La verdad es que no compartimos su optimismo, pero aquí queda una visión del documento papal. El problema es saber a quién abre la puerta… Hacia el final del artículo hace referencia en el punto 6, como uno de los temas “colaterales” a las personas homosexuales. El tema, querido Xabier es que ya no podemos dar un paso atrás… O se nos acoge con todos los derechos o, sencillamente se nos está expulsando de la Iglesia… No valen ya las migajas que caen de la mesa de Epulón, no vale ya que se denomine a nuestros matrimonios, reales matrimonios con otro nombre… no vale…
Del blog de Xabier Pikaza:
Nada más, pero nada menos que eso.
Ésta es la impresión que ha recibido tras la lectura de la Exhortación Postsinodal, Amoris Laetitia, del Papa Francisco sobre la familia, firmada 19 de marzo y presentada ayer (8.4.16),después de tres años de preparación y dos de Sínodo.
No me ha defraudado, aunque tampoco ha llegado a entusiasmarme como la Evangelii Gaudium, ni a removerme como Laudato Sí. Pero la puerta queda abierta, removidos los obstáculos principales que la jerarquía de la Iglesia había puesto ante el tema, para que pasen los que quieran al otro lado del amor.
La cuestión queda ahora en manos del conjunto de las iglesias y de los cristianos, que tienen la oportunidad de replegarse, quedando en lo que había (con el miedo y las prohibiciones), diciendo que para ellos todo sigue igual, pero también la de un paso en adelante, un paso al amor, para cruzar la puerta, y situarse en el gran campo de la alegría del evangelio, en gesto de libertad creadora, en este momento esencial de la vida de la humanidad.
No me ha defraudado, pues el Papa nos dice que la puerta queda abierta, que podemos pasar al otro lado, pero tampoco me ha hecho saltar de alegría, pues los grandes problemas quedan aún pendientes. Es un texto inteligente, escrito con muchísimo cuidado, quizá más importante por lo que no dice que por aquello lo que dice.
‒ Por un lado, parece aceptar (y acepta, en un plano más alto) todo lo que ha dicho el Magisterio en los últimos cincuenta años, desde la Humanae Vitae del Papa Pablo VI, 1969, hasta Juan Pablo II y Benedicto XVI… Los que quieran leer desde el pasado pueden quedarse si quieren, aferrados a la letra de un pasado triste de mucha ley, de poca libertad cristiana.
‒ Pero, al mismo tiempo, este nuevo Documento, lo sitúa todo (o casi todo) en otra perspectiva, tras la línea divisoria de las aguas, para que vayamos en otra dirección, al otro lado, sin acusaciones ni pecados, en línea de madurez personal y responsabilidad. No lo resuelve todo, quedan los grandes problemas (la valoración de la mujer, la homosexualidad, un tipo de celibato…), pero el Papa nos ha dicho que por encima de todo está la libertad cristiana, en gesto de amor.
El Papa ha hecho lo que ha podido (lo que le han dejado hacer…). Ha sido prudente, no ha querido quemar las naves, ni condenar a los que piensan de otras formas… Somos ahora nosotros los que debemos cruzar la puerta y pasar al otro lado, al lado del Evangelio, que es Amoris Laetitia, alegría de amor.
Desde ese fondo quiero ofrecer algunas rápidas reflexiones, a partir de aquello que vengo diciendo sobre el tema, al que he dedicado un largo libro titulado La Familia en la Biblia (Verbo Divino, Estella 2014).
1. Buena base bíblica, pero insuficiente
Comenzaré con una reserva general: El documento es bíblicamente positivo, pero todavía le falta mucha Biblia. En otras palabras: lo que dice es bueno, pero, a mi entender, resulta insuficiente, no sólo por lo que oculta o calla (gran parte de la problemática del Antiguo Testamento, la novedad de la ruptura y re-creación familiar de Jesús…), sino incluso por lo que dice.
Está bien el canto a la mujer el que empieza (Sal 128), pero ese canto nos sitúa en la línea de una mujer naturaleza más que ante la mujer persona, como la que aparece, por ejemplo, en los versos de M. Benedetti, Te quiero (Poemas de otros), canto del uno al otro (esposo o esposa, amigo o amiga), una recreación del Cantar de los Cantares (¡muy silenciado en este documento!).
El Papa Francisco no sabe quizá mucha Biblia, pero conoce bien la poesía y así puede decir, en nombre del varón y/o de la mujer, en un camino de amor abierto a la justicia:
«Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.
Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos».
En este campo bíblico, está muy bien el comentario al canto al amor de 1 Cor 13, que el documento ha tomado como leitmotiv, pero hay otros pasajes del evangelio y de Pablo que son más novedosos y profundos en relación a la nueva familia mesiánica.
Queda todavía por explicar y aplicar lo que Jesús dice y hace (lo que rompe, lo que crea… ) en línea de amor, según los evangelios. Por eso sigo diciendo que la fundamentación bíblica es buena, debo añadir que resulta insuficiente, y quizá sesgada (¿donde queda el celibato de Jesús, su ministerio al lado de los distintos sexuales…, donde queda la exigencia de superar un tipo de padre y madre, de hermanos y parientes, para crear una comunión distinta, una alternativa de amor….?).
2. Es buena, muy buena, la reserva del documento que no quiere definir las cosas desde arriba
El texto empieza con un reconocimiento de las limitaciones (yo diría de las equivocaciones”) de un tipo de Magisterio de la Iglesia en este campo. Bastará con citar estas frases, para entender que la puerta queda abierta
“Tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que a veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos corresponde una saludable reacción de autocrítica. Por otra parte, con frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el deber de la procreación (36).
“Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos de sentido sus vidas compartidas” (37).
Esto que se dice aquí es muy bueno, una puerta abierta, pero yo hubiera esperado aún más en este campo. Hubiera querido que el Magisterio hubiera perdón a los cristianos por haber legislado en temas sobre los que no tenía autoridad ni claridad (como en cuestiones de regulación de la natalidad), causando gran dolor en muchas familias, y logrando que al fin la inmensa mayoría de los cristianos no siguiera sus orientaciones.
En este campo (regulación de la natalidad) el Documento no dice nada nuevo. Simplemente constata (sin confesarlo externamente, con un estilo muy eclesial… de no negar, pero dejar a un lado) que el magisterio anterior, desde la Humanae Vitae (1968) no ha sido recibido en las Iglesia, que hay que abrir la puerta de otro modo.
De todas formas, la respuesta general de este documento me parece positiva, pues de pronto vemos que orienta y anima, pero deja en libertad a las iglesias y a los fieles, como si el gran Magisterio se retirara de la escena concreta, tras haberse metido excesivamente en ellas. Ésto es algo que quizá no se ve con claridad desde fuera, hay que saber un poco de lenguaje eclesiástico para descubrirlo… por eso habrá muchos que dirán que todo sigue igual (lo que no es cierto, pues la puerta queda abierta, para los que quieran pasar).
3. Hay cosas que no están maduras todavía.
Ciertamente, el documento se atreve a condenar una ideología llamada de “gender” (cf. num 56), pero lo hace a mi juicio sin verdadero convencimiento, porque algo hay que decir, sin penetrar en el tema, desde el evangelio. Quizá le falta el descubrimiento y desarrollo radical del valor de la persona, desde una clave mesiánica.
En esa línea resulta ejemplar la forma en que el documento valora la doctrina tradicional del Magisterio, tal como quedó fijada hasta la actualidad desde Pablo VI (el año 1968):
Es preciso redescubrir el mensaje de la Encíclica Humanae vitae de Pablo VI, que hace hincapié en la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la valoración moral de los métodos de regulación de la natalidad […] La opción de la adopción y de la acogida expresa una fecundidad particular de la experiencia conyugal» (82).
Quien entienda un poco el lenguaje eclesiástico, sabe que aquí se está diciendo “sí, pero no”. Los principios generales de la Humanae Generis sobre la dignidad de la persona y el amor fecundo de los esposos son muy buenos…, pero su práctica no puede imponerse en la forma en que lo hacía el mismo documento de Pablo VI.
Alguien dirá que esta es una forma “jesuítica” de formular las cosas. Puede ser. Pero se trata de una forma inteligente de pasar página, admitiendo los valores generales de un Magisterio pasado, pero sin sacar las consecuencias que antes se sacaban, dejándolas estar en el pasado.
Por eso, las consecuencias que Pablo VI deducía de esa dignidad y de ese amor ya no se entienden como entonces, especialmente en lo que se refiere a la regulación de la concepción (métodos anticonceptivos). La Humanae Generis queda así como una declaración de principios, para seguir pensando en los temas, pero sin imponer sus consecuencias.
4. Queda abierta la puerta, lo importante es el camino
Este documento no ofrece en este campo ninguna palabra de condena, ninguna regulación externa. El tema queda (después de cincuenta año de dolor y de rechazo de muchos) en manos de la propia conciencia de los esposos y de la animación al amor de las iglesias… El tema queda en manos de las iglesias, de los obispos y sus comunidades, con más evangelio (¡alegría de amor!) y con mucho menos Derecho Canónica. No se trata de dar leyes, más leyes, sino de animar y acompañar a los creyentes en el camino.
Así me parece, pero me da un poco de miedo, pues quizá no haya obispos capaces de situarse en esa línea, de asumir a pie el camino, a pie de calle, a pie de vida, con olor de oveja… Muchos obispos de los que tenemos están creados para mirar y organizar desde arriba, sin entrar en el agua y el barro del evangelio, por donde andaba Jesús.
Este documento del Papa Francisco necesita obispos nuevos, nuevos pastores, que sepan de vida, de ovejas y gentes, poesía de vida, con más evangelio y menos Derecho Canónico, con más evangelio y menos miedos legales: Desde aquí se entienden las palabras principales del documento, aquellas donde alienta mejor el espíritu de Francisco, pues de trata de
“asumir el matrimonio como un camino de maduración, donde cada uno de los cónyuges es un instrumento de Dios para hacer crecer al otro. Es posible el cambio, el crecimiento, el desarrollo de las potencialidades buenas que cada uno lleva en sí. Cada matrimonio es una «historia de salvación», y esto supone que se parte de una fragilidad que, gracias al don de Dios y a una respuesta creativa y generosa, va dando paso a una realidad cada vez más sólida y preciosa. Quizás la misión más grande de un hombre y una mujer en el amor sea esa, la de hacerse el uno al otro más hombre o más mujer. Hacer crecer es ayudar al otro a moldearse en su propia identidad. Por eso el amor es artesanal” (221).
5. Planificación familiar, un tema de los esposos
Ciertamente, el Papa quiere que los matrimonios sean generosos en el don de la vida, es decir, en la comunicación del mismo amor, pero sin imposiciones externas, sin leyes dadas desde arriba. Ellos (marido y mujer) “están llamados redescubrir el mensaje de la Encíclica Humanae vitae (cf. 10-14) y la Exhortación apostólica Familiaris consortio (cf. 14; 28-35) para contrarrestar una mentalidad a menudo hostil a la vida”.
Se trata de redescubrir el mensaje profundo, no la letra de ley… Se trata de redescubrir la alegría del amor y la libertad de la búsqueda persona, con responsabilidad… a pie de vida…, volviendo así a la palabra radical del Vaticano II:
Ellos, marido y mujer, son la verdadera “ley”, como decía el Vaticano II: «Cumplirán su tarea […] de común acuerdo y con un esfuerzo común, se formarán un recto juicio, atendiendo no sólo a su propio bien, sino también al bien de los hijos, ya nacidos o futuros, discerniendo las condiciones de los tiempos y del estado de vida, tanto materiales como espirituales, y, finalmente, teniendo en cuenta el bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia. En último término, son los mismos esposos los que deben formarse este juicio ante Dios» (Gaudium et spes 50).
Ciertamente, el documento sigue citando la Humanae Vitae, diciendo que «se ha de promover el uso de los métodos basados en los ritmos naturales de fecundidad” (Num 11). Pero no dice lo que son los “ritmos naturales”, no los fija por ley. El texto abre la puerta, y recuerda lo que se decía, desde Pablo VI hasta Juan Pablo II, pero lo sitúa todo en otro campo, al otro lado de la puerta que se abre con llave de evangelio.
El Papa Francisco no se fija por ley el sentido de esos “ritmos naturales”, de manera que debemos pensar que se trata de “ritmos personales”, de líneas de evangelio, respetando la vida (es decir, el cuerpo y alma) de los esposos” (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2370), sabiendo evidentemente que los hijos son un maravilloso don de Dios, una alegría para los padres y para la Iglesia (250)… y queriendo así que sean eso, expresión de amor y de voluntad creadora, sin fijarse en prohibiciones físicas o química.
Que sean ellos, los esposos, hombre y mujer, los que se aman, como buenos artesanos/artistas del amor, los que decidan con libertad responsable, dentro de una Iglesia que no les impone leyes desde fuera, sino que camina con ellos en el barro enamorado de la tierra, llena de la gloria de Dios.
6. Temas colaterales: divorciados, homosexuales…
Evidentemente, el documento defiende la unidad familiar, como experiencia radical de comunión entre personas, pero dice (sin que nadie se lo haya exigido) que “los divorciados no están excomulgados” en cuanto divorciados (243), lo cual significa, dentro del contexto en que se dice, que, en cuanto divorciados (si viven el evangelio) pueden participar de la comunión eucarística de las iglesias.
En esa línea, el documento pide (num 244) que se agilicen los “procedimientos de nulidad”, que de hecho, en las condiciones actuales, son procesos de “divorcio”, bajo la autoridad de los mismos obispos (es decir, de las iglesias concretas), sin necesidad de recurrir a la Santa Sede. Eso significa que las iglesias (obispados, parroquias…) son las que tienen que decidir en cada casa sin los divorciados y vueltos a casar pueden comulgar y participar en la vida entera de la Iglesia si son creyentes, que es lo que importa (Dicho sea de paso, el Papa Francisco no ha inventado aquí nada: Esto es lo que se viene haciendo en miles y miles de parroquias, desde Buenos Aires hasta Madrigalete de Abajo).
Con respecto a los homosexuales, en contra de una teoría y praxis que ha sido normal en las iglesias, el documento (num 250) pide que las familias cristianas y las comunidades acojan con respeto a los homosexuales, no para “curarles” de la homosexualidad, sino para que puedan vivir cristianamente siendo homosexuales.
“Que les acojan las familias…”, bien leído, significa que ellos mismos pueden crear sus familias; que se les acoja no como personas descarriadas, sino como signo y momento de un camino distinto dentro de la Gran Iglesia, madre y espacio de vida para todos.
Ciertamente, el documento tiene que decir que no se pueden equiparar las uniones entre dos homosexuales con el matrimonio cristiano… Pero en ningún momento critica las uniones afectivas y de comunión cristiana entre los homosexuales (251). Son uniones distintas, pueden ponerse otros nombres, pero son “uniones de valor cristiano”.
En la línea del documento, la iglesia debería no sólo reconocer esas uniones (repito, aunque no les llame matrimonios), buscando una forma de ofrecerles su “bendición”, es decir, su reconocimiento. El documento no lo dice así, pero de hecho lo presupone.
(Todo depende de la forma en que se lea el texto de ese documento equilibrista… La puerta está abierta, se trata de leer el documento desde un lado o desde el otro:
— Si se parte del hecho de que los homosexuales han de ser respetados “en familia” se está suponiendo que ellos pueden crear una familia, se llame matrimonio o no (que eso es cuestión de palabras…).
— Si se parte de decir que “no se pueden equiparar” las uniones de dos homosexuales con el matrimonio cristiano… se está diciendo que hay una diferencia (lo que es obvio…), pero se está valorando de hecho esa unión de los homosexuales, en línea cristiana…)
Mi interpretación del texto ha quedado clara en la exposición anterior).
7. Y muchas más cosas….
Muchas más cosas se pueden decir de este documento, que abre una puerta… El tema está en que las iglesias en conjunto (con sus obispos concretos) y los cristianos de a pie (¡todos vamos a pie en la Iglesia!) pasemos sin miedo al otro lado, con la alegría del amor.
Decía al principio que el documento es bueno, aunque le falta mucha más Biblia, buena Biblia (con el Cantar de los Cantares, con la opción de Jesús por los distintos, con la gran ruptura y novedad mesiánica del Evangelio….), leída desde la historia actual, desde la vida. De eso quizá seguiré hablando en otras ocasiones, desde la misma Biblia, con el Papa Francisco, abriendo la puerta del amor en la Iglesia.
Espiritualidad, General, Iglesia Católica
Amoris Laetitia, Exhortación Postsinodal, Familia, Homosexualidad, Papa Francisco
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