desde fuera, sino que él mismo se juzga y condena, como dice Jesús en lenguaje parabólico. La parábola añade que el “Rey” no perdonará a quien no perdone, sino que le pondrá en manos de verdugos hasta que pague todo lo que debe (pero ese final ha de entenderse de un modo simbólico, pues no hay hombre que pueda pagar desde la cárcel una deuda tan grande como la que aquí se evoca) [1].
Esta parábola pudo haber tenido otro encuadre y sentido, pero Mateo la introduce en este contexto de Iglesia, recordando que ella no es una comunidad de perfectos, sino de perdonados que se perdonan, no sólo las ofensas, sino las deudas de dinero, como en el Padrenuestro (¡Mt 6, 12). Pedro ha preguntado (¿cuántas veces debo perdonar…?: 18, 21), y Jesús le responde contándole la parábola de un rey que perdona a su siervo una deuda enorme (diez mil talentos, como unos quinientos millones de dólares), recordándole que él debe perdonar a su vez a sus consiervos [2].
En la parábola se cruzan y fecundan dos temas: (a) La gratuidad del rey,
Gran parte del judaísmo sacral de finales del Segundo templo (del 515 aC al 70 dC), funcionaba como una institución de perdón, centrado en el templo de Jerusalén y controlada por los sacerdotes. Los judíos aparecían así como pecadores que pueden y deben ser perdonados, utilizando para ello el medio (legal/sacral) que Dios les había concedido (purificaciones y sacrificios de templo), para mantener el orden existente. Pues bien, Jesús proclama que ese perdón del templo es no sólo insuficiente, como había supuesto Juan Bautista, al enfrentarse con fariseos y saduceos (3, 1-10), sino contrario a la verdad de Dios, que perdona gratuitamente, haciendo que los hombres puedan perdonarse entre sí (cf. Padrenuestro: 6, 9-13), sin necesidad de instituciones de dominio religioso, propias de los sacerdotes aliados a los opresores (Roma, Herodes Antipas). El perdón que Jesús quiere, ofrece y pide, es personal y social, espiritual y económico, político y eclesial, en un sentido fundante, distinto de otros tipos de perdón interesado:
− El perdón no es indiferencia, sino recuerdo más hondo del Dios Palabra que libera, transforma y recrea la vida de los hombres, desde su amor activo, no para que quede todo como estaba (al servicio de los prepotentes), sino para cambiarlo todo, desde los más pobres, en comunión activa, que se funda y expresa en la ayuda a los niños y pequeños.
− El perdón de Dios se hace perdón interhumano. Jesús no ofrece un perdón separado (desde fuera), sino que pide a los hombres que se acojan (se perdonen) unos a los otros, de un modo gratuito y creador, desde los niños y excluidos (los pequeños), que aparecen así como privilegiados de Dios, principio y signo de un perdón que debe ofrecerse a todos.
− Este perdón no empieza exigiendo conversión previa a los pecadores (¡que paguen lo que deben!), sino ofreciéndoles el don del Reino, sin obligarles a pagar la deuda (cosa que además sería imposible), como muestra 18, 21-35: Dios perdona a su deudor una suma millonaria, sin condiciones previas, es decir, simplemente por piedad, porque él así lo quiere, superando un tipo de equivalencia legal.
− Éste es un perdón que crea perdón, y que lo hace sin más condiciones ni principios que el amor activo del Dios de Jesús, que ha querido que el perdón se extienda, que pueda expresarse y extenderse en forma de comunión de gratuidad. Dios sólo pide a los perdonados que se perdonan entre sí, unos a otros, pues todos aparecen y actúan como sacerdotes de la única comunidad de perdonados, desde los más pequeños, los hermanos de Jesús asesinado, portadores de un perdón gratuito (con Jesús).
¿PERDÓN ECLESIAL, PERDÓN POLÍTICO?
El sistema político/económico no conoce perdón, sino, a lo sumo, indulto o amnistía, para provecho propio. Pues bien, en contra de eso, como ha puesto de relieve Hanna Arendt, la mayor aportación de Jesús al camino de la paz ha sido el fundarla en el perdón. Su paz no nace de la victoria de los fuertes, sino del perdón de los vencidos. Ciertamente, no va en contra de la justicia, pero la trasciende; no proviene de los que vencen y se imponen por ley sobre los otros, sino de aquellos que, siendo vencidos y estando derrotados, responden perdonando [3].
El riesgo de un perdón interesado.La paz cristiana brota del perdón, pero de un perdón gratuito, que se expresa en forma de proyecto de no-violencia activa, partiendo de las víctimas. Había en el judaísmo de tiempos de Jesús un tipo de perdón que tendía a estar controlado por sacerdotes y políticos, al servicio del sistema. Era el perdón del templo y se expresaba a través de sacrificios rituales, por medio de una especie de «máquina sacral», que culminaba el día de la Gran Expiación (Lev 16), celebrada por sacerdotes y regulada según Ley por los escribas, Por su parte, el perdón de Roma (parcere subiectis, debellare superbos: Virgilio, Eneida 855) estaba al servicio del sistema imperial y político, no de los necesitados. Jesús, en cambio, ha ofrecido su perdón mesiánico, que actúa a través de los que sufren y que busca una nueva humanidad, superando el orden del templo y el sistema del imperio. Para entender su alcance, quiero delimitarlo mejor:
Puede haber un perdón arbitrario y caprichoso, propio de dictadores o autócratas, que muestran su magnanimidad indultando de un modo irracional (sin necesidad de justificaciones) a quienes ellos quieren y castigando también a quienes quieren (sin dar tampoco razones). Así descargan su violencia sobre algunos, para mostrarse soberanos, imponiendo su terror sobre posibles rebeldes o contrarios, y perdonan a otros para decir que son magnánimos y aparecer como benefactores, a través de un gesto arbitrario, que está muy alejado de la justicia racional (y del perdón cristiano). En contra de ese perdón interesado de los autócratas, que es una imposición de su dictadura y un capricho de su prepotencia, Jesús ofrece y promueve un perdón puramente gratuito que no va en contra de la justicia, sino que la desborda y fundamenta. Éste es un perdón que sólo pueden ofrecer las víctimas (los ofendidos y humillados), sin que sean capaces de ofrecerlo en su nombre (en contra de ellos) unos dictadores o sacerdotes pretendidamente superiores.
Puede haber un perdón o amnistía al servicio de una política partidista.Casi todos los vencedores del mundo han decretado amnistías, desde los asirios del siglo VIII a. C. hasta los romanos del tiempo de Jesús o los revolucionarios franceses de finales del XVIII. Suelen ser amnistías políticamente calculadas, para gloria de los soberanos o de los estados que las proclaman, al servicio de su propia estabilidad, como una forma de justificarse. No todos los implicados suelen estar de acuerdo con esas amnistías, ni en el plano legal, ni en el personal, pero se han ofrecido y pueden ofrecerse, sobre todo allí donde el poder resulta lo bastantes sólido como para permitir excepciones en el cumplimiento de la Ley, en circunstancias de fuerte cambio político, que se interpretan como principio de un nuevo régimen social. Este perdón puede ser provechoso, pero que corre el riesgo de situar la oportunidad política (su racionalidad partidista) por encima de la justicia legal [4].
Puede haber un perdón sacral, controlado por los sacerdotes del templo, al servicio del propio sistema, para mantener el orden establecido, como sucedía en Jerusalén, en tiempo de Jesús. También éste es un perdón interesado, propio de los vencedores, al servicio del sistema; es el perdón de los templos y de las grandes instituciones religiosas, entendidas como instancias de control sobre los “pecadores”, como ha podido suceder en la religión de los Incas y en algunas instituciones cristianas. Lo mismo que los anteriores, este perdón sigue estando al servicio del sistema, es decir, de la violencia de los poderosos. En contra de eso, Jesús ha ofrecido el perdón de un modo gratuito, no en contra, sino por encima de la Ley, pidiendo a los ofendidos que perdonen a sus ofensores (¡ellos son los únicos que pueden hacerlo desde Dios!), para abrir de esa manera un camino de reconciliación más alta, superando la violencia.
El perdón sacral del Templo (lo mismo que la amnistía de los grandes imperios) estaba al servicio de un Dios de los poderoos, que monopolizaban el orden del sistema. Jesús, en cambio, ha ofrecido su perdón (que estrictamente hablando no es suyo, sino de los pobres) de un modo mesiánico, superando el sistema del templo. No es Jesús quien perdona, sino que son ellos, los expulsados y excluidos, los que pueden ofrecer perdón (como representantes de Dios). Ésta es la novedad del evangelio y ella supera todos los sistemas religiosos o sociales donde el perdón está al servicio del orden establecido. El sistema político o religioso no puede perdonar, sino que se limita a buscar su equilibrio o, a lo sumo, procurar una igualdad de ley.
Jesús, un perdón gratuito. Los profetas de Israel identificaban la justicia con la liberación de los oprimidos. Pues bien, siguiendo en esa línea (cf. Lc 4, 18-19, con citas de Isaías), Jesús ha radicalizado y universalizado la experiencia del perdón, ofreciéndolo en nombre de Dios y pidiendo a los hombres que se perdonen entre sí, ellos mismos, desde abajo (y no por obra del templo o del sistema político). Este perdón de los pobres y excluidos de la sociedad, que responden con amor no-violento a la violencia del sistema, es el punto de partida de la paz mesiánica.
El sistema político/religioso necesita un talión (¡a cada uno según su merecido!), controlando el perdón desde arriba. En contra de de eso, Jesús sitúa a los hombres y mujeres ante el don y tarea del perdón, haciéndoles capaces de superar una justicia legal que, cerrada en sí, puede acabar destruyendo a todos. Lo que algunos llaman actualmente justicia infinita (un tipo de Ley particular llevada hasta el extremo) nos deja simplemente en el nivel de la lucha de todos contra todos. En ese sentido podemos añadir, con Pablo, que la justicia de la Ley es insuficiente. Sólo la gracia que perdona a los pecadores es fundamento de paz [5].
Sólo el perdón rompe la espiral de la venganza (un talión que siempre se repite: ojo por ojo, diente por diente) y de esa forma libera al hombre del automatismo de la violencia y permite que su vida se despliegue por encima de una Ley, en la que nada se crea ni destruye, sino que se transforma, permaneciendo siempre idéntico. Sólo el perdón rompe el encerramiento de la pura Ley y nos sitúa en un nivel de gratuidad, donde los hombres pueden vivir y amarse por sí mismos (como valor supremo). El perdón es gracia y sólo así puede superar la violencia del pasado, haciendo que la vida se abra al futuro de la Vida, por encima de sus contradicciones y luchas de poder.
Perdón, antes de conversión. Sacerdotes y políticos perdonaban a los convertidos, que volvían al redil de la buena Ley. El proceso era claro: los manchados debían limpiar su impureza, los pecadores reparar el pecado, los culpables arrepentirse. La misma Ley que condenaba al pecador le ofrecía un camino de perdón, si se convertía y volvía al orden. Jesús, en cambio, ha empezando perdonando, de un modo gratuito, y sólo después ha pedido a los hombres que se perdonan. De esa forma ha invertido el camino de la Ley: no exige arrepentimiento y expiación para perdonar, sino que empieza perdonando, el arrepentimiento vendrá después.
En este contexto diremos que el perdón tiene que venir de las víctimas. Jesús no ratifica el poder de perdón de los de arriba, sino que pide a los excluidos y pobres que perdonen, en gesto que no es sometimiento (¡encima de haber sido ofendidos deben perdonar a quienes les ofenden!), sino que viene a mostrarse como expresión de la mayor de todas las autoridades Ellos, los oprimidos, son sacerdotes y portadores de perdón, es decir, de un nuevo orden social que no se funda en el dominio de unos sobre otros, ni en la revancha de los sometidos, sino en la gracia creadora, desde abajo, a partir de los marginados y ofendidos. Los pobres son precisamente los que toman la iniciativa y, sin luchar externamente contra los sacerdotes y jerarcas, asumen la autoridad del perdón, sin necesidad de imponerse por la fuerza, ni de tomar el poder externo, sino iniciando una comunidad de iguales.
Evangelio, textos del perdón.Esos textos están en el centro del Sermón de la Montaña y se vinculan a otras dos palabras esenciales de los evangelios (no juzgar, amar a los enemigos). Sólo se puede perdonar allí donde, superando la Ley del talión (el puro juicio legal), hombres y mujeres son capaces de amar de un modo activo, superando la esclavitud del pasado y abriendo un futuro de vida para los mismos enemigos, por encima de la ley. Jesús no ha trazado un programa político para sacerdotes o gobernantes, sino un camino de no-violencia creadora, a partir de las víctimas, trazando un proceso de trasformación humana, que puede influir en las mismas instituciones sociales y sacrales de la sociedad establecida.
Principio. Perdón quiero, no pura justicia: “No juzguéis y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados” (Lc 6, 37; cf. Mt 7, 1). En un nivel político, la justicia social es buena y necesaria; pero ella tiene que imponerse con violencia, como sabe Pablo en Rom 13, 1-7, pues el juez necesita la ayuda de la espada y de la cárcel (y en algunos países de la silla eléctrica). Pues bien, superando ese plano de violencia legal (políticamente legítima), Jesús pide a sus fieles que se perdonen, que no acudan a la pura ley, ni a la espada.
El domingo pasado, Jesús hablaba a sus discípulos de la forma de corregirse fraternalmente. Hoy aborda el tema del perdón a nivel individual y personal, que es el que afecta a la inmensa mayoría de las personas.
Argumentos para perdonar (Eclesiástico 27,33-28,9)
La primera lectura está tomada del libro del Eclesiástico, que es el único de todo el Antiguo Testamento cuyo autor conocemos: Jesús ben Sira (siglo II a.C.). Un hombre culto y estudioso, que dedicó gran parte de su vida a reflexionar sobre la recta relación con Dios y con el prójimo. En su obra trata infinidad de temas, generalmente de forma concisa y proverbial, que no se presta a una lectura precipitada. Eso ocurre con la de hoy a propósito del rencor y el perdón.
El punto de partida es desconcertante. La persona rencorosa y vengativa está generalmente convencida de llevar razón, de que su rencor y su odio están justificados. Ben Sira le obliga a olvidarse del enemigo y pensar en sí mismo: “Tú también eres pecador, te sientes pecador en muchos casos, y deseas que Dios te perdone”. Pero este perdón será imposible mientras no perdones la ofensa de tu prójimo, le guardes rencor, no tengas compasión de él. Porque «del vengativo se vengará el Señor».
Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?
Si lo anterior no basta para superar el odio y el deseo de venganza, Ben Sira añade dos sugerencias: 1) piensa en el momento de la muerte; ¿te gustaría llegar a él lleno de rencor o con la alegría de haber perdonado? 2) recuerda los mandamientos y la alianza con el Señor, que animan a no enojarse con el prójimo y a perdonarle. [En lenguaje cristiano: piensa en la enseñanza y el ejemplo de Jesús, que mandó amar a los enemigos y murió perdonando a los que lo mataban.]
Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.
Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.
Pedro y Lamec
Lo que dice Ben Sira de forma densa se puede enseñar de forma amena, a través de una historieta. Es lo que hace el evangelio de Mateo en una parábola exclusiva suya (no se encuentra en Marcos ni Lucas).
El relato empieza con una pregunta de Pedro. Jesús ha dicho a los discípulos lo que deben hacer «cuando un hermano peca» (domingo pasado). Pedro plantea la cuestión de forma más personal: «Si mi hermano peca contra mí», «si mi hermano me ofende». ¿Qué se hace en este caso? Un patriarca anterior al diluvio, Lamec, tenía muy clara la respuesta:
«Por un cardenal mataré a un hombre,
a un joven por una cicatriz.
Si la venganza de Caín valía por siete,
la de Lamec valdrá por setenta y siete» (Génesis 4,23-24).
Pedro sabe que Jesús no es como Lamec. Pero imagina que el perdón tiene un límite, no se puede exagerar. Por eso, dándoselas de generoso, pregunta: «¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Toma a Caín como modelo contrario: si él se vengó siete veces, yo perdono siete veces.
Jesús le indica que debe tomar como modelo contrario a Lamec: si él se vengó setenta y siete veces, perdona tú setenta y siete veces. (La traducción litúrgica, que es la más habitual, dice «setenta veces siete»; pero el texto griego se puede traducir también por setenta y siete, como referencia a Lamec). En cualquier hipótesis, el sentido es claro: no existe límite para el perdón, siempre hay que perdonar.
La parábola
Para justificarlo propone la parábola de los dos deudores. La historia está muy bien construida, con tres escenas: la primera y tercera se desarrollan en la corte, en presencia del rey; la segunda, en la calle.
1ª escena (en la corte): el rey y un deudor.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.” El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
Se subraya: 1) La enormidad de la deuda; diez mil talentos equivaldrían a 60 millones de denarios, equivalente a 60 millones de jornales. 2) Las duras consecuencias para el deudor, al que venden con toda su familia y posesiones. 3) Su angustia y búsqueda de solución: ten paciencia. 4) La bondad del monarca, que, en vez de esperar con paciencia, le perdona toda la deuda.
2ª escena (en la calle): el deudor perdonado se convierte en acreedor
Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.” El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Esta escena está construida en fuerte contraste con la anterior. 1) Los protagonistas son dos iguales, no un monarca y un súbdito. 2) La deuda, cien denarios, es ridícula en comparación con los 60 millones. 3) Mientras el rey se limita a exigir, el acreedor se comporta con extrema dureza: «agarrándolo, lo estrangulaba». 4) Cuando escucha la misma petición de paciencia que él ha hecho al rey, en vez de perdonar a su compañero lo mete en la cárcel.
3ª escena (en la corte): los compañeros, el rey y el primer deudor.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.
Dos detalles: 1) La conducta del deudor-acreedor escandaliza e indigna a sus compañeros, que lo denuncian al rey. Este detalle, que puede pasar desapercibido, es muy importante: a veces, cuando una persona se niega a perdonar, intentamos defenderla; sin embargo, sabiendo lo mucho que a esa persona le ha perdonado Dios, no es tan fácil justificar su postura. 2) La frase clave es: «¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”
Con esto Jesús no sólo ofrece una justificación teológica del perdón, sino también el camino que lo facilita. Si consideramos la ofensa ajena como algo que se produce exclusivamente entre otro y yo, siempre encontraré motivos para no perdonar. Pero si inserto esa ofensa en el contexto más amplio de mis relaciones con Dios, de todo lo que le debemos y Él nos ha perdonado, el perdón del prójimo brota como algo natural y espontáneo. Si ni siquiera así se produce el perdón, habrá que recordar las severas palabras finales de la parábola, muy interesantes porque indican también en qué consiste perdonar setenta y siete veces: en perdonar de corazón.
La diferencia entre la 1ª lectura y el evangelio
Ben Sira enfoca el perdón como un requisito esencial para ser perdonados por Dios. La parábola del evangelio nos recuerda lo mucho que Dios nos ha perdonado, que debe ser el motivo para perdonar a los demás.
El domingo pasado el evangelio nos invitaba a salir a camino de aquellas personas que se pierden y esa es una manera de reconciliación. Pero hoy el evangelio nos mete el dedo en la llaga. Una cosa es que mi hermano peque, otra muy distinta es que me ofenda a mí, que me dañe de alguna manera.
Todas queremos ser perdonadas, pero ¡cuánto nos cuesta perdonar! Y es que lo de perdonar no es de una vez para siempre, sino un ejercicio continuo, es un esfuerzo.
El perdón es una escuela de alto rendimiento (¡70 veces 7!). Hay que ejercitarse todos los días y practicarlo de por vida. Realmente nuestras sociedades serían completamente diferentes si se pusiera de moda el arte de perdonar y, de hecho, aquellas personas que han sabido vivir perdonando son las que han cambiado el rumbo de la historia.
Quien perdona se trasciende porque se va pareciendo cada vez más a Dios, al Dios de Jesús que murió diciendo: “perdónales porque no saben lo que hacen”.
A fin de cuentas, el perdón es la antípoda del miedo. Quien perdona se arriesga a que le vuelvan a fallar, a que le vuelvan a herir. Si le cierras la puerta al perdón se la abres al miedo y al rencor. Así las demás personas se convierten en enemigas de las que tenemos que defendernos. Y esto último es rentable. ¡Todo un negocio! El negocio del miedo. Para la economía globalizada nuestro miedo es más que rentable, es la base, el motor.
Si aprendiéramos a dialogar, si llegáramos a perdonarnos, ¿dónde quedaría el negocio de las guerras, de las armas? Si no tuviéramos que defendernos unos países de otros, unos vecinos de otros, ¿qué pasaría con el negocio de las aseguradoras?
El camino del perdón es mucho más subversivo de lo que pensamos. Y el mensaje de Jesús más peligroso de lo que muchos de nuestros intereses pueden soportar.
Perdonar es una de las armas más revolucionarias de la historia. Los poderes de este mundo deberían prohibirlo, pero han hecho algo todavía mejor: ¡desprestigiarlo! Nos han hecho creer que quien perdona pierde. Que quien perdona se dejar pisar. Y nosotros nos lo hemos creído.
Oración
Ilumina, Trinidad Santa, nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad para que podamos descubrir la fuerza trasformadora del perdón. ¡Amén!
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DOMINGO 24º (A)
Mt 18,21-35
El evangelio de hoy es continuación del que leíamos el domingo pasado. Allí se daba por supuesto el perdón. Hoy es el tema principal. Mateo sigue con la instrucción sobre como comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo sería imposible cualquier clase de convivencia estable. El perdón es la más alta manifestación del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de fallar y el fallo concreto y real.
La frase “setenta veces siete“, no podemos entenderla literalmente; como si dijera que hay que perdonar 490 veces. Quiere decir que hay que perdonar siempre. El perdón tiene que ser, no un acto, sino una actitud que se mantiene durante toda la vida y ante cualquier ofensa. Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque supone que Pedro todavía lleva cuenta de las ofensas.
La parábola de los dos deudores no necesita explicación. El punto de inflexión está en la desorbitada diferencia de la deuda de uno y otro. El señor es capaz de perdonar una inmensa deuda (60.000.000 denarios), el empleado es incapaz de perdonar 100 denarios. Al final, encontramos un rabotazo de AT: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Jesús nunca pudo dar a entender que un Dios vengativo puede castigar de esa manera, o negarse a perdonar hasta que cumplamos unos requisitos.
Lo que llamamos perdón solo puede nacer del amor. No es fácil perdonar, como no es fácil amar. Va en contra de todos los instintos. Va en contra de lo razonable. Desde nuestra conciencia de individuos aislados en nuestro ego, es imposible entender el perdón del evangelio. El ego necesita enfrentarse a todo para sobrevivir y potenciarse. Desde esa conciencia, el perdón se convierte en un factor de afianzamiento del ego. Perdono (la vida) al otro porque así dejo clara mi superioridad moral. Expresión de este falso perdón es la famosa frase “perdono pero no olvido” que es la práctica común en nuestra sociedad.
Para entrar en la dinámica del perdón, debemos tomar conciencia de nuestro verdadero ser y de la manera de ser de Dios. Experimentando la ÚNICA REALIDAD, descubriré que no hay nada que perdonar, porque el otro no obró por malicia sino por ignorancia. Desde nuestro concepto de pecado como mala voluntad o deseo de hacer daño por parte de otro que me quiere mal es imposible que nos sintamos capaces de perdonar. El pecado no es fruto nunca de una mala voluntad, sino de una ignorancia. La voluntad no puede ser mala, porque no es movida por el mal. La voluntad solo puede ser atraída por el bien.
La trampa está en que se trata del bien o el mal, que le presenta la inteligencia a la voluntad. La voluntad no tiene ninguna posibilidad de discernir si algo es bueno o es malo, depende del conocimiento de cada uno. Nuestro problema en relación con el pecado es que nuestro conocimiento es siempre limitado y de ese modo con frecuencia creemos que es bueno para mí lo que en realidad es malo. Digo para mí, porque pecado es siempre un mal para mí. Si tengo la sensación de que el perjudicado es el otro, nunca corregiré mis fallos.
“Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Dios no tiene acciones, mucho menos puede tener reacciones. Dios es amor y por lo tanto es también perdón. No tiene que hacer ningún acto para perdonar; está siempre perdonando. Su amor es perdón porque llega a nosotros sin merecerlo. Ese perdón de Dios es lo primero. Si lo aceptamos nos hará capaces de perdonar a los demás. Eso sí, la única manera de estar seguros de que lo hemos descubierto y aceptado, es que perdonamos. Por eso se puede decir, aunque de manera impropia, que Dios nos perdona en la medida que nosotros perdonamos.
Es muy difícil armonizar el perdón con la justicia. Nuestra cultura cristiana tiene fallos garrafales. Se trata de un cristianismo troquelado por el racionalismo griego y encorsetado hasta la asfixia por el jurisdicismo romano. El cristianismo resultante, que es el nuestro, no se parece en nada a lo que vivió y enseñó Jesús. En nuestra sociedad se está acentuando cada vez más el sentimiento de Justicia, pero se trata de una justicia racional e inmisericorde, que la mayoría de las veces esconde nuestro afán de venganza. El razonamiento de que sin justicia los malos se adueñarían del mundo no tiene sentido.
Este sentido de la justicia se la hemos aplicado al mismo Dios y lo hemos convertido en un monstruo que tiene que hacer morir a su propio Hijo para “justificar” su perdón. Es completamente descabellado pensar que un verdadero amor está en contra de una verdadera justicia. Luchar por la justicia es conseguir que ningún ser humano haga daño a otro en ninguna circunstancia. La justicia no consiste en que una persona perjudicada, consiga perjudicar al agresor. Seguiremos utilizando la justicia para dañar al otro.
Lo que decimos en el Padrenuestro es un disparate. No es un defecto de traducción. En el AT está muy clara esta idea. En la primera lectura nos decía exactamente: “Del vengativo se vengará el Señor”. “Perdona la ofensa de tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas”. Cuando el mismo evangelista Mateo relata el Padrenuestro, la única petición que merece un comentario es ésta, para decir: “…Porque si perdonáis a vuestros hermanos, también vuestro Padre os perdonará; pero si no perdonáis, tampoco vuestro Padre os perdonará (Mt 6,14). ¿No sería más lógico pedir a Dios que nos perdone como solo Él sabe hacerlo, y aprendamos de Él nosotros a perdonar a los demás?
Para descubrir por qué tenemos que seguir amando al que me ha hecho daño, tenemos que descubrir los motivos del verdadero amor a los demás. Si yo amo solamente a las personas que son amables, no salgo de la dinámica del egoísmo. El amor verdadero tiene su justificación en la persona que ama, no en la que es objeto del amor y sus cualidades. El amor a los que son amables no es garantía ninguna del amor verdaderamente humano y cristiano. Si no perdonamos a todos y por todo, nuestro amor es cero, porque si perdonamos una ofensa y otra no, las razones de ese perdón no son genuinas.
No solo el ofendido necesita perdonar para ser humano. También el que ofende necesita del perdón para recuperar su humanidad. La dinámica del perdón responde a la necesidad psicológica del ser humano de un marco de aceptación. Cuando el hombre se encuentra con sus fallos, necesita una certeza de que las posibilidades de rectificar siguen abiertas. Descubrir, después de un fallo que Dios me sigue queriendo, me llevará a recuperarme de la desintegración que lleva consigo un fallo grave. La mejor manera de convencerme de que Dios me ha perdonado, es descubrir que aquel a quien ofendí me ha perdonado.
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