“TX9”, por Dolores Aleixandre
mamm t u tddwm mdd ggg sr acá bu. Esto que acaban de leer es la versión que ha aparecido en la pantalla de mi nuevo móvil en lugar de “Esta tarde hacemos compra” que es lo que yo quería escribir. Motivo: había pulsado sin querer la tecla TX9 que propone un “texto predictivo”. Acostumbrada como tantos de mi generación a tratar a mamporrros una Olivetti, no consigo adaptar mis dedos a estos teclados tan melindrosos y, como reincido en la equivocación una vez y otra, termino por aborrecer conjuntamente la tecla y su significado: qué agobiante es esto de un texto que decide por su cuenta, pienso enfadada; no hay derecho a que te impongan desde fuera lo que quieres decir o ser; a mí que no me asfixien con predicciones…
En medio de estas divagaciones, aparecen las primeras bolas doradas navideñas, esas que a algunos les provocan depresión pero que en mí tienen un efecto balsámico: llega el Imprevisible, el Impredecible, el Improbable, el Anómalo, el Excéntrico, el Divergente, el Rarísimo. (Me encanta endosarle esos títulos que nunca aparecerán en los libros de teología).
Nacido de mujer, nacido bajo la ley, con la TK9 gravitando también sobre él, dispuesta a sumergirle sin remedio en trayectorias de estancamiento y circularidad. Un mensajero poco aficionado a la innovación le había aplicado el texto predictivo correspondiente: “Será grande, Hijo del Altísimo, sentado en el trono de David, reinando por los siglos de los siglos…”, pero él se las arregló para escapar de la tecla y desde su nacimiento se sacudió augurios y predicciones: vaya grandeza rara mostrarse tan pequeño; qué poco pedigree davídico ser hijo de inmigrantes galileos; menudo trono de risa el de un pesebre y una cuadra; qué peste a estiércol en vez de a los olores mesiánicos homologados de mirra y áloe.
Se había salido del guión establecido, le había cogido el gusto y las cosas fueron a más: – “Qué, María, ¿no se os casa el chico?”, preguntaban las vecinas, – “Con lo espabilado que es y lo majo, podría apuntarse a un master en Rabinato. Dicen que los que hacen el erasmus en Séforis salen casi todos colocados…” Y ella callada. Y él callado también, silbando la melodía del Siervo mientras aserraba tablones. Ni Salomón, ni David, ni Ezequías: le gustaba aquel personaje oscuro y silencioso, colgado de Dios, que aguantaba las cargas de otros, entregaba la vida y elegía siempre el último lugar.
A la hora de independizarse, compartió intemperies con una panda de idealistasinfronteras.com. Carente del gen del cálculo, del instinto de auto conservación, del aferramiento a lo propio, tomaba opciones insólitas, arriesgaba rupturas, ensayaba lenguajes peculiares. A su lado la gente se sentía liberada del fatalismo de destinos que creían inexorables: un paralítico volvía a caminar; un ciego daba un salto desde su cuneta y entraba en la luz; una mujer encorvada se enderezaba; Zaqueo abría su casa a Jesús y su dinero dejaba de interesarle; el viejo Nicodemo nacía de nuevo.
Los que pensaban que nunca podrían escapar de sus adicciones (dinero, poder, ira, desesperanza…), descubrían la belleza de una vida simple, la anchura de perdonar, la asombrosa libertad de servir gratuitamente, el ánimo para comenzar de nuevo.
“La muerte no tiene ya dominio sobre él”, decía Pablo. ¡Ni la TX9 tampoco!, cantaron los ángeles en Belén inundando de resplandor aquella noche, amenazada como las de hoy por sombríos textos predictivos (), parecidísimos a esos en los que querríamos encerrar sin salida a políticos ineptos o a sinodales cerriles.
Pero “desde las alturas” nos invitan a mantener pulsada otra tecla, la S, esa que inunda de alegría nuestra pantalla vital con la impredecible noticia de que Somos mente Queridos.
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