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01 Noviembre. Fiesta de Todos los Santos

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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«Felices…»

(Mt 5, 1-12)

 

La muerte no es un cuento, ni una leyenda. Es una realidad con la que tarde o temprano tenemos que lidiar. Un día moriremos, eso seguro. Pero además mueren también nuestro seres queridos y cuando eso ocurre no sabemos qué hacer con su ausencia, no sabemos vivir el duelo, nadie nos ha enseñado a convivir con la muerte…

Por eso hoy os dejamos con esta oración de San Agustín, cada una puede leerla como si la hubiera escrito esa persona amada que falleció y que estos días tenemos presente.

No llores si me amas

No llores si me amas,
si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo.

Si pudieras oír el cántico de los ángeles
y verme en medio de ellos.
Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos; los horizontes, los campos
y los nuevos senderos que atravieso.

Si por un instante pudieras contemplar como yo,
la belleza ante la cual las bellezas palidecen.

¿Tú me has visto,
me has amado en el país de las sombras
y no te resignas a verme y
amarme en el país de las inmutables realidades?

Créeme.
Cuando la muerte venga a romper las ligaduras
como ha roto las que a mí me encadenaban,
cuando llegue un día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en que te ha precedido la mía,
ese día volverás a verme,
sentirás que te sigo amando,
que te amé, y encontrarás mi corazón
con todas sus ternuras purificadas.

Volverás a verme trasfigurado, en éxtasis, feliz.
ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo,
que te llevaré de la mano por
senderos nuevos de Luz…y de Vida…
¡Enjuga tu llanto y no llores si me amas!
*
(San Agustín)

*
Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Todos somos santos, aunque no me haya enterado todavía.

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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Mt 5, 1-12

Esta fiesta puede tener un profundo sentido si la entendemos como invitación a la unidad de todos en Dios. No recordamos a cada uno de los humanos como individuos. Celebramos la Santidad (Dios), que se da en cada uno. No se trata de segregar a buenos de malos, sino de tomar conciencia de lo que hay de Dios en todos. El hombre perfecto no solo no existe, sino que no puede existir. El concepto de santo que arrastramos desde hace siglos tiene que ser superado. No refleja el mensaje de Jesús sobre lo que es Dios y soy yo mismo.

¿Cómo hemos llegado a ese concepto? El cristianismo se tropezó con la cultura griega y los ‘Santos Padres’ emprendieron la tarea de inculturación que trastocó el mensaje de Jesús. La razón griega trituró el mensaje que era vitalista. El Logos griego engulló el mito judío. Hoy conocemos el ideal de perfección griega. Los cristianos asumieron ese ideal. La ‘arete’ griega pasó al latín como ‘virtus’, que significa fortaleza, valor, perfección. El hombre perfecto era el ‘vir’ que se guiaba por la razón y no se dejaba llevar nunca por la pasión.

La propuesta del evangelio se convirtió en perfección griega que se vendió como propuesta evangélica. Pero la perfección griega es fruto de la razón y el evangelio no tiene nada que ver con la racionalidad. Desde entonces el santo era aquel ser humano que obraba siempre desde una fuerza de voluntad (vir-tuoso). Este sutil cambio tuvo consecuencias nefastas para la religiosidad posterior. El santo será para siempre el que actúa desde la racionalidad, que quiere decir desde el falso yo. Todo lo que haga o deje de hacer estará encaminado a potenciar su individualidad. Será una pura programación para conseguir un fin personal.

Digo todo esto porque la idea que hemos manejado de santo corresponde a esta influencia griega. Queda así explicada, no justificada, la racionalización del concepto de santo. Las dos consecuencias nefastas de esa postura las seguimos padeciendo hoy. Por un lado, sentirse superior y en la medida que alcanzo ese ideal de perfección, mirar a los demás por encima del hombro, considerándoles inferiores. Nada más alejado del mensaje evangélico. Por otro lado, en la medida que no consigo ese objetivo que me he propuesto, la necesidad de simular para que los demás me crean perfecto, cayendo en un fariseísmo deshumanizador.

Esta distorsión se culminó con la incorporación al cristianismo de la juridicidad romana. Durante muchos siglos quien canonizaba a los santos era la comunidad (pueblo de Dios), con criterios de humanidad. Después canonizó la Iglesia con criterios racionales: un proceso con abogados que defienden la perfección del candidato y la aportación de los preceptivos milagros bien justificados y el veredicto final de unos jueces. Así se explica que haya en los altares tantas personas que han llevado una vida programada perfecta. Muy cumplidores de todas las normas externas, pero con ninguna empatía con los demás seres humanos.

Es verdad que los evangelios ponen en boca de Jesús: Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto. Pero ¿cómo es perfecto Dios? Cuando Dios dice: “sed santos porque yo soy santo”, no hace alusión a la condición moral. La perfección de Dios no se debe a sus cualidades. Dios es solo esencia, no hay nada que pueda no tener. Nosotros somos perfectos en nuestro verdadero ser, en lo que hay de Dios en nosotros. No hablamos de nuestras cualidades sino de Dios nuestra esencia, tesoro que llevamos en vasija de barro.

Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Es un error garrafal el creer que podemos alcanzar la perfección evangélica con el esfuerzo personal. “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el Reino de Dios”. Jesús decía eso precisamente a los ‘perfectos’, a los que cumplían la Ley hasta la última tilde. Esta frase de Jesús es un aldabonazo contra la idea de perfección que seguimos manejando. Dios no valora el cumplimiento de una programación sino un corazón sincero, humilde y agradecido. Todo lo que somos lo hemos recibido de Dios.

Después de estas sencillas explicaciones, ¿qué sentido tiene hablar de “comunión de los santos”? Si pensamos que se trata de unas gracias que ellos han ‘merecido’ y que nos ceden a nosotros, estamos ridiculizando a Dios y al ser humano. Los dones de Dios no se pueden merecer ni almacenar. Todo lo que nos viene de Dios es siempre gratuito, nunca se puede merecer. Si tomamos conciencia de que en Dios todos somos uno, veremos con claridad que lo que cada uno puede vivir de Dios, lo viven todos y beneficia a todos.

Por la misma razón tenemos que aquilatar la expresión “intercesores”, aplicada a los santos. Si lo entendemos pensando en un Dios que solo atiende las peticiones de sus amigos o de aquellos que son “recomendados”, estamos ridiculizando a Dios. En (Jn 16,26-27) dice Jesús: “no será necesario que yo interceda ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama”. Lo hemos dicho hasta la saciedad: Dios no nos ama porque somos buenos, menos por recomendación, sino porque Él es amor y se da a cada uno de nosotros.

Se puede entender la intercesión de una manera aceptable. Si descubrimos que esas personas que han tomando conciencia de su verdadero ser, son capaces de hacer presente a Dios en todo lo que hacen, pueden facilitarnos ese mismo descubrimiento, y, por lo tanto, acercamiento a Dios. Descubrir que ellos confiaron en Dios a pesar de sus miserias, nos tiene que animar a confiar más nosotros mismos. Y no solo valdría para los que convivieron con ellos, sino para todos los que después de haber muerto, tuvieran noticia de su “vida y milagros”. Visto así, allanarían el camino para que creciera el número de los conscientes.

No os dejéis llamar maestro. No llaméis a nadie padre. Jesús dijo al joven rico: ¿por qué me llamas bueno? ¿Cómo habría respondido si le hubiera llamado santo? Pues nosotros no sólo santo, sino que nos atrevemos a llamar a un ser humano, santísimo. ¡Cuándo tomaremos en serio el evangelio! No somos santos cuando somos perfectos, sino cuando vivimos lo más valioso que hay en nosotros como don absoluto. La perfección moral es consecuencia de la santidad, no su causa. Todos somos santos, aunque muy pocos lo descubren y viven.

Las bienaventuranzas quieren decir que es preferible ser pobre, que ser rico opresor; es preferible llorar que hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros mueran de hambre porque les hemos negado el sustento. Dichosos, no por ser pobres, sino por no ser egoístas. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no oprimir.

Para mí, tiene un profundo significado teológico que la fiesta de los difuntos esté ligada a la de todos los santos. Litúrgicamente ‘los difuntos’ se celebra el día 2, pero para el pueblo sencillo, el día de todos los santos es el día de difuntos, sin más. Con lo que hemos dicho tenemos datos para una interpretación en profundidad de esta fiesta. Si todo ser humano tiene un fondo impoluto, Dios tiene que amarnos precisamente por eso que ve en nosotros de sí mismo. No hay miedo a equivocarse. Todos nuestros queridos difuntos son santos.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Llamados/as a ser felices, bienaventurados, santos.

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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Mt 5, 1-12

::Comencé el evangelio de Mateo (Mt 5, 1-12): “En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y abriendo su boca, les enseñaba diciendo: ’Bienaventurados…’. ¡Ah sí, las bienaventuranzas!, este evangelio tan conocido, tantas veces escuchado: los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz…

Algo por dentro me frenó en seco. Volví a leer: “Bienaventurados los que trabajan por la paz”. Leí y releí estas últimas siete palabras. Respiré a fondo y seguí leyendo el texto…  los perseguidos, los insultados y los calumniados.

Vivimos tiempos oscuros, tiempos violentos, como en otras épocas. Siempre lo mismo desde el principio de la humanidad. El ser humano ha sido y sigue siendo violento.

Lo que pasa es que ahora tenemos a nuestro alcance mucha más capacidad de violencia y, en cierto modo, se ha atravesado una línea roja peligrosa: la preocupante normalización de la violencia en todos los ámbitos.

Así lo dejo porque lo que realmente quiero es hablar de Paz.

Adentrémonos en la bienaventuranza que nos reta a ser incansables trabajadores por la paz y veamos qué se requiere para ser vehículos de paz en cada paso que demos en nuestro caminar por la vida.

Hemos de dejarnos hacer por el Espíritu como pobres, débiles y necesitados que somos aunque no nos lo acabamos de creer.

¿Qué quiere decir ser mansos? ¡Esta palabra ya ni se usa! y sin embargo necesitamos del sosiego, de la tranquilidad interior, de una actitud pausada; necesitamos silencio, soledad, oración que nos ayude a conservar la calma, la paciencia, la escucha…

El trabajo por la paz es duro, es peligroso, antes o después tocará llorar por las decepciones, por el sentimiento de no poder hacer más, por el rechazo, por la incomprensión de los otros. Sí, habrá abundancia de lágrimas.

El hambre y la sed de justicia forman parte de las características de quienes trabajen por la paz esa paz que no es individual, es una paz comunitaria, universal.

Quienes quieran trabajan por la paz habrán de tener entrañas de misericordia, se conocerán a sí mismo y por tanto serán misericordiosos con los demás: todos del mismo barro.

Serán limpios de corazón, sin telarañas que les perturben la visión del otro.

Se darán cuenta desde el minuto cero que habrá persecución por causa de la justicia, ya que su trabajo por la paz no gusta a los poderes del mundo.

Cuando lleguen los insultos, las persecuciones y las calumnias nada impedirá andar con la cabeza bien alta porque quienes se pongan en marcha por la paz saben a Quien siguen.

También Lucas (Lc 12, 35-38) habla de bienaventurados: “Bienaventurados aquellos criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos”.

Jesús sigue estando a nuestro lado y nos pone cerca a algunos que  ya son bienaventurados. Se implicaron y trabajaron por la paz dejándonos su testimonio a través de sus vidas y sus palabras.

Traigo aquí a algunos que se tomaron muy en serio el trabajo por la paz:

El Papa Juan XXIII en su Carta Encíclica Paz en la Tierra (Pacem in terris) deja bien claro desde el principio los cuatro pilares donde se fundamenta la Paz para todos los pueblos: la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

Gandhi, el profeta de la no-violencia, nos dejó un rotundo mensaje: “No hay camino hacia la paz, la paz es el camino”.

La sencillez de Teresa de Calcuta nos lo pone fácil: “La paz comienza con una sonrisa”. ¿Fácil? Parece que sí, pero hoy se vive cada vez de forma más individualista, abiertos más a las relaciones por pantallas que a las personales. A veces no hay tiempo ni humor para una sencilla sonrisa.

También en el siglo pasado, Etty Hilesum*, una judía que acabó sus días en Aushwitz, dejó esto escrito sobre la paz: “Nuestra única obligación moral es la de cultivar en nosotros vastos espacios de paz e ir ampliándolos progresivamente, hasta que esa paz irradie a los demás. Y, cuanta más paz exista entre las personas, más habrá en este mundo en ebullición”. (*)Une vie bouleversée. Journal (1941-43) ed. Du Seuil, 1985, p.227).

Bienaventurados los que empezaron aquí el camino del reino, gozan ya de su recompensa en el cielo, donde han sido recibidos como hijos de Dios y, alegres y regocijados, ven a Dios.

Mari Paz López Santos

FEADULTA – 1 noviembre 2024

Día de Todos los Santos

Fuente Fe Adulta

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Un mundo al revés

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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1 noviembre 2024

Mt 5, 1-12a

Una existencia egocentrada gira en torno a los intereses del propio yo, por encima de cualquier otra referencia. Se caracteriza por el narcisismo y la apropiación –el yo no puede existir sin decir “mío”– y persigue el tener, el poder, el aparentar o, simplemente, su propio bienestar.

 Tal programa de vida puede explicarse e incluso comprenderse a partir de factores psicológicos –carencias y vacíos afectivos– y socioculturales –“valores” dominantes en un ambiente determinado–, que tienden a encerrar a la persona en determinados mecanismos de defensa y, en último término, a mantenerla en la ignorancia básica acerca de su verdadera identidad.

  La espiritualidad es un camino de comprensión –de liberación de aquella ignorancia radical– y, por eso mismo, de desegocentración. Una existencia lograda, adulta y plena, libre y feliz es una existencia desegocentrada, amorosa y servicial. La persona feliz es buena.

   Las llamadas “Bienaventuranzas”, sin duda una de las páginas más sublimes y provocativas de la literatura espiritual, constituyen un “programa de vida” que señala el camino de la desegocentración y, en ese sentido, pone del revés los valores que, en gran medida, gobiernan todavía el mundo de los humanos.

   Ahora bien, tal programa no se halla al alcance del yo. De hecho, lo que pretende es transcenderlo, pero no desde un imperativo moral, sino desde la comprensión que posibilita pasar de una consciencia de separación (egoica o egocentrada) a una consciencia de unidad (transpersonal, desegocentrada, fraternal y planetaria), permitiendo así salir de la ignorancia y vivir en la verdad de lo que realmente somos.

  No se llama “dichoso” a algún yo que hubiera conseguido las metas propuestas, sino justamente a quien ha dejado de identificarse con él. La ignorancia nos mantiene en la identificación con el yo; la comprensión nos muestra nuestra verdadera identidad.

  Las Bienaventuranzas no son, por tanto, un mensaje de felicidad para el yo. En realidad, el yo no puede ser feliz, porque su existencia –como la de todas las formas– se halla sometida a la ley de la impermanencia y a merced de sucesos que no puede controlar. Donde hay impermanencia, afirma un axioma básico del budismo, hay sufrimiento. Por eso tiene razón José Díez Faixat cuando afirma que “nadie es feliz; lo difícil es ser nadie”.

    Es difícil porque estamos literalmente hipnotizados, tan identificados con el yo que nos resulta imposible entendernos a nosotros mismos sin ser “alguien”. Hemos ligado nuestra suerte y nuestra felicidad al carrusel del yo, con todos sus inevitables altibajos, olvidando que lo que realmente somos se halla siempre a salvo.

   Pues bien, utilizando este lenguaje, la bienaventuranza que proclama “felices los pobres” está diciendo “felices quienes han comprendido que son nadie”, es decir, quienes no se identifican con su yo, porque han descubierto que, en su verdadera identidad, son vida.

   ¿Qué significa todo esto en la vida cotidiana? Que se abren ante mí dos caminos posibles. Puedo vivir en función del yo –instalado en la ignorancia–, dando así lugar a una existencia egocentrada que gira en torno a sus propios intereses. El resultado es el egocentrismo, la agresividad y la decepción cuando se frustran las expectativas y el sufrimiento debido a la no aceptación de la impermanencia.

    O puedo reconocerme como vida –desde la que acojo e integro el yo– y, desde esa consciencia de unidad, me dejo ser cauce para que la vida fluya, buscando el bien de todos los seres.

  El paso de la ignorancia a la comprensión –de identificarme ansiosamente con el yo a comprender que, bien mirado, soy “nadie”– modifica de manera radical el criterio que guía mi existencia: dejo de juzgarla de manera exclusiva en función de mis propios intereses –sintiéndome “feliz” o abatido, según las circunstancias respondan a ellos o los frustren– para empezar a mirarla desde mi (nuestra) verdadera identidad y desde el amor a los demás que brota de esa comprensión.

   Y es aquí, en la práctica cotidiana, donde se verifica la verdad profunda de la bienaventuranza: si vivo para el yo, terminaré frustrado y vacío; solo cuando vivo desde la verdad de lo que somos –y el amor que nace de ahí– seré feliz aun en medio de circunstancias adversas. Porque la felicidad no estará puesta en lo que pueda sucederle al yo, sino en la certeza de que, en medio de todo lo que suceda, nuestra verdadera identidad se halla siempre a salvo.

¿Qué busco en el día a día? ¿Únicamente mi propio bienestar, por encima de todo, o el bien de las personas?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Viviremos en la “amable memoria” de Dios. Todos los Santos.

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

01. Todos los santos: todos los difuntos.

Estos dos primeros días de noviembre celebramos la fiesta de todos los Santos y el día de Difuntos, que probablemente son como dos caras de la misma moneda. Son días en que recordamos a todos los seres humanos que nos han precedido en la historia, que han construido la historia y gozan ya de la bienaventuranza, son bienaventurados en  Dios.

02.- ¿Cómo entender estas cosas?

¿Qué pensar y creer  acerca de todo esto?

Respecto del “más allá” conviene que apaguemos nuestra curiosidad. Saber del “más allá” en el sentido de ciencia, no sabemos nada, aunque esperamos mucho, lo esperamos todo.

Siguiendo a San Pablo, tal vez nos baste con saber que nuestro lugar es Cristo. Viviremos, seremos en Cristo. Acerca de cómo habrán de ser estas cosas, dónde serán, no sabemos nada. No podemos pretender hacer una descripción del futuro. La escatología, los novísimos no son un reportaje anticipado del futuro.

La escatología, los novísimos no son un reportaje anticipado del futuro. Acerca del final nadie sabe nada, sino solamente Dios. (Mc 13, 32).

Pensemos y descansemos en que el final es Cristo. La Escatología es la conclusión de la Cristología. Esta es la afirmación fundamental de nuestra fe y de nuestra esperanza: Cristo resucitado.

Viviremos en Cristo, seremos en Cristo.

03.- Fiesta es de esperanza:

Todos los Santos” es una fiesta que alienta nuestra esperanza tanto por los que se han ido, como para los que también nos iremos.

El final -la finalización- de la existencia humana y de la historia está en Dios, que es un Dios de vivos y no de muerte.

Teilhard de Chardin decía que caminamos hacia el punto “omega”, hacia la cristofinalización.

04.- ¿Qué pensar y qué podemos creer y, sobre todo, que podemos esperar de la vida y de la muerte?

¿Cómo son estas cosas acerca de la muerte, del después de la muerte?

Vaya por adelantado que vivimos en una docta ignorantia.

Podemos pensar que todo el don escatológico, toda la salvación acontece en el tránsito de la muerte a la Vida.

No vemos nada, nunca en estas cosas se ve nada, pero tenemos la confianza del “hoy” estarás conmigo en el Paraíso. En la muerte nos encontramos -encuentro- con JesuCristo, con Dios. Al morir a este tiempo Dios Padre nos recoge; acoge nuestra vida, nuestra persona  y nos devuelve la vida de alguna manera que, siendo honestos, hay que decir que no sabemos absolutamente nada. Nuestro lugar definitivo es Dios.

05.- ¿Qué pensar del purgatorio?

No pertenecen a la fe cristiana las categorías de tiempo y espacio.

No hay porqué pensar que después de la muerte haya un “lugar”, un sitio y un tiempo lo más parecido a una depuradora o, peor, a un campo de concentración donde purgamos y pagamos las últimas facturas pendientes de la vida.

Esto es puro aparato conceptual -puras ideas- que en ningún momento estuvieron en la fe de Jesús. No hay un sólo texto en la Escritura que justifique el purgatorio como lugar.

Dios no es un contable que no deja pasar ni una. Dios no es un sanguinario que no perdona absolutamente nada. Cuando Dios perdona por su hijo Xto., perdona totalmente. Dios no hace como nosotros: perdona pero no olvida. Cuando Dios perdona, perdona y no nos espera para que paguemos las últimas letras en el más allá.

El purgatorio como plenitud

Los seres humanos morimos con algunas dosis de mal y, al mismo tiempo, morimos sin haber realizado, sin habernos realizado en muchas facetas de nuestra personalidad y de nuestra vida.

Pero para solucionar esto no hace falta inventarse una sala de torturas: el fuego no tiene ningún valor de realización de la persona. Por el hecho de quemarse -suponiendo que hubiera un fuego- nadie mejora.  El fuego no tiene ningún valor perdonador, ningún valor personal, ninguna realización.

En un sentido poético (místico) la llama de amor viva, que decía S Juan de la Cruz es la que nos llena la vida de calor y amor, pero no de castigo.

Podemos pensar que cuando una persona muere, cuando morimos nos encontramos con Cristo y con Dios y ese encuentro es suficientemente perdonador y realizador. De manera que el purgatorio no es un lugar, ni un tiempo, es un encuentro. Como el padre recibe al hijo pródigo: el purgatorio es eso: entrar en la casa del Padre, celebrar la fiesta, el banquete. Es de muy mal gusto y de peor corazón la imagen del purgatorio como si fuese un infierno en pequeño o un campo de concentración…

Así pues, podemos pensemos y esperemos que todo acontece en el momento de la muerte: cuando morimos, nos encontramos con Cristo y así somos  purificados (purgatorio) y plenificados, (divinizados) salvados.

06.- ¿Qué sentido tiene la oración por los difuntos?

La oración por los difuntos tiene pleno sentido y se entiende en el momento de la muerte y en la vida de la comunidad cristiana: la familia, la comunidad, el pueblo, la parroquia, los amigos, los compañeros de trabajo oran y presentan al que ha muerto a Dios para que lo acoja en su casa: “recíbelo, Padre, junto a Ti y concédele ya el descanso eterno y la vida plena”.

Lo que no tiene tanto sentido es perpetuar esa oración  por los difuntos. Muchas veces pensamos que cuantas más misas mejor, porque en el fondo es un desconfiar de Dios. Por eso muchas veces se ha vivido y hoy  tampoco estamos libres de una mercantilización de las misas, de las indulgencias: ¿quién puede pagar una oración y comprar la salvación? Las misas y los sacramentos no se venden, ni se compran: las misas no se pagan. El dinero hace daño siempre y también lo ha hecho en estas cosas.

No pensemos, pues, que los difuntos por quienes se ofrecen muchas misas, bien por riqueza, bien su status político o eclesiástico: no pensemos que esos difuntos tienen la salvación más segura o más rápida que muchas personas anónimas, muchos seres humanos que mueren en la más absoluta soledad y abandono y no tendrán nunca una oración. Nosotros podremos hacer acepción de personas, pero para Dios todos somos iguales y todos llegamos junto a él por igual.  Este estado de cosas entiende que la oración y las misas por los difuntos es como una cuenta corriente, cuanto “mayores cantidades”, mejor.  (¿)

En la muerte, es bueno que recordemos a nuestros difuntos, es sano evocar su memoria, oremos con o a nuestros difuntos, pero, a partir de la muerte, recordemos y oremos ya recordemos y oremos a y con nuestros difuntos.

07. – Comunión de los santos

Algo de esto es la comunión de los santos. Una solidaridad en el recuerdo, en la fe, en la esperanza. Ellos son los que  oran por nosotros.

¿Cómo la iglesia del cielo no va a orar por esta iglesia que peregrina por la vida? Nuestros padres, hermanos, amigos, compañeros oran por nosotros, nos recuerdan, nos animan a seguir hacia ti, morada santa.

08.- Esperanza.

Todo ser humano puede vivir y morir confiando y confiado en la bondad de Dios. Todos morimos en la misericordia de Dios. Dios nos salva a todos porque nos ama y porque para Dios no hay nada imposible. En esa vida de Cristo y con esa esperanza recordamos a esa muchedumbre inmensa de todo pueblo y nación, que han pasado por la gran tribulación de la vida y que han sido recibidos por Cristo en el que descansan y viven bienaventurados. Descansan en la paz del Señor.

Tengamos la esperanza de que viven junto a Dios celebrando ya la fiesta de la vida definitiva y en esa santa esperanza vivamos y, cuando nos llegue el momento, muramos en el Señor.

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“Sentados junto al camino”. 30 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,46-52)

Domingo, 27 de octubre de 2024
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51-30_1480683En sus comienzos, al cristianismo se le conocía como «el Camino» (Hechos de los Apóstoles 18,25-26). Más que entrar en una nueva religión, «hacerse cristiano» era encontrar el camino acertado de la vida, caminando tras las huellas de Jesús. Ser cristiano significa para ellos «seguir» a Cristo. Esto es lo fundamental, lo decisivo.

Hoy las cosas han cambiado. El cristianismo ha conocido durante estos veinte siglos un desarrollo doctrinal muy importante y ha generado una liturgia y un culto muy elaborados. Hace ya mucho tiempo que el cristianismo es considerado como una religión.

Por eso no es extraño encontrarse con personas que se sienten cristianas sencillamente porque están bautizadas y cumplen sus deberes religiosos, aunque nunca se hayan planteado la vida como un seguimiento de Jesucristo. Este hecho, hoy bastante generalizado, hubiera sido inimaginable en los primeros tiempos del cristianismo.

Hemos olvidado que ser cristianos es «seguir» a Jesucristo: movernos, dar pasos, caminar, construir nuestra vida siguiendo sus huellas. Nuestro cristianismo se queda a veces en una fe teórica e inoperante o en una práctica religiosa rutinaria. No transforma nuestra vida en seguimiento a Jesús.

Después de veinte siglos, la mayor contradicción de los cristianos es pretender serlo sin seguir a Jesús. Se acepta la religión cristiana (como se podría aceptar otra), pues da seguridad y tranquilidad ante «lo desconocido», pero no se entra en la dinámica del seguimiento fiel a Cristo.

Estamos ciegos y no vemos dónde está lo esencial de la fe cristiana. El episodio de la curación del ciego de Jericó es una invitación a salir de nuestra ceguera. Al comienzo del relato, Bartimeo «está sentado al borde del camino». Es un hombre ciego y desorientado, fuera del camino, sin capacidad de seguir a Jesús. Curado de su ceguera por Jesús, el ciego no solo recobra la luz, sino que se convierte en un verdadero «seguidor» de su Maestro, pues, desde aquel día, «le seguía por el camino». Es la curación que necesitamos.

José Antonio Pagola

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“Maestro, haz que pueda ver” . Domingo 27 de octubre de 2024. Domingo 30º ordinario.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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57-ordinarioB30 cerezoLeído en Koinonia:

Jeremías 31, 7-9: Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos.
Salmo responsorial: 125El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Hebreos 5, 1-6: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Marcos 10, 46-52: Maestro, haz que pueda ver.

El libro de Jeremías nos muestra un aspecto de la manifestación de Dios al que no estamos acostumbrados: la ternura. Dios nos ama sin importar si vamos por la vida como ciegos o cojos, es decir, si a duras penas podemos caminar o si apenas vemos o presentimos por dónde vamos. Dios nos ama, así estemos en un estado de vulnerabilidad o debilidad absoluta, como lo puede estar una mujer encinta o una madre que recién ha alumbrado a su hija. Dios nos ama incluso si hemos huido de él y nos hemos refugiado en el último confín de la tierra. Y la razón de ese amor no es otra que la de sentirnos hijos suyos, la de habernos engendrado por su amor, la de hacernos partícipes de su reino. Una de las insistencias de Jesús era la de vivir la experiencia amorosa de Dios como la esencia sobre la que se funda y funde nuestra vida; y no porque ello estuviera a tono con la sensibilidad religiosa de su tiempo.

El salmo empalma bien con la primera lectura y nos muestra cómo la magnificencia de Dios consiste en el rescate y redención de su pueblo. La experiencia del exilio ya no es la de vivir en un país extranjero, sino la de sentir que ningún lugar del mundo es extraño al proyecto transformador de Dios.

La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, afianza y confirma esa dimensión del poder de Dios manifestado como compasión y misericordia. Jesús consagra nuestra vida a Dios por medio de su vida y su Palabra. Él redime nuestras faltas y nos encamina por una experiencia en la que convertimos en fortalezas nuestras infaltables debilidades humanas. Él nos ofrece un camino de redención que supera el puro precepto religioso, la simple justificación sentimental o un vacío racionalismo abstracto. Dios es el que llama, y nosotros somos quienes podemos responderle. Ya no queremos un gurú o un experto en religión, sino un hermano o una hermana que camine con nosotros y nos ayude a realizar esa vocación por la cual nos hemos hecho cristianos.

El evangelio de Marcos narra la curación del ciego Bartimeo, el último “milagro” de Jesús narrado por Marcos. Tradicionalmente este pasaje se ha incluido en el género “milagro”, pero si se lo examina bien, carece de algunos elementos típicos de este género, como por ejemplo el gesto de curación o la palabra sanadora. Estamos, más bien, ante un relato, basado tal vez en un hecho histórico, que sobre todo quiere acentuar la importancia de la fe como fundamento del discipulado.

El relato, dentro de su sobriedad, está «cargado de detalles», que, sin duda, han sido puestos en el relato con segunda intención, para facilitar una interpretación y aplicación concreta. Marcos nos indica el lugar donde sucede este episodio: a la salida de Jericó, la ciudad de las palmeras en medio del desierto de Judá, la puerta de entrada en la tierra prometida (cf Dt 32,49; 34,1), paso obligado para los peregrinos que venían de Galilea, por el camino del Jordán, a Jerusalén, ciudad de la que dista algo más de 30 kilómetros. La Jericó del tiempo de Jesús estaba situada al suroeste de la mencionada en el AT. Había surgido en torno a la lujosa residencia invernal construida por Herodes.

Hay, además, una alusión explícita –aunque suene un tanto genérica– al nombre del ciego: Bar-timeo, el «hijo de Timeo»; Mateo y Lucas no mencionarán este detalle. Junto con el de Jairo es el único nombre propio que aparece en Marcos antes de iniciar el relato de la pasión. Algunos piensan que esto es debido al hecho de que probablemente este hombre formó parte de la comunidad cristiana palestinense.

El protagonista es un hombre ciego, doblemente pobre, por tanto. Lv 19,14, Dt 27,18, Is 59,9 son textos que nos ayudan a comprender la situación de los ciegos en Israel. La liturgia ha establecido un nexo entre este evangelio y la primera lectura de Jeremías porque en ambos casos se habla de un acontecimiento gozoso para los ciegos.

El diálogo comienza con una petición de Bartimeo, de hondo trasfondo veterotestamentario (cf Os 6,6), y que la liturgia eucarística ha incorporado en el acto penitencial: “Ten compasión de mí”. La petición va precedida por el título mesiánico de hijo de David. Esta es la única vez que aparece este título en el evangelio. Posteriormente el ciego le llamará “rabbuní” (término que solemos traducir por “maestro” y que el original de Marcos no traduce).

La gente lo manda callar para que no moleste. Este mandato no tiene nada que ver con el “secreto mesiánico” tan típico de Marcos, ya que aquí quien manda callar no es Jesús sino la gente. Cuando el ciego se entera de que Jesús lo llama, “soltó el manto” y, de un salto, se acercó a Jesús. Este detalle aparece también en 2Re 7,15. Es una manera de indicar el interés que produce el acontecimiento.

El diálogo posterior se narra de una manera esquemática: pregunta (¿Qué quieres que haga por ti?), petición (“Maestro, que pueda ver”) y respuesta (“Anda, tu fe te ha curado”). Como ya se indicó antes, faltan el gesto y las palabras de la curación. El acento recae en la fuerza de la fe. Esta es la que permite pasar de la tiniebla a la luz, del borde del camino al interior del camino, de la pasividad de quien mendiga a la actividad de quien sigue a Jesús hasta el final.

Hoy se habla mucho de las terapias sanadoras a través de la medicina natural, de las técnicas psicológicas, de las tradiciones budistas, de los flujos de energía… y de los problemas sicosomáticos, que se curan de un modo también psico-somático… Los milagros se desnudan y se nos hacen mucho más explicables, mucho más del día a día. La vida está llena de «milagros» para quien sabe llevarla, por quien la lleva con coraje, con «fe». La «inteligencia emocional» (cfr. Daniel Goleman), la «inteligencia ecológica» (del mismo autor), la «inteligencia espiritual» (cfr. Danah Zohar), el holismo, la sinergia… nos trasladan a un «realismo mágico» nada inaccesible. La fe mueve montañas, ya lo dijo Jesús. Los milagros de nuestra fe no tienen por qué ser milagros-milagros, estrictamente sobrenaturales… Al menos, muchos de los de Jesús de Nazaret parece que no lo fueron, y los nuestros de hoy día es más difícil que lo sean. Tal vez necesitemos simplemente «educar los ojos» con esa inteligencia emocional, ecológica, espiritual (no en la visión lineal en la que nos educaron en el viejo paradigma)… y volver a echar mano de la fe, del «coraje de existir» (Tillich). Leer más…

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27.10.24. 30º dom.TO. Hijo de David, ten compasión de mí (Mc 10, 46-5)

Domingo, 27 de octubre de 2024
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IMG_8259Del blog de Xabier Pikaza:

Con un milagro de ciego había terminado la sección anterior del mensaje en Galilea (Mc 6, 6b-8, 26): Jesús había abierto los ojos de un hombre de Betsaida (quizá símbolo de Betsaida Pedro y de todos sus discípulos) a fin de que pudieran comprender el sentido de su Reino y seguirle en el camino (8, 22-26).

Ahora, al final de esta nueva sección (8, 27-10, 52), después de exponer los rasgos de entrega que supone el evangelio, ante la dificultad reiterada de sus discípulos, Marcos vuelve a presentar a otro ciego, curado esta vez en el camino (10, 4652).

Sin duda, ambas escenas (8, 22-26 y 10, 46-52) están entrelazadas. Los que quieran entender y seguir a Jesus han de pedir que cure sus ojos, como pidee Bartimeo a las afueras de Jericó donde Jesús ha entrado, para salir luego de modo inmediato, pasando a la vera del camino donde él se encuentra está pidiendo limosna

(a. Un ciego). 46 Llegaron a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! 48 Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!

(b. Maestro, que vea)49 Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: Animo, levántate, que te llama. 50 El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que recobre la vista.

(c. Curación y seguimiento). 52 Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino [1].

 Ésta escena, rica de contenido, puede dividirse en tres partes. Es posible (muy probable) que en su fondo haya un recuerdo histórico, vinculado a la ciudad de Jericó y a un ciego llamado Bartimeo, a quien ayudó Jesús. Pero Marcos lo ha convertido en un “texto bisagra”, con el que termina esta sección de los anuncios del camino (8, 28-10, 50), para comenzar las dos nuevas secciones de la acción y pasión de Jesús en Jerusalén (Mac 11-13 y 14-15).

Siendo un “paradigma” (enseñanza de tipo universal), este pasaje recoge el recuerdo de un gesto muy concreto del fin del camino de Jesús, su último milagro (la resurrección de 16, 1-8 no será ya un milagro), en el que se condensan y culminan de algún modo todos los anteriores.

Este mendicante de Jericó representa a la humanidad entera, condenada a la ceguera, al borde de un camino de peregrinación que él nunca podrá recorrer subiendo a Jerusalén, pues no ve. Es la humanidad oscurecida, que vive de limosna al borde de una ruta santa que, para él, no lleva a ninguna parte.

Es un marginado, que vive (sobrevive) de pequeñas limosnas, pero está atento y se preocupa por saber quienes pasan, y de esa forma mantiene una esperanza. Quizá pudiera decirse que se encuentra a la espera del Mesías, que debe pasar por allí, como pasó Josué en otro tiempo (cf. Jos 6), para “conquistar la tierra”. Está en el fondo, a la espera de Jesús, que le “recupera” para el Reino.

10, 46-48 ¡Hijo de David, ten compasión de mí!

46 Llegaron a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! 48 Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!

Pasar por Jericó (10, 46a). El comienzo del texto resulta, por lo menos, enigmático. Jesús y sus acompañantes llegan a Jericó donde no se dice si entran, ni el tiempo que permanecen, ni lo que hacen. El texto añade inmediatamente que, cuando salía de Jericó con sus discípulos, empezó a gritarle un ciego que se supone conocido (se le llama Bartimeo, el hijo de Timeo…), con el que sigue la escena del milagro (10, 46). Lógicamente podemos y debemos preguntarnos: ¿Por qué dice Marcos que Jesús entró en la ciudad? ¿Qué hizo allí? Se han dado dos respuestas básicas.

  (a) Algunos suponen que una redacción anterior del pasaje debía recoger lo que Jesús hizo en la ciudad. En este contexto se suele aducir el Evangelio Secreto de Marcos donde se afirma que Jesús había entrado en Jericó, añadiendo: “Y estaban allí la hermana del joven a quien amaba Jesús, y la madre de éste y Salomé; pero Jesús no las recibió”.

La tradición recordaría, según eso, una escena de la entrada de Jesús en la ciudad, que ha sido ignorada por el texto actual de Marcos. Pero, como he dicho en la introducción al Comentario de Marcos introducción, ese “evangelio secreto” parece posterior, lo mismo que la referencia a un encuentro de Jesús con la familia del pretendido discípulo amigo de Jesús, sería un añadido tardío, para encuadrar las “escenas” de ese evangelio secreto (cf. comentario a 14, 51-52).

(b) Resulta más verosímil pensar que Marcos recoge simplemente la tradición según la cual Jesús y sus acompañantes pasaron en Jericó el día de sábado, como hacían muchos peregrinos galileos, que descasaban allí el día santo, para ponerse en marcha el primero de la semana (el domingo actual), muy temprano, para cubrir así los casi treinta kilómetros de fuerte subida y llegar a Jerusalén al comienzo de la tarde (¡sería en nuestro computo actual el Domingo de Ramos).

Ese descanso del sábado en Jericó era un detalle bien conocido, de manera que no era necesario destacarlo. Allí descansó, cumpliendo el precepto legal, con los demás peregrinos, pues nadie subía por el camino de Jerusalén en Sábado, pero a Marcos (preocupado de otra forma por el sábado, como hemos visto en 2, 23−3, 4) no le interesó conservar ese dato, por lo que se limita a decir que llegó a Jericó y que salió.

 Sea como fuere, el “milagro” del ciego está situado precisamente en ese momento de “salida” de Jericó, en la última etapa del ascenso a Jerusalén, cuando Jesús recibe en su cortejo de Reino precisamente a este ciego (recuérdese que los ciegos son importantes en la “historia” religiosa de Jerusalén (como saben, desde perspectivas complementarias,  2 Sam 5, 8 y Mt 21, 14). Jesús, a quien acompañan sus discípulos, viene con la gente e inicia el último tramo, el último día, de su ascenso mesiánico (cf. 10, 32). Al borde del camino (para tên hodon) se encuentra Bartimeo, mendigo ciego, que le grita; la gente se lo impide diciéndole que calle (10, 46-48), pero Jesús sabe escuchar, como pronto indicaremos.

Un ciego a la espera (10, 46b-47a). No es sin más un ciego, sino un ciego sentado a la vera del camino que sube hacia Jerusalén. Todo nos permite suponer que está a la espera de alguien (¿el mesías?) que pase y le ayude. En ese sentido es un signo de todos aquellos a quienes el mismo Jesús ha de curar, para que vean y le puedan seguir en el camino.

Quizá podamos tomarle como signo de aquellos que deben superar sus cegueras anteriores, descubriendo a Jesús tras la pascua, en Galilea (cf. 16, 6-8 allí «le veréis, según os dijo»).

En ese sentido, el “milagro” de Bartimeo anticipa la historia de la pascua, cuando se dice que  los discípulos podrán  a Jesús de nuevo en Galilea, si van allí como les dicen las  mujeres de la pascua.

Pero, al mismo tiempo, este milagro recuerda la historia del ciego de Betsaida (8, 22-26), con el que terminaba la primera parte de Marcos (1, 14−8, 26) y comenzaba la segunda (8, 28−15, 47), mostrándonos que sólo unos ojos abiertos podían descubrir el sentido y las implicaciones del camino de Jesús. Pero entonces la escena quedaba truncada. Jesús mandaba al ciego que se fuera, y el ciego se iba y Pedro no lograba mantenerse firme ante las exigencias del mesianismo de Jesús Hijo de Hombre (cf. 8, 18-.9, 1). Ahora, en cambio, este milagro adquiere un sentido muy positivo, pues el ciego bien curado sabe abrir los ojos y seguir con presteza a Jesús en el camino.

Evidentemente, este ciego no tiene por qué saber lo que Jesús ha ido diciendo en sus palabras anteriores. A la salida de Jericó, a la vera del camino pascual, está inmóvil y parece que no tiene más oficio ni esperanza que vivir como mendigo. Es enfermo, está ciego y vive a costa de aquello que le quieren ofrecer los peregrinos. La ciudad pascual se encuentra cerca, pero él no puede subir para admirar su santuario y orar con el resto de los fieles.

Su ceguera le tiene clavado al borde del camino, en la etapa final de la subida y del drama del Reino. Como he dicho, este ciego no conoce a Jesús, pero se puede suponer que está al corriente de lo que implica su camino, sea en la línea de las predicciones de la pasión (Jesús sube a Jerusalén dispuesto a morir: 8, 31; 9, 31; 10, 33), sea en la línea de una esperanza general, de tipo davídico-mesiánico. De esa forma, cuando se entera de que Jesús pasa, él confía y le grita por dos veces: ¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí! (cf. 10, 47-48).

Al invocarle así, como “Hijo de David”, en su ascenso hacia Jerusalén, este ciego le está confesando de algún modo como “Mesías”, en una línea que culminará precisamente cuando Jesús llegue (¡esa tarde!) a Jerusalén y sus acompañantes le aclamen diciendo: ¡Bendito el Reino de nuestro padre David! (11, 10). estamos en la mañana del “domingo” que precede al Sábado de Pascua (¡aquel año la pascua caía en sábado), y los peregrinos que inician la marcha muy temprano podrán llegar a Jerusalén antes de la caída de la tarde. De esa manera, esta escena, con la invocación del ciego, forma el primer acto de la “entrada en Jerusalén”, que empieza precisamente aquí, en Jericó.

Esta invocación (¡Hijo de David!) tiene, un tono mesiánico y proviene, paradójicamente, de un ciego al borde del camino. Sin duda, cuando luego le pedirá “que vea”, se puede suponer que está pensando en un “hijo de David” que tiene capacidad de “curar”, como Salomón, a quien la tradición presenta como Hijo de David y sanador.

Pero en este contexto, al final del camino de ascenso a Jerusalén, este título (Hijo de David) tiene un sentido claramente mesiánico, lo mismo que el de Roca, cuando dijo que Jesús era “el Cristo” (8, 29). Pero hay una diferencia esencial: PEDRO  llamaba a Jesús “Cristo”, pero en el fondo quería aprovecharse de él e impedirle cumplir su camino, dando la vida por los otros; Bartimeo, en cambio, llama a Jesús “Hijo de David” para ver y seguirle en el camino. Marcos acepta aquí ese matiz del título “Hijo de David”, aplicándolo a Jesús; pero, después, en la gran controversia de 12, 25-37, lo rechaza, porque rechaza el mesianismo de poder, como veremos comentando con detalle ese pasaje [2].

Sea como fuere, Bartimeo, ciego de camino, no busca el reino de Jesús en sentido político/militar; tampoco quiere el poder, como lo acaban de buscar los zebedeos; ni está empeñado en defender su dinero, como el rico (cf. 10, 17-45), sino que reconoce su carencia propia (es un ciego), y sólo quiere ver, y para eso pide la ayuda de Jesús, en medio del gentío que llena el camino y que pasa, subiendo hacia Jerusalén. Si Jesús es de verdad “Hijo de David” tiene que abrirle los ojos, como se los abre, no para seguirle en un camino de toma militar de la ciudad (como el David antiguo: 2 Sam 5, 8-9), , sino de entrega de la vida, precisamente en Jerusalén.

Este ciego pide ayuda, pero la gente que acompaña a Jesús quiere que calle, que no estorbe. Piensan que Jesús ha de ocuparse de otros temas y problemas más urgentes, como se suponía en el caso de los niños (10, 13); piensan que en esta última etapa de subida a Jerusalén nada ni nadie puede estorbar a Jesús. Por eso los acompañantes piden al ciego que calle: ¡no estorbes! [3]

 10, 49-52a. Tu fe te ha salvado

49 Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: Animo, levántate, que te llama. 50 El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que recobre la vista. 52 Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado.

Otros le piden o, mejor dicho, le exigen (emetimôn) que calle. ¿Por qué? Quizá porque les estorba y no quieren escuchar sus gritos.Pero es mucho más probable que le impidan gritar precisamente porque llama a Jesús abiertamente ¡Hijo de David!, en el sentido de pretendiente mesiánico. Jesús había mandado callar a Roca y a sus discípulos, cuando le dijeron que era el Cristo (8, 30). Es evidente que ahora esos discípulos tengan que impedir que este ciego grite de esa forma ante el paso de Jesús el Nazareno (ho Nadsarênos), nombre que puede tener connotaciones mesiánicas (como he puesto de relieve al estudiar Mc 6, 1-2 en mi comentario de Marcos).

Podemos suponer que le mandan callar precisamente porque invoca a Jesús como Hijo de David (nazareno), apelando de esa forma su “dignidad mesiánica”, en un momento de gran tensión (la última subida hacia Jerusalén). Pero es más probable que le manden callar porque piensan que su forma de invocar a Jesús no es la apropiada: ¡Jesús no debe ocuparse de un ciego, mendigo, impedido, en el camino! ¡Tiene otras cosas que hacer, otros problemas que resolver en esta última subida!

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El mendigo que no quería dinero. Domingo 30 ciclo B

Domingo, 27 de octubre de 2024
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jesus-y-el-ciegoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El evangelio de este domingo cuenta el ultimo milagro realizado por Jesús durante su vida pública. Pero no es uno más; el relato depara interesantes sorpresas.

El protagonismo de Bartimeo

            En contra de lo que cabría esperar, el principal protagonista no es Jesús. Este se limita a ir por el camino y, cuando oye a uno que le grita repetidamente pidiéndole que se compadezca de él, ni siquiera se acerca para saber qué quiere. Lo manda llamar. Y cuando tiene lugar el milagro, no se lo atribuye; todo es mérito del ciego.

            En cambio, a Bartimeo le concede el evangelista una atención especial. Aparte de indicarnos el nombre de su padre (detalle que no se da en otros casos) se describe con detalle todo lo que hace. Ha elegido un buen sitio para pedir limosna: el camino de Jericó a Jerusalén, uno de los más transitados. Y cuando se entera de que quien pasa es “Jesús el nazareno” comienza a gritar pidiéndole que se compadezca de él. En nuestras calles y en las entradas de las iglesias nunca faltan mendigos. En general se comportan de forma educada, a veces ni hablan, les basta un gesto. ¿Qué sentiríamos si uno de ellos se pusiera a gritar repitiendo: «Ten compasión de mí»? Reaccionaríamos igual que los que acompañan a Jesús: diciéndole que se calle. Pero Bartimeo insiste, grita cada vez más. Y cuando consigue que Jesús lo llame parece que ha dejado de ser ciego. De un salto, sin miedo a tropezar, deja tirado su manto y marcha hacia él. Entonces ocurre lo más sorprendente.

Tres finales posibles

Imaginemos lo que podría haber ocurrido para comprender mejor lo que ocurrió.

Primer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, Bartimeo no lo duda: una buena limosna. Jesús encarga a Judas que se la dé, este lo hace a regañadientes, y Bartimeo duda si seguir pidiendo o marcharse a su casa a descansar.

Segundo final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús, apartándolo de los presentes (como hizo en otro caso parecido) le toca los ojos y le concede lo que pide. Bartimeo recoge su manto y vuelve a su casa. Cuando su mujer y sus amigos se recuperan de la sorpresa, le dicen: «Ya no tienes excusa para no trabajar». Bartimeo se arrepiente de haber pedido el milagro.

Tercer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús no hace nada, pero Bartimeo recupera de inmediato la vista. Olvidando su manto, su familia, sus amigos, sigue a Jesús camino de Jerusalén. Esto último es lo que ocurrió.

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:

-“Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.”

Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:

-“Hijo de David, ten compasión de mí.”

Jesús se detuvo y dijo:

-“Llamadlo.”

Llamaron al ciego, diciéndole:

-“Ánimo, levántate, que te llama.”

Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo:

-“¿Qué quieres que haga por ti?”

El ciego le contestó:

-“Maestro, que pueda ver.”

Jesús le dijo:

-“Anda, tu fe te ha curado.”

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Bartimeo, los discípulos y nosotros

           Cuando leemos este relato en el conjunto del evangelio de Marcos nos damos cuenta de que tiene una importancia enorme.

            Este episodio cierra una larga sección del evangelio en la que Jesús ha ido formando a sus discípulos sobre los temas más diversos: los peligros que corren (ambición, escándalo, despreocupación por los pequeños), las obligaciones que tienen (corrección fraterna, perdón) y el desconcierto que experimentan ante las ideas de Jesús a propósito del matrimonio, los niños y la riqueza. Después de todas esas enseñanzas, el discípulo, y cualquiera de nosotros, puede sentirse como ciego, incapaz de ver y pensar como Jesús.

            En este contexto, la actitud de Bartimeo, gritando insistentemente a Jesús que se compadezca de él, es un símbolo de la actitud que debemos tener cuando no acabamos de entender, o no somos capaces de practicar lo que Jesús enseña. Pedirle que seamos capaces de ver y de seguirle incluso en los momentos más difíciles.

 Otros detalles interesantes del relato

  1. Bartimeo llama a Jesús “hijo de David”. Es la única persona que le da este título en el evangelio de Mc. Puede tener dos sentidos: a) Jesús, como “hijo de David”, es el Mesías esperado, el rey de Israel; aunque inmediatamente antes haya hablado de su muerte, de que ha venido a servir, no a ser servido, el ciego confiesa su fe en la dignidad de Jesús y en su poder de curarlo. b) Jesús, como “hijo de David”, es igual que Salomón, al que las leyendas posteriores terminaron atribuyendo poder de curaciones. En este sentido se usa con más frecuencia en el evangelio de Mateo.
  2. Es curioso que se cuente que “soltó el manto” antes de acercarse a Jesús. Parece un detalle innecesario. Sin embargo, recuerda lo que se ha dicho al comienzo del evangelio a propósito de los primeros discípulos, que “dejando las redes, lo siguieron” (Mc 1,18).
  3. Aunque Bartimeo piensa que Jesús puede curarlo, Jesús le dice “tu fe te ha curado”, poniendo de relieve la importancia de la fe.
  4. Este es el único caso en todo el evangelio en el que una persona, después de ser curada, sigue a Jesús por el camino. Aunque el texto no lo dice, lo sigue hacia Jerusalén, hacia la muerte y la resurrección. Una vez más, Bartimeo se convierte en modelo para nosotros.

1ª lectura: Jeremías 31, 7 – 9

            El texto de Jeremías pretende consolar al pueblo de Israel, desterrado primero por los asirios y luego por los babilonios, prometiéndole que volverá del norte y de los confines de la tierra. Incluso las personas menos capacitadas para moverse (ciegos, cojos, preñadas, recién paridas), volverán a la patria. Las antiguas penas se transformarán en grandes consuelos.

          La relación de la primera lectura con el evangelio es muy escasa. Este texto de Jeremías quizá se ha elegido porque habla de ciegos que vuelven a Jerusalén, igual que Bartimeo sigue a Jesús hacia Jerusalén.

Así dice el Señor:

“Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos: proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos: los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.”

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“Ceguera”. Domingo XXX del Tiempo Ordinario. 27 de octubre de 2024

Domingo, 27 de octubre de 2024
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“Jesús le dijo: – ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó: – Maestro, que pueda ver.”

(Mc 10, 46-52)

El domingo pasado Jesús les hacía esta misma pregunta a dos de sus discípulos: Santiago y Juan.

Jesús se muestra disponible: “¿Qué quieres que haga por ti?” Nos invita a expresarle nuestras necesidades, porque al expresarlas pueden empezar a sanar.

Bartimeo era ciego y era evidente. Pero también Santiago y Juan estaban ciegos. Incluso los otros diez andaban mal de la vista. Sin embargo solamente Bartimeo era consciente de su ceguera y por eso le pide a Jesús: “-Maestro, que pueda ver.”

Estamos acostumbradas a leer la Biblia a trocitos y está muy bien para unas cosas. Nos ayuda a meditar sobre un aspecto concreto, pero si nos conformamos con esa lectura perdemos la visión de conjunto.

Los evangelios que venimos leyendo los últimos domingos forman una unidad que está pensada para hacernos caer en la cuenta de nuestra propia ceguera.

Desde finales del capítulo 8, Marcos nos está mostrando el camino que tiene que recorrer el Mesías. Y es un camino que atraviesa el sufrimiento.

Jesús anuncia por tres veces su pasión mientras intenta hacerles comprender a sus discípulos lo que significa el seguimiento.

Al final de toda esta enseñanza y después de tres anuncios de la pasión queda clara una cosa: los discípulos no han entendido NADA. Dos de ellos le piden puestos de honor y los demás se enfadan.

Jesús se acerca a su pasión y sus discípulos están cada vez más lejos. Aquí aparece Bartimeo. Es un Icono de Esperanza. Un resquicio de Luz.

Alguien está empezando a comprender… Bartimeo se da cuenta de su ceguera. Oye hablar de Jesús pero todavía no puede ver al Mesías.

Bartimeo es el modelo de discípulo porque quiere ver y cuando recobra la vista sigue a Jesús por el camino.

Y nosotras, ¿somos conscientes de nuestra ceguera? ¿Dónde tenemos puesta nuestra mirada? ¿En nuestro propio ombligo como Santiago y Juan? ¿En lo que hacen los demás como los otros diez? ¿O queremos ponerla en Jesús como Bartimeo?

Oremos

Maestro, que recobre la vista.

El evangelio de hoy quiere ayudarnos a descubrir nuestra ceguera, ¿le dejamos?


*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa 

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Tú puedes ver, lo único que tienes que hacer es abrir los ojos.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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ciego

DOMINGO 30º (B)

Mc 10,46-52

Sale Jesús de Jericó, camino de Jerusalén. Hoy no hay enseñanza añadida, el mismo relato entraña la lección. Lo encontramos en los tres sinópticos. Lucas sitúa el relato antes de entrar en Jericó. Mateo habla de dos ciegos, pero el relato es el mismo. Estamos en la última escena, antes de entrar en Jerusalén. Después de este relato el evangelio da un quiebro. Lo acontecido en Jerusalén está más cerca del relato de la pasión que de lo narrado hasta aquí. No es una crónica de algo que pasó. Es teología narrativa. Todo son símbolos mesiánicos.

Este relato tiene poco que ver con los anteriores que propone Marcos. Le llama; le pregunta qué es lo que quiere; no rechaza el título de Hijo de David; no lo aparta de la gente; la curación no va acompañada de ningún gesto; no le manda guardar silencio. Una vez que Marcos ha dejado claro que el camino hacia el Reino es la entrega hasta la muerte, ya no hay lugar para los malentendidos. No tiene sentido mandar callar ni rechazar el título de Mesías. Como suele pasar en los evangelios todo son símbolos, incluida la ciudad de Jericó.

Al borde del camino. Bartimeo es el símbolo de la marginación, está fuera del camino, tirado en la cuneta, sin poder moverse, viendo cómo los demás pasan y dependiendo de ellos. La sociedad había asignado al ciego su papel, pero no se resigna. Sigue intentando superar su situación a pesar de la oposición de la gente. “Hijo de David” era un título equivocado; suponía un Mesías que se impondría por la fuerza, pero a Jesús ya no le importa, no le manda callar, sino que se implica vitalmente para sacarle de la situación.

Le regañaban para que se callara. Los demás no quieren saber nada de los problemas del ciego. Como si le dijeran: en la situación en que te encuentras no tienes derecho a protestar. Aguanta y calla. Era el sentir del pueblo judío. “La gente” significa, la inmensa mayoría de los cristianos que siguen hoy a Jesús, pero no descubren la necesidad de emprender un nuevo camino. Una vez más aparece la sutil ironía de Marcos: los que seguían a Jesús eran un obstáculo para que el ciego se acercara a él. Los más cercanos a Jesús siguen sin ver.

¡Llamadlo! En menos de una línea se repite tres veces el verbo llamar. La llamada antecede siempre al seguimiento. Jesús valora la situación de distinta manera. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Al menor síntoma de acogida, el ciego da un salto. Un ciego debía andar a tientas y con cuidado. Ahora confía y da el salto, aunque no ve. El manto que había sido hasta el momento su única protección, se convierte en estorbo. Todas sus esperanzas están ahora puestas en Jesús. Este es el verdadero milagro que se realiza antes del milagro.

¿Qué quieres que haga por ti? La pregunta no tiene ningún sentido, pero pretende que el ciego tome conciencia de su situación. ¿Qué va a querer un ciego? La pregunta que le hace Jesús es la misma que el domingo pasado hacía a Santiago y Juan. La pregunta es idéntica, pero la respuesta es completamente distinta. Los dos hermanos quieren “sentarse” junto a Jesús en su gloria. El ciego quiere ver para “caminar” con él. La diferencia no puede ser más abismal. ¿De verdad quiero salir de mi ceguera? ¿O me encuentro tan a gusto con ella?

¡Que pueda ver! Jesús provoca este grito. En toda la Biblia, el “ver” tiene casi siempre connotaciones cognitivas. Ver significa la plena comprensión de aquello que es importante. Este grito es el centro del relato, siempre que no nos quedemos en lo físico. Se trata de ver el camino que conduce a Jerusalén para poder seguirlo. El camino del servicio que conduce hacia el Reino. De ahí la respuesta de Jesús: ¡Anda! El objetivo final no es la visión, sino la adhesión a Jesús y el seguimiento. Una lección para los discípulos que no terminan de ver.

Tu fe te ha curado. Una vez más, la fe-confianza es la que libera. Solo él ve a Jesús. Solo él le sigue por el camino que lleva a la entrega total en la cruz. Marcos deja bien claro que una respuesta auténtica a la llamada de Jesús será siempre cosa de minorías. La multitud que seguía a Jesús sigue ciega. Todos estos domingos venimos viendo la falta total de comprensión de los discípulos. No habían ni siquiera atisbado lo que Jesús les viene proponiendo una y otra vez. Solo después de la experiencia pascual ven a Jesús y le siguen.

Y lo seguía por el camino. El ciego, una vez que descubrió a Jesús, le sigue en el camino hacia Jerusalén. Antes estaba al borde, es decir fuera del camino. El relato de una ceguera material es el soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón de los hombres que están ciegos. Los discípulos demuestran, una y otra vez, su ceguera. Un ciego tirado en el camino, ve. Antes de ver, espera el falso “Mesías davídico”. Después descubre al auténtico Jesús, que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue sin pensarlo dos veces.

Ya en la lectura de Jeremías encontramos el mismo mensaje: Dios salva un resto de su pueblo. No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos sino a los ciegos y cojos, preñadas y paridas. Es decir, a los débiles. No es el ciego el que está hundido en la miseria. La verdadera miseria está en los que mandan callar al ciego. Lo repetimos todos los días. ¡Que se callen los miserables! ¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos dejan vivir en paz. Ignorar la miseria que hay a nuestro alrededor es la única manera de vivir tranquilos.

La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil. El evangelio establece un cambio sustancial en esa marcha. Jesús trastoca esa escala de valores, que aún prevalece hoy. Se daba por supuesto que Dios rechazaba todo lo defectuoso.  Nietzsche no pudo soportar ese cambio, porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus limitaciones. La esencia de lo humano no está en la perfección sino en la misma persona.

La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siéndolo para nosotros hoy. Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también se acercó a los pecadores públicos, a las prostitutas, a las adúlteras. Lucas, después de este relato, inserta el de Zaqueo que expresa lo mismo, pero con relación a los impuros. Nosotros seguimos creyendo que los pecadores son también rechazados por Dios, pero la cruda realidad es que nos preceden en el Reino. ¡Qué difícil es para nuestra racionalidad aceptar esta verdad!

La escala de valores que nos propone el evangelio, no sólo es distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: Qué grande es Jesús, que, de una persona despreciable, ha hecho una persona respetable. El evangelio dice lo contrario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora; esa que consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. Y por lo tanto es preciosa para Jesús. ¡Nos queda aún mucho por andar!

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Disfrutar al estilo de Jesús.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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ob_4ae4c9_jesus-guerit-bartimeeMc 10, 46-52

«Muchos le increpaban para que callara, pero él gritaba mucho más: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”…»

El fugaz paso de Jesús por Jericó camino de Jerusalén nos ofrece dos escenas preciosas que reflejan su estilo inconfundible y nos ayudan a conocerle mejor.

La primera se produce a su llegada. Al parecer, la fama de Jesús ha llegado hasta Judea, y muchos ciudadanos de Jericó deciden salir a la puerta del Este a recibirle. Podemos imaginar a los notables del pueblo compitiendo por el honor de hospedar en su casa al profeta de Galilea, y podemos imaginar, también, su estupor al ver que él los ignora y se invita a la casa del jefe de los publicanos, Zaqueo; el hombre más rico y más odiado de la ciudad.

No le conocen y quedan escandalizados. No saben que los más importantes para él no son los sabios, los ricos o los poderosos, sino los necesitados; necesitados de salud, de dinero o de estima. Tampoco saben que no tiene reparo alguno en que le vean en compañía de personas despreciadas por la sociedad si con ello consigue liberarles de la vergüenza, la humillación y el sentido de culpa que con tanto ahínco fomentan en ellos los tenidos por buenos. «Yo no los desprecio –parece decir a todos– porque lo importante son las personas».

La segunda escena que nos brinda el texto de hoy es su salida hacia Jerusalén. Podemos volver a imaginar a los importantes apretujándole y agobiándole a la cabeza del grupo en su afán por cruzar con él algunas palabras… pero en la puerta del Oeste se produce un suceso que da al traste con su pretensión.

Y sucede que Bartimeo, mendigo ciego que estaba sentado al borde del camino, oyendo que era Jesús de Nazaret el que pasaba, comienza a gritar con todas sus fuerzas: «¡Hijo de David! ¡Jesús! ¡Ten compasión de mí!». Algunos de la comitiva le reprenden porque está atrayendo la atención de la gente y desluciendo el fasto, pero cuanto más le riñen, más grita él. Aprietan el paso para evitarle, pero Jesús le escucha, se detiene y da una orden escueta: «Llamadle». Momentos después Bartimeo recobra la vista y le sigue loco de alegría por el camino de Jerusalén.

El primer día de su paso por Jericó es un pecador público el que capta su interés por encima de todos los personajes notables, y ahora es un empecatado ciego que a nadie le importa… excepto a Jesús. Ése es su estilo; un estilo que empapa todo el evangelio. Recordamos el pasaje del leproso, cuando todos se apartan y él se le acerca, extiende la mano y le toca para sanarlo; o el de la viuda pobre que deposita su monedita en el arca del Templo y es la primera a los ojos de Jesús. O el de la mujer adúltera por quien se juega la vida por salvarla…y la pierde… Y tantos pasajes más.

Suele gustarnos hacer una lectura del evangelio muy erudita, y eso estimula la mente, pero no mueve el corazón. A veces es conveniente pararse a contemplar la escena en lugar de analizarla o interpretarla; limitarse a saborearla, a disfrutar del estilo de Jesús… pues sólo de esta forma, tal vez, su lectura afecte a nuestra vida.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Estamos dispuestos/as a gritar, a saltar y arrojar lejos lo que nos mantiene al borde del camino y nos impide seguir a Jesús?

Domingo, 27 de octubre de 2024
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Marcos 10,46-52

“Esta historia es tu historia” es una de las frases que en relación a los textos bíblicos suele repetir Dolores Aleixandre y que estoy convencida es una clave valiosa para ponerse delante del evangelio.  Esto, que es verdad siempre, lo es quizá más o al menos más fácil con el evangelio que hoy se nos presenta.

Estamos ante un texto vivo, conciso, esquemático, claro y sumamente simbólico en el que cada palabra, cada detalle es sugerente y con el que podemos identificarnos fácilmente. Un texto cargado de detalles que requiere poca explicación. Por eso os propongo simplemente escuchar el evangelio, la historia de Bartimeo como “mi propia historia” y plantearnos, ¿Qué dice de mí y qué me dice de mi seguimiento de Jesús?

Recordamos el texto y nos fijamos en algunos detalles

– Donde sitúa Marcos los hechos: En el camino que lleva de Jericó a Jerusalén, etapa final de esta “subida de Jesús” y por lo tanto al final de su vida, el último signo antes de su muerte narrado por Marcos. Interesante encuadre en el que nos plantea las características del seguimiento de Jesús.

– Quienes, que personas intervienen: Jesús que va culminando su camino rodeado de gente y al escuchar los gritos del ciego se detiene para escucharle. El ciego que no es una persona anónima, sino identificada con su nombre y su origen, su padre. Los que siguen a Jesús nombrados de dos formas, unos son discípulos y el resto “otra gente” o la multitud. De todos se dice sin distinción que oyen los gritos del ciego y le mandan callar, son gritos molestos, rompen el buen ambiente.

– Lo que pasa, lo que le pasa a Bartimeo.

Bartimeo, la persona ciega, pobre, marginada, que está sentado al borde del camino, alejado de los demás, oye “que pasa Jesús” e intenta llamar su atención gritando: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mi”. Un grito claro y comprometido. Atribuye a Jesús  un título mesiánico, Hijo de David, que manifiesta su reconocimiento y su fe en Él. Y le pide que tenga compasión de él, nada concreto, algo así como “date cuenta de que estoy aquí” de que quiero encontrarme contigo.

Resiste a los que intentan hacerle callar y sigue gritando, hasta que escucha entusiasmado la gran noticia: ¡Animo, te llama! Y reacciona a lo grande: Salta, tira el manto y se acerca a Jesús.

Se encuentra cara a cara con Jesús. Bartimeo le vuelva a llamar Maestro y contesta a su pregunta de forma clara y contundente: ¡Que vea! ¡Que pueda ver!

Y al ser consciente de que se produce en él un cambio, que empieza a ver y escucha el reconocimiento de Jesús: Es tu fe la que te ha devuelto la vista… Toma una gran decisión “seguir a Jesús”, se convierte en su discípulo.

Ahora nos preguntamos, ¿quién de nosotros no es o no se parece a Bartimeo? ¿No están presentes en nuestra historia personal algunos, o muchos, de estos momentos o situaciones?

1. Estar al borde del camino. ¿Cuándo nos sentimos así? ¿De qué camino estamos al borde? ¿Por decisión propia o porque las circunstancias nos han llevado ahí? ¿No estamos a veces viendo pasar a la gente desde fuera, viendo lo que pasa, incapaces de entrar en el camino?

2. Gritar a quien intuimos o creemos que puede salvarnos, ayudarnos… ¿A quién gritamos cuando parece que no podemos más? ¿Descubrimos que Jesús pasa de muchas formas a nuestro lado? ¿Cómo aprovechamos la oportunidad de encontrarnos con Él? ¿Con la lucidez y confianza de Bartimeo que llama a Jesús, Mesías y Señor? ¿No nos hemos sentido muchas veces silenciados, por las costumbres, por la barrera de la gente, por lo que “se lleva”, se ve bien, o simplemente porque molesta lo que vivimos o decimos?

3. Saltar y tirar el manto, aquello que nos ata o esclaviza, que nos pesa y no nos deja avanzar. Saltar es más que levantarnos o dejarnos levantar, es el impulso decidido a no seguir postrados, a cambiar. ¿Cuándo ha sido la última vez que nos hemos decidido a saltar y a desprendernos de los pesos muertos? ¿Cuántas veces hemos pensado que debemos hacerlo y no nos decidimos?

4. Encontrarnos con Jesús hablar con él mirarle de cerca y dejarnos mirar, escuchar su pregunta y responderle desde lo más profundo de nuestro corazón y en verdad, qué deseamos, qué queremos ver… Y desde esta experiencia única empezar a seguirle.

¿Qué le pido yo a Jesús? ¿Estoy siguiendo a Jesús como decisión personal o soy “otra gente” que va por el camino simplemente porque lo he hecho siempre, sin mirar a los del borde, sin haberme encontrado con Él? ¿Le sigo con la decisión y alegría que despierta en mí la fe y la confianza en Él?

Este domingo el evangelio nos invita a gritar, a saltar, a arrojar lejos tantos antiguos mantos que nos aplastan. Nos invita a abrir nuestros oídos y escuchar el “murmullo” de que pasa Jesús desde el sitio en que estemos, aunque sea al borde del camino y su paso nos lleva a soñar con un nuevo sitio para nosotros siguiendo al Maestro, al Señor de nuestra vida. Y finalmente nos invita a repetir una y otra vez las mismas palabras que el ciego: Maestro, que pueda ver”. Que podamos ver la situación del mundo y esa mirada nos reavive la compasión cada día. Que podamos ver todo aquello que nos paraliza y escuchar cada mañana: levántate, te llama a  ponerte en camino. Que podamos ver nuestras pobrezas y, en lugar de hundirnos o replegarnos, percibir ese ánimo que se nos regala como don.

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Ver.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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Domingo XXX del Tiempo Ordinario

27 octubre 2024

Mc 10, 46-52

La respuesta del ciego, en el texto evangélico, es acertada. Porque acertamos cuando el objetivo primero de nuestra existencia es querer “ver”. Todo lo demás nacerá de ahí.

Se trata de un ver que es sinónimo de comprensión profunda, de aquel conocer directo, inmediato, sentido, que aporta certeza a la vez que ilumina toda la realidad.

Hay dos modos de conocer. Uno es mental, opera a través de la razón, se mueve entre conceptos y razonamientos, utiliza el análisis y la reflexión y, como resultado, aumenta nuestra capacidad de entender todo lo que se refiere al mundo de los objetos.

Pero hay otro modo de conocer, previo a la razón. Se experimenta como un conocimiento “sentido” en toda la persona, se expresa a través de la intuición o “conocimiento interno”, con tal lucidez e intensidad, que la persona tiene la sensación de “ver”. A diferencia del anterior -que podríamos definir como conocimiento por medio del análisis y la reflexión-, este es un conocimiento por identidad: conocemos algo cuando -y porque- lo somos.

Es un modo de conocer que se nos puede regalar en el momento más inesperado, aunque dotado siempre de una sensación contundente de certeza, es decir, de “visión”. Quien lo experimenta -incluso aunque luego no pueda encontrar palabras o “mapas” para expresarlo adecuadamente- sabe que es verdad.

Pero, aun siendo regalo -no puede ser de otro modo, ya que es inalcanzable para la mente-, es posible favorecer su emergencia. Y si el conocimiento mental se estimula por medio del razonamiento, este otro modo de conocer (transmental o no-dual) requiere el silencio de la mente. En la práctica de ese silencio, al ejercitarnos en suspender el pensamiento, se están poniendo las condiciones para que la intuición pueda hablarnos. Todo lo demás nacerá de aquí. Por eso decía que el primer motor de nuestra existencia, como en el caso del ciego -una metáfora, por cierto, de nuestra condición habitual-, es querer ver.

***


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Los fuegos artificiales de la tecnología deslumbran pero no iluminan.. Que vea…

Domingo, 27 de octubre de 2024
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IMG_8191Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

v 46. Jesús sale de Jericó y al borde del camino se hallaba Bartimeo, el hijo de Timeo, que era ciego y estaba mendigando. (En la tradición de san Juan el ciego lo era de nacimiento. (Jn 9).

        Probablemente en esta situación de ceguera y al borde del camino nos encontramos también muchos de nosotros: estamos ciegos, no vemos el camino, no vemos la salida a nuestra situación personal, a los problemas socio-políticos, ni a la misma situación eclesial.

El siglo XVIII es llamado en Europa el “siglo de las luces”: la Ilustración (luz – tinieblas), porque se pensaba -y se piensa- que la ciencia, el progreso tecnológico, la industrialización iban a sacar al ser humano de las tinieblas de la religión y de la fe.

Pero quizás hemos confundido los fuegos artificiales con la luz, “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12). Los fuegos artificiales deslumbran y ciegan más que iluminan.

01.- Ver en la vida

        Necesitamos ver en la vida, necesitamos situar bien los problemas, saber hacia dónde vamos, poner la esperanza en lo que vale la pena. ¿Quizás podríamos decir que ver es creer? El ciego Bartimeo cree en JesuCristo -hijo de David- antes de ver

El ser humano es quien ve, quien necesita ver para vivir. Vemos con inteligencia -somos seres racionales-, pero también, y sobre todo,  vemos con el corazón y con la fe.

02.- Ten compasión de mí.

        vv 47-48 El ciego comienza a gritar: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí” … Muchos le reprendían para que se callara. Pero gritaba más: ten compasión de mí.

Es una expresión muy frecuente en tantos enfermos que se acercan a Jesús: Ten compasión de mí, ayúdame, que vea, si quieres puedes limpiarme, si quieres puedes curarme.

Es el reconocimiento de nuestras miserias, de nuestras cegueras y pecado, al mismo tiempo que es el reconocimiento de que la luz no está en nosotros.

Por otra parte es también la actitud de Jesús, que con frecuencia siente lástima, mira con afecto, etc.

La mayoría  de los discípulos le reprendía al ciego y no le dejaba que expresara su debilidad y ceguera.

Es una situación semejante a la actual: el nihilismo en que vivimos nos ha sumido en una ceguera y ni tan siquiera se permite que afloren las cuestiones más elementales de la existencia.

Pero las mayorías llamadas democráticas, las mayorías sociológicas impiden que gritemos: ten compasión de nosotros. Los ámbitos escolares, universitarios, los medios de comunicación, la política no ofrecen luz, más bien ofrecen la oscuridad de los hijos de las tinieblas.

03.- v 51 Señor, que vea.

Aquel hombre quería ver. La luz es el símbolo de la Verdad, del saber dónde estamos en la vida, hacia dónde vamos, qué sentido tiene todo esto.

Señor que vea, es una auténtica oración.

Hay cosas que únicamente se entienden -y resuelven- en la fe y en la oración, que no es otra cosa que ponerse en referencia a Dios.

En muchos momentos de la vida en los que uno no sabe por dónde tirar, lo único que nos cabe es poner nuestra vida confiadamente en referencia a Dios: que vea el camino. Y la salida está en la confianza en Dios.

04.- v 52 Jesús le dijo al ciego: vete, tu fe te ha salvado, e inmediatamente recobró la vista.

Lo más fundamental en la vida es la fe, es decir, la confianza. La fe es el acto más central y envolvente de la existencia humana: uno vive “de”, “por“ y “para” lo que cree. Uno vive iluminado (luz), desde la realidad en la que cree. Uno ve desde su fe. La pregunta elemental para saber cuál es mi fe es preguntarme: qué es lo que más me importa en la vida. La respuesta que nos demos es nuestro dios y nuestra fe.

San Juan comienza su evangelio con un espléndido prólogo que es un canto a la LUZ:

Palabra estaba junto a Dios,

y la Palabra era Dios.

En la Palabra había VIDA y la VIDA era la LUZ de los hombres.

La LUZ brilla en la tiniebla y las tinieblas no pudieron sofocar la LUZ.

La palabra era la LUZ verdadera, que ILUMINA a todo hombre.

Señor, que veamos.

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“Que “podamos ver” para vivir un verdadero discipulado”, por Consuelo Vélez

Domingo, 27 de octubre de 2024
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De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del domingo XXX del Tiempo Ordinario 27-10-2024

Bartimeo parece entender mejor a Jesús y emprende un auténtico camino del discipulado

Podemos preguntarnos por los caminos que hoy Jesús recorrería y de qué manera viviría la audacia, el profetismo y el compromiso que supo vivir en su tiempo histórico

Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego estaba sentado junto al camino. Al enterare de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo y dijo: Llámenlo. Llaman al ciego, diciéndole: ¡Ánimo, levántate! Te llama. Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le dijo: Rabbuni, ¡que vea! Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.  (Mc 10, 46-52).

El evangelio del domingo pasado nos presentaba a Santiago y Juan quienes no habían entendido la pasión de Jesús y le estaban pidiendo sentarse a su derecha y a su izquierda. En este domingo vemos otro personaje, el mendigo ciego Timeo o Bartimeo, que parece entender mejor a Jesús y emprende un auténtico camino del discipulado. El texto nos presenta a Jesús de camino a Jerusalén, pero deteniéndose en Jericó. Y allí es donde Bartimeo está sentado junto al camino y al enterarse que pasa Jesús, lo reconoce como Hijo de David y le pide compasión para su situación.

No le va a pedir cosas materiales, lo cual sería propio de su situación de mendicidad, sino algo esencial para su vida: el poder ver. Y aunque la multitud le increpaba para que se callara, consigue la atención de Jesús quien lo manda llamar. Si el domingo hace 15 días el hombre rico se va triste ante la respuesta que le da Jesús sobre cómo ganar la vida eterna, en este pasaje el ciego no duda en levantarse y despojarse de lo que tiene -arroja el manto- y rápidamente va donde Jesús. De alguna manera, comienza un seguimiento que explícitamente al final del texto, se dirá que fue la consecuencia de su encuentro con Él.

Ahora bien, Jesús le pregunta qué quiere que haga por él y el ciego tiene muy clara su petición: ¡que vea! Y Jesús realiza el milagro añadiendo que es la fe del mismo mendigo ciego, la que lo ha salvado. Al instante recobra la vista y aunque Jesús le dice que se vaya con el milagro conseguido, Bartimeo comienza a seguirle por el camino.

Timeo (Bartimeo) se presenta, entonces, como modelo de discipulado que no teme subir con Jesús a Jerusalén donde su muerte es evidente y donde sus discípulos se dispersarán por temor a correr la misma suerte del maestro.

A la luz de este texto, y de los de los domingos anteriores, podemos preguntarnos por el discipulado que vivimos en el aquí y ahora de nuestro tiempo. Sería importante entender los caminos que hoy Jesús recorrería y de qué manera viviría la audacia, el profetismo y el compromiso que supo vivir en su tiempo histórico.

Pero tal vez hace falta pedirle a Jesús que nos libre de las cegueras del miedo, de la prudencia, del temor a perder oportunidades, o de tantas otras actitudes que no nos dejan seguirlo por sus mismos caminos. Recuperar la vista al estilo de Bartimeo nos ayudaría a dar testimonio de un seguimiento más fiel a los valores del reino, como tantas veces lo hemos dicho en estos comentarios a los evangelios de los domingos precedentes.

(Foto tomada de https://radiomaria.org.ar/programacion/dia-15-la-curacion-de-bartimeo/)

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¡María, mujer con rostro, desfigurada y anónima, desconocida para propios y extraños!

Sábado, 26 de octubre de 2024
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Del blog de Alfonso J.Olaz El Rincón del Peregrino:

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 ¡María, mujer con rostro desfigurada y anónima, desconocida para propios y extraños!

María
Hoy has venido a nuestra ciudad después de un largo viaje, al llegar a la estación central de autobuses: nadie ha venido a recibirteNo han acudido los poderosos medios de comunicación, ni una exaltada muchedumbre, ni los políticos de turno, como si fueras una gran estrella del rockPara bajar tu equipaje del autobús te ha ayudado un pobre como tú
Y a pesar de todo esto, avanzas sin hacer ruido
como la hija de Dios
como la madre de Jesús

María
Tú ocupas un lugar singular en el Corán, tu nombre es dicho setenta veces
Para los musulmanes, eres la mujer más grande de todas las mujeres
Mil quinientos millones de musulmanes, que en su corazón tienen sitio para TI

¡Cuántos intereses hay en que no se conozca el nombre de María, la mujer más grande entre todas las mujeres!

¡Y nosotros, los Cristianos, los Católicos!
¡Qué intereses tenemos!
¿Qué lugar ocupas en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestra palabra, en nuestro testimonio de vida?

¿Eres la mujer más grande para los Cristianos?

¿Conocemos a María, nuestra madre, la que está en medio de nosotros?

¡María, mujer anónima, voz de los sin voz!

La que nos sostiene y nos inspira la ternura del amor
Y de su mano nos aparta de todos los peligros

¡Tú dijiste sí y ya fuiste madre para todos, para todos!

Tú nos elegiste para amar en grande, que todo lo logra, sin desfallecer, sin dudas, con el corazón de madre

María eres mi madre, te pertenezco
Maria eres mi modelo, te estudio
Maria eres mi maestra, te escucho
Maria eres mi sosten, me apoyo en ti
Maria eres mi fuerza, combato contigo
Maria eres mi refugio, descanso en ti
Maria eres para todos, para todos

 ¡María!

No eres de los desesperanzados, ni de los que están tristes, ni abatidos
Eres de los que creen que la esperanza es posible
Para dejando la tristeza, vivir la alegría,

que con la alegría y el humor: la esperanza vuelve y todo es posible

¡María!
Tu nombre, el buen Dios te lo puso
Del cielo bajó tu nombre.
Con la ayuda de los Ángeles
De la mano del buen Dios

En toda la Tierra
No había el nombre de María
Y se hizo el nombre de María.
¡No hubo nombre más singular y dulce que el de María!
Y su nombre se unió a la Creación,
Y fue ya todo su esplendor, con toda su luz

Y se hizo luz más brillante en el día,
Y en la noche apartó las sombras para ser luz segura y serena,
para todas sus criaturas,
para todos los caminantes en el camino de María

Del cielo tuvo que venir
Tu nombre y el amor
Estrella siempre certera que a todos guía a buen puerto
La elegida por el buen Dios
La que nunca falla y todo lo tiene, todo

Lo mejor siempre viene de arriba,
que está encima de nuestras cabezas, por donde nada vemos

Y al aprender a mirar a los ojos,
aprendemos como los niños con la mirada en el centro,
en el nuestro, no de arriba hacia abajo, como los tristes orgullosos,

sino desde abajo hacia nuestro centro, que es el nuestro

¡Y lo que vino, qué bueno fue!
Y lo que sigue viniendo cada día, nadie puede mejorarlo

 Maria

Mujer que en la ciudad rezas por todos nosotros
y cada día nos envías lucecitas y perfumes de esperanza

¡Te haces la encontradiza!

En los mayores que cada día toman el sol en el parque.
En los niños y adolescentes que juegan en el patio del colegio
¡Te haces la encontradiza!

En la feliz salida de los obreros que terminan su jornada de trabajo en la fábrica.

En las puertas de las iglesias al salir de la misa

En las tabernas, bares, cafeterías y restaurantes donde los hombres y mujeres se reúnen para celebrar su amistad

Te haces la encontradiza!

En los centros comerciales donde muchos acuden cada día

En los presos que entran a los centros penitenciarios “y en los que salen después de cumplir su condena”

¡Te haces la encontradiza!

¡Qué tienes, María, que muchos no te conocen y los que decimos que te conocemos, que poco te damos a conocer!

Del Evangelio de la Madre a la vida
De la vida al Evangelio de la Madre

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad ,

“Las apariciones y la María del Evangelio”, por Pedro Miguel Lamet

Sábado, 26 de octubre de 2024
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IMG_7837Leído en su blog:

¿Se ha aparecido realmente la Virgen en Medjugorje?

Ha llegado la respuesta de la Iglesia sobre Medjugorje. Pero la polémica sobre las apariciones viene de antiguo

Apariciones: ensayo crítico“,  del padre Staehlin analizaba entre otros prodigios el de Fátima y desmitificaba muchos pretendidos hechos sobrenaturales.

Ratzinger “apretó los tornillos al Papa para que no diese pie a que pudiera interpretar que había alguna revelación en Fátima

En noviembre de 1980, Juan Pablo II explicó por qué no se había revelado el famoso secreto de Fátima

Lucía se cambió de convento. Al parecer , tenía mal carácter “y se enfadaba mucho”. Según su testimonio y memorias, que escribió por mandato de sus superiores, tuvo otras apariciones en sus años de vida en el monasterio

Vivimos un momento ávido de maravillosismo. Si no se cree en Dios o no se vive una auténtica espiritualidad,  se busca el fenómeno sorprendente, también fuera de la Iglesia

Me rechinan esos textos donde la madre de Jesús aparece anunciando calamidades, fustigando a los pecadores, con una teología de los años cuarenta

¿Se ha aparecido realmente la Virgen en Medjugorje? Durante quince años los numerosos peregrinos que acuden continuamente a este santuario y experimentan frecuentes fenómenos inexplicables, entre ellos no pocos de oración conversión, han esperado la respuesta de la Iglesia a esta pregunta. Además, ¿quién no tiene un familiar o conocido que han visitado este lugar o incluso es decidido partidario del mismo?

Pues bien, el veredicto de la Iglesia no aprueba la sobrenaturalidad de esas apariciones, pero sí su culto, las peregrinaciones y el valor de Medjugorje para el fomento de la devoción a la Virgen. La Doctrina de la Fe, de acuerdo con las nuevas normas sobre apariciones aprobadas el pasado 4 de mayo, dice textualmente que su decisión “no significa reconocer como reales los supuestos acontecimientos sobrenaturales, sino sólo resaltar que, dentro de este fenómeno espiritual de Medjugorje, el Espíritu Santo obra provechosamente para el bien de todos”. Esta misma postura acaba de mantener recientemente también con pretendidas apariciones acaecidas en el norte de Italia y Extremadura.

POLÉMICA SOBRE FÁTIMA

La polémica sobre las apariciones viene de antiguo. Recuerdo un famoso libro publicado en 1954 por el jesuita español de origen austriaco Carlos María Staehlin, obra que, a pesar de haber pasado por nueve censores, según me contaba él mismo, fue retirada de la circulación por decisión jerárquica. Apariciones: ensayo crítico, analizaba entre otros prodigios el de Fátima y desmitificaba muchos pretendidos hechos sobrenaturales. Por ejemplo, daba cuenta de los errores de algunas profecías de la vidente Lucía en Fátima, como la fecha del fin de la Primera Guerra Mundial el 17 de octubre de 1917. De hecho, la gran conflagración no acabaría hasta el año siguiente. Pero el padre Staehlin, tras la retirada de su riguroso estudio, se vio obligado a cambiar de trabajo y dedicarse al estudio del cine, convirtiéndose por cierto en uno de sus principales  teóricos, gran especialista en concreto en Ingmar Bergman.

                Otro episodio lo viví como informador años después, en tiempos de Juan Pablo II. El 13 de mayo de 1982, al año justo del atentado de Ali Agca, el papa visiblemente emocionado había doblado su rodilla a los pies de la Virgen de Fátima en Cova de Iría. En aquella ocasión dijo: “He visto un reclamo de atención hacia el mensaje que partió de aquí hace sesenta y cinco años”. En declaraciones a los periodistas no dudó en relacionar la perestroika con las profecías de la Virgen de Fátima; se entrevistó durante veinte minutos con Sor Lucía y coloca la bala que le atravesó el abdomen en la corona de la imagen de María.

IMG_7838Esta aceptación pública de una revelación privada, que para un católico no es obligado creer por no encontrarse entre los dogmas, ya que la revelación autentica termina con el Nuevo Testamento, molestó al entonces propio “guardián de la ortodoxia” y mano derecha del Papa en temas de doctrina, cardenal Joseph Ratzinger. Según contó el entonces arzobispo de Tarragona, Ramón Torrella, en una entrevista, este cardenal “apretó los tornillos al Papa para que no diese pie a que pudiera interpretar que había alguna revelación en Fátima. Yo me limité a decirle: ‘Mire, Santo Padre, yo lo que digo es que usted no puede nombrar ni una sola vez ‘Rusia’. Si usted en Fátima nombra la palabra ‘Rusia’, al día siguiente se interrumpen las relaciones ecuménicas del Patriarcado de Moscú con Roma’”. De hecho estas relaciones se hicieron cada vez más difíciles y Torrella nunca llegó al cardenalato, que según algunos se merecía. A pesar de ello Juan Pablo II hizo publicar a Ratzinger un documento sobre la explicación de su atentado conectándolo con Fátima.

Durante una conversación con un reducido grupo de peregrinos en la plaza de la catedral de Fulda, en Alemania occidental, en noviembre de 1980, Juan Pablo II explicó por qué no se había revelado el famoso secreto de Fátima. El papa respondió que “la gravedad de su contenido” podría provocar una respuesta hostil por parte del “poder del comunismo internacional”, lo que tenía que evitar la Iglesia por razones de diplomacia. Aludió luego  una parte del mensaje: cuando los océanos cubrirán ciertas partes de la tierra, y desde ese momento millones de hombres perecerán”. Y añadió sobre la Iglesia: “Tendremos que prepararnos a sufrir largas y grandes pruebas que requerirán de nosotros incluso el sacrificio de nuestras vidas por Cristo”. El Papa exhortó luego a la oración y a la renovación “porque es aún posible evitar las pruebas”.

SANTIDAD Y APARICIONES

Curiosamente “el papa de la sonrisa”, Juan Pablo I, tuvo también relación con Fátima. Su hermano, Eduardo Luciani, contó que cuando su hermano Albino oía hablar de Fátima se levantaba muy turbado porque, al parecer, Lucía le había comunicado la brevedad de su pontificado. Las hipótesis en torno al secreto han sido muchas: la guerra nuclear, catástrofes ecológicas y desastres espirituales.

Sobre la credibilidad dada por el papa Wojtyla a Fátima, los teólogos insisten que es una preferencia personal que no obliga a la fe, en la que un católico es libre de creer o no. A este propósito se cita la amistad de Juan Pablo II con el famoso padre Pío de Pietrelcina, el capuchino que tenía en sus pies y manos los estigmas de la Pasión y facultades de videncia. Cuando Karol Wojtyla lo visitó de estudiante, el fraile le predijo que sería elegido papa y que moriría mártir. De hecho, el proceso de beatificación de este singular personaje estaba hacia años bloqueado por sus predecesores. Cuando Wojtyla ascendió a la sede de Pedro, lo volvió a poner en marcha hasta canonizarlo. Hoy su santuario es muy visitado y goza de gran devoción sobre toda en Italia. Sus biógrafos, incluso los más favorables, cuentan historias sorprendentes, como sus luchas personales con el demonio -grabadas por orden de Juan XXIII-, o la construcción del mayor hospital del sur de Italia, sin permiso de sus superiores.

Por otra parte, conviene recordar que Lucía Ingresó religiosa en 1925 en las doroteas de Túy, como humilde hermana lega. En 1934 hizo los votos perpetuos, pero no perseveró en la congregación. En 1946 consiguió la necesaria autorización para pasarse a las carmelitas de Coímbra, pero no ya como hermana lega, sino como una religiosa de coro, lo que suponía un rango mayor. Al parecer la vidente de Fátima, según testigos, tenía mal carácter “y se enfadaba mucho”. Según su testimonio y memorias, que escribió por mandato de sus superiores, tuvo otras apariciones en sus años de vida en el monasterio.

 El 19 de febrero de 2006, un año después de su fallecimiento, su cuerpo fue trasladado desde Coímbra hasta el Santuario de Fátima, donde fue sepultada junto a sus primos. hoy en los altares -sin duda con razón, solo eran dos niños inocentes y humildes- Jacinta y Francisco Marto. El 14 de febrero de 2008, en la catedral de Coímbra, el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en ocasión del aniversario de la muerte de Sor Lucía, hizo público el inicio de la fase diocesana de la causa de beatificación, atendiendo la petición del obispo de Coímbra Albino Mamede Cleto. Sor Lucía fue declarada Venerable por el papa Francisco en junio de 2023.

Staehlin en su libro distingue entre las apariciones y la santidad de los videntes, entre las “obras”, por las que “los conoceréis”, según Jesús, y otros fenómenos que pueden tener otras explicaciones. Citaba por ejemplo el caso de un protestante que tenía en manos y pies los estigmas, pero no solía abrir ni por el forro su Biblia llena de polvo. Para el jesuita las virtudes heroicas de santa Bernardette de Lourdes constituyen el verdadero argumento de sobrenaturalidad.

En mi opinión vivimos un momento ávido de maravillosismo. Si no se cree en Dios o no se vive una auténtica espiritualidad, gracias a la pura fe o la vida de oración, se busca el fenómeno sorprendente, también fuera de la Iglesia. Eso muestra la afición a los programas milenaritas, las sicofonías, los ovnis, poltergueists y demás misterios de andar por casa. Dentro de la Iglesia siempre ha existido la necesidad de lo extraordinario, de ver lo invisible, tocar las llagas como Tomás, demostrar palpablemente. No digo que no exista el milagro, pero en el Nuevo Testamento, como señalan los biblistas, es más un signo del Reino que una prueba irrefutable. Nunca vamos a encontrar la prueba incuestionable de la verdad en el prodigio, porque, si no, creería todo el mundo.

Respecto a María, la aldeana de Nazaret que dijo “” a Dios, me rechinan esos textos donde la madre de Jesús aparece anunciando calamidades, fustigando a los pecadores, con una teología de los años cuarenta centrada en el infierno, el purgatorio, los malos, el pecado. La María de veras es la de la Anunciación, el abrazo alegre a su pariente Isabel, la solitaria de Nazaret, cuando Jesús parte; la madre dolorida de la calle de la amargura y al pie de la cruz, la que nos recibe como hijos, la que con los apóstoles se llena del Espíritu Santo. Nunca una diosa, sino una mujer del pueblo, querida de Dios y llena de gracia.

Que hay gente a la que  ayudan las apariciones para confirmar su fe, bien; está en su derecho, pero que no nos quieran imponer con eso una Iglesia antediluviana, lejana a la verdad de la palabra del Evangelio, la mejor tradición y los auténticos santos.

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“El día de después”, por Dolores Aleixandre

Martes, 22 de octubre de 2024
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IMG_7686Desde que empecé a engancharme a la serie The Chosen vi clarísimo que de mayor sería guionista de esa serie. No imaginaba nada tan apasionante como dedicarme a recrear escenas del Evangelio para filmarlas después.

Lo malo es que en seguida llegó Doña Realidad poniéndome en mi sitio: -“¡Pero si mayor ya eres! ¿No te das cuenta de que ese trabajo queda fuera de tu alcance?”.  Para consolarme de mi frustración dije como Humphrey Bogart en Casablanca: “Siempre nos quedará Paris” en la versión actualizada de “Siempre me quedará Alandar”.

Así que doy rienda suelta a mi fantasía.

Vayan imaginando la escena: el grupo de discípulos/as, sentados en el suelo a la sombra de un árbol, escuchan a Jesús que se ha puesto a contarles una historia de las suyas: “El dueño de una viña salió por la mañana para contratar jornaleros…” Ellos apenas prestan atención porque se saben de memoria ese cuentecillo que circula en las enseñanzas de los rabinos para que sus discípulos aprendan que el esfuerzo y el trabajo reciben siempre recompensa. Así que ya conocen cómo termina, lo han escuchado muchas veces y les gusta ese cuento que tiene un final lógico y justo: a quien ha trabajado más, hay que pagarle más; el esfuerzo se merece una recompensa y así deben funcionar las cosas.

Por eso, el final que propone Jesús los descoloca: el dueño pagará a todos lo mismo y dirá a los que protestaban: “- A éstos les pago igual porque, aunque han llegado a última hora, han trabajado en ese tiempo más que vosotros en todo el día”

Cuando llegaron los primeros, pensaban que cobrarían más; pero también ellos cobraron un denario cada uno. Al recibirlo, se quejaban del dueño, diciendo: «Estos últimos han trabajado sólo un rato y les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor». Pero él respondió a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No quedamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Si yo quiero dar a este último lo mismo que a ti, ¿no puedo hacer lo que quiera con lo mío? ¿Por qué miras con malos ojos que yo sea bueno?»(Mt 20, 10-15).

La polémica está servida:

“- Maestro, ¿a qué viene ese otro final diferente?”

“- ¿Por qué lo has cambiado?”,

“- ¿Es que no valoras el trabajo y los méritos y por eso les has quitado importancia?”

“- Complicas las cosas y cada vez es más difícil entenderte…

Mientras protestan y se quitan la palabra, Jesús permanece callado.

Al final les dice:

“- ¿Pero es que ninguno de vosotros se ha dado cuenta de que en las tres últimas palabras está la clave para entender la historia? Recordadlas: “YO SOY BUENO”

¿No os dais cuenta de que esas palabras son como un anzuelo con el que trato de pescaros a ver si, de una vez, os decidís a salir de vuestra mentalidad estrecha y mezquina?  ¿No veis que estoy intentando tirar de vosotros y empujaros a pensar en el Padre de otra manera? ¿Cómo voy a convenceros de que su amor no depende de vuestros méritos y esfuerzos, de que os quiere porque sí, porque no lo puede remediar, más allá de cómo seáis y cuál sea vuestra retahíla de méritos?

Eso es lo que quiere decir aquel Salmo: “Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde: Dios lo da todo a los que ama mientras duermen” (Sal 126)

Os propongo imaginar que es el día de después y el amo os ha dicho la víspera: “Mañana estáis todos contratados” así que, sabiendo que ocurrió la víspera ¿a qué hora vais a llegar? Las respuestas son casi unánimes: “Eso ni se pregunta: si me van a pagar igual, llegaría a trabajar justo una hora antes de acabar la jornada” “Yo también llegaría lo más tarde posible”… Solo Santiago el Menor (ese cojo tan desvalido de la serie) da una respuesta diferente: “Pues a mí, eso de que salten por los aires los méritos me ha gustado mucho, así que yo llegaría al amanecer y le diría al dueño:  “-No me pagues este tiempo de más, quiero probar a qué sabe eso de tener el corazón bueno como el tuyo…

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Como los guionistas tenemos que presentar distintas opciones, se puede elegir entre estas reacciones de Jesús:

  • CLÁSICA: “Enhorabuena Simón, hijo de Alfeo, porque eso no te lo han revelado ni la razón ni el cálculo, sino mi Padre que está en los cielos. Dichoso tú porque has escapado como un pájaro de la trampa de los cazadores de méritos…
  • SAPIENCIAL: Eres un verdadero sabio, Santiago… Has dejado atrás la suficiencia de quien trata de asegurar su vida sobre su propio esfuerzo. Ahora caminas libre en la tierra de la gracia, esa que no se consigue sino que se recibe…
  • CÓMPLICE: Santi, chaval, no sabes la alegría que me das. Qué alivio que al menos uno de este grupo de colegas tuyos tan zoquetes -no me explico cómo puedo quererles tanto-, empieza a enterarse un poco de por dónde voy… Vamos a tomarnos un vino para celebrarlo…”

Hasta aquí mis propuestas finales de guion. Pero si no les gustan, tengo otras.

IMG_7684Dolores Aleixandre:

Jubilada feliz. Encajando el envejecer con cierto garbo (de momento). Convencida de la fuerza de la Palabra y de la bondad última de las personas. Adicta a la Biblia y a contársela a otros. Agradecida a la vida, al cariño de tantos amigos y al sentido del humor. Aficionada al cine, a la música polifónica y a Gomaespuma. Lectora desordenada y escritora de vuelo corto. Orgullosa de ser columnista de alandar. Tratando de callarme más, rezar más y vivir más atenta al latido del corazón de Dios en el corazón del mundo.

Fuente Alandar

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El camino hacia la gloria parece una sinodalidad

Lunes, 21 de octubre de 2024
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IMG_8167  Sabina Marroquín

La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Sabina Marroquin (ella/ella), ministra universitaria de la Universidad de Dayton, donde para ella es una gran alegría servir a las comunidades LGBTQ+ en el campus. Después de graduarse de la Universidad Estatal de Midwestern, completó un año de servicio con las Hermanas de San Francisco de Filadelfia y ha trabajado para la iglesia de alguna manera desde entonces. Cuando no está en el trabajo, puede encontrarla pasando tiempo con su Comunidad Laica Marianista, entrenando baloncesto juvenil o disfrutando de una buena taza de café y un audiolibro.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo noveno domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Practicar la contemplación ignaciana, u oración imaginativa, es una de mis formas favoritas de orar con los Evangelios. A menudo me resulta fácil situarme en una escena en la que los discípulos están siendo extremadamente humanos y demasiado identificables. Despertar a Jesús durante una tormenta, preguntarme cómo podrían encontrar suficiente pan para alimentar a una multitud, Pedro sin comprender del todo las enseñanzas de Jesús pero tratando de vivirlas con gran entusiasmo: me imagino pensando o haciendo muchas de estas mismas cosas.

La lectura del Evangelio de hoy, sin embargo, me resulta un poco más difícil. Cuando los apóstoles Santiago y Juan le dicen a Jesús que quieren que haga todo lo que le piden, me sorprende su audacia. Respondiendo a su petición de lugares de honor, Jesús les pregunta si pueden beber la copa de la que él bebe. Jesús les está dando la oportunidad de reconsiderar. En cambio, Santiago y Juan se doblegan, diciendo que pueden beber de la copa. En este punto, sólo puedo imaginarme en esta escena como un discípulo recogiendo mi mandíbula del suelo. Ciertamente he pedido cosas y expresado mi propio compromiso con Dios en mis oraciones, entonces, ¿por qué la petición de Santiago y Juan me resulta tan extraña?

Para una persona LGBTQ+, la idea de pedir un lugar de honor puede parecer imposible cuando no está segura de si está siquiera invitada al banquete celestial. O, si saben que están invitados, pueden sentir que tienen que justificar por qué deberían ser bienvenidos a su llegada.

Como alguien que no siempre me considera digna de ocupar lugares distinguidos, la petición de los Apóstoles es irreconocible. Si bien un sentimiento de indignidad puede tener sus raíces en la humildad y la reverencia a Dios, la indignidad que siento al leer este pasaje no tiene sus raíces en una oración humilde como Mateo 8:8 (“Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará y mi siervo quedará sano“), sino desde mi experiencia de ser juzgada y excluida. Es difícil pedir un lugar de honor cuando la mayoría de las veces sólo quiero que me valoren lo suficiente como para que me inviten a la mesa, incluso si tengo que acercar mi propia silla. Reconocernos a nosotros mismos y a los demás como amados por Dios y que tenemos un lugar en la Iglesia es una verdad simple pero profunda que la petición de Santiago y Juan puede resaltar.

Desafortunadamente, esta verdad puede verse empañada por las dolorosas experiencias de injusticia, discriminación y juicio. A pesar de saber que las personas LGBTQ+ podrían enfrentar estos desafíos en las comunidades religiosas, seguimos apareciendo. De manera similar, Santiago y Juan sabían que seguir a Jesús tendría un costo y aun así dijeron que sí a beber la misma copa que él. ¡Estoy asombrada por su rápida respuesta porque me tomó casi una década de oración y muchas lágrimas responder a esa pregunta en mi propia vida!

Las personas queer de fe saben muy bien que reconocer y compartir diferentes partes de sí mismos tiene un costo. Sin embargo, hay algo increíblemente poderoso en traer la plenitud de quién eres a Dios y llegar a creer que Dios te ama tal como eres que hace que todo valga la pena.

IMG_8166Como católica LGBTQ+, si esa afirmación fuera el primer mensaje que escuché sobre la fe y la sexualidad, probablemente todavía habría llorado, pero me habría ahorrado años de tratar de arreglar algo que pensaba que estaba mal en mí y de preguntarme si Dios realmente me amaba. Yo cuando nada cambió.

No importa cuál sea tu historia, todos beberemos de lo que Henri Nouwen llamó la copa de la alegría y la copa de la tristeza a lo largo de nuestras vidas. No hay manera de beber de uno y evitar el otro porque la copa de Cristo contiene ambos. Para mí, tener compañeros en el viaje ha hecho que mi taza sepa menos a café instantáneo y más a un café con leche de mi cafetería favorita.

Cuando somos invitados a la vida de alguien, es una oportunidad sagrada para servirle escuchando profundamente y recibiendo sus alegrías y tristezas con el amor de Dios. Este llamado al servicio a través del encuentro es alto y claro en el Evangelio de hoy, pero también en la invitación del Papa Francisco a una cultura del encuentro y en el Sínodo sobre la sinodalidad.

Santiago y Juan piden gloria y Jesús responde con un camino hacia la grandeza que se parece mucho a la sinodalidad. Que cada uno de nosotros escuche profundamente a quienes encontramos en nuestra vida cotidiana y seamos inspirados por el Espíritu Santo para responder con acciones amorosas.

—Sabina Marroquín (ella/ella), 20 de octubre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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