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Pasando al Sí

Lunes, 26 de agosto de 2024
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IMG_5372La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Laurel Potter (ella/ellos), que enseña teología en la Universidad de St. Thomas en St. Paul, Minnesota. Laurel investiga y rinde culto en colaboración con comunidades eclesiales marginales en El Salvador, donde vivió y trabajó durante varios años.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Las lecturas del evangelio de los últimos domingos nos han llevado a través del capítulo 6 del evangelio de Juan, un texto filosófico desafiante conocido como el discurso del “pan de vida”.

El capítulo comienza con la historia de Jesús alimentando a los cinco mil (¡desde dos peces y cinco panes de cebada hasta doce cestas de sobras!) y continúa a través de una reflexión sobre el alimento espiritual, la carne y el espíritu, y la tarea de creer. La comunidad de Juan entendió la historia de la alimentación de los cinco mil como un momento importante de la institución eucarística, y utilizaron algunos versículos de este capítulo en su propia conmemoración ritual de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Es un texto que expone lo que está en juego en el compromiso con el camino marcado por Jesús el Cristo.

En el pasaje de hoy, algunos discípulos no están dispuestos a orar por las promesas de Jesús. Después de escucharlo, “muchos de sus discípulos volvieron a su forma de vida anterior y ya no lo acompañaban”. Es una decisión consciente, un rechazo informado del camino de Jesús. Este momento me recuerda al teólogo alemán del siglo XX Karl Rahner, quien dice que pasamos la vida respondiendo “” o “no” a Dios. Rahner enfatiza que es realmente posible decir no. El libre albedrío humano incluye la posibilidad de negar a Dios (y al hacerlo, diría Rahner, negar la verdad de nosotros mismos).

Después de que algunos discípulos se van porque vieron la promesa divina de vida abundante para la amada creación y la encuentran demasiado extraña para aceptarla o demasiado difícil de creer, Jesús se dirige a los que se quedan y les pregunta: ¿Y qué, a todos ustedes también? ¿Me vas a dejar?

Y ellos, en particular, no intentan decirle a Jesús que su mensaje es simple, fácil o directo. No pretenden comprender, ni saber lo que puede suceder, ni fingir estar preparados. Todo lo que pueden decir es: ¿adónde más podríamos ir?

Para la mayoría de las personas, especialmente las personas LGBTQ+, vivir de acuerdo con nuestras esperanzas invisibles no es fácil. Convertirnos en nosotros mismos, tener el coraje de cambiar de opinión, aceptar nuevas realidades, confiar en los futuros prometidos, va en contra de todos nuestros deseos de seguridad, de lo conocido. Y, sin embargo, contradictoriamente, como Jesús intenta explicar a lo largo de Juan 6, nada más que el camino aterrador e inseguro nos llevará hacia ese fin. Esto es difícil de aceptar. Cuando Pedro responde a la pregunta de Jesús con una pregunta: “¿a quién iremos?”, no está listo para decir que conoce y consiente en cada paso del viaje que está por venir. Sólo puede reconocer que no hay otro camino para él, y esta respuesta es suficiente.

IMG_7033Esta sensación de que no hay nada que hacer excepto lo que se hace me recuerda un poema favorita de la poeta lesbiana Mary Oliver (*) titulado “El viaje”. Si tuviera que añadir una cuarta lectura al leccionario de hoy, sería esta.

Es un poema que ha acompañado gran parte de mi proceso de salida del armario y al que todavía recurro cuando la vida exige lo que parece imposible. Este poema es para momentos en los que no podemos trazar totalmente cómo se desarrollará la fidelidad a lo que nos han dado, muy parecido a cómo imagino que se sintieron los discípulos cuando Jesús los puso en aprietos, muy parecido a cómo debe haberse sentido la comunidad de Juan en medio del peligro y la incertidumbre de el período paleocristiano. Como mínimo, así es como me he sentido en diferentes encrucijadas de “” y “no” en mi propia vida.

Lo ofreceré aquí, a medida que avanzamos hacia otra semana, enfrentando las opciones, incertidumbres, desafíos o posibilidades que nos esperan.

***

M Journey 
El viaje

Un día finalmente supiste
lo que tenías que hacer, y comenzaste,
aunque las voces a tu alrededor
continuaban gritando
su mal consejo –
aunque la casa entera
comenzó a temblar
y sentiste el viejo tirón
en tus tobillos.
¡Arregla mi vida!
lloró cada voz.
Pero tú no te detuviste.
Supiste lo que tenías que hacer
aunque el viento acechó
con sus dedos severos
los mismos cimientos–
aunque su melancolía
fue terrible.
Ya era suficientemente tarde
una noche salvaje,
el camino repleto de ramas
y de piedras caídas.
Pero poco a poco,
según fuiste dejando atrás sus voces,
las estrellas comenzaron a arder,
a través de sábanas de nubes
y hubo una nueva voz
que lentamente
reconociste como la tuya,
que te hizo compañía
mientras tú avanzabas
más y más profundo
en el mundo,
determinada a hacer
la única cosa que podías hacer–
determinada a salvar
la única vida que podías salvar.

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—Laurel Potter (ella/ellos), 10 de junio de 2024

Fuente New Ways Ministry

***

(*) Mary Oliver nació en 1935 en Ohio, murió en su casa en Florida, Estados Unidos, en 2019. Obtuvo varios premios, entre ellos, el Pulitzer en 1984 por su libro American Primitive. Este poema pertenece a su libro Dream Work  (1986) y la traducción es de la poeta española Sara Torres.

Sobre Mary Oliver en español en: https://lausinamistica.wordpress.com/2013/02/04/
la-poeta-del-asombro/

Imagen: Rachel Giese en: http://www.poetryfoundation.org/bio/mary-oliver

***

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“A propósito del Evangelio de Juan 17,26: el “nombre” de Yahvé. Según algunos, no era éste el Dios de Jesús”, por Antonio Piñero

Sábado, 1 de abril de 2023
Comentarios desactivados en “A propósito del Evangelio de Juan 17,26: el “nombre” de Yahvé. Según algunos, no era éste el Dios de Jesús”, por Antonio Piñero

5F78727D-8556-4A97-ABC4-E344DC5B8FD6Leído en su blog:

Así tal cual.  Consecuentemente, según algunos, Jesús no era judío, pues tenía otro Dios

Escribe Antonio Piñero

He aquí el texto de Evangelio de Juan 17,26 sobre el que dialogaremos:

“Yo les di a conocer tu Nombre y se lo daré a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos”.

En las preguntas que me dirigen de vez en cuando hay quien argumenta que “Jesús dice que les está dando a conocer el Nombre es decir, que antes no sabían ese nombre y qué es Jesús el que les está COMUNICANDO ese nombre, es decir, que antes, no lo conocían, pero ahora se lo está dando a conocer Jesús, de modo que debe ser un Dios que no conocen puesto que es Jesús el que les está dando a conocer ese nombre”.

Con otras palabras, que creo más claras: el lector moderno del Evangelio de Juan está afirmando que el Jesús histórico al enseñar cuál es el “nombre” de Dios –que no conocían– está indicando a sus discípulos que su Dios (el Dios de Jesús) les era desconocido. Por tanto, los discípulos, judíos, no conocían al Dios de Jesús porque ese Dios de su maestro no era Yahvé, sino otro. Un Dios desconocido. Luego el Dios de Jesús no era Yahvé. Y por tanto Jesús no era judío; o , al menos, un verdadero judío.

Por consiguiente, si yo como mero historiador del judaísmo y judeocristianismo del siglo I argumento que Jesús no introduce un Dios diferente al del Antiguo Testamento, sino el mismo de todos los israelitas, a saber, Yahvé, estoy haciendo una afirmación que “no se sostiene”.

Frente a esta idea sostengo que defender que Jesús no era judío y que predicaba un Dios distinto al de Israel es un imposible histórico. Y es una pena tener que emplear tiempo en demostrar lo que parece evidente y básico en toda investigación sobre Jesús, a saber que él era un judío integral y que jamás se salió de su propia religión.

En primer lugar, aunque sea muy conocido hay que repetir (con Geza Vermes, “La religión de Jesús el judío” (Anaya, Madrid, 1996) que

  1. Jesús aparece en los escritos evangélicos como un judío practicante. Jesús se atiene sin discutirlas a las principales prácticas religiosas de su nación. Así, Jesús frecuentaba habitualmente los centros de culto y de enseñanza del judaísmo de su entorno. Jesús predica continuamente en las sinagogas, y respeta y visita al Templo en las fiestas anuales. La purificación del Santuario narrada en Mc 11 y paralelos, es interpretada por muchos intérpretes como una imagen de que Jesús abolió el culto del Templo. La verdadera interpretación de este paso es, en mi opinión, justamente la contraria: Jesús se preocupó de purificar el Templo, precisamente no porque quisiera quitarle su valor –esto no tiene sentido–, sino porque estimaba que era uno de los lugares preferentes de encuentro con Dios. El Reino futuro que él predicaba tendría en su centro un nuevo Templo sin ninguno de los defectos del presente. Jesús no abolió, ni puso en solfa el culto en sí, sino los abusos que se le habían unido con el tiempo y que podían corregirse.
  1. No hay prueba histórica ninguna de que Jesús quebrantara la Ley mosaica, sino todos lo contrario. Jesús se adhirió tanto a la ley cultual como a la ley moral, y afirmó con rotundidad la validez salvífica de la Ley en su conjunto. La llamada fuente “Q“, muy antigua, que conserva dichos auténticos de Jesús, transmite que éste afirmó: “Más fácil es que pasen el cielo y la tierra que caiga un sólo ápice de la Ley”, es decir antes se destruirá el mundo que deje de cumplirse el precepto más mínimo de la Ley. Jesús es aquí un defensor a ultranza de la Ley de Moisés como el más puro de los fariseos.
  1. Si Jesús hubiera quebrantado la ley de Moisés y hubiera dicho no se explicaría en absoluto cómo los primeros cristianos seguían observando cuidadosamente la Ley, los modernos autores judíos que estudian la figura del Nazareno y que conocen mejor que nadie el fariseísmo de la época y el rabinato posterior de la Misná y del Talmud afirman con toda nitidez que no hay ni un sólo caso en el evangelio en el que Jesús aparezca quebrantando la Ley. Tomemos los ejemplos más importantes y discutidos. Las curaciones en sábado no eran ningún trabajo en la época, luego Jesús no quebrantaba nada curando. Los observadores hostiles descritos por los evangelios consideran inquietante el comportamiento de Jesús, pero nunca lo tachan de ilícito. Lo único que hace Jesús es algo típicamente rabínico: escoger entre dos mandamientos en conflicto: la necesidad de salvar la vida y la obligación de guardar el sábado. Otros rabinos hicieron y enseñaron lo mismo. Una cierta flexibilidad de Jesús frente a una interpretación estricta de algunos contemporáneos del descanso sabático debe enfocarse desde el punto de vista del piadoso rabino carismático, del sanador y exorcista, para quien la curación de los enfermos, como manifestación del reino de Dios que viene, está por encima del mero cumplimiento, puntilloso según el parecer de otros, del descanso sabático.
  1. Jesús tampoco infringió las normas alimentarias. Es verdad que comía con pecadores, pero nunca aparece acusado de ingerir alimentos impuros o prohibidos. La afirmación de Mc 7 de que Jesús “declaró puras todas las cosas” es un clarísimo comentario suyo, personal, que no corresponde a palabra ninguna de Jesús La máxima del nazareno, “lo que sale de la boca es lo que hace verdaderamente impuro al hombre”, era una doctrina farisea que Jesús defiende. Lo único que pretende Jesús es profundizar en el espíritu auténtico de la Ley, no abolirla. Este punto de vista se clarifica con la cuestión del divorcio. Mientras la escuela de Hillel permitía al varón el libelo de repudio por cualquier causa, Jesús adopta la postura más rigorista de la escuela de Shammay: al marido sólo se le permite el divorcio si la mujer es adúltera, y la justifica con una interpretación más exigente de Gn 1,27, como palabra de Dios.

Las famosas y supuestas antítesis, que debelan el valor de la Ley (“Se ha dicho, pero yo os digo…”) como si fueran un manifiesto antinomista, van justamente en el mismo sentido: ahondar en el espíritu auténtico de la Torá, profundizar en el espíritu de la Ley: el hombre debe no sólo no matar, sino quitar la raíz del posible asesinato, el odio y la discordia; no sólo no adulterar, sino eliminar la raíz del adulterio, el mal deseo; no sólo no jurar, sino hablar tan transparentemente que sea innecesario el juramento, etc. ¿Quién en su sano juicio puede inferir de esta doctrina que Jesús no afirmaba la validez de la Ley? ¡Justamente todo lo contrario!

  1. Los resúmenes de la Ley que hace Jesús (la llamada regla de oro “Compórtate con los demás como querrías que ellos hicieran contigo”) o “Amor a Dios y al prójimo como resumen de la Ley y los profetas son exactamente las mismas que los de la mejor tradición de los maestros más venerados de entre los rabinos. Puede decirse que la actitud de Jesús respecto a la Ley de Moisés es “un interés omnipresente por el objetivo último de la Ley que él considera, primaria, esencial y positivamente, no como una realidad jurídica, sino como una realidad ético-religiosa que revela lo que él consideraba la conducta justa y ordenada por Dios respecto a los hombres y los deberes para con el mismo Dios.
  1. El reino de Dios que Jesús predicaba es exactamente el mismo que habían proclamado los profetas. Él nunca necesitó explicar qué era exactamente el Reino de Dios, porque todos sus oyentes lo sabían, por su continua lectura en la sinagoga de la Biblia. Y la proclamación del Reino de Dios es la característica esencial de Jesús que lo define como un hombre en la línea total del pensamiento profético de la Biblia hebrea.
  1. Jesús se muestra como piadoso judío al utilizar los libros sagrados como instrumento y medio de su predicación. En la predicación del Nazareno encontramos prácticamente todas las formas didácticas a base de la Escritura que practicaba el judaísmo antiguo.

Para todo aquel que desee mirar con ojos críticos por un lado, y sin ningún tipo de prejuicios por otro, se debe confesar como conclusión de lo expuesto que si los evangelistas pretendieron presentar a un Jesús que rompía con el judaísmo, hicieron muy mal su trabajo, pues en los evangelios quedan mil restos que prueban hasta la saciedad que la religión de Jesús no se diferencia en nada de la de un rabino carismático, piadoso y apocalíptico del Israel del s. I de nuestra era. La religión de Jesús es total y auténticamente judía y sus raíces se hallan en una fe que mueve montañas y en una decidida y muy judía “imitación de Dios. La esencia de la religión de Jesús, el judío es resumida a sí por G. Vermes: “Poderoso sanador de los física y mentalmente enfermos, amigo de pecadores, Jesús fue un predicador magnético de lo que constituye el corazón de la ley de Moisés, incondicionalmente entregado a predicar la llegada del Reino de Dios y a preparar para ello no a comunidades, sino a personas desvalidas. Siempre tuvo conciencia de la inminencia del final de los tiempos y de la intervención inmediata de Dios en un momento sólo conocido por Él, el Padre que está en los cielos, que ha de revelarse pronto, el sobrecogedor y justo juez, Señor de todos los mundos.”

Por otro lado, los que sostienen esa extraña idea de que el Dios de Jesús no era el judío y que su religión no era judía no entienden a fondo el Evangelio de Juan. El nombre que Jesús, el revelador celestial –que desgraciadamente para los creyentes no es el Jesús histórico, sino el Jesús “fabricado” por los autores de este evangelio místico, no histórico– es la esencia  (“nombre” como esencia de la persona en hebreo) íntima del Dios que naturalmente, según el grupo johánico que compuso el cuarto  evangelio, ningún israelita conoce a fondo (su esencia, repito) hasta que ha llegado Jesús que era el revelador definitivo de cómo era Yahvé en verdad. La gente lo conocía superficialmente; el grupo del Cuarto Evangelio afirma que Jesús el revelador de ese Dios enseña cómo es ese Dios. Definitivamente según el Cuarto Evangelio: Antes de Jesús todos los israelitas conocían el “nombre” de Yahvé, pero imperfectamente; sólo Jesús revela su esencia íntima.

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Si se lee el comentario de Gonzalo Fontana en “Los Libros del Nuevo Testamento” de Trotta del contexto (pp. 1398-1399),  se verá que esta cuestión no aparece ni por lo más remoto en el comentario.

17,25  Solo se comenta “Padre justo”, donde se afirma que “justo” es un adjetivo que solo se aplica ad y no a los hombres. Nada se dice de dar a conocer el Nombre porque es algo que se da por supuesto.

Gonzalo Fontana explica lo del nombre de Dios a propósito de Jn 4,26, el diálogo con la mujer samaritana. Esta dice:

“Sé que viene el Mesías, el llamado «Ungido»; cuando él llegue nos lo explicará todo.  Jesús le contestó: Yo soy, el que está hablando contigo”.

Comentario:

Yo soy: primera declaración explícita de la mesianidad divina de Jesús. Es el primero de los siete «yo soy» del Evangelio, paralelos a los siete signos-milagros, número de la perfección divina. Jesús se identifica con la fórmula «yo soy», sobre todo en sus usos absolutos, es decir, a los que no se añade nada (8,24; 8,28; 8,58; 13,19): «Y dijo Dios a Moisés: Yo soy el que yo soy [egó eimí hó ón]. Así dirás a los hijos de Israel: Yo Soy [hó ón] me envió a vosotros, el Dios de vuestros padres… Este es mi nombre para siempre, este mi memorial por todos los siglos»: (Éxodo 3,14-15). Jesús revela con sus obras actos la obra del Padre; de ahí que él, Jesús, lo haya revelado en su plenitud, en su sacratísimo nombre = su  esencia.

Como se puede observar, para el autor del comentario la deducción de que los discípulos “no conocían el nombre” y Jesús lo revela nada tiene que ver con que el Dios de Jesús no fuera Yahvé, el Dios común de todos los israelitas, sino que Jesús les revela mejor que nadie cómo es ese Dios. Les revela su nombre = su  esencia. De Yahvé, naturalmente, de cuyo nombre se habla, pero no se pronuncia, por respeto. No por ignorancia.

Saludos cordiales de Antonio Piñero

https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/9788413640242/

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“La liberación milagrosa”, por Carlos Osma

Miércoles, 3 de junio de 2020
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floating-1854203_1280 (1)De su blog Homoprotestantes:

Según el Evangelio de Juan la tercera y última aparición de Jesús después de su resurrección tuvo lugar mientras siete de sus discípulos estaban pescando. Bueno, más bien intentando pescar, porque el discípulo amado que estaba en esa barca, y que según el evangelio puso por escrito lo ocurrido [1], explica que en toda la noche no habían podido pescar nada. No deberían tener la barca muy lejos de la costa, porque cuando al amanecer Jesús se apareció en la playa y les preguntó si tenían algo para comer, ellos le respondieron desde la misma barca que no tenían nada. Justo en ese momento “Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces” [2].

Este texto se escribió a finales del siglo primero o comienzo del segundo, un tiempo después de que se hubiera escrito el resto del evangelio, que antes de añadir este capítulo acababa en el 20. Leerlo al pie de la letra, como si fuera un hecho histórico, sería algo parecido a leer la historia de la creación en el libro del Génesis y afirmar que lo que allí se narra es pura ciencia. Ya sabemos que hay cristianos que lo leen así, pero eso no contradice que sea una estupidez, también hay cristianos que piensan que Dios enviará a los seres humanos que no creen en Él al infierno, o que la primera mujer fue creada a partir de la costilla de un hombre. Aferrarse a la ignorancia y utilizarla en beneficio propio, no es una cosa extraña, ni siquiera un monopolio exclusivo del cristianismo.

Volviendo al tema de la pesca milagrosa, no es muy difícil percatarse de que el autor está intentando colocar su mensaje a una comunidad cristiana escribiendo un texto cargado de símbolos. El tema que hay detrás de la escena tiene que ver con la predicación, con llevar nuevos discípulos (peces) hasta Jesús, que ya no está con ellos en la barca (comunidad) sino en la playa (cielo). Cuando los siete (todos) discípulos intentan pescar (predicar) por sus propios medios en la noche (ausencia de Jesús), no consiguen pescar nada, pero cuando Jesús aparece al amanecer (es la luz) y les guía para que lo hagan, la pesca es un éxito. Si algo podemos deducir para empezar, es que la comunidad a la que el autor del evangelio se dirige, tiene algún problema con la transmisión del mensaje de Jesús y no consigue hacer nuevos discípulos. Algo que, por otra parte, no es ajeno a la situación de la mayoría de comunidades cristianas en el siglo XXI.

Pero pese a la absoluta actualidad de la historia para las iglesias de hoy, voy a irme por la tangente, porque al leerla esta vez me he quedado con la incomodidad que me producen algunas de las imágenes que utiliza. Ya sé que es absurdo aplicar a un texto que tiene casi dos mil años algunas hipersensibilidades modernas (o incluso personales), pero tampoco me parece honesto pasarlas por alto. Identificar a quienes no son discípulos de Jesús con peces que se mueven libremente en el mar, el mensaje cristiano con una red, y la misión de los discípulos con atrapar a los pobres peces para llevarlos a la muerte en la playa con Jesús, pues me ha echado un poco para atrás. Vuelvo a repetir que ya sé que la idea que pasa por mi cabeza es completamente ajena a la voluntad del texto, pero tengo que decir que he sido incapaz de leerlo sin pensar en ella.

Leo la Biblia desde mi propia experiencia, por eso como cristiano gay me parece inapropiada la identificación del evangelio con una red que te atrapa y pretende llevar hasta la muerte. Decir que es inapropiada, es una manera bonita de explicar el sufrimiento que ha podido infringirnos a las personas LGTBIQ esa forma de entender el evangelio, o lo demoledor que es poner nuestra fe en un Jesús que quiere acabar con nosotros. Algunos lo dulcificarán, quizás porque prefieren olvidar, y tienen todo el derecho del mundo a hacerlo, pero yo prefiero decir que sí tuviera que escribir la historia de la pesca milagrosa hoy, a partir de nuestras experiencias queer, lo primero que haría sería cambiar el título por el de la liberación milagrosa. La buena noticia del evangelio no estaría en una red, sino en explicar cómo a pesar de vivir atrapados dentro de ella en nombre de dios, logramos escapar rompiéndola a base de mordiscos de esperanza, y también de desesperación.

En la historia de la liberación milagrosa, Jesús no se aparecería en la playa, porque los Jesús que producen víctimas son siempre unos impostores. A él nos lo encontraríamos dentro de la red junto a nosotros, intentando destrozarla con sus propias manos aunque eso le produjese heridas. Al final conseguiría romperla por algún lado para hacernos un hueco por donde poder salir, y nos empujaría a hacerlo. Una vez fuera, nos diría que cuanto más lejos estemos de la playa y de la barca más posibilidades tenemos de permanecer con vida, y que en las profundidades del mar, donde no hay redes que nos amenazan, podemos movernos libre y felizmente. Y le seguiríamos hasta allí, y comprenderíamos aquello de que “si Jesús nos libera, seremos verdaderamente libres” [3].

Nunca podré entender como hay personas que necesitan vivir en una red para sentirse seguras, o que no les importa que las saquen de su medio natural, el mar, para ser llevadas hasta una playa donde saben que morirán. Me duele cuando alguien me explica que un día pudo escapar de la red, pero que ahora siente angustia ante la libertad y la responsabilidad. Y aunque de verdad que lo intento, soy incapaz de comprender a quienes, tras ser liberados de una red de acero, se esfuerzan noche y día por aprender a dar saltos fuera del agua con la esperanza de ir a parar dentro de alguna barca. Cada uno puede hacer con su vida lo que considere, nunca sabemos las razones que llevan a los demás a hacer lo que hacen, así que es estúpido intentar juzgarlo desde fuera. Pero lo que mi experiencia me dice es que, si hablamos de evangelio, de buena noticia, eso no puede vivirse dentro de una red que te lleva hasta la muerte. Si no hay libertad, no hay evangelio. Solo donde la hay, es posible seguir a Jesús y convertirse en uno de sus discípulos.

Carlos Osma

Notas

[1] Así parece indicarlo Jn 21, 23-24.

[2] Jn 21,6

[3] Jn 8,36

Consulta dónde encontrar “Solo un Jesús marica puede salvarnos”.

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He bajado del cielo…

Lunes, 18 de mayo de 2020
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Del blog Pays de Zabulon:

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He bajado del cielo,
no para hacer mi voluntad,
sino la voluntad del que me ha enviado.
Y esta es la voluntad del que me ha enviado;
que no pierda a ninguno de lo que él me ha dado.”
(Jn 6, 38-39a)

El Evangelio de Juan siempre me ha parecido extraño, complicado, redundante, aburrido … Algunos especialistas han afirmado que tal vez debería considerarse en la tradición gnóstica, es decir, esta familia espiritual que piensa en crecer espiritualmente a través del conocimiento y una iniciación más o menos secreta pero en cualquier caso progresiva en las cosas de Dios.

Por mi parte, no lo sé, simplemente me resulta complicado. Y mientras lo compartamos con la gran cantidad, este Evangelio merecería ser descifrado.

Entonces te digo cómo lo hago.

Como quiero entender al menos un poco, fiel a mí mismo, tengo el reflejo de ir a ver el texto original en griego. Y el Evangelio de hoy, ante todo me desafía el hecho de que Jesús dice que vino del cielo. No me importa que diga eso, pero desde un punto de vista histórico, es muy improbable: en el mundo judío en ese momento, ¡habría sido apedreado antes del final de su oración! No, de hecho es una interpretación teológica posterior. Entonces, en lugar de centrarme en una palabra sagrada y definitiva que saldría de la boca de Jesús (como si viniera del cielo, jajaja), estoy tratando de entender lo que el autor y su comunidad querían compartir, repartir.

“Bajar del cielo”, ¿qué quiere decir en griego?

Descendido: katabaino, o más exactamente kata-baino. Baino indica un movimiento hecho con los pies, como caminar, venir. Y kata … es más complicado porque es una partícula primaria (una especie de preposición) que se puede traducir de diferentes maneras según el contexto: a, de, en, a, de acuerdo con … o incluso “abajo” Como en la palabra cata-strofa: un giro, un giro, un descenso.

Parece que asociadas, las dos palabras kata-baino, indican el hecho de descender, de descender, que por lo tanto se encuentra en el Evangelio de Juan. Más específicamente para Juan, este verbo a menudo se asocia con el cielo para hablar de Jesús: vino “del cielo” o más exactamente “viene del cielo en un movimiento de arriba abajo”. Esta última formulación es menos atractiva, pero permite dar cuenta de la idea voluntaria de venir, caminar, usar los pies y de un movimiento hacia abajo, que contiene la palabra katabaino.

Entonces el cielo? En griego, ouranos … Pocas dudas sobre esta palabra. Tenga en cuenta solo que Juan lo usa, por así decirlo, para designar “lo que viene” del cielo y podemos entender que es una metáfora para designar a Dios. Los otros evangelistas hablan, por ejemplo, de “pájaros del cielo” donde la metáfora funciona menos bien que los pájaros, todavía podemos imaginarlos aterrizando en algún punto en tierra firme o en la rama de un árbol. No viven en gravedad cero.

Volvamos a Juan. El cielo parece ser el de Dios.  Se  baja, Jesús desciende de él, y también el pan del cielo (Juan 6, 31-41) que podría ser el maná dado a los hebreos en el desierto pero que, por un proceso de identificación, entendemos que es Jesús mismo quien es este pan del cielo Así dado, enviado por Dios.

El evangelista mismo debe señalar los malentendidos que esto plantea (Jn 6, 41-42): ¿cómo puede este Jesús a quien vemos en carne y hueso reclamar descender del cielo? “Venir” del cielo?

Sí, es un poco complicado de entender y admitir … Y sin embargo, debe haber un mensaje.

Pero entonces, ¿de qué cielo estamos hablando? El griego parece demasiado pobre para contarnos sobre el cielo del que estamos hablando aquí. Veamos qué dice la tradición bíblica en hebreo. Y allí encontramos la palabra shamayim, que designa, en plural, “los cielos”, una palabra que aparece en 395 versículos. Que no es nada.

Sin entrar en detalles, tenga en cuenta que en el mundo hebreo, cuando se usa la palabra shamayim, los cielos, no es Dios, es solo el límite entre el mundo de los hombres y el de Dios. Arriba de los cielos está Dios, abajo está el mundo creado. Los cielos fueron el primer acto de creación. “En el principio, Dios creó los cielos (shamayim) y la tierra. “(Gn 1, 1)

Por su uso, este es un significado mucho más rico que el sugerido por el término griego ouranos. Cuando Jesús dice que está bajando del cielo, no está diciendo que viene del espacio exterior de la forma en que la ciencia ficción podría hacernos imaginar. No es como ser expulsado del cielo y enviado una cápsula para unirse a nosotros. Incluso estoy sorprendido, mientras lo escribo, de no haber visto nunca antes la explicación que me viene ahora: la expresión “descender del cielo” simplemente significa que ya no existe este límite ficticio entre un mundo que sería el de Dios y un mundo que sería el de la creación en general y el de los hombres en particular, el mundo de arriba y el mundo de abajo.

Bajó del cielo: abrió el cielo que parecía ser un límite entre los hombres y Dios. Límite de comprensión para decir la verdad, ya que Jesús no viene a abolir sino a lograr: es solo que todavía no habíamos entendido que el Reino de Dios, no está en el Cielo, está en la tierra también, actualmente en la obra. No hay necesidad de desesperarse de que Dios esté lejos: Dios está allí, en la creación, en la humanidad, en el corazón de la humanidad y en el cielo, ya está en todos los corazones que tiemblan para encontrarse del Hijo del hombre. El cielo es un poco sinónimo del Reino de Dios, no está en otra parte, allí, lejos, más allá. Él está allí ahora, encarnado, ven a la tierra, caminando concretamente con nosotros (kata-baino), donde se colocan nuestros pies.

Bien. Sin embargo, para mí, que me expreso aquí como cristiano homosexual, todo lo anterior no tiene otro interés que presentar en el siguiente verso:

“Esta es la voluntad de Aquel que me envió:
que no voy a perder ninguno de los que me dio “

Los perdidos que somos

Pasemos rápidamente a la voluntad, thelema que proviene del verbo theleo, que también podría traducirse como deseo, deseo o placer. No es muy importante en sí mismo, pero, sin embargo, permite matizar el lado autoritario que hoy se connota con la palabra voluntad. La “voluntad” de Dios no es un acto despótico de Dios que requeriría algo de lo que Jesús envió en su cápsula interestelar, sino también su deseo, su deseo, su placer. A Dios le agrada no perder a nadie y venir y manifestarse a nosotros, venir a buscarnos (posibles paralelos, por supuesto, con la parábola del hijo pródigo, contada en el Evangelio de Lucas, y muchos otros pasajes). Y así, este es el deseo, el deseo, el placer del que vengo, dijo Jesús: no perder ninguno de los que me dio.

“Dado” … Nuevamente, tengamos cuidado con los malentendidos que puedan surgir de las diferentes interpretaciones y connotaciones de la palabra “dar”. El griego aquí usa la palabra didomi, a menudo usada en el Nuevo Testamento como en el Padre Nuestro: “danos nuestro pan de cada día”, o para quedarnos con Juan, en el Evangelio de la  Samaritana (Jn 4, 15): “dame de esta agua … ” Esta es la idea de proporcionar lo que necesitamos, de proporcionar … La palabra didomi no sugiere en absoluto que seamos “cosas” dadas a Jesús de una manera autoritaria. No, somos lo que él necesita. Su vida, su necesidad, su subsistencia se podría decir.

Queda esta palabra en la que quería terminar: los perdidos, los que no deberían perderse. Al meditar en este texto, me llamó la atención de inmediato el ellos, pero para situarlos bien, necesitaba este largo desvío para volver a ellos.

La palabra griega que solía decir perdido es “apollumi”. El prefijo apo es un privativo como en apo-calypsis, apo-strophe, apo-stasia y llumi indica muerte, destrucción, ruina. Por lo tanto, se trata de escapar de la muerte, la nada, el vacío. Para ser retirado de la muerte, la nada, la destrucción. ¡De ninguna manera no vamos a nada cuando estamos hechos para la vida!

A decir verdad, es aún más fuerte que eso. El Evangelio de Juan insiste repetidamente, con la misma palabra apollumi, que no puede haber restos, no hay nadie que deba perecer.

Encontramos esta idea desde el primer uso de allumi en Jn 3:16: “Porque Dios amó tanto al mundo que le dio (didomi) a su Hijo unigénito, para que quien crea en él no perezca (apollumi), sino que tenga vida eterna. “

Y para citar otro ejemplo interesante porque es un poco fuera de lo común, y que nos hace pensar de inmediato que hay una metáfora que se nos dirige por analogía, en Juan 6:12, después de la multiplicación de los panes “cuando estaban satisfechos, les dijo a sus discípulos, recojan los pedazos que quedan, para que nada se pierda (apollumi). “

Obviamente, en el contexto de la homofobia latente, incluido y ante todo dentro del mundo cristiano, esta indicación de que Jesús no quiere perder a nadie es una interpelación. ¿No es acostumbrado decirle a alguien que no sigue la norma que es perdido o que está perdido? ¿Y especialmente a las personas homosexuales? Pero perderse no es eso.

En cualquier caso, en este pasaje del Evangelio, esto no es lo que se dice. Por el contrario, se trata de no perder a nadie, sin otra consideración que no sea ser tocado por el cielo, que pensamos que podríamos estar infinitamente por encima de nuestras cabezas cuando ya está allí, en nuestras vidas, en nuestros corazones, en nuestras venas, en nuestros pulmones como el oxígeno que respiramos.

En resumen, nos dice este pasaj que, no hay nadie debajo del cielo que no deba perderse, en el sentido de que se le prometirá a la nada, a la torpeza, a la muerte. Y para poder transmitir este mensaje, debe entenderse que ya no hay un límite entre la parte superior y la parte inferior del cielo. El cielo vino a nosotros en Jesús, o más exactamente, en Jesús podemos tomar conciencia y gustar que estamos hechos y que siempre hemos sido hechos para el cielo, es decir para la vida.

Consecuencias: si me siento perdido o rechazado por los acontecimientos de la vida, por el estigma, por cualquier cosa o por alguien, esto no puede interferir con el plan de Dios, que es que no me pierdo en absoluto. La apariencia puede ser engañosa, pero la realidad está ahí: como dice el apóstol Pablo, NADA puede apartarnos del amor de Cristo.

Que quede claro entonces que la orientación sexual en particular no tiene nada que ver con ser querido, deseado, por Dios, que rompe los límites para unirse a mí y asegurarse de que no me pierda si, de una vez por todas, elijo la vida, mi vida, lo que me desarrolla y me hace crecer, cualquiera que sea la mezquindad y otras mezquindades que me impedirían creer que los cielos han bajado a mí tanto como a todos los seres humanos y …, – incluso si no fuera este el tema, lo señalo de pasada-, – ¡a toda la creación! ¿Y yo no lo seré? ¡Qué broma!

 

Z – 29/04/2020

Photo : Matthew Sato sur instagram @itsmattsatto ou sur saveig @mattsato/

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“El otro discípulo, el que amaba Jesús”, por Carlos Osma.

Jueves, 2 de abril de 2020
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man-solDe su blog Homoprotestantes:

Según el Evangelio de Juan el primer testigo de la resurrección de Jesús fue María Magdalena. Ciertamente el evangelista conocía otros evangelios cuando puso por escrito su relato, sin embargo tiene cierta credibilidad histórica que María Magdalena, junto a otras mujeres, fuese la primera en anunciar que Jesús había resucitado. Eso es lo que dicen los testimonios de fe de las primeras comunidades cristianas, y eso es lo que recoge también el Evangelio de Juan. Aunque no hay que olvidar que el evangelista con una evidente intención teológica, modifica la tradición a la que tenía acceso para hacerla encajar en su teología, y nos dice, que María no fue la primera en entrar al sepulcro donde habían puesto el cuerpo de Jesús, tampoco la primera en creer en la resurrección, ya que al principio pensó que el cuerpo de Jesús había sido robado.

María Magdalena no tenía credibilidad al anunciar que Jesús había resucitado, el testimonio de una o varias mujeres en ese momento no tenía demasiado valor. Pero en testimonios poco creíbles como ella, es donde está basada la fe cristiana. Porque si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe. Y me imagino a muchos hombres religiosos respetables diciendo que no se podía hacer caso de lo que un puñado de mujeres pudieran decir, que la Biblia exigía dos o tres testigos, pero que fueran hombres. Sin embargo, desde una perspectiva de fe parece que a Dios le atrae eso de escoger lo que no puede ser, aunque lo diga la Biblia. Y que tiene preferencia por aquellas personas en las que la religiosidad encuentra poca credibilidad, y en este caso concreto, mucha feminidad.

El Evangelio de Juan muestra más sensibilidad por las mujeres que siguieron o tuvieron algún contacto con Jesús que otros evangelios. Pero nos dice, al contrario que los evangelios sinópticos, que Pedro fue el primero en entrar al sepulcro vacío. Este dato es relevante, porque no debemos perder de vista que aquí se nos está transmitiendo una teología y que los hechos históricos que se relatan están a su servicio. Pedro era una figura muy respetada en el cristianismo donde el Evangelio de Juan surgió, así que no solo María Magdalena, sino cualquier otra persona hubiera cedido el honor a Pedro de entrar el primero al sepulcro. Sin embargo hay que seguir leyendo entre líneas, porque Pedro, aun siendo el primero en entrar al sepulcro, tampoco creyó que Jesús había resucitado, y se volvió a su casa como si nada.

Si exceptuamos el último capítulo del Evangelio de Juan, Pedro por muy hombre y respetado que fuese, no era un discípulo ejemplar. Podemos repasar parte de su historial: en la cena de despedida no quería que Jesús le lavara los pies, en varias ocasiones fue incapaz de entender lo que había detrás de las palabras del maestro, por miedo negó ser un seguidor de Jesús… La verdad es que Pedro por un lado es el personaje en el que todos nos vemos reflejados alguna vez, porque nos cuesta entender el evangelio, y porque nuestras palabras no suelen estar a la altura de nuestras acciones. Pero por otro, si lo vemos como cristianos LGTBIQ, también descubrimos en su personaje a los representantes de ese cristianismo que entra en los sepulcros donde fuimos puestas las víctimas de la LGTBIQfóbia que ellos previamente crucificaron, y son absolutamente incapaces de darse cuenta de que Dios nos ha sacado de allí. Cristianismo que habla de lo que se tiene o no se tiene que hacer y olvida el servicio, que se queda en la letra que mata el alma de las palabras de Jesús, o que lo único que le mueve es el miedo, la cobardía.

La novedad que introduce el Evangelio de Juan, y con la que pretende transmitirnos un mensaje, es un personaje ausente por completo en el resto de evangelios. Me refiero al discípulo al que amaba Jesús, ese que en la última cena tenía su cabeza recostada sobre el pecho de Jesús. Ese que tenía una relación tan íntima con el maestro que incluso Pedro acudía a él para que le preguntará cosas. Y este discípulo que pone tan nerviosos a algunos traductores bíblicos, también fue al sepulcro junto a Pedro para ver qué había ocurrido. No entró primero, le cedió el lugar a Pedro, pero cuando entró tras él “vio y creyó”. Para el evangelista, el discípulo al que amaba Jesús fue el primero en creer en la resurrección, y lo hizo sin entender la Escritura. Interesante la manera en la que el evangelista encaja la tradición de María Magdalena como primera testigo, la autoridad de Pedro para las comunidades receptoras de su obra, y la relevancia del discípulo al que amaba Jesús.

Muchas veces nos puede costar entender la Escritura, sobre todo cuando las lecturas que se realizan de ella nos hacen daño a las personas LGTBIQ. Lecturas que no nacen de la experiencia del amor, sino del legalismo y el temor. Pero el discípulo al que amaba Jesús “vio y creyó” al instante, porque las personas que se sienten próximas a Jesús y se saben amadas por él, rápidamente se dan cuenta de que los sepulcros no son capaces de contener por mucho tiempo a Jesús. Y que, si quieren seguir su ejemplo, es mejor que salgan rápidamente de ellos. Quizás no puedan dar razón de esa convicción con la Escritura, el discípulo que amaba Jesús tampoco lo fue, pero no pareció importarle. Porque las personas que se saben amadas por Jesús, y que han vivido la experiencia de la cruz y el abandono de la persona que amaban, saben que a su amado lo encontrarán siempre fuera, donde está la vida. La fe del discípulo que amaba Jesús no nació de la Escritura, sino de la convicción profunda de sentirse amado. Escritura y amor deberían ir siempre de la mano, pero si tenemos que decantarnos por una de ellas, el amor es la prioridad. Quienes se guían por él, son los primeros en llegar a la fe, son capaces de percibir la vida que otros seguidores del maestro todavía no pueden ni imaginar.

Carlos Osma

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