EL publicano, Zaqueo, el hijo pródigo, el buen samaritano, la mujer adúltera, el buen ladrón, el pobre Lázaro, Dios Padre y Jesús “son colegas”.
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
San Lucas y las dos personas / personajes.
Es curioso cómo el evangelista san Lucas presenta frecuentemente la vida a dos tiempos: dos personas, dos actitudes:
Ya desde Juan Bautista y Jesús
Marta y María, (Lc 10,38-42)
El hermano mayor y el hermano menor, (Lc 15)
El juez injusto y la viuda (Lc 18,1-8)
El rico epulón y Lázaro (Lc 16)
El sacerdote (levita) y el buen samaritano, (Lc 10)
El fariseo y el publicano (Lc 18,9-14)
Los dos de Emaús, (Lc 24)
Es un esquema, un modo de hablar de la vida. Todos tenemos en determinados momentos y etapas de la vida algo de hermano mayor y menor. También somos, al mismo tiempo: fariseos y publicanos.
Acentos distintos.
No es que dos hombres -dos- subieran al templo a orar. Más bien son dos estilos, dos personajes o polos que subrayan aspectos diferentes de la vida, son modos diversos de estar en la vida. El hermano mayor y el menor, el fariseo y el publicano, el sacerdote y el buen samaritano, etc. Los hombres prepotentes son hombres rectos y correctos, lo cumplen todo, buscan la seguridad de una “hoja de servicios” “impoluta, perfecta”. Los “otros”: el hijo pródigo, el publicano, el buen samaritano, etc. son unos desgraciados que se sienten débiles y confían.
El fariseo en pie, se siente seguro de sí mismo, de su ser religioso de vida, de sus prácticas y ayunos, del cumplimiento de las leyes.
El publicano, que no se atrevía ni a levantar la mirada, se siente lejos pero con nostalgia de Dios; y, al no poder confiar en sí mismo, invoca compasión y perdón.
Estas actitudes se dan también en nosotros tanto personal como eclesiásticamente. Hay etapas en la vida en las que militamos en una actitud y otras circunstancias, en otra. ¿No hay un poco de todo en nuestra vida?
hace daño despreciar a los demás, especialmente a los más débiles.
El publicano de la parábola de hoy es un personaje muy humano por su debilidad, por su miseria y humildad.
En nuestro mundo cultural usamos una afirmación que creo tiene mucho de farisaica: “la autoestima”: lo que yo valgo, mis cualidades, “apreciarme”, lo que hago en la vida, etc. Todo está lleno de “uno mismo”, centrado en el propio yo y no deja lugar para los demás ni para Dios. Orgullo y desprecio van siempre juntos. El orgullo nos “parapeta” frente a Dios: yo ya lo he cumplido todo. El desprecio nos aleja de los débiles.
Cuando veo mi propia miseria “publicana”, ¿cómo puedo mirar a los demás “farisaica” y orgullosamente? ¿Quién soy yo para acusar, condenar a nadie cuando harto tengo conmigo mismo? ¿Qué sé yo de los recorridos, circunstancias y problemas de los demás para coger y tirar la primera piedra?
Por otra parte, ante Dios todos los seres humanos somos iguales.
No hay nadie des – graciado. Todos somos queridos -gracia- por Dios. Nadie queda fuera de la gracia de Dios. Él nos creó por medio de nuestros padres, Él nos llama a todos por igual, porque nos ama.
Qué triste y cuánto daño hacemos y nos hacemos con la prepotencia, el orgullo, el racismo, el poder. Todo muy farisaico, religiosamente farisaico.
El fariseo, el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo desprecian profundamente a los demás: ese hijo tuyo… en cambio yo no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano.
Causa mucha pena y tristeza cuando nos sale la veta farisea, y despreciamos o nos creemos superiores a otros, especialmente cuando humillamos al débil, al pobre, a la viuda, al extranjero, al de otras etnias, al que consideramos moralmente un desastre: al pecador, etc. Y es más triste todavía cuando toda esta parafernalia religioso-farisaica se da en los eclesiásticos y en la Iglesia.
desde la cercanía de dios.
El campo de visión de Dios es infinitamente amplio y sano. “Dios nos ve cerca, nos quiere acercanos a él” y nos dice:
¿No sabes que te conozco desde antes de nacer (Salmo 138) y, sobre todo, te amo. Cuando estabas lejos, como el hijo menor, te vi y te miré profundamente conmovido (Lc 15,10).
No me importan los ayunos, ni los diezmos, ni los despistes sexuales, ni las veces que no has ido al Templo (¿a Misa?), me importas tú.
Allá en el horizonte infinito, aunque te parezca lejos, estoy y estoy contigo en la profundidad de tu vida.
No te sientas des – graciado, porque mi gracia está en ti. Estás justificado, perdonado, no estás lejos, estás en casa.
Oración del publicano desde la distancia.
Tal vez nos haga bien sentirnos publicanos y orar en nuestro interior como el publicano que se mantenía humildemente a distancia:
Señor, estoy desviado, demasiado lejos de lo que Tú soñaste de mí,
de las ilusiones que habías puesto en mí
Me encuentro distante como el publicano.
mi mundo está separado de Ti y de mis hermanos.
Como el hijo menor, me encuentro lejos de tu casa (Lc 15,20),
como tus discípulos, lejos de la cruz, (Lc 23,49).
Lejanías y distancias “de mis adentros”, “lejos de mí mismo”,
destierros familiares, distanciamientos eclesiales y sociales…
Como el publicano no me atrevo a levantar la mirada.
Como el publicano, solamente me atrevo a decirte:
¡Ten compasión de mí!
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