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“Pasarse”, por Dolores Aleixandre

Sábado, 24 de diciembre de 2016
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31542425551_2607cd1c06_oLeído en su blog Un grano de mostaza:

Según el Diccionario de la RAE: sobrar, superar, rebasar, aventajar, desbordar, abundar, extralimitarse, propasarse, desmadrarse, excederse; entre sus antónimos: contenerse, reprimirse, limitarse y quedarse corto.

El verbo ha entrado recientemente en el lenguaje coloquial (“te has pasao”, “pasarse tres pueblos…”) y hay que reconocerle el mérito de describir divinamente, y nunca mejor dicho, las costumbres de Dios según las cuenta la Biblia: el éxodo no fue un vadear arremangados el Mar de los Juncos buscando la orillita, sino un paseo triunfal sobre lo seco entre murallas de agua; llovió tanto maná que, como dicen los gallegos, “no daban acabado”; las codornices fueron otro diluvio inesperado; las murallas de Jericó se vinieron abajo solo con tocar las trompetas.

En los evangelios siguen desbordándose las cosas: la abundancia de peces casi hunde la barca en el lago; el vino que sobró en Caná bastaba para emborrachar a los paisanos de media Galilea; sobraron tantos panes y peces después del banquete en el descampado, que hicieron falta doce canastos para recogerlos; Nicodemo se presentó en el Calvario con 35 kilos de perfume para ungir el cadáver de Jesús.

Cuando nosotros, europeos comedidos y formales, queremos hablar de algo desmedido que nos desborda, echamos mano, todo lo más, a signos de admiración o a mayúsculas, pero lo de los orientales es otra cosa y “se pasan” mucho a la hora de contarlo. Si en vez de en Galilea Jesús hubiera nacido en Escandinavia o en Pomerania Occidental, su discurso hubiera sido probablemente más contenido y circunspecto y no hubiera usado imágenes tan disparatadas como las que de vez en cuando se le ocurrían. Pero era un judío de imaginación calenturienta y se le ocurrió un día aquello de la morera ultraobediente que,ante la orden de alguien con fe, se arrancaba ella sola y se plantaba en medio del mar (Lc 17,10).

Lo descabellado del ejemplo nos invita a hacernos preguntas: qué fe tan rara es esta de la que habla, qué poco se parece a aquello que decía el catecismo de “creer lo que no vemos”, qué falta de homologación con el lenguaje habitual de las encíclicas anteriores a Francisco.

A lo que de verdad recuerda es a ese estado de exaltación y arrebato que produce el enamoramiento: quien está viviendo esa experiencia de éxtasis, se siente empujado más allá del umbral de la lógica y no se detiene ante lo que parece imposible: saltar tapias, andar sobre telas de araña, escuchar en plena noche el canto de los pájaros. Son imágenes que emplea el Romeo de Shakespeare para describir la exaltación de su amor y solo el Evangelio supera su audacia: perdedores que ganan, caminantes descalzos pisando escorpiones, granitos de mostaza convertidos en árboles, céntimos que valen una fortuna, hijos encontrados y cubiertos de besos, últimos que resultan primeros, el paraíso prometido por un crucificado a otro que agoniza a su lado.

La noche de Belén fue “de eso”: de pasarse, de excederse y derrochar, de saltarse todos los límites, todas las medidas, todo lo convenido, todo lo adecuado: oscuridad inundada de resplandor, silencio estallando en himnos, pastores corriendo en busca del Pastor, una cuadra convertida en palacio del Rey. En palabras de Efrén de Nísibe, allá por el s. IV: el Grande se hacía pequeño, el Silencioso se volvía Palabra, el Señor se convertía en siervo, el Centinela se quedaba dormido sobre un pesebre.

Cuando decimos “felices Pascuas” estamos diciendo sencillamente eso: para alegría de la buena, la de quienes acompañan en su camino a Aquel que se pasó primero.

Espiritualidad , , ,

FE

Jueves, 27 de octubre de 2016
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erikunger_032812_eunger_wk4_002_zsqvdulEstamos en momentos en que no sabemos cómo anunciar el evangelio y menos aún cómo conseguir que las personas lo acepten y queden enamoradas de Jesús de Nazaret.

Me parece interesante el reconocer la verdad de nuestra situación eclesial. Es un primer paso. Y si no sabemos, ya estamos en buen camino. La debilidad, la pequeñez es un paso gigante para vivir el Evangelio. Reconocer con sinceridad que hoy no interesa la fe.

Pero he de ser sincero. No disimular. Es cierto que las personas siguen acudiendo y participando cuando se trata de actos religiosos, procesiones, romerías… Pero descubrir, conocer, enamorarnos de Jesús y vivir según los criterios de Él, eso ya es más complicado

Buen momento para contemplar, calar y limpiar el trigo de paja.

Es un primer paso. Y me encantó oír a un obispo decir: “no sabemos cómo anunciar hoy el evangelio de una forma eficaz”

Voy ansiosamente intentando buscar experiencias de una pastoral nueva, y me resulta muy difícil: cambiamos formas, actos, estilos… Pero creo que hay que llegar a cambiar los contenidos, mucho más allá de unas guitarras. Muchas frases de nuestro Credo, hoy resultan muy áridas “engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre”. Y así podríamos decir muchas expresiones. Es cierto que son manifestaciones de fe, que en su momento decían mucho a los creyentes. Pero hoy, sin discutir esas expresiones, creo que sería muy positivo manifestar nuestra fe con contenidos sobre todo del evangelio, no de filosofía. ¿Por qué no recordamos a Jesús en sus palabras, hechos, presencia, entrega? Eso nos anima mucho más.

Ya el Nazareno dijo expresiones poco filosóficas pero muy humanas: eran las parábolas y su forma de predicar y de hacer.

Siento que la vida cristiana la hemos hecho girar en torno a la Eucaristía, pero vivida desde la transustanciación. ¿Podríamos enfocar la Presencia de Dios en todas las personas, realidades, acciones desde su actuar? Lo dice bellamente el prefacio “En El vivimos, nos movemos y existimos y todavía peregrinos en este mundo, no solo experimentamos las pruebas cotidianas de su amor, sino que poseemos ya en prenda la Vida Futura, pues tenemos las primicias del Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos “

Yo veo que mi misión como animador de la fe es acompañar a descubrir a Dios en Jesús Resucitado en todas las cosas. Y así mi vida es experimentar en todo a Jesús. A veces digo que debiéramos dedicarnos a hacer de radar para experimentar al Dios vivo.

Cómo cambia la vida al sentir que Jesús me habita y me mueve.  Una gran tarea descubrirlo y dejarme impulsar.

Se dice: “Jesús está en la Eucaristía, pero sacramentalmente”. En mi pueblo hay mucha agua debajo de la tierra, una gran balsa. Si perforo con cualquier cosa, brota el agua. Si perforo desde la fe, siento a Jesús en todo y en todos. Los sacramentos son vivencias del Dios que está ahí.

De esa forma cambia mi fe y mi forma de acompañar a las personas a descubrir y vivir la vida cristiana. Ver la vida desde el Dios que la habita.

Como descubridor de Jesús, le puedo ver en todo lo positivo, que es muchísimo y que inunda la vida. Encuentro un camino interesante: buscar, sentir y vivir la Salvación. Aquí encuentro un camino distinto para los cristianos y para los animadores de la fe.

Gerardo Villar

Biblia, Espiritualidad ,

Jesús, maestro, ten compasión de nosotros

Domingo, 9 de octubre de 2016
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Los diez leprosos

Eran diez leprosos. Era
esa infinita legión
que sobrevive a la vera
de nuestra desatención.

Te esperan y nos espera
en ellos Tu compasión.
Hecha la cuenta sincera,
¿cuántos somos?, ¿cuántos son?

Leproso Tú y compañía,
carta de ciudadanía
nunca os acaban de dar.

¿Qué Francisco aún os besa?
¿Qué Clara os sienta a la mesa?
¿Qué Iglesia os hace de hogar?

*

Pedro Casaldáliga
Vivamos de Esperanza

***

 

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:

“Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.”

Al verlos, les dijo:

“Id a presentaros a los sacerdotes.”

Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.

Éste era un samaritano.

Jesús tomó la palabra y dijo:

“¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”

Y le dijo:

“Levántate, vete; tu fe te ha salvado.”

*

Lucas 17, 11-19

***

***

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Fe sencilla…

Domingo, 2 de octubre de 2016
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Más Sencilla

Hazme una cruz sencilla,
carpintero…
sin añadidos
ni ornamentos…
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos…
sencilla, sencilla…
hazme una cruz sencilla, carpintero.

*

Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza
siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.

Ser en la vida romero, romero…
sólo romero.
Que no hagan callo las cosas
ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez,
una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Que no se acostumbre el pie
a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa,
ni la losa de los templos,
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos…
ni como el cómico viejo
digamos los versos.

No sabiendo los oficios,
los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera…

Que no hagan callo las cosas
en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

***

León Felipe

***

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:

“Auméntanos la fe.”

El Señor contestó:

“Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar.” Y os obedecería.

Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis: ‘Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?

Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.””

*

Lucas 17, 5-10

***

***

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“Auméntanos la Fe”. 27 Tiempo ordinario – C (Lucas 17,5-10)

Domingo, 2 de octubre de 2016
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27-to-390x247De manera abrupta, los discípulos le hacen a Jesús una petición vital: «Auméntanos la fe». En otra ocasión le habían pedido: «Enséñanos a orar». A medida que Jesús les descubre el proyecto de Dios y la tarea que les quiere encomendar, los discípulos sienten que no les basta la fe que viven desde niños para responder a su llamada. Necesitan una fe más robusta y vigorosa.

Han pasado más de veinte siglos. A lo largo de la historia, los seguidores de Jesús han vivido años de fidelidad al Evangelio y horas oscuras de deslealtad. Tiempos de fe recia y también de crisis e incertidumbre. ¿No necesitamos pedir de nuevo al Señor que aumente nuestra fe?

Señor, auméntanos la fe

Enséñanos que la fe no consiste en creer algo sino en creer en ti, Hijo encarnado de Dios, para abrirnos a tu Espíritu, dejarnos alcanzar por tu Palabra, aprender a vivir con tu estilo de vida y seguir de cerca tus pasos. Solo tú eres quien «inicia y consuma nuestra fe».

Auméntanos la fe

Danos una fe centrada en lo esencial, purificada de adherencias y añadidos postizos, que nos alejan del núcleo de tu Evangelio. Enséñanos a vivir en estos tiempos una fe, no fundada en apoyos externos, sino en tu presencia viva en nuestros corazones y en nuestras comunidades creyentes.

Auméntanos la fe

Haznos vivir una relación más vital contigo, sabiendo que tú, nuestro Maestro y Señor, eres lo primero, lo mejor, lo más valioso y atractivo que tenemos en la Iglesia. Danos una fe contagiosa que nos oriente hacia una fase nueva de cristianismo, más fiel a tu Espíritu y tu trayectoria.

Auméntanos la fe

Haznos vivir identificados con tu proyecto del reino de Dios, colaborando con realismo y convicción en hacer la vida más humana, como quiere el Padre. Ayúdanos a vivir humildemente nuestra fe con pasión por Dios y compasión por el ser humano.

Auméntanos la fe

Enséñanos a vivir convirtiéndonos a una vida más evangélica, sin resignarnos a un cristianismo rebajado donde la sal se va volviendo sosa y donde la Iglesia va perdiendo extrañamente su cualidad de fermento. Despierta entre nosotros la fe de los testigos y los profetas.

Auméntanos la fe

No nos dejes caer en un cristianismo sin cruz. Enséñanos a descubrir que la fe no consiste en creer en el Dios que nos conviene sino en aquel que fortalece nuestra responsabilidad y desarrolla nuestra capacidad de amar. Enséñanos a seguirte tomando nuestra cruz cada día.

Auméntanos la fe

Que te experimentemos resucitado en medio de nosotros renovando nuestras vidas y alentando nuestras comunidades.

José Antonio Pagola

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“¡Si tuvierais fe … !”. Domingo 2 de octubre de 2016. 27º Ordinario

Domingo, 2 de octubre de 2016
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52-ordinarioc27-cerezoLeído en Koinonia:

Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4: El justo vivirá por su fe.
Salmo responsorial: 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón.”
2Timoteo 1, 6-8. 13-14: No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor.
Lucas 17, 5-10: ¡Si tuvierais fe … !

Ofrecemos en primer lugar un comentario bíblico tradicional

El profeta Habacuc nos pone en el contexto del diálogo entre el profeta y Dios, donde el primero toma la iniciativa y pregunta a Dios por la raíz del mal y el sufrimiento que lo rodea. La injusticia, la violencia y la desigualdad parecen convertirse en la única forma de vivir de la sociedad en muchos momentos, no sólo de la historia del pueblo de Dios, sino también de la historia de la humanidad. La queja del profeta es clara: no hay justicia; se vive en una violación sistemática de los derechos básicos provocados por la anomia y la confusión de su tiempo. Sin embargo, la respuesta del Señor, ante la situación, no se hace esperar. El Dios de la historia y la creación hace un llamado al “justo” a la fidelidad y a la confianza. Dios se encuentra con el ser humano en la justicia, en la resistencia pacífica y en la esperanza del ser humano en él.

En la segunda carta a Timoteo el autor nos presenta de dónde procede el ser apóstoles del Señor: del plan divino de la salvación de Dios. Los creyentes hoy estamos exigidos a tomar conciencia que hemos recibido del Señor el don de la fe, de la fortaleza y de la caridad; por tanto, este don recibido demanda una respuesta oportuna. Ante la situación tan compleja, adversa y confusa de nuestra situación mundial, los carismas del Espíritu del resucitado se nos dan para dirigir a la comunidad humana con valentía y dar testimonio de la liberación y salvación del Señor. Dichos dones recibidos de la gracia de Dios, son también, tarea humana, y necesitan ser cultivados e incrementados constantemente para evitar caer en el absurdo y la desesperanza.

En el texto de Lucas vemos a los discípulos, conscientes de su poca fe, de su incapacidad para dar su adhesión plena a Jesús y a su mensaje. Por eso le piden que les aumente la fe. Jesús constata en realidad que tienen una fe más pequeña que un grano de mostaza, semilla del tamaño de una cabeza de alfiler. No dan ni siquiera el mínimo, pues con tan mínima cantidad de fe bastaría para hacer lo imposible: arrancar de cuajo con sólo una orden una morera y tirarla al mar. Este mínimo de fe es suficiente para poner a disposición del discípulo la potencia de Dios.

Miro a mi alrededor y pienso que algo no funciona. Tantos cristianos, tantos católicos, tantos colegios religiosos… Y me pregunto: ¿Cuántos creyentes? ¿Tienen fe los cristianos, los sacerdotes y religiosos, los obispos? ¿Tenemos fe? ¿O tenemos una serie de creencias, un largo y complicado credo que recitamos de memoria y que poco atañe a nuestras vidas?

Las palabras de Jesús siguen resonando hoy. “Si tuvierais fe como un grano de mostaza…” O lo que es igual: si siguierais mi camino, si vivierais según el Evangelio… tendríais la fuerza de Dios para cambiar el sistema.

Sigo mirando a mi alrededor y veo una Iglesia apegada a sus privilegios, que se codea con los poderes fácticos, que depende en muchos países económicamente del Estado, capaz de echarle un pulso al poder político y vencer, identificada con frecuencia con la derecha o el centro, defensora a ultranza de su estatuto de religión verdadera y prioritaria.

Me vuelvo al evangelio y releo sus páginas: “Vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, que Dios será tu riqueza, y anda sígueme a mí” (Lc 18,22). “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero este hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Lc 9,58). “No andéis agobiados pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir” (Lc 12,22). “Los reyes de las naciones las dominan y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. Pero vosotros nada de eso; al contrario, el más grande entre vosotros iguálese al más joven y el que dirige al que sirve” (Lc 22,25-26).

Pobres, libres, sin seguridades, sin poder, como Jesús. Sólo tiene fe quien se adhiere a este estilo de vida evangélico. Quien no, tiene creencias, que para casi nada sirven. Y así no se puede cambiar ni el sistema religioso ni siquiera el mundano.

Tal vez tengamos que reconocer que somos “siervos inútiles”, pues no andamos en el sistema de la fe, sino en el del cumplimiento de las obras de la ley, como los fariseos, que, al final, de su trabajo tienen que considerarse “siervos inútiles”, pero no “hijos de Dios” que es a lo que estamos llamados a ser, como ciudadanos del Reino que todos anhelamos.

El evangelio de hoy no está recogido en la serie «Un tal Jesús», pero en ella puede encontrarse varios episodios relacionados con el contenido de ese evangelio: https://radialistas.net/category/un-tal-jesus

Añadimos un comentario crítico.

La palabra «fe» es polisémica, tiene significados múltiples, que dependen del contexto de su uso. En el evangelio que hoy leemos, es claro que aparece como sinónimo de coraje, decisión, convicción de entrega… y «esa fe» es la que mueve montañas… o traslada moreras, no necesariamente con una eficacia «sobrenatural», sino a veces simplemente psicológica. Leer más…

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Dom 2.10.16. Como un grano de mostaza… El hombre vive de la fe

Domingo, 2 de octubre de 2016
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14520328_658383704338825_1903779440314369255_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 27, tiempo ordinario, ciclo C. Así le pidieron a Jesús sus seguidores Auméntanos la fe:

Sabían que era creyente, y descubrieron que su fe era contagiosa, pues ponía en marcha el Reino y hacía que los hombres y mujeres pudieran curarse, creer en el poder de Dios, creer unos en otros y en í mimos, transformarse.

Querían fe, creer como él creía, recrear su vida y la vida de los otros (especialmente de los pobres), con el poder que Dios les confiaba, y que ellos descubrían en sí mismos, al confiar unos en otros. Así pidieron, así podemos pedir también nosotros, en ese domingo que trata de la fe.

Desarrollaré el tema en dos partes.

(a) Introducción. Una pequeña visión de la fe, según la Biblia (Cf. Gran Diccionario de la Biblia). Allí, en sus páginas centrales, desde Habacuc hasta Jesús y Pablo se dice que el hombre (el hombre justo) vive de la fe.

(b) Ser hombre es creer. Sentido humano y religioso de la fe. Ciertamente, ser hombre justo es creer; el injusto no cree en los demás, ni en sí mismo, por eso es violento (adora un poder falso, se cuelga del dinero). Pero si no tiene fe ninguna el hombre en cuanto tal se muere, termina de ser, se destruye a sí mismo.

14502758_658385571005305_1797971634292971557_nDesarrollo este motivo con cierta extensión por dos motivos principales, que marcan el valor y el riesgo de nuestra experiencia humana:

a) Con ocasión de los quinientos años de la Reforma de Lutero (1517), que tuvo como centro la visión de la fe en el cristianismo. No está resuelto aquel tema, en busca de solución seguimos caminando.

b) Con ocasión de la casi absoluta falta de fe de nuestro mundo social y político. En España y en el mundo, en general, los políticos no creen: No creen en los otros, ni en sí mismos, ni en la verdad. Por eso discuten, discutimos, corremos el riesgo de destruirnos.

Buen fin de semana.

Texto (extracto): Lc 17, 5-6

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:
— Auméntanos la fe.
El Señor contestó:
— Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa montaña: “Arráncate de raíz y plántate en el mar,” y os obedecería.

(1) INTRODUCCIÓN. UNA PEQUEÑA VISIÓN DE LA FE, SEGÚN LA BIBLIA

La Biblia es un libro de fe. Ciertamente, cuenta las historias del pueblo de Dios y expone argumentos de tipo sapiencial. Pero, en su raíz más honda, ella ofrece un testimonio de fe: una forma de vida que se funda en la fidelidad de Dios, que ofrece y mantiene su palabra, y en la fidelidad de los hombres que le responden.

(1) Antiguo Testamento

En la Biblia hebrea la fe se identifica en el fondo con la fidelidad (es decir, con la firmeza) y también con la verdad, entendida como emuna, en la línea de la firmeza y de la misericordia.
Básicamente, la fe pertenece a Dios, que es el fiel por excelencia, pues « guarda el pacto y la misericordia para con los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones» (Dt 7, 9).

Entendida así, la fe no es algo, que viene en un segundo momento, sino la misma realidad de Dios a quien se entiende no sólo como firme, sino también como misericordioso. En esa línea, el testimonio básico de la fidelidad bíblica lo ofrece la tradición reflejada en Ex 34, 6 donde Dios se presenta como « compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad, es decir, en fidelidad» (cf. Jon 4, 2).

La fe del hombre es consecuencia de la fidelidad de Dios. No se trata de creer en cosas, sino de fiarse de Dios, de ponerse en sus manos. Entendida así, la fe constituye la actitud básica del israelita. En un sentido, ella puede identificarse con el amor del que habla el shema (Dt 6, 5: «amarás al Señor, tu Dios…»); en otro sentido, ella aparece como experiencia básica de confianza, en medio de la crisis constante de la vida.

En esta línea se sitúa la afirmación fundamental de Hab 2, 4 (primera lectura de este domingo), cuando afirma que «el justo vivirá por la fe». Justo es aquí el tzadik, el hombre que responde a la llamada de Dios; la vida del justo, así entendido, se identifica con la ‘emuna, la fidelidad de Dios. Frente a la justicia de los pueblos que identifican la verdad don su fuerza, emerge así la verdadera justicia israelita, que se expresa en forma de confianza en Dios. Así podemos decir, en resumen, que Dios es verdadero porque es fiel, porque mantiene su palabra y los hombres (en especial los israelitas) pueden fiarse de él.

(2) Nuevo Testamento. Fe de Jesús.

Toda la vida y mensaje de Jesús aparece como una expresión y cumplimiento de esa fe. Así lo ha condensado Mc 1, 14-15 cuando ofrece el mensaje de Dios (¡llega el reino!) y pide a los hombres que respondan. ¡creed en el evangelio!, es decir: acoged la buena noticia. La vida pública de Jesús, desde su bautismo hasta su muerte, es un ejercicio y despliegue de esta fe en Dios. Leer más…

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“¡Abajo la presunción! “. Domingo 27. Ciclo C

Domingo, 2 de octubre de 2016
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jesus-aumenta-nuestra-fe-3-10-10Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Después de la parábola del rico y Lázaro, Lucas empalma cuatro enseñanzas de Jesús a los apóstoles a propósito del escándalo, el perdón, la fe y la humildad. Son frases muy breves, sin aparente relación entre ellas, pronunciadas por Jesús en distintos momentos. De esas cuatro enseñanzas, el evangelio de este domingo ha seleccionado sólo las dos últimas, sobre la fe y la humildad (Lucas 17,5-10).

Menos fe que un ateo

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:

            ‒ Auméntanos la fe.

El Señor contestó:

            ‒ Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa montaña: «Arráncate de raíz y plántate en el mar». Y os obedecería.

El evangelio de Mateo cuenta algo parecido: un padre trae a su hijo, que sufre ataques de epilepsia, para que lo curen los apóstoles. Ellos no lo consiguen. Aparece Jesús, y lo cura de inmediato. Los apóstoles, admirados, le preguntan por qué ellos no han sido capaces de curarlo. Y Jesús les responde: “Por vuestra poca fe. Si tuvierais fe como un grano de mostaza…”

Lucas le da un enfoque distinto, más irónico y malicioso. En su evangelio los apóstoles no buscan la explicación a un fracaso, sino que formulan una petición: “Auméntanos la fe”.

¿Qué piden los apóstoles? ¿Qué idea tienen de la fe? Ya que no eran grandes teólogos, ni habían estudiado nuestro catecismo, su preocupación no se centra en el Credo ni en un conjunto de verdades. Si leemos el evangelio de Lucas desde el comienzo hasta el momento en el que los apóstoles formulan su petición, encontramos cuatro episodios en los que se habla de la fe:

· Jesús, viendo la fe de cuatro personas que le llevan a un paralítico, lo perdona y lo cura (5,20).

· Cuando un centurión le pide a Jesús que cure a su criado, diciendo que le basta pronunciar una palabra para que quede sano, Jesús se admira y dice que nunca ha visto una fe tan grande, ni siquiera en Israel (7,9).

· A la prostituta que llora a sus pies, le dice: “Tu fe te ha salvado” (7,50).

· A la mujer con flujo de sangre: “Hija, tu fe te ha salvado” (8,48).

En todos estos casos, la fe se relaciona con el poder milagroso de Jesús. La persona que tiene fe es la que cree que Jesús puede curarla o curar a otro.

Pero la actitud de los apóstoles no es la de estas personas. En el capítulo 8, cuando una tempestad amenaza con hundir la barca en el lago, no confían en el poder de Jesús y piensan que morirán ahogados. Y Jesús les reprocha: “¿Dónde está vuestra fe? (8,25). La petición del evangelio de hoy, “auméntanos la fe”, empalmaría muy bien con ese episodio de la tempestad calmada: “tenemos poca fe, haz que creamos más en ti”. Pero Jesús, como en otras ocasiones, responde de forma irónica y desconcertante: “Vuestra fe no llega ni al tamaño de un grano de mostaza”.

¿Qué puede motivar una respuesta tan dura a una petición tan buena? El texto no lo dice. Pero podemos aventurar una idea: lo que pretende Lucas es dar un severo toque de atención a los responsables de las comunidades cristianas. La historia demuestra que muchas veces los papas, obispos, sacerdotes y religiosos/as nos consideramos por encima del resto del pueblo de Dios, como las verdaderas personas de fe y los modelos a imitar. No sería raro que esto mismo ocurriese en la iglesia antigua, y Lucas nos recuerda las palabras de Jesús: “No presumáis de fe, no tenéis ni un gramo de ella”.

Ni las gracias ni propina

En línea parecida iría la enseñanza sobre la humildad. El apóstol, el misionero, los responsables de las comunidades, pueden sufrir la tentación de pensar que hacen algo grande, excepcional. Jesús vuelve a echarles un jarro de agua fría contando una parábola con trampa. Al principio, el lector u oyente se siente un gran propietario, que dispone de criados a los que puede dar órdenes. Al final, le dicen que el propietario es Dios, y él es un pobre siervo, que se limita a hacer lo que le mandan. El mensaje quizá se capte mejor traduciendo la parábola a una situación actual.

Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: «En seguida, ven y ponte a la mesa»? ¿No le diréis: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú»? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».

La parábola es de una ironía sutil. Al principio, el lector u oyente se siente un gran propietario, que dispone de criados a los que puede dar órdenes. Al final, le dicen que el propietario es Dios, y él es un pobre siervo, que se limita a hacer lo que le mandan. El mensaje quizá se capte mejor traduciendo la parábola a una situación actual.

Suponed que entráis en un bar. ¿Quién de vosotros le dice al camarero: «¿Qué quiere usted tomar?». ¿No le decís: «Una cerveza», o «un café»? ¿Tenéis que darle las gracias al camarero porque lo traiga? ¿Tenéis que dejarle una propina? Pues vosotros sois como el camarero. Cuando hayáis hecho lo que Dios os encargue, no penséis que habéis hecho algo extraordinario. No merecéis las gracias ni propina.

Un lenguaje duro, hiriente, muy típico del que usa Jesús con sus discípulos.

El profeta Habacuc y la fe (Hab 1,2-3; 2, 2-4)

La primera lectura, tomada de la profecía de Habacuc habla también de la fe, aunque el punto de vista es muy distinto. El mensaje de este profeta es de los más breves y de los más desconocidos. Una lástima, porque el tema que trata es de perenne actualidad: la injusticia del imperialismo. En su época, el recuerdo reciente de la opresión asiria se une a la experiencia del dominio egipcio y babilónico. Tres imperios distintos, una misma opresión. El profeta comienza quejándose a Dios:

¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que escuches?

¿Te gritaré “violencia” sin que salves?

¿Por qué me haces ver desgracias,

me muestras trabajos, violencias y catástrofes,

surgen luchas, se alzan contiendas? 

Habacuc no comprende que Dios contemple impasible las desgracias de su tiempo, la opresión del faraón y de su marioneta, el rey Joaquín. Y el Señor le responde que piensa castigar a los opresores egipcios mediante otro imperio, el babilónico (1,5-8). Pero esta respuesta de Dios es insatisfactoria: al cabo de poco tiempo, los babilonios resultan tan déspotas y crueles como los asirios y los egipcios. Y el profeta se queja de nuevo a Dios: le duele la alegría con la que el nuevo imperio se apodera de las naciones y mata pueblos sin compasión. No comprende que Dios «contemple en silencio a los traidores, al culpable que devora al inocente». Y así, en actitud vigilante, espera una nueva respuesta de Dios.

El Señor me respondió así: 

«Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. 

La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará;

si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. 

El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.»

La visión que llegará sin retrasarse es la de la destrucción de Babilonia. El injusto es el imperio babilónico, que será castigado por Dios. El justo es el pueblo judío y todos los que confíen en la acción salvadora del Señor.

El tema tratado por Habacuc no tiene relación con la petición de los discípulos. Pero las palabras finales, “el justo vivirá por su fe”, tuvieron mucha importancia para san Pablo, que las relacionó con la fe en Jesús. Este puede ser el punto de contacto con el evangelio. Porque, aunque nuestra fe no llegue al grano de mostaza ni esperemos cambiar montañas de sitio, esa pizca de fe en Jesús nos da la vida, y es bueno seguir pidiendo: “auméntanos la fe”.

José Luis Sicre

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Domingo XXVII del Tiempo Ordinario. 2 octubre, 2016

Domingo, 2 de octubre de 2016
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to-d-xxvii

Los apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe.

Lc 17,5-18

La fe es dejar de creer en algo, para vivir en Alguien, y para ello es necesario confiar y abandonarse.

Cuando un niño nace lo colocan sobre su madre, y el niño no teme, confía, escucha los latidos del corazón de su progenitora, se siente envuelto en la ternura de quien lo acaba de dar a luz. Pues esto es para mí la fe, esa confianza de quién se abandona, de quien se entrega a vivir en Dios, y sabe, como dice Juliana de Norwich, “que todo es bueno y todo acabará bien”.

¿Por qué no confiamos en Dios?¿Qué puede ocurrirnos de malo si confiamos en Dios? La fe es el despertar y desaprender categorías mentales, para vivir en la confianza, en la intuición, en la senda de ser la voluntad de Dios.

Cuando observo a los niños en brazos de sus padres, entiendo lo que es vivir en Dios. Cuando al niño algo le asusta o le asalta el miedo, corre a abrazarse a sus padres, y ahí se relaja, nada malo puede suceder.

El temor, el miedo, es el vivir en el ego, en nuestra propia superficie marcada por patrones culturales, sociales, familiares. El miedo surge ante determinadas situaciones que no sé resolver o que no soy capaz de afrontar. El miedo no sano es un producto de la mente y por tanto aprendido. Este miedo solo existe en nuestra mente, en nuestro imaginario y es alimentado por él.

Siento que lo importante no es creer en Dios, sino experimentar a Dios, porque si le experimento creeré en Él. La experiencia se convierte en patrón de nuestras vidas, y depósito de nuevas experiencias.

La fe no es un juego de magia para pedir a Dios que realice lo que queremos, es dejar a  Dios ser Dios en nosotras y que se realice Su Voluntad.

Confiar en Dios significa dejar de girar alrededor de un@ mismo, para vivir en la Profundidad donde yo soy y Él habita.

El aumento de fe no es un tema de cantidad, sino de esencia, de pasar de la seguridad en las cosas o en los méritos propios a confiar en las posibilidades que Dios nos otorga.

La fe es descubrirnos habitad@s de semillas de infinitud que hay que abonar todos los días, porque la fe es dinámica, y es una actitud ante la vida que marca toda nuestra existencia.

Vivir en fe es desalojar las normas que proporcionan seguridad para vivir en la libertad del Espíritu.

Aumentar la fe es despertar a los signos del Reino que están presentes entre nosotras y escuchar la voz del Espíritu que nos enseña a acoger la realidad que somos, para vivir conscientemente en Su Presencia. Crecer en la fe es sentirnos dilatadas por la fuerza amorosa de quien nutre, vivifica y potencia nuestras vidas.

Oración

Haz Señor, que nuestra fe aumente al contacto del encuentro diario contigo, otórganos  la capacidad  de despertar a nuestro ser niñ@s que confiadas se abandonan en Ti. Te lo expresamos a Ti Padre, por medio de Jesús, tu Hijo y mediante la fuerza y la ternura de la Santa Ruáh.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

***

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La Fe y las obras

Domingo, 2 de octubre de 2016
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fey-obrasLc 17, 5-12

Sigue el evangelio con propuestas, aparentemente inconexas, pero Lc sigue un hilo conductor muy sutil. Hasta hoy nos había dicho, de diversas maneras, que no pongamos la confianza en las riquezas, en el poder, en el lujo; pero hoy nos dice: no la pongas en tus “buenas obras” ni en la religión. Confía solamente en “Dios”. Los que se pasan la vida acumulando méritos no confían en Dios sino en sí mismos. La salvación por puntos es lo más contrario al evangelio. Ésta era la actitud de los fariseos que Jesús criticó.

Los dos temas que nos propone hoy el evangelio están íntimamente conectados. Debemos confiar solamente en Dios y no en la obras. Es muy poco probable que los apóstoles hicieran esa petición a Jesús, porque presupone la conciencia de divinidad en Jesús, que solo después de la experiencia pascual alcanzaron. Lo importante es la respuesta de Jesús con el ejemplo de la higuera trasplantada. Esta imagen sí puede remontarse al mismo Jesús, porque otros evangelistas, en otros contextos también la relatan con el mismo mensaje, aunque sustituyendo la higuera por la montaña.

La parábola del simple siervo cuya única obligación es hacer lo mandado sin mérito alguno, está en la línea de la crítica a los fariseos por confiar en el cumplimiento de la Ley como único camino de salvación. Se trata del eterno problema de la fe o las obras. Y es curioso que se haya planteado tan pronto en el cristianismo. ¡Cuántos problemas nos hubiéramos evitado si no hubiéramos olvidado el evangelio! Ni Dios tiene que aumentarnos la fe, ni somos unos siervos inútiles. Descubrir lo que realmente somos sería la clave para una verdadera confianza en Dios, en la vida, en la persona humana…

Jesús no responde directamente a los apóstoles. Quiere dar a entender que la petición –auméntanos la fe– no está bien planteada. No se trata de cantidad, sino de autenticidad. Jesús no les podía aumentar la fe, porque aún no la tenían ni en la más mínima expresión. La fe no se puede aumentar desde fuera, tiene que crecer desde dentro como el grano de mostaza. A pesar de ello, en la mayoría de las homilías que he leído antes de elaborar ésta, se termina pidiendo a Dios que nos aumente la fe. Efectivamente, podemos decir que la fe es un don de Dios, pero un don que ya ha dado a todo el mundo; viendo cada una de sus criaturas, podemos descubrir lo que Dios está haciendo en ellas en cada momento.

Recuerda que al hablar de la fe en “Dios” lo puse entre comillas. Durante mucho tiempo se interpretó la respuesta de Jesús como una promesa de poderes mágicos para hacer obras portentosas. La imagen de la morera trasplantada en el mar es absurda. Con esta hipérbole, lo que nos está diciendo el evangelio, es que toda la fuerza de Dios está ya en cada uno de nosotros. El que tiene confianza, podrá desplegar toda esa energía. Lo contrario de la fe, es la idolatría. El ídolo es un resultado automático del miedo. Necesitamos el ser superior que me saque las castañas del fuego y en quien poder confiar cuando no puedo confiar en mí mismo. Pero del mismo modo que Dios no anda por ahí haciendo el ridículo con milagritos, tampoco a nosotros debemos utilizar a Dios para cambiar la realidad que no nos gusta.

La fe no es un acto ni una serie de actos, sino una actitud personal fundamental y total que imprime una dirección definitiva a la existencia. Confiar en lo que realmente soy me da una libertad de movimiento para desplegar todas mis posibilidades humanas. Nuestra fe sigue siendo infantil e inmadura, por eso no tiene nada que ver con lo que nos propone el evangelio. La mayoría de los cristianos no quieren madurar en la fe por miedo a las exigencias que esto conllevaría. La fe es una vivencia de Dios, por eso no tiene nada que ver con la cantidad. El grano de mostaza, aunque diminuto, contiene vida exactamente igual que la mayor de las semillas. Esa vida, es lo que de verdad importa.

Tanto a nivel religioso como civil, cada vez se tiene menos confianza en la persona humana. Todo está reglamentado, mandado o prohibido que es más fácil que ayudar a madurar a la persona para que actúe por convicción desde dentro. Estamos convirtiendo el globo terráqueo en un inmenso campo de concentración. No se educa a los niños para que sean ellos mismos, sino para que respondan automáticamente a los estímulos que les llegan desde fuera. Todos los poderes están encantados, porque esa indefensión les garantiza un total control sobre la población. Lo difícil es educar para que cada individuo sea él mismo y sepa responder personalmente ante todas las propuestas de salvación que le llegan.

Para la mayoría de los cristianos, creer es asentimiento a una serie de verdades teóricas, que no podemos comprender. Esa idea de fe, como conjunto de doctrinas, es completamen­te extraña tanto al Antiguo Testamento como al Nuevo. En la Biblia, fe es equivalente a confianza en una persona. Pero incluso esta confianza se entendería mal si no añadimos que tiene que ir acompañada de la fidelidad. La fe-confianza bíblica supone la fe, supone la esperanza y supone el amor. Esa fe nos salvaría de verdad. Esa fe no se consigue con propagandas ni imposiciones porque nace de lo más hondo de cada ser humano.

No se trata de esperar que Dios nos salve de las limitaciones, sino de encontrar a Dios y su salvación a pesar de ellas. Esa confianza no la debemos proyectar sobre una Persona que está fuera de nosotros y del mundo. Debemos confiar en un Dios que está y forma parte de la creación y por lo tanto de nosotros mismos. Creer en Dios es apostar por la creación, es confiar en el hombre. Es estar construyendo la realidad material, y no destruyéndola, es estar por la vida y no por la muerte. Es estar por el amor y no por el odio, por la unidad y no por la división. Tratemos de descubrir por qué tantos que no “creen” nos dan sopas con honda en la lucha por defender la naturaleza, la vida y al hombre.

Superada la idea de la fe como creencia, y aceptado que es confianza en…, nos queda mucho camino por andar para una recta comprensión del término. La fe que nos pide el evangelio no es la confianza en un señor poderoso por encima y fuera del mundo, que nos puede sacar las castañas del fuego. Se trata más bien, de la confianza en el Dios inseparable de cada criatura, que las atraviesa y las sostiene en el ser. El ser humano puede experimentar esa presencia como personal. En el resto de la creación se manifiesta como una energía que potencia y especifica cada ser en sus posibilidades. Creer en Dios es confiar en las posibilidades de cada criatura para alcanzar su plenitud propia. Creer en Dios es confiar en el hombre y en sus posibilidades de alcanzar su plenitud humana.

La mini parábola del simple siervo nos tiene que llevar a una profunda reflexión. No quiere decir que tenemos que sentirnos siervos y menos aún, inútiles sino todo lo contrario. Nos advierte que la relación con Dios como si fuésemos esclavos suyos, nos deteriora y deshumaniza. Es una crítica a la relación del pueblo judío con Dios que estaba basada en el estricto cumplimiento de la Ley, y en la creencia de que ese cumplimiento les salvaba. La parábola es un alegato contra la actitud farisaica que planteaba la relación con Dios como del esclavo frente a su señor. Si ellos cumplían, Dios estaba obligado a cumplir.

Hoy disponemos de una imagen que nos puede aclarar las ideas y que el evangelio no pudo utilizar. Sería ridículo ponerse a discutir si es más importante el generador o la lámpara, antes de conectarla para disponer de la luz. El generador de corriente eléctrica sería inútil sin la terminal que la transforma. La lámpara o el motor sería inútil si no disponemos de energía. Lo que da sentido a las dos realidades es la conexión. La imprescindible conexión entre Dios y las obras es la fe-confianza. Cada uno de nosotros debemos ser red y lámpara que transforme la energía divina en las obras que la hacen visible.

Meditación-contemplación

Si la confianza no es absoluta y total, no es confianza.
El mayor enemigo de la fe-confianza son las creencias,
porque exigen la confianza en ellas mismas,
y así asesinan la posibilidad de anclar tu ser en Dios.
…………………

Tener fe no es esperar que las cosas cambien.
Tener fe es encontrar a Dios en las peores circunstancias.
Tener fe es ser capaz de bajar lo suficiente al fondo de mí mismo,
para anular el efecto negativo de cualquier limitación.
………………………

Descubrir lo que es Dios es confiar absolutamente.
Es descubrir mi propio ser y también el ser de los demás.
Es valorar la Vida más allá de sus límites.
Es desplegar lo más genuino de mí, conectado con Dios.
………………..

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Centinela de Historia

Domingo, 2 de octubre de 2016
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oteando-el-horizonte-640x640x80“Llámanse y son tiranos quienes poseen el poder a perpetuidad en una nación que fue libre”  (Cornelio Nepote)

2 octubre, domingo XXVII del TO

Lc 17, 5-10

Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho cuanto os han mandado, decid, somos siervos inútiles, sólo hemos cumplido nuestro deber

Habacuc (600 a.C.), un profeta sin apellido y sin patria. Son tiempos de opresión y violencia. Ningún profeta se ha asomado como él a la escena de las grandes potencias, preguntándose por la justicia de la historia.

En la primera parte de su libro expone un diálogo con Yahvéh: el drama de los poderes humanos, políticos y económicos, ansiosos por conquistar pueblos, territorios y riquezas. Como consecuencia, víctimas tiranizadas, saqueadas y masacradas. El profeta lanza, pues, al pueblo hacia un nuevo horizonte, más allá de las expectativas coyunturales del momento histórico. La segunda parte es una colección de condenas a los explotadores y opresores. Su gesto desafiante es patente en la escultura barroca, del brasileño Antonio Francisco Lisboa (1730-1814), en el Santuario do Bom Jesus de Matosinhos.

Desde luego que poco tiene esto que ver con el consejo de Jesús al exponer en Lc 17 los deberes del discípulo: “Cuando hayáis hecho cuanto os han mandado, decid, somos siervos inútiles, sólo hemos cumplido nuestro deber”.

Se trata de una tarea comprometida para luchar contra las estructuras opresoras. En esta línea está la obra del dramaturgo alemán Bertolt Brecht. En Tambores en la noche, lamenta el protagonista: “Los tambores en la noche, hablan. / ¡Y es su voz una llamada / tan honda, tan fuerte y clara, / que parece como si fueran sonándonos en el alma!”

La anquilosada nomenclatura vaticana puede ser una de esas fuerzas opresoras que impiden que el Evangelio, ahogado dentro de sus muros, se manifieste fuera. Todavía resuenan en nuestros oídos estas proféticas palabras del entonces cardenal Bergoglio al iniciarse el Cónclave que le llevó a ocupar la silla de Pedro: “Tengo la impresión de que Jesús estuvo encerrado en la Iglesia y golpea la puerta porque quiere salir”.

Y si por desgracia esos tambores del dramaturgo dejaran de sonar, la humanidad estaría avocada al cumplimiento en ella de este trágico pronóstico de George Orwel, con el que cierra su novela La Granja de los Animales; una lamentable sociedad, sometida a todo tipo de opresiones: “Los animales, asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y nuevamente del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro”.

Siempre hubo, hay y habrá valientes que se rebelan contra la historia de semejantes atropellos. En Roma lo hicieron los Graco contra las sacrílegas leyes del estado, y Espartaco contra la opresión de los esclavos. Hoy es el pueblo quien demanda más justicia social a los gobernantes.

“Llámanse y son tiranos quienes poseen el poder a perpetuidad en una nación que fue libre”, escribió Cornelio Nepote, notable historiador romano.

LA FOCA

Ayer me fui de urgencias a Tu clínica
con dolor en el alma y en el cuerpo.
La encontré clausurada. Y una foca,
con su sangre punzada de lamentos,
regresaba con su piel en las manos
cansada de esperarte tanto invierno,
inocente, poluta y desollada.

En Tu sala de espera, en otros tiempos
Aguardaban su turno los clientes:
el cedro malherido y los helechos,
el explotado asno y las abejas.
Con muletas, los leones y renos,
y el pino con su rama en cabestrillo.      

¿Era ficción tu clínica? ¿Era sueño?

Ni la foca ni yo te vimos nunca,
así que no supimos si eras cierto.
Los que entraban a verte no volvían.

Yo regresé a mi mismo para verlo.

(NATURALIA. Los sueños de las criaturas. Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fe Adulta

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Un evangelio un poco “kantiano”

Domingo, 2 de octubre de 2016
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imagessQuizás, y aunque es cierto, que al final de una dura jornada de trabajo en el campo, todavía al llegar a la casa al siervo le quedaba preparar la cena para su señor, nosotros hubiéramos esperado otro final más cálido. Al menos un: “siéntate conmigo y vamos a comer juntos“.  O un: “vete a darte una ducha mientras yo preparo la cena“.

De hecho, no muy lejos de Palestina, también en la zona de Medio Oriente, en concreto en Mesopotamia, hacia el segundo milenio se encontraban mujeres consagradas al servicio de Dios, las así llamadas naditum. Pues bien, en uno de los epitafios milenarios encontrados en estos “conventos” se expresaba esta idea: toda mi vida ha consistido en servir a Dios, ahora al final de la misma Dios me invitará a su mesa.

Más allá de los convencionalismos y de las costumbres de la época, nos hubiera encantando que la parábola rompiese por un momento su lógica aplastante y la derivación práctica hubiera sido otra que la de un “siervos inútiles somos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. De hecho, la respuesta guarda una cierta semejanza con el imperativo moral kantiano del “deber por el deber” que, en cierto modo, responde a que hay que hacer el bien independientemente de si con ello obtenemos beneficios o se nos agradece. Hacer el bien es un valor en sí mismo.

Y, aunque esto es cierto, no obstante experimentamos una sensación “incómoda” de que no haya, al menos, una mueca de agradecimiento. Sensación extraña que aumenta por el modo con que comienza este texto de Lucas. Un inicio centrado en el tema de la fe: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería. De hecho, el tema aparentemente no “pega” con la parábola de estos siervos. Es decir, ¿qué relación guardar la fe incondicional con el siervo inútiles somos hemos hecho lo que teníamos que hacer?

Quizás la clave debamos de buscarla hoy en la primera lectura. Así pues, ésta se inserta al final de una secuencia de cuatro escenas. El profeta protesta ante Dios porque permanece en silencio ante la injusticia (Ha 1,2-4) y Dios le responde de una manera insólita (Ha 1,5-11). Ante esto, Habacuc vuelve a la carga y replica (Ha 1,12-17) y, nuevamente, obtiene una respuesta de Dios que también a nosotros nos sigue apareciendo insólita: el justo vivirá por la fe (Ha 2,1-4). Este dicho vuelve a ser utilizado en otros lugares del NT (Rom 1,17; Gal 3,11; Hb 10,38), pero comprender el sentido que tiene en el libro de Habacuc puede ofrecernos una clave para entender mejor el evangelio de hoy.

En la literatura sapiencial era algo normal conectar la justicia con la vida: el justo vivirá. Sin embargo, el profeta añade un plus: el justo vivirá por la fe. ¿Qué aporta a la frase este por la fe? Primero, lo que aquí está pidiendo Dios a Habacuc no es obediencia a la Ley sino a una promesa (vivirá). La justicia, de hecho, se identifica con creer en esta promesa. Y, segundo, tenemos que tener en cuenta que esta promesa se dirige a alguien que está muriendo, o mejor, que está siendo víctima de la injusticia. Por lo tanto, en el contexto en que Habacuc emplea esta frase significa que al que está muriendo se le insta a que se mantenga en su condición de inocente, de justo. Esto es, que persevere en la mansedumbre. Luego, no utilizar la violencia para defenderse. No basta con ser víctimas para salvarse sino que hay que creer. Y creer aquí equivale a confiar en la justicia de Dios y, por eso, confiando en la promesa de vida, mantenerse en la condición de inocentes o justos.

La liturgia muy inteligentemente ha propuesto estas dos lecturas para un mismo domingo. De hecho, el trasfondo del AT da profundidad al texto de Lucas. Pues, por una parte, ayuda a comprender la enigmática unión entre el tema de la fe y el “siervos inútiles somos” que realiza Lucas. Y, por otra parte, ilumina nuestra interpretación del texto para que vaya más allá del imperativo kantiano. Algo que, de por sí, ya sería loable. Pues hacer el bien sin buscar recompensa o experimentar que “hacer lo que teníamos que hacer” ya es un valor en sí mismo, ya es mucho.

El trasfondo de Habacuc ahonda el sentido del evangelio de Lucas y abre nuevas puertas. Y es que muchas veces después de una dura jornada de trabajo en el campo o en la misión, se nos puede pedir un poco más. Y, en vez del merecido descanso, la vida nos exige que todavía nos estiremos unos centímetros. Mantenerse fieles en momentos complicados, hacer en estas circunstancias lo que teníamos que hacer está en estrecha relación no con un deber moral que responde a una ley sino con creer en la promesa de Dios. Tiene que ver con una fe recia que confía en que la historia se cambia sin violencia y a fuerza de debilidad, no de puños sino de toalla y de servicio desinteresado.

Aceptar al final de la jornada que siervos inútiles somos es, en cierto modo, alejarnos de los focos del protagonismo y poner el foco en una misión compartida que va más allá del inminente presente. Dios siempre ha trabajado y trabaja en misión compartida. Los resultados muchas veces no se ven de manera inmediata. Nos insertamos en una larga cadena de hombres y mujeres que se han dejado la piel por el Reino y que como Abraham o Moisés quizás han muerto sin ver o entrar en la tierra, pero que, más allá de resultados, viven de la promesa porque creen en ella: el justo vivirá por la fe.

Marta García Fernández

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (XI)”, por Enrique Martínez Lozano

Viernes, 30 de septiembre de 2016
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confianza211 (y último). Tres prácticas breves para terminar

Me parece oportuno terminar este trabajo sobre el “paso” de las creencias (o construcciones mentales) a la certeza de ser proponiendo tres prácticas meditativas, que tienen como objetivo ejercitarnos o adiestrarnos en trascender la mente, para evitar la trampa primera que consiste en identificarnos con ella.

La clave de ese entrenamiento radica en desarrollar la capacidad de tomar distancia y, de ese modo, observar todos los contenidos mentales y/o emocionales que puedan aparecer.

Observar la mente

Observa tus pensamientos y sentimientos, todos los contenidos que aparecen en tu campo de consciencia.

No los pienses, obsérvalos desde la distancia. Como si fueras un foco de luz que ilumina todo, no rechaza nada, pero no puede verse a sí misma.

Y nota la diferencia entre los objetos observados y la consciencia que los observa.

Cae en la cuenta de que tú no eres ningún objeto (ningún contenido) de tu consciencia, sino la consciencia misma.

Nota cómo, al observarlos –al poner consciencia-, los pensamientos se disuelven. Son como “nubes” que aparecen y desaparecen, sin más “sustancia” que la que tu propia creencia les da.

Tú eres Eso que está “más allá” de los pensamientos, lo que  no puede ser pensado. Descansa ahí, en la Presencia consciente.

Soltar los pensamientos

Adopta una postura adecuada, lleva la atención a tu cuerpo y a tu respiración.

Y, voluntariamente, suelta todos los pensamientos; simplemente, déjalos caer.

Observa: ¿qué queda cuando “sueltas” (dejas caer) todo eso?

Percíbelo; no quieras pensarlo ni entenderlo (lo convertirías en otro objeto mental más). Simplemente, constátalo. Y saboréalo. Eso que queda es lo que eres, atención desnuda, pura consciencia de ser.

Permanece en esa pura consciencia de ser, solo ser, solo estar.

¿Qué hay “más allá” de los pensamientos?

Cierra los ojos y deja que tu mente divague en la dirección que quiera.

Ahora toma conciencia de lo que estás pensando. El contenido en sí no tiene importancia, basta con que te des cuenta de que existen esos pensamientos. Obsérvalos relajadamente, igual que si estuvieras viendo una película. Deja que vayan pasando por la pantalla de tu mente. Estás mirando tus pensamientos…

Ahora, con calma, pregúntate: ¿qué hay “más allá” de los pensamientos? Te darás cuenta de que la respuesta es simple (cualquier otra respuesta sería solo un pensamiento más): Nada.

Continúa siendo consciente de esa Nada.

Cuando regresen los pensamientos, obsérvalos y luego vuelve a mirar más allá de ellos, detrás de ellos, a la Nada…

(La consciencia pura es “nada”. Para la mente, ni siquiera existe, porque no tiene forma. Y, sin embargo, como siempre han enseñado los sabios y como la práctica permite experimentar, esa Nada es Plenitud: lo único Real, frente al mundo aparente de los objetos).

Enrique Martínez Lozano

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (X)”, por Enrique Martínez Lozano

Sábado, 24 de septiembre de 2016
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confianza210. Y ser realmente libres

“La verdad os hará libres”, dijo Jesús de Nazaret. Pero la verdad no es ninguna creencia, como tienden a creer sus seguidores. No nos libera ningún credo, sino el reconocimiento de nuestra propia verdad. Como suele ocurrirnos a los humanos, sus discípulos pensaron que la verdad consistía en la adhesión mental a la persona y al mensaje de su Maestro y redujeron la palabra sabia de Jesús a una creencia más, dentro del panteón de los credos.

Sin embargo, de la misma manera que ninguna creencia puede encerrar la verdad, tampoco ninguna de ellas puede ofrecer libertad. Esta –que tampoco conoce opuesto- es una con la verdad y, en último término, una con la realidad. Todo es un fluir libre en despliegue incesante.

Ahora bien, así como la mente tiende a apropiarse de la verdad y la reduce a una creencia, del mismo modo tiende a apropiarse de la libertad para atribuírsela al ser humano individual, haciéndole creer que es él quien lleva el control de los acontecimientos.

Como resultado de esa apropiación –otra creencia más-, se introduce la confusión y, con ella, el sufrimiento, en forma de tensión, con las secuelas de orgullo y de culpabilidad. Si soy “yo” quien lleva el control, merezco ser reconocido por mis logros o me sentiré culpable de mis errores. En cualquier caso, remaré habitualmente en contra del despliegue armonioso de la misma Vida, manejándome por los “debería” o “no debería” mentales, que nada tienen que ver con la verdad de lo que es.

No hay ningún “yo” libre –porque el supuesto “yo” es solo una ficción, otra creencia más- y, sin embargo, somos Libertad. Se trata, sencillamente, de no perder la conexión con nuestra Verdad más profunda, donde nos experimentamos uno con lo que es, para verificar que no hay sino Libertad ilimitada.

José Díez Faixat lo ha expresado con acierto: “La presunta libertad del yo individual es, paradójicamente, su esclavitud, ya que es precisamente la creencia de ser una entidad personal lo que impide reconocer al Sí mismo real, eternamente libre. Nadie que crea ser alguien puede descubrir esa libertad originaria”.

También aquí son precisamente las creencias las que nos alejan de, sencillamente, reconocernos en la Libertad que somos. Tanto las creencias que sostienen que el “yo” es un sujeto libre como aquellas contrarias que lo niegan. Porque todas ellas nos mantienen en el “nivel aparente”, en el que se da por sentada justamente la existencia de aquel “yo” que es solo un pensamiento más.

Por eso es necesario soltar todas las creencias, para trascender ese nivel aparente o mental. Al tomar distancia de ese nivel, cesa la identificación con el pensamiento. Y, al mismo tiempo, dejamos de creer los mensajes mentales relativos a la supuesta libertad individual que nos habían confundido y con frecuencia atormentado.

Reconocer que no existe ningún “yo” libre, no significa negar lo que denominamos “progreso” en el mundo de lo relativo. Todo se seguirá haciendo como antes, pero sin la creencia de que existe un “yo” que lo hace. Porque, en efecto, esto último era solo una interpretación mental, una idea. Por poner un ejemplo, es como cuando nuestros antepasados suponían la existencia de un dios del mar que agitaba las aguas los días de tempestad. Hoy, los océanos continúan embraveciéndose, pero ya no hay nadie detrás enfurecido. Nunca lo hubo.

La sutileza de la manifestación es la apariencia de que todo depende de nosotros. En ese sentido, se trata de una representación magníficamente “armada”. Pero solo es apariencia. No se niega nada de lo que se despliega en el mundo de lo manifiesto; lo que se niega es, simplemente, que exista un hacedor individual que fuera sujeto del mismo.

No hay ningún “yo”. Es la consciencia la que va actuando en todo, a través de todos los medios que operan en ese nivel, tanto orgánicos y neurológicos como “intelectuales”. Y esa consciencia es nuestra identidad última: verlo es Verdad y vivirlo, Libertad. En una no-dualidad exquisita que abraza todo. En ese punto han caído ya todas las creencias, sin excepción.

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (IX)”, por Enrique Martínez Lozano

Viernes, 23 de septiembre de 2016
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confianza29. Para vivir lo que somos…

Ninguna creencia puede ayudarnos a vivir lo que somos, porque todas ellas nos mantienen en el nivel de lo aparente, es decir, en aquello que no somos. De ahí que sea necesario soltar todas si queremos llegar a nuestra verdad más profunda.

Decía en el apartado anterior que las creencias nos alienan porque nos hacen esclavos de una “idea” determinada, que es únicamente una construcción mental. Pero además nos confunden, porque nos mantienen prisioneros de un concepto que pretende definirnos.

Lo que realmente somos se halla más allá de las creencias, ya que no somos nada que pueda ser pensado o nombrado: todo ello no serían más que “objetos” dentro de la espaciosidad que somos. Somos Eso que queda cuando soltamos todos los pensamientos.

Lo real es “lo que es”. Y nuestra identidad no puede ser otra que eso mismo. Pero “lo que es” tampoco puede ser pensado; únicamente puede ser vivido.

Vivir lo que somos es, sencillamente, dejarnos fluir con lo que es, en la certeza de que somos uno con ello. Lo cual requiere salir de la trampa de cualquier creencia y reconocernos como Vida que se expresa constantemente en cada forma aparente. A partir de ahí, vivir lo que somos es vivir viviendo con lo que es en cada momento. Sin creencias previas ni ideas preconcebidas, sin “verdades” que defender ni a las que aferrarse, permitiendo que la Vida y la Verdad –que somos- se exprese, momento a momento, en la forma que tenemos.

¿Significa todo esto que la mente es incapaz de ayudarnos a vivir lo que somos? O más aún, ¿implica que debamos dejarla de lado? En absoluto; todo es mucho más sutil y trabado.

La mente es un objeto sumamente peculiar y, en cierto sentido, presenta un funcionamiento paradójico: cuando la absolutizo, me confunde por completo y se convierte en fuente de sufrimiento; cuando, por el contrario, la utilizo como una herramienta al servicio de lo que somos, se revela y se comporta como un medio extraordinario para mostrar incluso las falsas creencias acerca de mí mismo. Dicho de modo más simple: la mente, incapaz de decirme quién soy, es buen aliado para mostrarme lo que no soy. Y eso ocurre cuando tomo distancia y dejo de identificarme con ella o absolutizarla. Ahí es también donde se verifica el lugar que tiene la razón crítica.

Todavía puede decirse lo mismo de otro modo: la mente, que es radicalmente incapaz de conducirnos a la verdad, puede desvelar, no obstante, la mentira.

La verdad se halla más allá del pensamiento. No puede ser pensada, porque no es un objeto delimitado. Pero eso no significa que no exista. La Verdad –con mayúscula- es una con la realidad, con “lo que es”. Y es no-dual, lo que equivale a afirmar que no tiene opuesto. Eso explica que siempre que acusamos a alguien de estar en el error, nosotros mismos nos estamos alejando de la Verdad. Esta abraza todo lo que es, sin dejar nada fuera.

Esa es también la verdad de lo que somos. No podemos descubrirla a través de la mente y ninguna creencia nos acercará a ella. Y, sin embargo, ya la somos.

¿Y cómo saber que no se trata de otra creencia más, que hubiera sido más elaborada? Porque para percibirla se requiere acallar la mente y así poder ver más allá (más acá) de ella. Decía en un capítulo anterior que tenemos acceso inmediato a una doble certeza: “estoy presente” y “soy consciente”, que puede expresarse de esta forma: “soy presencia consciente”. Si bien es cierto que esta formulación puede entenderse también como una creencia –en cuyo caso adolecería de todas las trampas y consecuencias que se han mencionado-, eso no niega que existe la posibilidad de un acceso directo a esa certeza, sin que medie el pensamiento. Por eso, cuando no es una “creencia” –una mera etiqueta mental- sino una certeza experimentada, la persona que lo ha visto no presume de “tener razón” ni cree estar más en posesión de la verdad que cualquier otra persona que afirma lo contrario.

 

Enrique Martínez Lozano

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (VIII)”, por Enrique Martínez Lozano

Jueves, 8 de septiembre de 2016
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confianza28. Soltar todas las creencias…

Las creencias son simplemente construcciones mentales. Por medio de ellas, la mente trata de “organizar” la realidad, queriendo encontrar un “sentido”, que le resulte coherente y le aporte seguridad. Esa es su riqueza y ese es también su límite, con los riesgos que implica.

Lo característico de las creencias es que les damos fe –en caso contrario, caerían por sí mismas- y, en mayor o menor medida, tendemos a identificarlas con la verdad.

Debido a ello, las creencias, paradójicamente, constituyen el mayor obstáculo para abrirnos a la verdad. Porque, al haberlas absolutizado, nos impiden ver todo lo que no se ajuste a ellas, que rápidamente lo descartamos o, sencillamente, lo ignoramos aun sin darnos cuenta.

Por su propia naturaleza, las creencias generan irremisiblemente fundamentalismo y fanatismo. Eso explica que todo creyente –si es realmente “creyente”– sea fundamentalista y, con mayor o menor intensidad, fanático. Porque su creencia, identificada previamente con la verdad, lo posicionará en un estatus de superioridad con respecto a aquellos que no la compartan, a quienes considerará confundidos en el error.

La historia nos ofrece muestras tan abundantes como dolorosas del sufrimiento inútil provocado por las creencias de todo tipo.

Porque, cuando hablo de creencias, no me refiero únicamente a las de contenido religioso. Creencia es toda aquella idea con la que me identifico y que me lleva a creer que “tengo razón” o que estoy en “lo cierto”.

El propio escepticismo que lleva a dudar de todo es también una creencia no confesada que se arroga nada menos que la descalificación de cualquier creencia que no sea la suya. Pero lo mismo pasa con el cientificismo, creencia reductora y dolorosamente empobrecedora de lo humano, y con el nihilismo, que tanto vacío engañoso y sufrimiento estéril produce.

En realidad, cualquier idea, concepto o pensamiento al que me aferro es una creencia, que produce los efectos que acabo de señalar. Y mientras siga aferrado a ella –sea la que sea- actuaré como un fundamentalista fanático.

No solo eso. La adhesión a una creencia necesariamente aliena. Porque, lo reconozca o no, me hace esclavo de una idea, es decir, de una simple construcción mental, por más que venga revestida de un carácter “sagrado” o “científico”. Me aleja de la realidad y me encorseta en la lectura –interpretación o etiqueta- que mi mente hace de la misma.

Por decirlo de un modo más concreto: cada vez que creo “tener razón”, he caído en la trampa de confundir la verdad con mi creencia. Porque la Verdad no conoce opuesto; por eso abraza todo. En el nivel relativo (aparente), hablamos de “verdad” y de “mentira” como opuestos. Sin embargo, eso solo tiene sentido en ese nivel; en el nivel profundo (real), solo hay Verdad.

Las construcciones mentales, sin excepción, son “verdaderas” en el nivel mental –del mismo modo que los sueños son “verdaderos” en el nivel onírico-, pero no son reales; pertenecen a lo que podríamos llamar el “mundo de las apariencias”.

Con lo cual, surge la pregunta decisiva: ¿qué es lo real? La respuesta es simple: lo que es, no la lectura que la mente hace de lo que es. La verdad, por tanto, es una con la realidad (lo que es), y no tiene nada que ver con ninguna construcción mental.

Ahora bien, si esta última afirmación la convierto en un mero concepto, ya he vuelto a confundirme. La verdad –como la realidad- no puede ser pensada y mucho menos “atrapada”; simplemente, es. Y entro en contacto con ella en la medida en que silencio la mente.

Por tanto, si ninguna construcción mental es real, el camino es claro: se trata de soltar todas las creencias –dejarlas caer-, para poder situarnos más allá (o más acá) de ellas, en la única certeza en la que todos sin excepción nos reconocemos: la certeza de ser. A partir de ella, y solo entonces, podremos dejarnos fluir con la vida, vivir lo que somos y experimentarnos realmente libres.

Enrique Martínez  Lozano

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (VII)”, por Enrique Martínez Lozano

Miércoles, 7 de septiembre de 2016
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confianza27. La única certeza

La mente establece una división (separación) neta entre ella y el resto de la realidad. De ese modo, todo lo real quedaría “dividido” en dos bloques: “yo” y –frente a “mí” – “lo que no soy yo”. No se requiere mucha perspicacia para advertir que ese modo de ver es fruto únicamente del mecanismo de apropiación –por el que la mente se sitúa como “centro de referencia”- y de la naturaleza separadora de ella misma.

Frente a ese engaño elemental –y arrogante–, lo cierto es que solo hay consciencia, y que consciencia es todo lo que hay. Todos los objetos que podemos percibir aparecen (y desaparecen) en la única consciencia que contiene a todos ellos, y de la que, en último término, están surgiendo.

En la consciencia va “desfilando” todo. Lo que sucede es que la mente tiende a identificarnos con cada cosa que desfila. Y así, sin ni siquiera habernos dado cuenta, terminamos confundidos con los objetos. La apropiación, junto con la identificación –el doble factor por el que nace el supuesto “yo” – han hecho que llegáramos a esa conclusión.

Sin embargo, en cuanto nos paramos un instante, no podremos dejar de reconocer que nuestra identidad no puede ser un objeto de la consciencia, sino la consciencia misma.

No soy “algo” que desfila en la consciencia, sino la consciencia misma en la que todos los objetos aparecen. Eso explica que pueda observarlos a todos…, y que nunca pueda observar lo que realmente soy. (Es como el ojo, que puede ver todo, pero no puede verse a sí mismo).

En medio de la danza impermanente de los objetos, soy lo que no se mueve, un centro de consciencia inmóvil… y anterior a todo contenido. De ahí brota la única certeza, fuente de toda seguridad y confianza: la certeza de ser.

Esa certeza –cuando no es una afirmación mental– desvela la plenitud que somos. Y nos muestra, sin asomo de duda, la naturaleza no-dual de todo lo real. Soy todo lo que es –“yo soy todas las cosas”, decía Jesús de Nazaret, tal como recoge el evangelio apócrifo de Tomás–. Por eso, cuando se descubre que uno no es aquel “yo” con el que se había identificado, ¿cuál es el problema?

Esta certeza es inclusiva: acoge a todo y a todos (nadie queda fuera, y nadie puede arrogarse su “propiedad”). A diferencia de las creencias que, por su propia naturaleza, separan –a los creyentes de quienes no lo son–, esta certeza une hasta un punto que la mente nunca puede imaginar: porque nos muestra que todos estamos compartiendo la misma identidad. Aquí se acaba todo sectarismo y toda descalificación. Si las creencias tienden a producir fanatismo, esta certeza desinfla toda pretensión.

Las creencias utilizan un lenguaje particular –en cierto modo, podría decirse “tribal” –, que solo conocen y comparten los que se adhieren a ellas. En esta certeza, el lenguaje, aunque siga manifestando sus límites e incluso sus ambigüedades, es universal: todos podemos entendernos a partir de lo experimentado.

De esta certeza, nace una comprensión que transforma y plenifica. Se manifiesta en cada una de las tres dimensiones de la persona: cognitiva, afectiva y operativa. Transformando nuestra manera de conocer, de amar y de actuar, da como resultado un nuevo modo de vivir y de ser, en coherencia con aquella identidad que se ha descubierto.

Me preguntaba: Caen las creencias, ¿qué queda? Tal como lo veo, se puede responder en una sola frase: caen los mapas, queda el Territorio; caen las creencias, queda la consciencia de ser. Una consciencia que no es difícil de encontrar, sino imposible de evitar. Y no por casualidad: porque constituye nada menos que nuestra identidad más profunda; la Mismidad de lo que es, es por ello mismo la Mismidad de lo que somos.

Decía también más arriba que la mente no puede alcanzar lo real. Pero, ¿qué es lo real? La vida sin más. La vida que se despliega por sí misma. Todo es ahora un vivir viviendo, en un sí constante a la vida. Entonces, y solo entonces, se percibe la esencia de la vida. Vives desde la consciencia, en la consciencia, con consciencia. Fuera de la mente, sin ningún sistema de creencias. Todo es tal como es y como tiene que ser, tú también. Porque no eres ningún yo separado, sino la Vida misma. La caída de las creencias, cuando es consecuencia del reconocimiento de la certeza que nos sostiene, conduce a la liberación.

Enrique Martínez Lozano

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (VI)”, por Enrique Martínez Lozano

Lunes, 5 de septiembre de 2016
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confianza26. ¿Qué queda cuando caen las creencias?

“No creáis por la fe que prestáis a unas tradiciones, aunque hayan estado en vigor durante muchas generaciones y en muchos lugares.

No creáis una cosa porque muchos hablen de ella.

No creáis por la fe que prestáis a los sabios del pasado.

No creáis lo que os habéis imaginado pensando que os lo ha inspirado un Dios o un ángel.

No creáis nada por la mera autoridad de vuestros maestros.

No creáis nada porque yo os lo haya enseñado.

Una vez examinado, creed lo que hayáis experimentado por vosotros mismos y hayáis reconocido que es beneficioso y útil para vuestro bien y el de los demás.

Sed la antorcha de la verdad” (Buddha).

Es comprensible que, ante el cuestionamiento de cualquiera de nuestras creencias –más de aquellas a las que habíamos atribuido más valor–, se ponga en marcha el mecanismo designado como “disonancia cognitiva”, con su carga de miedo y su tendencia a rechazar cualquier cambio, aun a costa de atrincherarse en un fundamentalismo fanático. Aquel mecanismo –bien estudiado por psicólogos y neurocientíficos– provoca un malestar, acompañado de intensa ansiedad, por el que la mente busca proteger sus creencias ante cualquier nueva afirmación que las ponga en peligro.

Con frecuencia –a tenor de cómo se haya vivido–, será necesario incluso elaborar un duelo ante la “pérdida” de aquellas creencias que, en su momento, fueron “importantes” y valiosas para nosotros. No es raro que, en el mismo, sobre todo cuando se trata de creencias religiosas, se vivan sentimientos de culpabilidad y de orfandad.

Con todo, antes o después, en un camino de crecimiento espiritual, habrá que ir soltando creencias hasta, finalmente, abandonarlas todas. No solo porque se ha descubierto que la mente es incapaz de contener la verdad –y toda creencia es solo una construcción mental, por más que luego se revista a sí misma con apariencia de cualidad sagrada–, sino porque se comprende que el aferramiento a ellas impide abrirse genuinamente a la Verdad.

A partir de ahí, habrá que recorrer necesariamente un camino que conduce de un modo de conocer a otro bien diferente: del conocimiento por reflexión al conocimiento por identidad, tal como apuntaba la cita del Buddha que encabeza estas líneas. Una es la respuesta a la pregunta: “¿Qué me han enseñado?”, y otra bien diferente: “¿Qué puedo saber por mí mismo?”. En el primer caso, nos movemos en el terreno de la mente –conocimiento por análisis y reflexión– (modelo mental); en el segundo, en aquello que podemos percibir cuando la mente se acalla: es el “conocimiento silencioso”, del que han hablado sabios y místicos. Se trata de otro modo de conocer (modelo no-dual), en el que conocemos algo únicamente cuando lo somos; de ahí que podamos llamarlo conocimiento por identidad.

¿Y qué puedo saber por mí mismo? Una sola cosa: que soy; que estoy presente y que soy consciente. Si queremos recogerlo en una expresión mental, quizás podría decirse de esta manera: lo único que sé por mí mismo es que soy presencia consciente. Esa, y no otra, es nuestra verdadera identidad. Eso, y nada más, es lo que queda cuando caen todas las creencias. Y ese es el camino de la liberación porque se ancla en la verdad de lo que es.

Lógicamente, esa misma expresión sigue siendo mental –no podemos expresarlo de otro modo-, pero el contenido de la misma no es ya una creencia, sino algo experimentado de tal manera que constituye nuestra única certeza: no soy nada que pueda observar –todo ello es solo “objeto”-, sino Eso que observa…, y que se halla siempre a salvo: la consciencia de ser.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (V)”, por Enrique Martínez Lozano

Sábado, 3 de septiembre de 2016
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confianza25. La primera creencia errónea: la creencia sobre “mí”

¿Quién soy yo? Todo se ventila en la respuesta a esta pregunta. El modo como me vea a mí mismo –la creencia que mantenga sobre mí– condicionará definitivamente el modo como vea todo lo demás.

Por eso, si fiándome de la mente, me tomo por lo que ella piensa acerca de mí, me reduciré forzosamente a la apariencia de lo que soy, a un “objeto” aparente que responde al nombre de “yo”.

Decía que mi modo de verme condicionará inexorablemente el modo de ver todo lo demás: si creo ser un yo separado, los demás, el mundo y Dios mismo serán para mí igualmente entes separados. Condicionará también el modo de entender la “moral”: a partir de aquella creencia primera, tomaré como “bueno” lo que sostenga esa identidad pensada, y veré como “malo” lo que la amenace o la ponga en peligro; con lo cual, habré caído en una moral relativista, a merced de la idea que tengo de mí.

Todo se modifica cuando salgo de la creencia errónea acerca de quién soy y accedo a mí (nuestra) verdadera identidad: al descubrirme como radicalmente no-separado, uno-con todo, cae el error (mental) de la separación, reconozco que –en ese nivel profundo– “todo es bueno”, y permito que la Vida fluya a través de mí.

¿Qué hacer, pues, para empezar a salir del sueño y responder adecuadamente a la única pregunta que merece la pena? ¿Cómo saber quién soy yo, si no puedo definirme sin caer en el error? Porque todo lo que pueda decir sobre mí, no soy yo: lo que realmente soy, no puede ser nombrado ni pensado, ya que eso serían solo “objetos” dentro de Aquello más amplio que me constituye.

En realidad, a pesar del sobresalto que ese cuestionamiento puede suponer para la mente acostumbrada a erigirse en criterio último de verdad, es muy simple: empieza por reconocer lo que no eres.

Eso significa “dejar caer” todo aquello que puedes observar y nombrar adecuadamente: pensamientos, sentimientos, imágenes o ideas sobre ti mismo… Es claro que tú no eres ningún objeto que aparezca dentro del campo de la consciencia, porque tienes consciencia clara de ser “sujeto”, el que “está detrás” de todo aquello que es observable, el que ve, el que sabe… (¿Te has sentido alguna vez triste y has querido dar la imagen de estar alegre? ¿Cuál de los dos eras tú?…; ¿o no serías Eso que estaba “detrás”, consciente de ambos papeles?).

Lo cierto es que, poco a poco, gracias a la observación de tu yo mental (la idea o creencia sobre ti), emergerá la identidad del Testigo, e irás reconociéndote en el “Yo Soy” atemporal, aquel “centro” del que nunca habías salido, aunque tu mente se hubiera quedado enredada en cualquier concepto.

Eso es justamente lo que se advierte en el despertar: cuando eso sucede, se ve con total claridad que, no es que el yo despierte, sino que la Consciencia despierta –se libera– del yo. No existe ningún yo “iluminado”; paradójicamente, lo que sucede es que cuando la Consciencia se abre, el “yo” se disuelve: era solo un pensamiento. El emerger o “despertar” de la Consciencia significa la muerte del “yo” como entidad separada.

Dicho con más rigor: lo que “muere” es la creencia que nos hacía identificarnos con el “yo”. En el despertar, es esa creencia la que se disuelve por completo. Continuamos teniendo un cuerpo, una mente, un psiquismo; seguiremos, lógicamente, respondiendo cuando alguien nos llame por nuestro nombre; notaremos la fuerza de la inercia que nos lleva a hábitos y reacciones anteriores; habremos de cuidar nuestro psiquismo, del mismo modo que atendemos a las necesidades del cuerpo… Pero ya no se nos ocurrirá identificarnos con nada de ello.

Como han enseñado siempre los sabios, al acallar el pensamiento habremos superado el hechizo de la mente. Al ejercitarnos en observar la mente, habremos empezado a reconocernos en Eso que la trasciende –y que trasciende el nivel aparente-, y que constituye el Fondo último de todo lo que es.

Descubriremos con gozo que, más allá de las creencias o construcciones mentales siempre relativas y en último término inconsistentes, estamos anclados en una certeza inconmovible, la certeza de ser, que se fundamenta en la misma consciencia de ser que constituye nuestra verdadera identidad. No dependemos de las ideas; nos sostiene Aquello que somos. Pero esto requiere aprender a acallar la mente, salir de su hechizo, para poder ver con claridad.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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Desde ahora…

Jueves, 25 de agosto de 2016
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Del blog de la Communion Béthanie:

Vivamos el verano con el libro “15 días con el Hermano Roger de Taizé “ escrito por Sofía Laplane en la Editorial Ciudad Nueva: 

1 (76)

Desde ahora, en la oración como en la lucha
nada es grave salvo perder el amor.
¿Sin el amor, para qué sirve la fe, para qué ir
hasta quemar tu cuerpo en las llamas?
¿Lo presientes?
Lucha y contemplación tienen una sola y misma
fuente:  Cristo que es amor.
Si oras, es por amor.
Si luchas para devolverle un rostro humano
al hombre explotado, es también por amor.
¿Te dejarás introducir en este camino?
¿A riesgo de perder tu vida por amor,
vivirás a Cristo para los hombres?

 

 

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***

Durante el verano, vuestras hermanas y hermanos de Cristianos Gays rezan contigo y por tí. De hecho, nuestro deseo es vivir nuestra vida cotidiana, iluminados interiomente por medio de Jesucristo. Queremos estar cerca de los que pasan las pruebas.

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , ,

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