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Alegría, esperanza, amor. Domingo 6º de Pascua.

Domingo, 17 de mayo de 2020
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jsalvDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Las lecturas continúan las tres situaciones de la iglesia que comenté el domingo pasado.

Iglesia naciente: modelo de una nueva comunidad (Hechos de los apóstoles)

En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.

Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo; aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.

Tras la institución de los diáconos, Lucas nos cuenta la actividad de uno de ellos, Felipe, en la fundación de la comunidad de Samaria. Esto le sirve para indicar las características que debería tener cualquier nueva comunidad.

1) No debe excluir a nadie. Felipe se dirige a Samaria, la región más despreciada y odiada por un judío.

2) Felipe predica a Cristo. Los misioneros no proponen una filosofía moral ni una ética; su intención primordial no es reformar las costumbres sino dar a conocer a Jesús.

3) La palabra va acompañada de la acción. Lucas la concreta en signos y prodigios semejantes a los que realizaron Jesús y los apóstoles: curación de todo tipo de enfermos.

4) El fruto de esta actividad es que «la ciudad se llenó de alegría». El evangelio no es un mensaje triste.

5) Sólo falta algo que el diácono Felipe no puede dar: el Espíritu Santo. Eso lo concede la oración de los apóstoles Pedro y Juan, que simbolizan al mismo tiempo con su presencia la unión entre la nueva comunidad y la iglesia madre de Jerusalén.

Iglesia sufriente: calumnias y esperanza (1 de Pedro)

Queridos hermanos: Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal. Porque también Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.

La carta de Pedro menciona el tema de las calumnias que sufrían los primeros cristianos. Recuerdo dos de ellas, tomadas de textos de Tertuliano y Minucio Félix.

Se decía que cuando uno iba a incorporarse a la comunidad e iniciarse en los misterios, se tomaba a un niño muy pequeño, se lo recubría por completo de harina y se lo colocaba sobre una mesa. Cuando el neófito entraba en la sala, le ordenaban golpear con fuerza aquella masa. Él lo hacía, pensando que no se trataba de nada grave. Y golpeaba una y otra vez hasta matar al niño. Entonces, todos se lanzaban sobre el niño muerto para lamer su sangre y repartirse sus miembros, sellando de ese modo la alianza con Dios.

Otra acusación era la del incesto. Según ella, los cristianos se reúnen en sus días de fiesta para celebrar un gran banquete. Acuden con sus hijos, hermanas, madres, personas de todo sexo y edad. La sala está iluminada sólo por un candelabro, al que se encuentra atado un perro. Cuando han comido y bebido abundantemente, ya medio borrachos, excitan al perro tirándole trozos de carne a un sitio al que no puede llegar, hasta que el perro tira el candelabro, se apaga la luz, y todos se abrazan al azar y se entregan a la mayor orgía entre hermanos y hermanas.

En este contexto, la carta de Pedro recomienda:

1) Saber dar razón de nuestra esperanza con mansedumbre y respeto. Es decir, saber explicar qué creemos y esperamos, pero sin usar condenas y descalificaciones.

2) Es mejor padecer haciendo el bien que padecer haciendo el mal.

Esta conducta, humanamente tan difícil, sólo se puede conseguir recordando el ejemplo de Jesús que, siendo inocente, murió por los culpables. E igual que él resucitó, también nosotros recibiremos el premio de nuestra paciencia.

Iglesia creyente: «obras son amores» (evangelio de Juan)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»

El evangelio, en pocas palabras, reúne temas tan distintos que resulta difícil encontrar un elemento común. No se puede pedir un discurso lógico y ordenado a una persona que se despide de sus seres más queridos poco antes de morir. Destaco tres temas.

1) Este breve fragmento comienza y termina con palabras muy parecidas: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.» «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama». Como dice el refrán: «Obras son amores, y no buenas razones».

La relación entre el amor y la observancia de los mandamientos es muy antigua en Israel: se remonta al Deuteronomio, donde amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser, se concreta en la observancia de sus leyes, mandatos y decretos. En el caso de Jesús hay una gran diferencia, sus mandamientos se resumen en uno solo: «Esto os mando: que os améis los unos a los otros como yo os he amado».

2) Teniendo en cuenta la proximidad de la fiesta de Pentecostés, son importantes las palabras: «Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.» Parece una contradicción manifiesta pedir al Padre que nos dé algo que ya vive en nosotros. Son los dos tiempos en los que se mueven a menudo estos discursos: el de Jesús, que mira al futuro y pide al Padre que nos dé un defensor; y el nuestro, que ya hemos recibido el Espíritu y vive en nosotros.

3) La unión plena del cristiano con el Padre y con Jesús. «No os dejaré huérfanos, volveré.» «Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros

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17 de Mayo. Sexto Domingo de Pascua. Ciclo A

Domingo, 17 de mayo de 2020
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Las lecturas de este sexto domingo de Pascua nos pasean por nuestro interior a modo de guía turística para despertarnos a lo esencial, que, como decía El Principito, es invisible a los ojos. Nos llevan hacia lo que habita dentro, nuestros amores, lo que escuchamos, lo que vemos y conocemos y, muy importante, nuestros descubrimientos. Esas experiencias que anclan la existencia en Dios.
Felipe en Samaría es capaz de alegrar a toda la ciudad hablando de Jesús, de Cristo. Contando que vive y que su presencia es sanadora, liberadora, permite volar al viento del Espíritu.

La calle de la alegría

Así que la primera parada en nuestra ruta turística interior, es la calle de la alegría. Aquella que descubrimos cuando Dios se hizo presente en nuestra vida, o nos dimos cuenta de que siempre había estado ahí, acompañándonos con su mirada enamorada. ¿Cómo andamos de alegría? Atención, cuidado con desviarse por la calle de la amargura porque se nos avinagra la sonrisa.

Si pasamos a la segunda lectura, nos encontramos con una carta de Pedro. Nos anima a ser valientes y explicar abiertamente a quien nos lo pregunte, sin pudor, qué es lo que llena nuestra vida de esperanza, de confianza, de serenidad. Nos invita a hablar de Dios a quien nos quiera escuchar… pero nos pide que lo hagamos con delicadeza y respeto. Nada de caer en la tentación de imponer nuestra experiencia a otras personas, o despreciarlas y sentirnos por encima.

Nuestra guía turística interior después de mostrarnos la calle de la alegría nos para frente a la fuente de la esperanza… Agua fresca y gratuita, para todas las personas que se quieran acercar. Y digo que nos para porque es precisamente lo que se necesita, parar. Parar para comprender y contemplar cuál es nuestra verdadera fuente, qué aguas bebemos que a veces nos arrugan la mirada y nos decoloran la sonrisa.
Para escuchar las palabras de Jesús la Iglesia durante la Pascua nos acerca al Evangelio de Juan, que para algunas personas es belleza y poesía y para otras es más bien enigmático y filosófico. Este domingo, igual es porque escribimos desde una monasterio trinitario, lo que más resuena en el corazón es la presencia de las Tres Divinas Personas a lo largo del texto. Y, como no puede ser de otra manera, para hablar de Dios Trinidad habla de amar, del amor que damos, del que recibimos, del Amor. Y lo hace como simulando una danza de entrega y acogida.

«el Espíritu mora en vosotros»… «yo estoy en mi Padre, vosotros en mí, yo en vosotros»… «quien me ama, será amado por mi Padre, y y también lo amaré»

(Jn 14, 6-14)

Si leemos el texto con serenidad nos está invitando a participar en la danza del Amor, con Jesús, con Abba, con el Espíritu Santo. Así que, para nuestras sorpresa, esta ruta por nuestro interior no nos lleva a una clase teórica de dogmática cristiana sino a un taller de danza. La torpeza no es una excusa, porque el taller está preparado para quien se decida a dejar a un lado el pequeño mundo de los razonamientos y dejarse llevar por el ritmo trinitario del Amor. El Amor que habita en ti. Tan solo escucha, y que el latir del corazón se acompase con el latir de Dios. ¡A danzar!

Oración.

Tus palabras refrescan nuestra alma,
todo se hace posible,
envueltas y a la vez habitadas por Ti,
nos hacemos música para Ti.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros.

Domingo, 17 de mayo de 2020
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enfants1Juan 14,15-21

Se habla de la presencia de Dios, de Jesús y del Espíritu en la primera comunidad. Se trata de hacer ver a los cristianos de finales del s. I, que no estaban en inferioridad de condiciones con relación a los que habían conocido a Jesús; por eso es tan importante este tema, también para nosotros hoy. Nos pone ante la realidad de Jesús vivo que nos hace vivir a nosotros con la misma Vida que él tenía antes y después de su muerte; y que ahora se manifiesta de una manera nueva. Se trata de la misma Vida de Dios (Zoe). Esto explica que entre en juego un nuevo protagonista: el Espíritu.

No debemos dejarnos confundir por la manera de formular estas ideas sobre la relación de Jesús, Dios y el Espíritu por aquellos cristianos de finales del s. I. No se trata de una relación con alguna entidad exterior al ser humano. Tampoco se está hablando de tres realidades separadas, Dios, Jesús, Espíritu. Si uno se fija bien en el lenguaje, descubrirá que se habla de la misma realidad con nombres distintos. Una y otra vez insisten los textos en la identidad de los tres. Después de morir, el Jesús que vivió en Galilea, se identificó absolutamente con Dios que es Espíritu. Ahora los tres son indistinguibles.

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Mandamientos que en el capítulo anterior quedaron reducidos a uno solo: amar. Quien no ama a los demás no puede amar a Jesús, ni a Dios. Los mandamientos son exigencia del amor. Las “exigencias” no son obligaciones impuestas desde fuera sino la exigencia que viene del interior y que se debe manifestar en cada circunstancia concreta. Para Jn, “el pecado del mundo” era la opresión, que se manifiesta en toda clase de injusticias. El “amor” es también único, que se despliega en toda clase de solidaridad y entrega a los demás.

Yo pediré al Padre que os mande otro defensor que esté con vosotros siempre. Cuando Jesús dice que el Padre mandará otro defensor, no está hablando de una realidad distinta de lo que él es o de lo que es Dios. Está hablando de una nueva manera de experimentar el amor, que será mucho más cercana y efectiva que su presencia física durante la vida terrena. Primero dice que mandará al Espíritu, después que él volverá para estar con ellos, y por fin que el Padre y él vendrán y se quedarán. Esto significa que se trata de una realidad múltiple y a la vez única: Dios.

“Defensor” (paraklêtos)=el que ayuda en cualquier circunstancia; abogado, defensor cuando se trata de un juicio. Se trata de una expresión metafórica. La defensa a la que se refiere, no va a venir de otra entidad, sino que será la fuerza de Dios-Espíritu que actuará desde dentro de cada uno. Tiene un doble papel: interpretar el mensaje de Jesús y dar seguridad y guiar a los discípulos. El Espíritu será otro valedor. Mientras estaba con ellos, era el mismo Jesús quien les defendía. Cuando él se vaya, será el Espíritu el único defensor, pero será mucho más eficaz, porque defenderá desde dentro.

“El Espíritu de la verdad”. La ambivalencia del término griego (alêtheia) = verdad y lealtad, pone la verdad en conexión con la fidelidad, es decir con el amor. “De la verdad” es genitivo epexegético; quiere decir, El Espíritu que es la verdad. Jesús acaba de decir que él era la verdad. “El mundo” es aquí el orden injusto que profesa la mentira, la falsedad. El mundo propone como valor lo que merma o suprime la Vida del hombre. Lo contrario de Dios. Los discípulos tienen ya experiencia del Espíritu, pero será mucho mayor cuando esté en ellos como único principio dinámico interno.

No os voy a dejar desamparados. En griego órfanoús=huérfanos se usa muchas veces en sentido figurado. En 13,33 había dicho Jesús: hijitos míos. En el AT el huérfano era prototipo de aquel con quien se pueden cometer impunemente toda clase de injusticias. Jesús no va a dejar a los suyos indefensos ante el poder del mal. Pero esa fuerza no se manifestará eliminando al enemigo sino fortaleciendo al que sufre la agresión, de tal forma que la supere sin que le afecte lo más mínimo.

El mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque yo tengo vida y también vosotros la tendréis. La profundidad del mensaje puede dejarnos en lo superficial de la letra. “Dejará de verme” y “me veréis”, no hace referencia a la visión física. No se trata de verlo resucitado, sino de descubrir que sigue dándoles Vida. Esta idea es clave para entender bien la resurrección. El mundo dejará de verlo, porque solo es capaz de verlo corporalmente. Ellos, que durante la vida terrena lo habían visto como el mundo, externamente, ahora serán capaces de verlo de una manera nueva.

Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. Al participar de la misma Vida de Dios, de la que él mismo Jesús participa, experimentarán la unidad con Jesús y con Dios. Es el sentido más profundo del amor (ágape). Ya no hay sujeto que ama ni objeto amado. Es una experiencia de unidad e identificación tan viva, que nadie podrá arrancársela. Es una comunión de ser absoluta entre Dios y el hombre. Por eso, al amar ellos, es el mismo Dios quien ama. El amor-Dios se manifiesta en ellos como se manifestó en Jesús.

“El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; a quien me ama le amará mi Padre y le amaré yo y yo mismo me manifestaré a él”. Su mensaje es el del amor al hombre y no el del sometimiento. La presencia de Jesús y Dios se experimenta como una cercanía interior, no externa. En (14,2) Jesús iba a preparar sitio a los suyos en el “hogar”, familia del Padre. Aquí son el Padre y Jesús los que vienen a vivir con el discípulo. En el AT la presencia de Dios se localizaba en un lugar, la tienda del encuentro o el templo, ahora cada miembro de la comunidad será morada de Dios. No será solo una experiencia interior; el amor manifestado hará visible esa presencia.

Un versículo después de lo que hemos leído dice: el que me ama cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y permaneceremos con él. Los discípulos tienen garantizada la presencia del Padre y la de Jesus. Esa presencia no será puntual, sino continuada. Dios no tiene que venir de ninguna parte porque está en nosotros antes de empezar a ser. Una vez más se utiliza el verbo “permanecer” que expresa una actitud decidida de Dios. También queda una vez más confirmada la identidad del Jesús con Dios, una vez que ha terminado su trayectoria terrena.

Jesús vivió una identificación con Dios que no podemos expresar con palabras. “Yo y el Padre somos uno.” A esa misma identificación estamos llamados nosotros. Hacernos una cosa con Dios, que es espíritu y que no está en nosotros como parte alícuota de un todo que soy yo, sino como fundamento de mi ser, sin el cual nada puede haber de mí. Se deja de ser dos, pero no se pierde la identidad de cada uno. Esa presencia de Dios en mí no altera para nada mi individualidad. Yo soy totalmente humano y totalmente divino. El vivir esta realidad es lo que constituye la plenitud del hombre.

Meditación

No nos empeñemos en meter en conceptos lo indecible.
Solo la vivencia puede saciar el ansia de conocer y amar.
Lo que te empeñas en buscar fuera, no existe más que dentro.
El ojo ya no existe, ni hay nada que mirar.
Vete al centro de ti y descubre tu esencia.
Ese descubrimiento colmará tus anhelos.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El mundo no le reconoce.

Domingo, 17 de mayo de 2020
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766c2beac81bb1ac7b41ec146ec21e38La forma de desarrollar la confianza en ti mismo es hacer lo que temes y llevar un registro de tus experiencias exitosas (William Jennings Bryan)

17 de mayo. DOMINGO VI DE PASCUA

Jn 14, 15, 21

El Espíritu de la verdad, que el mundo no puede recibir, puesto que no lo ve ni lo conoce; vosotros lo conocéis, pues permanece y está con vosotros y en vosotros

Entonces su descendencia será conocida entre las naciones, y sus vástagos en medio de los pueblos; todos los que los vean los reconocerán, porque son la simiente que el Señor ha bendecido (Isaías 16, 9).

Natanael le dijo: ¿Cómo es que me conoces? Jesús le respondió y le dijo: Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi (Juan 1, 48)

Al llegar a cada nueva ciudad el viajero encuentra un pasado suyo que ya no sabía que tenía: la extrañeza de lo que no eres o no posees más te espera al paso de los lugares extraños y no poseídos, escribió Italo Calvino en Las ciudades invisibles.

Y viajar a las ciudades, que todos llevamos dentro de nuestra personal geografía, nos enriquece y divierte, por lo mucho que en sus museos, plazas, calles y personas aprendemos, pues como decía Martin Buber, filósofo y escritor judío conocido por su filosofía de diálogo, por sus obras de carácter existencialista, y partidario de “una tierra para dos pueblos” buscando el diálogo entre judíos y árabes en Palestina: “Todos los viajes tienen destinos secretos sobre los que el viajero nada sabe”.

Viajamos para aprender que el amor divino, el tuyo y el nuestro, es un sentimiento que da la vida, y que nos lleva a entregarnos a él sin condiciones: un corazón es su meta, una diana, cuyo amor es la flecha que se dirige a ella orientada por la mano imantada de los sueños.

En el libro de Italo Calvino, Las ciudades invisibles, y una de ellas, Andria, -una ciudad colgada del cielo- con arquitectos, ingenieros, urbanistas, bancos y politicastros, para construir ciudades más humanas, vivibles y sostenibles, menos ciudades de la cultura y más cultura, menos ciudades de la justicia y más justicia y menos ciudades de la imagen y más imaginación.

Nuestro débil e imperfecto yo, recarga sus baterías con solo reconocerte y aproximarse a ti, Jesús, fuente, camino y verdad de cuanto vivimos.

hidroelectrica

 

Y por esa y otras muchas más razones nos negamos a vivir aislados, desenchufados de la corriente, que alimentada por la fuerza de tu Hidroeléctrica tanto divina como humana, nos mantiene iluminando la casa de nuestra y la de los demás, avivándonos el deseo de pasar a la vía iluminativa y unitiva, como sucedía en la vida real de los místicos.

Para William Jennings Bryan, la forma de desarrollar la confianza en ti mismo es hacer lo que temes y llevar un registro de tus experiencias exitosas.

Yo las llevo, y os las envío a todos por correo para que estéis al corriente de todo cuanto hago, para que lo que el evangelista dice en 14, 17.

“La verdad, que el mundo no puede recibir, puesto que no lo ve ni lo conoce; vosotros lo conocéis, pues permanece y está con vosotros y en vosotros”.

Hubo redoble de tambores en la calle y tú, Blas de Otero, respondiste con tu redoble de conciencia, y con tu poesía social, intimista y profundamente religiosa, nos acercaste a la Iglesia y a reconocer a Jesús en ella.

REDOBLE DE CONCIENCIA

Imaginé mi horror por un momento
que Dios, el solo vivo, no existiera,
o que, existiendo, sólo consistiera
en tierra, en agua, en fuego, en sombra, en viento.

Y que la muerte, oh estremecimiento,
fuese el hueco sin luz de una escalera,
un colosal vacío que se hundiera
en un silencio desolado, lento.

Entonces ¿para qué vivir, oh hijos
de madre, a qué vidrieras, crucifijos
y todo lo demás? Basta la muerte.

Basta. Termina, oh Dios, de maltratarnos.
O si no, déjanos precipitarnos
sobre Ti, ronco río que revierte

 

 Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¿Nos sentimos hijos amados o vamos por la vida como “huérfanos”?

Domingo, 17 de mayo de 2020
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holy-spirit-3Jn 14, 15-21

El evangelio de este domingo habla de amor y de presencia. Un amor que es la clave y la garantía de todo, y una presencia distinta a la que habitualmente estamos acostumbrados. Después de tantas apariciones, Jesús mismo nos prepara para otro tipo de presencia, la de su Espíritu, menos tangible, pero no menos real.

En estos momentos quizá estamos más preparados para entenderlo. Hasta hace unas semanas, nos veíamos y nos encontrábamos con mucha frecuencia. Nos saludábamos y nos abrazábamos, a veces rápida y distraídamente. Pero posiblemente, nunca como ahora que no podemos encontrarnos, hemos oído y nos hemos dicho tantas veces: “Te quiero”. Por teléfono o por WhatsApp, por videoconferencia o por email, lo repetimos y nos aseguramos de que nuestros seres queridos sepan eso, que los queremos. Que nos sientan cercanos aun estando lejos.

Vamos a leer el evangelio de hoy en esta misma clave. Jesús, consciente de que no va estar físicamente con nosotros, nos habla de amor. De su amor y el nuestro, del amor del Padre a Él y a nosotros.

Nos puede sorprender que empiece con una condición: Si me amáis… una condición que parece depende de nosotros, que nos da el protagonismo ¿hemos decidido amarle? Todo lo demás, incluso la capacidad de hacerlo surge de aquí. Primero es amarle a Él, luego su mandamiento, como respuesta a una experiencia muy honda. Ese mandamiento que en los versículos anteriores a este texto ha expresado: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34)

Es una imagen sugerente de lo que es ser cristianos: amar a Jesús y por ello vivir como Él, cumplir sus mandamientos. Es una clave distinta a la que muchas veces usamos. Lo primero no son los mandamientos y preceptos, con los que nos ganamos su amor, lo primero no es ser perfectos… lo primero, la condición única es amar. Amarle a Él, el centro y el Señor de nuestra vida. Si le amamos, Él mismo hará posible esa otra forma de vida, la que se vive desde el amor. Y lo hará por esa nueva forma de presencia, la del Espíritu en nosotros. Esa presencia que nos asegura que conoceremos y gozaremos, aunque no la conozca ni goce el mundo.

Aquí “el mundo” no se refiere a nuestra sociedad, ni al planeta… representa todo lo que se opone al proyecto de Dios, lo que destruye la verdad y fomenta la injusticia, por eso una parte de la humanidad no quiere acoger esta presencia ni experimentar que el Espíritu de la verdad está en su interior.

Y aún da un paso más y afirma: “¡No os dejaré huerfanos!”. Esta es quizá una de las frases más esperanzadoras del evangelio. Es la gran promesa, el gran consuelo y la gran confianza.

Muchos hemos vivido la experiencia de la orfandad. Cuando mueren los padres, aunque sean mayores y dependientes, se apodera de nosotros un profundo sentimiento de desamparo y desarraigo, aunque seamos adultos y perfectamente capaces de vivir solos. ¡Y más si hemos tenido que afrontar esta pérdida en estos últimos meses, en soledad y en la distancia! Sentirnos huerfanos, enfrentarnos como huerfanos a las dificultades de la vida, es como hacerlo “sin estar a cubierto”, sin retaguardia, solos… sin nadie que nos sostenga desde atrás. Posiblemente es uno de los sentimientos más hondos del ser humano. Nos mete de lleno en una adultez distinta, más solitaria.

Pues hoy dejemos que en nosotros resuene con fuerza esta consoladora promesa de Jesús: Yo no os dejaré huerfanos nunca. Si por el bautismo, por nuestro primer encuentro con Jesús, se nos dio la gracia de sabernos y sentirnos hijos e hijas, ahora se nos asegura que esto es para siempre. Que siempre podremos vivir como hijos, con esa confianza básica de que hay alguien que nos ama, nos defiende y nos apoya, gratuita e incondicionalmente, para afrontar lo que venga. Que ser hijos e hijas define nuestra permanente relación con Dios, nos da una identidad propia. Que después de la resurrección, en este tiempo Pascual que es el definitivo, se nos asegura la presencia del Espíritu, del Padre y de Jesús mismo, en nosotros, de forma definitiva.

El evangelio de hoy que empieza con una condición referida a nuestro amor acaba con una afirmacion referida al suyo: “… será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él”. Sin exigencias, sin medidas… solo si me amáis. Lo demás viene luego. Esta nueva presencia que Jesús nos promete, la del Espíritu, presencia amorosa que nos une al Padre y a Jesús mismo, nos capacita para vivir amando. Amando a su estilo, es decir, estando, como Él, siempre dispuestos a lavar los pies, a liberar de dolores y esclavitudes, a perdonar, a salir a buscar al que está perdido, a hacernos pan, partirnos y repartirnos, para aliviar las necesidades de los hermanos y hermanas, hasta dar la vida…

Es, en definitiva, conocer y reconocer agradecidos su presencia en nosotros, anunciarla, testificarla y extenderla en nuestro entorno como amor, vida y esperanza.

Que el evangelio de este domingo nos ayude a saborear esta inabarcable experiencia y podamos sentirnos plenamente gozosos fiados en la palabra de Jesús, aun en estos tiempos de oscuridad.

Mª Guadalupe Labrador Encinas fmmdp

Fuente Fe Adulta

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El espíritu que somos es Amor

Domingo, 17 de mayo de 2020
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17 mayo 2020

Jn 14, 15-21

El cuarto evangelio nombra al Espíritu como “Defensor” (“Paráclito”, si se traduce literalmente del griego) y afirma algo completamente novedoso: “vive en vosotros y está con vosotros”.

          Es así: el Espíritu –otro nombre para referirse a Aquello que está más allá de todos los nombres– constituye sencillamente nuestra más profunda identidad. Nuestra existencia no es sino el despliegue del Espíritu, viviendo en cada uno y cada una de nosotros una aventura humana.

          Tal reconocimiento no significa –como alguien a veces critica– una inflación del ego sino, más bien al contrario, su disolución. Porque no se está identificando al yo con el Espíritu, sino afirmando que el Espíritu es la identidad real que transciende por completo el yo, desegocentrándonos por completo.

          En cuanto salimos de la hipnosis que nos lleva a creer que somos el yo separado, se abre paso en nosotros la comprensión que nos permite ver lo único realmente real, “Eso” que, siendo lo más transcendente, es a la vez lo más íntimo. Y Eso es lo que somos.

          Y “Eso” –lo nombramos en neutro con el fin de evitar el riesgo de apropiación o de identificación con cualquier forma– no es algo impersonal, frío o amorfo. Eso es amor. No el amor en cuanto sentimiento o emoción que nace y muere en el nivel sensible de la persona y se halla, por tanto, sometido a los vaivenes inexorables de todo lo impermanente, sino el amor en cuanto certeza de no separación.

          Por eso, tal como se expresa en el relato que estoy comentando, todo es amor: estamos todos en todos (“vosotros conmigo y yo con vosotros”) y vivimos en el amor: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”.

          Más allá del tono moralista e incluso excluyente del autor del evangelio –“el que acepta mis mandamientos y los guarda”–, lo que resalta el texto es simple y sublime a la vez: todo es amor. Somos amor que abraza toda la realidad, incluyendo nuestra propia persona.

¿Dejo vivir el amor que soy?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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No estamos solos en la vida. No os dejaré huérfanos

Domingo, 17 de mayo de 2020
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samaritano_03122015_okDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Quien está sano ha de hablar poco de la enfermedad

         Las palabras de hoy no son propiamente una homilía, sino unas consideraciones acerca de la condición de debilidad humana especialmente en la enfermedad o de pandemia como la que estamos viviendo hoy.

         Estas notas son para un momento de reflexión y oración.

En estos momentos personal o sociológicamente estamos en situación de enfermedad física y también afecta a la psyjé y afecta, en mayor o menor medida a toda la humanidad (por eso se denomina pandemia).

         Ante el dolor, la única postura razonable y cristiana es la de aliviar el sufrimiento de la mejor manera posible: medicina y fe a la par. Pero también hemos de saber asumir nuestra condición de debilidad en espera (esperanza) de vernos libres y salvados de la enfermedad.

         Además, en estas situaciones de enfermedad todo el mundo sabe, “conoce a uno que dicen que…”, todo el mundo aconseja, cuando no engaña (bulos) al enfermo con una técnica y un tratamiento maravillosos que en Houston o no sé qué médico de tal universidad dice que…  y cosas por el estilo.

         Y lo mismo nos ocurre en el plano eclesiástico. Todo discurso sobre el dolor está condenado a ser tan necio y pecaminoso como la palabrería de los amigos que se acercan a Job cuando entró en aquella situación de hundimiento personal. El pobre Job se encontraba en la más “absoluta miseria” y los teólogos de turno le vienen a dar la vara diciendo que Dios te ha castigado, has pecado…

Llama la atención que la Iglesia oficial (la Jerarquía a excepción de Francisco) haya dicho tan poco y tan pobre durante esta pandemia. Se limita a unas misas por radio o por tv, a abrir los templos al son que marcan las autoridades sanitarias y políticas, a unos “geles”, a eximir del precepto dominical, etc. ¿No tenemos nada que decir con buena voluntad a nuestros hermanos enfermos, a quienes tienen miedo, a quienes mueren o a quienes van perdiendo seres queridos en una fría soledad, (¡qué solos se quedan los muertos!) ¿La Iglesia ya no sabe lo que es la compasión de Jesús por los enfermos, los débiles? (¿Ya no sabemos decir ni una palabra de esperanza?

Tal vez, lo que podíamos hacer es guardar silencio y cada cual y adentrarnos en nuestras situaciones de debilidad física, psíquica, moral.

¿Hemos estado alguna vez o en alguna etapa de la vida seriamente enfermos?

  1. Salud y enfermedad.

Nadie queremos estar enfermo. El ser humano con salud (“sano”) vive en armonía y en la actividad que le es propia.

Vivir es también un cuidado continuo ante la enfermedad, (finalmente ante la muerte).[1]

         La enfermedad, una enfermedad seria nos introduce en una gran inestabilidad e incertidumbre acompañada de dolor y sufrimientos físicos y psíquicos; en ocasiones con alguna angustia ante el futuro que se nos presenta y su posible desenlace. Las reacciones de un enfermo, o cuando estamos enfermos, pueden ser extrañas y anárquicas. Si ya estando más o menos sanos, tenemos reacciones extrañas, el cuerpo y el alma del ser humano enfermo puede tener reacciones confusas. Calma.

         La enfermedad es una gran crisis (crisol) en la vida, que puede incluso cambiar la perspectiva y orientación de la existencia.

  1. Cuerpo y alma.

         El ser humano es uno, una unidad compleja, que en nuestra tradición filosófico-teológica (griega) hemos dado en llamar: cuerpo y alma: soma y psyje.

         Hay “enfermedades del alma, del espíritu” (psíquicas): es el complejo mundo de las enfermedades nerviosas, neurosis, depresiones. La psiquiatría y la psicología tienen mucho que decir en este campo.

         Hay enfermedades corporales que afectan a una parte o función del ser humano. Desde que nacemos experimentamos la enfermedad somática más o menos leve o grave.

Siempre se da un influjo e interacción entre soma y psyjé (cuerpo y alma). Probablemente no hay enfermedad somática que no influya en el alma, en el espíritu y no hay estado de ánimo que no afecte al cuerpo. Al fin y al cabo el alma es la totalidad de ser “por dentro”, y el cuerpo es la totalidad de ser vista “hacia fuera”, el cuerpo es la expresión del alma.

  1. La enfermedad nos sitúa en lo más íntimo de nosotros mismos.

         En la enfermedad el ser humano está “muy cerca y muy dentro de sí mismo”. Seguramente no falta la compañía de la familia, de los amigos, de todo el “universo” médico, pero el enfermo vive sólo la enfermedad en su intimidad. Es uno quien vive su propia interioridad enferma, dañada.

         Una enfermedad seria sobreviene como un “tsunami” y te sume en un mar de dudas, preocupaciones, preguntas, amenazas de todo tipo: desde la rebeldía de Job (¡maldito el día en que nací!), pasando por los dilemas que se me presentan, hasta la inseguridad del futuro. Y todo ello agravado por el dolor, el sufrimiento.

Quizás la única  actitud que no se adopta cuando se está enfermo es el escepticismo. El dolor y el sufrimiento son demasiado serios y profundos como para jugar con un frívolo o postmoderno escepticismo.

  1. El enfermo es un paciente, que no es lo mismo que ser cliente de médicos y hospitales.

         Paciencia y paciente vienen del griego: pathos: padecer. El enfermo sufre, padece. Los padecimientos son diversos en la situación de enfermedad: dolor físico, sufrimientos morales, padecimiento por la decrepitud de la vida que se va o que no está en plenitud de energías y facultades. Nos pueden asaltar un montón de preguntas ¿qué será de mí? ¿Qué será de mi familia, los hijos, etc.? ¿Qué será de mí en el “más allá”? ¿Habrá más allá?

         La enfermedad no es solamente una cuestión médica. Es evidente que las ciencias contribuyen mucho a sanar o paliar la enfermedad; pero la enfermedad (y la muerte) la afrontamos también con valor, con afecto, con fe, con esperanza. La enfermedad “acontece” no solamente en un órgano de mi cuerpo, sino en lo más íntimo de mi ser. La vida es una enfermedad mortal, al menos humanamente hablando.

  1. Jesús pasó su vida sanando enfermos.

         La actitud de Jesús no fue la de una invitación estoica a la conformidad. Jesús no fue un ascético o un maestro de espiritualidad, un maestro de religión que amara el dolor y el sufrimiento como fuente de purificación. Él mismo pidió a Dios que pasaran de él los sufrimientos que tenía y que se le avecinaban: que pase de mí este cáliz.

Jesús pasó toda su vida sanando dolencias y enfermedades. Jesús no le dijo nunca a nadie: Dios te ha enviado esta enfermedad, ten paciencia, soporta, te servirá de purificación, etc. Más bien, Jesús cura ciegos, leprosos, neuróticos – epilépticos (endemoniados), a la mujer hemorroísa, paralíticos, etc.

“Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Mt 11,5)

  1. No os dejaré huérfanos.

         ¡Cuántas veces vemos a Jesús en los evangelios expresando su sentimiento de compasión hacia los pobres y débiles.  Jesús tiene misericordia, sintió lástima… En el evangelio de hoy Jesús nos dice: no os dejaré huérfanos,os enviaré quien os ayude y consuele en la vida (defensor). Jesús camina con nosotros como con los dos de Emaús. Jesús está con nosotros como con los Once. Dios nos protege como protegía con la nube al pueblo en el camino del desierto. No os dejaré huérfanos.

Es la actitud central cuando nos decidimos a ser cristianos: la compasión, el respeto, el amor, la ayuda. El ceremonial y los ritos es cosa secundaria. Tal vez a alguno le suene un poco blasfemo, pero la Eucaristía en estos momentos ¿no se estará celebrando en los bancos de alimentos, en cáritas, en los “comedores sociales”, en la ayudas sociales y familiares?

         El salmo 27,10 dice: “Porque aunque mi padre y mi madre me hayan abandonado, el Señor me recogeráNo os dejaré huérfanos“, nos dice Jesús hoy…

         El sufrimiento, el dolor pueden dominar nuestra existencia. El Señor no nos abandona a nuestra suerte. Está con nosotros aun y sobre todo en las situaciones más duras de enfermedad, de depresión, de sufrimiento, de hundimiento moral, de pecado. Jesús está con nosotros: descendió a los infiernos de la persona y de historia humana para consolarnos (defensor) y devolvernos a la vida.

“No tengáis miedo, que no tiemble vuestro corazón (Jn 14,28), no os dejaré huérfanos.”

  1. Buenos samaritanos.

         Siempre en la vida, pero más en las situaciones de sufrimiento físico o moral seamos buenos samaritanos.

         Acerquémonos no con palabrería, sino en silencio al enfermo, con simpatía. Simpatía no es ser un charlatán y llenar la vida de risotadas. Simpatía significa exactamente “padecer con”: compadecer con calma y amor, en discreción y respeto. Las personas: familiares, amigos, el pueblo, la Iglesia nos acompañamos en la salud, en el trabajo, en la fiesta, también en el dolor y la enfermedad.

         No abandonemos a los débiles de la tierra.

         Oremos por ellos, por todos.

En este día del enfermo tomemos conciencia de que no podemos abandonar a los que sufren la enfermedad, la pandemia.

         ¿Cuándo te vimos hambriento, enfermo …? Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis pequeños hermanos.

Veamos a Cristo en los enfermos.

[1] ¿Habrá habido algún ser humano que no haya sido “tocado” en su vida por la enfermedad? La muerte no es el punto final de la vida, sino que la muerte está presente en medio de la existencia humana. Vivir es lucha todos los días y a brazo partido contra la muerte.

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1º de Mayo, San José Obrero

Viernes, 1 de mayo de 2020
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En la fiesta del 1º de Mayo, no podemos olvidarnos de que Jesús de Nazaret era un obrero, de estirpe de obreros, encallecidas sus manos con el trabajo diario, solidario con los que sufrían las injusticias y el desprecio, hermano de los “anawim“…

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Vivías del trabajo cotidiano,
fuiste un trabajador, un simple obrero;
¿tu fidelidad?: –“es José el carpintero”-,
un humilde currante, un artesano.

Trabajo en el que fuiste nuestro hermano;
un trabajo de honrado jornalero
que en todo cuanto hace pone esmero,
porque sabe que Dios usa su mano.

Patrono del trabajo y su salmista,
-manos callosas y dedo vendado-
enseña al hombre de hoy, tan derrotista,
a vivir su trabajo ilusionado,
más alegre, cristiano y optimista,
más solidario y más humanizado.

*

JESÚS ADOLESCENTE EN EL TALLER DE JOSÉ.-John Everett Millais

Y EL VERBO SE HIZO CLASE

En el vientre de María

Dios se hizo hombre.

Y en el taller de José

Dios se hizo también clase.

*

Pedro Casaldáliga,
“Fuego y ceniza al viento. Antología espiritual”,
Sal Terrae, 1984,

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15

Dios creó al hombre no para vivir aisladamente, sino para formar sociedad. De la misma manera, Dios «ha querido santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente».

Desde el comienzo de la historia de la salvación, Dios ha elegido a los hombres no solamente en cuanto individuos, sino también en cuanto miembros de una determinada comunidad. A los que eligió Dios manifestando su propósito, denominó pueblo suyo (Ex 3,7-12), con el que además estableció un pacto en el monte Sinaí.

Esta índole comunitaria se perfecciona y se consuma en la obra de Jesucristo. El propio Verbo encarnado quiso participar de la vida social humana.

Asistió a las bodas de Caná, bajó a la casa de Zaqueo, comió con publicanos y pecadores. Reveló el amor del Padre y la excelsa vocación del hombre evocando las relaciones más comunes de la vida social y sirviéndose del lenguaje y de las imágenes de la vida diaria corriente.

Sometiéndose voluntariamente a las leyes de su patria, santificó los vínculos humanos, sobre todo los de la familia, fuente de la vida social. Eligió la vida propia de un trabajador de su tiempo y de su tierra […].

Sabemos que, con la oblación de su trabajo a Dios, los hombres se asocian a la propia obra redentora de Jesucristo, quien dio al trabajo una dignidad sobreeminente laborando con sus propias manos en Nazaret.

De aquí se deriva para todo hombre el deber de trabajar fielmente, así como también ei derecho al trabajo. Y es deber de la sociedad, por su parte, ayudar, según sus propias circunstancias, a los ciudadanos para que puedan encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente.

Por último, la remuneración del trabajo debe ser tal que permita al hombre y a su familia una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual, teniendo presentes el puesto de trabajo y la productividad de cada uno, así como las condiciones de la empresa y el bien común.

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Gaudium et spes, 32 y 67

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La Buena Noticia

Viernes, 14 de febrero de 2020
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(Foto de David la Chapelle)

La «buena noticia» del Evangelio es el anuncio de un perdón otorgado de manera indistinta a todos, un perdón gratuito, alegre, preveniente, sin condiciones ni «penitencias», salvo la de abrirse a él y dejarle cambiar nuestros corazones. Pero he aquí que Jesús nos habla de pecados irremisibles y eternos. ¿Existe, pues, un pecado que no puede ser perdonado? ••] El Antiguo Testamento era el reino del Padre, que se revelaba a través de la naturaleza y la historia del pueblo judío; ahora bien, esta revelación era provisional y progresiva y convenció a pocos. […] El Nuevo Testamento es el reino del Hijo, pero su gloria estuvo velada durante los días de la encarnación e irradió sólo después de la ascensión. Decepcionó, desanimó, produjo descontento entre sus conciudadanos, sus seguidores, su familia, sus discípulos. […]

        Ahora bien, el tiempo de la Iglesia es el reino del Espíritu Santo. Se trata del esfuerzo supremo, definitivo, de Dios para manifestarse a nosotros. Ya no es preciso esperar otros, porque no hay una cuarta persona de la Trinidad. A quienes no convenza el testimonio del Espíritu Santo no les queda más esperanza de salvación. En efecto, por continuar esperando, a pesar de todo, una nueva revelación de Dios, terminan por caer en las trampas del Anticristo. Este recogerá a cuantos piensan que Dios no hubiera debido hacerse reconocer a través del amor, sino a través de signos más eficaces, como la fuerza, el prestigio, el miedo, el dinero, la disciplina, la eficiencia. […] Nuestras iglesias, frías e impersonales, son, con frecuencia, lugares en los que circula poco el Espíritu de amor incluso cuando están llenas de cristianos. Estos se encuentran más yuxtapuestos que reunidos.

        La indiferencia recíproca que reina entre los presentes desanima el intento de un encuentro fraterno. Por eso el Espíritu de amor no se hace visible, y nadie se convierte asistiendo a ciertas misas dominicales. […] Nuestro mundo dividido, desfigurado por el odio, por el racismo, por la droga, por la violencia, se convertirá ante comunidades cristianas en que valga la pena vivir, creer, comprometerse. Es fácil convertir al mundo: basta con hacer visible al Espíritu Santo.

*

Louis Evely,
Meditazioni sul Vangelo,
Asís 1975, pp. 154-156

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Trinidad: Dios es Amor

Sábado, 22 de junio de 2019
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md22887481267Del blog de Xabier Pikaza:

X. Pikaza y N. Silanes: Diccionario teológico. El Dios Cristiano

Xabier Pikaza  / Nereo Silanés (eds.),  Diccionario teológico. El Dios Cristiano (Trinidad), Secretariado trinitario, Salamanca 1992, 1539 págs. A gran formato y doble columna. Con 170 voces y la colaboración de 70 teólogos, la mayoría españoles. Fue y sigue siendo quizá la mayor aportación  de teología dogmática de los últimos 50 años, en lengua española.

Iniciamos la obra hace 30 años, el profesor Nereo Silanes y un servidor, para culminarla tres años después. Entre sus colaboradores escogimos a los mejores especialistas españoles  (con algunos extranjeros) de finales del siglo XX, todos ellos amigos y colegas:

obispos y cardenales, como E. Romero Pose, Julián López, A. González Montes y L. Ladaria (actual Prefecto de la C. para la Doctrina de la fe), L Scheffcyk…

dogmáticos, como S. Del Cura, J. L. Ruiz de la Peña, M. Gelabert, J. Martín Velasco, E. Tourón, G. R. García Murga,  J. M. Rovira Belloso, M. Gesteira y L. Armendáriz…

biblistas, como G. Aranda, F. Contreras, F. García López, J. Vílchez, M. Navarro y D. Muñoz‒León…

‒  con un grupo escogido de teólogos europeos y americanos, como: Piero Coda F. Courth,  Ch. Duquoc, A. Meis, A. Milano,C. Moreschini, G. Salvati, B. Sesboüe,

   9788534937634           La obra fue y sigue siendo una aportación fundamental de la teología trinitaria del último medio siglo y no ha sido superada todavía; ella recoge desde una perspectiva clásica y moderna, bíblica y dogmática, eclesial y antropológica, las dimensiones y matices del Dios Trinitario y de su presencia en la Iglesia y en la vida de los hombres; y así quiero presentarla este año, recordando ante todo al co-editor y amigo (N. Silanes), y con él a otros que, como él, han marchado ya a la “casa”  de la Trinidad, que tiene muchas moradas, entre ellos Mons. Romero Pose y J. L. Ruiz de la Peña, G. Aranda y F. Contreras, J. M. Rovira Belloso y L. Scheffcyk.

               La obra se encuentra aún en activo, tanto en su edición española como brasileira (imagen 1 y 2), y puede conseguirse on line sin dificultades (tanto en la Editorial y en Amazon como en Scribd). Aquí no puedo recoger otros trabajos, quizá  más significativos, sobre los términos clave de la teología trinitaria, como son Padre, Hijo y Espíritu Santo, Persona y Relación, perijóresis e historia, liturgia, mística y filosofía (pues no son míos, aunque yo los encargara)… A modo de ejemplo, reproduzco mi entrada “Amor”, que puede entenderse como resumen y ejemplo  de la obra, tal como la ideamos y realizados hace ya casi treinta años el Prof. N. Silanes y un servidor.

TRINIDAD ES AMOR  (Pikaza) 

 imagesSUMARIO:

I. Eros y Agape: amor griego, amor cristiano.—II. Amor y compasión: cristianismo y budismo.—III. Amor y Trinidad: la comunión divina.—IV. El Espíritu Santo como amor personal.—V. Trinidad y metafísica de amor. Sentido de Cristo. 

Como indica el sumario, hemos trazado algunos rasgos importantes del amor para entenderlos luego en clave trinitaria. Comenzamos situando el tema en un nivel de historia de las religiones: comparamos el amor cristiano y griego (agape y eros). Después lo interpretamos desde el fondo del budismo (compasión y caridad). Sólo entonces trataremos del amor cristiano visto en clave trinitaria. Para culminar el tema ofreceremos una breve visión de las personas trinitarias (especialmente el Espíritu Santo) desde el fondo de una teología del amor.

 I. Eros y Agape: amor griego, amor cristiano

 La religión griega del eros aparece como praxis salvadora que se funda en el orfismo y la piedad de los misterios. Ella quiere liberar la luz divina de los hombres, conquistando y recreando su verdad originaria, cautivada en una cárcel de dolor, sombra y materia. Lógicamente, el alma debe aprender a liberarse por la acción centemplativa o religiosa que le lleva a descubrir su realidad original y retornar de esa manera a lo divino.

 Platón ha elaborado los principios que le ofrece la tradición anterior y edifica desde el eros un espléndido sistema de verdad, de salvación y pensamiento. La visión del eros, que Platón ha presentado desde el mito anterior, presupone en realidad que el hombre es ahora esclavo: está cautivo sobre el mundo pero guarda las semillas del recuerdo de su vida originaria. Ese recuerdo, reflejado germinalmente en el eros, le conduce a partir de los valores sensibles de este mundo (cuerpos, ideales…), hacia el bien de lo supremo como meta donde puede sosegar y realizarse su existencia. El amor es, por tanto, una potente fuerza de atracción que, al inquietarnos en el mundo, nos inmerge en la ansiedad y nos conduce hacia la idea y la bondad de lo divino. Según esto, no hay eros en Dios, pues a Dios nada le falta en su existencia. Tampoco puede hallarse entre los hombres que se encuentran perdidos en los bienes de la tierra. El eros es la fuerza ascensional, aquel impulso que constantemente lleva desde el mundo sensible y limitado, a la verdad de lo que somos en lo eterno. Por eso tienen eros o son eros solamente aquellos hombres que partiendo de los bienes de este mundo, se elevan y dirigen en camino de amor hacia el sentido y bondad de lo divino. El eros de la carne (amor corporal) se supera y se transciende haciendo que surja de ese modo el proceso del «eras espiritual».

Nygren, sistematizador protestante del tema, ha distinguido en la visión del eros estos momentos. a) Es amor-deseo que nos lleva a superar la privación en que ahora estamos, caminando hacia un estado de existencia más dichoso. b) Es anhelo que conduce desde el mundo a lo divino. Por eso, Dios no ama ni tampoco aquellos que prefieren contentarse con la tierra, c) Es amor egocéntrico: es nostalgia de conquista, un gran deseo por lograr y disfrutar lo que nos falta. Sólo en el momento en que, inmergidos en Dios, hayamos colmado la ansiedad y realizado nuestro anhelo, cesaremos en la marcha: se habrá cumplido el eros, no seremos más cautivos de la tierra; la historia habrá cerrado su camino, quedará la eternidad.

Por encima de este anhelo, el cristianismo ofrece la presencia salvadora de Dios en Jesucristo. Lo que importa no es que el hombre haya querido subir hacia los cielos. El misterio está en que Dios ha descendido de manera salvadora hasta la tierra. Esto lo expresa el NT al acuñar de un modo nuevo la palabra antigua agape.

El agape es un amor espontáneo y no egoísta. Su principio está en el Dios que de manera gratuita ha decidido entregar su vida por los hombres. Por eso el agape no depende del valor de los objetos. Dios no se ocupa sólo de los buenos: ama con fuerza especial a los pequeños y perdidos, ama a todos los que sufren, inaugura de esa forma un modo nuevo de existencia. Por eso, en el principio del amor no hay un ascenso hacia la altura, ni tampoco una justicia que sanciona a los perfectos. El amor se manifiesta y triunfa en la vida que se entrega, en el misterio de Dios que nos ofrece su asistencia.

Esto supone que el agape es creador. El eros nada crea, simplemente tiende hacia la fuente de la vida verdadera. Por el contrario, el agape recrea a las personas: amar implica hacer que surja, que se extienda la existencia, que haya esperanza en la desesperación, perdónen el pecado, interés donde existía sólo indiferencia, vida en medio de la muerte. Finalmente, el agape es comunión. Mientras que el eros busca la fusión del hombre con su raíz originaria, el agape le capacita para amar a las personas: invita a realizar la comunión entre los hombres, conduciendo hacia el encuentro interhumano o dirigiendo hacia el misterio de la unión de Dios con nuestra historia.

El eros es la tensión de los hombres que pretenden ascender hacia su centro en lo divino. El agape es, al contrario, la expresión de la presencia salvadora de Dios sobre la tierra: por eso ofrece unos matices creadores, se refleja de manera preferente en el abismo de la cruz de Jesucristo y se explicita en el amor al enemigo. Para el eros, carece de sentido hablar de entrega de la vida «por los malos»: el amor al enemigo resulta inconcebible. En el agape eso es primario: sólo existe amor auténtico y perfecto donde el hombre se dispone, como Cristo, a realizarse en apertura hacia los otros. Amar es dar la vida. Y es hacerlo en gratuidad, porque merece la pena conseguir que el otro sea. Amar es darse, hacer posible que haya vida entre los hombres, en gesto de absoluta limpidez, sin intereses, en camino que culmina allí donde se ayuda al enemigo.

 Los cristianos protestantes acentúan, de una forma general, la oposición del eros y el agape: frente a la búsqueda idolátrica del hombre está la gracia salvadora de Dios; frente al amor como deseo y como mérito (eros) el misterio de Dios que nos regala en Jesucristo su existencia (agape). Pues bien, matizando esa postura debemos afirmar que el eros y el agape se penetran, se enriquecen y completan. El eros representa el ser del mundo, es la tendencia natural de los vivientes que se expanden y realizan. Sin eso que llamamos el «deseo físico» del eros nuestro ser de humanos quiebra y se deshace.

 Sólo porque hay eros (porque el ser humano busca su propia plenitud) puede hablarse de agape (gesto de salida, de entrega hacia los otros). Pues bien, esta unión de eros y agape sólo la podemos entender de una manera original en lo divino. El NT (1 Jn 4, 16) ha confesado de forma lapidaria que Dios mismo es agape, donación de amor gratuito. Los cristianos lo interpretan ciertamente en nivel de economía salvadora: Dios es ágape entregándose de forma gratuita hacia los hombres. Pero resulta necesario dar un paso más diciendo: Dios nos puede regalar su amor porque él mismo es misterio de amor inmanente.

Ésta es la mejor definición de la Trinidad: es el agape de Dios, la comunión personal en que Padre e Hijo en el Espíritu se ofrecen y regalan de manera gratuita la existencia. Pero siendo agape (amor como regalo), Dios mismo es eros: es gozo de sí mismo, plenitud ya realizada a modo de comunión entre personas. Al darse al Hijo (agape) el Padre encuentra su gozo y plenitud en ese Hijo (eros); por su parte, el Hijo halla y plenifica su propio ser (eros) cuando devuelve su misma realidad y plenitud al Padre (agape). Dando un paso más, podemos añadir que el mismo Espíritu Santo es a la vez agape y eros: es gratuidad y gozo de amor compartido.

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“Misterio de Bondad”. Fiesta de la Trinidad – C (Juan 16, 12-15)

Domingo, 16 de junio de 2019
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09-SANT-TRINIDAD-C-600x399A lo largo de los siglos, los teólogos se han esforzado por profundizar en el misterio de Dios ahondando conceptualmente en su naturaleza y exponiendo sus conclusiones con diferentes lenguajes. Pero, con frecuencia, nuestras palabras esconden su misterio más que revelarlo. Jesús no habla mucho de Dios. Nos ofrece sencillamente su experiencia.

A Dios, Jesús lo llama «Padre» y lo experimenta como un misterio de bondad. Lo vive como una Presencia buena que bendice la vida y atrae a sus hijos e hijas a luchar contra lo que hace daño al ser humano. Para él, ese misterio último de la realidad que los creyentes llamamos «Dios» es una Presencia cercana y amistosa que está abriéndose camino en el mundo para construir, con nosotros y junto a nosotros, una vida más humana.

Jesús no separa nunca a ese Padre de su proyecto de transformar el mundo. No puede pensar en él como alguien encerrado en su misterio insondable, de espaldas al sufrimiento de sus hijos e hijas. Por eso, pide a sus seguidores abrirse al misterio de ese Dios, creer en la Buena Noticia de su proyecto, unirnos a él para trabajar por un mundo más justo y dichoso para todos, y buscar siempre que su justicia, su verdad y su paz reinen cada vez más en el mundo.

Por otra parte, Jesús se experimenta a sí mismo como «Hijo» de ese Dios, nacido para impulsar en la tierra el proyecto humanizador del Padre y para llevarlo a su plenitud definitiva por encima incluso de la muerte. Por eso, busca en todo momento lo que quiere el Padre. Su fidelidad a él lo conduce a buscar siempre el bien de sus hijos e hijas. Su pasión por Dios se traduce en compasión por todos los que sufren.

Por eso, la existencia entera de Jesús, el Hijo de Dios, consiste en curar la vida y aliviar el sufrimiento, defender a las víctimas y reclamar para ellas justicia, sembrar gestos de bondad, y ofrecer a todos la misericordia y el perdón gratuito de Dios: la salvación que viene del Padre.

Por último, Jesús actúa siempre impulsado por el «Espíritu» de Dios. Es el amor del Padre el que lo envía a anunciar a los pobres la Buena Noticia de su proyecto salvador. Es el aliento de Dios el que lo mueve a curar la vida. Es su fuerza salvadora la que se manifiesta en toda su trayectoria profética.

Este Espíritu no se apagará en el mundo cuando Jesús se ausente. Él mismo lo promete así a sus discípulos. La fuerza del Espíritu los hará testigos de Jesús, Hijo de Dios, y colaboradores del proyecto salvador del Padre. Así vivimos los cristianos prácticamente el misterio de la Trinidad.

José Antonio Pagola

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“Todo lo que tiene el Padre es mío; el Espíritu tomará de lo mío y os lo anunciará”. Domingo 16 de junio de 2019. Santísima Trinidad

Domingo, 16 de junio de 2019
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34-TrinidadC cerezoLeído en Koinonia:

Proverbios 8, 22-31: Antes de comenzar la tierra, la sabiduría fue engendrada.
Salmo responsorial: 8: Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!.
Romanos 5, 1-5: A Dios, por medio de Cristo, en el amor derramado con el Espíritu.
Juan 16, 12-15: Todo lo que tiene el Padre es mío; el Espíritu tomará de lo mío y os lo anunciará.

(Comentario homilético elaborado en un ciclo anterior por Mons. Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua)

La revelación de Dios como misterio trinitario constituye el núcleo fundamental y estructurante de todo el mensaje del Nuevo Testamento. El misterio de la Santísima Trinidad antes que doctrina ha sido evento salvador. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han estado siempre presentes en la historia de la humanidad, donando la vida y comunicando su amor, introduciendo y transformando el devenir de la historia en la comunión divina de las Tres personas. Por eso se puede hablar de una preparación de la revelación de la Trinidad divina antes del cristianismo, tanto en la experiencia del pueblo de la antigua alianza tal como lo atestiguan los libros del Antiguo Testamento, como en las otras religiones y en los eventos de la historia universal.

El Nuevo Testamento, más que una doctrina elaborada sobre la Trinidad, nos muestra con claridad una estructura trinitaria de la salvación. La iniciativa corresponde al Padre, que envía, entrega y resucita a su Hijo Jesús; la realización histórica se identifica con la obediencia de Jesús al Padre, que por amor se entrega a la muerte; y la actualización perenne es obra del don del Espíritu, que después de la resurrección es enviado por Jesús de parte del Padre y que habita en el creyente como principio de vida nueva configurándolo con Jesús en su cuerpo que es la Iglesia.

La primera lectura (Prov 8,22-31) es un himno a la sabiduría divina considerada en su doble dimensión trascendente e inmanente. La Sabiduría es trascendente pues ella es el proyecto de Dios, su voluntad, sus designios, su Palabra, su Espíritu; pero también es encarnada ya que el proyecto divino se realiza en la creación y en la historia, la voluntad de Dios se manifiesta en la Escritura y a través de su Espíritu se convierte en una realidad interior al ser humano. De esta forma la reflexión sapiencial bíblica supera la simplificación panteísta o dualista en su visión de Dios.

En los vv. 22-25 el autor bíblico nos sitúa “antes” de la creación, en la eternidad de Dios, presentando la Sabiduría como una realidad divina y trascendente, anterior a todas las realidades cósmicas: “El Señor me creó al principio de sus tareas, antes de sus obras más antiguas… cuando no había océanos, fui engendrada, cuando no existían los manantiales ricos de agua”. En los vv. 26-31 la Sabiduría parecer ser una realidad creada pues aparece contemporánea a la creación. La Sabiduría está presente también en el ser humano, en su inteligencia, en su felicidad: “Cuando consolidaba los cielos allí estaba yo, cuando trazaba la bóveda sobre la superficie del océano, cuando señalaba al mar su límite… a su lado estaba yo como confidente, día tras día lo alegraba y jugaba sin cesar en su presencia; jugaba con el orbe de la tierra, y mi alegría era estar con los seres humanos”.

Este himno ha llegado a ser en la tradición cristiana un preanuncio de la encarnación de la Palabra (Jn 1), que “al principio estaba junto a Dios, todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuando llegó a existir” (Jn 1,2-3), y que al final de los tiempos “se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14).

La segunda lectura (Rom 5,1-5) es una especie de declaración paulina de sabor trinitario sobre la situación del ser humano que ha sido justificado gracias a la fe en Cristo: “Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo… y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (vv. 1.5). Pablo afirma la dimensión trinitaria de la vida creyente. Reconciliados con Dios por la fe, estamos en una situación de “paz” y de “esperanza”, paz que supera la tribulación y esperanza que transforma el presente.

El evangelio (Jn 16,12-15) constituye la quinta promesa del Espíritu en el evangelio de Juan. Se habla del Espíritu como defensor (“Paráclito”) y como maestro, llamándolo “Espíritu de la verdad”. La verdad es la palabra de Jesús y el Espíritu aparece con la misión de “llevar a la verdad completa”, es decir, ayudar a los discípulos a comprender todo lo dicho y enseñado por Jesús en el pasado, haciendo que su palabra sea siempre viva y eficaz, capaz de iluminar en cada situación histórica la vida y la misión de los discípulos.

El Espíritu tiene una función “didáctica” y “hermenéutica” con relación a la palabra de Jesús. El Espíritu Santo no propone una nueva revelación, sino que conduce a una total comprensión de la persona e del mensaje del Señor Resucitado. El Espíritu, por tanto, “guía” (v. 13) hacia la “Verdad” de Jesús, es decir, hacia su revelación, de tal forma que la podamos conocer en plenitud. Leer más…

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16.6.19: Fiesta de la Trinidad Bautizándoles en el Nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo

Domingo, 16 de junio de 2019
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Trinidad-RubliovDel blog de Xabier Pikaza:

Me llaman Trinidad

EL NOMBRE DE DIOS ES TRINIDAD

   Es uno, son tres, son nombres infinitos… pues todo lo que puede nombrarse y ser en Dios, como dice 1 Cor 15, 28: “Él será todo en todos”. En ese sentido, la historia de la humanidad, según la Biblia, es la historia de los nombres de Dios:

  1. El primer nombre de Dios es Yahvé, el que hace ser (y para los cristianos el Padre). Así lo ha definido y marcado para siempre el texto del Dios de la Montaña, donde arde el fuego inextinguible en el arbusto que Moisés ha visto a los pies del Sinai. Fuego inextinguible de vida sobre la estepa de los hombres, eso es Dios. Y cuando Moisés le pregunta “cómo te llamas” él responde: Soy el que soy (en hebreo Yahvé), soy la presencia de vida, soy la vida que arde sin consumirse, son el Padre del que todo viene, soy la Vida que se derrama y extiende en todo lo que existe.
  2. El segundo nombre de Dios es Jesús, que significa Yahvé salva, conforme al  himno de Flp 2, 6-11. Salvar significa liberar de la muerte, es dar la vida “muriendo”, esto es, entregando el propio ser, para que los hombres y todos los seres del mundo sean. Éste es el Dios de Jesús, Dios, aquel que no ha querido imponerse por la fuerza, sino aquel que se ha dado  “muriendo” (=dando vida), para resucitar en nosotros, para que así seamos en su nombre. Por eso, los cristianos saben, sabemos, que el nombre de Dios es Jesús (nos salva de perdernos, nos hace ser para resucitar (=vivir superando la muerte, en cada uno de nosotros, en los otros), y ante “doblamos la rodilla”, como sigue diciendo Glp 2, 6-11, es decir, nos levantamos y somos, en esperanza de resurrección, “para gloria de Dios Padre”. Y así decimos que Dios es Hijo, es decir, somos nosotros, hijos e hijas de Dios.
  3. El tercer nombre de Dios es Espíritu Santo, es decir, la Vida de todo lo que existe, pues en él vivimos, nos movemos y somos (Hch 17, 28). Dios es el Espíritu de todos los espíritus… pero entendiendo “espíritu” en el sentido fuerte de “carne y sangre”, de tiempo y eternidad, de amor en el que todo se arraiga y existe, el amor del Padre y del Hijo, del que da la vida y del que la recibe, de Yahvé (el que es) y de Jesús de Nazaret, el resucitado, amor sin más, sólo amor, amor en todo y para todos.

Por eso decimos tres nombres. pero sabiendo que Dios es Uno, siento todos los nombres, que se concretan y expresan, para los cristianos, según el evangelio (Mt 28, 16-20) en el NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO  Y DEL ESPÍRITU. Un único Nombre que son Tres, pues en tres los resumimos y condensamos, como Padre, Hijo  y Espíritu,  sabiendo que es Uno y es Todo, son tres, somos tres, la Vida que triunfa de la muerte, aquel que se manifiesta en Jesús y se expande y vive en nosotros como Espíritu Santo.

    Así lo indicaré en este Domingo de la Trinidad, domingo del Dios todo en todos, del Adviento y Navidad, de la Cuaresma y de la Pascua, domingo del Pentecostés ampliado, de los cincuenta días de Dios que son todo el tiempo y toda la eternidad. En ese fondo empezaré comentado el evangelio de este domingo que sigue siendo domingo del Espíritu… y el evangelio de la misión trinitaria.

1.EVANGELIO DEL DOMINGO DE LA TRINIDAD. CICLO C, AÑO 2019

Juan 16, 12-15 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.

Evangelio del Espíritu Santo, Evangelio de la Trinidad

    La palabra clave es “cuando venga el Espíritu Santo… os guiará a la verdad completa…”, os llevará a conocer a Dios, a vivir en Dios, que es Trinidad, que es Padre-Yahvé, siendo HIjo-Jesús (Dios salva), siendo Espíritu Santo.

220px-Retaule_de_la_Trinitat_1489._Museu_Rigau_Perpinyà_2Al conocer de esa manera a Dios (al conocer la verdad completa), creyentes realizarán por tanto no sólo las obras (erga) de Jesús, sino aún mayores “porque voy al Padre” (14, 12), y lo harán en la línea de un “plus” eclesial,es decir, del Espíritu Santo , que no es un portador subordinado de la memoria de Jesús, sino el impulsor de vida y futuro en el que vivimos y actuamos:

Haréis obras mayores que las mías, el Espíritu del Padre. Los creyentes de la comunidad del Discípulo Amado han vivido y expresado la experiencia de Amor, sin instituciones fuertes, pero con un fuerte impulso del Espíritu al servicio de la verdad completa, en una línea distinta, pero complementaria, a la de Efesios (cf. cap. 19):

 ‒ Si me amáis, guardaréis mis mandatos y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, que esté con vosotros por siempre (Jn 14, 15-16). Estas cosas os he dicho estando con vosotros. Pero el Consolador, Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas lo que os he dicho (14, 25-26).

Cuando venga el Consolador, que Yo enviaré desde el Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí y vosotros daréis también testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio (15, 26-27). Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no (las) podéis soportar. Pero cuando venga Él, el Espíritu de verdad, os guiará a la Verdad completa (cf. 16, 7-13).

                       Estas palabras nos sitúan en el centro de la experiencia y teología del Trinidad, del Dios cristiano, en la línea del Espíritu Santo como Paráclito (abogadode perseguidos y humillados, defensor en el juicio) y Consolador (amigo íntimo que nos ofrece su ánimo). Éste es el Espíritu de Dios, que aparecía en diversos lugares del AT (sobre todo en relación con los profetas y el Mesías, cf. cap. 5‒6) y en algunos momentos principales de la historia de Jesús (resurrección, bautismo, concepción por el Espíritu…), el Espíritu de Dios que ahora define la vida y acción de los creyentes:

‒ Es el Espíritu del Padre, en su doble dimensión de origen (Jn 15, 26) y envío, pues el Padre lo ofrece o emite (Jn 14, 16. 26), como impulso de conocimiento y plenitud de vida, en línea de filiación (para que los hombres sean en Jesús hijos de Dios). Siglos más tarde, desde la controversia del Filioque (¡y del Hijo!), cristianos de tradición bizantina y romana han discutido extensamente sobre este motivo, precisando de formas algo distintas la relación del Paráclito con el Padre y con el Hijo.

‒ Es Espíritu del Hijo, pues el Hijo ruega, y el Padre lo envía en su nombre (cf. Jn 14, 15-26. 25-26). Más aún, el mismo Jesús glorificado, como Hijo de Dios, puede enviar y enviará el Espíritu a quienes se lo pidean, para realizar así la obra de Dios (Jn 14, 26-27; 15, 26-27). En esa línea podemos añadir que el Espíritu Santo es “el otro Paráclito”, es decir, el mismo Jesús hecho presente, de un modo nuevo (pascual, resucitado: cf. tema 17), como amor activo en aquellos que acogen (creen) y cumplen su mensaje, volviéndose así “cristos”, capaces de realizar las obras de Jesús y aún mayores, como he destacado ya.

 Entendido así, el Paráclito es la Autoridad de Amor que consuela y fortalece a los creyentes, para que puedan ser en comunión, realizando las obras de Jesús y aún mayores, es decir, llevando a plenitud su tarea mesiánica. En esa línea, Jesús no marca un “fin”, no es un tope que nos impide seguir caminando, sino al contrario: En él empieza el auténtico camino de transformación humana, en unidad de amor (que todos sean uno) y en elevación de vida. El Espíritu es por tanto el mismo Dios, que se expresa en Jesús como amor del Padre y el Hijo, siendo así, al mismo tiempo, comunión de amor de los creyentes, “de manera que todos sean Uno, como nosotros somos Uno: tú, Padre, en mí y yo en ti; para que el mundo crea que tú me has enviado” (17, 21). Ser unos en otros, en el despliegue de Dios, éste es el misterio central de la resurrección[1].

Dios es Espíritu, Dios es Trinidad, en sí mismo y en nosotros (es en sí mismo, siendo en nosotros), es Padre en-por Jesús, es Hijo, en el Espíritu.Desde ese fondo se entiende la respuesta de Jesús a la samaritana, superando la visión y religión de los cultos nacionales de Jerusalén y el Garizim, que separan y dividen a los hombres:

  Créeme, mujer: llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad; porque ciertamente el Padre busca tales adoradores. Dios es Espíritu, y los que le adoran deben adorarle en Espíritu y en Verdad (Jn 4, 21-24)

              Esta palabra ratifica la promesa del Espíritu, poniendo de relieve el sentido de la adoración en Espíritu y Verdad, como experiencia de transformación universal en amor, desde el Dios presente como Vida en nuestra vida:

 ‒ Rogaré al Padre y os enviará otro Paráclitopara que esté con vosotros para siempre (Jn 14, 16). Jesús había sido defensor de sus discípulos: Primer Paráclito, consuelo en el amor. Pero, culminado su camino, él ruega al Padre que envíe Otro Paráclito, el Espíritu Santo (cf. Mc 13, 11), para defender a los perseguidos en la prueba. En un sentido, Jesús se va, ya no acompaña a los creyentes de un modo inmediato, pero él pide al Padre que les envía “otro Paráclito”, presencia interior y compañía, en comunión y libertad completa (no os dejaré huérfanos: Jn 14, 18).

‒ El Espíritu os lo enseñará todo: “Pero el Paráclito…, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14, 26). El Espíritu “recuerda”, esto es, permite entender y revivir, en línea personal y en comunión de amor (consuelo), el mensaje y vida de Jesús, reinterpretando su camino, en verdad (en conocimiento: ¡os lo enseñará todo!) y en vida (retomando el camino y las obras de Jesús).

Espíritu y testimonio: “Cuando venga el Paráclito, a quien yo enviaré del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Jn 15,26-27). El testimonio de Jesús no está ligado a instituciones u obras externas, sino a la presencia del Espíritu, que es garantía de su presencia y acción en la Iglesia.

Presencia resucitada: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 7). Hay una presencia de Jesús que ha debido terminar. Sólo marchándose, realizando su tarea de Dios hasta el final, Jesús podrá enviar el Espíritu de Dios, para que también sus discípulos sean como él y realicen sus obras[2].

Notas de la primera parte

[1] El Espíritu aparece así como “otro Paráclito” (allon Paraklêton: Jn 14, 16), pues el primero es Jesús, Hijo de Dios. Es “otro” y, sin embargo, es el mismo Jesús hecho herencia de vida y comunión en los creyentes. El Paráclito deriva de Jesús y, siendo plenitud y cumplimiento de su promesa, esto es, Reino y Verdad de (Jn 14,15), puede realizar obras “mayores” que las suyas. No es simple promesa de un Reino Futuro, que vendrá al final, por encima y fuera de la historia, sino que actúa en este mundo (en la línea del “milenio” de Ap 20, 1‒6), suscitando un Reino de justicia y verdad. Algunos movimientos post‒cristianos entendieron está venida del Paráclito de un modo apocalíptico (Montano), dualista (Mani) o incluso político‒social (Mahoma), pero es evidente que, según el evangelio, ella ha de verse en línea de cumplimiento del mensaje y vida de Jesús, en clave de transformación (Unción) interior. “Pero vosotros habéis recibido la Unción del Santo, y todos conocéis la verdad. La Unción que de Él recibisteis permanece en vosotros y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe. Porque su Unción os enseña todas las cosas, y es verdadera y no mentira…” (1 Jn 2, 20. 26‒27). Estas palabras definen y concretizan la promesa del Paráclito como “unción del Santo”, transformación en la verdad, de manera que ya no sea necesario que unos enseñen a los otros desde fuera (por imposición externa), pues la verdad y la vida se identifican con el mismo Espíritu que actúa y se expresa en la vida de los creyentes.

[2] Esa palabra (conviene que me vaya)ha de entenderse en sentido radical: Durante su vida en el mundo, Jesús ha sido “hijo de David”, como indicaba con toda precisión Rom 1, 3‒4, con las limitaciones que ellos suponía (en línea intraisraelita). Sólo con la resurrección (es decir, culminando su obra mesiánica) Jesús ha podido volverse portador del Espíritu Santo, presencia universal y de transformación.

2. MISIÓN CRISTIANA Y TRINIDAD. MT 28, 16-20

 Los once fueron a la Montaña… Jesús les dijo: Se me ha dado toda autoridad en cielo y tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os mandé; y yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del mundo (28, 18-20).

          evangelio-de-mateo   Estos once, reunidos en la montaña de la pascua, a partir del testimonio de las mujeres de la tumba vacía, son los discípulos/hermanos de Jesús,  aquellos a los que Jesús había llamado, para acompañarle en su tarea de reino, son todos los creyentes, somos todos nosotros, portadores del Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

           Éstos que van a la montaña de Galilea, en el día de Pentecostés, que es día del Dios Trinidad somos todos nosotros…. todos los creyentes, varones y mujeres, que abren desde la montaña de Galilea el mensaje y vida de Jesús a las naciones[1].

Eso significa que la función anterior de Jesús centrada en  Jerusalén ha terminado (cf. 21, 43; 22, 7; 23, 37-39), ha cesado el judaísmo del templo y la ley nacional del reino judío de David, y la verdadera teología de Israel (con su mensaje universal) ha de extenderse a todas las naciones desde Galilea, esto es, desde el “monte” de la vida‒mensaje de Jesús (no desde Jerusalén y Roma como supone Hech 1 y 28), ratificando la misión universal  del judaísmo galileo de Jesús, no el jerosolimitano, el verdadero judaísmo cristiano del Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo (cf. Mt 4, 12‒16, con Is 8, 23‒9, 1)[2].

 Bautismo Cristiano: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo[3].

Estas palabras finales del Evangelio de Mateo… marcan el comienzo de la nueva Iglesia universal, la iglesia del Dios pleno (Padre, Hijo, Espíritu), la Iglesiaq que debe “bautizar a todos los hombres”, es decir, ofrecerles el misterio del Dios de amor completo…  Ciertamente, Mateo afirma que Jesús ha venido a ratificar el camino anterior del judaísmo (Mt 5, 17), pero el principio de identidad de los cristianos no Yahvé como Dios nacional, ni su ley o templo particular, ni la conversión para perdón de los pecados, como en Juan Bautista (3, 11), sino la nueva experiencia de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Leer más…

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Fiesta de la Trinidad. Ciclo C.

Domingo, 16 de junio de 2019
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trinidadDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El ciclo litúrgico se abre con la venida de Jesús y culmina con la venida del Espíritu; el Padre está presente en todo momento. Es lógico que se dedique una fiesta en honor de la Trinidad. Para ella había que elegir textos que hablaran de las tres personas, al menos de dos de ellas. Pero no pretenden darnos una lección de teología sino ayudarnos a descubrir a Dios en las circunstancias más diversas. La primera, llena de belleza y optimismo, en los momentos felices de la vida. La segunda, incluso en medio de las tribulaciones, dándonos fuerza y esperanza.           La tercera, en medio de las dudas, sabiendo que nos iluminará.

Dios presente en la alegría (Proverbios 8, 22-31)

            Del Antiguo Testamento se ha elegido un fragmento del libro de los Proverbios que polemiza con la cultura de la época helenística: ¿cuál es el origen de la sabiduría? Para muchos, es fruto del pensamiento humano, tal como lo han practicado sobre todo los filósofos griegos. Frente a esta mentalidad, el autor del texto de los Proverbios afirma que la verdadera sabiduría es anterior a nuestras reflexiones y estudios; y lo expresa presentándola junto a Dios muchos antes de la creación del mundo, acompañándolo en el momento de crear todo.

Así dice la sabiduría de Dios:

            «El Señor me estableció al principio de sus tareas,

            al comienzo de sus obras antiquísimas. 

            En un tiempo remotísimo fui formada,

            antes de comenzar la tierra. 

            Antes de los abismos fui engendrada,

            antes de los manantiales de las aguas.

            Todavía no estaban aplomados los montes,

            antes de las montañas fui engendrada. 

            No había hecho aún la tierra y la hierba,

            ni los primeros terrones del orbe. 

            Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo;

            cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo;

            cuando sujetaba el cielo en la altura,

            y fijaba las fuentes abismales. 

            Cuando ponía un límite al mar,

            cuyas aguas no traspasan su mandato; 

            cuando asentaba los cimientos de la tierra,

            yo estaba junto a él, como aprendiz, 

            yo era su encanto cotidiano,

            todo el tiempo jugaba en su presencia: 

            jugaba con la bola de la tierra,

            gozaba con los hijos de los hombres.

            ¿Por qué se eligió esta lectura? San Pablo, en la primera carta a los Corintios, dice que Cristo es “sabiduría de Dios” (1,24). Y la carta a los Colosenses afirma que en Cristo “se encierran todos los tesoros del saber y del conocimiento” (Col 2,3). Este fragmento del libro de los Proverbios, que presenta a la Sabiduría de forma personal, estrechamente unida a Dios desde antes de la creación y también estrechamente unida a la humanidad (“gozaba con los hijos de los hombres”) parecía muy adecuado para recordar al Padre y al Hijo en esta fiesta.

Dios presente en los sufrimientos (Romanos 5, 1-5)

Curiosamente, en este texto, que menciona claramente a las tres personas, los grandes beneficiarios somos nosotros, como lo dejan claro las expresiones que usa Pablo: “hemos recibido”, “hemos obtenido”, “nos gloriamos”, “nuestros corazones”, “se nos ha dado”. Él no pretende dar una clase sobre la Trinidad, adentrándose en el misterio de las tres divinas personas, sino que habla de lo que han hecho por nosotros: salvarnos, ponernos en paz con Dios, darnos la esperanza de alcanzar su gloria, derramar su amor en nuestros corazones. Para Pablo, estas ideas no son especulaciones abstractas, repercuten en su vida diaria, plagada de tribulaciones y sufrimientos. También en ellos sabe ver lo positivo.

Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Más aún, hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia, la constancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Dios presente en las dudas (Juan 16, 12-15)

            El evangelio también menciona a Jesús, al Espíritu y al Padre, aunque la parte del león se la lleva el Espíritu, acentuando lo que hará por nosotros: “os guiará hasta la verdad plena”, “os comunicará lo que está por venir”, “os lo anunciará”.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

            Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará. 

            Pienso que el texto se ha elegido porque habla de las relaciones entre las tres personas. El Espíritu glorifica a Jesús, y todo lo recibe de él. Por otra parte, todo lo que tiene el Padre es de Jesús. Tampoco Juan pretende dar una clase sobre la Trinidad, aunque empieza a tratar unos temas que ocuparán a los teólogos durante siglos.

            Para entender el texto conviene recordar el momento en el que pronuncia Jesús estas palabras. Estamos en la cena de despedida, poco antes de la pasión. Sabe que a los discípulos les quedan muchas cosas que aprender, que él no ha podido enseñarles todo. Surgirán dudas, discusiones. Pero la solución no la encontrarán en el puro debate intelectual y humano, será fruto del Espíritu, que irá guiando hasta la verdad plena.

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Solemnidad de la Santísima Trinidad. 16 junio, 2019

Domingo, 16 de junio de 2019
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Dice Jesús:

“Mucho me queda por deciros, pero no podéis con ello por el momento. Cuando llegue él, el Espíritu de la verdad, os irá guiando en la verdad toda, porque no hablará por su cuenta, sino que os comunicará cada cosa que le digan y os interpretará lo que vaya viniendo”
(Jn 16,12-15).

Compartimos con vosotras la alegría que esta comunidad de monjas trinitarias de Suesa tiene en esta jornada. Entra a borbotones el contento en un corazón cristiano en este día de la fiesta de la Santísima Trinidad.

¿Por qué? Sencillamente por el modo que Dios, nuestro Dios Trinidad, tiene de relacionarse con sus criaturas, con toda la creación y especialmente con el ser humano. En este día la creación entera desborda de gozo.

La fiesta de hoy, puede ser que la entiendan mejor las gentes sencillas. Quienes saben de cercanía, de bondad, de perdón para hacer la vida más bella, más en sintonía con nuestro Dios que se nos regala compartiendo con sus hijas lo que le es más consustancial: el AMOR.

“Dios es amor” (1 Jn 1). Y el amor, a todas nos gusta recibirlo. Ese amor que no sabe de fronteras. No sabe de listos y tontos, de ricos y pobres. No sabe de encasillados, de que yo soy más que tú, etc.

“Mucho me queda por deciros, pero no podéis con ello por el momento”. Quizá lo que nos quiere decir Jesús con estas enigmáticas palabras es que serán los corazones sencillos quienes descubran al Espíritu, la Santa Ruah. Porque son las personas humildes las que mejor perciben: “que el Espíritu de la verdad, os irá guiando a la verdad plena”.

Pues, a esta Santa Trinidad celebramos, con Ella nos gozamos. Porque creemos en este Dios celebramos y descubrimos la vida más bella. Por eso ¡FELIZ DÍA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD!

¡FELIZ DÍA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD!

Trinidad Santa,

que nos has hecho semejantes a Ti,

que tu Palabra expresada en Jesús, nuestro Maestro,

sea nuestro Camino, Verdad y Vida.

Guíanos con la luz de tu Espíritu,

haznos portadoras del mensaje del Amor.

Gloria al Padre, al Hijo y Espíritu Santo.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Para nosotros Trinidad es una unidad.

Domingo, 16 de junio de 2019
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24.the_trinity-blanchard-lowresJn 16,12-15

De Dios no sabemos ni podemos saber nada, ni falta que nos hace. Tampoco necesitamos saber lo que es la vida fisiológica, para poder tener una salud de hierro. La necesidad de explicar a Dios es fruto del yo individual que se fortalece cuando se contrapone a todo bicho viviente, incluido Dios. Cuando el primer cristianismo se encontró de bruces con la filosofía griega, aquellos pensadores hicieron un esfuerzo para explicar el evangelio desde su filosofía. Ellos se quedaron tan anchos, pero el evangelio quedó hecho polvo.

El lenguaje teológico de los primeros concilios, hoy, no lo entiende nadie. Los conceptos metafísicos de “sustancia”, “naturaleza” “persona” etc. no dicen absolutamente nada al hombre de hoy. Es inútil seguir empleándolos para explicar lo que es Dios o cómo debemos entender el mensaje de Jesús. Tenemos que volver a la simplicidad del lenguaje evangélico y a utilizar la parábola, la alegoría, la comparación, el ejemplo sencillo, como hacía Jesús. Todos esos apuntes tienen que ir encaminados a la vivencia no a la razón.

Pero además, lo que la teología nos ha dicho de Dios Trino, se ha dejado entender por la gente sencilla de manera descabellada. Incluso en la teología más tradicional y escolástica, la distinción de las tres “personas”, se refiere a su relación interna (ab intra). Quiere decir que hay distinción entre ellas, solo cuando se relacionan entre sí. Cuando la relación es con la creación (ad extra), no hay distinción ninguna; actúan siempre como UNO. A nosotros solo llega la Trinidad, no cada una de las “personas” por separado. No estamos hablando de tres en uno sino de una única realidad que es relación.

Cuando se habla de la importancia que tiene la Trinidad en la vida cristiana, se está dando una idea falsa de Dios. Lo único que nos proporciona la explicación trinitaria de Dios es una serie de imágenes útiles para nuestra imaginación, pero nunca debemos olvidar que son imágenes. Mi relación personal con Dios siempre será como UNO. Debemos superar la idea de que crea el Padre, salva el Hijo y santifica el Espíritu. Esta manera de hablar es metafórica. Todo en nosotros es obra del único Dios.

Lo que experimentaron los primeros cristianos es que Dios podía ser a la vez: Dios que es origen, principio, (Padre); Dios que se hace uno de nosotros (Hijo); Dios que se identifica con cada uno de nosotros (Espíritu). Nos están hablando de Dios que no está encerrado en sí mismo, sino que se relaciona dándose totalmente a todos y a la vez permaneciendo Él mismo. Un Dios que está por encima de lo uno y de lo múltiple. El pueblo judío no era un pueblo filósofo, sino vitalista. Jesús nos enseñó que, para experimentar a Dios, el hombre tiene que mirar dentro de sí mismo (Espíritu), mirar a los demás (Hijo) y mirar a lo trascendente (Padre).

Lo importante en esta fiesta sería purificar nuestra idea de Dios y ajustarla a la idea que de Él nos transmitió Jesús. Aquí sí que tenemos tarea por hacer. Como cartesianos, intentamos una y otra vez acercarnos a Dios por vía intelectual. Creer que podemos encerrar a Dios en conceptos, es ridículo. A Dios no podemos comprenderle, no porque sea complicado, sino porque es absolutamente simple y nuestra manera de conocer es analizando y dividiendo la realidad. Toda la teología que se elaboró para explicar a Dios es absurda, porque Dios ni se puede ex-plicar, ni com-plicar o im-plicar. Dios no tiene partes que podemos analizar.

Entender a Dios como Padre Todopoderoso nos conduce al poder de la omnipotencia y la capacidad de hacer lo que se le antoje. Los “poderosos” han tenido mucho interés en desplegar esa idea de Dios. Según esa idea, lo mejor que puede hacer un ser humano es parecerse a Él, es decir, intentar ser más, ser grande, tener poder. Pero ¿de qué sirve ese Dios a la inmensa mayoría de los mortales que se sienten insignificantes? ¿Cómo podemos proponerles que su objetivo es identificarse con Dios? Por fortuna Jesús nos dice todo lo contrario, y el AT también, pues Dios, empieza por estar al lado, no del faraón, sino del pueblo esclavo.

Un Dios que premia y castiga, es verdaderamente útil para mantener a raya a todos los que no se quieren doblegar a las normas establecidas. Machacando a los que no se amoldan, estoy imitando a Dios que hace lo mismo. Cuando en nombre de Dios prometo el cielo (toda clase de bienes) estoy pensando en un dios que es amigo de los que le obedecen. Cuando amenazo con el infierno (toda clase de males) estoy pensando en un dios que, como haría cualquier mortal, se venga de los que no se someten.

Pensar que Dios utiliza con el ser humano el palo o la zanahoria como hacemos nosotros con los animales que queremos domesticar, es hacer a Dios a nuestra imagen y semejanza y ponernos a nosotros mismos al nivel de los animales. Pero resulta que el evangelio dice todo lo contrario. Dios es amor incondicional y para todos. No nos ama porque somos buenos sino porque Él es bueno. No nos ama cuando hacemos lo que Él quiere, sino siempre. Tampoco nos rechaza por muy malos que lleguemos a ser.

Un dios en el cielo puede hacer por nosotros algo de vez en cuando, si se lo pedimos con insistencia. Pero el resto del tiempo nos deja abandonados a nuestra suerte. El Dios de Jesús está identificado con nosotros. Siendo ágape no puede admitir intermediarios. Esto no es útil para ningún poder o institución. Pero ese es el Dios de Jesús. Ese es el Dios que, siendo Espíritu, tiene como único objetivo llevarnos a la plenitud de la verdad. Y aquí “Verdad” no es conocimiento sino Vida. El Espíritu nos empuja a ser auténticos.

Un Dios condicionado a lo que hagamos o dejemos de hacer, no es el Dios de Jesús. Esta idea, radicalmente contraria al evangelio ha provocado más sufrimiento y miedo que todas las guerras juntas. Sigue siendo la causa de las mayores ansiedades que no dejan a las personas ser ellas mismas. Cada vez que predico que Dios es amor incondicional, viene alguien a recordarme: pero es también justicia. ¿Cómo puede querer Dios a ese desgraciado pecador igual que a mí, que cumplo todo lo que Él mandó?

Lo que acabamos de leer del evangelio de Jn, no hay que entenderlo como una profecía de Jesús antes de morir. Se trata de la experiencia de los cristianos que llevaban setenta años viviendo esa realidad del Espíritu dentro de cada uno de ellos. Ellos saben que gracias al Espíritu tienen la misma Vida de Jesús. Es el Espíritu el que haciéndoles vivir, les enseña lo que es la Vida. Esa Vida es la que desenmascara toda clase de muerte (injusticia, odio, opresión). La experiencia pascual consistió en llegar a la misma vivencia interna de Dios que tuvo Jesús. Jesús intentó hacer partícipes, a sus seguidores, de esa vivencia.

S. Juan de la Cruz

Entreme donde no supe, / y quedeme no sabiendo.
Yo no supe donde entraba, / pero cuando allí me vi, /sin saber donde me estaba, /
grandes cosas entendí; / no diré lo que sentí, / que me quedé no sabiendo.
Estaba tan embebido, /tan absorto y agenado, / que se quedó mi sentido /
de todo sentir privado, /y mi espíritu dotado / de un entender no entendiendo.
El que allí llega de vero / de sí mismo desfallece; / cuanto sabía primero /
Mucho bajo le parece, / y su sciencia tanto crece, / que se queda no sabiendo.
Este saber no sabiendo / es de tan alto poder, / que los sabios arguyendo /
jamás lo podrán vencer, / que no llega su saber / ano entender entendiendo.
Y si lo queréis oír, / consiste esta suma sciencia / en un subido sentir /
De la divinal esencia; / es obra de su clemencia / hacer quedar no entendiendo, /
Toda sciencia trascendiendo.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Himno a la Sabiduría.

Domingo, 16 de junio de 2019
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sabidEn corazón inteligente descansa la sabiduría, en el corazón de los necios no es conocida (Salomón)

16 de junio. SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Proverbios 8, 22-31 dice:

“Desde el principio fui formada / desde el principio, antes del origen de la tierra; / no había manantiales ni hontanares; / todavía no estaban encajados los montes. / Cuando trazaba la bóveda celeste sobre la faz del océano, / cuando sujetaba las nubes en la altura / y reprimía las fuentes abismales”.

La Sabiduría se interpreta bajo varias facetas fundamentales:

Su dignidad, íntimamente relacionada con la sagacidad y la reflexión, que le otorgan autoridad para aconsejar con acierto y así lograr que quienes ejercen poder y autoridad desempeñen el papel de gobernantes sabios y justos.

Su origen. Observamos la autoconciencia de ser una criatura como las demás en el universo, pero al tratarse de la primera creación “acompaña” al Creador en su trabajo. Valorada como ser preexistente, la Sabiduría se declara un don ofrecido al resto de las criaturas.

Es la alternativa que tiene que solucionar el ser humano desde la libertad: poseer la Sabiduría, buscarla cada día, es caminar hacia una meta feliz sugiriendo que las relaciones éticas y morales se deben fundamentar en los cimientos que el corazón les brinda con amor. La boca, es decir, la palabra debe estar al servicio de la verdad y la justicia.

Las diosas de la Sabiduría en la mitología:

En Egipto Isis, Amaterasu en el Sintoísmo; en la celta Scatha; Guan Yin en la budista, y en la hindú Sarasvati. Freiya en la nórdica; Lilit en la mesopotámica. En Grecia, Juno y Hera, y la romana Minerva, diosa de la sabiduría, las artes, la estrategia militar, además de la protectora de Roma y la patrona de los artesanos, de ella se dijo que “iluminaba el mundo y podría lucir más que todas las estrellas”.

¿Por qué la Sabiduría tiene casi siempre rostro de mujer?

Tengo en mi casa de muñecas, los sueños de la ciencia, que he vestido con trajes de colores. Las de color rojo encendido, cantan; las de amarillo pálido fantasean; y las de negro profundo lloran. ¿Por qué llorarán tanto las vestidas de negro, si hoy es Domingo Trinitario? ¡Los Coros Celestiales están siempre cantando!

Cantan esperando que suceda lo que le ocurrió a Miguel Ángel cuando esculpía unas esculturas inacabadas, conocidas como la serie de los esclavos. Unos bloques de piedra de los que surgen unos cuerpos que parecen liberarse de la materia que los aprisiona. El contraste de la piedra en bruto con el pulido de la parte de las figuras que emerge es de una belleza subyugante. Esto es lo que suele acontecer cuando queremos cincelar módulos de Sabiduría: hay que despojarla de toda la masa, para que quede espiritualmente viva, en este caso, dentro de nosotros.

¿O es que ignoran acaso lo que dice el Libro de los Proverbios en el Himno de la Sabiduría?

 

El rey Salomón, que siempre fue muy sabio, dijo: En corazón inteligente descansa la sabiduría, en el corazón de los necios no es conocida”.

Rosalind Franklin (1920-1958), igualmente sabia y judía, que trazaba también bóvedas celestiales pronunció esta ilustrada frase en una carta escrita a su padre:

“La ciencia y la vida diaria no pueden y no deberían estar separadas. La ciencia, para mí, otorga una explicación parcial de la vida…No acepto tu definición de fe, es decir, en la vida después de la muerte… Tu fe se basa en tu futuro y el de otros como individuos, la mía, en mi futuro y en el de mis sucesores. Me parece que la tuya es más egoísta. Refiriéndome a la pregunta de un Creador: ¿Creador de qué?… No veo razón para creer que el creador del protoplasma o de la materia primigenia tenga alguna razón para sentir interés por nuestra insignificante raza en un pequeño rincón del universo”.

¡¡Soberana bóveda celeste sobre la faz del pensamiento humano!!

Abraham Maslow (1908-1970), pionero de la Psicología Humanista afirmó en A Theory of Human Motivation quelas necesidades de crecimiento individual y felicidad no pueden ser conquistadas sin satisfacer primero la necesidad básica de conexión humana.

Procedente de una familia rusa de emigrantes judíos, dijo en cierta ocasión: “Yo era un niño pequeño judío en un barrio no judío. Era un poco como ser el primer negro en una escuela de blancos”.

Cuando nos vemos, intercomunicamos -Trino y Uno-, cambiamos nuestra historia.

En el corazón inteligente descansa la sabiduría, en el corazón de los necios no es conocida, decía Salomón.

Y como cabría esperar de su Sabiduría, nos dice en Proverbios 11:

LA HONRADEZ SALVA A LOS DE CORAZÓN RECTO

La honradez guía a los buenos,
la falsedad destruye a los traidores.

La honradez del íntegro allana su camino,
el malvado caerá por su maldad.

La honradez de los rectos los salva,
los malvados quedan prendidos en su codicia.

Quien desprecia al prójimo no tiene juicio,
el hombre prudente se calla.

La mujer sensata se hace respetar.
la que odia la rectitud, se sentará en la picota.

Fruto de la honradez es un árbol de vida,
el sensato se gana a la gente.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¿Acogemos la verdad de nuestro Dios y nuestra propia verdad?

Domingo, 16 de junio de 2019
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trinidad-misericordiosaJn 16, 12-15

¿Hemos experimentado muchas veces la imposibilidad de comunicar lo más hondo que sentimos o vivimos? ¿Nos hemos dado cuenta de que no lográbamos hacernos entender, porque no encontrábamos las palabras apropiadas?

Algo semejante ocurre con el evangelio de este domingo, fiesta de la Santísima Trinidad. Lo que Jesús tiene que decir a sus discípulos, lo que le gustaría comunicarles, excede la capacidad de comprensión que tienen. No pueden  “cargar con ello”.

Hace falta que vivan un proceso y que el Espíritu les vaya conduciendo a la verdad plena, completa. El verbo que usa san Juan: guiar hacia la verdad, evoca el ponerse movimiento, dirigirse hacia… No se trata de comprendan algo racionalmente, sino de situarse de otro modo ante el misterio de Dios.

En el concilio de Nicea (325) y en el de Constantinopla (381) los teólogos hicieron un esfuerzo por expresar “la verdad” sobre Jesús, tal como la comprendían entonces y formularon la doctrina sobre la Trinidad con las categorías que tenían a su alcance.

Desde entonces, el esfuerzo lo hemos tenido que hacer los hombres y mujeres que, desde niños, hemos aprendido esa doctrina en el catecismo, intentando hablar de Dios, el ser, la esencia, las personas, las naturalezas… y salir airosos del intento, sin suspensos ni castigos. Y, lo que es más grave, creyendo que esa definición era el camino que nos llevaba al misterio de Dios, a comprender claramente su identidad.

A la luz de la fiesta de la Trinidad es importante que nos preguntemos: ¿cuál es la verdad plena?  ¿Cómo la hemos ido percibiendo a lo largo de nuestra vida? ¿Con qué símbolos, gestos y palabras la traducimos hoy?

No nos conformemos con lo que hemos recibido “formulado, atado y bien atado”. Conectemos con nuestra propia experiencia vital y espiritual; con nuestra experiencia personal y comunitaria; con nuestra historia de salvación.

¿Cómo traduciríamos hoy, a través del arte, la imagen clásica de un anciano varón, sentado junto a otro varón más joven, una paloma en el centro y multitud de angelitos sin sexo alrededor?

¿Cómo traducimos y vivimos la experiencia de Jesús que nos invita a llamar “Abbá” al Ser que le ha dado la vida y le envía a comunicarla? ¿Cómo encarnamos su palabra, sus gestos, sus prioridades, para irnos configurando con el Hijo?

¿Cómo conectamos continuamente con el Paráclito que se nos ha dado? Es decir, con  quien nos defiende y nos impulsa. Nos han dicho que es como el viento que nos da vida y nos mueve o como la energía que nos anima. ¿Con que otras imágenes y símbolos lo expresaríamos hoy?

La fiesta de la Trinidad y el evangelio de este domingo nos impulsan a tomar distancia de lo que se ha quedado obsoleto en la dimensión doctrinal para buscar de nuevo el rostro de Dios. Nos invitan a  cuidar la dinámica del vaciamiento, la desapropiación  y la donación para avanzar en la dimensión fraternal y comunitaria.

Si aceptamos la invitación a dejarnos guiar por la Trinidad, encontraremos que el  amor que difumina “lo tuyo” y “lo mío”, crea comunión entre nosotros y con nuestro Dios, nos define y plenifica, da sentido y solidez a nuestra vida, nos hace felices. Nos acercaremos a la verdad de Dios y a nuestra propia verdad.

Hechos a imagen de Dios, la Trinidad nos revela lo más hondo de nosotros mismos, nuestras aspiraciones y deseos, incluso aquellos de los que no somos conscientes, porque nuestra realidad no se agota en nosotros mismos, nos transciende y nos configura con el mismo Dios.

El evangelio de hoy nos invita a dejarnos conducir por el Espíritu, a vivir la vida como un proceso abierto, con mociones, dones, sequías, nube del no-saber, aventura y pasión.

Lo contrario es quedarnos en nuestra verdad, nuestras pequeñas verdades intocables, que nos dejan cómodamente en nuestra zona de confort, seguros y sin sobresaltos, afianzados en lo que creemos conocer. Desde ahí nos vamos desplazando hacia el inmovilismo, el fanatismo y la descalificación de los demás.

Se nos llama a buscar la verdad plena. ¿Entra dentro de nuestras aspiraciones, como seguidores y seguidoras de Jesús?

No se trata de rompernos la cabeza para entender el misterio de la Trinidad, sino de abrir nuestro corazón y nuestra vida para acoger al Dios que se nos comunica y nos pone en relación con Él y con sus criaturas.

¡Amplia tarea que vale la pena emprender!

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

Fuente Fe Adulta

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La paradoja de la verdad.

Domingo, 16 de junio de 2019
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20150512132102def655Fiesta de la Trinidad

16 junio 2019

Jn 16, 12-15

El autor del evangelio pone en boca de Jesús la promesa del Espíritu, a quien nombra como “Espíritu de la verdad”, que habrá de conducir a los discípulos hasta la “verdad plena”.

Habitualmente confundimos la verdad con las creencias, sean estas del tipo que sean. Y, en nuestra ignorancia, no es raro que nos sorprendamos diciendo: “Esta es la verdad” o “Yo tengo razón”. Olvidamos que la verdad no puede ser atrapada por la mente, no puede ser pensada ni puede ser pronunciada. Todo lo pensado y hablado –todo lo que puede salir de nuestra boca– son solo construcciones mentales.

La Verdad desnuda y relativiza las creencias. Y no está más cerca de la Verdad quien más creencias tiene, sino quien más la encarna porque lo es –y la vive en forma de Unidad, de Amor…–. La Verdad no se puede pensar; solo se puede ser; y cuando se es, se conoce. Lo que ocurre es que, como ha escrito Javier Melloni, “todas las religiones corren el riesgo de creer que, en lugar de pertenecer a la Verdad, la Verdad les pertenece”.

La verdad no puede ser pensada; puede ser vivida. Como dijera Jesús, somos la verdad. Porque la verdad es una con realidad. De ahí que no lleguemos a ella por medio de un conocimiento mental –por reflexión–, sino gracias al conocimiento por identidad: conocemos la verdad porque –y cuando– la somos. Imposible de ser pensada, solo puede ser “sida” y vivida.

Ese es el motivo por el que la verdad nunca fanatiza, no es proselitista, no sostiene nuestra necesidad de tener razón… La verdad, más bien, nos desnuda y nos silencia y, de ese modo, nos transforma en –siempre la paradoja– aquello que somos.

Tiene razón el cristiano ortodoxo Paul Evdokimov, cuando presenta al verdadero teólogo como aquel que solo habla de aquello que sabe; por eso mismo, es también alguien que “no especula sino que se transforma”. Donde no hay transformación, no hay verdad: puede haber mucha erudición, muchas creencias, muchos conceptos, mucha información…, pero nada de eso es la Verdad.

La Verdad nos lleva a reconocer la paradoja que aparece expresada cuando unimos las palabras de Sócrates y las de Jesús: “Solo sé que no sé nada” “Yo soy la verdad”.

Cuando reconozco y comprendo que nuestra identidad no es el yo o personaje, sino el Fondo de lo que es, experimento que soy uno con la Verdad. Y en ese mismo instante caigo en la cuenta de que mi mente, en realidad, no sabe nada.

Es decir, la paradoja se resuelve en cuanto caemos en la cuenta de que, en contra de lo que parece a primera vista, el sujeto de aquellas dos frases no es el mismo. El “yo” que no sabe nada es el yo-mental (el yo separado que la mente piensa que somos); por el contrario, quien afirma ser la Verdad es el “Yo” único que se experimenta como “Yo Soy” –sin añadidos– y que constituye nuestra identidad profunda.

¿Vivo, en la práctica, de manera consciente, esa paradoja?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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¿Ateos o idólatras?

Domingo, 16 de junio de 2019
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índiceDel blog de Tomás Muro La verdad es Libre:

  1. religión.

         Todo ser humano es religioso por naturaleza puesto que toda persona se religa con algo o con alguien en la vida. Tal es el sentido original de la palabra religión.

         Con qué o con quién me religo, me vinculo en la vida, es otra cuestión, decisiva por otra parte.

         Aquello con lo que nos vinculamos de modo absoluto en la vida, ese es nuestro “dios”. Nos podemos religar con el poder, con el placer, con el dinero, con la raza, con el pueblo, etc…

         ¿Cuál es mi “dios”? Aquello que amo me tomo absolutamente en serio en el fondo de mi ser, aquello por lo que incluso estoy dispuesto a dar mi vida, ese es mi “dios”, aunque quizás y al mismo tiempo, milite en una religión.

Es evidente que para muchas personas e ideologías, lo más importante, lo absoluto es la patria, el poder, el dinero, el progreso, etc. Pues bien, ese es su “dios”, aunque después -o al mismo tiempo- “consuman” una religión: tengan ritos, defiendan doctrinas y tradiciones.

         Por eso, creo que se puede pensar que gran parte de nuestra sociedad no es que sea atea, sino más bien está formada por idólatras, que adoran al “becerro de oro”.

Lo que podemos observar es que el ser humano sigue pensando, amando, casándose y divorciándose, trabajando, en paro y con huelgas, disfrutando y sufriendo, siendo feliz y triste a la vez los humanos seguimos envejeciendo, enfermando física y psíquicamente, y finalmente muriendo.

¿Dónde hallar una respuesta a los problemas humanos? ¿En el “becerro de oro” de la banca, en la etnia-nación? ¿Habremos de aprender a vivir en la nada?

Cuando se siembra nada, se recoge vacío.

         ¿Cómo hacer ver a nuestras gentes: políticos, niños, universitarios que no es sano adorar la patria, ni el poder, ni el dinero, ni el placer?

  1. Creer en Dios.

         El ateísmo es un fenómeno relativamente nuevo, ya que nace a mediados del siglo XIX. La humanidad no ha sido atea, ni lo es a excepción del mundo occidental. Apenas llevamos 150 años de ateísmo explícito.

Nietzsche moría el año 1900, es decir en el umbral del siglo XX. Este filósofo fue el que proclamó la muerte de Dios: Dios ha muerto y las iglesias son sus tumbas.

Dos consideraciones:

02.1 Creer en Dios es creer en el Ser

En lenguaje filosófico creer en Dios es creer en el ser. Frente al vacío y el absurdo que puede embargar la existencia humana, creer en Dios significa creer en el ser, y en que somos y seremos en Dios. Ni venimos de la “nada”, ni vamos hacia la “nada”. Somos en el que es. Yo soy el que soy, (Ex 3,14).

Es triste y angustioso tener la “nada” por origen y destino.

La “nada” “nihiliza” la vida, la “nada” hace que la vida no tenga consistencia, ni valor.

         Aunque no sepamos ni podamos definir qué sea el ser, ni cómo sea Dios, porque a Dios nadie le ha visto nunca, (Jn 1,18-20), es bueno, hace bien descansar en el que es.

         Desconocemos cómo es Dios, cómo será nuestro futuro. Lo que sabemos y creemos es que será, lo cual constituye la piedra angular de nuestra existencia.

02.2 El Dios de Jesús.

         La percepción que Jesús tiene de Dios es que es Padre.

         El Dios de Jesús es padre y es bondad. Dios es amor, (1Jn 4,8).

         El mundo, la humanidad está, -lo sepa o no- impregnado de gracia: ningún ser humano es des-graciado”. Ningún ser humano escapa a la bondad de Dios. Dios nos quiere a todos. El Dios que Jesús nos anuncia es el Dios de la misericordia. JesuCristo es feliz con los pecadores.

La tradición de San Juan es reiterativa, el que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. (1Jn 4,8). Quien permanece en el amor, permanece en Dios, (1Jn 4,16).

A veces se puede pensar que el catolicismo no nos ha transmitido el Dios de Jesús, el Dios padre del hijo pródigo, el Dios de amor. Dios está en el amor de los jóvenes que se abren a la vida, en el amor matrimonial, en el amor con que el padre y la madre de familia trabajan por construir su vida, por sus hijos. No sé si Dios está en el templo al que tenían que ir el sacerdote y el levita, pero donde está Dios es en el amor del buen samaritano, que no pasa de largo, sino que se queda a ayudar aquel hombre herido.

Donde hay amor, allí está Dios. Quien cree en el amor, quien ama, ese tal no es ateo. A Dios no le amamos directamente, como tampoco le conocemos directamente como si tuviésemos el número de su móvil. A Dios le amamos y conocemos en la medida en que tenemos experiencia del amor en la vida y amamos a los demás.

Quien ama de verdad y a fondo a su marido / mujer, a sus hijos, a los pobres, a los despreciados, a las misiones, a los maltratados, a las personas enfermas-dementes, ese tal no es ateo, sino creyente, aunque explícitamente quizás no llegue a pronunciar la palabra “Dios”. Quien ama conoce a Dios.

Permaneced en mi amor, (Jn 15,9)

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