Archivo

Entradas Etiquetadas ‘Espiritualidad y política’

“Hacia una espiritualidad integral. Una urgencia planetaria”, por José Arregi.

Viernes, 20 de diciembre de 2024

IMG_8720Del blog Umbrales de Luz:

Asamblea europea de las Comunidades Cristianas de Base Pesaro (Italia), 20-22 de septiembre de 2024

Saludo y presentación

Amigas, amigos: os saludo cordialmente. ¡Gracias por habernos invitado a Itziar y a mí! ¡Gracias por estar aquí! La vida, su aliento profundo nos reúne en esta bella Pésaro. Aquí, a orillas del Adriático, que forma parte del Mediterráneo, nos sentimos unidas a todos los mares y a todas las tierras. Somos hermanas y hermanos de la comunidad de todos los seres humanos, y de la comunidad de Jesús, el profeta de Nazaret que anunció el Jubileo de la libertad y de la fraternidad-sororidad universal. Su anuncio, su llamada, su presencia nos reúnen.

No sé si exageraré si digo que buena parte de quienes nos reunimos aquí nos sentimos en una delicada encrucijada de nuestra trayectoria vital: la voluntad no ceja, pero las energías menguan; la llama que nos ha animado durante décadas sigue encendida, pero el cansancio se deja sentir y las preguntas aumentan. ¿Nos queda aún suficiente aliento?

En esta encrucijada es donde quiero situar las reflexiones que siguen sobre la espiritualidad integral. Quiero deciros, sencilla y cordialmente, y volver a decirme: Sí, hermanas, hermanos, podemos respirar en paz, sin aferrarnos a ningún logro ni a ningún empeño. También estas comunidades pueden aún hoy respirar e infundir aliento, libres del fruto logrado o del fracaso cosechado en nuestra misión, en nuestros largos años de entrega generosa. No tengo más que agradeceros y felicitaros por lo que habéis sido y hecho, por lo que seguís siendo y haciendo todavía.

Dividiré mis reflexiones en seis puntos. Empezaré señalando la profunda crisis civilizacional que vivimos y la urgencia espiritual que salta a la vista. Tras aclarar en un segundo punto lo que entiendo por “espiritualidad integral”, el tema que me ha sido propuesto, dedicaré los cuatro siguientes puntos a exponer cuatro ideas que considero claves para comprender y vivir dicha espiritualidad integral: en primer lugar, la espiritualidad es fruto y agente a la vez de la transformación integral; en segundo lugar, la transformación política es requisito indispensable para una transformación espiritual; en tercer lugar, la esperanza constitutiva de la espiritualidad no consiste en esperar la realización de la utopía, sino en vivir impulsados por el espíritu de la vida; y en cuarto lugar, la experiencia mística percibe la plenitud utópica como realidad presente.

  1. Crisis civilizacional y urgencia espiritual

No me parece exagerado decir que nunca nuestra especie humana Sapiens ha vivido una época de cambio y de crisis como ésta que nos ha tocado vivir justamente a nosotros, la generación nacida en las décadas de los años 40 y 50 del siglo XX, la inmensa mayoría de entre nosotras y nosotros. Nunca los cambios y los peligros fueron tan profundos, rápidos y globales; son  cambios que afectan prácticamente a todos los individuos de la especie: ocho mil millones.

Nunca las paradojas fueron tantas y tan radicales. Nunca los seres humanos hemos sido tan dueños y señores de la Tierra, y a la vez tan esclavos los unos de los otros, y de nosotras mismas. Nunca hemos sido tan poderosos, y a la vez tan inseguras y vulnerables. Nunca hemos sido a la vez tan sabios y dementes, tan creadoras y depredadoras, tan innovadores y exterminadores. Nunca hemos dispuesto de tantos remedios para la enfermedad y el hambre, pero nunca hemos dejado morir a tantos millones de personas a consecuencia de la pobreza, la soledad y la angustia. Nunca hemos poseído tanto conocimiento científico y tanta tecnología, pero nunca hemos sido actoras y víctimas de tanto control y de tanta opresión universal, nunca hemos fabricado tantos instrumentos de destrucción de la vida, ni hemos corrido el riesgo de perder el dominio de nuestras propias máquinas inteligentes. Nunca hemos podido acceder a tanta información instantánea y global, pero nunca se han difundido tantos bulos interesados y perniciosos. Nunca hemos tenido a mano tantos medios para mejorar nuestra especie humana hasta límites jamás sospechados, pero nunca hemos estado tan cerca de arruinarla para siempre. Nunca hemos tenido tan al alcance la paz y la justicia para toda la humanidad, pero nunca nos hemos armado tanto todos contra todos, y nunca desde la II Guerra Mundial ha habido tantos países, hasta 92, involucrados en 56 conflictos armados. Nunca tanto como hoy hemos podido ser hermanas y hermanos de todos en una comunidad planetaria de pueblos confederados, pero nunca nos hemos empeñado tanto en una loca competición planetaria de todos contra todos y contra nosotras mismas. Nunca hemos disfrutado de tantos recursos para satisfacer nuestras necesidades, pero nunca hemos generado tantas necesidades frívolas e insaciables, a costa en primer lugar de las más indigentes y a costa, al final, del bienestar universal. Nunca fueron tantas las oportunidades ni tantas y tan graves las amenazas, desde el cambio climático hasta la inteligencia artificial generativa.

Tal es el panorama de nuestro mundo, de esta humanidad nuestra, maravillosa y contradictoria, inacabada como todas las especies vivientes. Somos una especie dotada de asombrosas capacidades, pero aún incapaz de querer gestionarlas sabiamente, incapaz de la verdadera libertad, a saber, de querer el bien ajeno tanto como el propio y de ser feliz haciéndolo. No seremos libres hasta que lleguemos a eso, y me pregunto si hemos avanzado algo y si vamos a avanzar.

He ahí el reto que el Homo Sapiens tiene ante sí como nunca antes desde que surgió en la Tierra hace 300.000 años. En esa crisis radical, en esa encrucijada histórica, debemos escoger entre la vida común y el colapso común. ¿Podremos sobrevivir colectivamente a esta profunda asfixia vital común que nos amenaza? ¿Podremos hacer efectiva la “valiente revolución cultural” que ha reclamado el papa Francisco?

No niego mi zozobra, mi duda de que lo vayamos a hacer. Pero no dudo en decir: “Sí, podemos”. Pero habremos de quererlo verdaderamente e invertir en ello nuestras inmensas capacidades y los enormes recursos económicos que dedicamos a conquistar el espacio y a hacernos la guerra. Tampoco dudo en decir: solo será posible una revolución cultural si emprendemos una profunda transformación espiritual, un camino de espiritualidad personal e institucional, individual y planetaria, “política” en el sentido más pleno. Está en juego nuestra supervivencia personal y universal. Que todas, todos, podamos respirar a fondo en todos los sentidos: he ahí la cuestión. De esa espiritualidad depende el presente y el futuro de esta humanidad, de su civilización.

Al decir espiritualidad no me refiero a creencias, dogmas, ritos e instituciones religiosas que hoy carecen de sentido para una amplia mayoría creciente. Tampoco me refiero a prácticas llamadas “espirituales” en oposición a otras prácticas (mentales o físicas, académicas, profesionales o políticas). Ni me refiero a una supuesta “dimensión interior” de la persona en contraposición a la llamada “dimensión exterior”. También este tipo de contraposiciones han perdido su sentido. La espiritualidad significa más bien ensanchar la conciencia y vivir el amplio respiro universal, personal e institucional. Recordemos la raíz indoeuropea del término espiritualidad: –sp, raíz que comparten otros términos como espíritu, esperanza, espacio… Necesitamos vivir, comprender y expresar la espiritualidad en un paradigma que corresponda a la amplitud sugerida por el mismo término, en un paradigma integral, coherente con la cosmovisión generalizada en nuestra cultura. Necesitamos una espiritualidad integral que puede ofrecer la inspiración y el aliento que necesita el mundo en su encrucijada. ¿Qué significa, pues, “espiritualidad integral”?

  1. ¿Qué se entiende por espiritualidad integral?

Ken Wilber es quien ha hecho un mayor esfuerzo en nuestro tiempo por ofrecer un modelo holístico, un “paradigma holográfico”, una exploración sobre la experiencia humana profunda “en la frontera de todos los saberes”, teniendo en cuenta los “tres ojos del conocimiento”, una “visión integral” que abarca los ámbitos de la ciencia, la psicología, la filosofía, las diversas tradiciones sapienciales, espirituales y/o religiosas. Propone así un marco teórico-práctico que comprende la experiencia espiritual desde un enfoque o visión integral [1].

El autor desarrolla para ello un modelo complejo que denomina “los cuatro cuadrantes” y que subyace a todas sus reflexiones y escritos sobre la espiritualidad. Distingue sin separar cuatro esferas o cuadrantes constitutivas de la espiritualidad:

1) El cuadrante superior izquierdo corresponde al YO INTERIOR INDIVIDUAL (mi mundo subjetivo: ideas, emociones, afectos y desafectos, deseos y rechazos, creencias…);

2) el cuadrante inferior izquierdo representa el NOSOTROS INTERIOR COLECTIVO (el mundo intersubjetivo y cultural: pertenencia social, identidad grupal, símbolos y valores compartidos…);

3) el cuadrante superior derecho representa el ELLO EXTERIOR INDIVIDUAL (el organismo individual objetivo, físico-biológico: átomos, moléculas, células, circuitos neuronales, ADN…);

4) el cuadrante inferior derecho figura el ELLO EXTERIOR COLECTIVO (el entorno físico e institucional, inter-objetivo: tierra, cosmos, leyes, instituciones, organizaciones políticas, económicas…).

Ninguna de estas cuatro esferas o dimensiones está separada de todas las demás, sino constitutivamente ligada a todas ellas. Toda parte está relacionada con todo, todo fenómeno con todos los fenómenos, toda vivencia con todas las vivencias.

Entre todas las ciencias y saberes actuales existe un amplio consenso en este paradigma o marco general de comprensión de la realidad en su conjunto. No solo la física y la biología, sino también la psicología y la sociología, la antropología y la filosofía nos sugieren una cosmovisión, un paradigma holístico, integral, interdimensional e interdisciplinar. Ninguna perspectiva de la realidad es separable de las demás perspectivas. Ningún conocimiento es separable del conjunto de los demás conocimientos. Y son también inseparables el decir, el comprender y el vivir.

Pues bien, este mismo paradigma holístico, integral, se nos impone a la hora de decir, de comprender y de vivir la espiritualidad. La espiritualidad no es una experiencia o una dimensión vital separada o desligable de las múltiples dimensiones interrelacionadas que nos configuran como organismos en general, y como organismos vivientes, sintientes, conscientes en particular. La espiritualidad es la mirada profunda a la que nos abren todas las miradas en su interrelación. Es la experiencia vital profunda, integral, que emerge de todas las experiencias. Por lo tanto, no podemos hablar de la espiritualidad ni comprenderla ni vivirla en el viejo paradigma metafísico, dualista y compartimentado, si queremos que la espiritualidad sea inspiradora para nosotros mismos y para los hombres y las mujeres de hoy, al menos en esta cultura que llamamos occidental. Y me atrevo a decir que este paradigma holístico, especialmente marcado por el desarrollo y la difusión del conocimiento científico interdisciplinar, se acabará imponiendo a nivel planetario a medida que se universaliza el acceso a la universidad. No significa ello que la ciencia empírica, positiva, basada en la medición y el cálculo matemático, agote el conocimiento de la realidad en su misterio profundo. Ciertamente no. Pero parece innegable que la espiritualidad es cada vez más incompatible con creencias en entidades metafísicas (espíritus, dioses…), revelaciones divinas y dogmas infalibles, propios de un paradigma mítico premoderno. La “espiritualidad integral” presupone – y también en ello insiste Ken Wilber – que sea comprendida de manera coherente con la cosmovisión científica interdisciplinar del mundo [2].

En este mismo sentido, no puedo menos de mencionar a Raimon Panikkar, de madre catalana y padre hindú,sacerdote en los márgenes del sistema católico, científico, filósofo, teólogo, maestro espiritual, promotor del diálogo intercultural e interreligioso, místico fronterizo, transfronterizo, que resumió su periplo espiritual en aquella bella, memorable confesión: “Marché [de España a la India] cristiano, me descubrí a mí mismo hindú y volví budista, sin haber dejado de ser cristiano”. En él confluían, reconocía, cuatro grandes ríos: el cristiano, el hindú, el budista y el secular.

En la introducción al segundo volumen de sus Obras Completas, escribe: “¿Qué tipo de espiritualidad es propio de nuestro tiempo? Intentar definir cómo ha de ser la espiritualidad de nuestro tiempo es ya una paradoja: la solución no está en la respuesta, sino ya en la pregunta; es decir, en la misma formulación de la pregunta y en el hecho de sentir la necesidad de esta espiritualidad, aunque no podamos dar la respuesta. Presento, no obstante, un esbozo de respuesta diciendo que la espiritualidad debe ser integral: esto significa que debe involucrar al ser humano en su totalidad. Y entonces hay que preguntarse: ¿Qué es, pues, el ser humano? […]. El ser humano es esta realidad que expresan las cuatro palabras griegas somapsychépoliskosmos” [3]. Es decir: cuerpo, psiquismo, sociedad, mundo o cosmos.

Yo añadiría que no solo el ser humano es cuerpo, psiquismo, sociedad y naturaleza o cosmos. También lo es todo ser viviente, al menos todo viviente animal. También un perro, un pájaro e incluso, en alguna medida, un gusano o una esponja de mar son cuerpo físico, relación social, psiquismo individual y cosmos. Todas somos polvo de antiguas estrellas y todas provenimos de la misma bacteria primera. Todos somos hermanos. En cuanto al límite entre los seres vivientes y los seres que llamamos inertes ¿es acaso tan claro y definitorio como habitualmente pensamos? En cualquier caso, cada organismo viviente vive de las partículas, los átomos y las moléculas que lo nutren, y su autonomía depende del entorno físico y biológico que lo rodea, y de la energía del sol que lo mantiene vivo y que orbita dentro de la Vía Láctea, que junto con todas las galaxias orbita en un universo que no tiene ni comienzo ni fin definibles y se halla en permanente creación, tal vez en eterna creación.

  1. La espiritualidad es fruto y agente de una transformación integral

Al mismo tiempo, sin embargo, cada organismo, por mínimo que sea, actúa a su vez sobre aquello mismo que lo hace ser. El bosque crece gracias a la lluvia, pero a su vez contribuye al surgimiento de las condiciones que provocan la lluvia. Una dosis de serotonina puede mejorar mi estado anímico o mi relación con las personas, pero mis circunstancias físicas y sociales también pueden a veces surtir el mismo efecto sin acudir a la farmacia. Mis ideas y emociones dependen también de mi sistema digestivo, y de la sociedad a la que pertenezco, de la tierra que habito, del sistema político y económico por el que soy regido. Pero también la política, la economía, la naturaleza, la cultura, el bienestar social y mi salud corporal dependen de mis pensamientos y decisiones personales. Todo interactúa con todo, todo está interrelacionado con todo, todo depende de todo en alguna medida. La dependencia es interdependencia. Leer más…

Espiritualidad , , , , , , ,

“Soledad que hiere, soledad que sana”, por José Arregi

Jueves, 18 de mayo de 2023
Comentarios desactivados en “Soledad que hiere, soledad que sana”, por José Arregi

desiertoDe su blog Umbrales de Luz:

Cuando los compañeros organizadores de este ciclo sobre “espiritualidad y sufrimiento” me propusieron hablar sobre soledad y sufrimiento, lo primero que pensé–como me ocurre con frecuencia– fue en la ambigüedad de los términos, del término soledad en este caso, y en la necesidad de aclararlos. Por ahí empezaré.

Hay una soledad que nos hiere de muerte.“Vae soli!”, “Ay del solo”, dice el adagio latino, extraído de un versículo del sabio bíblico Kohelet: “Ay del solo si cae: no tiene quien lo levante” (Kohelet 4,10). Es verdad: pobre del que camina solo por el monte y cae. Pero ¿no es aun más pobre el que, yendo en compañía, es derribado y abandonado por sus propios compañeros? ¿Y no es también más pobre quien, por la razón que fuere, se va apartando de toda compañía y se va hundiendo hasta la muerte? En definitiva, la “soledad que hiere” es siempre la soledad del aislamiento.

El término soledad expresa también, sin embargo, justo lo contrario del aislamiento, a saber: la absoluta solidaridad que nos constituye, la plena comunión que somos en lo más profundo. A eso llamo “la soledad que sana” y hace vivir. No sé si es muy oportuno que designemos con el mismo término –soledad– cosas tan opuestas y a la vez tan fundamentales, pero así es nuestro lenguaje.

Así nos sucede igualmente con el término “espiritualidad”, que todavía sigue sonando a introspección insolidaria, a interioridad solipsista y apolítica. En estas reflexiones, quiero reivindicar, por el contrario, la espiritualidad como experiencia vital profunda, inseparablemente individual y política, sanadora de las soledades que nos hieren. Y voy a señalar algunos elementos fundamentales de la espiritualidad como soledad-solidaridad sanadora, algunos hitos del camino de la soledad-solidaridad que lleva a la sanación de la soledad-aislamiento.

  1. Mirar con compasión a las caídas en soledad

Junto con la guerra y el hambre y sus terribles secuelas, en este mundo hiperconectado y globalizado, en este mundo de redes y metaversos, la soledad es una de las grandes causas del sufrimiento de los seres humanos.

El panorama es planetario y terrible, y más presente y evidente que nunca en esta era de la digitalización y de la globalización planetaria: la soledad del niño mal querido o abandonado, la soledad de la adolescente que necesita romper su dependencia y no acaba de encontrarse a sí misma, la soledad de quien no llega a querer ni a sentirse querido, la soledad de la familia desahuciada de su casa, la soledad de quien pierde su trabajo y con el trabajo pierde el pan de hoy y de mañana para sí y las suyas, la soledad de las expulsadas de su tierra y de su pueblo por el hambre o por la guerra, la soledad de los enfermos olvidados, la soledad de los deprimidos, la soledad de las ancianas, la soledad de los prisioneros, la terrible soledad de una patera abarrotada y abandonada a su desgracia en medio del mar… La soledad, la soledad, la soledad. Multitudes sin un lugar para vivir en un mundo común.

La soledad hiere hoy más que nunca. Hace unos días, Nuria Larari publicaba un artículo titulado “Me siento más sola que nunca (en la historia de la humanidad)”. Decía, por ejemplo: “Las relaciones se han vuelto más líquidas entre nosotros y más difusas. La ciudad primero e Internet después se convirtieron en auténticas trituradoras de los lazos que nos unían a los demás” (Diario EL PAÍS, 25 de marzo de 2023).

No podemos desviar la mirada y pasar de largo, con toda clase de excusas, como el sacerdote y el levita de la parábola del Buen Samaritano, uno de los relatos más interpelantes, provocadores y conmovedores de la literatura universal. El caminante solitario asaltado y abandonado al borde del camino desmantela todos los argumentos justificadores de este desorden planetario creciente. La soledad y el desamparo de la abandonada grita a nuestros oídos: Quien no se hace prójimo se hace cómplice, y el cómplice pierde su aliento vital.

La primera expresión de la espiritualidad, religiosa o no, consiste en abrirnos con todos nuestros sentidos a esas soledades que hieren: mirar, escuchar, tocar, oler, sentir el sabor de su amargura. Padecer como propia esa soledad hiriente, que las entrañas del ser se remuevan ante el grito de la humanidad caída y de la Tierra amenazada: somos esa humanidad caída, somos esa Tierra desgarrada, somos la madre parturienta y el niño recién nacido de la barca de madera abandonada entre el oleaje.

Esa mirada-sensibilidad integral hecha de compasión es el primer criterio de la espiritualidad: su signo inconfundible y su medida más certera. Nuestra especie humana, y toda esta comunidad viviente de la que formamos parte en nuestro planeta común Tierra, solo tendrá salvación si desarrollamos la sensibilidad espiritual, personal y política, si nos dejamos convocar todos juntos a formar una ola de relaciones globales sanadoras, un tsunami salvador.

  1. Discernir las causas de la soledad que hiere

Quien mira con compasión espiritual no puede sino preguntarse por qué sufre esa persona o ese colectivo al que ve sufrir. “El amor consiste en preguntarle a otro: ¿qué te duele?”, escribió Simone Weil. ¿Por qué sufre la persona que está sola? ¿Por qué la soledad es una de las grandes causas del sufrimiento humano? ¿Sufre acaso por estar físicamente solo? ¿O solo por pensar distinto? ¿O por ser diferente (en su cuerpo, su psicología, su orientación sexual, su opción política, su origen étnico, su creencia o su pertenencia religiosa)?

La mirada espiritual es mirada compasiva, pero la auténtica compasión es lúcida, crítica y activa. La mirada espiritual se pregunta por qué la soledad hiere, por qué tanta gente cae sola y no puede levantarse, por qué se dan todas esas situaciones de sufrimiento mortal en soledad.

Al igual que no por tener más relaciones vivimos más acompañados, tampoco por vivir físicamente solos tenemos por qué sufrir: un 10,4 % de los ciudadanos del Estado Español viven solos, y un 25 % de las casas están habitadas por una sola persona, pero eso a veces es un lujo que para sí quisiera mucha gente que vive sin casa donde estar a solas. Y la peor de las desgracias, peor aun que vivir solo en la calle, puede ser vivir en una casa siendo humillada y maltratada por el compañero. Lo mismo se podría aplicar a tantas otras situaciones de soledad aparente.

Si miramos bien, descubrimos que el sufrimiento de la soledad, la soledad que hiere, no se da por la mera soledad (física, psicológica, política, étnica, religiosa, etc., sino más bien por el aislamiento. Las situaciones de soledad no hieren por la soledad sin más, sino por el aislamiento que las provoca. Y el aislamiento puede deberse a que un individuo o un colectivo se aísla a sí mismo, o a que es aislado por otro o por otros, por la sociedad, el partido, o la institución eclesial, o el Estado o la Comunidad internacional.

El ser humano no es un ser aislado. Cuando Buda dijo que “el ser humano nace solo, vive solo y, muere solo” se refería a la soledad psíquica ilusoria del ego ilusorio. Tiene razón Buda en que la mente humana se engaña cuando fabrica su ego aislado y su autoaislamiento, pero tal vez descuida demasiado la dimensión estructural y política del aislamiento. Ambos (el autoaislamiento mental individual y el aislamiento estructural socio-político) están siempre, sin excepción, inseparablemente relacionados entre sí. Me aíslo porque me aíslan y me aíslan porque me aíslo. Y, sin duda, el factor más palmario y determinante es el aislamiento estructural socio-político. Lo que hunde a un emigrante no es tanto que se encuentre solo, sino que no encuentre a quien le acoja, le socorra, le ayude a integrarse en una nueva sociedad. La desgracia de una persona LGTBIQ+ no es ser como es, sino ser marginado, humillado, abandonado.

La soledad hiere cuando a alguien se le rompen sus relaciones fundantes, cuando se van disolviendo los vínculos que le construyen en su ser profundo, cuando se ve privado de las relaciones que le constituyen. En esa disolución de las relaciones constitutivas consiste el aislamiento. Y esa es la soledad que hiere y duele. El aislamiento destruye la relación, y nos lleva a morir en lo más vivo de nosotros, pues para ser nosotros necesitamos esencialmente el reconocimiento, la aceptación, el afecto de otros. La soledad del aislamiento nos destruye en nuestras raíces, nuestros vínculos nutritivos, nuestra estima y dignidad, nuestra fe y amor de nosotros mismos, nuestro aliento vital, nuestro respiro y esperanza. El aislamiento nos enferma, porque no hay salud física ni psíquica sin relaciones sanas, armoniosas. El aislamiento nos impide respirar, nos hace experimentar la muerte espiritual, porque el espíritu es relación, como la respiración. El aislamiento puede llevar a morirnos físicamente, porque la vida – desde su forma más elemental a la más compleja– se deriva de la relación, de una estructura de relaciones armoniosas.

Hay soledades que hieren, del mismo modo que hay compañías o comunidades que destruyen. De modo que el aislamiento se da tanto en forma de soledad como en forma de compañía. Y puede mucho más doloroso sentirse aislado viviendo en compañía que viviendo solo.

Nadie se siente herido en su soledad si no es aislado ni se aísla. Nadie sufre sin más por ser distinto o hallarse solo, sino por ser separado, abandonado, condenado. En realidad, como luego insistiré, nada está constitutivamente “solo”. Todos los seres son, sí, formas con identidad propia, pero cada forma se constituye a partir de la relación con el universo entero. Así es también entre nosotros, los seres humanos. Nadie está o debería sentirse de por sí aislado, por solo que se halle, pues somos individuos convivientes en comunión profunda con todo. Sin embargo, tanto la relación misma como la armonía entre identidad y relación son, en nuestra especie, más compleja y conflictiva que en ninguna de las otras especies animales conocidas.

¿Qué le pasa a esta especie humana que es capaz de tanta ternura, compasión y empatía, pero capaz también de tanto autoaislamiento suicida y de tanto aislamiento cruel de los demás? No puedo pensar que sea por maldad: nadie aísla a nadie por libre voluntad consciente, sino por falta de verdadera voluntad y de verdadera libertad. Ni podemos pensar, obviamente, como tantas culturas y religiones antiguas pensaron y muchos siguen aún pensando: que nos aislamos y matamos unos a otros por la caída de unos primeros padres de la humanidad que habrían transmitido a toda su descendencia su culpa con sus consecuencias. Y menos podemos pensar que estas consecuencias sean debidas a que habríamos sido expulsados de un paraíso originario por un “Dios” supremo castigador. Vivimos aislados y nos aislamos mutuamente porque estamos inacabados, porque estamos insuficientemente evolucionados, porque aún no hemos llegado a ser lo que somos en el fondo o podemos ser. Pero está en nuestras manos. “Tú puedes”, dice Dios a Caín en el mito bíblico. Tú puedes ser más plenamente tú siendo más plenamente hermano, hermana, de tu hermano.

  1. Acompañar a las personas aisladas

Vuelvo a la parábola del Buen Samaritano, una parábola de la violencia que hiere al mundo y de la projimidad que lo sana, un relato inspirado por el espíritu universal de la compasión subversiva: un samaritano, tachado de hereje o pagano por la religión dominante, “que iba de viaje”, llega junto al herido abandonado, lo ve, siente compasión, se acerca y le venda las heridas después de habérselas curado con aceite y y vino, lo monta en su cabalgadura, lo lleva a un mesón y cuida de él (cf. Evangelio de Lucas 10,33-34).

Todo está dicho. El “hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó”, que “cayó en manos de los salteadores”, “que, después de desnudarlo y golpearlo sin piedad, se alejaron dejándolo medio muerto”, ese hombre solo es muchedumbre, eres también tú, soy también yo. El sacerdote y el levita del templo que, al verlo, no lo miran ni se acercan, sino que “se desvían y pasan de largo”, ese sacerdote y ese levita son los poderosos, los poderes fácticos, y tanta gente normal que hace su vida y se inhibe porque no sabe o porque no quiere, ese sacerdote y ese levita también eres tú, soy también yo. Apartamos la mirada, damos mil rodeos, pasamos de largo.

Y el samaritano que ve y siente compasión, que se acerca, se hace próximo, prójimo, hermano, que se hace cargo, se encarga del herido y carga con él, esa samaritana puedes ser, eres también tú, y yo, y todas, todos. Todas somos caminantes, vamos de viaje como él, y en el camino nos encontramos con personas heridas, aisladas, abandonadas por personas o por sistemas, por personas y sistemas a la vez.

Leer más…

Espiritualidad , , , , ,

José Arregi: Algunas preguntas sobre “el camino femenino”

Jueves, 13 de octubre de 2022
Comentarios desactivados en José Arregi: Algunas preguntas sobre “el camino femenino”

puede-apoyar-mujeres-legitimos-derechos_2212888692_14404452_660x371De su blog Umbrales de luz:

Galo Martínez de la Pera prosigue su solitaria reflexión sobre la comunidad, la construcción de la ciudadanía y de la cultura vasca, el feminismo, el futuro de la humanidad y del humanismo. Lo hace con densidad y brillantez. Acaba de publicar Emearen bidea supergizakiaren aroan (“El camino femenino en la era del superhombre”) (Alberdania 2022), escrito con excelente estilo: profundo y ágil, lleno de destellos, y minuciosamente tejido de principio a fin.

El autor es bien consciente del rumbo que lleva el mundo actual y de los graves peligros que se ciernen sobre él. Y, sin conformismo ni desesperación, hace sonar las alarmas sobre las terribles heridas que vivimos la humanidad y cada pueblo, los pueblos disminuidos y privados de su ser, los seres humanos disminuidos y privados de dignidad, y sobre el futuro aún más desolador que podemos construir. Es de agradecer su esfuerzo, y en lo fundamental coincido con él. Pero, entre las luces, encuentro también enredos. Me referiré a cinco cuestiones principales que me surgen.

1. ¿El superhombre de Nietzsche es inhumano? El término superhombre nos lleva a Nietzsche, pensador genial y profético. Hace 150 años que, en Así habló Zaratustra, anunció la llegada del superhombre. En el camino hacia su ser pleno, dice, el espíritu humano atraviesa tres metamorfosis: se convierte primero en camello, luego en león, luego en niño. El camello cargado, encorvado y sumiso, debe convertirse en león libre: mostrar sus dientes agudos, sacudirse de encima las leyes y cargas que le han impuesto todos los poderes opresores, entre ellos las religiones, y especialmente el cristianismo. Decir NO, ser libre. Ahora bien, para poder acceder a su pleno poder, el león poderoso debe convertirse en niño que juega, inocente y creativo. Decir SÍ a todo su potencial, ser niño.

¡Niño! Galo Martínez, sin embargo, siguiendo los tópicos difundidos por la filosofía conservadora y los teólogos, emplea la palabra superhombre como símbolo del deseo de poder caprichoso, nihilista e ilimitado. Hitler sería su encarnación. O Stalin. Cualquier dictador. Y en este siglo XXI, más concretamente, lo sería esa especie transhumana que, gracias a la biotecnología y la infotecnología, quisieran crear Facebook, Amazon, Google…, una máquina inhumana que convertiría al ser humano en dios, en un ser transhumano que vencerá para siempre la enfermedad y la muerte, en un cruel dictador absoluto que, dotado de conciencia y libertad sin piedad, someterá a esta humanidad normal que padece enfermedad y muerte. La pesadilla de Aldoux Huxley. El suicidio del ser humano y, en definitiva, la ruina de todos.

Estoy plenamente de acuerdo en que la creación de ese monstruo tenebroso es el peligro más grave al que se enfrenta la humanidad. Pero pregunto: ¿el superhombre que Galo Martínez entiende en el sentido más negativo tiene algo que ver con el de Nietzsche? No en mi opinión. En efecto, Nietzsche proclamó el superhombre en el sentido más positivo, como la potencialidad más alta de que está dotado el género humano: la conciencia en comunión, la libertad solidaria, la bondad feliz. Un superhombre niño. Y creo –¿ingenuamente?– que el ser humano puede dar para bien el paso evolutivo más grande que jamás haya dado, es decir, puede desarrollar las capacidades humanas físicas, mentales y espirituales mucho más allá de las del ser humano presente, gracias a las ciencias, la política, la educación y el ejercicio de la espiritualidad. No lo logrará solo con la ciencia, claro está, pero tampoco sin la ciencia. Me parece, pues, injusto decir, como dice Galo, que los científicos están aliado con los poderes financieros totalitarios para eliminar de la tierra la solidaridad y la compasión.

2. Harari, ¿profeta del superhombre inhumano? Más injusta aún me parecen las descalificaciones que lanza contra Yuval Noah Harari, el joven historiador y pensador israelí. El libro abre con estas palabras sobre él: “Un joven sionista que soporta y acepta de buen corazón todas las necesidades y cargas que impone su Estado” (p. 13). ¿Ignora acaso que Harari es uno de los críticos más destacados y comprometidos contra la ley estatal que discrimina a los ciudadanos árabes de Israel, y que por ello se ganó la enemistad de Netanyahu? Galo le acusa de “legitimar y justificar el nazismo” (55), de querer destruir la democracia y los derechos humanos (19), de “creer ciegamente en los milagros de la ciencia y la tecnología” (36), de prometer que “gracias a la ciencia el ser humano se convertirá en dios” (56), de afirmar que “los derechos humanos y la democracia son el fruto más venenoso de la religión monoteísta” (61), de “mediar entre la ciencia y los poderes fácticos” (33). “A Harari solo le importa la clase gobernante, pues a ella es a quien quiere vender su proyecto” (59), dice, y se pregunta “si el superhombre de Harari no es neonazi” (60). Califica sus análisis históricos como “necedades” (24), y lo llama “buen vendedor”, “titiritero farsante” (35) y “analfabeto científico” (55). En resumen: “es evidente que el superhombre de Harari trae el totalitarismo bajo el brazo” (63).

He leído con atención más de 1500 páginas de Harari, y lo que está claro es para mí que Galo Martínez no ha entendido al escritor israelí. Porque éste no defiende al superhombre tecnológico todopoderoso Homo deus. En absoluto. Se limita a describir el monstruo (robot o ciborg) inmortal y totalitario que pueden crear las élites económico-militares, valiéndose de la infotecnología y la biotecnología; y nos advierte sobre el mayor desafío del siglo XXI, sobre el grave peligro de que se produzca el desastre más apocalíptico que jamás se ha producido en los 3 millones de años que lleva el género humano: que el monstruo que estamos alimentando convierta a la mayoría de los seres humanos en una masa inútil… Harari nos llama a abrir los ojos ante todos los proyectos totalitarios y a actuar con responsabilidad. La lectura de Galo Martínez me deja estupefacto.

3. ¿La ciencia y los médicos siervos del superhombre? La pandemia del COVID-19, con toda la red que el sistema capitalista financiero ha construido en torno a ella, nos ha enseñado inexplicablemente, dice Galo Martínez, “la verdadera cara del superhombre de Harari”(65), su naturaleza y su conducta totalitaria. La pandemia ha permitido poner por obra “el totalitarismo sanitario” (80), valiéndose del arma del miedo. “El poder y la ciencia se han unido y vuelto idénticos” (70) para sembrar el terror en todas direcciones, para controlarlo todo, para el lucro de los vencedores. “Han convertido nuestros hogares y cuerpos en nuestras cárceles” (85). Y “la respuesta a todos nuestros miedos tiene un nombre: vacuna” (82). ¿De quién dependen y al servicio de quién están los fármacos que nos recetan los médicos, “la entera ciencia objetiva de la salud?” (77). “Depende, por supuesto, del gigante de la industria farmacéutica” (67-68); en definitiva, “depende de los beneficios del capitalismo financiero (68). ¿Y por qué no diríamos lo mismo de todos los carteros, bomberos, profesores, periodistas y… escritores? Las verdades generales se convierten a menudo en mentiras concretas.

Me resultan especialmente duras las barbaridades que vierte sobre quienes han sido los héroes de la pandemia, los sanitarios. “La estrategia antiterrorista y la antiviral –dice– son complementarias” (80), al igual que “la policía y el ejército sanitario” (80), “el rebaño sanitario” y “el rebaño antiterrorista” (78), “La policía antiterrorista y la policía epidemiológica”; son “dos tipos de policía” (84) “que forman parte de una red represiva”. Y sentencia: “La mayoría de los médicos se muestran casi unánimemente a favor de esta estrategia totalitaria” (81). La memoria me lleva a los miles y miles de médicos/as, enfermeras/os y a todo el personal sanitario que han arriesgado o dado su suya para salvar la nuestra. Que nos perdonen todos ellos.

4. ¿Revolución cultural sin política?Comparto la “política negativa” que propone Galo Martínez, a saber, el rechazo de la política del superhombre, basada en el poder y la ganancia, la violencia y la competencia, y el rechazo del Estado autoritario que vertebra dicha política. Concuerdo en que debemos llevar a cabo una revolución cultural, redescubriendo las fuentes vitales originarias del lenguaje, recuperando el alma y el uso de la lengua, respirando el espíritu de los mitos, los ritos, las fiestas, la música y la tierra. Concuerdo también, si lo entiendo bien, en que “la independencia lingüístico-cultural es lo que necesitamos” y “no la independencia político-económica burguesa” (100-113), porque la tierra no pertenece a nadie y la economía, para ser humana, ha de ser solidaria.

De acuerdo. Pero ¿acaso no se trata en todo ello de criterios políticos? Me parece más que discutible la oposición entre revolución cultural y revolución política, y la afirmación de que “la revolución se sitúa fuera del ámbito político” (220) o de que “la verdadera comunidad no puede constituirse mediante la política” (220). ¿Podrá constituirse acaso sin política? “No hay democracia revolucionaria, ni Estado democrático» (95), dice rotundamente –y con razón–, pero la renuncia a la política por el hecho de que la plena democracia no existe es lo que le conviene a la dictadura del superhombre inhumano. ¿Cómo quieres, Galo, llevar a cabo la “política negativa” que propugnas sin practicar algún tipo de política positiva? ¿Cómo quieres construir y asegurar una sociedad comunitaria, comunidades de resistencia revolucionarias y hospitalarias, pegadas a la tierra y no propietarias de la tierra sin hacer política, y sin tratar de imaginar y organizar alguna forma– distinta, nueva– de Estado? ¿Cómo hacer posible una conciencia humana más amplia, la sensibilidad, la cercanía, la compasión, la infancia adulta…, sin promover instituciones más humanas (políticas, quiérase o no), sin organizar la investigación científica, la educación, los servicios sanitarios o el transporte? Es imprescindible decir NO; también lo es decir SI.

5. ¿Dónde quedan los varones en el camino femenino? Para avanzar, Galo Martínez propone “el camino femenino”. También aquí concuerdo con aquello que creo entender: que necesitamos la igualdad de género, la comunidad de seres humanos vulnerables y mortales, de carne y hueso, la revolución de la compasión. Pero algunas afirmaciones me confunden. Por ejemplo, que “la vida es de por sí femenina” (222), que “se debe reconocer la prioridad de lo femenino” (223), que “solo el movimiento feminista ocupa el lugar originario de la revolución” (245), etc. No entiendo exactamente por qué reivindica “la religión de la mujer” y por qué sitúa la atención, la fiesta, la música, la danza, la compasión, la sonrisa infantil o la lógica de la vida (243), así como “la fiesta de los vascos” (247) en el camino femenino. ¿Solo en el femenino, no también en el masculino? ¿O más en el camino femenino que en el masculino? No puedo pensar que la vía revolucionaria que propone Galo Martínez consista en sustituir la sumisión al varón por la sumisión a la mujer. O es confuso mi entendimiento o es confuso su lenguaje.

¿El camino habrá de ser o masculino o femenino?  No, sino más bien femenino y masculino, todas las orientaciones sexuales e identidades de género, compañeras de camino, sin subordinación ni fronteras, pues el camino de cada una/o es también el camino de todos los demás. Porque nadie ni nada es sin el otro, sin todos los demás. En todos los átomos del mundo se complementan el polo positivo del protón y el negativo del electrón, y ambos originan la danza creadora del universo.

Aizarna, 12 de septiembre de 2022

 

Espiritualidad , , , ,

“Armonía”, por José Arregi

Viernes, 6 de mayo de 2022
Comentarios desactivados en “Armonía”, por José Arregi

equilibrioDe su blog Umbrales de luz:

Armonía viene del griego harmodso que significa juntar. Se da armonía donde hay equilibrio, proporción, conjunción de elementos diversos. Como sucede en un edificio proporcionado, bien conjuntado consigo y con el entorno. O en un armónico musical hecho de sonidos distintos pero acordados.

El amanecer saludado por un concierto de mirlos, tordos, petirrojos, reyezuelos…, el atardecer envuelto en orlas de naranja, púrpura, violeta y azul oscuro…, la semilla que brota silenciosa al ritmo de la vida… La naturaleza respira y emana armonía.

El universo –o multiverso, si existe– es un prodigioso equilibrio de energías, ondas y órbitas, con sus innumerables galaxias y constelaciones, soles y planetas. ¡Y cuántos planetas probablemente vivientes como esta Tierra azul y verde! El cosmos entero –– es una asombrosa sinfonía en eterno y permanente evolución creativa.

También nosotros, los humanos, como todos los seres, somos hijos de la armonía creadora del universo, hijos de la Tierra, de la evolución de la vida en su seno. Fuimos dotados de capacidades racionales y afectivas, tecnológicas y simbólicas muy superiores a todas las demás criaturas nacidas hasta hoy en el planeta. Sin embargo, es como si la Tierra, por algún error fatal de la evolución, nos hubiera privado del bien supremo: la armonía con nosotros mismos y los demás.

En efecto, padecemos como un profundo desarreglo congénito que no observamos en ninguno de los vivientes conocidos. Ningún animal, que sepamos, es torturado como nosotros por la envidia y la rencilla, los traumas del pasado y la inquietud del futuro, el miedo a perder lo que amamos y el impulso de destruir lo que odiamos, la ambición de ganar y la angustia de perder… Ninguna especie es tan competitiva, depredadora y destructora. ¿Qué nos pasa?

¿Será que, como cuenta el mito bíblico, creados en un paraíso de pura armonía, fuimos expulsados por una divinidad celosa y cruel por un pecado de desobediencia de nuestros primeros padres? No es eso. La Biblia no describe lo que sucedió en el pasado, sino el desgarro que padecemos, el paraíso que buscamos y los destrozos que causamos.

Y no lo hacemos por maldad, sino por ignorancia e impotencia. Hacemos el mal que no queremos y no hacemos el bien que queremos, como tan certeramente dijo Pablo (Rm 7,14-23). Y no obramos así por mala voluntad, sino por no saber lo que de verdad queremos o por no poder realizar lo que queremos. Por estar dotados de un cerebro extraordinariamente complejo y poderoso, pero incapaz de gestionar adecuadamente su complejidad y capacidades. Por ser seres inacabados.

No somos culpables, pero ello no nos exime de nuestra responsabilidad personal y colectiva: avanzar hacia la armonía. Si las ciencias fueran remediando los desajustes neuronales y genéticos de nuestra especie; si el sistema educativo se centrara en la sabiduría vital más que en la mera adquisición de conocimientos; si la política planetaria se liberara de la dictadura especulativa y financiera de unos pocos, y se rigiera por el máximo Bien Común posible; si practicáramos la sabiduría vital enseñada por los diversos caminos de espiritualidad antiguos o recientes, más allá de dogmas y de marcos rígidos, entrando en nuestro interior, sumergiéndonos en la naturaleza, respirando en quietud, practicando la atención silenciosa, haciéndonos prójimos del herido…, podríamos avanzar hacia la realización de nuestro verdadero ser fraterno y feliz. Podemos avanzar.

Hoy afrontamos el mayor desafío histórico del Homo Sapiens: o, en el cénit de su poder, sellamos el fracaso de la especie o llevamos a cabo una profunda revolución espiritual y política y damos un paso irreversible hacia esa bella y fugaz armonía que irresistiblemente nos atrae.

(Publicado en Respira tu ser. Meditaciones, Ediciones feadulta.com, Illescas, Toledo 2021, pp. 53-54)

Espiritualidad , , ,

Recordatorio

Cristianos Gays es un blog sin fines comerciales ni empresariales. Todos los contenidos tienen la finalidad de compartir, noticias, reflexiones y experiencias respecto a diversos temas que busquen la unión de Espiritualidad y Orientación o identidad sexual. Los administradores no se hacen responsables de las conclusiones extraídas personalmente por los usuarios a partir de los textos incluidos en cada una de las entradas de este blog.

Las imágenes, fotografías y artículos presentadas en este blog son propiedad de sus respectivos autores o titulares de derechos de autor y se reproducen solamente para efectos informativos, ilustrativos y sin fines de lucro. Por supuesto, a petición de los autores, se eliminará el contenido en cuestión inmediatamente o se añadirá un enlace. Este sitio no tiene fines comerciales ni empresariales, es gratuito y no genera ingresos de ningún tipo.

El propietario del blog no garantiza la solidez y la fiabilidad de su contenido. Este blog es un espacio de información y encuentro. La información puede contener errores e imprecisiones.

Los comentarios del blog estarán sujetos a moderación y aparecerán publicados una vez que los responsables del blog los haya aprobado, reservándose el derecho de suprimirlos en caso de incluir contenidos difamatorios, que contengan insultos, que se consideren racistas o discriminatorios, que resulten obscenos u ofensivos, en particular comentarios que puedan vulnerar derechos fundamentales y libertades públicas o que atenten contra el derecho al honor. Asimismo, se suprimirá aquellos comentarios que contengan “spam” o publicidad, así como cualquier comentario que no guarde relación con el tema de la entrada publicada. no se hace responsable de los contenidos, enlaces, comentarios, expresiones y opiniones vertidas por los usuarios del blog y publicados en el mismo, ni garantiza la veracidad de los mismos. El usuario es siempre el responsable de los comentarios publicados.

Cualquier usuario del blog puede ejercitar el derecho a rectificación o eliminación de un comentario hecho por él mismo, para lo cual basta con enviar la solicitud respectiva por correo electrónico al autor de este blog, quien accederá a sus deseos a la brevedad posible.

Este blog no tiene ningún control sobre el contenido de los sitios a los que se proporciona un vínculo. Su dueño no puede ser considerado responsable.