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Imaginarios trans en los ritos de paso: simbolismo y potencia

Jueves, 4 de marzo de 2021
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Utilizamos el verbo ‘transicionar’ para referirnos a la experiencia concreta transgénero, pero lo cierto es que todos los seres humanos sin distinción transicionamos a lo largo de nuestra vida. Valorar y proteger a la gente que tiende puentes, derriba fronteras, cose desgarros y sana grietas es algo que deberíamos aprender de otras culturas.

Utilizamos el verbo ‘transicionar’ para referirnos a la experiencia concreta transgénero, pero lo cierto es que todos los seres humanos sin distinción transicionamos a lo largo de nuestra vida. Pasamos por cambios endocrinos brutales que difícilmente nos hacen parecer la persona que dejamos atrás. Algunos ejemplos de ello podrían ser la pubertad, el embarazo, el envejecimiento, la menopausia. Dichos ritos de paso vitales no están exentos de artificio. En su transcurso, nos inscribimos voluntariamente en hormonaciones químicas, prótesis, cirugías, depilaciones láser, injertos, incisiones, extirpaciones. En la mayoría de los casos, desconectamos emocionalmente de esos cambios o los vivimos con una buena dosis de autoodio. La sociedad, mientras, los ignora, invisibiliza o juzga.  Si esos cambios se relacionan con la sexualidad, generan más terror. Así, pasamos de puntillas por la posibilidad de experienciar e irradiar la transformación social, tomar la parte por el todo convirtiendo nuestra capacidad de cambio físico en una potencia social. No existe sociedad sin imaginario simbólico y, por eso, urge empezar a incorporar en nuestra formación como individuos modelos poderosos de evolución personal. Qué mejor que la experiencia transgénero para ello. La capacidad de llenar ese espacio vacío entre fronteras, de atravesarlo, de ir “entre” algo está reflejada en el prefijo latino trans-. Valorar y proteger a la gente que tiende puentes, derriba fronteras, cose desgarros y sana grietas es algo que deberíamos aprender de otras culturas. Hay que reconocer por su valía a la gente que dedica su vida a poner el prefijo trans– delante de cada verbo fundamental en las acciones de la vida: transmutar, transgredir, transplantar, transicionar.

Muchas comunidades, más allá del monolítico paradigma occidental moderno, han respetado el poder del cambio personal. En ocasiones, se han mantenido ceremonias que protegen y honran los más distintos tipos de metamorfosis, así como sus ritos de paso, entendidos como un momento vital significativo que, idealmente, se acompaña con el cuidado intergeneracional y el reconocimiento público del avance en el camino de la vida.

En estas sociedades, algunos de sus miembros eligen encarnar la fuerza latente de la transformación por su intensidad y valentía. Se les conoce por distintos nombres. Aquí y ahora los llamamos trans y los atacamos sin pensar que quien logra romper la oscura tradición del género binario y se erige por encima de esa cárcel social está representando para todas el poder de emerger como ningún otro agente social. Cuando una persona trans decide dar el paso de visibilizarse como tal está encarnando una potencia extraordinaria: la confianza en el poder del cambio. Como sociedad que tiene un horizonte de justicia al que aspirar, la presencia de esa potencia debería ser un lugar en el que mirarnos, una política transgresora que crea conocimiento desde el cuerpo. Y así lo entienden otras comunidades con un esquema de pensamiento menos pobre y, por tanto, mucho más interesante que el nuestro. Aquí ofrezco solamente tres ejemplos de ello, pero hay muchos: los Fa’afafine en Samoa, los Omeguid de los Kuna de Panamá o los Buguis en las Islas Célebes, entre otros.

Los occidentales aún estamos lejos de sentir el respeto debido a la potencia trans que exhiben algunos pueblos americanos. Para la nación Mojave los llamados “dos espíritus” encarnan el equilibrio sagrado, el motor de la creación y la cuna de su cosmogonía. Por eso, cuentan con rituales específicos para transicionar, como la menstruación performativa. En 1990, se actualizó esta tradición acuñando el término en inglés two-spirit, en el marco de la Tercera Convención Anual de Gays y Lesbianas Nativoamericanos/Primeras Naciones, en Cánada. El objetivo de la cumbre consistió en proteger la tradición de respeto por aquellos que son a la vez hombres y mujeres, y reivindicar la resistencia a la colonización, que incluye la lucha contra la transfobia impuesta por Europa. Por tanto, se hizo hincapié en el binarismo de género como una violencia cultural más del imperialismo. Para continuar con el modo en que los indígenas de Norte América entendían el género, es muy recomendable el libro de Serena Nanda, Gender Diversity: Crosscultural Variations (1999), donde además se incide en la violencia que las dañinas etiquetas europeas de lo “normal”, lo “natural” y lo “moral” han provocado alrededor del mundo. Los two spirit abrazan en lo simbólico la unidad dual y, por tanto, el equilibrio en la contradicción.

En la India, quizá el país más rico en tradiciones trans, encontramos a las hijra. Algunas de ellas se identifican como mujeres u hombres, mientras que otras permanecen como identidades no-binarias. Las hijra, aunque no está claro qué nivel de aceptación tienen en sus comunidades, cuentan con parteras expertas en sus ritos de paso: las dai ma, que ofrecen cuidados especializados a las castraciones y las orquiectomías sagradas; incluyendo alimentación, oración y reposo. La deidad a la que se consagran las hijra es Bahuchara Mata, quien está íntimamente ligada a la fertilidad, ya que se entiende que aquellos que transicionan a hijra ofrecen a la diosa su capacidad de reproducirse y ésta se la trasmuta por aumento de poder. Las familias de aquellos que una vez llamados no transicionan son castigadas con la impotencia por generaciones. Las hijra representan dos caras interesantes de la creación: transmutar la fertilidad de la procreación humana en poder creativo personal.

Quizá más conocidas en el hispanismo sean las muxhes, el tercer sexo zapoteca. Los infantes que transicionan a muxhes no conocen la discriminación, sus vecinos no lxs violentan, sino que acompañan, haciendo de su rito de paso un momento de apoyo colectivo. El problema aparece cuando deben salir de su comunidad para estudiar o trabajar. Ahí es donde se les exige adherir su género al sexo de nacimiento, se lxs discrimina y agrede. En diciembre de 2019, la revista Vogue dedicó su portada en México y Reino Unido a las muxhes y, de alguna manera, realizó un ejercicio único de transculturalidad entre británicos, sorprendidos por la vitalidad de la inclusión trans zapoteca, y la ancestralidad de la hipersensualidad muxhe. Una muxhe puede ser pensada como un puente que conecta nuevas luchas con una raíz cultural mucho más profunda y antigua que la europea moderna.

La antigüedad de los ritos de paso trans se documenta desde la civilización sumeria, quienes ya practicaba la “la ceremonia de girar la cabeza”, donde el hombre se convirtió en mujer y la mujer en hombre, que hoy estudia Betty De Shong Meador como parte del culto a la diosa Innana. Quienes giraban la cabeza eran conocidos como la gente de la caña, ese el espacio intermedio entre el pantano y la tierra. Kurgarra y Galatur, mitos de la transexualidad, contaban con ubicaciones sagradas en el templo de Innana, ya que habían sido ellos quienes la habían rescatado del Inframundo como seres sagrados, capaces de habitar lo intermedio. La gente de la caña simboliza un cruce interesante entre la vida y la muerte, encarnan esa idea de lo trans como el espacio privilegiado de puente entre dos realidades.

Obviamente, la experiencia trans y las identidades LGBTTIQ no son monolíticas ni estandarizadas. Hay tantas formas de transicionar como personas y para muchas no hay espejo al que mirar ni tradición en la que apoyarse. Igualmente, aquellos que tienen la suerte de pertenecer a las muchas culturas transinclusivas pueden sentir lejano y ajeno el activismo occidental. Si se pudiera, en un ejercicio de síntesis, aprender una lección de las transiciones respetadas y acompañadas es que las necesitamos. Necesitamos esa potencia transgresora de confianza total en el cambio justo aquí y ahora, seas quien seas, porque, cuando vengan las transiciones de cualquier tipo, su simbología será una ayuda inestimable. Muchos pueden seguir pensando que lo trans les toca desde muy lejos o no lo hace en absoluto. Es más un hábito mental que una realidad, hábito que voy a desafiar con el siguiente ejemplo para finalizar.

Si aún resulta dudoso por qué o cómo transicionar nos habla directamente a todxs, pensemos en el siguiente rito de paso habitual en mujeres nacidas mujeres. Éste supone un cambio endocrino, se da un quirófano, conlleva una cirugía, tiene que ver con quitar un elemento interno (que no se odia pero que se desea retirar), suele provocar algún tipo de disforia (aunque no sea específicamente la de género) y es censurado; a veces, perseguido. Estoy describiendo una interrupción voluntaria del embarazo, escena que así descrita, enfocada en el momento de operar el cambio, guarda ciertas concomitancias con algunas transiciones. Si pudiéramos, como sociedad, dotar estos momentos de un simbolismo que abrazara la contradicción (two-spirits), la transmutación de fertilidad en poder personal (hijra), lo ancestral de la práctica (muxhes) y una relación equilibrada con los cruces vida/muerte (gente de la caña) transformaríamos el autoodio que Occidente imprime en estas transiciones vitales por un momento mucho más profundo, incluso en una comprensión integrada de la evolución personal. Es por eso que aquí y ahora necesitamos defender la experiencia trans, su mitología, tradiciones, rituales, fortaleza y valentía. Es por esto que nadie que viva bajo el injusto y miope esquema de pensamiento occidental contemporáneo puede permitirse prescindir del lenguaje, potencia y experiencia del movimiento trans en cualquiera de sus formas. No solo las personas transexuales necesitan una historia, tradición e imaginario simbólico de referencia, todxs podemos encontrar en el acto de transicionar un momento de gran fortaleza y belleza que incorporar a nuestro vocabulario por superviviencia personal y justicia social. Respetar el cambio transgénero es proteger todas las transiciones por las que pasamos y pasaremos, puesto que este es la más desafiante y valiente para una sociedad aterrorizada, pacata y limitante en afectos y celebraciones de la vida como la nuestra.

Fuente Pikara Magazine

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Un documental da a conocer a la primera futbolista transexual reconocida por la FIFA

Sábado, 2 de mayo de 2015
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Samona_AmericanaSaelua (centro), segundos antes de disputar un encuentro.

“No soy mujer, ni transexual que juega con el rival; soy simplemente un jugador con un objetivo: ganar”.

En 2001, la selección de fútbol de Samoa Americana recibió la mayor de las derrotas entre dos selecciones nacionales de la historia de los partidos amparados por la FIFA al perder con Austraila 31-0 en las eliminatorias para el mundial de Brasil. Dos cineastas ingleses, Mike Brett y Steve Jamison, decidieron contar la historia de este combinado polinesio que consiguió, tras 30 derrotas consecutivas y 229 goles en contra, su primera victoria en 2011 contra la selección de Tonga (2-1).

Sin embargo, el documental llamado Next Goal Wins, ha catapultado a la fama, por sorpresa, a Jaiyah Saelua, la primera transexual en jugar un partido completo a nivel internacional, que se ha convertido enel gran reclamo de la gira que Brett y Jamison están realizando por los principales festivales de cine del mundo.

Fa’afafine

Jaiyah luce con orgullo su condición de fa’afafine, término con el que definen en la cultura polinesia a las personas transexuales, de larga tradición y sumamente respetado.

No me hace mucha gracia usar la palabra transexual porque genera una serie de estereotipos negativos, al contrario que sucede con el término fa’afafine en mi tierra. Allí, de hecho, somos unos cuantos los que jugamos al fútbol de manera semiprofesional, y bastante bien por cierto“, cuenta Saelua.

Jaiyah_SaeluaSaelua lleva 15 de sus 26 años luchando en la nación más diminuta de cuantas conforman la gran familia de la FIFA (alrededor de 60.000 habitantes). Recalca que “a los fa’afafines nos encanta el soccer (fútbol), mucho menos violento que el football (fútbol americano). Y la mayoría jugamos de defensas. Puede que corramos como chicas, pero por lo demás, nos comportamos como hombres. Cuando estoy jugando, dejo a un lado todo lo relacionado con mi sexualidad y me convierto en futbolista. No soy mujer, ni transexual, ni tan siquiera la amiga de un ‘fa’afafine’ que juega con el rival; soy simplemente un jugador con un objetivo: ganar“.

Tras su operación, no jugará en el fútbol femenino

La honestidad y respeto por el fair-play de Jaiyah le impiden plantearse jugar en un campeonato femenino. “No sería justo porque, aunque cambie de sexo, seguiré teniendo más fuerza que una mujer normal y las demás jugadoras estarían en desventaja jugando contra mí”, reconoce.

Jaiyah no considera que su vida vaya a cambiar demasiado en un futuro, aunque le apena no poder seguir acumulando internacionalidades con Samoa Americana. Su principal propósito a partir de ahora es la de seguir ligada al deporte que le ha hecho famosa. Y lo hará, dice, “para desterrar de él la discriminación y la homofobia”.

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