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Arzobispo Wester: Escuchar a las personas LGBTQ+ pone el amor en práctica

Lunes, 4 de noviembre de 2024
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IMG_8410 Arzobispo John C. Wester

La reflexión de hoy es del Arzobispo John C. Wester, quien fue designado para dirigir la Arquidiócesis de Santa Fe por el Papa Francisco en 2015.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el trigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Hace unos años, fui a hacerme una prueba de audición. La audióloga, sentada al otro lado de la cabina insonorizada, se tapó la boca con un trozo de papel y pronunció la palabra “lohs” en mis auriculares. Repetí la palabra según las instrucciones y luego le dije que no existía la palabra “lohs“. Ella respondió: No dije “lohs“, dije “pan“. ¡Ahora tengo audífonos! Y también aprecio más que nunca el don de oír. El Evangelio de hoy, acompañado de la primera lectura del Deuteronomio, nos recuerda aún más lo importante que es escuchar, especialmente en un nivel más profundo.

En la lectura del Evangelio de hoy según Marcos, escuchamos a Jesús responder al escriba que le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” Jesús responde citando Deuteronomio 6 (primera lectura de hoy) y Levítico 19, combinando el amor a Dios y el amor al prójimo. Note que Jesús y Deuteronomio introducen estos dos mandamientos con la gran revelación de que Dios es Uno: “¡El Señor nuestro Dios es Señor solo!” Esta gran verdad ha galvanizado la fe del pueblo judío y la de los cristianos durante siglos. El versículo completo de Deuteronomio, y la oración que se basaría en él, se conoce como la oración Shemá porque la palabra que introduce toda la perícopa, “shemá“, significa “escuchar” u “oír“: Oye, oh Israel. Escucha, presta atención. Por lo tanto, la respuesta de Jesús al escriba es primero escuchar lo que Dios ha estado diciendo a lo largo de los pasillos del tiempo: escucha a Dios, escucha a quien te habla, el Mesías.

El difunto padre Joseph Donders, misionero en Kenia, dijo que la respuesta de Jesús al escriba está contenida en la palabra “escucha”: “Esa palabra indicaba todo el resto que siguió. Esa palabra resumió el amor de Dios y el amor por los demás y el amor por uno mismo”. El padre Donders estaba convencido de que la escucha está en el centro del amor. El Papa Francisco se hizo eco de este sentimiento en la clausura del sínodo en Roma cuando dijo que “seguir a Dios en el camino sinodal implica cultivar la capacidad de escuchar al Señor pasar y la confianza para seguir sus pasos”.

El Verbo hecho carne habla a nuestro corazón y nos llama a seguirlo amando a su Padre, Abba, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Nos enamoramos de Dios y de los demás al escucharnos primero y luego tener la seguridad de que el otro nos está escuchando. Este tipo de escucha exige presencia, exige tiempo, exige sacrificio y exige amor.

Escuchar a Dios y al prójimo en este contexto es amar “con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas”. El difunto Reginald Fuller, el maravilloso erudito episcopal de las Escrituras, señala que en el pensamiento hebraico, el corazón, el alma, la mente y la fuerza no son facultades humanas separadas, sino que representan a la persona humana en su totalidad. No sólo amamos con toda nuestra persona sino que el objeto de nuestro amor es también toda la persona. En otras palabras, a través del Shemá, Jesús nos llama a escuchar y amar a la persona en su totalidad, no sólo las partes que nos gustan o con las que estamos de acuerdo. Cualquier cosa menos no es digna de un seguidor de Cristo. Estamos llamados a amar al Dios que está en toda la gloria y maravilla de Dios, no al dios que nosotros mismos hemos creado. Estamos llamados a amar la totalidad de nuestro prójimo, escuchando atentamente todo lo que hace de esa persona un ser humano único e irrepetible, incluidos aquellos atributos que tal vez no disfrutemos.

En el evangelio del domingo pasado, en el que Jesús le devolvió la vista a Bartimeo, los que seguían a Jesús sólo vieron una parte de Bartimeo, diciéndole a Nuestro Señor que no merecía el tiempo de Jesús, que era sólo un mendigo, que estaba sufriendo por sus pecados o los de sus padres. Pero Jesús vio a la persona entera, escuchó su sincera súplica por la vista y vio en él a un ser humano precioso que anhelaba la luz. Cuando Bartimeo fue “escuchado” por Jesús, encontró nueva vida y dejó su manto en el camino para convertirse en discípulo del Señor en el camino.

Amar a Dios y a nuestro prójimo con todo nuestro ser significa que no ponemos a Dios ni a nuestro prójimo en categorías de nuestra propia elección. Significa que tengo la humildad de permitir que el otro sea quien esa persona es, un Hijo de Dios, precioso a los ojos de Dios y a los míos. El Padre James Martin, SJ, al reflexionar sobre el Sínodo para una Iglesia sinodal, toca este punto cuando dijo: “…pero pedimos a la iglesia que escuche a aquellos que ‘experimentan el dolor de sentirse excluidos o juzgados, debido a su situación conyugal’. situación, identidad o sexualidad’”. Escuchar honestamente exige que nos abramos a horizontes que eclipsan nuestra visión limitada de las cosas.

Escuchar y amar de una manera holística permanece infundado a menos que tomemos en serio el llamado único de Cristo a unirnos a nuestro amor por Dios y el prójimo. Ciertamente no fue el primero en enfatizar los dos mandamientos de amar a Dios y amar al prójimo, pero fue el primero en hacerlos absolutamente dependientes el uno del otro. Una vez más, Reginald Fuller lo expresa bien:

“El amor a Dios es ilusorio si no nace del amor al prójimo, y el amor al prójimo es amor propio refinado si no procede del amor de Dios”.

En el pensamiento judío, oír y hacer son la misma cosa. Los dos mandamientos del amor sobre los que estamos reflexionando aquí comienzan con “Escucha, oh Israel“. Pero también podrían haber sido introducidos por: “¡Actúa, oh Israel! ¡Escuche y luego obedezca lo que Dios le está diciendo! ¡Pon en acción tu amor a Dios como amas a tu prójimo!”. En el evangelio de Marcos, el milagro de Bartimeo precede al evangelio de hoy, pero en Lucas, a los dos mandamientos del amor de hoy le sigue la parábola del buen samaritano. En esa parábola, Jesús nos da un ejemplo espléndido y conmovedor de amor en acción. El Buen Samaritano escuchó los gritos del hombre dado por muerto y dijo algo al respecto. Puso su amor en acción e hizo grandes gastos y grandes inconvenientes para vivir el mandato del amor.

¿Qué acciones estamos dispuestos a realizar para poner nuestro amor en práctica, en una realidad concreta? Podemos escuchar más atentamente a quienes son perseguidos y marginados debido a nuestros prejuicios y parcialidades. ¿Hay personas en la comunidad LGBTQ a quienes me he tomado el tiempo de escuchar de manera significativa, escuchando sus historias y conociéndolas mejor? ¿O voy a lo seguro y simplemente los descarto como inadaptados, como el P. Martin, en su libro Building a Bridge, ha observado que hacen algunas personas? El Evangelio de hoy nos llama a escucharnos unos a otros de manera significativa para que podamos derribar los muros que nos dividen, muros que nos mantienen a todos en una especie de prisión.

Por ejemplo, admito que hay muchas cosas que no entiendo sobre las personas transgénero. Pero tengo una perspectiva muy diferente al respecto, ya que he asistido a varias conferencias en las que teólogos, médicos, personas transgénero y obispos se han reunido para compartir historias, ideas y sabiduría. Estas experiencias y sesiones de escucha no resuelven todos los problemas, pero sí nos acercan a todos como una comunidad de creyentes cuyo amor a Dios se materializa al conocernos mejor unos a otros.

Este tipo de escucha es lo que significa amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas nuestras fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo. Los muros que nos separan son derribados y nuestro amor concreto por Dios y por los demás se convierte en el fundamento firme de una comunidad de creyentes.

Al final del Sínodo en Roma el mes pasado, el Papa Francisco repitió la frase que se ha convertido en un estribillo desde que la pronunció por primera vez en la Jornada Mundial de la Juventud en Portugal en 2023: “¡Todos, todos, todos! Nadie excluido, todos”. Esta es la visión de Cristo en el Evangelio de hoy: todos están reunidos mientras nuestro amor por Dios se derrama en los corazones de todos los creyentes que se aman unos a otros como Cristo nos amó primero.

El Papa también mencionó que la iglesia es “signo e instrumento de cómo Dios ya ha puesto la mesa y está esperando. Su gracia, a través del Espíritu, susurra palabras de amor en el corazón de cada persona. Nos es dado amplificar la voz de este susurro, sin obstaculizarlo; abrir puertas, sin levantar muros”. Esta amplificación sólo puede ocurrir si escuchamos a Dios y al prójimo con amor.

Supongo que se podría decir que el Evangelio de hoy es una especie de prueba de audición. ¡Oh Señor, danos oídos para oír!

—Arzobispo John Wester, 3 de noviembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Lo primero de todo”. Domingo 31 Tiempo ordinario – B (Marcos 12,28-34)

Domingo, 3 de noviembre de 2024
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IMG_8022Hay pocas experiencias cristianas más gozosas que la de encontrarnos de pronto con una palabra de Jesús que ilumina lo más hondo de nuestro ser con una luz nueva e intensa. Así es la respuesta a aquel escriba que le pregunta: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?».

Jesús no duda. Lo primero de todo es amar. No hay nada más decisivo que amar a Dios con todo el corazón y amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos. La última palabra la tiene siempre el amor. Está claro. El amor es lo que verdaderamente justifica nuestra existencia. La savia de la vida. El secreto último de nuestra felicidad. La clave de nuestra vida personal y social.

Es así. Personas de gran inteligencia, con asombrosa capacidad de trabajo, de una eficacia sorprendente en diversos campos de la vida, terminan siendo seres mediocres, vacíos y fríos cuando se cierran a la fraternidad y se van incapacitando para el amor, la ternura o la solidaridad.

Por el contrario, hombres y mujeres de posibilidades aparentemente muy limitadas, poco dotados para grandes éxitos, terminan con frecuencia irradiando una vida auténtica a su alrededor sencillamente porque se arriesgan a renunciar a sus intereses egoístas y son capaces de vivir con atenta generosidad hacia los demás.

Lo creamos o no, día a día vamos construyendo en cada uno de nosotros un pequeño monstruo de egoísmo, frialdad e insensibilidad hacia los otros o un pequeño prodigio de ternura, fraternidad y solidaridad con los necesitados. ¿Quién nos podrá librar de esa increíble pereza para amar con generosidad y de ese egoísmo que anida en el fondo de nuestro ser?

El amor no se improvisa, ni se inventa, ni se fabrica de cualquier manera. El amor se acoge, se aprende y se contagia. Una mayor atención al amor de Dios revelado en Jesús, una escucha más honda del evangelio y una apertura mayor a su Espíritu pueden hacer brotar poco a poco de nuestro ser posibilidades de amor que hoy ni sospechamos.

José Antonio Pagola

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“No estás lejos del reino de Dios”. Domingo 03 de noviembre de 2024. 31º Ordinario

Domingo, 3 de noviembre de 2024
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58-ordinariob31-cerezoLeído en Koinonia:

Deuteronomio 6, 2-6: Escucha Israel: Amarás al Señor con todo el corazón.
Salmo responsorial: 17: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
Hebreos 7, 23-28: Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa.
Marcos 12, 28b-34: No estás lejos del reino de Dios.

En las estepas de Moab, Moisés da sus últimas instrucciones al pueblo que se prepara para entrar a la tierra de Canaán. Atrás quedó Egipto, debió quedar. Y atrás quedó también el desierto donde supuestamente el pueblo tuvo que haber aprendido muchas cosas que tendrán que ser muy útiles para su proyecto como pueblo en la tierra de la libertad. Egipto será un lugar para nunca volver, al desierto será necesario volver cuando el pueblo olvide o pierda su horizonte ya que ése es el espacio ideal para el reencuentro con su Dios, para dejarse reconquistar por él (cf. Os 2,14). Aquí, pues, en su despedida, Moisés insiste en lo más importante para que el pueblo tenga vida: cumplir las instrucciones y normas que el Señor ha dado. El texto del Deuteronomio que leemos hoy es el alma, la guía, la hoja de ruta que Israel no puede descuidar ni cambiar por otra cosa so riesgo de perderse y perecer como nación. La connotación en hebreo del verbo shemá lleva implícito el imperativo de obedecer, poner en práctica, y eso era lo que tenía que haber hecho el pueblo: escuchar obedeciendo, escuchar poniendo en práctica.

La redacción de este pasaje, aunque aparenta ser de una época previa a la conquista y posesión de la tierra, en realidad es de una época en la cual Israel ha probado y experimentado en carne propia lo que significa no escuchar poniendo en práctica los mandatos y preceptos del Señor. Estamos en la llamada época del post-exilio, Israel ha pasado por las experiencias históricas más crueles y difíciles: desaparición del sistema solidario tribal, aparición de la monarquía (punto de partida de todos sus pecados), división del reino, destrucción de ambos reinos, deportación… En todo momento Israel fue instruido por medio de los profetas que siempre lo invitaban a reorientar su camino, pero la queja de Dios fue siempre constante: «Israel no me escucha» (Sof 3,2), no me obedece, va camino a la perdición…

Las experiencias históricas obligan a Israel a aprender qué significa escuchar a su Dios y poner en práctica su Palabra, su instrucción. Con base en todo lo que le ha pasado, Israel descubre que los mandatos del Señor no buscan atarlo, cerrarle horizontes ni poner a todo un pueblo bajo la dirección de un Dios caprichoso. No es un Dios cualquiera el que libre y espontáneamente ha optado por este pueblo, es un Dios de Vida que sólo busca orientar al pueblo por sendas de vida. Israel no entendió siempre así el propósito de Dios y se fue detrás de otros dioses, y cuando se metió en el proyecto de otras divinidades empezó a perderse, se confundió y resultó siendo peor que otros pueblos que no conocían al verdadero y único Dios. Así pues, después de sobrevivir a las más duras experiencias, Israel vuelve a recordar cuál era desde el principio la propuesta de su Dios: amarlo sólo a él, buscarlo sólo a él y no confiarse de ninguna otra propuesta por más llamativa que fuera para no volver a caer en un fracaso peor.

El evangelio nos presenta la versión «marquiana» (de Marcos) de la pregunta a Jesús sobre el mayor y más importante de los mandamientos. La versión mateana (Mt 22,34-40) tuvimos oportunidad de reflexionarla hace unos días. Ambas versiones están ubicadas en el mismo contexto de la discusión de los saduceos con Jesús a cerca de la resurrección de los muertos. Cuando los fariseos ven que Jesús ha callado a los saduceos, se juntan con los escribas para ponerlo ellos también a prueba, pensarán que con ellos tal vez no saldrá tan bien librado. Y es que «pasar el examen» con los fariseos y maestros de la ley, seguramente no era fácil dado que para ellos la ley no era sólo aquella que Dios había dado a su pueblo por medio de Moisés, recordemos que en tiempos de Jesús esta gente manejaba ¡más de medio millar de mandatos y preceptos! Dependiendo de su forma de ver y de pensar, un mandato podía variar de importancia para unos y para otros, pues como es normal había distintas tendencias o escuelas, alguna muy liberal, y otras no tanto. ¿Cuál de ellas está representada aquí? No lo sabemos. Por la respuesta del escriba a Jesús, uno podría pensar que se trataba de una tendencia bastante liberal (vv. 32-33), al punto que a Jesús le pareció simpática su respuesta y le advierte lo cerca que está del reino de Dios.

Jesús se encuentra con que su pueblo cumple con una norma de varios siglos. Todos los días, tres veces al día todo israelita varón recita el «Shemá Israel, escucha Israel: el Señor nuestro Dios es uno sólo, a él amarás…», el shemá, pero ese shemá se quedó sólo en el campo auditivo, al campo de la práctica no se ve, y eso es lo que Jesús denuncia a lo largo de su ministerio, muchas palabras, muchas normas y preceptos, mucho apelo a Dios para todo, muchas frases de la ley en los bordes del manto, en el marco de la puerta, en el brazo, en la frente, pero nada en el corazón y menos aún en la vida ordinaria, en la práctica cotidiana.

En la comunidad de Marcos se están presentando situaciones similares a las del judaísmo. Las normas y preceptos que conocen los primeros cristianos son necesariamente aquellas que vienen del mundo judío; ahora, ¿serán de obligatorio cumplimiento todos esos preceptos en esta nueva experiencia de vida que se supone está animada por la presencia viva del Señor resucitado? Lo primero y más importante que los creyentes deben tener en cuenta es que no se trata de una adhesión a una divinidad distinta a la del judaísmo. Es el mismo Dios revelado a pueblo de Israel y en la Escritura, es el mismo Dios de Jesús, por tanto lo que primero tiene que hacer el cristiano es profesar su fe, amor y adhesión a ese Único Dios en términos de «escuchar» su Palabra y ponerse en función de obedecerle. Ese es el proyecto de vida de Jesús, eso fue lo que movió toda su vida y su obra y eso es lo que tiene que mantener vivo al cristiano, su adhesión a ese único y verdadero Dios a quien no le interesa otra cosa que el amor y adhesión a El lo vivan sus fieles en el amor mutuo y fraterno. No tiene sentido para Jesús hablar del amor a Dios sin tener en cuenta la ÚNICA puerta de acceso a Él: el prójimo. Leer más…

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El mandamiento más importante.

Domingo, 3 de noviembre de 2024
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evangelio_08_06_17Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La curación del ciego Bartimeo nos dejó camino de Jerusalén. En la cronología de Marcos, el domingo tiene lugar la entrada triunfal; el lunes la purificación del templo; y el martes, en la explanada del templo, las autoridades interrogan a Jesús sobre su poder; los fariseos y herodianos sobre el tributo al César; los saduceos sobre la resurrección. Son enfrentamientos con mala idea, que desembocan en una escena inesperada, en la que un escriba reconoce la sabiduría de Jesús.

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:

¿Que mandamiento es el primero de todos?

Respondió Jesús:

El primero es: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amaras al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser». El segundo es este: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos.»

El escriba replico:

Muy bien, maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»

Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:

No estás lejos del reino de Dios.

Y nadie se atrevió a dirigirle más preguntas.

1. El protagonista es un escriba. Los escribas son los especialistas en la Ley de Moisés, parecidos a los actuales profesores de teología, pero con una formación mucho más intensa, porque tenían que aprender de memoria el Pentateuco y las interpretaciones de los rabinos; además, no podían ejercer su profesión hasta cumplir los cuarenta años. Gozaban de gran prestigio entre el pueblo, aunque su peligro era el legalismo: la norma por la norma, con todas las triquiñuelas posibles para evadirla cuando les interesaba. Por eso Jesús tuvo tantos enfrentamientos con ellos. En los evangelios aparecen generalmente como enemigos, pero en este caso las relaciones entre el escriba y Jesús son muy buenas y los dos se alaban mutuamente.

2. La pregunta por el mandamiento principal. La antigua sinagoga contaba 613 mandamientos (248 preceptos y 365 prohibiciones), que dividía en fáciles y difíciles. Fáciles, los que exigían poco esfuer­zo o poco dinero; difíciles, los que exigían mucho dinero o ponían en peligro la vida. P.ej., eran difíciles el honrar padre y madre, y la circuncisión. Generalmente se consideraba que los difíciles eran importantes; entre los temas importantes aparecen la idolatría, la lascivia, el asesinato, la profanación del nombre divino, la santificación del sábado, la calumnia, el estudio de la Torá (el Pentateuco). Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, o de saber qué era lo más importante.

3. La respuesta de los contemporáneos de Jesús. Citaré dos casos. El primero se encuentra en una anécdota a propósito de los famosos rabinos Shammay y Hillel, que vivie­ron pocos años antes de Jesús. Una vez llegó un pagano a Shammay (hacia 30 a.C.) y le dijo: “Me haré prosélito[es decir, estoy dispuesto a convertirme al judaísmo] con la condición de que me enseñes toda la Torá mien­tras aguanto a pata coja”. Shammay lo echó amenazándolo con una vara de medir que tenía en la mano. Entonces el pagano fue a Hillel (hacia el 20 a.C.), que éste le dijo: “Lo que no te guste, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpreta­ción”. Y lo tomó como prosélito.

También del Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) se recuerda un esfuer­zo parecido de sintetizar toda la Ley en una sola frase: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19,18); este es un gran princi­pio general en la Torá”.

4. La respuesta de Jesús. El esfuerzo por sintetizar en una sola frase lo esencial se encuentra al final del Sermón del Monte en el evangelio de Mateo: “Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas” (Mt 7,12).

En el evangelio de hoy, Jesús responde con una cita de la Escritura: “Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es uno solo. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6,5), aunque añade también “con toda tu mente”. Estas palabras forman parte de las oraciones que cualquier judío piadoso recita todos los días al levantarse y al ponerse el sol. En este sentido, la respuesta de Jesús es irreprochable. No peca de originalidad, sino que aduce lo que la fe está confesando continuamente.

La novedad de la respuesta de Jesús radica en que le han preguntado por el manda­miento principal, y añade un segundo, tan importante como el primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19,18). Ambos preceptos están al mismo nivel, deben ir siempre unidos. Jesús no acepta que se pueda llegar a Dios por un camino individual e intimista, olvidando al prójimo. Dios y el prójimo no son magnitudes separables. Por eso, tampoco se puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. A la pregunta del escriba por el mandamiento más importante (en singular) responde diciendo que son estos dos (en plural). Y no hay precepto más grande que ellos.

5. La reacción del escriba. El protagonista se muestra plenamente satisfecho de la respuesta, pero añade un comentario importantísimo: amar a Dios y al prójimo “vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Con estas palabras, abandona el plano teórico y saca las consecuencias prácticas. Durante siglos, muchos israelitas, igual que hoy muchos cristianos, pensaron que a Dios se llegaba a través de actos de culto, peregrinaciones, ofrendas para el templo, sacrificios costosos… Sin embargo, los profetas les enseñaban que, para llegar a Dios, hay que dar necesariamente el rodeo del prójimo, preocuparse por los pobres y oprimidos, buscar una sociedad justa. En esta línea se orienta el escriba.

            Un ejemplo vale más que mil palabras. En la basílica de la Virgen de Luján, en Argentina, que es un sitio de peregrinación nacional muy frecuentado, por lo visto era costumbre llevar ramos de flores para la Virgen. La última vez que estuve allí, me llamó la atención un letrero colocado de manera oficial y muy clara advirtiendo a los fieles que a la Virgen le agrada mucho más que se dé de comer al hambriento que el que le regalen a ella un ramo de flores.

La 1ª lectura,

Tomada del libro del Deuteronomio, es la base de la respuesta de Jesús.

En aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo:

– «Teme al Señor, tu Dios, guardando todos sus mandatos y preceptos que te manda, tu, tus hijos y tus nietos, mientras viváis; así prolongarás tu vida. Escúchalo, Israel, y ponlo por obra, para que te vaya bien y crezcas en número. Ya te dijo el Señor, Dios de tus padres: “Es una tierra que mana leche y miel.” Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria

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Domingo XXXI del Tiempo Ordinario. 03 de noviembre de 2024

Domingo, 3 de noviembre de 2024
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“Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:

-No estás lejos del Reino de Dios.

Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.”

(Mc 12, 28-34)

Las palabras, así con minúscula, también tienen fuerza, bien lo saben quienes se dedican al mundo de la publicidad. No basta con tener un buen producto hay que saber venderlo.

Hace años que se oye decir que en la Iglesia tenemos que cambiar de lenguaje, que muchas de nuestras celebraciones ya no dicen nada a la gente de hoy. Y es enteramente cierto.

El mensaje que tenemos que anunciar es el mejor de los productos y es más necesario que nunca, pero si no nos atrevemos a cambiar de lenguaje no nos entenderá nadie.

Es admirable la audacia que tuvieron muchos autores bíblicos que al citar otros textos más antiguos, los reelaboran, los cambian sin ningún pudor.

Y hoy podríamos hacer nosotras lo mismo. Vamos a cambiar un poco el texto, en lugar de mandamiento vamos a hablar de misión. La cosa quedaría más o menos así:

“¿Qué es lo primero en la misión?

Y Jesús respondería: -Lo primero en la misión es que te enamores de Dios perdidamente, como si no hubiera nada más en el mundo. Y lo segundo, que ese amor te lleve a las personas, a todas las personas. Esto es lo más importante, todo lo demás irá llegando.

Y cualquier persona de hoy contestaría:

-Tienes razón, Maestro, lo único que realmente vale la pena y queremos todos es que nos quieran. El lenguaje del amor lo entiende todo el mundo.

Jesús, viendo una respuesta tan sensata, diría:

-Por el camino del Amor encontrarás la felicidad, que es otra manera de decir Reino de Dios.”

Ojalá nos atrevamos a ser tan osadas como aquellas primeras comunidades cristianas que no dudaron en emplear el lenguaje del Imperio para hablar de lo que habían experimentado con Jesús.

De todos modos el problema del lenguaje deja de ser un problema cuando tienes una experiencia transformadora. Porque no puedes callártela. Y precisamente eso es lo que hace que el mensaje sea contagioso, por mucha teología que sepamos. Y aunque hagamos un impecable máster en catequética, si no nos hemos encontrado con el Dios de Jesús, no tendremos nada que anunciar.

Las personas místicas de todos los tiempos han encontrado el lenguaje que necesitaban para transmitir su experiencia y con ella han acercado a mucha gente al Reino.

Oración

Trinidad Santa, que no queramos empezar anunciando, sino recibiéndoTe a ti como Buena Noticia. Que sea el encuentro Contigo el que nos haga buscar las palabras para darTe a conocer.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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En Dios el amor se identifica con unidad. no es un ser que ama, sino el AMOR.

Domingo, 3 de noviembre de 2024
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Mc 12,28-34

Hoy cambiamos de escenario. Jesús lleva ya unos días en Jerusalén. Ha realizado ya la purificación del templo; ha discutido con los jefes de los sacerdotes, maestros de la ley y ancianos sobre su autoridad para hacer tales cosas; con los fariseos y herodianos sobre el pago del tributo al César; con los saduceos sobre la resurrección. El letrado que se acerca hoy a Jesús no demuestra ninguna agresividad, sino interés por la opinión del Rabí.

La pregunta tiene sentido porque la Torá contiene 613 preceptos. Para muchos rabinos todos los mandamientos tenían la misma importancia, porque eran mandatos de Dios y había que cumplirlos solo por estar mandados. Para algunos el mandamiento más importante era el sábado. Para otros el amor a Dios era lo primero. Aunque Jesús responde recitando la “shemá”, da un salto en la interpretación, uniendo ese texto del Deuteronomio, que hablaba solo del amor a Dios, con otro en (Lv 19,18) que habla del amor al prójimo.

El amor a Dios fue un salto de gigante sobre el temor al Dios amo poderoso y dueño de todo. En el AT el amor a Dios debía ser absoluto, “sobre todas las cosas”. El amor al prójimo era relativo, “como a ti mismo”. Según la Tora, era perfectamente compatible un amor a Dios y un desprecio absoluto, no solo a los extranjeros sino también a amplios sectores de la propia sociedad judía, a quienes creían rechazados por el mismo Dios.

Según Jesús la palabra mandamiento tiene que dar un cambio radical y significar algo muy distinto cuando la aplicamos a Dios. Dios no manda nada. Dios no hace leyes, sino que pone en la esencia de cada criatura el plano, la hoja de ruta para llegar a su plenitud. Dios no “quiere” nada de nosotros ni para nosotros. Su “voluntad” es la más alta posibilidad que se encuentra en cada criatura, no algo añadido desde fuera después de haberla creado.

En Juan los dos mandamientos se convierten en uno solo: “que os améis unos a otros como yo os he amado”. Jesús no dice que le amemos a él, ni que amemos a Dios, ni que ames al prójimo como a ti mismo, sino que ames a los demás como él los ha amado. El cambio no puede ser más radical. Aún no nos hemos dado cuenta de esta novedad. Dios no es un ser separado de mí, al que debo amar, sino el amor que me permite sentirme uno con todos.

En nosotros el amor es una cualidad que puedo tener o no tener. En Dios el amor es su esencia. Si dejara de amar, dejaría de ser. Lo que queremos decir cuando hablamos del amor a Dios o del amor de Dios no tiene nada que ver con lo que queremos significar cuando hablamos del amor humano. El amor humano es siempre una relación entre dos. El amor de Dios es la identificación de dos. De este amor es del que habla el evangelio.

Se trata de una posibilidad específicamente humana. El amor-Dios y nuestro amor no son grados distintos de la misma realidad, sino realidades sustancialmente distintas. Dios no se puede relacionar con las criaturas como lo hacemos nosotros, porque no está fuera de ninguna de ellas. Nosotros podemos relacionarnos con las demás criaturas, pero no con Dios porque es nuestro ser. Vivir esto nos permite identificarnos con los demás y amarlos.

Una vez más el lenguaje nos juega una mala pasada. La palabra “amor” es una de las más manoseadas del lenguaje. Hablar con propiedad de Dios-Amor-Unidad, es imposible. Nuestro lenguaje es para andar por casa. Al emplearlo para hablar de lo divino se convierte en trampa que pretende ir más allá de lo que puede expresar. Intentar llegar a Dios con nuestros conceptos es inútil. La manera de trascender el lenguaje es la vivencia. Solo la intuición puede llevarnos más allá de todo discurso. Solo amando sabrás lo que es el amor.

En realidad, el camino hacia el amor empezó en las primeras millonési­mas de segundo después del Big-Bang; cuando las partículas primigenias se unieron para formar unidades superiores. Esta tendencia de la materia a formar entidades más complejas, lleva en sí la posibilidad de perfección casi infinita. La aparición de la vida, que consigue integrar billones de células, fue un gran salto hacia esa capacidad de unidad. No sabemos que es la vida biológica, pero conocemos sus efectos sorprendentes. Dios es otra Vida que unifica todo.

Llegada la inteligencia y superada la pura racionalidad el ser humano está capacitado para alcanzar una unidad que no es la del egoísmo individual. Un conocimiento más profundo y una voluntad que se adhiere a lo mejor, hacen posible una nueva forma de acercamien­to entre seres que pueden llegar a un grado increíble de unidad, aunque no sea física. Descubierta esa unidad, surge lo específicamente humano. Esta capacidad de salir de la individualidad e identificarme con Dios y con el otro, es lo que llamamos amor.

Este amor es consecuencia de un conocimiento, pero no racional. Es inútil que nos empeñemos en explicar por qué debemos amar a los demás. Este amor solo llegará después de haber experimentado la presencia en nosotros del Amor que es Dios. Lo mismo que llamamos vida a la fuerza que mantiene unidas a todas las células de un viviente, podemos llamar AMOR a la energía que mantiene unidos a todos los seres de la creación. Si descubro que la base de todo ser es lo divino, descubriré la “razón” del verdadero amor.

Todos los místicos de todas las religiones de todos los tiempos han llegado a la misma vivencia y nos hablan de la indecible felicidad de sentirse uno con el Todo y fuera del tiempo. Esa sensación de integración total es la máxima experiencia que puede tener un ser humano. Una vez llegado a ese estado, el ser humano no tiene nada que esperar. Fijaos hasta qué punto demostramos nuestro despiste, cuando seguimos llamando “buen cristiano” al que va a misa, confiesa y comulga, solo porque tiene asegurada la otra vida. Ser cristiano no es el objetivo último del hombre, solo un medio para llegar a amar.

No debo comerme el coco tratando de averiguar si amo a Dios. Lo que tengo que examinar es hasta qué punto estoy dispuesto a darme a los demás. Solo eso cuenta a la hora de la verdad. El amor teórico, el amor que no se manifiesta en obras y actitudes concretas, es una falacia. Ya lo decía Juan en su primera carta: “Si alguno dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su prójimo, a quien ve, es un embustero y la verdad no está en él”. Pero es imprescindible que nos examinemos bien. No debemos confundir amor con instinto. Si apartamos de nuestro amor a una sola persona, todo lo demás es egoísmo.

El amor planteado desde la razón no tiene sentido, porque la razón nunca te llevará a amar con el amor que nos propone Jesús. Tampoco podemos entenderlo como mandamiento que obliga desde fuera con normas o preceptos. Aprender a amar es la tarea más importante para todo ser humano. La religión debía ser un instrumento que me permitiera desplegar esa capacidad de amar. Nadie puede sustraerse a la necesidad de crecer en humanidad. Pues ser más humano es ser capaz de amar más. Todo lo demás será tarea inútil.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Amarás a Dios.

Domingo, 3 de noviembre de 2024
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Mark-1228-34Mc 12, 28-34

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu mente»

 

A Dios se le puede temer, se le puede adorar, pero… ¿realmente se le puede amar?…

Las religiones primitivas consideran a los dioses gente peligrosa, poco de fiar, a la que hay que mantener alejada y aplacada. El amor a Dios no tiene en ellas el menor significado.

El Antiguo Testamento es el que introduce la idea de amar a Dios. Lo hace en forma de mandamiento, y resulta chocante, porque la imagen que el pueblo de Israel tiene de Yahvé no invita a amarle. ¿Se puede acaso amar al Juez «que castiga de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos»? … ¿O al Señor que reparte bendiciones entre una minoría de justos y olvida que la gran mayoría del pueblo vive marginada y depauperada “a causa” de sus pecados?…

Jesús nos da una excelente razón para amar a Dios: Dios es Abbá, el padre que «tanto amó al mundo que le entregó a su hijo». Ésa es precisamente la buena Noticia que proclama el evangelio; que Dios es mucho mejor que lo que nadie había imaginado jamás; que no es el juez, que es Abbá. Pero Jesús no se limita a proclamarlo, sino que lo hace visible cuando se acerca al leproso, o defiende a la adúltera, o muere colgado del madero para que la buena Noticia llegue a nosotros. Dicho de otro modo, viendo y entendiendo a Jesús comprendemos a Dios…

¿Pero basta con comprenderle? …

Decimos que es cristiano “el que responde al amor de Dios amando a los demás”, pero si no sentimos el amor de Dios, es decir, si nos limitamos a aceptar intelectualmente que ese amor existe a través de un acto meramente racional, volitivo, será muy difícil que esa respuesta se produzca, pues habremos perdido la motivación primera y primordial para hacerlo; porque el corazón tiene una capacidad de motivar de la que carece la mente.

¿Pero cómo sentir el amor de Dios? … ¿Es algo reservado a los místicos contemplativos evadidos de la áspera realidad de la vida cotidiana?…

Probablemente no. Probablemente el contacto continuado con la Palabra en actitud receptiva y huyendo de la suficiencia de los sabios; su lectura sincera para empaparse de su mensaje y saborear las escenas que nos brinda… vaya poco a poco convirtiéndose en una íntima convicción que sobrepase lo intelectual para entrar en lo afectivo. Así lo vemos en algunas personas cercanas a nosotros que nos muestran, con su forma de estar en el mundo, que se puede sentir el amor de Dios; que ese sentimiento empuja a responder a ese amor de manera muy difícil de entender si no se siente de verdad.

En resumen, y como decía Ruiz de Galarreta: «El que se acerca al fuego se va calentando».

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

 

Fuente Fe Adulta

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En el laberinto de los mandamientos, Jesús nos da la brújula para el camino.

Domingo, 3 de noviembre de 2024
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comandamento-amoreDOMINGO 31º T.O. (B)

Marcos 12, 28-38

Corren malos tiempos para los mandamientos. Las grandes religiones llevan siglos intentando que los creyentes no robemos, no matemos, no mintamos, respetemos a nuestros padres, amemos con un corazón limpio… Y basta con abrir el periódico o ver la televisión para darnos cuenta de que tenemos muchos comportamientos terribles; que podemos llegar a comportarnos peor que los animales.

Jesús se encontró con un laberinto de mandamientos. Era imposible “caminar” entre más de 600 preceptos sin incumplir muchos de ellos. Era imposible no sentirse bajo el yugo de la ley, que prohibía cosechar en sábado, cuando los pobres pasaban ese día por delante de un campo en el que podían coger las espigas que habían caído al suelo y saciar el hambre. ¿O, cómo se sentirían las madres, tras el parto de una niña, teniendo que cumplir la estricta pureza ritual durante 80 días?

Los 10 mandamientos se habían ido diversificando en otros, más pequeños y concretos, hasta formar una trama. Unas personas se jactaban de ser cumplidoras, pero otras sabían que estaban condenadas de antemano, porque su situación social les impedía cumplirlos.

Jesús sabía que la ley era intocable. Y “la tocó” para devolverle el sentido. Sin duda, sabía que se jugaba la vida al hacerlo, pero nos quería libres ante los mandamientos, porque son caminos que dan vida, personal y social.

Ahora, la palabra “mandamiento” evoca normas y obligaciones impuestas. Se viven como imposiciones que vienen de fuera y para muchos jóvenes es un fastidio que coarta la libertad. Solución: saltárselos para gozar libremente. Y surgen los enfrentamientos entre pandillas, los robos con violencia, los abusos sexuales, las agresiones en el seno de la propia familia, etc.

Pero cada mandamiento, expresa un valor muy profundo: el valor de la vida humana, del respeto a la propiedad ajena, el valor de la verdad en lo que decimos y hacemos, o la transparencia en las relaciones humanas y sexuales, para que no haya ningún tipo de engaño, violencia o abuso.

Es curioso que a través de la publicidad recibamos un montón de mandatos para comprar determinados productos, hacernos arreglos estéticos, viajar, tener el último modelo de automóvil… Recibimos una larga lista de mandatos que, supuestamente, nos harán más felices y seremos envidiados por los demás. Deben dar resultado, a la vista del enriquecimiento de muchas marcas.

Y, sin embargo, los mandamientos fundamentales, los que dan sentido a la vida y permiten que una sociedad viva en paz y se respeten los derechos humanos, se arrinconan. Es importante recordar, este domingo y siempre, las palabras de san Agustín: “Ama y haz lo que quieras… Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa, sino amor, serán tus frutos”. Él entendió muy bien el evangelio de hoy: Amar a Dios y al prójimo nos da calidad de vida, evita guerras, procura el bienestar ajeno, nos ayuda a considerar al prójimo como una persona digna de ser amada; el amor “derrite” el miedo y nos desarma. ¿Cómo sería el mundo si viviéramos los dos mandamientos fundamentales?

Marifé Ramos González

Fuente Fe Adulta

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¿Amar a Dios sin ser teístas?

Domingo, 3 de noviembre de 2024
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IMG_8330Domingo XXXI del Tiempo Ordinario

03 noviembre 2024

Mc 12, 28b-34

Para una persona teísta, que lo concibe como un ser separado, por más que pueda experimentarse como una “presencia íntima”, amar a Dios no es tan diferente de lo que podría ser amar a cualquier persona. Se trataría de poner en él la atención y el corazón, en una actitud de docilidad y obediencia.

Lo que ocurre es que ese “dios separado” tiene mucho, si no todo, de constructo humano, de creación de la mente proyectiva que, imaginándolo, “personifica” en un supuesto ser el misterio de la Profundidad de todo lo que es y somos. Tal forma de verlo encaja perfectamente con un nivel de consciencia mítico y con un modelo mental de cognición. Es decir, siempre que se identifica el conocer con el pensar -dando por supuesto que solo existe el conocimiento mental-, es imposible referirse a aquella dimensión que nos trasciende sin objetivarla, es decir, sin convertirla en un objeto. De ese modo, aquello que no tiene límite se convierte, en la práctica, en algo limitado; y aquello que no puede tener nombre -por no ser un objeto-, se convierte en un concepto que, en el extremo, la mente cree llegar a poseer: en el proceso, «Dios» se ha convertido en un ídolo.

Ya en el propio teísmo, el mandato de amar a Dios por encima de todas las cosas entrañaba riesgos, como aquel de pensar en un dios celoso y un tanto narcisista, capaz de enojarse, castigar y condenar eternamente a quien no lo amara lo suficiente.

Superado el teísmo, ¿qué podría significar la expresión “amar a Dios”? Entendida literalmente, y teniendo en cuenta la carga histórica y cultural que arrastra, suena hueca y carente de sentido. Sin embargo, si se toma simbólicamente, tras soltar creencias, imágenes, ideas y conceptos sobre la divinidad, tal vez pueda evocar algo lleno de sentido.

Si el término “Dios” alude a “Eso que no tiene nombre” -ni puede tenerlo-, es decir, a nuestra propia dimensión de profundidad, donde nos descubrimos ser más que el cuerpo, la mente, el psiquismo, el yo…, venimos a descubrir que, si se entienden bien, “Dios” y “Amor” son términos absolutamente equivalentes y, por tanto, intercambiables.

Amar a Dios es comprender que el amor es el fundamento de todo, nuestra identidad más profunda. Y que en eso consiste la sabiduría y el acierto en la existencia: en vivirnos desde nuestra identidad, desde la coherencia y la armonía con lo que somos. Amar a Dios es comprender y vivir que todo es Uno -amor es certeza de no separación- y que, en nuestra dimensión profunda, somos igualmente Uno con todo lo que es.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Escucha “buena gente”: Ama y haz lo que quieras

Domingo, 3 de noviembre de 2024
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IMG_8397Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Escucha Israel: amarás.

Escuchar en la vida es una buena actitud. El ser humano es “Oyente de la Palabra” (K Rahner), de la Palabra de Dios, de la palabra de la conciencia, de lo mucho y bien que se ha dicho en la historia.

Sin embargo hoy hablamos mucho -demasiado- y escuchamos poco.

Decía R. Latourelle:

Vivimos en una especie de amnesia histórica demencial … en tres decenios hemos destruido una civilización. No sólo hemos roto con el pasado, sino que nos avergonzamos de nuestros orígenes y fundadores [1]

Dt 6, 2-9: Escucha Israel … Amarás …

Mc 12, 28-34: Amarás …

        La actitud más importante del comportamiento humano, de la ética y de la moral  cristiana es: amarás …

La moral del Antiguo Testamento -la moral farisaica de los tiempos de Jesús- había degenerado en infinidad de preceptos: exactamente en 613: que es una suma de 248: el número de los huesos humanos y 365, que es el número de días del año…

Toda la persona humana -simbolizada en los 248 huesos- y todo el tiempo de la vida -simbolizada en los 365 días- estaba regulada, legislada por 613 leyes. La moral se había degradado en infinidad de minucias legalistas, quizás como también degeneró la moral católica hasta los tiempos conciliares (Vaticano II): normas y leyes sin fin que estrangulaban la vida del cristiano …  Todo estaba -supuestamente- regulado.

Jesús se remonta al origen, a las mismas fuentes y sitúa la moral en escuchar a Dios, escucha Israel …  La moral no consiste en ser un perfecto fariseo, sino en ser un caminante que intenta seguir a Jesús como el ciego Bartimeo, como los discípulos, como Magdalena, tratan de seguir a Xto … La moral es el seguimiento del Señor, no el cumplimiento frío y escrupuloso de unas leyes…

02.- Es un seguimiento en el amor:

Amor que -fundamentalmente- es  estar o vivir abierto, o vivir en referencia o mirando a Dios y por tanto abierto a la bondad.

La moral cristiana, el comportamiento cristiano no es el simple cumplimiento de la ley.

El cumplimiento de lo establecido ya lo hicieron el hermano mayor de la parábola del padre de los dos hijos, lo hizo el joven rico, los fariseos cumplían con todas las normas y preceptos habidos y por haber. El fariseo -la actitud farisaica- se vanagloria porque no es como el publicano: el fariseo lo ha cumplido todo. El sacerdote y el levita pasan de largo del amor al herido, porque tenían que cumplir con la religión.

Jesús cura en sábado, toca la muerte, la lepra, todo lo cual estaba prohibido por la ley religiosa. Jesús come con publicanos y pecadores, pone como ejemplo de moralidad al buen samaritano que atiende al herido en la carretera, Jesús defiende a sus discípulos que cogen y comen espigas en sábado; Jesús defiende a los suyos aunque coman con las manos sucias…

La moral de Jesús no está en el mero cumplimiento del Derecho canónico, sino en el Evangelio. Jesús es libre y liberador.

San Pablo lo dirá tajantemente: La letra mata, el Espíritu da vida’ (2Co 3, 6).

Hoy -siempre- nos es necesario el amor para vivir y convivir … sobre todo en unas sociedades pluralistas como las nuestras: con tanta diversidad de pensamiento en el orden social, sindical, político, religioso tenemos que aprender a vivir en respeto y libertad, o lo que es lo mismo en amor …

El Señor nos invita a vivir en el amor: en el respeto, en la tolerancia, en el pluralismo, en la ayuda, y muchas veces  en el perdón. Sería importante -incluso desde el campo socio.político- abrir una vía al amor.

03.- La religión verticalista e individualista.

        Es frecuente vivir la religión de forma vertical e individual: a mí lo que me importa es estar a bien con Dios, que Dios me perdone, recibir a JesuCristo en la Eucaristía y que “al final” Dios me reciba en el cielo. Los demás no entran en mi vivencia religiosa.

La persona religiosa no necesita del prójimo ni piensa en él. Pasa de largo… Solamente le importa estar a bien con Dios, que él me premiará con el cielo, aunque los demás se condenen.

El cristianismo es horizontal y comunitario: amarás al prójimo. Amarás a Dios pero en tanto en cuanto amas al prójimo.

Si alguno dice que ama a Dios, pero odia a su hermano, es un mentiroso. Porque si no ama a su hermano, a quien puede ver, mucho menos va a amar a Dios, a quien no puede ver. Dios nos dio este mandamiento: el que ama a Dios, ame también a su hermano. (1Jn 4,20-21)

04.- El amor como cantus firmus del cristiano.

        El único gran principio moral cristiano es el amor. Escribía K Rahner que la tarea moral de Iglesia es recordarnos los grandes principios, es decir escuchar ese amor a Dios y al prójimo. Después, cada cristiano, desde esos principios, acogiendo el amor de Dios y en el seno eclesial sacará las concreciones cotidianas para su vida

        Una persona que ama a Dios y al prójimo, no está lejos del Reino de los cielos.

Que el amor de Cristo presida nuestras vidas.

Ama y haz lo que quieras

[1] R. Latourelle, Una llamada a la esperanza, Salamanca, Ed sígueme, 1997, 38.

Escucha y ama

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“Solo el amor a Dios y al prójimo permiten entrar en el reino de Dios”, por Consuelo Vélez

Domingo, 3 de noviembre de 2024
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De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del domingo XXXI del Tiempo Ordinario 3-11-2024

El amor al que se refiere Jesús, no es solo un sentimiento, sino que supone una decisión (corazón), una actitud en lo cotidiano de la vida (alma) y con todas las capacidades (fuerzas)

Algunos enfatizan demasiado en cumplir los mandamientos y Jesús contrasta esas actitudes, poniendo las normas al servicio de la vida. También se emplean demasiadas energías en el culto, descuidando el amor al prójimo en lo concreto de cada momento

Lo único realmente importante es el amor al prójimo que supone el amor a Dios, actitudes que Jesús dice nos permiten entrar al reino de Dios

Se acercó uno de los escribas que le había oído y le preguntó:
– ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?

Jesús le contestó:
+ El primero es: Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.

Le dijo el escriba:
– Muy bien, Maestro: tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo:
+
No estás lejos del Reino de Dios.

Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

(Mc 12, 28b-34)

Estamos más acostumbrados a ver a los escribas enfrentándose a Jesús o preguntándole con alguna doble intención, pero en este texto, la situación es diferente. El escriba ratifica lo que dice Jesús y Jesús afirma que no está lejos del reino de Dios. Por lo menos este pasaje nos permite ver que es posible coincidir en lo fundamental y vivir una mayor unidad en la experiencia de fe. Aunque conviene recordar que el mismo pasaje, contado por los otros evangelistas -Mateo y Lucas- si muestra al escriba que le pregunta con la intención de ponerlo a prueba.

Pero veamos el diálogo porque es muy interesante. El escriba le pregunta cuál es el primero de los mandamientos. Hemos de recordar que los escribas reconocían 613 mandamientos, de ahí que la pregunta, a la hora de la verdad, no es tan sencilla. Jesús responde señalando dos mandamientos que no están en los conocidos diez mandamientos. Se remite al texto del Deuteronomio 6, 4-5 donde se encuentra la conocida expresión: Shema (escucha) Israel amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y le añade “con toda tu mente”. En realidad, el amor al que se refiere Jesús no es solo un sentimiento, sino que supone una decisión (corazón), una actitud en lo cotidiano de la vida (alma) y con todas las capacidades (fuerzas).

Además, se refiere al segundo mandamiento de amar al prójimo. Para los judíos el prójimo es siempre otro judío. Sin embargo, la praxis de Jesús nos permite ver que Jesús extendía la connotación de prójimo a otros que no eran judíos: el samaritano caído en el camino, la cananea que le pide un milagro, y el mismo mandato que da de amar a los enemigos.

El escriba reconoce la validez de la respuesta que ha dado Jesús, especialmente porque este amor vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Jesús fue un crítico en su vida histórica de un culto vacío que no pone en primer lugar al prójimo y su respuesta así lo confirma. Pero en este caso también el escriba lo confirma. Por eso Jesús dirá de él que no está lejos del reino de Dios.

Sería muy importante que también para nosotros estos dos mandamientos marcaran nuestra praxis cristiana e iluminaran todas las decisiones ante las situaciones concretas de la vida. No faltan las corrientes que anteponen las leyes al amor a las personas, ni corrientes que anteponen el culto a la vida de las gentes. Se enfatiza demasiado en cumplir los mandamientos y Jesús contrasta esas actitudes, poniendo las normas al servicio de la vida. También se emplean demasiadas energías en el culto, descuidando el amor al prójimo en lo concreto de cada momento. Nos convendría mucho detenernos en pasajes tan claros como este, donde el amor es el verdadero sentido de la vida cristiana para no enredarnos o enfrascarnos en normas, preceptos y cultos que solo ponen cargas pesadas a las personas sin favorecer la vida y la liberación de toda dificultad. El amor al prójimo siempre será el testimonio creíble del Dios a quien decimos amar y el amor a Dios es imposible tenerlo sin concretarlo en el prójimo a quien podemos ver, como dice la primera carta de Juan. Solo estas actitudes harán que Jesús pueda decir de nosotros que no estamos lejos del reino de Dios. Y, definitivamente, allí es donde queremos estar.

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Sábado 02 de Noviembre de 2024. Fieles Difuntos

Sábado, 2 de noviembre de 2024
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PRIMERA LECTURA

Job 19,1.23-27a

Yo sé que está vivo mi Redentor

Respondió Job a sus amigos:

“¡Ojalá se escribieran mis palabras, ojalá se grabaran en cobre, con cincel de hierro y en plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que está vivo mi Redentor, y que al final se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán.”

***

Salmo responsorial: 24

A ti, Señor, levanto mi alma.

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R.

Ensancha mi corazón oprimido
y sácame de mis tribulaciones.
Mira mis trabajos y mis penas
y perdona todos mis pecados. R.

Guarda mi vida y líbrame,
no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
La inocencia y la rectitud me protegerán,
porque espero en ti. R.

***

SEGUNDA LECTURA

Filipenses 3,20-21

Transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso

Hermanos:

Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.

***

EVANGELIO

Marcos 15,33-39;16,1-6

Jesús, dando un fuerte grito, expiró

Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:

-“Eloí, Eloí, lamá sabaktaní“. (Que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”)

Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

-“Mira, está llamando a Elías.

Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:

-“Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.”

Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:

-“Realmente este hombre era Hijo de Dios.”

[Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:

“¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?

Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo:

-“No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron.”]

***

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***

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“En las manos de Dios”. 2 de noviembre de 2024. Conmemoración de los difuntos. Marcos 5, 33-39; 16,1-6

Sábado, 2 de noviembre de 2024
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jesus-abrazo-2Los hombres de hoy no sabemos qué hacer con la muerte. A veces, lo único que se nos ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles necesarios y volver de nuevo a nuestra vida cotidiana.

Pero tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante el esposo querido que nos dice su último adiós? ¿Que hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y amigas?

La muerte es una puerta que traspasa cada persona en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?

Los seguidores de Jesús no nos limitamos a asistir pasivamente al hecho de la muerte. Confiando en Cristo resucitado, lo acompañamos con amor y con nuestra plegaria en ese misterioso encuentro con Dios. En la liturgia cristiana por los difuntos no hay desolación, rebelión o desesperanza. En su centro solo una oración de confianza: “En tus manos, Padre de bondad, confiamos la vida de nuestro ser querido”

¿Qué sentido pueden tener hoy entre nosotros esos funerales en los que nos reunimos personas de diferente sensibilidad ante el misterio de la muerte? ¿Qué podemos hacer juntos: creyentes, menos creyentes, poco creyentes y también increyentes?

A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más frágiles y vulnerables; somos más incrédulos, pero también más inseguros. No nos resulta fácil creer, pero es difícil no creer. Vivimos llenos de dudas e incertidumbres, pero no sabemos encontrar una esperanza.

A veces, suelo invitar a quienes asisten a un funeral a hacer algo que todos podemos hacer, cada uno desde su pequeña fe. Decirle desde dentro a nuestro ser querido unas palabras que expresen nuestro amor a él y nuestra invocación humilde a Dios:

“Te seguimos queriendo, pero ya no sabemos cómo encontrarnos contigo ni qué hacer por ti. Nuestra fe es débil y no sabemos rezar bien. Pero te confiamos al amor de Dios, te dejamos en sus manos. Ese amor de Dios es hoy para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Disfruta de la vida plena. Dios te quiere como nosotros no te hemos sabido querer. Un día nos volveremos a ver“.

José Antonio Pagola

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“Transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso”. 2 de noviembre de 2024. Conmemoración todos los Difuntos

Sábado, 2 de noviembre de 2024
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CrossofLGBTQMartyrs800pxCruz “mártires gays

Leído en Koinonia:

Job 19,1.23-27a: Yo sé que está vivo mi Redentor.
Salmo responsorial: 24: A ti, Señor, levanto mi alma.
Filipenses 3,20-21: Transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso.
Marcos 15,33-39;16,1-6: Jesús, dando un fuerte grito, expiró

El tema de la «vida eterna» no es un tema tan claro e intocable como en el ámbito de la fe tradicional nos ha parecido. Buena parte de la reflexión teológica renovadora actual está pidiendo replantear nuestra tradicional visión al respecto, la que habíamos aceptado con ingenuidad cuando niños, y que mantenemos ahí como guardada en el frigorífico del subconsciente, y que no nos atrevemos a mirar de frente.

 A la luz de lo que hoy sabemos, no es fácil, en efecto, volver a profesar en plenitud de conciencia lo que tradicionalmente hemos creído: que somos un «compuesto de cuerpo y alma», que el alma la ha creado Dios directamente en el momento de nuestra concepción, y que como tal es inmortal; que la muerte consiste en la «separación de cuerpo y alma», y que en el momento de la muerte Dios nos hace un «juicio particular» en el que nos juzga y nos premia con el cielo o nos castiga con el infierno, con lo que ya sabemos tradicionalmente de estas dos imágenes. No resulta fácil hablar de estos temas, ni siquiera con nosotros mismos, en la soledad de nuestra conciencia frente a la esperada hermana muerte. Pero es conveniente hacerlo. La teología está asumiendo este desafío. Citamos sólo tres obras:

– Roger LENAERS, Otro cristianismo es posible, colección «Tiempo axial», Abya Yala (www.abyayala.org), Quito, Ecuador, 2007, con un capítulo expreso sobre el más allá, la vida eterna. El libro está puesto en internet y es muy recomendable como manual de texto para un grupo de formación que quiera actualizar su fe con valentía. Puede tomarse libremente, por capítulos (http://2006.atrio.org/?page_id=1616).

– También, John Shelby SPONG, Ethernal Life. A new vision, HarperCollins, 2010, 288 pp, publicado en español por la editorial Abya Yala de Quito, en su colección «Tiempo axial» (tiempoaxial.org).

– Hace ya unos 30 años Leonardo BOFF publicó su libro sobre escatología: «Hablemos de la otra vida» (Sal Terrae, que sigue reeditándolo actualmente; y está en la red, por cierto). Es una visión de los temas escatológicos desde una filosofía actualizada y desde una espiritualidad liberadora.

Los tres son muy recomendables, tanto para la lectura/estudio/oración personal, como para tomarlos como un manual de base para un cursillo de formación/actualización de nuestra fe en este ámbito de temas.

 • La fiesta de los fieles difuntos es continuación y complemento de la de ayer. Junto a todos los santos ya gloriosos, queremos celebrar la memoria de nuestros difuntos. Muchos de ellos formarán parte, sin duda, de ese «inmenso gentío» que celebrábamos ayer. Pero hoy no queremos rememorar su memoria en cuanto «santos» sino en cuanto difuntos.

Es un día para hacer presente ante el Señor y ante nuestro corazón la memoria de todos nuestros familiares y amigos o conocidos difuntos, que quizá durante la vida diaria no podemos estar recordando. El verso del poeta «¡Qué solos se quedan los muertos!», expresa también una simple limitación humana: no podemos vivir centrados exhaustivamente en un recuerdo, por más que seamos fieles a la memoria de nuestros seres queridos. Acabamos olvidando de alguna manera a nuestros difuntos, al menos en el curso de la vida ordinaria, para poder sobrevivir.

Por eso, este día es una ocasión propicia para cumplir con el deber de nuestro recuerdo agradecido. Es una obra de solidaridad el orar por los difuntos, es decir, de sentirnos en comunión con ellos, más allá de los límites del espacio, del tiempo y de la carne.

 • En algunos lugares, la celebración de este día puede ser buena ocasión para hacer una catequesis sobre el sentido de la «oración de petición respecto a los difuntos», para la que sugerimos esquemáticamente unos puntos:

-el juicio de Dios sobre cada uno de nosotros es sobre la base de nuestra responsabilidad personal, no en base a otras influencias (como si la eficacia de la oración de intercesión por los difuntos pudiera actuar ante Dios como “argolla, enchufe, recomendación, padrino, coima…”);

-Dios no necesita de nuestra oración para ser misericordioso con nuestros hermanos difuntos…; nuestra oración no añade nada al amor infinito de Dios, en cierto es innecesaria;

-no rezamos para cambiar a Dios, sino para cambiarnos a nosotros mismos;

-la «vida eterna» no es una prolongación de nuestra vida en este mundo; la «vida eterna», como todo el resto del lenguaje religioso, es una metáfora, que tiene contenido real, pero no un contenido “literal-descriptivo”. Leer más…

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¿Rezar por los difuntos? – (¡Mejor ocúpate de los vivos!)

Sábado, 2 de noviembre de 2024
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6301986548_3b2150603f_mDel blog de Jairo del Agua:

¿Podemos hacer algo por los difuntos? ¿Ellos pueden hacer algo por nosotros? He ahí otro tema de urgente profundización y purificación.

Deberíamos empezar por convencernos de que la muerte, para los cristianos, es una liberación, una meta, una pascua: el paso a la tierra prometida. NO un motivo de tristeza y, menos aún, de penitencia reparadora.

Puede que haya tristeza y llanto por la separación humana, por el dolor sensible, por la tragedia a veces. Pero todo eso debería estar arropado y consolado por la fe (segura confianza) en la felicidad eterna.

Los que mueren, mueren para vivir. No sabemos el camino que aún tendrán que recorrer, pero estamos ciertos de que pasaron definitivamente a la orilla de la Vida.

Por tanto, los signos y oraciones deberían ser de esperanza y alegría por la etapa superada (en la forma posible a cada cual), por el desembarco en los brazos del Padre. En los símbolos litúrgicos debería dominar el blanco y no el morado penitencial que ya no tiene sentido.
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Lo primero que podemos hacer por nosotros y por nuestros difuntos es “aceptar” su descanso en la paz. Ya entraron en la, para nosotros, inalcanzable eternidad. No puedes hacer nada más por ellos, como no puedes operarte de apendicitis por el que entró en el quirófano o como no puedes examinarte por tus hijos.

Esas “ánimas” por las que te preocupas tendrán que hacer, ellas solitas, su propia rehabilitación y su vuelta al Padre para poder ver su rostro. Nada puedes hacer y nada hay que temer porque están caminando bajo el impulso de la Misericordia infinita.

El único y universal remedio, lo que realmente puedes hacer “aquí y ahora” es: “Vencer el mal con abundancia de bien” (Rom 12,21) con el impulso y experiencia de los que partieron. Únicamente puedes ensanchar el bien que pugna por inundar tu vida. Te propongo estos tres avances bajo la sonrisa de tus difuntos:

1. Rectificar los malos funcionamientos que heredaste (parte del pecado original), muy sutiles a veces, porque suelen ser subconscientes y no nos hemos parado a concientizarlos.

2. Perdonar, perdonar de corazón las posibles heridas que te causaron, hasta que no quede ni rastro de resentimiento. No porque necesiten tu perdón, sino porque ese perdón es la medicina que necesitan tus heridas. Y recuerda: perdonar NO es apretar los dientes y olvidar el dolor de tus heridas. Perdonar es comprender. Comprendiendo tu propia fragilidad (conociéndote a ti mismo) entrarás en la comprensión de la limitación de los que te hirieron.

3. Seguir el buen ejemplo que te dejaron. Es la mejor forma de amar y honrar su memoria. Tiene sentido nombrarles en la santa Misa para sentirnos orando “CON ellos”, pero NO “POR ellos”, para seguir sintiendo su aliento y ejemplo de vida, para concientizar que pertenecen a tu misma Iglesia y siguen viviendo en ella.
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Amar es admirar y admirar nos lleva a imitar lo que admiramos. Si admiramos (amamos), es que esa persona nos atrae. Si nos atrae, es porque ya tenemos en nosotros algo de eso que admiramos.

La “presencia interior” de tus difuntos (más que su recuerdo cerebral) estimulará eso que pugna por crecer en ti. Esa sería la gran finalidad de honrar a los muertos. ¿Qué admiraste y qué sigues amando en tus difuntos? Si no hay amor, solo queda sensiblería u obligación mental o rutina externa. Nada de su “vida” te ha quedado, solo recuerdos muertos.

Si lo que te queda es amor, es un disparate hacer cambalaches con el Cura o con Dios. Tus difuntos no necesitan estipendios. Ya han desembarcado en las manos del Padre. Dedica tus dineros a los pobres vivos o a las necesidades de la Iglesia caminante. Los que ya pasaron no lo necesitan.

Lo que ellos desean -con toda seguridad- es que aproveches bien su buen ejemplo y rectifiques sus errores, que sigas tu camino y despliegues todos tus dones. ¡Eso será para ellos aire fresco! ¡Eso es lo urgente, realista y espiritualmente eficaz! Lo otro, los negocios espirituales y el “dios negociador”, son pura idolatría.
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Otra cosa es que necesites apoyar el dolor de la ausencia en la ternura del Padre. Hazlo sin reservas. Puede, incluso, que sea un consuelo para ti poner a tus difuntos en la mesa del altar y oír sus nombres. Puede que eso te recuerde su buen ejemplo. Hazlo si es positivo para ti, pero sin pagar contraprestación alguna.

No olvides que la Eucaristía (acción de gracias) es totalmente gratuita, es puro don del Señor, invitación a imitarle: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19).

No hay culpas que pagar, ni sacrificios purificadores, ni méritos que aplicar para sacar a los muertos del “fuego”.

Lo que intentamos vivir, bajo el signo de una “comida fraterna”, es la vivificante presencia y ejemplo del Señor: amor, unión, paz, alegría… y motivación mutua para caminar hacia los brazos del Padre. Y el ejemplo de los que le siguieron antes que nosotros (nuestros santos y difuntos) nos puede ayudar sobremanera.

¿Todavía crees en el “avaro ídolo” que se queda con tu hambre o tu dinero para “compensar” las culpas de tus muertos? ¿Acaso no descubriste al Dios de los cristianos, todo perdón, todo misericordia, todo atracción, todo gratuidad? Repítelo muchas veces en tu interior: ¡El Dios verdadero es infinita gratuidad! Solo tu cerrazón y alejamiento podrán privarte de su abundancia derramada.
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Procura saltar sobre las esperpénticas fórmulas canónicas: “óyenos”, “acuérdate…” o “recuerda…”. ¿Pero a qué “desmemoriado ídolo” rezamos? ¿Acaso has olvidado tú a tus difuntos? ¿Cómo puede haberlos olvidado su Padre? ¿No se sentiría ofendida una madre terrícola a la que suplicases: acuérdate de tu hijo fallecido? ¿Cómo podemos pronunciar esas necedades? “Guías ciegos…” (Mt 23,16).

Si alguien, desde fuera, observase nuestros rezos oficiales, tendría que concluir que oramos a un “dios con alzhéimer”, al que hay que repetir y repetir que no olvide.

No hemos leído la Escritura y NO creemos en el Dios verdadero que jamás olvida a sus hijos:

“Estoy a la puerta y llamo…” (Ap 3,20).

“¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (Is 49,15).

“En la palma de mis manos te llevo tatuado” (Is 49,16).

No sigo para no cansarte. Pero sigue tú leyendo, por ejemplo, “El Cantar de los Cantares”
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Me gusta imaginar a nuestros muertos eclosionando bajo la arena como tortuguitas marinas. Unos llegarán más crecidos y otros menos. Unos saldrán muy cerca del agua y otros muy lejos. Pero todos, absolutamente todos, tras la carrera de la última purificación por la arena, se sumergirán en la Inmensidad y encontrarán, por fin, su destino.

Unos lo habrán intuido y gozado ya en esta vida. Para otros será una sorpresa verse liberados de inconsciencias, errores, oscuridades y rebeldías. Se encontrarán con el Padre que negaron o ignoraron y empezarán a comprender… Tal vez todo eso requiera el esfuerzo que no hicieron en vida, la rehabilitación necesaria para ser capaces de “ver” lo que no quisieron o pudieron ver en esta tierra.

¿Cómo será esa rehabilitación? Eso pertenece al misterio y no se nos ha revelado. Lo que sabemos con certeza es que “Dios lo será todo en todos” (1Cor 15,28). Esa es nuestra fe, esa nuestra esperanza, esa la alegría de recordar a nuestros muertos. Por eso, cuando pongas a tus seres queridos sobre el altar, piensa que ya caminan o han llegado a la Luz, sin posible retorno.

Nada cambiará con tus rezos, ni el difunto, ni el Dios de la Misericordia que se derrama permanentemente sobre todos: sobre nosotros y sobre ellos.

Lo único que puede cambiar es tu corazón. Todavía estás en camino y puedes elegir. Todavía puedes cambiar e inundar tu vida de bien y paz, para desembarcar más cerca de la Felicidad cuando eclosiones en la ribera del Mar.

Tu cambio, tu elección del bien, repercute en la Iglesia universal. Eso te están gritando desde el otro lado -estoy seguro- los que te quieren. Tu propio progreso no te costará un céntimo, solo algún esfuerzo. Pero merece la pena, ya lo verás.

¡Y cómo alegrarás a los que te esperan!

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Viernes 01 de Noviembre de 2024. Todos los Santos

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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Leído en Koinonia:

58-TodoslossantosA

PRIMERA LECTURA

Apocalipsis 7,2-4.9-14

Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua

Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles: “No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios.” Oí también el número de los marcados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel.

Después esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: “¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!” Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo: “Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén.”

Y uno de los ancianos me dijo: “Ésos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?” Yo le respondí: “Señor mío, tú lo sabrás.” Él me respondió: “Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.”

***

Salmo responsorial: 23, 1-2. 3-4ab. 5-6

Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R.

Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R.

***

SEGUNDA LECTURA

1Juan 3,1-3

Veremos a Dios tal cual es

Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en él, se purifica a sí mismo, como él es puro.

***

EVANGELIO

Mateo 5,1-12a

Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:

“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”

***

Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy

1 de Noviembre de 1977
El Paisnal

Yo he querido venir con mucha devoción, con mucho cariño, a esta celebración que se está realizando en la Iglesia de El Paisnal. Fue una invitación, una invitación, una iniciativa, de las queridas religiosas oblatas al Sagrado Corazón que, en colaboración convalientes catequistas y asesoradas por la pastoral de la Arquidiócesis, están manteniendo esta llama de la fe, en este difícil ambiente de Aguilares, de El Paisnal y de todos los cantones.Mi presencia aquí, quiere ser entonces, un apoyo a esta pastoral, a esta hora heroica, de quienes no se avergüenzan de la Iglesia en estas horas de prueba, como acaba de decir al Apocalipsis, “la gran tribulación”.

PALABRA DE ÁNIMO

Quiero ser mi presencia de pastor, junto a las religiosas y a ustedes, queridos catequistas, casi como la presencia del Padre Grande aquí muerto entre dos campesinos: Manuel y Nelson Rutilio. Aunque el Padre Grande, don Manuel y Nelson ya terminaron su faena, y ahora se unen a esa turba de los santos en el cielo, para que nosotros contemplemos -pastor y fieles miremos a través de estas tumbas, no sólo el Día de Difuntos, que se celebrará mañana, sino a los santos del cielo, la gran muchedumbre venida de la gran tribulación por los caminos de las Bienaventuranzas, que se acaban de proclamar en el evangelio. Para decirles, también, no sólo a las hermanas y a los catequistas, sino a los fieles, sobre todo aquellos que se encuentran un poco acobardados, miedosos, huyendo: que no tengan miedo, que vale la pena seguir estos caminos que no terminan en una tumba sino que se abren al horizonte del cielo.

Y vengo, queridos hermanos, para decirles en este ambiente donde la persecución, el atropello, la grosería de unos hombres contra otros hombres ha marcado de sangre y de humillación, a decirles el lenguaje claro de la Iglesia. Que no se confunda este lenguaje, este mensaje de esperanza y de fe de la Iglesia, con el lenguaje subversivo, con el lenguaje político de la mala ley, de los que pelean por el poder, de los que disputan las riquezas de la tierra, de los que hablan de liberaciones únicamente a ras de tierra, olvidando las esperanzas del cielo, de los que han puesto sus ilusiones en sus haciendas, en sus haberes, en sus capitales, en su poder; para decirles a todos, hermanos, que el lenguaje de la Iglesia no hay que confundirlo con esas idolatrías; y que los idólatras y los que le sirven a los idólatras no tienen por qué temer este lenguaje nítido, limpio de corazón, claro que la Iglesia predica. Leer más…

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“Creer en el Cielo”. Todos los Santos” – B (Mateo 5,1-12).

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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IMG_1139En esta fiesta cristiana de «Todos los Santos», quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán.

Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús, intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón da la humanidad.

Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.

Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: Entra para siempre en el gozo de tu Señor.

No me resigno a que Dios sea para siempre un «Dios oculto», del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.

Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el Apocalipsis pone en boca de Dios: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.

José Antonio Pagola

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“Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. Viernes 01de noviembre de 2024. Todos los Santos

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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58-TodoslossantosALeído en Koinonía:

Apocalipsis 7,2-4.9-14: Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua.
Salmo responsorial: 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor. 1Juan 3,1-3Veremos a Dios tal cual es.
Mateo 5,1-12a: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Se celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que los «santos» en ella celebrados no se redujeran sólo a los del “mundo católico”, los santos de nuestro pequeño mundo, de la Iglesia Católica, sino a «todos los santos del mundo», a los santos de un mundo verdaderamente «cat–hólico» (etimológicamente, según el todo, referido al todo), o sea, «universal». ¿No queremos celebrar en este día a todos los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en «catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana, según esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI, de «inscribir» oficialmente a los santos particulares de nuestra Iglesia, en ese libro? ¿Será que quienes figuran oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia son «todos los santos»… o tal vez serán sólo una insignificante minoría entre todos ellos?

Es decir: pocas fiestas como ésta requieren ser «universalizadas» para hacer honor a su nombre: la festividad de «todos los santos». Por tanto, hay que hacer un esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que fueron santos a los ojos de Dios. Ello quiere decir, obviamente, que también incluye a los «santos no cristianos»… a los santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos sin pertenencia a ninguna religión, los «santos paganos» (Danielou tituló así un libro suyo), los santos anónimos (éstos deben ser verdadera legión), incluso los «santos ateos», a los que el pasaje de Mt 25,31ss pone en evidencia («cada vez que lo hicieron con alguno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron»).

Una fiesta, pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: sobre la santidad misma (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene…?), y sobre el «Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan -sin querer, desde luego- en «un Dios muy católico». Para algunos Dios sería incluso «católico, apostólico… y romano». O sea, «nuestro». O «un Dios como nosotros», de hecho. Pudiera ser que, también… un poco… hecho «a imagen y semejanza» nuestra.

La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona la imagen de Dios. Dios no puede ser sólo nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como nosotros e intervendría en la historia siempre según nuestras categorías y de acuerdo con nuestros intereses… Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el Dios de todos los santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta, 1,27). Dios es «católico» pero en el sentido original de la palabra. Está más allá de toda religión concreta. Está «con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro en casa de Cornelio (Hch 10).

Hoy nos parece todo esto tan natural, pero hace apenas 50 años que estamos pensando de esta manera -los años que hace que se celebró el Concilio Vaticano II-. En las vísperas de aquel Concilio, el famoso teólogo dominico Garrigou-Lagrange (avanzado, progresista, y por ello perseguido) escribía, con la mentalidad que era común en el ambiente católico: «Las virtudes morales cristianas son infusas y esencialmente distintas, por su objeto formal, de las más excelsas virtudes morales adquiridas que describen los más famosos filósofos… Hay una diferencia infinita entre la templanza aristotélica, regulada solamente por la recta razón, y la templanza cristiana, regulada por la fe divina y la prudencia sobrenatural» (Perfection chrétienne et contemplation, Paris 1923, p. 64). Danielou, por su parte, afirmaba: «Existe el heroísmo no cristiano, pero no existe una santidad no cristiana. No debemos confundir los valores. No hay santos fuera del cristianismo, pues la santidad es esencialmente un don de Dios, una participación en Su vida, mientras que el heroísmo pertenece al plano de las realidades humanas» (Le mystère du salut des nations, Seuil, Paris 1946, p. 75). Todas las grandes figuras de la humanidad, personajes como Sócrates o como Gandhi… sólo podrían considerarse héroes, no santos. No quedarían incluidos hoy en esta fiesta, según la visión católico-romana de aquellos tiempos preconciliares, porque «santos», sólo podrían serlo los buenos cristianos, ¡y católicos! Ésta es una de las tantas «rupturas» que realizó el Concilio Vaticano II.

La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, del Apocalipsis, aun estando redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda lengua, pueblo, raza y nación»… En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba a las religiones, porque se consideraba que cada pueblo-raza-nación tenía su propia religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los judeocristianos, sino a «todos los pueblos», lo que equivale a decir: a todas las religiones.

Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como es» (segunda lectura), tal como podremos verle más allá de los velos carnales del chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos-. Obviamente, esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce ‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado y multiplicadas por mil, es decir, totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo, raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo macroecuménico, o nos retrotraerían a un fantástico tribalismo religioso.

Las bienaventuranzas comparten esta misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», de una religión, no es «religiosamente tribal». No exige ningún ritual de ninguna religión. Sino el «rito» de la simple religión humana: la pobreza, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino… Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «católico»…

Si a propósito de la festividad de Todos los Santos se nos sugiere el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la santidad universal (y supra-religional, simple y profundamente humana); en y con las Bienaventuranzas como carta de navegación para nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida según el querer de Dios.

En la homilía, en la oración, en la conversación que tengamos sobre el tema, no dejemos de nombrar hoy a Gandhi, que tiene que ir de la mano con Francisco de Asís; a Martin Luther King acompañado por Mons. Oscar Arnulfo Romero –finalmente reconocido como «mártir» por Roma–; a la mística santa Teresa con el incomparable Ibn Arabí; al inefable Juan de la Cruz con el místico Nisagardatta («¡Yo soy Eso!»)… La manera de cambiar la vieja mentalidad «tribal», que también nos ha afectado en la concepción de la santidad, es practicar, conversar, manifestar la nueva mentalidad macroecuménica.

Dentro de la perspectiva cristiano-católica, para una aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos como la mejor referencia el capítulo V de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentium”, del Vaticano II, sobre el “Universal llamado a la santidad”. Antes del Concilio se solía pensar que había una especie de «profesionales de la santidad», que se dedicaban de un modo especializado a conseguirla, como los monjes y los religiosos/as, que se decía que vivían en el «estado de perfección»; a los demás, los laicos/as o seglares, como que se les consideraba de alguna manera dispensados de tener que tender a la santidad. Leer más…

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01.11 24. Todos los Santos: Todos en Cristo son santos (Tragóforo de Santa Priscila)

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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IMG_8388Del blog de Xabier Pikaza:

Según la tradición romana, Cristo ha redimido a todos los hombres, llevándolos sobre sus hombros del infierno al cielo, como muestra el Tragóforo  de la Catacumba de Santa Priscila, en la línea del “símbolo romano” o de los apóstoles.

Tragos es el “macho cabrío”, representado por mitos y fiestas, condenas desde la India al País Vasco. En Israel están los machos cabríos del Yom Kippur de los que hablé con el otro día en RD y FB, interpretando la guerra judía. En el Pais Vasco está el Akarra danzante de los aquelarres  (Akerra dantzan,astoa tamboliñe joten…). En Grecia está el Tragos de la tragedia, y pensamiento de occidente. En  Roma destaca el Cristo Tragóforo (portador de cabras, salvador universal ) de  la Catacumba de Priscilla.

Ésta es la mejor representación que conozco de la fiesta de Todos los Santos, representados por la cabra que Cristo lleva en hombros . Feliz fiesta a todos

Este Cristo Tragóforo

de un lóculo del Arenario, de la Catacumba de Priscila (Roma, siglo III dC) ofrece el testimonio más hondo de salvación universal que conozco: Cristo no salva a la oveja para condenar a las cabras   sino que acoge a ovejas y cabras, llevando a la “cabra” a cuestas, es decir, a toda la humanidad.

Cristo lleva en sus hombros a la “cabra perdida” (no a la oveja, cf. Lc 15, 4-7; cf. Mt 18, 12-14), esto es, a todos los seres humanos. Esta imagen transforma (en línea de salvación/religión universal) la sentencia de salvación/condena de Mt 25, 31-46.

Según esta imagen (que recoge la primera gran teología romana)  todos los hombres se salvan (=son vivificados en Cristo: 1 Cor 15, 22.28),  abriendo un camino de esperanza universal de cielo parala humanidad reconciliada. Esta imagen de tipo “gnóstico-ortodoxo” interpreta a la “cabra-caída” (perdida) como humanidad que Jesús ha tomado en sus hombros,  para resucitar con ella, como afirma la liturgia cristiana de Pascua, de forma que en vez de un Cristo con la cruz a cuestas tenemos a un Cristo de amor y perdón con la cabra a cuestas

Introducción

Este Tragóforo, que lleva en sus hombros y salva a la oveja/cabra perdida,en el centro del conjunto ornamental más importante del Arenario de Priscila, ofrece un testimonio clave para entender el cristianismo.

— no sacrifica al animal que lleva en sus hombros (como el moscóforo griego, que lleva a la oveja al templo para sacrificarla al dios de turno),

— no sacrifica ni expulsa y condena al chivo expiatorio ni emisario del judaísmo de Lev 16), — sino que vive (y muere) al servicio de la cabra-oveja,– abriendo así un espacio de salvación para todos, ovejas y cabras.

– Ese Tragóforo,  con su zurrón pastoril, tiene a su lado a las ovejas y  cabras de Mt 25, 31-46, todas buenas, a la derecha e izquierda: — Ovejas y cabras se inscriben en el círculo sagrado de la Vida (paraíso), con los árboles crecidos de mostaza (Reino de Dios), donde anidan las aves del cielo (Espíritu Santo),en signo de salvación universal.

Nunca, que yo sepa, había presentado la iconografía  una imagen más honda de salvación universal, una experiencia y tarea de liberación dirigida a todos; una tarea que deben   asumir  y realizar  todos los cristianos. Por eso, los seguidores de Jesús   han de ser igualmente “tragóforos”, portadores de la cabra, creando un espacio en el que puedan convivir (transformadas) ovejas y cabras, haciendo que este mundo sea un paraíso, es decir, un camino de transformación salvadora universal…

Éste es un signo cristiano, pero puede y debe presentarse, al mismo tiempo, como signo religioso universal (pues no tiene nada confesionalmente cristiano en sentido exclusivista, como mostré en mi tesis sobre los Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños. Mt 25, 31-46 (Sígueme, Salamanca 1985). 1. Jesús moskóforo y crióforo

Esta imagen del Cristo tragóforo  es una imitación y transformación del moskóforo griego que acude al templo de Atenea o de otro dios, llevando en sus hombros el novillo para el sacrificio (moskos). Ese signo se ha universalizado en la forma de crióforo, portador de una oveja (o de una cabra) para el mismo sacrificio.

Así aparece desde tiempo muy antiguo, en Mesopotamia y en otras culturas de oriente, para desembocar en Grecia y Roma: Un devoto del Dios lleva en sus hombres una oveja, para ofrecerla en sacrificio. El  animal (novillo, oveja)  tiene que morir, para que los beneficios de Dios (de la Vida) se concedan en el templo al oferente.

Parece un animal feliz, pero le llevan al matadero religioso, para derramar y ofrecer su sangre al Dios, para que los devotos coman de su carne y así reciban su fuerza. Esa una imagen del devoto que lleva en hombros a la víctima para el sacrificio se encuentra en el fondo de muchas representaciones antiguas, donde el animal recibe un carácter sagrado, para ser sacrificado. Es una imagen piadosa, pero de piedad sacrificial y de violencia.

Pues bien, en contra de la visión pagana, el Cristo de las catacumbas no lleva novillo o al cordero para la muerte, sino todo lo contrario: Paro salvarlo de la muerte, para introducirlo en la gloria de Dios, es decir, en la Vida.

2. Cristo Orfeo

Del chivo emisario/expiatorio de la guerra judía (Lev 16) hablé el otro. Del aquelarre vasco o pirineo de Goya hablaré quizá otro. Aquí puedo aludir al chivo sacrificial de  griegos o romanos, hasta la actualidad

 En contra de lo que he dicho (matar animales para Dios) en la religiosidad del helenismo tardío, y de un modo especial a partir de los bucólicos (como Teócrito), el oferente no lleva al animal para matarlo en sacrificio, sino para salvarlo. Estamos ante el signo del hombre que ayuda a los animales (recordemos el motivo de Orfeo que toca la lira reuniendo en torno a sí a todos los animales).

En nuestro caso cristiano, el Cristo tragóforo de Santa Priscia aparece   como Buen Orfeo, que no utiliza a los animales, no los mata para Dios (para sí mismo), sino que les libera de su mala animalidad, para integrarlos en la armonía cósmica de la Vida. Éste es el Cristo pastor bueno (de Jn 10) que da la vida por sus ovejas, que las lleva consigo, en sus hombros, a los pastos buenos, conforme al poderoso salmo del buen pastor (Sal 23 o 22).

3. Ni moskóforo, ni crióforo:

Jesús Tragóforo (bucóforo)lleva en sus hombros al macho cabrío La novedad de la Catacumba de Santa Priscila está en que Jesús, buen Pastor, vestido de patricio romano, no lleva en sus hombres un novillo (no es moscóforo), ni una oveja (no es crióforo), sino una cabra o, quizá mejor, un macho cabrío, de manera que podemos llamarle “bucóforo” o, quizá mejor, “tragóforo”, conforme a la imagen poderosa de Lev 16.

Lev 16 ha popularizado en el judaísmo y en la cultura moderna la imagen universal de los dos “chivos”. Uno es el “chivo expiatorio” al que el “buen” sacerdote debe matar, para limpiar con su sangre los pecados de todos los hombres y mujeres del pueblo. El otro es el “chivo emisario”, sobre cuya cabeza ha de cargar el sacerdote todos los pecados del pueblo, mandándolo al desierto de Azazel, en las “tinieblas exteriores”, condenándolo de así al exilio y a la muerte.

Pues bien, este Jesús de Santa Priscila no ha venido a matar a un chivo, ni a expulsar al otro, sino a cargar con todos los chivos (bucos, machos cabríos) del mundo, llevándolos en sus hombros, para salvarlos, porque su Dios es Dios de salvación, de transformación universal, de vida.

 Parábola del Buen Pastor (Lc 15, 4-7; cf. Jn 10)

Desde ese fondo se entiende la parábola del Buen Pastor de Lc 15, 4-7 (que aparece también en Mt 18, 12-14, desarrollada por Jn 10). Ésta es una primera “lectura” de la imagen de la Catacumba de Santa Priscila. El mismo Jesús, Noble Romano (de la buena Roma), representante de Dios, ha venido a mundo para tomar en sus hombros y salvar a la oveja perdida. Pero la imagen dice más. Este Jesús tragóforo no ha tomado y puesto en su  espalda  a una oveja cualquiera (un cordero), sino que ha venido a buscar a la “cabra perdida”, identificándose de algún modo con ella. Ésta es la imagen suprema del “Dios que desciende” (o sube), introduciéndose en el centro de una realidad (humanidad) que corre el riesgo de perderse, no simplemente por ignorancia, sino incluso por maldad.

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Ocho puertas para entrar en el Reino de Dios. Fiesta de todos los Santos

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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US Kellie Wells (C), Jamaica's Shermaine Williams (R) and Colombia's Lina Florez compete in the women's 100m hurdles heats at the athletics event of the London 2012 Olympic Games on August 6, 2012 in London. AFP PHOTO / GABRIEL BOUYS Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

En la Fiesta de Todos los Santos, la lectura del evangelio recoge las bienaventuranzas. Es una forma de indicarnos el camino que llevó a tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia a la santidad. Resulta imposible comentar cada una de ellas en poco espacio. Me limito a indicar algunos detalles fundamentales para entenderlas.

Las bienaventuranzas no son una carrera de obstáculos

Muchos cristianos conciben las bienaventuranzas como una carrera de obstáculos, hasta que conseguimos llegar a la meta del Reino de Dios. Y la carrera se hace difícil, tropezamos continuamente, nos sentimos tentados a abandonar cuando vemos tantas vallas derribadas. «No soy pobre material ni espiritualmente; no soy sufrido, soy violento; no soy misericordioso; no trabajo por la paz… No hace falta que un juez me descalifique, me descalifico yo mismo.» Las bienaventuranzas se convierten en lo que no son: un código de conducta.

Las bienaventuranzas son ocho puertas para entrar en el Reino de Dios

El arquitecto de la basílica de las bienaventuranzas la concibió con ocho grandes ventanas que permiten ver el hermoso paisaje del lago de Galilea. Prefiero concebir las bienaventuranzas no como ocho ventanas, sino como ocho puertas que permiten entrar al palacio del Reino de Dios. Para entenderlas rectamente hay que advertir donde las sitúa Mateo: al comienzo del primer gran discurso de Jesús, el Sermón del Monte, en el que expone su programa e indica la actitud que debe distinguir a un cristiano de un escriba, de un fariseo y de un pagano.

            A diferencia de los políticos, capaces de mentir con tal de ganarse a los votantes, Jesús dice claramente desde el principio que su programa no va a agradar a todos. Los interesados en seguirlo, en formar parte de la comunidad cristiana (eso significa aquí el «Reino de los cielos»), son las personas que menos podríamos imaginar: las que se sienten pobres ante Dios, como el publicano de la parábola; los partidarios de la no violencia en medio de un mundo violento, capaces de morir perdonando al que los crucifica; los que lloran por cualquier tipo de desgracia propia o ajena; los que tienen hambre y sed de cumplir la voluntad de Dios, como Jesús, que decía que su alimento era cumplir la voluntad del Padre; los misericordiosos, los que se compadecen ante el sufrimiento ajeno, en vez de cerrar sus entrañas al que sufre; los limpios de corazón, que no se dejan manchar con los ídolos de la riqueza, el poder, el prestigio, la ambición; los que trabajan por la paz; los perseguidos por querer ser fieles a Dios.

            Pero las bienaventuranzas son ocho puertas distintas, no hay que entrar por todas ellas. Cada cual puede elegir la que mejor le vaya con su forma de ser y sus circunstancias.

bienaventuranzas basílica

Evitar dos errores

            En conclusión, las bienaventuranzas no dicen: «Sufre, para poder entrar en el Reino de Dios». Lo que dicen es: «Si sufres, no pienses que tu sufrimiento es absurdo; te permite entender el evangelio y seguir a Jesús».

            No dicen: «Procura que te desposean de tus bienes para actuar de forma no violenta». Dicen: «Si respondes a la violencia con la no violencia, no pienses que eres estúpido, considérate dichoso porque actúas igual que Jesús».

            No dicen: «Procura que te persigan por ser fiel a Dios». Dicen: «Si te persiguen por ser fiel a Dios, dichoso tú, porque estás dentro del Reino de Dios».

            Pero, al tratarse de los valores que estima Jesús, las bienaventuranzas se convierten también en un modelo de vida que debemos esforzarnos por imitar. Después de lo que dice Jesús, no podemos permanecer indiferentes ante actitudes como la de prestar ayuda, no violencia, trabajo por la paz, lucha por la justicia, etc. El cristiano debe fomentar esa conducta. Y el resto del Sermón del Monte le enseñará a hacerlo en distintas circunstancias.

Las puertas y el palacio

            Finalmente, no olvidemos que estas ocho puertas nos permiten entrar en el palacio y sentarnos en el auditorio en el que Jesús expondrá su programa a propósito de la interpretación de la ley religiosa, de las obras de piedad, del dinero y la providencia, de la actitud con el prójimo… Este gran discurso es lo que llamamos el Sermón del Monte. Limitarse a las bienaventuranzas es como comprar la entrada del cine y quedarse en la calle.

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