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“Lo reconocieron al partir el pan”. Domingo 30 de abril de 2017. 3º Domingo de Pascua

Domingo, 30 de abril de 2017
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25-PascuaA3Leído en Koinonia:

En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, encontramos a Pedro pronunciando su primera predicación pospascual, dirigida tanto a los judíos presentes como a todos los habitantes de Jerusalén. El sermón es de tipo kerigmático, con la presentación de tres aspectos de la vida de Jesús, que componen el credo de fe más antiguo del cristianismo: un Jesús histórico, acreditado por Dios con milagros, prodigios y señales; su muerte a mano de las autoridades judías, y finalmente, su resurrección obrada por Dios para salvación de toda la humanidad. Pedro termina su discurso con un sello de autenticidad: de todo esto, «nosotros somos testigos» (Hch 2,32). Creer en Jesús resucitado era reconocerlo como Mesías, lo que según las Escrituras, abría las puertas para su segunda venida y el fin del mundo. Esto explica las actitudes de recogimiento y miedo que llevan a los discípulos a encerrarse bajo llave. Sin embargo, Pentecostés cambia para siempre las cosas, pues antes que miedo por el fin del mundo, el Espíritu les indica que el mundo apenas comienza, y que la iglesia que acaba de nacer tiene el compromiso de contribuir en la reconstrucción de este mundo con la clave del amor. Así comenzó la Iglesia su misión, cambiando los miedos del fin del mundo, por la alegría, el optimismo y el compromiso de hacer que cada mañana el mundo nazca con más amor, justicia y paz.

La referencia a la primitiva comunidad cristiana nos hace descubrir la importancia que la praxis del amor y de la solidaridad tuvo en el surgimiento del cristianismo. No fue sin más una teoría, sino un cambio de vida, una praxis, una transformación social, lo que estaba en juego. Importante tenerlo presente, cuando tantos piensan que el cristianismo es cuestión de aceptar intelectualmente un paquete de verdades, teorías o dogmas.

En la segunda lectura, el apóstol Pedro hace un llamado a mantener la fidelidad a Dios aún en situaciones de destierro, desplazamiento, marginación o exclusión, porque Dios, en un nuevo Exodo, nos libera de una sociedad sometida a leyes injustas e inhumanas, que protegen sólo al que paga con oro o plata. Esta liberación fue asumida por Jesús con el sello de su propia sangre, como una opción de amor, consciente y voluntaria, por los hombres y mujeres del mundo entero. El precio que debemos pagar a Jesús por tanta generosidad, no es con oro ni plata, sino, dando vida a los hermanos que siguen muriendo, víctimas de la injusticia y la deshumanización. Eso será realmente «devolver con la misma moneda».

En el evangelio, dos discípulos, que no eran del grupo de los once (v.33) se dirigen a Emaús. Probablemente se trata de un hombre y una mujer, casados, (también había mujeres discípulas), que regresaban a su pueblo natal frustrados por los últimos acontecimientos de la capital. Mientras conversaban, Jesús se acerca y comienza a caminar con ellos, al fin y al cabo es el Emmanuel. Pero ellos no pueden reconocerlo, sus ojos están cerrados. ¿Por qué? Porque en el fondo todavía tenían la idea de un mesías profeta-nacionalista, que conquistaría el mundo entero para ser dominado por las autoridades de Israel, un mesías necesariamente triunfador… Por eso, estaban viendo en la cruz y en la muerte del maestro, el fracaso de un proyecto en el cual habían puesto sus esperanzas.

Serán las Escrituras las primeras gotas que Jesús echa en los ojos del corazón de estos discípulos, para que puedan ver y entender que no es con el triunfalismo mesiánico, sino con el sufrimiento del siervo de Yavé, como se conquista el Reino de Dios; un sufrimiento que no es masoquismo, sino un cargar conscientemente con las consecuencias de la opción de amar a la humanidad, actitud difícil de entender en una sociedad dominada por un poder de dominio que mata a quien se interpone en su camino. Por la vida, hasta dar la misma vida, es el testimonio de Jesús ante sus dos compañeros.

El relato de los discípulos de Emaús es una pieza bellísima, evidentemente teológica, literaria. No es, en absoluto, una narración ingenua directa de un hecho tal como sucedió. Es una composición elaborada, simbólica, que quiere dar un mensaje. Y como todo símbolo, que no lleva adjunto un manual de explicación, permanece «abierto», es decir, es susceptible de múltiples interpretaciones. Y desde cada nuevo contexto social, en cada nueva hora de la historia, los creyentes se confrontarán con ese símbolo y extraerán nuevas lecciones… Leer más…

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30.4.17. Emaús, catequesis de Pascua. El retorno de Jesús

Domingo, 30 de abril de 2017
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18157329_784655581711636_3947511234207925766_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 3 de Pascua. Lc 24, 13-35. Este relato puede tener un fondo histórico, pero el evangelio lo ha convertido en catequesis de pascua, una de las más hermosas narraciones de vida y presencia del Resucitado.

Entendida así, la pascua significa un retorno a Jesús, un redescubrimiento de su historia, es decir, del valor permanente de su vida.Ésta es quizá la experiencia de Cleofás y María (cf. Jn 19, 29), que podrían ser el primer matrimonio expresamente cristiano de los comienzos de la Iglesia. Pero puede ser también la experiencia de dos hombres (dos amigos), que vuelven a la rutina normal de su pueblo, una vez que la “aventura” de Jesús ha terminado.

Vuelven con la tristeza del fracaso de Jesús, pero hay algo, una voz, que les sacude en las entrañas… la voz y recuerdo de Jesús, que les interpela, les llama y enriquece

Ésta puede ser nuestra historia, pues nosotros somos Cleofás, nosotros somos su mujer (o su hermano/amigo o hermana), en un camino de tristeza, que se vuelve (se puede volver) experiencia de pascua .

Dos fugitivos

No van con las mujeres al sepulcro, para ungir al cuerpo muerte, ni quedan en Jerusalén, como los otros, sino que escapan. Es como si tuvieran más dolor; como si la aventura de Jesús hubiera aparecido ante sus ojos como un bello y duro engaño. Cuanto antes pudieran olvidarla sería mejor: la vida no se puede edificar sobre recuerdos vacíos, sobre palabras vanas, como las de las mujeres del sepulcro (cf 24, 11-22).

Escapan por los caminos de la vida y para volver hacia el Cristo y su mensaje necesitan más razones que la catequesis pascual de las mujeres de Mc 16, 1-8; a ellas les bastaba el recuerdo de aquello que Jesús había dicho, estando como estaban al borde de su tumba vacía. Estos necesitan toda la palabra de Escritura, necesitan la fracción del pan, tienen que ver a Jesús. De esa manera, su misma gran incredulidad se hará motivo de una más honda y larga catequesis pascual.

Son muchos los motivos que podríamos destacar en esa catequesis, convertida en principio de la más intensa teología de la pascua.

— Podríamos hablar de una hermenéutica, es decir, de una nueva comprensión de la Escritura, desde el Cristo muerto.

— También podemos hablar de una revelación, pues Dios se manifiesta por medio del Cristo como vencedor sobre la muerte, y de una iluminación transformadora, pues los antiguos fugitivos descubren que su vida cambia al contacto con Jesús resucitado.

— Hay en el fondo de todo una experiencia de conversión/vocación, pues aquellos que escapaban de Jesús y de su grupo vuelven y descubren a la iglesia como una comunidad que se reúne en torno a la confesión pascual…

Desde ese fondo, en contraste con las mujeres del sepulcro que no acaban de creer… (cf. Lc 24,10) presenta Lc 24, 13-35 a estos testigos de la pascua, realizando un camino de resurrección que va del desengaño (¡Jesús fue sólo una ilusión!) al reconocimiento del misterio completo del Cristo.

Experiencia de Emaús. El comienzo.

El texto es una joya de teología narrativa: la verdad no se argumenta ni demuestra a base de razones; la verdad viene a expresarse en forma de relato; sólo convence quien sepa contar una historia de forma que su verdad (su mensaje) vuelva a hacerse presenta allí donde se cuenta.

Y he aquí que dos de ellos
(del grupo de Once y los otros: cf 24,9),
en aquel mismo día caminaban hacia una aldea llamada Emaús,
que distaba como una sesenta estadios de Jerusalén.
Y ellos dialogaban entre sí sobre todas estas cosas
que habían acontecido.
Y sucedió que mientras dialogaban y hablaban
el mismo Jesús se acercó y caminaba con ellos.
Y sus ojos estaban cerrados, para no reconocerle. Y él les dijo:
– ¿Qué son esas palabras que os decís entre vosotros,
mientras camináis?
Y ellos se pararon, quedando tristes.
Y uno, llamado Cleofás, respondiéndole le dijo:
– ¿Eres tú el único habitante de Jerusalén que ignoras
las cosas que han pasado en ella en estos días?
Y les preguntó: ¿Cuáles? Y ellos le dijeron:
– Las referentes a Jesús de Nazaret, que fue varón profeta,
poderoso en acción y palabra, ante Dios y ante todo el pueblo,
cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes,
en juicio de muerte y le crucificaron.
Nosotros esperábamos que él fuera quien debía redimir a Israel,
pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días…
(Lc 24, 13-21)

Estos fugitivos de Emaús son signo de todos los han ido caminando con Jesús pero después se han decepcionado. No pueden entender la cruz, no saben situar su muerte en el esquema salvador del reino: ¡pensábamos que tenía que redimir a Israel! Como fracasados escapan, huyendo de su propia historia, del pasado de su encuentro con Jesús, con la esperanza rota.

Escapan y sin embargo siguen hablando de Jesús, como si tuvieran necesidad de recrear su recuerdo, de recuperar su figura. Uno se llama Cleofás (24, 18). El otro permanece innominado (¿su mujer Maria, una hermana, un amigo?). Si María, la mujer de Cleofás que estaba bajo la cruz (cf. Jn 19, 25) es la misma que ahora acompaña a Cleofás (y este Cleofás es el mismo de aquel texto), tenemos que afirmar que ella no cree, ni ella ni su marido, que vuelven a su casa.

Sea como fuere, ellos abandonan la comunidad donde sigue reunido el resto de discípulos incrédulos con las mujeres creyentes (cf 24, 9-10.33-35). Parecen el comienzo del fin; empieza a disgregarse el grupo que Jesús había formado a lo largo de su vida. Escapan de Jesús, pero le llevan en su mente y conversación (cf. Lc 24, 14). Pues bien, la misma huida viene a convertirse en principio de un nuevo encuentro.

Muchas veces resulta necesaria la distancia: separarse del lugar de la experiencia inmediata, tomar tiempo para revivir lo que ha pasado. Quien no sufra el choque fuerte del fracaso de Jesús, quien no sienta la tentación de escaparse no podrá entender el evangelio. Ese momento de decepción, ese intento de evadirse de recuperar la tranquilidad de un pasado sin cruz, constituye un elemento integrante de la resurrección cristiana.

Sentido básico

Al principio hallamos dos fugitivos de Jerusalén (que para Lucas es principio y centro de la nueva comunidad). Son dos, como los varones de la tumba vacía, pues sólo así pueden ser testigos oficiales de aquello que han visto y oído. Escapan de la comunidad incrédula (que no ha escuchado el testimonio de las mujeres), pero Jesús les sale al paso y ellos, tras haberle descubierto en la fracción del pan, vuelven a Jerusalén, hallando a la comunidad reunida en confesión creyente: ¡ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón! (Lc 24, 34).

No han ido con las mujeres al sepulcro, para ungir al cuerpo muerto, ni quedan en Jerusalén, como los otros; huyen. Es como si tuvieran más dolor; como si la aventura de Jesús hubiera terminado, como un bello y mentiroso engaño. Cuanto antes pudieran olvidarla mejor: parecen suponer que la vida no se puede edificar sobre recuerdos vacíos, palabras vanas, como las que dicen las mujeres del sepulcro (cf Lc 24, 11-22). Escapan por los caminos del olvido imposible, y para que Cristo les haga retornar a su mensaje y vida necesitan más razones que la catequesis pascual de las mujeres: a ellas les bastaba el recuerdo de aquello que Jesús había dicho, al borde de su tumba vacía.

Estos necesitan toda la Escritura y la fracción del pan: tendrán que ver a Jesús para creer, aunque no necesitarán fijarse de un modo detallado en sus manos y pies (como la iglesia pascual de Jn 20, 20 y Lc 24, 40). De esa manera, su misma incredulidad se hará motivo de una más honda y larga catequesis. Son muchos los motivos que podemos destacar en esta catequesis de la pascua. Leer más…

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Del desencanto al entusiasmo. Domingo 3º de Pascua. Ciclo A.

Domingo, 30 de abril de 2017
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20._jesus_appears_at_emmaus-lowresDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

26 de abril de 2014

La víspera de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, volviendo al Instituto Bíblico, encuentro a un compañero jesuita acompañado de un visitante que ha venido a la ceremonia. Me lo presenta, me pregunta qué enseño y le respondo: Antiguo Testamento. «¿No estamos ya en el Nuevo? Para qué sirve el Antiguo?» «Sin el Antiguo no se puede entender el Nuevo», le contesté. El evangelista Lucas, en su relato sobre la aparición a los dos discípulos que van camino de Emaús, parece darme la razón.

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo:

― ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?

Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:

― ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?

Él les preguntó:

― ¿Qué?

Ellos le contestaron:

― Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.

Entonces Jesús les dijo:

― ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?

Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo:

― Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.

Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron:

― ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?

Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:

― Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Hay que olvidar lo que sabemos

Para comprender el relato de los discípulos de Emaús hay que olvidar todo lo leído en los días pasados, desde la Vigilia del Sábado Santo, a propósito de las apariciones de Jesús. Porque Lucas ofrece una versión peculiar de los acontecimientos. Al final de su evangelio cuenta sólo tres apariciones:

1) A todas las mujeres, no a dos ni tres, se aparecen dos ángeles cuando van al sepulcro a ungir el cuerpo de Jesús.

2) A dos discípulos que marchan a Emaús se les aparece Jesús, pero con tal aspecto que no pueden reconocerlo, y desaparece cuando van a comer.

3) A todos los discípulos, no sólo a los Once, se aparece Jesús en carne y hueso y come ante ellos pan y pescado.

Dos cosas llaman la atención comparadas con los otros evangelios: 1) las apariciones son para todas y para todos, no para un grupo selecto de mujeres ni para sólo los once. 2) La progresión creciente: ángeles – Jesús irreconocible – Jesús en carne y hueso.

Jesús, Moisés, los profetas y los salmos

Hay un detalle común a los tres relatos de Lucas: las catequesis. Los ángeles hablan a las mujeres, Jesús habla a los de Emaús, y más tarde a todos los demás. En los tres casos el argumento es el mismo: el Mesías tenía que padecer y morir para entrar en su gloria. El mensaje más escandaloso y difícil de aceptar requiere que se trate con insistencia. Pero, ¿cómo se demuestra que el Mesías tenía que padecer y morir? Los ángeles aducen que Jesús ya lo había anunciado. Jesús, a los de Emaús, se basa en lo dicho por Moisés y los profetas. Y el mismo Jesús, a todos los discípulos, les abre la mente para comprender lo que de él han dicho Moisés, los profetas y los salmos. La palabra de Jesús y todo el Antiguo Testamento quedan al servicio del gran mensaje de la muerte y resurrección.

La trampa política que tiende Lucas

Para comprender a los discípulos de Emaús hay que recordar el comienzo del evangelio de Lucas, donde distintos personajes formulan las más grandes esperanzas políticas y sociales depositadas en la persona de Jesús. Comienza Gabriel, que repite cinco veces a María que su hijo será rey de Israel. Sigue la misma María, alabando a Dios porque ha depuesto del trono a los poderosos y ensalzado a los humildes, porque a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Los ángeles vuelven a hablar a los pastores del nacimiento del Mesías. Zacarías, el padre de Juan Bautista, también alaba a Dios porque ha suscitado en la casa de David un personaje que librará al pueblo de Israel de la opresión de los enemigos. Finalmente, Ana, la beata revolucionaria de ochenta y cuatro años, habla del niño Jesús a todos los que esperan la liberación de Jerusalén. Parece como si Lucas alentase este tipo de esperanza político-social-económica.

Del desencanto al entusiasmo

El tema lo recoge en el capítulo final de su evangelio, encarnándolo en los dos de Emaús, que también esperaban que Jesús fuera el libertador de Israel. No son galileos, no forman parte del grupo inicial, pero han alentado las mismas ilusiones que ellos con respecto a Jesús. Están convencidos de que el poder de sus obras y de su palabra va a ponerlos al servicio de la gran causa religiosa y política: la liberación de Israel. Sin embargo, lo único que consiguió fue su propia condena a muerte. Ahora sólo quedan unas mujeres lunáticas y un grupo se seguidores indecisos y miedosos, que ni siquiera se atreven a salir a la calle o volver a Galilea. A ellos no los domina la indecisión ni el miedo, sino el desencanto. Cortan su relación con los discípulos, se van de Jerusalén.

En este momento tan inadecuado es cuando les sale al encuentro Jesús y les tiene una catequesis que los transforma por completo. Lo curioso es que Jesús no se les revela como el resucitado, ni les dirige palabras de consuelo. Se limita a darles una clase de exégesis, a recorrer la Ley y los Profetas, espigando, explicando y comentando los textos adecuados. Pero no es una clase aburrida. Más tarde comentarán que, al escucharlo, les ardía el corazón.

El misterioso encuentro termina con un misterio más. Un gesto tan habitual como partir el pan les abre los ojos para reconocer a Jesús. Y en ese mismo momento desaparece. Pero su corazón y su vida han cambiado.

Los relatos de apariciones, tanto en Lucas como en los otros evangelios, pretenden confirmar en la fe de la resurrección de Jesús. Los argumentos que se usan son muy distintos. Lo típico de este relato es que a la certeza se llega por los dos elementos que terminarán siendo esenciales en las reuniones litúrgicas: la palabra y la eucaristía.

Del entusiasmo al aburrimiento

Por desgracia, la inmensa mayoría de los católicos ha decidido escapar a Emaús y casi ninguno ha vuelto. «La misa no me dice nada». Es el argumento que utilizan muchos, jóvenes y no tan jóvenes, para justificar su ausencia de la celebración eucarística. «De las lecturas no me entero, la homilía es un rollo, y no puedo comulgar porque no me he confesado». En gran parte, quien piensa y dice esto, lleva razón. Y es una pena. Porque lo que podríamos calificar de primera misa, con su dos partes principales (lectura de la palabra y comunión) fue una experiencia que entusiasmó y reavivó la fe de sus dos únicos participantes: los discípulos de Emaús. Pero hay una grande diferencia: a ellos se les apareció Jesús. La palabra y el rito, sin el contacto personal con el Señor, nunca servirán para suscitar el entusiasmo y hacer que arda el corazón.

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Tercer Domingo de Pascua. 29 Abril, 2017

Domingo, 30 de abril de 2017
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pascua

“Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.”

(Lc 24, 13-35)

Nos ponemos en marcha, en camino, como los dos discípulos que iban a Emaus.

Y es que esto de la resurrección es un proceso.

La Vigilia Pascual tiene un día señalado en el calendario pero el encuentro de cada una con el resucitado no tiene por qué coincidir. Tampoco las primeras discípulas de Jesús se encontraron con el resucitado en el mismo momento ni de la misma manera.

Dios es mucho más original, mucho más sorprendente y, sobre todo, mucho más delicado. Nos conduce y sabe lo que necesitamos.

Sabe que hay personas que no pueden esperar a que amanezca y que llegarán al sepulcro al despuntar la aurora, como María Magdalena, sabe que otras correrán y creerán, al mismo tiempo que otras tomarán el camino contrario alejándose de Jerusalén, de Jesús.

Los dos de Emaus se marchan abrumados por una realidad que a sus ojos tiene un único nombre: FRACASO. Mientras caminan comparten sus esperanzas rotas. Conversan y discuten. Se hacen preguntas. Pero andan enredados en un torbellino sin salida.

Así el resucitado se hace presente sin ser reconocido y lo primero que hace es escucharles. Dejar que desahoguen el corazón.

¡Cuánta ternura y delicadeza en este gesto del resucitado! Él, que conoce mejor que nadie lo que ha sucedido, se deja contar la historia por dos discípulos que van abandonando el seguimiento…

Jesús sigue empeñado en que no se pierda ni uno solo y hace, con cada una de nosotras el camino. Aun cuando el camino sea equivocado.

Sabe que lo mejor para nosotras es que Le sigamos, pero cuando la vida nos llena de dudas y decidimos caminar otro camino, nos acompaña. Pierde el tiempo con nosotras. Nos escucha, nos habla. Se toma tiempo para transformarnos.

Hace arder nuestros corazones.

Oración

Nuestra oración de hoy puede ser la misma súplica de los dos de Emaus: “-¡Quédate con nosotras porque atardece y el día va de caída! ¡Quédate!

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Vivir lo que vivió Jesús es la pascua.

Domingo, 30 de abril de 2017
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emmausLc 24, 13-35

Por tercer domingo consecutivo se nos propone un relato enmarcado en el “primer día de la semana”. Estos dos discípulos pasan, de creer en un Jesús profeta pero condenado a una muerte destructora, a descubrirlo vivo y dándoles Vida. De la desesperanza, pasan a vivir la presencia de Jesús. Se alejaban de Jerusalén tristes y decepcionados; vuelven a toda prisa, contentos e ilusionados. El pesimismo les hace abandonar el grupo, el optimismo les obliga a volver para contar la gran noticia.

El relato de los discípulos de Emaús, es un prodigio de teología narrativa. En ella podemos descubrir el verdadero sentido de los relatos de apariciones. El objetivo de todos ellos es llevarnos a participar de la experiencia pascual que los primeros cristianos tuvieron. En ningún caso intentan dar noticias de acontecimientos históricos. Los dos discípulos de Emaús no son personas concretas, sino personajes. No quiere informarnos de lo que pasó una vez, sino de lo que está pasando cada día, a los seguidores de Jesús.

Es Jesús quien toma la iniciativa, como siempre. Los dos discípulos se alejaban de Jerusalén. Solo querían apartar de su cabeza aquella pesadilla. Pero a pesar del desengaño sufrido por su muerte y muy a pesar suyo, van hablando de Jesús. Lo primero que hace Jesús es invitarles a desahogarse, les pide que manifiesten toda la amargura que acumulaban. La utopía que les había arrastrado a seguirlo, había dado paso a la más absoluta desesperanza. Pero su corazón todavía estaba con él, a pesar de su muerte.

En este sutil matiz, podemos descubrir una pista para explicar lo que sucedió a los primeros seguidores de Jesús. La muerte les destrozó, y pensaron que todo había terminado; pero a nivel subconsciente, permaneció un rescoldo que terminó siendo más fuerte que las evidencias tangibles. En el relato de la conversión de Pablo, podemos descubrir algo parecido. Perseguía con ahínco a los cristianos, pero sin darse cuenta, estaba subyugado por la figura de Jesús y en un momento determinado, cayó del burro.

La manera de reconocerlo (después de haber caminado y discutido durante tres kms.) y la instantánea desaparición, nos indican claramente que la presencia de Jesús, después de su muerte, no es la de una persona normal. Algo ha cambiado tan profundamente, que los sentidos ya no sirven para reconocer a Jesús. Estos detalles nos vacunan contra la manera física de interpretar los relatos que nos hablan de Jesús después de su muerte.

Nosotros esperábamos… Esperaban que se cumplieran sus expectativas. No podían sospechar que aquello que esperaban, se había cumplido. Fijaros bien, como refleja esa frase nuestra propia decepción. Esperamos que la Iglesia… Esperamos que el Obispo… esperamos que el concilio… Esperamos que el Papa… Esperamos lo que nadie puede darnos y surge la desilusión. Lo que Dios puede darnos ya lo tenemos. El desengaño es fruto de una falsa esperanza. Por no esperar lo que Jesús da, la desilusión está asegurada.

No es Jesús el que cambia para que le reconozcan, son los ojos de los discípulos los que se abren y se capacitan para reconocerle. No se trata de ver algo nuevo, sino de ver con ojos nuevos lo que tenían delante. No es la realidad la que debe cambiar para que nosotros la aceptemos. Somos nosotros los que tenemos que descubrir la realidad de Jesús Vivo, que tenemos delante de los ojos, pero que no vemos. Hay momentos y lugares donde se hace presente Jesús de manara especial, si de verdad sabemos mirar.

1) En el camino de la vida. Después de su muerte, Jesús va siempre con nosotros en nuestro caminar. Pero el episodio nos advierte que es posible caminar junto a él y no reconocerlo. Habrá que estar mucho más atento si, de verdad, queremos entrar en contacto con él. Es una crítica a nuestra religiosidad demasiado apoyada en lo externo. A Jesús ya no lo vamos a encontrar en el templo ni en los rezos sino en la vida real, en el contacto con los demás. Si no lo encontramos ahí, cualquier otra presencia será engañosa.

La concepción dualista que tenemos del mundo y de Dios nos impide descubrirle. Con la idea de un Dios creador que se queda fuera del mundo, no hay manera de verle en la realidad material. Pero Dios no es lo contrario del mundo, ni el Espíritu es lo contrario de la materia. La realidad es una y única, pero en la misma realidad podemos distinguir dos aspectos. Desde el deísmo que considera a Dios como un ser separado y paralelo de los otros seres, será imposible descubrir en las criaturas la presencia de la divinidad.

2) En la Escritura. Si queremos encontrarnos con el Jesús que da Vida, tenemos en las Escrituras un eficaz instrumento. Pero el mensaje de la Escritura no está en la letra sino en la vivencia espiritual que hizo posible el relato. La letra, los conceptos no son más que el soporte, en el que se ha querido expresar la experiencia de Dios. Dios habla únicamente desde el interior de cada persona, porque el único Dios que existe, es el que fundamenta cada ser. Dios solo habla desde lo hondo del ser. Esa experiencia, expresada, es palabra humana, pero volverá a ser palabra de Dios si nos lleva a la vivencia.

3) Al partir el pan: No se trata de una eucaristía, sino de una manera muy personal de partir y repartir el pan. Referencia a tantas comidas en común, a la multiplicación de los panes, etc. Sin duda el gesto narrado hace también referencia a la eucaristía. Cuando se escribió este relato ya había una larga tradición de su celebración. Los cristianos tenían ya ese sacramento como el rito fundamental de la fe. Al ver los signos, se les abren los ojos y le reconocen. Fijaos, un gesto es más eficaz que toda una perorata sobre la Escritura.

4) En la comunidad reunida. Cristo resucitado solo se hace presente en la experiencia de cada uno. Al compartir con los demás esa experiencia, él se hace presente en la comunidad. La comunidad (aunque sea de dos) es imprescindible para provocar la vivencia. La experiencia de uno compartida, empuja al otro en la misma dirección. El ser humano solo desarrolla sus posibilidades de ser, en la relación con los demás. Jesús hizo presente a Dios amando, es decir, dándose a los demás. Esto es imposible si el ser humano se encuentra aislado y sin contacto alguno con el otro.

El mayor obstáculo para encontrar a Cristo hoy, es creer que ya lo tenemos. Los discípulos creían haber conocido a Jesús cuando vivieron con él; pero aquel Jesús que creían ver, no era el auténtico. Solo cuando el falso Jesús desaparece, se ven obligados a buscar al verdadero. A nosotros nos pasa lo mismo. Conocemos a Jesús desde la primera comunión, por eso no necesitamos buscarle. El verdadero Jesús es nuestro compañero de viaje, aunque es muy difícil reconocerlo en todo aquel que se cruza en nuestro camino.

Meditación

Caminó con ellos, discutió con ellos, pero no lo conocieron.
Ni teologías ni exégesis racionales te llevarán al verdadero Jesús.
El único camino para encontrarlo es el que conduce al “corazón”.
Tenemos que abrir los ojos, pero no los del cuerpo.

Si los ojos de nuestro corazón están bien abiertos,
lo descubriremos presente en todos y en todo.
A Dios no podemos encontrarlo en un lugar.
En cualquier lugar, en cualquier momento lo puedes encontrar.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Cuándo y en qué nos reconocen?

Domingo, 30 de abril de 2017
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Arcabas-Emmaus“No se puede ser cristiano sin ser desesperadamente humano” (Teilhard de Chardin)

30 de abril. III domingo de Pascua

Lc 24, 13-15

Mientras estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron. Pero él desapareció de su vista

“Me enseñarás el camino de vida”, ruega a Dios el Salmista (Sal 15, 11). Ruego al que Jesús de Nazaret responde, y de quien Pedro dice a los demás apóstoles en la Fiesta de Pentecostés, que “fue hombre acreditado por Dios ante vosotros por los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis” (Hch 2, 22)Y el evangelio de Mateo nos da pistas sobre los signos fehacientes que nos muestran cómo evitar los riesgos de no interpretarlos adecuadamente: “Guardaos de los falsos profetas que se os acercan disfrazados de ovejas y por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconoceréis. ¿Se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos?” (Mt 7, 15-16).

Los dos discípulos de Emaús no hubieran podido reconocer al Señor resucitado en la “fracción del pan”, si antes no hubieran hecho cosas para ello: acogerle como compañero de camino, escuchar su Palabra, y mantener los ojos bien abiertos (Lc cap. 24). Sólo de esta manera podrán los demás reconocernos a nosotros viendo que somos sal de la tierra y luz del mundo, cuando nos ven dejar nuestra ofrenda ante el altar y vamos primero a reconciliarnos con el hermano (Mt 5, 13-14 y 23-24) y que no somos zarzas ni cardos; que somos fieles discípulos del Maestro, y que lo de “por sus obras les reconoceréis” está cumplido en él y en el diario quehacer nuestro como cristianos.

Lo estaba también en el del jesuita poeta, sacerdote y teólogo Ernesto Cardenal, ministro de Cultura durante ocho años en el gobierno de Nicaragua. Fue obligado a dejar la Compañía para seguir siendo ministro, no sin antes responder al Vaticano, de quien venía la amonestación: “Es posible que me equivoque manteniendo mi doble función de jesuita y ministro, pero déjenme equivocar a favor de los pobres, porque durante muchos siglos la Iglesia se ha equivocado a favor de los ricos”. En una ocasión manifestó a un periodista que revolución es lo que Jesús anunciaba: “Hoy hay teólogos que dicen que el reino de Dios que él predicaba era una expresión semejante al concepto actual de revolución, es verdad. Una revolución subversiva, que en el caso de Jesús fue lo que le llevó a la muerte. Significaba también un cambio político y social. La juventud de hoy sigue diciendo “otro mundo es posible”, y yo también lo creo, como lo creyó Jesús. Es posible, y necesario. Y, como dice el obispo brasileño Casaldáliga, también otra Iglesia es posible. Hasta hay quien dice que otro Dios es posible”.

¿Habrá que declarar la guerra al Dios de nuestros padres? Posiblemente sí, en el sentido que ellos le entendieron. Jesús, fiel a las creencias de su tiempo, no lo hizo. Pero hoy son otros tiempos: 30 de abril de 1917, nos marca el calendario. Lo hicieron -revolucionarios pacifistas- Gandhi, Teresa de Ávila, la de Calcuta, y Vicente Ferrer.

El austriaco Kurt Pahlen (1907-2003), escritor y director de orquesta, nos dice del Julio César de Händel  en su obra Diccionario de la Ópera, que detrás de su música “latía un corazón sensible y se podía encontrar una serena interioridad. Más de dos siglos y medio después de su muerte, sus obras nos conmueven y estremecen como sólo una obra de arte eterno puede hacer”. El protagonista hace gala de su nobleza militar cuando canta estos apasionados versos: “Non è da Rè quel cor / che donnase al rigor / che in sen non ha pietá” (No es de rey ese corazón / que se complace en el rigor / que ignora la piedad). Quizás nos suene a música de Evangelio.

El compositor cubano Leo Brouwer (La Habana, 1939), guitarrista y director de orquesta, canta, en “Paisaje con lluvia”, que “hay que ir dejándose gotear hasta empaparse”De lo contrario, se quiebra una cadencia musical en la partitura de la vida y del Evangelio. Y entonces, la voz del agua viva se torna ineficaz en el silencio.

Esperemos que nadie tenga que hacerse la inquietante pregunta del hombre invisible, que se cansó de que no le vieran y un día no pudo soportarlo más, como se relata en el tercer cuento de la película estrella  del Festival de San Sebastián 2017 The Monster Call, dirigida por Brayan Bertino: “No era porque fuera invisible de verdad. Era sólo que las personas estaban acostumbradas a no verlo. Se preguntó, si nadie te ve ¿en verdad estás allí?”

Aquí viene de perlas la frase de Teilhard de Chardin citada en el comienzo de nuestro artículo: “No se puede ser cristiano sin ser desesperadamente humano”.

Como Poema incluimos Yo te diré, una hermosa habanera – compuesta por el músico húngaro Jorge Halpern y cantada por Clara, protagonista del film Los últimos de Filipinas, dirigida por el cineasta español Antonio Román en 1945. La canción -prodigio de sensibilidad y nostalgia- nos trae a la memoria resonancias de lo acaecido aquel bello atardecer de Pascua en el encuentro de Jesús y los de Emaús.

YO TE DIRÉ

Yo te diré
por qué en mi canción
se siente sin cesar:
Mi sangre latiendo,
mi vida pidiendo
que tú no te alejes más.

Cada vez que el viento pasa y se lleva una flor,
pienso que nunca más volverás, mi amor.
No me abandones nunca al anochecer,
que la luna sale tarde y me puedo perder.

Y así sabrás
por qué mi canción
te llama sin cesar:
me faltan tus besos,
me falta tu risa,
me falta tu despertar.
Me faltan tus besos,
me falta tu risa,
me falta tu despertar.

 Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Ni se molestaron en comprobarlo.

Domingo, 30 de abril de 2017
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CLOFAS~1El texto de los discípulos de Emaus, existente únicamente en Lucas, es una obra de ingeniería y una pieza clave en la urdimbre de este evangelio. La densidad de cada elemento hace fascinante la lectura que, tras dos mil años no se agota, hasta el punto que su interpretación no se puede dar por concluida. Desde la realidad eclesial en que estamos insertos quisiera centrarme en un único elemento que llama poderosamente la atención: los discípulos de Emaus, a diferencia de otros, no se molestaron en ir a comprobar al sepulcro lo que las mujeres estaban diciendo.

¿Quiénes eran estos discípulos? es una buena pregunta, pues muchos estudiosos piensan que se trataba de un matrimonio. De hecho, en Jn 19,25 se habla de una María de Cleofás. Ahora bien, si su identificación resulta compleja, hay mayor consenso a la hora de reconocer que la indeterminación es querida por Lucas, probablemente para que el auditorio, y nosotros también lectores, nos veamos reflejados en ellos.

Cuando uno escucha el relato que, los discípulos mismos narran en primera persona, le entran ganas de intervenir en el texto y, detener por unos momentos la conversación para, preguntarles: “pero ¿por qué no fuisteis a comprobarlo?”. De hecho, ellos se esperan los tres días de rigor, suponemos que recordando los anuncios que había hecho Jesús sobre su muerte y resurrección. Y, luego, cuentan que algunas mujeres les han sobresaltado con la noticia de que no estaba en el sepulcro, a lo que otros discípulos corren para verificarlo y regresan diciendo lo mismo. Lo sorprendente es que, tras estos hechos, ellos deciden emprender camino pero no hacia el sepulcro para cerciorarse sino en sentido contrario.

La falta de “experiencia” del resucitado convive con lo que saben y con que son capaces de resumir perfectamente. De hecho, se admiran de que este desconocido que les aborda por el camino sea el único que no se “haya enterado de la película” y se lo cuentan en un sintético y perfecto credo de fe que condensa vida, muerte y resurrección. Parecerían estos de Emaus un par de “enteradillos” capaces de verbalizar a la perfección lo sucedido pero sin mojarse. Creo que esta última consideración no les hace justicia, pues ellos ponen toda su carne en el asador al expresar su decepción: nosotros esperábamos…

En cierto modo, la imagen de estos dos discípulos caminando desilusionados y hacia otro lado no es un mal icono para expresar cierta desesperanza de una iglesia que, a veces, camina aturdida por el desenlace rápido de los acontecimientos y el vertiginoso ritmo de nuestro mundo. Una iglesia un poco confundida sobre qué dirección tomar, a veces incluso la contraria a la del sepulcro, aunque como los de Emaús sea perfectamente conocedora del kerigma. Es como si el “ha resucitado” no cruzara la esfera de lo verbal y tuviera la suficiente garra de hacerles traspasar la experiencia del sepulcro vacío. Sin embargo, para Dios hay otros muchos caminos. El resucitado mismo se les hace el encontradizo y se muestra en buena forma y con buenos reflejos para deshacer sus miedos y reilusionarlos.

Él está vivo y la incipiente iglesia vive de una experiencia del resucitado comunitaria, a la vez que personal y significativa, que se abre espacio entre la incredulidad y el miedo de los que siempre han estado allí, pero también de los que se han marchado descorazonados y vuelven convencidos porque alguien, a la par que los ojos, les “ha abierto las Escrituras” y les ha “hecho arder su corazón”. Estos regresan para que también otros ojos se abran a la fantasía de un Dios que caldea nuestra fe en la fraternidad forjada alrededor de un pan roto y compartido. Ojalá los cuerpos rotos y marginados sembrados por los caminos de nuestra historia abran nuestros sentidos, nos quemen por dentro y movilicen la creatividad de una iglesia samaritana que, como su Dios, se queda cuando llega la noche.

Marta García Fernández

Fuente Fe Adulta

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Jueves 13 de Abril de 2017. “Jueves Santo”.

Jueves, 13 de abril de 2017
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De Koinonia:

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1ª Lectura:

Éxodo 12,1-8.11-14

Prescripciones sobre la cena pascual

En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: “Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido.

Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor. Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis: cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones.””

Salmo responsorial: 115

El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.

¿Como pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas. R.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R.

2ª Lectura:

1Corintios 11,23-26

Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor

Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.” Lo mismo hizo con él cáliz, después de cenar, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.” Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Evangelio:

Juan 13,1-15

Los amó hasta el extremo

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: “Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?” Jesús le replicó: “Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.” Pedro le dijo: “No me lavarás los pies jamás.” Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.” Simón Pedro le dijo: “Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.” Jesús le dijo: “Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.” Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios.”

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.”

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Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy

Queridos hermanos:

Con esta ceremonia en honor de la institución de la Eucaristía se inicia lo que litúrgicamente se llama el Solemne Triduo Pascual. Tres días para celebrar el acontecimiento religioso cristiano más grande de la historia y naturalmente, del año litúrgico. San Agustín llamaba a este triduo: la fiesta de la Pasión, la muerte y la resurrección del Señor. Esta noche, pues, es como una síntesis, como un resumen de toda la Pascua que estamos celebrando. Para comprenderlo, las lecturas de hoy nos han colocado en una historia vieja de Israel que desemboca en Cristo Nuestro Señor y que El, Cristo, la encarga a su Iglesia para que la lleve hasta la consumación de los siglos.

He aquí tres pensamientos de esta noche santísima del jueves Santo: una historia de Israel.

Un Cristo que la encarna

Y una prolongación eucarística hasta la consumación de los siglos.

1 º UNA HISTORIA DE ISRAEL

La vieja historia nos la ha contado el libro del Exodo que se acaba de leer. Los judíos celebraban en esta luna llena del mes de Nisan, un mes hebreo que coincide con nuestro marzo-abril. “Este será el primer mes del año -les había dicho- celebraréis la Pascua”. La Pascua era la celebración de dos grandes ministerios del Viejo Testamento: la liberación de Egipto y la Alianza con el Señor. Pascua y Alianza. La Pascua era aquel momento en que los israelitas esclavizados por el Faraón en Egipto no podían salir hasta en la décima plaga terrible, que consistió en que todos los primogénitos de Egipto iban a morir esa noche. Y para que se libraran las familias hebreas Dios les dijo, por medio de Moisés, que mataran un cordero y que con su sangre marcaran los dinteles de las puertas porque esa noche iba a pasar el ángel. El paso del ángel, eso quiere decir la Pascua: el paso de Dios que para los egipcios va a ser castigo y para Israel va a ser liberación.

Y aquella noche, mientras los egipcios lloraban a sus primogénitos que morían, los israelitas marcados con la sangre del cordero, salían de la esclavitud todas las familias para atravesar el desierto y encaminarse hacia la tierra prometida. Todos los años celebraban algo así como nuestro 15 de septiembre, la fiesta de la emancipación, la fiesta de la libertad, la fiesta en que Dios pasó salvando a Israel. Y al mismo tiempo que hacían actualidad esta fiesta del pasado, recordaban que había una alianza entre Dios y aquel pueblo, por la cual Israel se comprometía a respetar la ley de Dios y Dios se comprometía a proteger de manera especial a ese pueblo. La Pascua y la Alianza encontraron eco en fiestas que ya se celebraban entre los pastores pero que a través de estas revelaciones y de estos signos, tenían ya un sentido de profecía. La Pascua y la Alianza iban a encontrar una personificación cuando el más grande de los judíos, el nacido de Abraham, de David, de la descendencia santa de Israel, va a celebrar la Pascua.

Esta noche, Cristo Nuestro Señor, como buen israelita, con su grupo de israelitas que eran los apóstoles formando una familia, mandaron también a matar su corderito para comerlo en la noche del jueves Santo como lo comían todas las familias de Israel, recordando la vieja historia de la liberación y de la Alianza. ¡Cómo bullían en la mente de Cristo tantos recuerdos de la historia sagrada, cómo se hacían presente en la vida del Señor esta noche de emociones profundas toda la historia de Israel! No ha habido un patriota con más cariño a su pueblo, y a su tierra, y a sus costumbres, que Nuestro Señor Jesucristo. Cuando queramos ser auténticos salvadoreños miremos a Cristo que fue el auténtico patriota que vio la historia de su pueblo, que sintió como suya y como presente la esclavitud de Egipto, y vivió con agradecimiento a Dios la libertad y la alianza entre Dios y el pueblo.

Todo eso había en el corazón de Cristo esta noche de tantos recuerdos. Pero que para El significaba un misterio especial.

2º. UN CRISTO QUE SE ENCARNA

Este es el segundo pensamiento de esta noche: Cristo encarna toda la historia de la salvación. Le habla dicho Cristo a la samaritana: “Y llega el tiempo en que ni en Jerusalén ni en este monte se ha de adorar a Dios porque Dios busca adoradores en espíritu y en verdad”. Habla dicho Cristo en estos días y había sido una de las acusaciones mas graves en el tribunal de esta noche ante el Sanedrín. “Ha dicho que va a destruir el templo y que lo va a reedificar en tres días”. Y el evangelio aclara: lo que había dicho es destruir este templo que era su cuerpo porque su cuerpo era el templo donde se daba cita la alianza, la victoria de Dios, la libertad del pueblo de Israel. El era templo, víctima, sacerdote, altar. El es todo para la redención. En Cristo Nuestro Señor se encarna toda la gratitud del pueblo israelita a su Dios que lo ha liberado. En Cristo Nuestro Señor se encarna toda la esperanza patriótica de Israel, toda la esperanza de los hombres. Cristo Nuestro Señor siente esta noche que El es el cordero que quita los pecados del mundo, que es su sangre la que va a marcar de libertad el corazón del hombre que quiera ser verdaderamente libre. El es el sacerdote que eleva ya desde esta noche, la adoración al Padre y trae del Padre el perdón, las bendiciones a su pueblo. Leer más…

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Reflexión del Jueves Santo. 13 de Abril, 2017

Jueves, 13 de abril de 2017
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Algunas ideas  para centrar estos días que comenzamos a vivir.

Muchas veces nos acercamos a las celebraciones litúrgicas  casi por costumbre o con la esperanza de que se nos conmueva el corazón con algunas de las cosas que vemos, escuchamos,…

No está de más saber un poquito sobre lo que significan estos días, y, en este caso, lo que expresa esta fiesta de jueves santo.

La Semana santa no existió siempre, qué va.  Durante algún tiempo se celebró la Pascua solo durante un día. Andando el tiempo se va viendo la necesidad de celebrar también el viernes y el sábado. Así nos encontramos con el triduo Pascual.

El viernes recordamos con intensidad la pasión y muerte del Maestro. En la celebración encontramos puntos importantes como son la lectura de la Palabra de Dios, principalmente el relato evangélico de la Pasión, la adoración de la Cruz,  expresión máxima del Amor de Jesús por la humanidad , y la comunión. Este día no hay consagración, se comulga con el pan reservado del jueves santo.

El sábado santo es un día “alitúrgico”, es decir, no hay sacramentos, solo tenemos la liturgia de las horas (laudes, vísperas, etc.). Es un día de silencio, de espera, tenemos la Palabra de Dios y la promesa de la resurrección.

El sábado termina con la gran fiesta de la Vigilia Pascual, la gran noche de vela festiva que nos recuerda a aquella primera noche de vela de María de Magdala, cuando, al amanecer vivió el encuentro transformador con el Resucitado.

En esta celebración toman protagonismo la Luz, la Palabra de Dios, el Agua y el Pan y el Vino. En nuestro monasterio procuramos “tirar la casa por la ventana” y vivimos una celebración larga, con mucho símbolo, movimiento, música, pequeñajos que a ratos corretean y a ratos se duermen,  silencio, hondura, fe y compromiso. La noche se prolonga tras la liturgia con otra liturgia en torno a un chocolate.

¿Y el jueves? El jueves se introdujo como preparación al Triduo pascual. Siempre hay una preparación previa para la vivencia de los grandes acontecimientos que marcan nuestra fe.

El jueves se celebra tradicionalmente el día del Amor fraterno y el día de la Institución de la Eucaristía. Las empresas comerciales quizás no lo saben aún y por eso no ha hecho campaña para vender quién sabe qué.

En la celebración de esta tarde, adquiere una intensidad importante el evangelio del día. Juan nos narra no la eucaristía, como podría esperarse sino el lavatorio de los pies. ¿Por qué? Quizás para cuando Juan escribe este texto la celebración de la eucaristía en las casa ya había empezado a desvirtuarse con los abusos que se derivan de la rutina, los conflictos por las jerarquías, etc. Juan quiere unir el gesto de la fracción del pan y del vino compartido (que es narrado por los otros evangelistas) con el gesto del lavatorio de los pies.

Jesús no es un Maestro sentado en una cátedra, en un púlpito, o en una sede, no, es un Hermano que se inclina ante los pies sucios de sus amigos y amigas para lavárselos, realizando un servicio propio de siervos y mujeres. Quizás la idea se la dio su amiga María de Betania, la hermana de Marta y Lázaro, cuando días antes, en una cena, María había derramado un perfume carísimo sobre los pies del Jesús  secándoselos con su cabello posteriormente.

¿Qué sentiría el galileo en esos momentos? Jesús reconoce en ese gesto de la mujer una profecía, un anuncio, y él lo perpetuará después en esa cena con discípulos (y, probablemente, con más gente).

Es  fácil lo que podemos deducir de la unión entre el gesto del pan/vino y el lavatorio.  Es fácil y… complicado. Tan complicado que a lo largo del tiempo el gesto ministerial (de servicio) del lavatorio ha quedado relegado a un simbolismo en un día del año.

A lo largo de la historia nos encontramos con épocas en las que se celebraba una comida fraterna los domingos, épocas en las que ya no era una comida fraterna  sino un encuentro más ritualizado, incluso épocas en las que ya ni tan siquiera se comulgaba (de ahí viene el gesto del sacerdote de elevar la hostia, cuando a los fieles se les prohibía comulgar y entonces hacían algo así como una “comunión ocular” con el pan consagrado), y más historias.

Jesús, en esa cena parte un par y vierte un vino. Jesús reparte, no ya su cuerpo y su sangre, sino su propia vida. “Haced esto”. Y esto es las dos cosas lavar los pies y entregar la vida. Las dos cosas que son una sola. “Haced esto” es un imperativo, tan imperativo como el “hágase”, que también lo es.

La última cena, es el tiempo de un Jesús “des-trozado”, hecho trozos, como el pan. De un Jesús inclinado, abajado, siervo como uno de tantos.

El misterio de la eucaristía no es solo la transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor. Eso sería casi fácil, ya que es el Espíritu quien lo realiza. Lo complicado es que nos hagamos cuerpo y sangre del mismo Cristo, y que también nos des-trocemos y nos vertamos. Y eso sí que es misterio, y gracia, y promesa y deseo del Padre.

Para la reflexión:

¿Es la eucaristía para mí un momento de profunda elevación espiritual y… poco más?

¿Me hago, mejor, soy eucaristía?  Es decir, ¿lavo los pies, me parto y me derramo por los demás?

…….

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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13.4.17. Todo el año es Jueves Santo. La próxima copa en Jerusalén

Jueves, 13 de abril de 2017
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maria_comunidaddiscipulos-maximino-cerezoDel blog de Xabier Pikaza:

Este jueves celebra la Iglesia la cena de despedida de Jesús, vinculada a la eucaristía y al amor fraterno.

Se trata de una cena enigmática y luminosa, cena de la traición y de la gran invitación de Jesús, que se despide de los suyos prometiéndoles que la próxima copa la beberá con ellos en el Reino de los Cielos.

Éstos son los aspectos que voy a desarrollar este Jueves central de la Semana de Jesús. Tiene esta fiera otros aspectos importantes:

— la Eucaristía en sí misma, el don de Dios, hecho pan y vino compartido, la fiesta de la vida;

— el lavatorio de pies, no hay amor sin servicio mutuo, sin acogida a los distintos, extraños, extranjeros;

— el mandato del amor fraterno; es el mandamiento originario de Dios, que Jesús presenta como mandamiento nuevo, experiencia de amistad;

— la invitación a repetir sus gestos los gestos de Jesús; la liturgia cristiana es una re-presentación, una renovación del camino de Cristo, como puse ayer de relieve, en la postal sobre el Retablo de Salamanca

— la “fundación” del ministerio universal de la Iglesia, un ministerio de todos los cristianos

Cada uno de esos rasgos nos podría servir de meditación, en la línea de la historia de Jesús y de la Iglesia cristiana, pero hoy quiero destacar la despedida de Jesús y su invitación al Reino de Dios, con la próxima copa en la Jerusalén del Reino.

17796521_769258236584704_4617916635520584497_nPara la Iglesia de Jesús, todo el año es Jueves Santo, día del amor fraterno… y todos los cristianos son testigos y ministros de ese amor originario y final de Jesús , mientras preparamos esperamos la Gloriosa Venida de su Reino, la Nueva Jerusalén.

En la imagen 1 (de M. Cerezo), todos son celebrantes y ministros de la Eucaristía, igual hombres que mujeres, sobre todo, las mujeres (una de ellas parece estar presidiendo…, aunque quien preside es el mismo Amor de Dios, encarnado en Jesús, un Jueves Danto).

Imagen 2. A cien metros del lugar donde vive y trabaja M. Cerezo está la imagen de la Última Cena del Retablo de la Catedral Vieja de Salamanca. De las 53 tablas del “re-tablo” he tratado estos días. Aquí presento en formato pequeño la de la Eucaristía, de mediados del siglo XV.

Buen día de Jueves Santo a todos, amigos cercanos, conocidos, todos, en la Iglesia de Jesús y fuera de la Iglesia, pues todos este día estamos invitados a la copa del amor, sabiendo que la próxima será en Jerusalén.

1. CENA DE DESPEDIDA Y RUPTURA.

Los exegetas han querido y quieren saber si la Última Cena fue o no Cena de Pascua judía. No lo sabemos. Lo que sabemos es que fue cena de despedida de Jesús y de traición de los discípulos.

1. Deseo de los Doce: que sea Pascua.

Significativamente, la celebración de la Cena de Pascua es una propuesta de los Doce (cf. Mc 14, 12. 17), que quieren sacrificar el cordero, al modo judío, es decir, formando con Jesús una comunidad limpia, de puros observantes varones (que, según Marcos) no han entendido la novedad mesiánica.

Ellos, los Doce (representantes de la esperanza nacional israelita), proponen a Jesús la celebración de la cena pascual y Jesús acepta, pero no para aclamar con ellos la gloria de la identidad ritual, de los judíos puros, sino para mostrarles, en el mismo centro de su comida, que ellos van a rechazarle (cf. Mc 14, 18-21.27-31), mostrando así que la pascua “pura” (de limpios cumplidores nacionales) ha perdido el sentido, dentro de su movimiento de Jesús. Sólo superando ese nivel de pascua (vinculado a la negación de los discípulos) podrá entenderse la afirmación de Jesús, que, a pesar de eso, abriendo un espacio nuevo de esperanzas, les invita al nuevo vino del Reino (cf. Mc 14, 25).

2. El gran contraste: Traición de los discípulos.

El evangelio de Marcos quiere mostrar la novedad de Jesús frente a las instituciones anteriores y por eso presenta esta “cena de pascua”, que los discípulos proponen a Jesús, como momento de traición y negaciones, en el que culmina y pierde su sentido el mesianismo oficial y la función intra-judía de aquellos Doce (a quienes Jesús había elegido para “ser-con-él” y proclamar el reino; cf. Mc 3, 13-19). Por eso, la misma cena de afirmación de Jesús (que mantiene y culmina su propuesta de Reino, como veremos en el apartado siguiente) viene a presentarse como reunión de ruptura mesiánica y entrega de sus discípulos. Así lo recuerda de forma dramática el texto de Pablo, el más antiguo de todos los que conservamos sobre el tema: “El Señor Jesús, en la noche en que fue entregado…” (1 Cor 15, 23).

Allí donde sus discípulos le entregan y venden, Jesús les regala su vida (eucaristía). En la misma cena de pascua que ellos quieren ofrecerle (o compartir con él en Jerusalén) los Doce en cuanto tales (discípulos varones/oficiales) rechazan a Jesús, se desmarcan de su movimiento.

3. Ruptura del movimiento de Jesús.

Los discípulos no han sido un elemento secundario, sino parte esencial de su mensaje y camino. Ellos están vinculados de un modo esencial al proyecto de Jesús y así los hemos ido viendo, a lo largo de este libro (especialmente desde cap. 16). Pues bien, ahora descubrimos que son un “proyecto fracasado”. Jesús les invita al Reino (¡la próxima copa…! Mc 14, 25) y ellos le abandonan.

Jesús les entrega su “cuerpo” (Mc 14, 22-24) y ellos le entregan a él para la muerte. En el fondo de estos signos de contraste hay un recuerdo histórico: la unidad de la trama mesiánica de Jesús, vinculada a los Doce, se ha roto precisamente en la reunión de despedida (donde Jesús quería ratificarla). Por eso, su movimiento continuará, pero de otra manera, porque él les seguirá esperando en Galilea (Mc 14, 28; 16, 7-8), para empezar otra vez desde su entrega personal (su muerte) y no en la pascua nacional judía que sus discípulos buscaban (pues ellos mismos le entregan a la muerte, le traicionan). En esa línea, la Iglesia posterior recordará que la historia de Jesús empezó otra vez a partir de unas mujeres, que permanecerán con él ante la Cruz (cf. Mc 14, 40-41 par).

Esa entrega/negación de los discípulos, que rechazan a Jesús en la misma Cena que él les ofrece, tiene en los textos del evangelio tanta importancia como la institución eucarística. En sentido redaccional (y teológico e incluso histórico) la Cena de Judas, de Pedro y los Doce culmina en la huída de Getsemaní (Mc 14, 50 par) y en las negaciones finales de Pedo (Mc 14, 66-72 par).

4. Las mujeres.

En el contexto anterior ha de entenderse la presencia y/o ausencia de las mujeres. Si aparecen con Jesús en la cruz (el día siguiente), es lógico que hayan estado la víspera a su mesa. Éste es un tema importante para algunos teólogos, porque de la presencia o ausencia histórica de las mujeres en la cena de la institución (de la que hablaremos después) deducen la posibilidad de que ellas puedan ser o no ser “ordenadas”.

Para el evangelio, el problema no está en que esas mujeres hayan estado o no en la Cena (¡puede suponerse que sí!), sino en que los varones oficiales (podríamos decir, los “ordenados”, que serían los Doce) han rechazado la pretendida ordenación, negando a Jesús y abandonándoles la muerte, de manera que la nueva historia mesiánica empezará de otra manera, desde las mujeres.

Pienso que ellas “tuvieron que estar” en la cena, pero no como los Doce, pues en todo el relato esos Doce aparecen como aquellos que van a entregar y negar a Jesús, mientras él les invita a culminar su obra (cf. Mc 14, 17-21. 25-31 par).

5. Jesús mantuvo hasta el final su proyecto,

incluso en contra de los suyos, y los suyos le abandonaron, no por simple miedo (¡cosa que sería muy respetable!), sino porque tenían otros propósitos de reino, en la línea tradicional del mesianismo nacional judío. Parece que cenaron con él, pero tuvieron que “discutir” y enfrentarse y, al final, se fueron (al final de la Cena o en Getsemaní). Ni Jesús, enviado mesiánico, pudo evitar la ruptura. Él les invitó a su Reino, de la manera más honda posible (como veremos en el próximo apartado): Leer más…

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Soy pan que me parto y me reparto. Soy Vida que me derramo para todos.

Jueves, 13 de abril de 2017
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servicio3Jn 13, 1-15

La liturgia de este día se centra en el recuerdo de la cena: el lavatorio de los pies y las palabras y gestos que dieron lugar a la eucaristía. Ni los evangelistas, ni los exégetas se ponen de acuerdo si fue o no fue una cena pascual. No tiene mayor importancia, porque para nosotros lo esencial está en lo que va más allá del rito judío de la cena pascual. Esta Pascua no es ya la pascua de los judíos. Es curioso que los tres evangelistas que narran la institución de la eucaristía, no hablen del lavatorio de los pies, y Juan que narra el lavatorio de los pies, no dice nada de la institución de la eucaristía.

Tampoco sabemos el sentido exacto que quiso dar Jesús a aquellos gestos y palabras. La protesta de Pedro deja claro que, en aquel momento, los discípulos no entendieron nada.

Sin embargo, el recuerdo de lo que Jesús hizo en la última cena se convirtió muy pronto en el sacramento de nuestra fe. Y no sin razón, porque en esos gestos, en esas palabras está encerrado lo que fue Jesús durante su vida y todo lo que tenemos que llegar a ser nosotros como cristianos. Por eso, la liturgia de hoy es de las más densas de todo el año.

Debemos tomar conciencia de la importancia de lo que celebramos, como la toma el evangelista Jn cuando ha hecho esa grandiosa obertura: “Consciente Jesús de que había llegado su “hora”, la de pasar de este mundo al Padre, él que había amado a los suyos que estaban en el mundo, les demostró su amor en el más alto grado. Pero no es menos sorprendente el final del relato: “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el “Maestro” y el “Señor”; y decís bien, porque lo soy. Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, sabed que también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”.

Comenzamos por el lavatorio de los pies. No porque sea más importante que la eucaristía, sino porque espero que esta reflexión nos ayude a comprenderla mejor. En ese gesto, Cristo está tan presente como en la celebración de la eucaristía. Lavar los pies era un servicio que solo hacían los esclavos. Jesús quiere manifestar que él está entre ellos como el que sirve, no como señor. Lo importante no es el hecho físico, sino el simbolismo que encierra. La plenitud de Jesús como ser humano, está en el servir a los demás. Fijaos que ese profundo simbolismo es lo que se quiere manifestar en el evangelio de Juan.

El más espiritual y místico de los evangelistas, el que más profundiza en el mensaje de Jesús, ni siquiera menciona la institución de la eucaristía. Sospecho que la eucaristía se había convertido ya en un rito mágico y formal, vacío de contenido, y Juan quiso recuperar para la última cena el carácter de recuerdo de Jesús como don, como entrega. Jesús denuncia la falsedad de la grandeza humana que se apoya en el poder o en el dominio de los demás, y proclama que la verdadera plenitud humana está en parecerse a Dios, que se da siempre y a todos sin condiciones ni reservas.

Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esta es la explicación definitiva que da Jesús a lo que acaba de hacer. Para el que quiere seguir a Jesús, todo queda reducido a esto: ¡Amaos! No dijo que debíamos amar a Dios, ni siquiera que debíamos amarle a él. Tenemos que amar a los demás, eso sí, como Dios ama, como Jesús amó. Una eucaristía celebrada como una devoción más, que comienza y termina en la iglesia, no es la eucaristía que celebró Jesús. Debemos hacer un verdadero esfuerzo por superar la tentación de seguir oyendo misa y comprometernos en la celebración de la eucaristía.

En este relato del lavatorio de los pies, no se dice nada que no se diga en el relato del pan partido y del vino derramado; pero en la eucaristía corremos el riesgo de quedarnos en una visión espiritualista y abstracta que no afecta a mi vida concreta. La presencia real de Cristo en el pan y en el vino, entendida de una manera estática y física, nos ha impedido durante siglos, descubrir el aspecto vivencial del sacramento y dejarnos al margen de la verdadera intención de Jesús al compartir esos gestos con sus discípulos.

Tenemos que hacer un esfuerzo por descubrir el verdadero signifi­cado de la eucaristía a la luz del lavatorio de los pies. Jesús toma un pan y mientras lo parte y lo reparte les dice: esto soy yo. Recordemos que “cuerpo” en la antropología judía del tiempo de Jesús, quería decir persona, no carne. Como si dijera: meteos bien en la cabeza que yo estoy aquí para partirme, para dejarme comer, para dejarme masticar, para dejarme asimilar, para desaparecer dando mi propio ser a los demás. Yo soy sangre (vida) que se derrama por todos, es decir, que da Vida a todos, que saca de la tristeza y de la muerte a todo el que me bebe. Eso soy yo. Eso tenéis que ser vosotros.

Por haber insistido exclusivamente en la presencia real de Cristo en la eucaristía, nos acercamos al sacramento como a una realidad misteriosa, pero que no tiene valor de persuasión, no me lleva a ningún compromiso con los demás. La presencia real, por el contrario, debía potenciar el verdadero significado del gesto. Nos debía de recordar en todo momento lo que Jesús fue y lo que nosotros, como cristianos, debemos ser. El haber cambiado este sentido dinámico por una adoración, ha empobrecido el sacramento hasta convertirlo en algo aséptico, que nada me exige y nada me motiva.

Lo que Jesús quiso decirnos en estos gestos es que él era un ser para los demás, que el objetivo de su existencia era darse; que había venido no para que le sirvieran, sino para servir, manifestando de esta manera que su meta, su fin, su plenitud humana solo la alcanzaría cuando llegara a la donación total en la muerte asumida y aceptada. Solo un Jesús des-trozado puede ser asimilado e integrado en nuestro propio ser. Descubrir que destrozarnos para que nos puedan comer, es también la meta para nosotros, es el primer objetivo de un seguidor de Jesús. Pero de esto hablaremos mañana, Viernes Santo.

Juan no menciona la eucaristía en el relato de la última cena, pero no se olvidó de un sacramento que tuvo tanta importancia para la primera comunidad. En el c. 6 de su evangelio, encontramos la explicación de lo que es la eucaristía. “Yo soy el pan de Vida”; y a continuación: “Quien viene a mí, nunca pasará hambre; el que me presta su adhesión, nunca pasará sed”. Está muy claro que comer materialmente el pan y beber literalmente la sangre, no es más que un signo (sacramento) de la adhesión a Jesús, que es lo importante. Se trata de identificarse con su manera de ser hombre al servicio a los demás hasta deshacerse por ellos. El mayor peligro que tenemos hoy los cristianos es acercarnos al sacramento como medio de unirnos a Dios, olvidándonos de los hombres.

En el mismo c. 6, dice un poco más adelante: “El Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me “come” vivirá por mí”. No hay en todo el NT una explicación más profunda de lo que significa este sacramento. Jesús tiene la misma Vida de Dios, y todo el que le siga tendrá también esa misma Vida, la definitiva, la trascendente, la que no se verá alterada por la muerte biológica. Para hacer nuestra esa Vida, tenemos que aceptar la “muerte”, no la física, aunque también, sino la muerte a todo lo que hay en nosotros de caduco, de terreno, de transitorio, de individualismo, de egoísmo. Sin esa muerte, nunca podrá haber Vida. No se trata renunciar a nada, sino de conseguirlo todo. Todo lo que no es esa Vida, antes o después, se desvanecerá.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Carmen Soto: Lavaos los pies unas/os a otras/os.

Jueves, 13 de abril de 2017
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SNM128510 Jesus Washing the Feet of his Disciples, 1898 (oil and grisaille on paper) by Edelfelt, Albert Gustaf Aristides (1854-1905) chalk and grisaille on paper 58x47 © Nationalmuseum, Stockholm, Sweden Finnish, out of copyright El evangelio según Juan, es quizá uno de los textos más densos del Nuevo Testamento por su modo de ahondar en la figura de Jesús y su capacidad simbólica. En el relato en el que Jesús lava los pies a sus discípulos esta hondura adquiere un tono muy especial, no solo porque se realiza en los últimos momentos de la vida de Jesús, sino porque expresa una de las claves más radicales de su propuesta.

Jesús sabe que los líderes religiosos y políticos de su pueblo quieren matarlo y ha decidido que su modo de afrontar la persecución no va a ser huir, pero tampoco un enfrentamiento violento. En su respuesta quiere reflejar el perdón y la misericordia del ABBA que sostiene su vida. Su entrega no será un mero acto heroico, sino el testimonio del modo de afrontar el mal y la injusticia desde los valores el Reino, desde el sueño de Dios.

El relato de Juan, presenta a Jesús, como el anfitrión de una cena a la que ha invitado a sus amigos y amigas antes de la fiesta de la Pascua y los sorprende con un gesto que en su sociedad nunca haría una persona honorable: les lava los pies. Lavar los pies era un gesto de hospitalidad en las sociedades del mundo antiguo hacia quien llegaba a una casa de visita. Generalmente los desplazamientos se realizaban andando o en cabalgaduras y la mayor parte de las veces por caminos polvorientos, por lo que los pies de los/as visitantes llegaban sucios y cansados y por eso lavar los pies a los/as recién llegados/as era un modo de hacerlos/as sentir cómodos/as y acogidos/as en la casa a la que llegaban. Ese trabajo lo realizaban siempre las personas de menor estatus entre los habitantes de la casa, generalmente los esclavos o las mujeres.

Pedro, desde los valores aprendidos, se escandaliza de que el maestro tuviese la osadía de ponerse de rodillas ante sus discípulos/as y aparecer como un esclavo. Para él lo honesto es negarse a dejarse lavar los pies porque sería vergonzoso y una falta de respeto aceptarlo. Jesús insiste, poniéndolo en una situación comprometida: o acepta o deja de ser su seguidor. La respuesta de Pedro es rápida y decidida, aunque exagerada. Jesús lo invita a la moderación en las formas, pero a la hondura en la fe y en el compromiso: “Quien se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, pues el resto está limpio” (Jn 13,10).

Con un gesto aparentemente insignificante Jesús rompe las fronteras que los seres humanos construimos para diferenciarnos, para mostrarnos superiores. Lavando los pies a sus amigos los invita a entrar en un espacio nuevo, para construir relaciones diferentes, en las que desaparecen las barreras de género, estatus, poder, religión y se construye desde el respeto, el encuentro y la equidad.

De este modo, Juan, recuerda a su comunidad que la actitud más importante para seguir a Jesús es el servicio; pero no cualquier servicio, sino el que no da prestigio, ni honorabilidad, y el realizarlo, suponía igualarse con la gente más pobre e insignificante. Ver a Jesús lavando los pies a sus compañeros y compañeras de mesa, sonaba a subversivo, aun para los y las que le habían seguido. Escucharlo preguntándoles si entendían el gesto que acababa de realizar desafiaba lo aprendido, urgía a construir la comunidad desde otros criterios, desde otra mirada, desde otro lugar.

Lavar los pies es hacer memoria de la vida y misión de Jesús, es dejarse seducir por lo pequeño de la historia, por la debilidad del amor, por la grandeza del perdón, por la hondura de la gratuidad como la de aquella mujer anónima que derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús reconociéndolo como mesías (Mc 14, 1-9) y de la que el mismo Jesús dijo: Os aseguro que en cualquier parte del mundo donde se proclame la Buena Noticia, se mencionará también lo que ella ha hecho. (Mc 14,9).

Un nuevo jueves santo más, pongámonos a los pies del mundo, apostemos por vivir de otra manera, hagamos del amor el origen de todas nuestras acciones y del servicio el modo de mirar el mundo y así, seremos como la mujer del perfume, memoria de la Buena Noticia de Jesús que aquella noche se puso de rodillas para lavar los pies a sus compañeros/as de mesa.

Carmen Soto, ssj

Fuente Fe Adulta

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Tratémonos como hermanos.

Jueves, 13 de abril de 2017
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el-abrazo-1976-juan-genoves-custom2Hermanos, hoy recordamos la cena de Jesús con sus discípulos. Jesús sabe que su “hora” ha llegado, que es el momento de “pasar de este mundo al Padre”. Y mientras cenaba, se levanta y se pone a lavar los pies a sus discípulos. Su amor por los suyos le lleva al servicio. Oremos.

Jesús, que nos tratemos como hermanos

• Padre, que nuestra Iglesia tome conciencia de lo que es su primera misión y su razón de ser: servir siempre hasta la entrega de la propia vida. Y servir con sencillez, sin valerse de su condición y de su misión para ponerse por encima de los demás.

Jesús, que nos tratemos como hermanos

• Padre, que todos los seguidores de Jesús, seamos capaces de captar la hondura de la propuesta que hoy nos hace y con valentía optemos por una vida que se gaste sirviendo a los más desfavorecidos.

Jesús, que nos tratemos como hermanos

• Padre, sacúdenos de nuestros acomodamientos, cambia nuestra mirada para que sepamos ver y responder a tantas necesidades como se viven en nuestros entornos.

Jesús, que nos tratemos como hermanos

• Padre, que todos los hombres y mujeres que viven en situaciones exclavizantes encuentren cómo salir de esos contextos y así conocer que otra vida más digna, justa y humana es posible.

Jesús, que nos tratemos como hermanos

Padre bueno, en este día del amor fraterno, te damos las gracias por el amor con que en tu hijo nos has amado, que su entrega aliente nuestra vida y su ser servicio nuestro modo de vida. Te damos las gracias porque en Jesús te reconocemos como Padre que nos quieres y sostienes.

Vicky Irigaray

Fuente Fe Adulta

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Con tu pan y copa en mis manos

Jueves, 13 de abril de 2017
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eucaristia0

Con tu pan y copa en mis manos

quiero recorrer los caminos y sendas

menos frecuentados de nuestra tierra.

Con tu pan y copa en mis manos

me siento invitado a ser buena noticia

entre mis hermanos y ciudadanos.

Con tu pan y copa en mis manos

comparto lo que tengo y soy

con alegría y sin pedir nada a cambio.

Con tu pan y copa en mis manos

salgo del cenáculo en el que estamos

a proclamar tu entrega y la Pascua que llega.

Con tu pan y copa en mis manos

quiero seguir horneando la vida entera

y compartirla antes que anochezca.

Con tu pan y copa en mis manos

levanto mesas para que nadie quede fuera

del banquete y fiesta que esperamos.

Con tu pan y copa en mis manos

quiero acercarme a los hambrientos de siempre

y saciar un poco sus necesidades más urgentes.

Con tu pan y copa en mis manos

no me importa el escándalo de compartir

y hacerme pobre siguiendo tus pasos.

Con tu pan y copa en mis manos

lavo y abrazo cuerpos desechos por nuestra avaricia

para ungirlos con tu perfume de resurrección y vida.

Con tu pan y copa en mis manos

las fronteras se vuelven tienda de encuentro

y el grito de los excluidos tu evangelio más claro.

Con tu pan y copa en mis manos

buscamos cenáculos a quienes andan perdidos

y revivimos tu vida y mensaje casi olvidados.

Con tu pan y copa en mis manos

anunciamos y denunciamos lo que hemos visto y oído

y nos sentimos dichosos de ser discípulos y hermanos.

Con tu pan y copa en mis manos

sentimos la presencia de tu reino que viene

como primicia gratuita y tarea urgente.

Con tu pan y copa en mis manos

no queremos perderte de vista aunque te vayas

y anhelamos comulgarte en todo hermano.

*

Florentino Ulibarri

***

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Un obispo pide a la Iglesia de Brasil abrir el debate para que los laicos puedan presidir la Eucaristía

Viernes, 3 de marzo de 2017
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images“Ojalá los obispos propongan ya soluciones valientes, que nos alejen del clericalismo”

Dom Demetrio Valentini, ante el problema de las comunidades sin Eucaristía y la corresponsabilidad

(Emilia Robles, Proconcil, con información de A12).- Nos ha llegado una interesante exhortación del obispo Dom Demetrio Valentini, con motivo de la reunión de la Asociación Nacional de Presbíteros de Brasil en el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida. En ella, entre otras cuestiones, se retoma el problema de las comunidades sin Eucaristía y de la necesidad de incorporar a los laicos a una nueva forma de ministerio presbiteral. Hemos trabajado mucho sobre la propuesta del obispo Fritz Lobinger, que ustedes recordarán y que guarda una estrecha relación con lo que les exponemos a continuación.

Dom Demetrio Valentini es una de las figuras más valientes del episcopado brasileño, desde que era el obispo encargado de la Pastoral Social y presidente de Cáritas Brasileña. Ahora, como obispo emérito, está  libre para abordar temas congelados, proponer medidas de revisión  sobre disciplinas que se están volviendo obsoletas y  ser fiel a la evolución de la doctrina, como indicaba el gran John Henry Newman. Vive proféticamente en tiempos Francisco, el nuevo clima de una iglesia “semper reformanda”. Así nos lo cuenta Elisangela Caballero

El obispo emérito de Jales, Dom Demetrio Valentini , dijo durante su homilía en el Santuario Nacional de Aparecida, en la mañana del martes (14) que la Iglesia en Brasil necesita reflexionar sobre la cuestión de los católicos que no tienen acceso a la Eucaristía con frecuencia. El obispo sugirió para resolver este problema la elección de laicos comprometidos en la vida de la comunidad para asumir esta tarea de presidir la Eucaristía. El obispo estaba en el santuario debido a la celebración del 25 aniversario de la Asociación Nacional de Presbíteros de Brasil.

“¿Somos una Iglesia que comparte el  pan, o una iglesia que somete a  sus comunidades a la escasez que lleva a su debilidad y a la propia disolución eclesial?”, dijo el obispo, que hizo memoria de un discurso del Papa emérito Benedicto XVI en Aparecida durante el CELAM.

Sin Eucaristía no hay comunidad cristiana. Así fue afirmado solemnemente aquí en esta basílica por el Papa Benedicto XVI en la apertura de la 5ª Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe. Sin Eucaristía no hay comunidad cristiana. Entonces, hace falta ahora comprobar qué consecuencias prácticas extraemos de esta verdad tan importante afirmada por el Papa. Y entonces entra de lleno, de nuevo, la cuestión presbiteral “, instó el obispo emérito.

En el centro de su reflexión, el obispo habló sobre la necesidad de la Iglesia para reflexionar sobre la realidad que afecta a muchas comunidades eclesiales, no sólo en Brasil, sino en muchos lugares del mundo: la falta de presbíteros para presidir la Eucaristía.

“Hoy en día la iglesia necesita escuchar las llamadas de las comunidades que expresan sus necesidades que deben ser atendidas, y ahí entra de nuevo en juego el tema presbiteral. Éste  necesita ser resuelto correctamente y para ello es urgente restaurar la visión ministerial del Vaticano II,dijo.

El asunto ya fue  discutido por los Obispos de Brasil en la Asamblea y por el papa Francisco, pero necesita una mayor implicación y atención por parte de los miembros de la Iglesia, según el obispo, que fue categórico al dar su opinión sobre el tema.

El  papa Francisco con su valor y, al mismo tiempo, prudencia,  solicitó la CNBB que  presentara un proyecto; sería una motivación para que se realizara con rapidez y dedicación. Personalmente, me permito aquí  expresar mi posición, muy consciente del poco peso que puede tener. La vida enseña a relativizar las aspiraciones personales y situarlas en el ámbito más amplio de la historia. No importa si no vemos realizados todos nuestros sueños, sobre todo ahora que como obispo emérito no mando nada. Pero no envío  a otros a decir. Me tomo la libertad de pedir a  la CNBB que agilice la discusión del problema , para que  la  cuestión de poder contar con presbíteros de la comunidad pueda  ir definiendo sus detalles, de manera que podamos organizar y poner en práctica la disposición del papa  Francisco de dar curso a  esta medida,  para que en este asunto que involucra profundamente la vida de la Iglesia, el Papa no se vea tal vez obstaculizado por la fuerza eclesial interna, sino que cuente con el apoyo claro de la CNBB, y en particular de los presbíteros de Brasil representados aquí hoy por la Asociación Nacional de Presbíteros de Brasil “, dijo.

Dom Demetrio llamó a estos laicos “presbíteros de la comunidad, en contrapartida de los “presbíteros diocesanos”.

(Traducción: Emilia Robles)

Agradecemos a Dom Demetrio esta valiente aportación, con la esperanza de que su llamada tenga eco y siga ayudando a generar consensos y a abrir caminos. Y ahora, una reflexión que recoge inquietudes de muchas personas de esta red y que guarda relación con la cuestión de los ministerios

NO HAGAMOS DIFÍCIL LO QUE ES SENCILLO

En la última conferencia de Aparecida (Brasil), organizada por la  Comisión Episcopal de obispos de Latinoamerica y Caribe (CELAM) la llamada de Dios se hace sentir muy claramente.

Estamos llamados a ser discípulos misioneros. Si somos misioneros, pero no somos discípulos, seguidores de Jesús, seremos misioneros proselitistas, de algún conjunto de dogmas momificados (no actualizados), pero no nos sentiremos enviados por Aquel que vino a liberar a los pobres, a hacer que los ciegos vean, que los tullidos echen a andar…

Si somos de verdad discípulos (o al menos lo queremos ser) necesariamente seremos misioneros de una sola Misión: Anunciar el Evangelio, no ninguna doctrina ajena a este.

Desde esta perspectiva todo se aclara y se vuelve sencillo, lo pueden entender hasta los niños.

El Evangelio se vive en una doble dimensión: Jesús de Nazareth y la comunidad que se reúne en SU NOMBRE (no en el de los que dicen “Señor, Señor, sino en el de los que quieren que se haga la Voluntad de Su Padre, así en la Tierra como en el Cielo)

En esta perspectiva, los ministerios también están muy claros. Hay un ministerio principal que es la Diakonía (el servicio) con un ojo en el Evangelio, en el Reino que ha de venir y que de alguna manera ya está aquí y el otro ojo puesto en el pueblo de Dios, en la comunidad concreta.  Todos somos llamados a ese gran ministerio de servicio, que desemboca  en una actitud;  y de aquí se derivan todos los demás ministerios, basados en los dones y carismas que el Espíritu reparte y que siempre tienen que tener una referencia en las demandas y necesidades de la comunidad. Algunos serán ordenados por el obispo y otros serán no ordenados, pero no por ello menos importantes.

Esta comunidad ha de hacerse Eucaristía, en la vida cotidiana y en la celebración. Y ninguna comunidad cristiana puede serlo sin invitarse a vivir a diario y sin celebrar la Eucaristía.

Junto a este gran acontecimiento eucarístico que da centralidad al Misterio de la Vida- Muerte y Resurrección de Jesús y lo conecta con nuestras vidas,  hay otros ministerios que no son sólo de culto, sino que giran en torno a la Palabra, a la Caridad, al acompañamiento comunitario…

El Espíritu reparte sus dones entre los miembros de la comunidad y estos han de ponerse al servicio de la misma. No es posible que haya comunidad sin servidores inspirados por el Espíritu. Por lo tanto, la Iglesia de Jesús es una Iglesia “toda ella ministerial”.

Si bien Jesús fue varón, (también fue judío, en una sociedad de hace 2000 años, hablaba en arameo, usaba sandalias, fue crucificado…) Pablo nos dice que en Cristo no hay hombre ni mujer, célibe ni casado, judío ni gentil… ¿Servirá esto para que de una vez por todas, no se siga discriminando a las mujeres y a los casados en su representación de Cristo, en el que quedan superadas todas las dualidades y limitaciones espacio-temporales?

¿Será que todas las Iglesias cristianas, menos los católicos romanos van a entender esta superación del espacio geográfico- histórico- temporal en el que vivió Jesús de Nazareth?  Iglesia católico romana, que -curiosamente, tan literal en algunos aspectos- no obliga al Papa a casarse y a tener suegra como San Pedro, pero limita el acceso de la mujer a la representación de Cristo, porque alegan que  Jesús fue varón.

A este respecto sólo una consideración. ¿Jesús, fue varón porque Dios se siente más representado a través de los varones, (nos morimos de pena, por la chapuza entonces de nuestro imperfecto Bautismo…) o es que, si hace 2000 años, en Judea, Dios se hubiera encarnado en una mujer, esta hubiera sido excluida y lapidada sólo poner su experiencia en conocimiento de sus convecinos (y no se habrían podido escribir los evangelios)? Sin embargo  Jesús se hace acompañar de su madre, de Magdalena, de María Salomé, es amigo de Marta y María… ¿No son acaso ellas servidoras de la comunidad como los varones, verdaderas discípulas misioneras, como es palpable en el anuncio de la resurrección que hace María Magdalena?

¡Cuidado, con esto, a pesar de nuestro énfasis que peude parecer descarado, fruto de nuestra convicción profunda, respetamos profundamente a quienes hoy dentro de la Iglesia piensan – legítimamente- de otra manera. Durante siglos hemos sido formados así…Y no hacemos una llamada a la desobediencia a lo que la Iglesia disponga en un momento histórico concreto, sino que invocamos el derecho de seguir pensando en voz alta lo que el Espíritu nos inspire; y hacemos una llamada a los teólogos y a las teólogas, biblistas y pastoralistas,  para que sigan legítimamente investigando y reflexionando!

Es legítimo y necesario urgirse a la reflexión crítica, porque ¿de quién es el mandato de  que las comunidades se han de quedar sin poder celebrar la Eucaristía, porque no se encuentran suficientes ministros que quieran ser célibes, imitando supuestamente a Jesús, que – por otros lado- no fue sacerdote del Imperio Romano, era un laico y celebró una única Eucaristía en su vida coincidiendo con su entrega a la Muerte por causa de la Vida más plena para todos, cuya Memoria celebramos ahora en nuestras Eucaristías?

El problema puede ser más acuciante en Brasil, pero también afecta a Europa. ¿Quién ha dicho que se tengan que estar cerrando parroquias en Europa e importando presbíteros de África, insertándose en una cultura y lenguajes que les son extraños y enajenándose de los problemas y necesidades de sus tierras de origen, porque envejecen y se acaban los curas célibes autóctonos?

¿Es que el Espíritu Santo ya no suscita vocaciones de presbíteros y diáconos en las comunidades, como en los tiempos de Pablo, o es que su acción pasa porque en que la Iglesia Católica Romana nos enfrentemos a nuestras propias contradicciones y miserias?

Ojalá los obispos propongan ya soluciones valientes, inspiradas en el Evangelio a la falta de Eucaristía en las comunidades, soluciones que nos alejen del clericalismo y nos ayuden a transitar por los caminos de una Iglesia más participativa y servicial.

Ojalá en el próximo Sínodo, sobre los jóvenes y su discernimiento vocacional, podamos escuchar con más libertad la voz del Espíritu, que derive en una Iglesia verdaderamente renovada, carismática y eucarística. Y algo, muy importante en este camino que es verdaderamente conciliar: que sepamos encontrar consensos, tender puentes, buscar lo que nos une antes de lo que nos divide y ser suficientemente libres para hacer caso al Espíritu más que a nuestras ideologías, temores particulares, o búsquedas de poder y de control.

Como siempre, quedamos abiertos a comentarios y sugerencias sobre el tema.

Fuente Religión Digital

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La comensalidad de los discípulos de Jesús

Sábado, 23 de julio de 2016
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“Jesús se convierte en altar, víctima y sacerdote”

“El sacrificio de Jesús sostiene la celebración actual”

(Benjamín Forcano y Rufino Belasco).- Al comenzar este tema, confesamos que nos acompañan dos sentimientos importantes: primero, que no vemos que dentro de la cristiandad haya una disponibilidad general a entender la Cena de Jesús -que hoy llamamos Misa o Eucaristía- tal como El la vivió y nos la quiso transmitir. Y segundo que, de ser esto verdad, el reto que se nos plantea es enorme: cómo reintroducir en los ámbitos de la vida cristianas la visión originaria de Jesús.

Si uno está un poco familiarizado con la liturgia eucarística verá enseguida dos cosas: que es tema obsesivo el del sacrificio y el de que Jesús se convierte en altar, víctima y sacerdote. La Ultima Cena se reduce a “sacrificio”, siendo Jesús la víctima santa e inmaculada , que nos redimió del pecado original y queda, por tanto, como víctima preparada por el Padre para la Iglesia.

Creemos que transcurre por ahí el meollo de la cuestión: la ideología de sacrificio. Y la pregunta inevitable entonces es ésta: ¿Si la Ultima Cena no es sacrificio, por qué y cómo se ha reducido históricamente a esa categoría? ¿Qué significa propiamente esa reducción? ¿Cómo habría que entenderla y qué reformas serían necesarias?

Cuatro consideraciones previas

1.La Cena pascual de Jesús

La pascua judía coincide con aquel mes de Nissan (Marzo-Abril) en que la naturaleza se libera de las cadenas del invierno y que el israelita asimila con la esclavitud , cadenas que los padres tuvieron que soportar en Egipto durante siglos.

Esclavitud y liberación son, pues, las piedras fundantes de Israel, una experiencia que requiere una continua travesía , de manera que ninguno olvide la alianza que Dios quiso establecer con un pueblo de esclavos. La cena pascual es la madre de todas las fiestas. El Exodo de Egipto indica la necesidad de una liberación permanente.

Jesús, en su pueblo de Nazaret, revivía cada año en familia esta fiesta de la liberación del Faraón. La celebran en casa, sentados, en torno a una mesa con parientes y amigos, con los elementos que les llevan a recordar la historia de la liberación. Tal comida no se celebraba en la sinagoga ni el templo, ni contaba con sacerdotes, ni con lecturas estandarizadas, gestos ritualmente definidos, hábitos o útiles “sagrados”.

Hoy, sin embargo, la Eucaristía presenta una articulación estricta y meticulosa según el canon de cuanto en ella se desenvuelve. Y esto de manera uniforme, una y mil veces, por uno y mil sacerdotes, en todos los rincones de la tierra, y aunque se trate de una variedad infinita de personas, edades. situaciones, pueblos y culturas distintas.

La manera monóloga y ritualizada de entender la Eucaristía explicaría el hecho de que después de millones de Misas celebradas semanalmente en los cinco continentes, no acaezca nada nuevo en la sociedad, mientras la cena pascual de Jesús, teóricamente idéntica, ha marcado una vertiente en la historia de las religiones.

2.El Sacrificio de Jesús en el rito, clave de bóveda que sostiene el modo celebrativo de la Eucaristía actual

El concepto de sacrificio aplicado a la Eucaristía, subyace como base de un proceso histórico de la Iglesia, que condiciona la desigualdad entre sus miembros con la división entre clérigos y laicos y la sacralización de un poder destinado a mantener un orden y clases sociales.

Basta con recordar algunos textos del Magisterio elesiástico hasta el concilio Vaticano II: La comunidad de Cristo no es una comunidad de iguales, en la que todos los fieles tuvieran los mismos derechos, sino que es una sociedad de desiguales” (Constitución sobre la Iglesia, Vaticano I, 1870). – Por su misma naturaleza, la Iglesia es una sociedad desigual con dos categorías: la jerarquía y la multitud de fieles; sólo en la Iglesia Jerarquía reside el poder y la multitud no tiene más derecho que el de dejarse conducir y seguir dócilmente a sus pastores” (Pio X, Vehementer, 12.)

Estas ideas han arraigado profundamente en la cristiandad. Tan profundamente que aún hoy son guía y criterio de muchos.

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La Cena del Señor centro de la liturgia de la Iglesia

1º) La Cena de Jesús como sacrificio

El concepto de sacrificio reaparece como centro de la oración de la liturgia. He aquí tan sólo unos textos: -“Oh Señor, que te sea agradable nuestro sacrificio que hoy se cumple delante de ti” .-“Padre clementísimo, te suplicamos que aceptes estos dones, este santo e inmaculado sacrificio”.- “En este sacrificio, oh Padre, nosotros tus ministros y tu pueblo santo, celebramos el memorial de la santa pasión del Cristo tu hijo”. -“Mira con amor, oh Dios, la víctima que tú mismo has preparado para la Iglesia” (SC, 7).”Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios Padre todopoderoso”.

El mismo concilio Vaticano II recoge esta tradición, aun cuando luego la modifique y enriquezca profundamente: “Nuestro salvador, en la última Cena, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con que perpetuara por los siglos , hasta su vuelta, el Sacrificio, memorial de su muerte y resurrección, y así confiara a su esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección; signo de unidad, vínculo de caridad , banquete pascual, en el cual se come a Cristo” (SC, 47).

2º) La interpretación dada a la Cena como sacrificio

Admitamos que la Ultima Cena sea un Sacrificio, ¿pero en qué sentido?
La historia de lo que le ocurrió a Jesús es muy simple: El es un profeta, se opone a toda ley inhumana, repudia el rumbo exhibicionista de una religiosidad interesada en las apariencias, propone una nueva imagen de Dios como Bondad sin fín y sin discriminaciones, ataca el objeto más sagrado para el israelita, el Templo, asociado a mercado y cueva de bandidos, hace el bien en modo y tiempos no oficiales, atestigua con autoridad que en el Reino del Padre entran primero los samaritanos que los fariseos, las prostitutas primero que los justos, los que han padecido primero que los que han gozado, los bondadosos de corazón primero que los poderosos, los operadores de la paz y de la justicia primero que los mojigatos que sacrifican animales.

Ciertamente, Jesús no dice que va a morir por los pecados del mundo, sino que es espiado, perseguido y condenado por blasfemo y sedicioso. Se ha hecho hijo de Dios y es un revolucionario político que pone en peligro la legitimidad del Gobenador romano. Y, para estos casos, las autoridades reservan la crucifixión.

3º) El sacrificio de los fieles

La ideología del sacrificio deforma ciertamente la figura histórica de Jesús y también de los congregados en su nombre en la asamblea de los fieles.

En la Cena última, Jesús trata de que los discípulos aprendan a hacer lo que él hizo, volviéndose disponibles y serviciales para que otros se beneficien. Es una cena pedagógica, internamente estimuladora.

La Eucaristía de hoy es, por lo general, impositiva, hay que limitarse a escuchar, repetir y hacer mecánicamente cuanto está reglamentado. La relación entre el sacerdote y la asamblea es vertical. Un único actor en escena, varón y ordenado, célibe, sentado sobre un trono, separado de los “súbditos”, y detrás del altar sacrificial, incapaz de intercambiar con los otros sus experiencias, por lo que lógicamente acaban por sentirse extraños los unos a los otros. La imagen del celebrante arriba y de los fieles abajo, visibiliza la separación de ambos polos. A través del rito se sanciona, en nombre de Dios, la disyunción irreparable entre quien retiene el poder de la palabra y quien está privado de ella; entre quien ordena y obedece; entre quien está sobre y quien está abajo; entre quien está sentado en un trono y quien es siervo.

5º) ¿Tran-sustanciación del pan o de los cristianos?

Primero. El concilio de Trento es taxativo: “En la Eucaristia, después de la consagración del pan y el vino, Jesucristo se contiene verdaderamente, realmente y sustancialmente bajo la apariencia de esas cosas sensibles”.

Son dos las condiciones para que Jesús descienda a la Asamblea: 1.Que esté la materia (pan y vino de uva). 2.Y que haya un celebrante (ordenado, célibe y varón).

Si el sacramento no es administrado por un sujeto “ordenado” tal sacramento no se da. Paradójicamente, la Misa es nula si se celebra por una comunidad reunida en nombre del Señor pero sin un sacerdote. Y es válida si se celebra por un célibe “consagrado” de una forma absolutamente privada. Leer más…

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Plegaria para la comunión.

Viernes, 1 de julio de 2016
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plegaria

Padre nuestro, te damos gracias una vez más por el don de la vida
y por la fe que nos inspira Jesús de Nazaret,
el hombre que más fielmente nos habla de ti

Jesús nos enseña a alabarte, a reconocerte en cada pequeña cosa, en lo más cotidiano como compartir nuestro tiempo, nuestro pan, nuestro techo.

Él nos recuerda que Tú, Abba, estás cerca, y que la confianza en ti es la llave de la puerta para entrar en la Vida. Sabemos que tu reinado ya ha comenzado a gestarse en nuestra historia humana y en nuestras vidas personal y comunitaria.

Nos reunimos para celebrar, para encontrarnos contigo, dejarte hacer en  nuestras vidas ese proyecto, ese sueño con el que comenzó tu creación. Todos en todos, para todos, y con todos, en una Comunión sin fisuras que nos permite gozar la vida que tú nos regalas cada día.  ¿Qué es la vida, Abba, sino este encuentro?

Es Jesús quien nos anuncia el camino de la Verdad, la vida plena y bienaventurada de quien es pobre, quien llora ante las injusticias, quien tiene un corazón de niño, humilde y pobre, confiado y limpio.

Jesús nos impulsa con su vida a servir como Él, a amarnos como Él nos ha amado, a cuidarnos unas personas a otras. Es con su Presencia entre nosotras como saltamos por encima de nuestro egoísmo y nuestra mediocridad para entregar la vida en el silencio, en lo oculto, en el anonimato de su corazón. Por eso traemos su cuerpo hecho Pan entregado, que nos fortalece y nos llena de vida abundante.

(Canto que invite a abrirnos a su Presencia)

Ante Ti Jesús se nos desprende el miedo que nos paraliza, que nos bloquea o aísla porque tú eres la Vida. Con tu entrega hasta el final refuerzas nuestra fe a veces vacilante en la vida más allá de la muerte. Ante ti lo oscuro se hace claro y la tormenta se vuelve calma y serenidad. Ante ti se desvelan las injusticias, esas que hacen daño a nuestros hermanos. Contigo buscamos los nuevos caminos que nos invitas a recorrer.

Desde esta comunidad que se ha reunido en tu Nombre, tenemos presentes a las personas sencillas que creen en Ti, esas que son tus favoritas. También  a quienes se comprometen en tu servicio, a quienes se preocupan por animar las comunidades creyentes, al obispo de Roma.

Llevamos en el corazón a las personas perseguidas por creer en Ti, quienes sufren burla, tortura, o muerte.

A todos, haznos pacientes en la esperanza, para no desfallecer;
lúcidos en la fe, para evitar el fanatismo;
y bondadosos en la acción, porque sólo el amor nos salvará.

Y ahora te alabamos con un solo corazón diciendo:

POR CRISTO……

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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“Renovar la Iglesia es hacer actual el “recuerdo peligroso” de Jesús”, por José Mª Castillo

Jueves, 9 de junio de 2016
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IGLESIA FANOLeído en su blog Teología sin Censura:

Si la Iglesia quiere renovarse en serio y a fondo, una de las primeras cosas que tendría que hacer es renovar en serio y a fondo el recuerdo de Jesús. No meramente recordando lo que sucedió cuando Jesús andaba por el mundo. Sino actualizando lo que ocurrió entonces. Es decir, la liturgia tiene que celebrarse de tal manera que se haga presente, en lo que vivimos ahora, lo que Jesús vivió, hizo y decidió cuando estaba en esta vida. Concretamente lo que ocurrió la noche aquella en que cenó, por última vez, con el grupo de personas que le acompañaron y compartieron lo que él vivió y cómo lo vivió. En aquella ocasión, Jesús dijo: “Haced esto en recuerdo mío” (1 Cor 11, 24. 25; Lc 22, 19). Lo cual quería decir: “Haced esto para que me tengáis presente”, como en seguida explicaré.

Lo que acabo de indicar se basa en un presupuesto previo: la última cena de Jesús con sus discípulos no fue un ritual religioso. El ritual de la “cena pascual” que celebran los judíos, con motivo del pèsaj, la fiesta del cordero, que marcó el punto de partida de la liberación de los judíos esclavos en Egipto (Ex 12). Por supuesto, sabemos que, según los evangelios sinópticos, la última cena fue la cena de Pascua (Mc 14, 12; Mt 26, 17; Lc 22, 7). Pero el evangelio de Juan, que se escribió después que los sinópticos, puntualiza este dato capital indicando que la cena se celebró antes de la Pascua (Jn 13, 1; 18, 28), de forma que Jesús murió el día de la Preparación de la Pascua (Jn 19, 14; cf. 19, 31. 42). Y san Pablo, que nos ha conservado el recuerdo más antiguo de la cena, ni menciona la Pascua (1 Cor 11, 23). Además, en ninguno de los relatos de la Cena se menciona el cordero pascual, ni se habla de las hierbas amargas, ni hay alusión alguna a los mazzen, ni de la haggadà, ni del primer hallel, ni se mencionan las cuatro copas que eran esenciales en el ritual judío de la Pascua. No hay, pues, traza ni indicio alguno de que allí se estuviera celebrando un ritual sagrado (Ulrich Luz, El evangelio según san Mateo, vol. IV, Salamanca, Sígueme, 2005, 138-139).

Ahora bien, si aquello no fue un “ritual sagrado”, sino una “cena”, en la que se vivieron una serie de experiencias muy fuertes, cuando Jesús les dice a sus “amigos” (Jn 15, 14-15): “Haced esto en memoria mía” (1 Cor 11, 25) o sea,”Haced esto para que me tengáis presente”, sin duda alguna, el término “esto” (toûto) engloba la cena entera, no únicamente el pan, sino el conjunto de experiencias vividas allí aquella noche (François Bovon, El evangelio según san Lucas, vol. IV, Salamanca, Sígueme, 2010, 282-283). Hacer lo que allí dijo Jesús no es repetir rutinariamente un ritual, sino actualizar (hacer presente y operante hoy) lo que allí se vivió aquella noche. El “recuerdo”, la “anamnêsis”, según la raíz original zkr, quiere decir “hacer presente el pasado” (H. Patsch, en Diccionario Exegético del Nuevo Testamento, vol. I, Salamanca, Sígueme, 2005, 251-254).

Pero, ¡atención!, estos datos no son meras matizaciones – por lo demás, muy elementales – de erudición. Nada de eso. Aquí se juega el ser o no ser de la autenticidad o del fracaso de lo que Jesús quiso. Sabemos que Jesús no fue amante, ni practicante de ritos, ceremonias, altares y templos. Jesús centró sus preocupaciones en tres cosas: el “sufrimiento humano” (curaciones), la “alimentación compartida” (comidas y comensalía, sobre todo con pobres y pecadores), las “relaciones humanas” (sermón del monte, en Mt, o de la llanura, en Lc). Al proceder así, Jesús desplazó la religión: la sacó del templo, la disoció de los “rituales” y la puso en el centro y en el conjunto de la “vida”.

Aquí y en esto está la clave y el secreto de todo lo demás. ¿Por qué? Porque hoy está sobradamente demostrado que los ritos constituyen un factor tan importante en la pervivencia de las sociedades humanas, que, desde hace incontables generaciones, los ritos (religiosos, políticos, sociales…) son decisivos en la integración o exclusión del individuo en la sociedad y, en general, en el sistema establecido (Walter Burkert, La creación de lo sagrado, Barcelona, Acantilado, 2009, 60 ss; ID., Homo necans, Barlona, Acantilado, 2013, 50-61). Pero no se trata de esto solamente. Porque los ritos integran al sujeto en el sistema de tal forma, que, al mismo tiempo que el sujeto hace suyos los valores del sistema, por otra parte, esos mismos ritos no modifican la conducta del sujeto que los cumple. Concretamente, un piadoso creyente se puede pasar cuarenta años comulgando a diario, y al cabo de ese tiempo sigue teniendo los mismos defectos que tenía el día que inició su comunión diaria. Y es que el ritual, por sí solo, no solamente no modifica la conducta, sino que además tiene la virtualidad de tranquilizar la conciencia del observante.

Entonces, ¿qué quiso decir Jesús cuando afirmó en la Cena: “Haced esto en memoria de mí”? No se refería simplemente a repetir lo que llamamos ahora “las palabras de la consagración”. Porque esta referencia al recuerdo o memoria (anamnêsis) lo introdujo san Pablo (1 Cor 11, 24. 25), del que depende el relato de Lucas (22, 19), para motivar a la comunidad de Corinto, al decirles a aquellos cristianos que lo que ellos hacían – y tal como lo hacían -, en realidad aquello ya no era la Cena del Señor. Literalmente: “eso ya no es comer la Cena del Señor” (“oúk éstin kyriakòn deipnon phagein”) (1 Cor 11, 20) (H. Patsch, o. c., 252-254). O sea, en Corinto, realizando exactamente el rito, realmente no celebraban la eucaristía. ¿Por qué? Porque la comunidad de Corinto estaba dividida. No por ideas teológicas, sino por la forma de vida que llevaban. Concretamente, porque allí había ricos y pobres. Y cuando se reunían para la eucaristía, los ricos comían hasta emborracharse, mientras que los pobres se quedaban con hambre (1 Cor 11, 21). Es decir, lo que pasaba en Corinto es que allí se repetían las palabras del Señor, pero allí no había una comunidad unida en la que quienes tenían dinero y comida lo compartían con los demás. Cada cual iba a lo suyo. Y Pablo afirma: donde hay división entre ricos y pobres, por mucho y muy bien que se repitan las palabras de Jesús, en realidad la memoria de Jesús está ausente. No se recuerda a Jesús. En esas condiciones, se dirá misa, pero allí no está Jesús. (J. D. Crossan, J. L. Reed, En busca de Pablo, Estella, Verbo Divino, 2006, 398-405).

Conclusión: la Eucaristía no consiste en “decir misa”, observando exactamente lo que manda la Sagrada Congregación de Ritos (o del Culto divino). Se puede hacer eso y no celebrar la Cena que quiso Jesús. Y tal como la quiso Jesús: haciéndonos esclavos unos de otros (Jn 13, 12-15), queriéndonos unos a otros, como él nos quiso (Jn 13, 33-35), mojando todos en el mismo plato, como él lo hizo (Jn 13, 20). Celebrar la Eucaristía no es repetir literalmente un “ritual”. Eso es una misa que nos tranquiliza (incluso nos da devoción). Pero eso no es lo que instituyó y quiso Jesús: el “recuerdo peligroso” (J. B. Metz, La Fe en la historia y en la sociedad, Madrid, Cristiandad, 1979, 100-102; 210-211), que hace actual la subversión de esos presuntos valores que se sostienen repitiendo los ritos. Lo que instituyó Jesús fue un “proyecto de vida”, que se expresa simbólicamente y que hace presente la persona y la vida de Jesús, en nuestras vidas y en nuestra sociedad. El día que resulte más “peligroso” ir a misa que acudir a una manifestación, ese día empezará a ser cierto que celebramos la Cena del Señor, en la que los cristianos vivimos la presencia, en el recuerdo vivo, de aquel Jesús que “aceptó la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado” (G. Theissen, El movimiento de Jesús, Salamanca, Sígueme, 2005. 53). Entonces será cierto y la gente palpará que la misa no es un mero “rito”, sino un “recuerdo peligroso”.

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La plenitud humana consiste en darse

Martes, 31 de mayo de 2016
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8461417851_acfffa0646_zEscrito por 

Lc 9, 11-17

Es muy difícil no caer en la tentación de decir sobre la eucaristía lo políticamente correcto y dispensarnos de un verdadero análisis del sacramento más importante de nuestra fe. Son tantos los aspectos que habría que analizar, y tantas las desviaciones que hay que corregir, que solo el tener que planteármelo, me asusta. Hemos tergiversado hasta tal punto el mensaje original del evangelio, que lo hemos convertido en algo totalmente ineficaz para llevarnos a una verdadera vida espiritual. Para recuperar el sacramento debemos volver a la tradición. Lo malo es que para algunos acaba en Trento.

Lo último que se le hubiera ocurrido a Jesús, es pedir que los demás seres humanos se pusieran de rodillas ante él. Él sí se arrodilló ante sus discípulos para lavarles los pies; y al terminar esa tarea de esclavos, les dijo: “vosotros me llamáis el Maestro y el Señor. Pues si yo, el Maestro y el Señor os he lavado los pies, vosotros tenéis que hacer los mismo”. Esa lección nunca nos ha interesado. Es más cómodo convertirle en objeto de adoración, que imitarle en el servicio y la disponibilidad para con todos los hombres.

Hemos convertido la eucaristía en un rito puramente cultual. En la mayoría de los casos no es más que una pesada obligación que, si pudiéramos, nos quitaríamos de encima. Se ha convertido en una ceremonia rutinaria, que demuestra la falta absoluta de convicción y compromiso. La eucaristía era para las primeras comunidades el acto más subversivo que nos podamos imaginar. Los cristianos que la celebraban se sentían comprometidos a vivir lo que el sacramento significaba. Eran conscientes de que recordaban lo que Jesús había sido durante su vida y se comprometían a vivir como él vivió.

El mayor problema de este sacramento hoy, es que se ha desorbitado la importancia de aspectos secundarios (sacrificio, presencia, adoración) y se ha olvidado totalmente la esencia de la eucaristía, que es precisamente su aspecto sacramental. Con la palabreja “transustanciación” no decimos nada, porque la “sustancia” aristotélica es solo un concepto que no tiene correspondencia alguna en la realidad física. La eucaristía es un sacramento. Los sacramentos ni son ritos mágicos ni son milagros. Los sacramentos son la unión de un signo con una realidad significada.

El signo.- Lo que es un signo lo sabemos muy bien, porque toda la capacidad de comunicación, que los seres humanos hemos desplegado, se realiza a través de signos. Todas las formas de lenguaje no son más que una intrincada maraña de signos. Con esta estratagema hacemos presentes mentalmente las realidades que no están al alcance de nuestros sentidos. Ahora bien, todos los sonidos, todos los gestos, todos los grafismos, que sirven para comunicarnos, son convencionales, no se pueden inventar a capricho. Si me invento un signo que no dice nada a los demás, será solo un garabato.

El primer signo es el Pan partido y preparado para ser comido, es el signo de lo que fue Jesús toda su vida. La clave del signo no está en el pan como cosa, sino en el hecho de que está partido. El pan se parte para re-partirlo, y comerlo, es decir, el signo está en la disponibilidad de poder ser comido de inmediato. Jesús estuvo siempre preparado para que todo el que se acercara a él pudiera hacer suyo todo lo que él era. Se dejó partir, se dejó comer, se dejó asimilar; aunque esa actitud tuvo como consecuencia última que fuera aniquilado por los jefes oficiales de su religión. La posibilidad de morir por ser como era, fue asumida con la mayor naturalidad. Esto indica la calidad de su actitud vital.

El segundo signo es la sangre derramada. Es muy importante tomar conciencia de que para los judíos, la sangre era la vida misma. Si no tenemos esto en cuenta, se pierde el significado. Tenían prohibido tomar la sangre de los animales, porque como era la vida, pertenecía solo a Dios. Con esta perspectiva, la sangre está haciendo alusión a la vida de Jesús que estuvo siempre a disposición de los demás. No es la muerte la que nos salva, sino su vida humana que estuvo siempre disponible para todo el que lo necesitaba. El valor sacrificial que se le ha dado al sacramente no pertenece a lo esencial. Se trata de una connotación secundaria que no añade nada al verdadero significado del signo.

La realidad significada.- Se trata de una realidad trascendente, que está fuera del alcance de los sentidos. Si queremos hacerla presente, tenemos que utilizar los signos. Por eso tenemos necesidad de los sacramentos. Dios no los necesita, pero nosotros sí, porque no tenemos otra manera de acceder a esas realidades. Esas realidades son eternas y no se pueden ni crear ni destruir; ni traer ni llevar; ni poner ni quitar. Están siempre ahí. En lo que fue Jesús durante su vida, podemos descubrir esa realidad, la presencia de Dios como don. En el don total de sí mismo descubrimos a Dios que es Don absoluto y eterno.

El primero y principal objetivo al celebrar este sacramento, es tomar conciencia de la realidad divina en nosotros. Pero esa toma de conciencia tiene que llevarnos a vivir esa misma realidad como la vivió Jesús. Toda celebración que no alcance, aunque sea mínimamente, este objetivo, se convierte en completamente inútil. Celebrar la eucaristía pensando que me añadirá algo (gracia) automáticamente, sin exigirme la entrega al servicio de los demás, no es más que un autoengaño. Nos hemos conformado con realizar el signo sin tener en cuenta que un signo que no nos lleva a lo significado, es un garabato.

En la eucaristía se concentra todo el mensaje de Jesús, que es el AMOR. El Amor que es Dios manifestado en el don de sí mismo que hizo Jesús durante su vida. Esto soy yo: Don total, Amor total, sin límites. Al comer el pan y beber el vino consagrados, estoy completando el signo. Lo que quiere decir es que hago mía su vida y me comprometo a identificarme con lo que fue e hizo Jesús, y a ser y hacer yo lo mismo. El pan que me da la Vida no es el pan que como, sino el pan en que me convierto cuando me doy. Soy cristiano, no cuando “como a Jesús”, sino cuando me dejo comer, como hizo él.

El ser humano no tiene que liberar o salvar su “ego”, a partir de ejercicios de piedad, que consigan de Dios mayor reconocimiento, sino liberarse del “ego” y tomar conciencia de que todo lo que cree ser, es artificial y anecdótica y que su verdadero ser está en lo que hay de Dios en él. Intentar potenciar el “yo”, aunque sea a través de ejercicios de devoción, es precisamente el camino opuesto al evangelio. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestra religiosidad que solo pretende acrecentar el yo, y no solo aquí y ahora sino para siempre.

La comunión no tiene ningún valor si la desligamos del signo sacramental. El gesto de comer el pan y beber el vino consagrados es el signo de nuestra aceptación de lo que significa el sacramento. Comulgar significa el compromiso de hacer nuestro todo lo que ES Jesús. Significa que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino estando siempre disponible para todo aquel que me pueda necesitar. Es una pena que en estos días en que se celebran tantas primeras comuniones, hagamos pensar a los niños que lo importante es comulgar, sin hacerles ve que lo importante es celebrar la eucaristía en la que por primera vez, van a participar plenamente.

Todas las muestras de respeto hacia las especies consagradas están muy bien. Pero arrodillarse ante el Santísimo y seguir menospreciando o ignorando al prójimo, es un sarcasmo. Si en nuestra vida no reflejamos la actitud de Jesús, la celebración de la eucaristía seguirá siendo magia barata para tranquilizar nuestra conciencia. A Jesús hay que descubrirlo en todo aquel que espera algo de nosotros, en todo aquél a quien puedo ayudar a ser él mismo, sabiendo que esa es la única manera de llegar a ser yo mismo.

Meditación-contemplación

La Única Realidad es el Amor (Dios) que está en ti.
Los signos son solo medios para llegar a la realidad significada;
Pero son indispensables para nosotros los humanos.
Lo esencial es descubrir esa Realidad y vivirla.
……………………

Si descubro que ese AMOR me identifica con Él,
mi verdadero ser ya no soy yo sino Él.
Mi actuar no será ya mío, sino el de Él.
Solo por ese camino entraré en la dinámica del amor.
………………

En cada eucaristía que celebre,
debo sentir dentro de mí, lo que se significa en el rito.
Al comulgar, manifiesto y fortalezco la intención
de ser como Jesús, pan que se deja comer.
………………

Fray Marcos

Fuente Fe adulta

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Eucaristía

Lunes, 30 de mayo de 2016
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Del blog de la Comunidad Anawin:

Padova pride Village 3

Amor de Ti nos quema, blanco cuerpo;
amor que es hambre, amor de las entrañas;
hambre de la Palabra creadora
que se hizo carne; fiero amor de vida
que no se sacia con abrazos, besos,
ni con enlace conyugal alguno.
Sólo comerte nos apaga el ansia,
pan de inmortalidad, carne divina.
Nuestro amor entrañado, amor hecho hambre,
¡oh Cordero de Dios!, manjar te quiere;
quiere saber sabor de tus redaños,
comer tu corazón, y que su pulpa
como maná celeste se derrita
sobre el ardor de nuestra seca lengua:
que no es gozar en Ti; es hacerte nuestro,
carne de nuestra carne, y tus dolores
pasar para vivir muerte de vida.
Y tus brazos abriendo como en muestra
de entregarte amoroso, nos repites:
«Venid, comed, tomad: éste es mi cuerpo!»
¡Carne de Dios Verbo encarnado encarna
nuestra divina hambre carnal de Ti!

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Miguel de Unamuno

050319090901

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad ,

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