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Peregrinos en tinieblas

Domingo, 26 de marzo de 2017
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el-gran-mirlagroLa libertad está hecha para ser compartida (Pierre Corneille)

Domingo 26 de marzo. IV de Cuaresma “Laetare

Jn 9, 1-41

…y luego le dijo: Ve a lavarte a la alberca de Siloé -que signfca enviado-. Fue, se lavó, y volvió con vista

El hombre, la sociedad, los pueblos que no son libres son prisioneros de las sombras. Jesús se hizo hombre para conducir a los peregrinos en tinieblas al esplendor de la fe. El Apóstol de los Gentiles nos lo dice en su Carta a los Efesios, apartado “El Reino de la Luz”: “Descargad la ira sobre los rebeldes. No os hagáis cómplices suyos. Pues si en un tiempo erais tinieblas, ahora, por el Señor sois luz: fruto de la luz es toda bondad, justicia y verdad (Ef 5, 6-9). “No participéis en las obras estériles de las tinieblas, antes bien denunciadlas” (Ef 5 11). ¡Despierta, tú que duermes, levántate de la muerte y te iluminará el Mesías” (Ef 5, 14)Isaías había proclamado en el AT esta luz para cuantos habitan en sombras: “El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande. Sobre los que habitan en la tierra en sombras de muerte, resplandeció una brillante luz” (Is 9, 2).

El cineasta Martin Scorsese (1942) narra en su película Silencio (Diciembre 2016). Un dramahistórico del siglo XVII, en el que dos jesuitas portugueses, Cristóbal Ferreira y Sebastián Rodrigues, viajan a Japón en busca de un misionero –Francisco Garupe– que, tras ser perseguido y torturado, ha renunciado a su fe. Ellos mismos vivirán el suplicio y la violencia con que los japoneses reciben y tratan a los cristianos. Los protagonistas –seres humanos en pleno viacrucis físico y ético– se ven convertidos en mártires, apostasía incluida, a causa de su fe. Los verdugos retoman su secular papel de samurais, la famosa élite de guerreros japonesa que, con verdadera destreza, saña, y sentido de venganza, saben prolongar el dolor sin compasión alguna en los que consideran enemigos.

En una entrevista, el director americano confiesa: “No soy un hombre religioso; Dios, si existe, lo sabe bien”.  Y luego manifiesta que su film no es una lucha entre religiones –de hecho, hay una crítica clara a la imbecilidad de los extremismos religiosos condenados a llevar el odio allá donde ponen el pie–, es un combate entre el ser humano y el ente divino, en la lucha existente en el ser terrenal por aprehender la divinidad desde la bondad y la humildad más pura. Y finalmente, una confrontación con sus propios miedos y demonios al descubrir que todo el amor del mundo no va a poder jamás derrotar a aquellos que usan el odio irracional y la violencia salvaje como estilo de vida. Luego está el silencio del Dios al que se reza. Un silencio que también es pura barbarie y que acaba sin dar respuesta a la mayoría de los dilemas éticos que plantea la película.

En la misma época en que Scorsese ubica los hechos, un ilustre dramaturgo francés, Pierre Corneille (1606-1684), crea un nuevo estilo teatral, en el que los sentimientos trágicos son puestos en escena por primera vez en un universo plausible: el de la sociedad contemporánea. Escribe obras que exaltan los sentimientos de nobleza (El Cid), que recuerdan que los políticos no están por encima de las leyes (Horacio), o que presentan a un monarca que trata de recuperar el poder sin ejercer la represión (Cinna).

En la ópera “Catón in Útica”, de Vivaldi, decía el protagonista: “Habrá problemas si se enseña a los soldados a leer o a apreciar la música, porque entonces olvidarán el arte de la Guerra. Esto dice mucho sobre la capacidad del arte y la cultura en general de transformar nuestra sociedad en una sociedad menos violenta y más profunda.

La libertad está hecha para ser compartida”, escribió el dramaturgo galo, que es lo que pretendían los héroes portuguesesen su épica aventura, y que otros ilustres personajes de la época calificaron con similares términos. ”La desgracia descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir” (Pascal). Y también nuestra Teresa de Ávila: “Si en medio de las adversidades persevera el corazón con serenidad, con gozo y con paz, esto es amor”.

Lo mismo que el primer hombre fue creado del barro de la tierra, Jesús hizo barro con su saliva. Lo untó en los ojos del ciego y le mandó lavárselos con agua, y el ciego vio. En la Cuaresma tenemos que seguir renunciando a cuanto nos impide decirle con toda verdad: “Creo en ti, Señor”. Nos queda únicamente preguntarnos: ¿Qué hice, qué -hago, qué haré por él? Y una vez preguntados, darnos y aceptar honradamente la respuesta.

Una respuesta bañada en un mar de amor, y cuya llama jamás podrá apagarse, como cantó en su Poema LXXVIII Adolfo Bécquer.

AMOR ETERNO

Podrá nublarse el sol eternamente;

podrá secarse en un instante el mar;
podrá romperse el eje de la tierra
como un débil cristal.

¡Todo sucederá! Podrá la muerte

cubrirme con su fúnebre crespón;
pero jamás en mí podrá apagarse
la llama de tu amor.

 Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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“La inquilina”, por Dolores Aleixandre

Miércoles, 4 de enero de 2017
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the_mother_of_god_of_tenderness-640x583De su blog Un grano de mostaza:

En el cielo ¿las bicicletas serán de oro?” Me lo preguntó un niño hace años (los niños del siglo pasado preguntaban ese tipo de cosas), y le contesté que por supuesto que sí, que tratándose del cielo cómo no iban a ser de oro.

Esta asociación de lo áureo con lo celeste es recurrente y por eso llamamos a María “Casa de oro” en las letanías del rosario. Sin embargo, al buscar en los evangelios la relación María/casa, muy frecuente por cierto, lo que se dice sobre ello tiene poco de áureo: María aparece más bien como una mujer con experiencia costosa de mudanzas, traslados y desplazamientos: deja su casa para ir a la de Isabel y luego a la de José; vive el rechazo de la posada de Belén y conoce, antes que su hijo, lo que significa no tener dónde reclinar la cabeza. Quizá recordó aquella noche las palabras del Salmo 84 que había rezado tantas veces: “¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos…”, preguntándose por qué no se cumplían sus promesas y la tórtola no encontraba nido donde colocar a su polluelo. Migrante después en Egipto y vecina de nuevo en Nazaret, experimentando demasiado pronto el vacío que deja en el hogar el hijo que se va. Realojada finalmente en casa de Juan después de la muerte de Jesús, experta ya en dejar atrás el cobijo de lo conocido para ser recibida bajo otro techo y adaptarse a otras costumbres. Orante junto a los discípulos y discípulas en la habitación de arriba de una casa en Jerusalén, mientras esperaban el huracán del Espíritu.

María Casa y Puerta del cielo, empujándonos a parecernos a ella en cuidar la casa común y abrirla, en reclamar derechos para los privados de asilo, en el empeño por construir una Iglesia más cálida, más parecida a ese “hospital de campaña” que desea Francisco para ofrecer refugio a los desplazados y excluidos por la pobreza, la violencia y la degradación ambiental.

Inquilina de nuestra tierra, sabedora de desamparos, intemperies y desarraigos, sigue caminando con nosotros.

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“La Iglesia: de la lucha contra el sufrimiento de los pobres y excluidos, al establecimiento y potenciación de la propia autoridad”, por José Mª Castillo

Viernes, 1 de julio de 2016
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apostasiaDe su blog Teología sin censura:

Se suele decir (y es verdad) que la Religión Cristiana tiene su origen en Jesús de Nazaret. Como también suele decir (y también es verdad) que la Iglesia tuvo sus comienzos en la vida y las enseñanzas de Jesús. Pero tan cierto, como lo que acabo de decir, es que ni Jesús fundó (o instituyó) una Religión, ni fundó (o instituyó) una Iglesia. ¿Cómo iba a fundar una religión un hombre que provocó un conflicto mortal con los dirigentes de la religión, con el templo, con los sacerdotes, los rituales y normas que la religión imponía a la gente, de forma que todo aquello terminó en la condena de Jesús como un delincuente subversivo? Y por lo que se refiere a la Iglesia, ni siquiera el concilio Vaticano II se atrevió a decir que Jesús fue su “fundador”, sino que se limitó a indicar que la Iglesia tuvo su origen en la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios (LG 5, 1). Por supuesto, san Pablo les puso el nombre de “iglesias” a las “asambleas” que él fue organizando en sus viajes apostólicos. Pero sabemos que Pablo fue un judío de cultura griega, en la que el término “ekklesía” designaba la asamblea de los ciudadanos libres, que se reunían para votar democráticamente las decisiones importantes.

Entonces, ¿qué es lo que nos dejó Jesús a quienes creemos en él y, por tanto, pensamos que su legado es importante, incluso determinante y hasta decisivo? Leyendo y analizando a fondo los evangelios, lo que en ellos queda patente es que Jesús fue un profeta, que trasmitió a su posteridad un proyecto de vida, una forma de estar y de actuar en este mundo. Un proyecto de vida que se lleva a la práctica a partir de lo que fueron las tres preocupaciones fundamentales que vivió el propio Jesús: 1) La salud (relatos de “curaciones de enfermos”). 2) La alimentación (relatos de “comensalía”, la mesa compartida). 3) Las relaciones humanas (enseñanzas sobre la “felicidad, misericordia, justicia, perdón, amor…). Este “proyecto de vida”, en el lenguaje y en la teología del Evangelio, se resume y se condensa en el “seguimiento” de Jesús. De forma que la cristología se constituye primordialmente, no desde determinados dogmas y saberes, sino a partir del seguimiento de Jesús.

Pues bien, si lo que acabo de indicar fue constitutivo y determinante en los orígenes del cristianismo, en seguida se comprende – y se comprende sin dificultad – cómo y por qué la Iglesia encontró acogida en la Antigüedad o, por el contrario, cómo y por qué la Iglesia encuentra indiferencia y hasta rechazo en la Modernidad.

Quiero decir que, en los primeros siglos de su historia, cuando la Iglesia se fue organizando y se hizo presente en la sociedad de forma que lo central y determinante de su vida fue la lucha contra el sufrimiento y la acogida de toda clase de gentes marginadas, excluidas y despreciadas, fue entonces cuando la Iglesia se expandió por todo el Imperio, hasta llegar a ser la institución central y más valorada en aquellos tiempos. Como bien ha explicado el profesor E. R. Dodds, cuando el Imperio vivió una auténtica “época de angustia” (desde mediados del s. II hasta el s. IV), “la Iglesia ofrecía todo lo necesario para constituir una especie de seguridad social: cuidaba de huérfanos y viudas, atendía a los ancianos, a los incapacitados y a los que carecían de medios de vida…”. Y añade el mismo Dodds: “Debieron ser muchos los que se sintieron desamparados: los bárbaros urbanizados, los campesinos llegados a las ciudades en busca de trabajo, los soldados licenciados, los rentistas arruinados por la inflación y los esclavos manumitidos. Para todas estas gentes, el entrar a formar parte de la comunidad cristiana debía de ser el único medio de conservar el respeto hacia sí mismos y dar a la propia vida algún sentido. Dentro de la comunidad se experimentaba el calor humano y se tenía la prueba de que alguien se interesa por nosotros, en este mundo y en el otro”.

Con el paso de los tiempos, el centro de las preocupaciones de la Iglesia se fue desplazando: de la lucha contra el sufrimiento de los pobres y excluidos, al establecimiento y potenciación de la propia autoridad. Lo que desembocó en el desplazamiento del Evangelio de Jesús a la religión de los sacerdotes. Lo central en la Iglesia dejó de ser el “seguimiento” evangélico. Y lo fue, desde entonces, el “poder” eclesiástico, que antepone – en la práctica – la sumisión de los fieles a la solidaridad con los pobres, marginados y excluidos.

Así las cosas, mientras la religión fue un componente central de la cultura y la sociedad, la Iglesia se vio a sí misma como fiel a la misión que tenía que cumplir en este mundo. Hasta que, en el s. XVIII, la Ilustración puso en evidencia las contradicciones que la Modernidad encuentra en el hecho religioso. Contradicciones que, en los siglos XIX y XX, han tomado fuerza y presencia en la mentalidad de los ciudadanos de la moderna “cultura secular”. Lo que nos ha traído a la desconcertante situación que estamos viviendo. Si nos empeñamos en seguir intentando armonizar – y hasta identificar – “religión” y “Evangelio”, ni la mayoría de los ciudadanos pone en práctica la religión, ni la gente religiosa acaba de entender el Evangelio viviendo el seguimiento de Jesús. Como es lógico e inevitable, en estas condiciones, el presente y el futuro de la Iglesia se nos hace cada día más problemático. ¿Seguiremos afincados en nuestra tradicional religiosidad o nos decidiremos por la fidelidad definitiva al seguimiento de Jesús?

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“Para excluídos”. 30 de marzo de 2014. 4 Cuaresma (A). Juan 9,1- 41.

Domingo, 30 de marzo de 2014
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17-CuaresmaA4Es ciego de nacimiento. Ni él ni sus padres tienen culpa alguna, pero su destino quedará marcado para siempre. La gente lo mira como un pecador castigado por Dios. Los discípulos de Jesús le preguntan si el pecado es del ciego o de sus padres.

Jesús lo mira de manera diferente. Desde que lo ha visto, solo piensa en rescatarlo de aquella vida desgraciada de mendigo, despreciado por todos como pecador. Él se siente llamado por Dios a defender, acoger y curar precisamente a los que viven excluidos y humillados.

Después de una curación trabajosa en la que también él ha tenido que colaborar con Jesús, el ciego descubre por vez primera la luz. El encuentro con Jesús ha cambiado su vida. Por fin podrá disfrutar de una vida digna, sin temor a avergonzarse ante nadie.

Se equivoca. Los dirigentes religiosos se sienten obligados a controlar la pureza de la religión. Ellos saben quién no es pecador y quién está en pecado. Ellos decidirán si puede ser aceptado en la comunidad religiosa.

El mendigo curado confiesa abiertamente que ha sido Jesús quien se le ha acercado y lo ha curado, pero los fariseos lo rechazan irritados: “Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. El hombre insiste en defender a Jesús: es un profeta, viene de Dios. Los fariseos no lo pueden aguantar: “Empecatado naciste de pies a cabeza y, ¿tú nos vas a dar lecciones a nosotros?”.

El evangelista dice que, “cuando Jesús oyó que lo habían expulsado, fue a encontrarse con él”. El diálogo es breve. Cuando Jesús le pregunta si cree en el Mesías, el expulsado dice: “Y, ¿quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús le responde conmovido: No esta lejos de ti. “Lo estás viendo; el que te está hablando, ese es”. El mendigo le dice: “Creo, Señor”.

Así es Jesús. Él viene siempre al encuentro de aquellos que no son acogidos oficialmente por la religión. No abandona a quienes lo buscan y lo aman aunque sean excluidos de las comunidades e instituciones religiosas. Los que no tienen sitio en nuestras iglesias tienen un lugar privilegiado en su corazón.

¿Quien llevará hoy este mensaje de Jesús hasta esos colectivos que, en cualquier momento, escuchan condenas públicas injustas de dirigentes religiosos ciegos; que se acercan a las celebraciones cristianas con temor a ser reconocidos; que no pueden comulgar con paz en nuestras eucaristías; que se ven obligados a vivir su fe en Jesús en el silencio de su corazón, casi de manera secreta y clandestina? Amigos y amigas desconocidos, no lo olvidéis: cuando los cristianos os rechazamos, Jesús os está acogiendo.

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Jesús es también para los excluidos. Pásalo.

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Dom 30.3.14. “El ciego de la piscina. Un texto de rebeldía”

Domingo, 30 de marzo de 2014
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01Del blog de Xabier Pikaza:

Domingo 4º Cuaresma. Ciclo A. Jn 9, 1-41. Los domingos de cuaresma van ofreciendo una preciosa catequesis.

— El anterior fue del agua (Samaritana),
— el siguiente será de la vida (Lázaro);
— hoy toca la luz (ciego de nacimiento: Jn 9).

A partir de la catequesis de fondo del evangelio de hoy pueden distinguirse dos actitudes fundamentales ante la vida:

— La de aquellos que alumbran a los otros
(como Jesús, “curando” al ciego), la de aquellos que les ayudan a ver, les acompañan y se alegran de que vean.
y la de aquellos parásitos que controlan e impiden que los otros vean (como los fariseos del pasaje); quieren controlar la luz, para su servicio, impidiendo a los demás que vean.

En ese contexto se puede hablar también de dos tipos de religión:

‒ Una religión que crea y alumbra, que da luz a los ciegos, que ensancha la ida y libera como la de Jesús y otros muchos judíos, cristianos, budistas, musulmanes…;

‒ y una religión explotadora que vive de controlar e impedir que los otros vean por sí mismos, como los fariseos de este pasaje de Juan, y como muchos otros cristianos, judíos, no judíos, no cristiano… etc etc.

Hoy es el día de la buena religión, hoy es el día de la luz, como indica este pasaje prodigioso de catequesis del evangelio de Juan.

Texto. Juan 9,1-41

(Es un texto largo, una larga catequesis. Léase con calma, responda cada uno a su “palabra”):

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. [Y sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?” Jesús contestó: “Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.”

Dicho esto,] escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado.” Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: “¿No es ése el que se sentaba a pedir?” Unos decían: “El mismo.”
Otros decían: “No es él, pero se le parece.” Él respondía: “Soy yo.”

[Y le preguntaban: “¿Y cómo se te han abierto los ojos?” Él contestó: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.” Le preguntaron: “¿Dónde está él?” Contestó: “No sé.”]

Llevaron ante LOS FARISEOS al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.” Algunos de los FARISEOS comentaban: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.” Otros replicaban: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?” Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?” Él contestó: “Que es un profeta.”

[Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: “¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?” Sus padres contestaron: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.” Sus padres respondieron así porque tenían miedo los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: “Ya es mayor, preguntádselo a él.”

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: “Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.” Contestó él: “Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.” Le preguntan de nuevo: ¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?” Les contestó: “Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?” Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: “Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.

Replicó el ciego: “Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.”]
Le replicaron: “Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?” Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús les dijo: “Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.” Él dijo: “Creo, señor.” Y se postró ante él.

[JESÚS añadió: “Para un juicio he venido ya a este mundo; para que los que no ve vean, y los que ven queden ciegos.”
LOS FARISEOS que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: “¿También nosotros estamos ciegos?”
JESÚS les contestó: “Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.”]

Texto encuadrado en la liturgia
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Fue desde el principio un texto de “liturgia”, una catequesis que la Iglesia vuelve a presentar en la cuaresma, entre el pasaje del agua (3ª Semana, Samaritana: Jn 4, 5-42) y el de la vida (5ª semana, de Lázaro: Jn 11,1-45).

Este “milagro” no tiene equivalente en los sinópticos. Eso no quiere decir que el evangelista Juan lo haya inventada. Posiblemente ha tomado una historia que corría en la tradición, una historia parecida a otros milagros de ciegos (cf. Mc 8, 22-26 y 10, 46-52: ciego de Betsaida, ciego de Jericó), y la ha adaptado y recreado, en el escenario más solemne de Jerusalén, con la aguas de Siloé (bajo el templo), con Jesús como luz, en el contexto de las disputas de algunos cristianos con otros grupos de judíos sobre la luz verdadera (en el trasfondo del sábado judío y de la obra de Dios).

Quiero ofrecer un recuerdo

El curso 1967/1968, el prof. Ignace de la Potterie nos ofreció todo un semestre (cuatro lecciones por semana) sobre este pasaje de Jn, en el Bíblico de Roma. No dijo todo lo que se puede decir, ni yo recuerdo ahora todo lo que dijo, pero nos ayudó a descubrir la luz y la verdad y la libertad, en el mismo entorno de Jerusalén, en el camino que va de la ciudad alta y del templo a la baja, con el agua… en el camino que va de la ley a la libertad, en con contexto más solemne de la transformación mesiánica. En otros temas no era tan luminoso el prof. De la Potterie, hubo cosas que no nos enseñó a ver; pero el curso sobre el ciego fue bueno).

Volvamos a los tres domingo de este ciclo de cuaresma

La Samaritana era el signo de la mujer/pueblo que busca la vida del agua, la vida en libertad, sin estar esclavizada por maridos y maridos que pasan sin quedar, junto al pozo de Jacob, sin Sicar/Samaría. Se supone que es “pecadora”, pero no ella como persona, sino por toda la historia que lleva detrás y que le arrastra. Leer más…

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“Una historia en siete escenas y quince preguntas”. Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo A.

Domingo, 30 de marzo de 2014
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ciego_03Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

  1ª escena: Los discípulos y Jesús. 1ª pregunta

(La escena tiene lugar al comienzo de las escaleras que conducen al templo de Jerusalén. Un hombre de unos veinte años, ciego, está sentado pidiendo limosna. Jesús y sus discípulos se aproximan a él entrando por la izquierda. Felipe mira al ciego con detenimiento y comienza a discutir con Bartolomé. Luego se acercan a Jesús.)

Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron:
-«Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?»
Jesús contestó:
-«Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»

2ª escena: Jesús y el ciego

Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:
-«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista.

3ª escena: Los vecinos y el ciego. 2ª – 4ª preguntas

(Una calle de Jerusalén. Un grupo de personas rodea al ciego. Otros comentan entre ellos a corta distancia.)

Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
¿No es ése el que se sentaba a pedir?
Unos decían:
-«El mismo.»
Otros decían:
-«No es él, pero se le parece.»
Él respondía:
-«Soy yo.»
Y le preguntaban:
¿Y cómo se te han abierto los ojos?»
Él contestó:
-«Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver. »
Le preguntaron:
«¿Dónde está él?»
Contestó:
-«No sé.»

4ª escena: Los fariseos y el ciego. 5ª y 6ª preguntas

(Amplia sala de reunión, con asientos en semicírculo. Al fondo, una ventana ilumina la escena, sin restarle cierto aire tétrico a la sala. A la derecha, una puerta. Los fariseos están sentados y el ciego de pie en el centro. Dos guardias también de pie junto a la puerta.)

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó:
-«Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban:
-«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban:
¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos.
Y volvieron a preguntarle al ciego:
-«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó:
-«Que es un profeta.»

5ª escena: Los fariseos y los padres. 7ª y 8ª preguntas

(A una señal del presidente, los guardias se llevan al ciego por la puerta de la derecha. Vuelven poco después con un matrimonio de entre cuarenta y cincuenta años. Se les nota nerviosos y con miedo).

Los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»
Sus padres contestaron:
-«Sabernos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse. »
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»

6ª escena: Los fariseos y el ciego. 9ª-12ª preguntas

(Los guardias sacan fuera al matrimonio. Tras una acalorada discusión, el tribunal decide llamar por segunda vez al ciego. Entra escoltado por los dos guardias.)

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:
-«Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. »
Contestó él:
-« Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.»
Le preguntan de nuevo:
¿«Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?»
Les contestó:
-«Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos? »
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
-«Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.»
Replicó él:
-«Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.»
Le replicaron:
-«Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.

7ª escena: Jesús, el ciego y los fariseos. 13ª-15ª preguntas

(La escena tiene lugar en la escalera de acceso al templo, como la escena primera.)

Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó:
¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo:
-«Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo:
-«Creo, Señor.»
Y se postró ante él.
Jesús añadió:
-«Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos.»
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
¿También nosotros estamos ciegos?»
Jesús les contestó:
-«Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.»

COMENTARIO

«A mi hijo lo citaron como testigo, lo estuvieron interrogando más de dos horas y al final lo condenaron como culpable.» De esto podrían haberse quejado los padres del ciego de nacimiento, en voz baja, por miedo a los fariseos. Pero sería erróneo limitarse a la queja de los padres, porque el ciego terminó muy contento.

Una discusión absurda

Todo empezó por una discusión absurda entre los discípulos cuando se cruzaron con el ciego: ¿quién tenía la culpa de su ceguera?, ¿él o sus padres? Si hubieran leído al profeta Ezequiel, sabrían que nadie paga por la culpa de sus padres. Y si supieran que el ciego lo era de nacimiento, no podrían haberlo culpado a él. Jesús zanja rápido el problema: ni él ni sus padres. Su ceguera servirá para poner de manifiesto la acción de Dios y que Jesús es la luz del mundo.

Una forma extraña de curar

En el evangelio de Juan, igual que en los Sinópticos, la palabra de Jesús es poderosa. Lo demostrará poco más tarde resucitando a Lázaro con la simple orden: «sal fuera». Sin embargo, para curar al ciego adopta un método muy distinto y complicado. Forma barro con la saliva, le unta los ojos y lo envía a la piscina de Siloé. Un volteriano podría decir que no cabe más mala idea: le tapa los ojos con barro para que vea menos todavía, y lo manda cuesta abajo; más que curarse podría matarse.

¿Qué pretende enseñarnos el evangelista? No es fácil saberlo. San Ireneo, en el siglo II, fijándose en la primera parte, relacionaba el barro con la creación de Adán: Dios crea al primer hombre y Jesús crea a un cristiano; pero esto no explica el uso de la saliva ni el envío a la piscina de Siloé. San Agustín, fijándose en el final, relacionaba el lavarse en la piscina con el bautismo; tampoco esto explica todos los detalles.

Una cosa al menos queda clara: la obediencia del ciego. No entiende lo que hace Jesús, pero cumple de inmediato la orden que le da. No se comporta como el sirio Naamán, que se rebeló contra la orden de Eliseo de lavarse siete veces en el río Jordán. Como Abrahán, por la fe sale de su mundo conocido para marchar hacia un mundo nuevo.

Un anacronismo intencionado

La antítesis del ciego la representan los fariseos. El evangelista deforma la realidad histórica para acomodarla a la situación de su tiempo. En la época de Jesús los fariseos no podían expulsar de la sinagoga; ese poder lo consiguieron después de la caída de Jerusalén en manos de los romanos (año 70), cuando el sacerdocio perdió fuerza y ellos se hicieron con la autoridad religiosa. A finales del siglo I, bastante después de la muerte de Jesús, es cuando comenzaron a enfrentarse decididamente a los cristianos, acusándolos de herejes y expulsándolos de la sinagoga.

El miedo y la osadía

El relato de Juan refleja muy bien, a través de los padres del ciego, el pánico que sentían muchos judíos piadosos a ser declarados herejes, impidiéndoles hacerse cristianos.

El hijo, en cambio, se muestra cada vez más osado. Tras la curación se forma de Jesús la misma idea que la samaritana: «es un profeta»; porque el profeta no es sólo el que sabe cosas ocultas, sino también el que realiza prodigios sorprendentes. Ante la acusación de que es un pecador, no lo defiende con argumentos teológicos sino de orden práctico: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.» Luego no teme recurrir a la ironía, cuando pregunta a los fariseos si también ellos quieren hacerse discípulos de Jesús. Y termina haciendo una apasionada defensa de Jesús: «si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.»

La verdadera visión y la verdadera luz

Hasta ahora, el ciego sólo sabe que la persona que lo ha curado se llama Jesús. Lo considera un profeta, está convencido de que no es un pecador y de que debe venir de Dios. El ciego ha empezado a ver. Pero la verdadera visión la adquiere en la última escena, cuando se encuentra de nuevo con Jesús, cree en él y se postra a sus pies. Lo importante no es ver personas, árboles, nubes, muros, casas, el sol y la luna… La verdadera visión consiste en descubrir a Jesús y creer en él. Y para ello es preciso que Jesús, luz del mundo, ilumine al ciego poniéndose delante, proyectando una luz intensa, que deslumbra y oculta los demás objetos, para que toda la atención se centre en ella, en Jesús.

No hay peor ciego que quien no quiere ver

Los fariseos representan el polo opuesto. Para ellos, el único enviado de Dios es Moisés. Con respecto a Jesús, a lo sumo podrían considerarlo un israelita piadoso, incluso un buen maestro, si observa estrictamente la Ley de Moisés. Pero está claro que a él no le importa la Ley, ni siquiera un precepto tan santo como el del sábado. Además, nadie sabe de dónde viene. Resuena aquí un tema típico del cuarto evangelio: ¿de dónde viene Jesús? Pregunta ambigua, porque no se refiere a un lugar físico (Nazaret, de donde no puede salir nada bueno, según Natanael; Belén, de donde algunos esperan al Mesías) sino a Dios. Jesús es el enviado de Dios, el que ha salido de Dios. Y esto los fariseos no pueden aceptarlo. Por eso lo consideran un pecador, aunque realice un signo sorprendente. Dios no puede salirse de los estrictos cánones que ellos le imponen. Ellos tienen la luz, están convencidos de que ven lo correcto. Y este convencimiento, como les dice Jesús al final, hace que permanezcan en su pecado.

La samaritana y el ciego

Hay un gran parecido entre estas dos historias tan distintas del evangelio de Juan. En ambas, el protagonista va descubriendo cada vez más la persona de Jesús. Y en ambos casos el descubrimiento les lleva a la acción. La samaritana difunde la noticia en su pueblo. El ciego, entre sus conocidos y, sobre todo, ante los fariseos. En este caso, no se trata de una propagación serena y alegre de la fe sino de una defensa apasionada frente a quienes acusan a Jesús de pecador por no observar el sábado.

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En el evangelio dice Jesús a los discípulos: « Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado». La primera lectura de este domingo concreta algunos aspectos de estas obras de la luz.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 8-14

Hermanos:
En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas.
Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas.
Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»

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