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Fiesta de la Santísima Trinidad. Ciclo A.

Domingo, 7 de junio de 2020
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Trinidad-RubliovAndréi Rubliov (hacia 1411)

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

 El año litúrgico comienza con el Adviento y la Navidad, celebrando cómo Dios Padre envía a su Hijo al mundo. En los domingos siguientes recordamos la actividad y el mensaje de Jesús. Cuando sube al cielo nos envía su Espíritu, cuya venida celebramos el domingo pasado. Ya tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y estamos preparados para celebrar a los tres en una sola fiesta, la de la Trinidad.

Esta fiesta surge bastante tarde, en 1334, y fue el Papa Juan XII quien la instituyó. Quizá pretendía (como ocurrió con la fiesta del Corpus) contrarrestar a grupos heréticos que negaban la divinidad de Jesús o la del Espíritu Santo. Así se explica que el lenguaje usado en el Prefacio sea más propio de una clase de teología que de una celebración litúrgica. En cambio, las lecturas son breves y fáciles de entender, centrándose en el amor de Dios.

La única definición bíblica de Dios (Éxodo 34,4b-6.8-9)

La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, ofrece la única definición (mejor, autodefinición) de Dios en el Antiguo Testamento y rebate la idea de que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios terrible, amenazador, a diferencia del Dios del Nuevo Testamento propuesto por Jesús, que sería un Dios de amor y bondad. La liturgia, como de costumbre, ha mutilado el texto. Pero conviene conocerlo entero.

            Moisés se encuentra en la cumbre del monte Sinaí. Poco antes, le ha pedido a Dios ver su gloria, a lo que el Señor responde: «Yo haré pasar ante ti toda mi riqueza, y pronunciaré ante ti el nombre de Yahvé» (Ex 33,19). Para un israelita, el nombre y la persona se identifican. Por eso, «pronunciar el nombre de Yahvé» equivale a darse a conocer por completo. Es lo que ocurre poco más tarde, cuando el Señor pasa ante Moisés proclamando:

«Yahvé, Yahvé, el Dios compasivo y clemente, paciente y misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos» (Éxodo 34,6-7).

            Así es como Dios se autodefine. Con cinco adjetivos que subrayan su compasión, clemencia, paciencia, misericordia, fidelidad. Nada de esto tiene que ver con el Dios del terror y del castigo. Y lo que sigue tira por tierra ese falso concepto de justicia divina que «premia a los buenos y castiga a los malos», como si en la balanza divina castigo y perdón estuviesen perfectamente equilibrados. Es cierto que Dios no tolera el mal. Pero su capacidad de perdonar es infinitamente superior a la de castigar. Así lo expresa la imagen de las generaciones. Mientras la misericordia se extiende a mil, el castigo sólo abarca a cuatro (padres, hijos, nietos, bisnietos). No hay que interpretar esto en sentido literal, como si Dios castigase arbitrariamente a los hijos por el pecado de los padres. Lo que subraya el texto es el contraste entre mil y cuatro, entre la inmensa capacidad de amar y la escasa capacidad de castigar. Esta idea la recogen otros pasajes del AT:

            «Tú, Señor, Dios compasivo y piadoso,

            paciente, misericordioso y fiel» (Salmo 86,15).

            «El Señor es compasivo y clemente,

            paciente y misericordioso;

            no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo.

            No nos trata como merecen nuestros pecados

            ni nos paga según nuestras culpas;

            como se levanta el cielo sobre la tierra,

            se levanta su bondad sobre sus fieles;

            como dista el oriente del ocaso,

            así aleja de nosotros nuestros delitos;

            como un padres siente cariño por sus hijos,

            siente el Señor cariño por sus fieles» (Salmo 103, 8-14).

            «El Señor es clemente y compasivo,

            paciente y misericordioso;

            El Señor es bueno con todos,

            es cariñoso con todas sus criaturas» (Salmo 145,8-9).

            «Sé que eres un dios compasivo y clemente,

            paciente y misericordioso,

            que se arrepiente de las amenazas» (Jonás 4,2).

            Como consecuencia de lo anterior, Dios se convierte para Moisés en modelo de amor al pueblo: las etapas del desierto han sido momentos de incomprensión mutua, de críticas acervas, de relación a punto de romperse. Ahora, las palabras de Dios mueven a Moisés a interesarse por el pueblo y a demostrarle el mismo amor que Dios le tiene.

El amor de Dios al mundo (Juan 3,16-18)

            Este breve fragmento, tomado del extenso diálogo entre Nicodemo y Jesús, insiste en el tema del amor de Dios llevándolo a sus últimas consecuencias. No se trata solo de que Dios perdone o sea comprensivo con nuestras debilidades y fallos. Su amor es tan grande que nos entrega a su propio Hijo para que nos salvemos y obtengamos la vida eterna. «De tal manera amó Dios al mundo…». La palabra «mundo» puede significar en Juan el conjunto de todo lo malo que se opone a Dios. Pero en este caso se refiere a las personas que lo habitan, a las que Dios ama de una forma casi imposible de imaginar. Dios no pretende condenar, como muchas veces se predica y se piensa, sino salvar, dar la vida. Una vida que consiste, desde ahora, en conocer a Dios como Padre y a su enviado, Jesucristo, y que se prolongará, después de la muerte, en una vida eterna. En estos meses de pandemia, que nos han puesto en contacto frecuente con la muerte, las palabras de Jesús nos sirven de ánimo y consuelo.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Nuestra respuesta: amor con amor se paga (2 Corintios 13,11-13)

En la primera lectura, Dios se convertía en modelo para Moisés, animándolo al amor y al perdón. En la carta de Pablo a los corintios, Dios se convierte en modelo para los cristianos. La misma unión y acuerdo que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu debe darse entre nosotros, teniendo un mismo sentir, viviendo en paz, animándonos mutuamente, corrigiéndonos en lo necesario, siempre alegres.

Esta lectura ha sido elegida porque menciona juntos (cosa no demasiado frecuente) a Jesucristo, a Dios Padre y al Espíritu Santo. En esas palabras se inspira uno de los posibles saludos iniciales de la misa.

Hermanos: Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso ritual. Os saludan todos los santos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.

Conclusión

«Escucha, Israel: el Señor, tu Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser».

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7 de junio de 2020. Domingo de la Solemnidad de la Trinidad. Ciclo A

Domingo, 7 de junio de 2020
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Tanto amó Dios al mundo…”

(Jn 3, 16-18)

Y eso precisamente es lo que celebramos hoy: ¡Qué Dios es Amor AMANDO!

Dios no solo es amor, porque también es AMAR. La Trinidad, lejos de ser una cosa muy complicada de la que es difícil hablar, sencillamente nos muestra que Dios ama. Es amor activo.

El Padre, el Hijo y la Santa Ruah ponen ante nuestros ojos la más bella relación de amor. Y, al mismo tiempo, nos invitan a participar de ella.

Tanto amó Dios al mundo…” ¿Qué puede hacer el amor sino amar?

Descubrir que Dios es amor o mejor, descubrir que Dios te ama personalmente, no te hace la vida más fácil. Tampoco te da respuesta a todas las preguntas. No. Pero le añade una riqueza única. Un plus de sentido.

Aunque una cosa es saberlo y otra experimentarlo. Cuando experimentas que Dios es amor porque te descubres profundamente amada es un punto y aparte.

Es descubrir que cada ser humano, cada persona es Icono de la Trinidad. Porque todas estamos llamadas a ser pura relación de amor.

No, la Trinidad no es un complicado tratado sobre el misterio de Dios lleno de dogmas y extendido en cientos de volúmenes. No. La Trinidad somos tú y yo, somos todas nosotras juntas, la humanidad entera. Recreada. Siempre amada. Divina. En plenitud. La Trinidad es el movimiento de Dios en la humanidad que nos entrelaza haciéndonos hermanas.

Para hablar de la Trinidad no necesitamos palabras complicadas. Ya que la Trinidad, como el Reino, se parece a todo lo humano. Está inmersa en todo lo nuestro.

Parafraseando a Jesús podríamos decir: “La Trinidad se parece a una bella danza en grupo a la que tú estás invitada a participar.”

Oración

Trinidad Santa, damos el don de re-conocerte, de descubrirte presente en nuestra vida. Revélanos la grandeza de sabernos Icono de tu amor en relación.

 

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Todo lo que podemos decir de Dios será siempre inadecuado..

Domingo, 7 de junio de 2020
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trinidadJn 3, 16-18

Tampoco hoy celebramos una fiesta dedicada a Dios; celebramos que Dios es una fiesta todos los días, que es algo muy distinto. La fiesta es siempre alegría, relación, vida, amor. El creyente es aquel que se ha sentido invitado a esa fiesta y forma parte inextricable de la misma fiesta. La Trinidad, tiene que liberarnos del Dios Ser poderoso y empaparnos del Dios Ágape que nos identifica con Él. El Dios todopoderoso es lo contrario del Dios trino. Dios es amor y solo amor. Solo en la medida que amemos, podremos conocer a Dios.

Se nos dice que es el dogma más importante de nuestra fe católica, y sin embargo, la inmensa mayoría de los cristianos no pueden comprender lo que la teología quiere decir. La gran enseñanza de la Trinidad es que solo vivimos, si convivimos. Nuestra vida debía ser un espejo que en todo momento reflejara el misterio de la Trinidad. Pero para llegar al Dios de Jesús, tenemos que superar el ídolo al que nos aferramos, el falso dios en quien todos hemos creído y en gran medida, seguimos creyendo los cristianos.

Debemos estar muy alerta, porque tanto en el AT como en el nuevo podemos encontrar retazos de este falso dios. Jesús experimentó al verdadero Dios, pero fracasó a la hora de hacer ver a sus discípulos su vivencia. En los evangelios encontramos chispazos de esa luz, pero los seguidores de Jesús no pudieron aguantar el profundo cambio que suponía sobre el Dios del AT. Muy pronto se olvidaron esos chispazos y el cristianismo se encontró más a gusto con el Dios del AT que le daba las seguridades que anhelaba.

La Trinidad no es una verdad para creer sino la base de nuestra vivencia cristiana. Una profunda experiencia del mensaje cristiano será siempre una aproximación al misterio  Trinitario. Solo después de haber abandonado siglos de vivencia, se hizo necesaria la reflexión teológica sobre el misterio. Los dogmas llegaron como medio de evitar lo que algunos consideraron errores en las formulaciones racionales, pero lo verdaderamente importante fue siempre vivir esa presencia de Dios en el interior de cada cristiano. Solo viviendo la realidad de Dios en nosotros se podrá manifestar luego en el servicio al otro.

Lo más urgente en este momento para el cristianismo, no es explicar mejor el dogma de la Trinidad, y menos aún, una nueva doctrina sobre Dios Trino. Tal vez nunca ha estado el mundo cristiano mejor preparado para intentar una nueva manera de entender el Dios de Jesús o mejor, una nueva espiritualidad que ponga en el centro al Espíritu-Dios, que impregna el cosmos, irrumpe como Vida, aflora decididamente en la conciencia de cada persona y se vive en comunidad. Sería, en definitiva, la búsqueda de un encuentro vivo con Dios. No se trata de explicar la esencia de la luz, sino de abrir los ojos para ver.

No debemos pensar en tres entidades haciendo y deshaciendo, separada cada una de las otras dos. Nadie se podrá encontrar con el Hijo o con el Padre o con el Espíritu Santo. Nuestra relación será siempre con el UNO que nos une. Es urgente tomar conciencia de que cuando hablamos de cualquiera de las tres personas relacionándose con nosotros, estamos hablando de Dios. En teología, se llama “apropiación” (¿indebida?) esta manera impropia de asignar acciones distintas a las tres personas de la Trinidad. Ni el Padre solo ha creado la realidad, ni el Hijo separado ha venido a salvarnos, ni el Espíritu Santo actúa en cada uno por su cuenta. Todo es “obra” del Dios sin hacer nada.

Nada de lo que pensamos o decimos sobre Dios es adecuado. Cualquier definición o cualquier calificativo que atribuyamos a Dios son incorrectos. Lo que creemos saber racionalmente de Dios es un estorbo para vivir su presencia vivificadora en nosotros. Mucho más si creemos que solo nuestro dios es el verdadero. Incluso los ateos pueden estar más cerca del verdadero Dios que los muy creyentes. Ellos por lo menos rechazan la creencia en el ídolo que nosotros nos empeñamos en mantener a toda costa.

Los creyentes no solemos ir más allá de unas ideas (ídolos) que hemos fabricado a nuestra medida. Callar sobre Dios, es siempre más exacto que hablar. Dicen los orientales: “Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate”. Las primeras líneas del “Tao” rezan: El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao; el nombre que se le puede dar, no es su verdadero nombre. Teniendo esto en cuenta, podemos hablar de Dios sin ninguna limitación pero con la conciencia que toda palabra es inadecuada.

De la misma manera, siempre que aplicamos a Dios contenidos verbales, aunque sean los de “ama”, “perdonó”, “salvará”, estamos radicalmente equivocados, porque en Dios los verbos no pueden conjugarse. Dios no tiene tiempos ni modos. Dios no tiene “acciones”. Dios, todo lo que hace, lo es. Si ama, es amor. Pero al decir que es amor, nos equivocamos también, porque le aplicamos el concepto de amor humano, que no se puede aplicar Dios. En Dios, el AMOR es algo completamente distinto.

Es un amor que no podemos comprender, aunque sí experimentar. Este experimentar que Dios es amor sería lo esencial de nuestro acercamiento a Él. Los primeros cristianos emplearon siete palabras diferentes para hablar del amor. Al amor que es Dios lo llamaron ágape. No se trata de una relación entre sujeto y objeto sino en la identificación de ambos. En nosotros hay un sujeto que ama, un objeto amado y el amor. Ese amor no se puede aplicar a Dios porque no hay nada fuera de Él y distinto a Él. En Dios el amor es su esencia, no una cualidad como en nosotros; no puede no amar, porque dejaría de ser.

Vivir la experiencia de Dios Trino sería convivir. Sería experimentarlo: 1) Como Dios, ser absoluto. 2) Como Dios a nuestro lado presente en el otro. 3) Como Dios en el interior de nosotros mismos, fundamento de nuestro ser. En cada uno de nosotros se tiene que estar reflejando siempre la Trinidad. Empezar por descubrir a Dios en nosotros, identificado con  nuestro propio ser. Descubrimos a Dios con nosotros en los demás. Descubrimos también a Dios que nos trasciende y en esa trascendencia completamos la imagen de Dios.

Hoy no tiene ningún sentido la disyuntiva entre creer en Dios o no creer. Todos tenemos nuestro Dios o dioses. Hoy la disyuntiva es creer en el Dios de Jesús o creer en un ídolo. La mayoría de los cristianos no vamos más allá del ídolo que nos hemos fabricado a través de los siglos. Lo que rechazan los ateos, es nuestra idea de Dios que no supera un teísmo interesado y miope. Después de darle muchas vueltas a tema, he llegado a la conclusión de que es más perjudicial para el ser humano el teísmo que el ateismo.

La verdad es que no hemos hecho mucho caso al Dios revelado por Jesús. Su Dios es amor y solo amor. Aunque, condicionado por la idea de Dios del AT, dio un salto en el vacío y nos llevó al Abbá insondable. La mejor noticia que podía recibir un ser humano es que Dios no puede apartarle de su amor. Esta es la verdadera salvación que tenemos que apropiarnos. Es también el fundamento de nuestra confianza en Dios. Confianza absoluta y total porque, aunque quisiera, no puede fallarnos. En esa confianza consiste la fe.

Meditación

El Dios amor no responde a nuestra idea del amor.
Dios es: El que ama, el amado y el amor. Los tres a la vez.
La creación no es más que la manifestación de ese Dios.
En toda criatura queda reflejada su manera de ser.
Descubrirlo sería la meta de toda nuestra vida.

 Tu dios es un ídolo

Si es un ser frente a los demás seres
Si ha hecho las cosas y sigue manipulándolas
Si te premia si le obedeces y te castiga si no lo haces
Si te vigila desde el cielo para controlarte
Si te ama como amamos los humanos
Si te exige adoración y pleitesía
Si espera sacrificios de ti
Si está dispuesto a hacer lo que tú quieres
Si se siente ofendido
Si te educa con palo y zanahoria
Si le encuentras en un lugar y no en otro
Si tiene privilegios con alguno
Si te salva desde fuera y para el más allá
Si te pide paciencia antes de darte
Si le buscas fuera de ti y del mundo
Si necesita mediaciones
Si es un dios que necesita que le adores
Si es el dios de los buenos
Si me hace caso solo cuando soy bueno

El dios creado por nosotros es siempre un ídolo

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Epístola a Dios.

Domingo, 7 de junio de 2020
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Trinidad-RubliovVivimos en el mundo cuando amamos. Solo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida (Albert Einstein)

7 de junio. LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Jn 3, 16-18

Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que quien crea en él no perezca y tenga vida eterna

Momento cenit de un trascendental diálogo de amor entre la divinidad y el mundo. Con él has puesto en marcha, Señor mío, la historia de la salvación humana.

El parlamento tuyo comenzó en el Génesis cuando iniciaste la Creación el primer día y la faz de la tierra era un desierto, pero Tú le insuflaste vida, y culminaste Tu tarea cuando el hombre hecho de barro, se convirtió en un ser vivo.

Muchos, millones de siglos más tarde, como cuentan las crónicas bíblicas, Tu hijo dijo que también él había venido para que tuviéramos vida y en abundancia la tuviéramos (Jn 10,10).

Y no contento con todo esto, que ya es bastante, se desbordó el río de su ser, y quiso compartir las aguas con el mundo entero:

“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado (Jn 13, 34).

En sus discursos sobre el amor, Platón decía de una forma muy bella en el Banquete que “el amor es siempre el deseo de poseer el bien”.

En el Antiguo Testamento el tema del amor humano es constante: al amor sexual, que es creador -cuasi un dios-, le dedica uno de sus libros más poéticos, El Cantar de los Cantares, cuyo primer capítulo se escribió en el Génesis:

“El hombre exclamó: ¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”

 

Pedro Pablo Rubens pintó a Adán y Eva de este modo.

Después les dijiste que se amaran… y te dieron dos nietos para que jugaras con ellos y les amaras.

Y en El Cantar de los Cantares 1,16, diálogo en el bosque, el segundo:

“He aquí que tu eres hermosa, amiga mía; / he aquí que eres bella: tus ojos de paloma. / He aquí que tú eres hermoso, amado mío, y suave: / nuestro lecho también florido.

Juan de la Cruz entona su canción de amor en Noche oscura del alma:

“Buscando mis amores, / iré por esos montes y riberas; / ni cogeré las flores, / ni temeré las fieras, / y pasaré los fuertes y fronteras”.

Finalmente, y al otro lado de las fronteras cristianas, el Kamasutra, un antiguo texto hindú que trata igualmente sobre el comportamiento sexual humano.

Evangélicamente Albert Einstein, que era judío, entonaba también este precioso himno:

“Vivimos en el mundo cuando amamos. Solo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida”.

Te rogué, muy Señor mío, para que Pablo Neruda me enviara un Poema desde Santiago de Chile, nombre como ves de santo, y el resultado fue este:

SI ME QUIERES

Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra…
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca, y gris, verde, y rubia,
y morena…

Quiéreme día,
quiéreme noche…
¡Y madrugada en la ventana abierta! …

Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda!… O no me quieras

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Dios no juzga el mundo, sino que lo invita a acoger su salvación.

Domingo, 7 de junio de 2020
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trinidad-misericordiosaJn 3, 16-18

El texto de hoy se encuentra al final del diálogo de Jesús con Nicodemo que leído en su totalidad presenta una de las claves fundamentales que permite entender en toda su hondura el texto que hoy comentamos. Esta clave se podría formular diciendo que creer en Dios, en el Dios que anunció Jesús y desde el que se vivió en todo su ser, no es una cuestión de esfuerzo ni de grandes reflexiones, es abrirse a un encuentro transformador que redimensiona toda la vida.

Tanto amó Dios al mundo… Nos resulta a veces difícil de entender que en Dios solo hay amor y que, por tanto, solo quiere amarnos, acompañarnos, apoyar nuestra felicidad. En estos meses de pandemia desde multitud de foros nos han invitado a rezar, pero pocas veces nos han invitado a sentirnos abrazados por el amor incondicional de Dios para afrontar estos momentos inciertos. Pocas veces nos han ayudado a mirar a Jesús y contemplarlo afrontando el mal con fe y esperanza, sin culpar a nadie, y menos a Dios, del dolor humano.

Jesús entregó su vida para que nadie quedase fuera del abrazo de su Padre-Madre.  Jesús afrontó el fracaso de la cruz, no porque Dios buscase un “chivo expiatorio” para recuperar la confianza en la humanidad y empezar de nuevo, sino que se dejó vencer en la cruz porque la violencia cierra las puertas al amor, a la bondad, a la confianza y solo de esa manera Dios podía seguir ofreciendo la Vida a todas/os y cada una/o de las/os que habitamos este mundo.

Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo... Tenemos la tentación de pensar que Dios juzga con nuestros propios criterios, que cada uno recibe lo que siembra, que quien obra mal finalmente será castigado…Pero Dios no es así, y Jesús lo dejó muy claro con sus palabras, pero también con su praxis. Él no juzgó a las personas, sino sus actos. Él no condenó a sus enemigos, sino que los acogió con entrañas maternas, se sentó con ellos a la mesa, los miró a los ojos, los buscó para liberarlos del mal.

A Jesús lo juzgaron por eso, por no juzgar, por no separar a los buenos de los malos, por no castigar, por no justificar el lanzamiento de la piedra condenatoria. Como a sus contemporáneos, nos cuesta entender que el amor verdadero lleva siempre de la mano el perdón y que Dios nunca va a satisfacer nuestros deseos de venganza, de reparación sino es perdonándonos a nosotras/os y a nuestros enemigos/as.

El que cree en él no será juzgado…El evangelio de Juan es sin duda un texto complejo y no siempre fácil de entender en toda su hondura por su lenguaje y por muchas de sus construcciones teológicas, sin embargo, es clara la llamada que continuamente hace a sus lectores/as a tomar postura ante la persona y el mensaje de Jesús. Es una llamada que no se puede dejar para mañana, sino que hay que responder aquí y ahora. Por eso, creer para este evangelio no es asentir a una serie de verdades sagradas, sino decidirse por Jesús y acoger su salvación.

Jesús no obligó a nadie a convertirse a ningún credo, ni condicionó su acción sanadora y salvadora a ritos u ofrendas. Él invitó sencillamente a confiar, a escuchar y a hacer camino junto a él.  De hecho, Nicodemo se admira de las enseñanzas y signos que hace Jesús y por eso sabe que Dios está con él (Jn 3, 2), pero Jesús lo invita a algo más, lo invita a nacer de nuevo, lo invita a creer (Jn 3, 3). Por eso desde ahí se entiende que quien cree no será juzgado (Jn 3, 18).

Creer del modo que nos propone este evangelio en coherencia con lo recibido del Maestro, solo es posible si reconfiguramos nuestras creencias, nuestras falsas ideas sobre Dios y sobre los seres humanos y nuestra conducta a la luz de la propuesta de Jesús. Solo así es posible acoger la salvación y entender a Jesús. Y para eso hay que nacer de nuevo, volverse a sorprender con la vida, abrirse a recibir el dinamismo de la santa Ruah.

El texto de hoy nos ofrece una nueva oportunidad para hacernos la pregunta de cómo creo, cómo experimento la salvación que el Dios amor anunciado, vivido y entregado por Jesús me ofrece. No hay juicio pero sí, la urgencia de una toma de postura, de una decisión que libere nuestros miedos, nuestras falsas seguridades, nuestro egoísmo y sane la angustia y el dolor que muchas veces nos aflige.

En este momento en que necesitamos afrontar el golpe con el que la pandemia nos ha herido a cada una/o y a toda la humanidad en su conjunto, creer que Dios es más grande que cualquier mal, experimentar que no estamos solos/as en la incertidumbre, sentir que es posible sentirnos salvados/as y así ser oferta de salvación para otros/as  podría hacernos decir como Nicodemo: ¿Cómo puede ser esto? (Jn 3, 9). Puede ser si hacemos con Jesús el camino, puede ser si con realismo nos abrimos a la esperanza, puede ser si dejamos que la santa Ruah habite nuestro corazón como brisa suave que conforta y alienta, puede ser si nos sentimos parte de la humanidad herida y nos decidimos a recuperar la salvación que Dios pone en nuestro corazón y la compartimos con otros/as en el cotidiano camino de nuestra historia.

Y así, podrá ser que nuestro testimonio creyente forme parte del esfuerzo de tantos por hacer posible una nueva humanidad y una nueva historia.

Carme Soto Varela

Fuente Fe Adulta

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Cielo y Tierra son lo mismo.

Domingo, 7 de junio de 2020
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Fiesta de la Trinidad

Cielo7 junio 2020

Jn 3, 16-18

La comunidad del cuarto evangelio entiende a Jesús como el “salvador celeste” enviado por Dios. Y lee ese gesto de envío –o mejor, de “entrega”–, como prueba del amor de Dios al mundo y como fuente de “vida eterna” para la humanidad. Tal es la lectura que hizo aquella comunidad: se trata de lo que, posteriormente, la teología cristiana denominaría el “misterio de la encarnación”.

        Tal creencia suponía un salto cualitativo con respecto a la ortodoxia judía, en cuyo seno había nacido. El Dios absolutamente transcendente e inefable –YHWH– se hacía completamente inmanente, hasta el punto de –como dice también cuarto evangelio– “habitar entre nosotros” (Jn 1,14). Desde este punto de vista, la novedad aportada por el cristianismo es manifiesta: Dios se hace humano, con todas las consecuencias que eso supone para nuestra propia auto-comprensión.

       Sin embargo, esa lectura se apoyaba sobre la creencia en Dios como un Ser separado: Yhwh, desde el cielo, enviaba a su Hijo al mundo. La cosmovisión que esa misma frase expresa no puede ser más elocuente: habla de una realidad dividida en dos planos y entiende la divinidad como habitando el “piso de arriba”.

    Es precisamente esa cosmovisión la que progresivamente ha ido entrando en crisis en nuestra comprensión de la realidad: no hay “un Dios ahí arriba” (Roger Lenaers) separado del conjunto de lo real.

        A partir de ahí, intuyo que nos hallamos ante la posibilidad de otro “salto cualitativo”, no menor del que supuso el cristianismo en la historia de la auto-comprensión humana. Tal como me parece verlo, podría formularse de este modo: lo que el cristianismo atribuía exclusivamente a Jesús como “encarnación” de Dios es atribuible a todo ser humano sin excepción, e incluso a todos los seres: todos somos “formas” en las que Dios se expresa. O dicho con más propiedad: lo que realmente somos es vida, consciencia, ser, Dios…, experimentándose en formas concretas.

           Somos plenitud de vida desplegada en una forma sumamente vulnerable. Lo que nuestros antepasados proyectaban en un “Dios” separado constituye realmente nuestra verdadera identidad. Y esa identidad es amor y es vida. Nuestra tragedia consiste sencillamente en la ignorancia, por la que ignoramos lo que somos y nos identificamos –y reducimos a– lo que no somos.

          Cielo y tierra son lo mismo. Para la mente analítica no deja de ser una contradicción. Sin embargo, en la comprensión no-dual se reconoce y resuelve la paradoja que es consecuencia del “doble nivel” de lo real: en el plano profundo, aquella afirmación –cielo y tierra son lo mismo, todo está bien– es cierta; sin embargo, en el plano fenoménico o de las formas, es innegable que, lejos de ser “cielo”, hay situaciones humanas que resultan un auténtico “infierno”, que es necesario transformar. Ambas afirmaciones son ciertas, cada una en su nivel: todo es cielo y todo es mejorable. La sabiduría consiste en articular esa doble afirmación adecuadamente y vivir desde esa comprensión.

¿Dónde estoy en mi comprensión de la realidad?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Dios es un misterio amable, no un problema.

Domingo, 7 de junio de 2020
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06A47A50-A10E-40B1-B676-C88D0BE7BB17Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. ¿Ateísmo?

         En este primer domingo de junio celebramos el misterio de Dios.

         El ateísmo es un fenómeno relativamente nuevo, ya que nace a mediados del siglo XIX. La humanidad, la historia de la humanidad no ha sido atea, -ni probablemente lo es- a excepción de parte del mundo occidental.

Nietzsche, que moría el año 1900 (es decir en el pórtico del siglo XX), fue quien “proclamó” la muerte de Dios: “Dios ha muerto”. Apenas llevamos 150 años de ateísmo explícito

De todos modos, más bien hoy en el mundo occidental me parece que predomina no tanto el ateísmo, cuanto una gran superficialidad, que invade el momento social, cultural y religioso. Nosotros no somos ateos, sino frívolos. Ya quisiéremos tener ateos como “Dios manda”. Posiblemente somos ateos en nuestra trivialidad. Quien se toma en serio la vida, la justicia, la salud, la libertad, la paz, etc.  ese tal no es ateo. Probablemente ateo es el superficial, el consumista, el ligero de cabeza…

Es penoso que la desescalada de la pandemia que estamos viviendo se reduzca a saber si podemos entrar o sentarnos en una terraza de un bar o si se puede tomar el sol tumbados en la playa o si nos dejan ir al pueblo de al lado

Las medidas sanitarias son importantes, pero la vida y la salud es algo más serio que todo eso.

  1. ¿El futuro es la increencia?

Pareciera como si el futuro y el progreso de la humanidad fuese la increencia en sus variadas formas: ateísmo, agnosticismo, nihilismo, etc.

¿Ser ateo es lo mejor que nos puede pasar personal y como pueblos? ¿Ser increyente es ser más libre? ¿Se vive mejor sin Dios? Nuestro pueblo va mejorando conforme se va adentrando en la nada, en el vacío, en el ateísmo.

  1. Dios ha muerto, pero la vida y el amor permanecen.

Yo no sé si el Dios prepotente y justiciero ha muerto o no. Más bien creo que ese tipo de Dios no ha existido y no existe, aunque nos lo hayan enseñado y lo hayamos padecido.

Lo que podemos observar es que el ser humano sigue pensando, amando, casándose y divorciándose, trabajando, en paro y con huelgas, orando, disfrutando y sufriendo. Siendo felices y tristes según los momentos; por otra parte, los humanos seguimos envejeciendo, enfermando física y psíquicamente, y finalmente: muriendo.

¿Dónde hallar una respuesta a los problemas humanos? ¿En el “becerro de oro” de la banca, en la etnia-nación? ¿Habremos de aprender a vivir en la nada?

Cuando se siembra nada, se recoge vacío.

Es curioso cómo los padres de las nuevas generaciones quieren noblemente para sus hijos lo que ellos no tuvieron. Pero es triste ver cómo esos mismos padres no transmiten a sus hijos lo que ellos sí tuvieron: dicho escuetamente; la fe.

  1. Dios es amor (y el ser humano también).

         Dio no es un problema, sino un misterio de amor, de salvación y de vida.

Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por él.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna

Dios nos ha creado -por medio de la evolución y de nuestros padres- porque nos ama, por puro regalo y gracia. Y porque nos ama nos salva. El mundo está, sépalo o no, impregnado de gracia: ningún ser humano es des-graciado”. Ningún ser humano queda fuera de la bondad de Dios. Dios nos quiere a todos; quiere que vivamos todos. El Dios que Jesús nos anuncia es el Dios de la misericordia y de la vida. JesuCristo es feliz con los pobres, los débiles y pecadores.

La tradición de San Juan es reiterativa, el que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. (1Jn 4,8). Quien permanece en el amor, permanece en Dios, (1Jn 4,16).

No sé si Dios está en el templo al que tenían que ir el sacerdote y el levita, pero donde está Dios es en el amor del buen samaritano, que no pasa de largo, sino que se queda para ayudar aquel hombre malherido.

Donde hay amor, allí está Dios. Quien cree en el amor, quien ama, ese tal no es ateo. A Dios no le amamos directamente, como tampoco le conocemos directamente como si tuviésemos línea directa con él. A Dios le amamos y conocemos en la medida en que tenemos experiencia del amor en la vida y amamos a los demás.

Quien ama de verdad y a fondo a su marido / mujer, a sus hijos, a los pobres, a los despreciados, a las misiones, a los maltratados, a las personas enfermas-dementes, ese tal no es ateo, sino creyente, aunque explícitamente quizás no llegue a pronunciar la palabra “Dios”. Quien ama conoce a Dios.

Permaneced en mi amor, (Jn 15,9)

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“Barro animado por el Espíritu”. 31 de mayo de 2020. Pentecostés (A). Juan 20, 19-23.

Domingo, 31 de mayo de 2020
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resucitoJuan ha cuidado mucho la escena en que Jesús va a confiar a sus discípulos su misión. Quiere dejar bien claro qué es lo esencial. Jesús está en el centro de la comunidad, llenando a todos de su paz y alegría. Pero a los discípulos les espera una misión. Jesús no los ha convocado solo para disfrutar de él, sino para hacerlo presente en el mundo.

Jesús los «envía». No les dice en concreto a quiénes han de ir, qué han de hacer o cómo han de actuar: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Su tarea es la misma de Jesús. No tienen otra: la que Jesús ha recibido del Padre. Tienen que ser en el mundo lo que ha sido él.

Ya han visto a quiénes se ha acercado, cómo ha tratado a los más desvalidos, cómo ha llevado adelante su proyecto de humanizar la vida, cómo ha sembrado gestos de liberación y de perdón. Las heridas de sus manos y su costado les recuerdan su entrega total. Jesús los envía ahora para que «reproduzcan» su presencia entre las gentes.

Pero sabe que sus discípulos son frágiles. Más de una vez ha quedado sorprendido de su «fe pequeña». Necesitan su propio Espíritu para cumplir su misión. Por eso se dispone a hacer con ellos un gesto muy especial. No les impone sus manos ni los bendice, como hacía con los enfermos y los pequeños: «Exhala su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo».

El gesto de Jesús tiene una fuerza que no siempre sabemos captar. Según la tradición bíblica, Dios modeló a Adán con «barro»; luego sopló sobre él su «aliento de vida»; y aquel barro se convirtió en un «viviente». Eso es el ser humano: un poco de barro alentado por el Espíritu de Dios. Y eso será siempre la Iglesia: barro alentado por el Espíritu de Jesús.

Creyentes frágiles y de fe pequeña: cristianos de barro, teólogos de barro, sacerdotes y obispos de barro, comunidades de barro… Solo el Espíritu de Jesús nos convierte en Iglesia viva. Las zonas donde su Espíritu no es acogido quedan «muertas». Nos hacen daño a todos, pues nos impiden actualizar su presencia viva entre nosotros. Muchos no pueden captar en nosotros la paz, la alegría y la vida renovada por Cristo. No hemos de bautizar solo con agua, sino infundir el Espíritu de Jesús. No solo hemos de hablar de amor, sino amar a las personas como él.

José Antonio Pagola

 

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“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo”. Domingo 31 de mayo de 2020. Pentecostés

Domingo, 31 de mayo de 2020
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34-PentecostesB cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar
Salmo responsorial: 103: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
1Corintios 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo
Juan 20,19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo

El relato de Hechos que leemos en la primera lectura es una construcción del escritor lucano. Su finalidad es eminentemente teológica. No es un acontecimiento cronológico sino kairótico en la misma línea de la fiesta de la ascensión que celebramos y comentamos el domingo pasado. Lucas recoge la «fiesta de las semanas» del antiguo Israel. Esta fiesta se celebraba para conmemorar la llegada del pueblo al Sinaí. La entrega de las tablas de la Ley a Moisés en medio de truenos relámpagos y viento huracanado.

El redactor de Hechos toma los elementos simbólicos de resonancia cósmica para manifestar que es una intervención de Dios. Quiere significar la irrupción del Espíritu Santo en la historia humana. Es el comienzo de la etapa definitiva en la historia de la salvación. Es el comienzo de la predicación del evangelio por parte de la Iglesia apostólica. Estos elementos también recuerdan el anuncio profético del «Día del Señor». Este pasaje entrelaza elementos históricos y escatológicos. El Espíritu empuja a la Iglesia más allá de las fronteras geográficas y culturales. Por eso todos entienden el mensaje en su propia lengua. Allí se han dado cita todos los pueblos hasta entonces conocidos indicando la universalidad del mensaje evangélico. Otro elemento importante es el aspecto comunitario: los discípulos están reunidos en comunidad y el anuncio inaugura una nueva comunidad.

En la primera de Corintios Pablo enfatiza la acción del Espíritu en la vida de los creyentes y en la construcción de la Comunidad eclesial. Conciente de las divisiones que se vivían al interior de esta comunidad insiste en que los dones, los carismas, los ministerios y los servicios proceden de un mismo Espíritu. Por lo tanto todos los carismas, dones y ministerios están en función del crecimiento de la Iglesia. La acción del Espíritu cualifica la misión de la Iglesia en el mundo y no sólo para la santificación individual. El Espíritu articula interiormente la misión de Jesús y la misión de la Iglesia.

El cuarto evangelio presenta dos escenas contrastantes. En primer lugar, los discípulos encerrados en una casa, llenos de miedo y al anochecer. En segundo lugar, la presencia de Jesús que les comunica la paz, les muestra sus heridas como signo de su presencia real, se llenan de alegría y Jesús les comunica el Espíritu que los cualifica para la misión. El miedo, la oscuridad y el encerramiento de «la casa interior» se transforman ahora con la presencia de Jesús en paz, alegría y envío misionero. Son signos tangibles de la acción misteriosa y transformante del Espíritu en el interior del creyente y de la comunidad. Resurrección, ascensión, irrupción del Espíritu y misión eclesial aparecen aquí íntimamente articuladas. No son momentos aislados sino simultáneos, progresivos y dinamizadores en la comunidad creyente.

Jesús cumple sus promesas. Les ha prometido a sus discípulos que pronto regresará, que nos les dejará solos. Les ha dicho que el Espíritu Santo de Dios les asistirá para que entiendan todo lo que él les ha anunciado. Así lo hace. Ahora les comunica el Espíritu que todo lo crea y lo hace nuevo. Jesús sopla sobre ellos como Dios sopló para crear al ser humano. Ellos son las personas nuevas de la creación restaurada por la entrega amorosa de Jesús.

La violencia, la injusticia, la miseria y la corrupción en todos los ámbitos de la sociedad nos llenan de miedo, desaliento y desesperanza. No vemos salidas y preferimos encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros asuntos individuales y olvidarnos del gran asunto de Jesús. Entonces es cuando él irrumpe en nuestro interior, traspasa las puertas del corazón e ilumina el entendimiento para que comprendamos que no nos ha abandonado. El sigue presente en la vida del creyente y en el seno de la comunidad. Sigue actuando a través de muchas personas y organizaciones que se comprometen a cabalidad para seguir luchando contra todas las formas de pecado que deshumanizan y alienan al ser humano. El Espíritu de Dios sigue actuando en la historia aunque aparentemente no lo percibamos. No es necesario hacer tanta bulla para decir que el Espíritu está actuando. Muchas veces no lo sentimos porque actúa en forma muy sencilla a través de gestos que pueden pasar desapercibidos.

¿Qué signos de la presencia dinamizadora del Espíritu de Dios podemos percibir en nuestra vida personal, familiar y comunitaria? ¿Conocemos personas que actúan bajo la acción del Espíritu? ¿Por qué? ¿Qué podemos hacer para descubrir y potenciar los dones y ministerios que el Espíritu sigue suscitando en personas y comunidades?

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Conviene que me vaya, pues si no me fuere no vendría el Espíritu Santo a vosotros.

Domingo, 31 de mayo de 2020
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cuadro-manos-de-dios-y-adan-detalle-de-la-creacionDel blog de Xabier Pikaza:

 Pentecostés: Presencia del Dios ausente. Somos Espíritu Santo

Pedimos milagros… olvidando que nosotros mismos somos el Milagro de la Vida de Dios,Pentecostés, la Tercera Persona de la Trinidad. Del Padre Dios y de Cristo venimos nosotros: Somos sus manos, su ojos, su fuego y camino de amor. Somos el Espíritu Santo. 

Así lo dijo Jesús, en nombre de Dios, en la fiesta de su Noche:«Conviene que me vaya; pues si no me fuere el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré» (Jn 16, 7).

Ésta son las palabras fundamentales de Pentecostés, según el evangelio de Juan:  Sólo si Dios se ha ido, si no le buscamos como antes, sólo sí Jesús nos ha dejado para estar, para ser, para quedarse en nosotros , podemos y debemos ser Dios (y Jesús) en nuestra propia vida, unos en, con y para otros.

El evangelio de Juan, con su fiesta de Pentecostés, es, ante todo, la fiesta y el gozo de que Dios haya ido, de que no esté a la mano, de un modo maravilloso, para que nosotros mismos seamos presencia de Dios.

La ausencia de Jesús suscita así la más honda presencia de su amor, como recuerdo, como  plenitud personal y comunicación comunitaria. Así podemos afirmar que Jesús vuelve Presencia total en su Ausencia o, mejor dicho, está del todo presente, en forma de ausencia creadora,  pues nosotros mismos somos él, Vida de Dios en la tierra.

Se nos ha ido Dios, es evidente, en este 2020. Ya no está como antes, como un “mundo de poder”, como una cosa más grande entre las otras, como un Poder de milagros externos, a manos de Reyes y Sumos Sacerdotes. Se ha ido quedándose y así somos Dios Vivo en nuestra vida de experiencia radical de ser, de amor, de esperar… En esa línea celebramos hoy la fiesta de Pentecostés, 31,5. 3020.

EMPECEMOS HABLANDO DE ORACIÓN

un-mundo-obscuroPedimos a Dios cosas… Pero Dios no nos concede ninguna cosa. Viene él, como Vida de nuestra vida

1. Evangelio de Mateo: Pedimos a Dios cosas, él nos da su Reino, es decir, las “cosas buenas” de la vida, que somos nosotros en él, él nosotros.

Ésta es la enseñanza fundamental de Jesús: “Pedid y se os dará, buscada y hallaréis… pues vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenos a quienes le pidan” (Mt 7, 7.11). Pedir significa buscar con intensidad…Si pedimos así, si buscamos intensamente, Dios nos dará cosas buenas, alto que está más allá de todos nuestros deseos.

Esas cosas buenas que Dios nos concede son su reino,  su vida en nosotros. Así  sigue diciendo el evangelio: Buscad el Reino…  y todas las cosas se os darán por añadidura (Mt 6, 33). Buscar el Reino de Dios. Con el reino de Dios viene todo…

2. Evangelio de Lucas. Pidamos lo que pidamos, Dios nos dará el Espíritu Santo. Pedimos cosas… Dios nos concede su Espíritu, que nosotros seamos, que él sea en nosotros.

 Así traduce Lucas la  enseñanza de Jesús diciendo: “Pedid y se os dará… pues el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes le piden” (Lc 11, 9.13).

 Mateo decía: Pedid y Dios o dará cosas mejores. Lucas traduce: Pidáis lo que pidáis, haciéndolo de verdad, recibiréis el Espíritu Santo: Vendrá Dios, habitará en vosotros, como Palabra hecha Vida creadora, de forma que vosotros con el Espíritu (es decir, el Espíritu en/por vosotros) realizará la obra de Dios-

En esa línea se sitúa la famosa variante de algunos manuscritos de Lc 11, 2, en los que, en lugar de “venga tu Reino” se dice venga tu Espíritu SantoSanto (cf. Nestlé‒Aland, Novum Testramentum Graece, DB, Stuttgart 1998,195). Éste es el “Padrenuestro” de la Comunidad del Paráclito (y de la liturgia de conjunto de la Iglesia) que identifica la venida del Reino con la venida del Espíritu Santo.

Se ha dicho con frecuencia, a veces con tono irónico y aanti‒eclesial, queJesús prometió el Reino de Dios, pero de hecho vino la Iglesia.  Eso es verdad: Jesús anunció el Reino, y hemos venido NosotrosJesús anunció y preparó el Reino de la teología del AT, pero lo hizo de tal forma que, en el fondo, ese Reino se identifica  con el Espíritu Santo, es decir, con la presencia de Dios en la vida de los hombres. Esta es la Idea de fondo de la obra clave de A. Loisy, L’Évangile et l’Église, Picard, Paris 1902.

PENTECOSTÉS SIGNIFICA QUE DIOS MISMO ES NUESTRA VIDA, QUE SOMOS ESPÍRITU DE DIOS SOBRE LA TIERRA.

 gran-regalo-espiritu-santo-790x350-1280x720Yo pediré al Padre y os dará el Paráclito. Jesús mismo pide por nosotros… y nos promete el “Paráclito”. Lo que Dios nos da es que seamos él, que él sea en nuestra vida. 

 ‒ Rogaré al Padre y os enviará otro Paráclitoa fin de que esté con vosotros para siempre (Jn 14, 16). Jesús había sido defensor de sus discípulos (el Primer Paráclito, consuelo en el amor). Pero, culminado su camino, “ascendido a Dios”, él ruega al Padre que envíe Otro Paráclito, el Espíritu Santo (cf. Mc 13, 11), para defender a sus seguidores, amenazados, perseguidos, en medio de en la prueba. En un sentido, Jesús se va, ya no acompaña a los creyentes de un modo inmediato, pero él pide al Padre que les envía “otro Paráclito”, presencia interior y compañía, en comunión y comunicación activa (no os dejaré huérfanos: Jn 14, 18).

‒ Un conocimiento más hondo: “Pero el Paráclito…, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14, 26). El Espíritu “recuerda”, esto es, permite entender y revivir, en línea personal y en comunión de amor (comunicación, consuelo mutuo), el mensaje y vida de Jesús, reinterpretando su camino, en verdad (en conocimiento: ¡os lo enseñará todo!) y en vida (retomando el camino y las obras de Jesús). Eso significa que los discípulos saben por sí mismo, no dependen de la instrucción externa de otros.

Espíritu y testimonio: “Cuando venga el Paráclito, a quien yo enviaré del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Jn 15,26-27). La verdad más honda, la obra más intensa se identifica con el testimonio de la propia vida. No se trata, pues, de hacer obras externas: construir edificio, hacer escuelas hospitales…Eso puede ser importante, pero sólo en la medida realicen la obra suprema de Jesús que consiste en dar testimonio de la verdad (cf. Jn 18, 37).

Jesús abre un lugar para sus discípulos: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 7). Hay una presencia de Jesús que ha debido terminar; en un sentido, él tiene que irse para que hagamos nosotros. Su grandeza no está en hacer por nosotros, negándonos así o sustituyéndonos, sino abriendo un hueco, para que nosotros mismos podamos ser y hacer, realizando sus obras y aún mayores. Somos así testigos del Señor ausente, presencia del Dios escondido, de forma que él (Dios, el mismo Jesús) se haga palabra por medio de nosotros.

4. Profundización. Pentecostés: Es la “fiesta”, la presencia de Dios en nuestra vida, conforme a los cuatro textos del Paráclito en el evangelio de Juan: 

  1. Espíritu de la Verdad: «Yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros por siempre» (Jn 14, 16). Jesús había defendido a sus discípulos; pero ha culminado su camino pascual y no está con ellos como antes. Por eso pide al Padre que les envíe otro Paráclito, presencia interior y compañía (no os dejaré huérfanos: Jn 14, 18): el Espíritu de la Verdad, que el mundo, sometido a la mentira y división, no puede acoger, ni comprender, el Espíritu del Conocimiento de Dios, que vincula a todos los hombres (cf. Jn 17, 1-3). Queremos tener cosas, pero Dios nos da su verdad, comprender el sentido de la vida.
  2. Os lo enseñará todo: Conocer a Dios. Los hombres tienden a luchar sin fin, en plano de sistema, porque no tienen la gracia de la libertad y comunión de Dios en Cristo. «Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho» (Jn 14, 26). Ese Paráclito es Maestro interior que enseña a los fieles los dos mandamientos primeros: Conocer a Dios y amar a los hermanos. Sólo por experiencia interior, vinculada al magisterio personal del Espíritu (por nuestra verdad interior), podemos conocer a Dios, superando las razones y sistemas cerrados, de mentira, de un mundo que intenta aprovecharse de nosotros.
  3. Verdad del Testimonio. «Cuando venga el Paráclito, a quien enviaré desde el Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros también daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio» (Jn 15:26-27). Los creyentes no demuestran a Dios con palabra racionales o teorías, sino que lo muestran con su vida: no son filósofos, sino testigos; no imponen un sistema sacral o social, sino que se presentan ellos mismos, como signo de la Vida de Dios en el Espíritu de Cristo, en experiencia de amor personal. No hay otra verdad que el testimonio personal de vida.
  4. Al liberarnos de una ley particular (en línea de talión o sistema político-social), el Espíritu de Dios nos abre a todos los hombres, no por conquista o sumisión (como el imperio romano), sino por conocimiento vital: « Esta es la Vida eterna, que te conozcan a ti, el Dios Uno y Verdadero, y a tu enviado Jesucristo» (cf. Jn 17, 3). Así lo ha destacado Jn en los pasajes del Paráclito, que repito y comento de nuevo en esta perspectiva: 

    1. Verdad del Testimonio. «Cuando venga el Paráclito, a quien enviaré desde el Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros también daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio» (Jn 15:26-27). Los creyentes no demuestran a Dios con palabra racionales o teorías, sino que lo muestran con su vida: no son filósofos, sino testigos; no imponen un sistema sacral o social, sino que se presentan ellos mismos, como signo de la Vida de Dios en el Espíritu de Cristo, en experiencia de amor personal.
    2. Conviene que me vaya…   La ausencia del Dios exterior suscita una más honda presencia en libertad y recuerdo, en plenitud personal y comunicación comunitaria. Así podemos afirmar que Jesús vuelve desde su ausencia, fundando la comunión de los creyentes, en medio de un mundo al que convence «de pecado, justicia y juicio» (cf. Jn 16, 8-11), inaugurando así una teodicea de tipo pneumatológico, que se expresa y decide a lo largo de la historia, como seguiremos indicando.
    3. Ésta es la teología del Espíritu, del Dios presente. Muchos han hablado de una crisis de la racionalidad, no para rechazarla, sino para enraizarla mejor. Descartes tuvo que apelar a Dios, más allá de las razones claras y distintas, para que no flotaran sobre el vacío. Kant descubrió la insuficiencia de la razón pura (incapaz de explicarse a sí misma) y buscó una razón práctica, que le llevó a postular la existencia de Dios. También Marx quiso superar la razón lógica (que acaba siendo ideología del sistema), para descubrir principios más hondos, de tipo económico-social. Especialistas de esa ruptura epistemológica han sido los filósofos judíos (Rosenzweig, Lévinas), que elevan frente al Todo (sistema) de la filosofía y ciencia un Infinito de trascendencia, que está cerca del Espíritu de Jesús (que está cerca de la comunión entre los hombres)[2]
    4. Es la Teología de la libertad y la gracia.  Un tipo desabiduría (griegos) y un tipo de ley judía (que Pablo llama carnal) dividía y enfrentaba a los hombres en sistemas de violencia, haciéndoles incapaces de dialogar. En contra de eso, Pablo, Lucas y el conjunto del Nuevo Testamento interpretan el Espíritu como Poder de comunión, que vincula a los hombres de un modo gratuito, superando el nivel de unas leyes que escinden, oprimen y expulsan a un tipo de personas. El tema de la teodicea define así la tarea principal de nuestro tiempo: defender a Dios significa crear comunión universal, superando un sistema de divisiones y violencias, que enfrenta a los hombres… En esa línea, el Espíritu Santo es la experiencia de la vida compartida[4].
    5. Esta es la teología de la verdad final, de la plenitud de la historia de los hombres, que son presencia de Dios.  Saber que hay Dios significa afirmar el sentido de la historia, de nuestra propia vida, en nuestro tiempo de coronavirus. Por eso, ella no es arrojo suicida (no quiere el fin de todo lo que existe), ni pura búsqueda intimista, sino apertura al juicio de la historia. Estamos inmersos en un drama, amenazados por adversarios y jueces que no conocen a Dios y nos encierran en la caja de poderes del sistema, en línea de puro talión (ley y venganza). Pero tenemos un testigo más alto de Dios que es Jesús y hemos recibido su Paráclito, que enseña la verdad, dando testimonio de Dios, a favor de todos, en y con todos los seres humanos.

      Notas

    [1] Ésta es una teología de la  experiencia interior y testimonio personal. Nadie ha visto a Dios, pero Jesús, que estaba en el seno de Dios, nos lo ha revelado por su Espíritu (cf. Jn 1, 18). Nadie ha visto a Dios, pero aquellos que aman a los otros le conocen, porque Dios es Amor (1 Jn 4, 8.12). Dios es Espíritu y sólo en Espíritu y Verdad podemos adorarle (Jn 4, 24). No le conocemos sólo porque vendrá al fin del tiempo), sino porque ha venido y nos ha dado su Paráclito.

    [2] Los creyentes descubren a Dios por Cristo, desbordando la violencia y talión de un sistema de poder que domina sobre el mundo, porque el Espíritu es amor (1 Cor 13), conocimiento en libertad. Solo superando en gracia las razones y juicios del sistema, se exprese lo divino.

    [3] Entendida así, la libertad no es una simple ruptura del sistema (que nos lleva más allá del orden cósmico y social) y de los grupos especiales de elegidos (que Pablo vincula con la carne: Flp 3, 4), sino descubrimiento y despliegue de una creatividad gratuita, fundada en Jesús, abierta a todos los hombres. Dios es libertad, pero no desde la nada o el capricho, sino como Gracia y Amor que se revela en el camino de los hombres (cf. Shema: Dt 6, 4-5; Jn 3, 16). Por eso nos parece insuficiente el imperativo kantiano, que sigue en un plano de ley; como indicará el capítulo siguiente.

    [4] Se puede discutir si hay libertad y gracia, pero lo indudable es existe un riesgo muy grave de violencia. Hasta ahora, los hombres hemos venido manteniendo formas de solidaridad grupal o nacional fundadas en principios culturales y religiosos. Pero ellas parecen agotarse, como M. Weber y E. Durkheim dijeron ya a principios del siglo XX. Se han secado los viejos principios, no han surgido unos mejores (ni marxismo histórico, ni capitalismo actual). Por eso queda abierta la tarea de la teodicea, el amor que se expresa en una comunicación creadora (que engendre hijos en amor), abierta a todos los hombres, como suponía D. Bonhöffer, Etica,Estela, Barcelona 1968, pp. 9-10.

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Domingo de Pentecostés. Ciclo A.

Domingo, 31 de mayo de 2020
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250px-Pentecostés_(El_Greco,_1597)Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Para el Greco, María Magdalena vale por ciento siete

La liturgia de la misa no ha tratado muy bien al Espíritu Santo. En el Gloria, después de extenderse en el Padre y el Hijo, al final, casi por compromiso, se añade: «con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre». Y el Credo, aunque lo reconoce «Señor y dador de vida», da más importancia a su relación con las otras personas divinas («procede del Padre y del Hijo») y limita su acción al Antiguo Testamento («habló por los profetas»). Afortunadamente, los textos bíblicos ofrecen una imagen mucho más rica. Pero también más compleja, porque Lucas y Juan ofrecen dos versiones muy distintas del don del Espíritu Santo; cada uno quiere ofrecer un mensaje peculiar. Pero es preferible comenzar por el texto más antiguo, el de la primera carta a los Corintios (escrita hacia el año 51).

La importancia del Espíritu (1 Corintios 12, 3b-7.12-13)

            En este pasaje Pablo habla de la acción del Espíritu en todos los cristianos. Gracias al Espíritu confesamos a Jesús como Señor (y por confesarlo se jugaban la vida, ya que los romanos consideraban que el Señor era el César). Gracias al Espíritu existen en la comunidad cristiana diversidad de ministerios y funciones (antes de que el clero los monopolizase casi todos). Y, gracias al Espíritu, en la comunidad cristiana no hay diferencias motivadas por la religión (judíos ni griegos) ni las clases sociales (esclavos ni libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también desaparecen las diferencias basadas en el género (varones y mujeres). En definitiva, todo lo que somos y tenemos los cristianos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros.

Hermanos:

Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.

Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.

Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Volvemos a las dos versiones del don del Espíritu: Hechos y Juan.

La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)

            A nivel individual, el Espíritu se comunica en el bautismo. Pero Lucas, en los Hechos, desea inculcar que la venida del Espíritu no es sólo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Ya lo había anunciado el profeta Joel cuando dijo que el Señor enviaría su espíritu sobre todos los israelitas sin distinción de género (hijos e hijas) de edad (ancianos y jóvenes) ni de clase social (siervos y siervas). Por eso viene sobre todos los presentes, que, como ha dicho poco antes, era unas ciento veinte personas (cantidad simbólica: doce por diez). Al mismo tiempo, vincula estrechamente el don del Espíritu con el apostolado. El Espíritu no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios», como reconocen al final los judíos presentes.

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban:

― ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

            La representación pictórica más famosa de esta escena es la del cuadro de El Greco, conservado en el museo del Prado. Hay en él un detalle que puede pasar desapercibido: junto a la Virgen se encuentra María Magdalena. Por consiguiente, el Espíritu Santo no baja solo sobre los Doce (representantes de los obispos) sino también sobre la Virgen (se le permite, por ser la madre de Jesús) e incluso sobre una seglar de pasado dudoso (a finales del siglo XVI María Magdalena no gozaba de tan buena fama como entre las feministas actuales). El Greco no podía pintar una comunidad de ciento veinte personas, pero ha sugerido la diversidad y totalidad del don a través de la Magdalena.

La versión de Juan 20, 19-23

            Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

            Este pasaje ya lo leímos el segundo domingo de Pascua. En el comentario que entonces envié destacaba los distintos temas: el miedo de los discípulos, el saludo de Jesús, la prueba de las manos y el costado, la alegría de los discípulos, la misión y el don del Espíritu. Recuerdo lo que dije a propósito del último tema, fundamental en la fiesta de hoy.

            Los evangelios de Mc y Mt no dicen nada de este don, y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.

Conclusión

            Estas breves ideas dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla.

El don de lenguas

«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).

El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo.

El segundo es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).

Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.

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31 de Mayo. Domingo de Pentecostés. Ciclo A

Domingo, 31 de mayo de 2020
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Pentecostés

“- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

Recibid el Espíritu Santo.”

(Jn 20, 19-23)

Tú nos dejas tu Espíritu Santo, nosotras te habríamos pedido un manual de instrucciones. Suerte que no nos preguntaste.

Pero otros poderes que buscan manejarnos saben que, mezclada con nuestra ansia de libertad, llevamos una buena dosis de inseguridad. El miedo es la puerta ancha por la que desde siempre han entrado los dominadores de todos los tiempos.

Hoy se nos hace creer que somos libres si nos ponemos bajo el yugo del consumo. La publicidad es el manual de instrucciones. Ella nos explica cómo triunfar, cómo ser feliz, cómo tener éxito.

Alguien ha diseñado minuciosamente cómo debemos comportarnos, qué debe preocuparnos y también nos suministran los entretenimientos oportunos para que no pensemos demasiado.

Lo de la compensación- insatisfacción funciona a la perfección. Se crea una necesidad, un deseo. Se ofrece algo para satisfacer ese deseo. Pero solo de una manera parcial. Así de la compensación lo que recibimos es insatisfacción. Es el mecanismo del consumismo.

Sin embargo este sistema no genera gente feliz. Poco a poco vamos descubriendo sus engaños y resulta que solo la libertad que viene del Espíritu es la que le da sentido a la vida.

Esa falta de “manual de instrucciones” es lo que nos hace crecer en responsabilidad. Vencer nuestros miedos y hacer opciones valientes.

Jesús resucitado nos vuelve a recrear. Como al principio del Génesis (Gn 2, 7), sopla su aliento de vida y el Espíritu se une a nuestra humanidad, se hace compañía y fuerza trasformadora.

El Espíritu en su incansable labor nos despierta, generación tras generación. Nos libera de todos aquellos poderes engañosos. Y nos hace crecer en lo que somos: Hijas amadas.

Oración

A modo de oración te invito a escuchar esta canción con el hermoso texto de la secuencia del Espíritu (Solo haz clic aquí).

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios es Espíritu y lo inunda todo.

Domingo, 31 de mayo de 2020
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lengua-de-fuegoJn 20, 19-23

Los textos que leemos este domingo hacen referencia al Espíritu, pero de muy diversa manera. Ninguno se puede entender al pie de la letra. Es teología que debemos descubrir más allá de la literalidad del discurso. Las referencias al Espíritu, tanto en el AT (377 veces) como en el NT no podemos entenderlas de una manera unívoca. Apenas podremos encontrar dos pasajes en los que tengan el mismo significado. Algo está claro: en ningún caso en toda la Biblia podemos entenderlo como una entidad separada

Pablo aporta una idea genial al hablar de los distintos órganos. Hoy podemos apreciar mejor la profundidad del ejemplo porque sabemos que el cuerpo mantiene unidas a billones de células que vibran con su propia vida. Todos formamos una unidad mayor y más fuerte aún que la que expresa en la vida biológica. El evangelio de Juan escenifica también otra venida del Espíritu, pero mucho más sencilla que la de Lucas. Esas distintas “venidas” indican que Dios-Espíritu-Vida no tiene que venir de ninguna parte.

No estamos celebrando una fiesta en honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho que aconteció en el pasado. Estamos tratando de descubrir y vivir una realidad que está tan presente hoy como hace dos mil años. La fiesta de Pentecostés es la expresión más completa de la experiencia pascual. Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo que estaba pasando en ellos era obra del Espíritu-Jesús-Dios. Vivieron la presencia de Jesús de una manera más real que su presencia física. Ahora, era cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de los fieles y en la comunidad.

Pablo dijo: sin el Espíritu no podríamos decir: Jesús es el Seño (1 Cor 12,3)”. Ni decir: “Abba” (Gal 4,6). Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos el Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es un privilegio ni siquiera para los que creen. Todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu no tiene dones que darme. Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser lo que soy.

Cada uno de nosotros estamos impregnados de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió (dio) a los discípulos. Solo cada persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón como instituciones y comunidades, participan del Espíritu en la medida en que lo viven los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia del Espíritu en las personas. Por fortuna estamos volviendo a descubrir la presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Somos conscientes de que, sin él, nada somos.

Ser cristiano consiste en alcanzar una vivencia personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la plenitud de ser. Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios-Espíritu: fue una relación “personal”; Se atreve a llamarlo papá, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra; hace su voluntad; le escucha siempre. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar esa experiencia de Dios. Toda su predicación y todas sus acciones estuvieron encaminadas en hacer ver a los que le seguían que tenían que vivir esa misma experiencia para que todos alcanzasen la plenitud de humanidad que le alcanzó.

El Espíritu nos hace libres. “No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que os hace clamar Abba, Padre”. El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone no dejarnos atrapar por cualquier clase de esclavitud alienante. El Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: “demonios”, pecado, ley, ritos, teologías, interese, miedos. El Espíritu es la energía integradora de cada persona y también la integradora de la comunidad.

A veces hemos pretendido que el Espíritu nos lleva en volandas desde fuera. Otras veces hemos entendido la acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay que tener en cuente que estamos hablando de Dios que obra desde lo hondo del ser y acomodán­dose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto esa acción no se puede equiparar ni sumar ni contraponer a nuestra acción, se trata de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre.

Si Dios-Espíritu está en lo más íntimo de todos y cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados en la donación del Espíritu. Dios no se parte. Si tenemos claro que todos los miembros de la comunidad son una cosa con Dios-Espíritu, ninguna estructura de poder o dominio puede justificarse apelando a Él. Por el contrario, Jesús dijo que la única autoridad que quedaba sancionada por él, era la de servicio. “El que quiera ser primero sea el servidor de todos.” O, “no llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro Padre, Maestro y Señor.

El Espíritu es la fuerza de unión de la comunidad. En el relato de los Hechos de los Apóstoles, las personas de distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es una sola, la del amor, que todos entienden. Es lo contrario de lo que pasó en Babel. Este es el mensaje teológico del relato de los Hechos. Dios-Espíritu-amor hace de todos los pueblos uno, “destruyendo el muro que los separaba, el odio”. Durante los primeros siglos el Espíritu fue el alma de la comunidad. Se sentían guiados por él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción y se dejaba guiar por él.

Jesús promueve una fraternidad cuyo lazo de unidad es el Espíritu-Dios. Para las primeras comunidades, Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única fuerza de cohesión era la fe en Jesús que seguía presente en ellos por el Espíritu. No duró mucho esa vivencia generalizada y pronto dejó de ser comunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica. Cuando faltó la cohesión interna, hubo necesidad de buscar la fuerza de la ley para subsistir como comunidad.

“Obediencia” fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto equivocado de obediencia, quedamos desconcertados, porque descubrimos que no fue obediente en absoluto, ni a sus familiares, ni a los sacerdotes, ni a la Ley, ni a las autoridades civiles. Pero se atrevió a decir: “mi alimento es hacer la voluntad del Padre”. La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es nuestro verdadero ser.

Para salir de una falsa obediencia debemos entrar en la dinámica de la escucha del Espíritu que todos poseemos y nos posee por igual. Tanto el superior como el inferior, tienen que abrirse al Espíritu y dejarse guiar por él. Conscientes de nuestras limitaciones, no solo debemos experimentar la presencia de Espíritu, sino que tenemos que estar también atentos a las experiencias de los demás. Creernos privilegiados, o superiores con relación a los demás, anulará una verdadera escucha del Espíritu.

Meditación

Dios-Espíritu es la base de todo proceso espiritual.
El místico, lo único que hace es descubrir y vivir esa presencia.
La experiencia mística es conciencia de unidad
porque mi yo se ha fundido en el YO.
No te esfuerces en encontrar a Dios ni fuera ni dentro.
Deja que Él te encuentre a ti y te transforme.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Con las puertas bien cerradas.

Domingo, 31 de mayo de 2020
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puertas-cerradasUn barco en el puerto es seguro, pero no es para eso para lo que se construyen las naves; navegad en el mar y haced cosas nuevas (Paulo Coelho en El peregrino de Compostela)

31 de mayo. DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Jn 20, 19-23

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas por miedo de los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio de ellos y les dice: Paz con vosotros 

Apenas cierra Dios una puerta, y ya tiene una ventana abierta.

“El Señor asegura los pasos del hombre y se ocupa de sus caminos” (Sal 37, 23)

Y Jesús, esperándonos siempre con las puertas de su corazón abiertas de par en par, invitándonos a que entremos por ellas, disfrutemos del paisaje que desde su interior se contempla en plenitud de luz y de color: Turner y Monet lo hubieran tenido fácil para su paleta, siempre también saturada de irisaciones y sol.

La imagen de la puerta se repite 33 veces en la Biblia: 17 en el Antiguo Testamento y 13 en el Nuevo. En el Evangelio generalmente se refiere a la de la casa, la del hogar doméstico, donde encontramos seguridad, amor, calor.

Una puerta, que es Jesús, nunca está cerrada. Esta puerta está abierta siempre y a todos, sin distinción, sin exclusiones, sin privilegios. Transcribimos algunas de las citas:

Entonces el sumo sacerdote Eliasib se levantó con sus hermanos los sacerdotes y edificaron la puerta de las Ovejas; la consagraron y asentaron sus hojas (Nehemías 3, 1)

Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, alzaos vosotras, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria (Salmos 24, 7)

Le daré sus viñas desde allí, y el valle de Acor por puerta de esperanza (Oseas 2,15)

Entonces Jesús les dijo de nuevo: En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas (Juan 10, 7)

Pedid y os darán, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán (Mateo 7, 7)

Sus puertas nunca se cerrarán de día, pues allí no habrá noche (Apocalipsis 21, 25)

Y Paulo Coelho, en El peregrino de Compostela, nos invita a seguir navegando por un océano de puertas bien abiertas: “Un barco en el puerto es seguro, pero no es para eso para lo que se construyen las naves; navegad en el mar y haced cosas nuevas”. 

Pedro Soto de Rojas, poeta del Culteranismo, pide que le abran las puertas.

PERSUASIÓN

Traslada el curso de las rejas duro
con sordos pasos a las blandas puertas,
que, si pretendes las del alma abiertas,
rotas las tiene ya mi llanto puro.

Ya es pretérito el tiempo que, futuro,
pudiera hacer mis esperanzas ciertas;
las horas miro a mis espaldas muertas,
que pretendí para vivir seguro.

Abre las puertas, ángel riguroso,
para que goce con descanso amigo,
tras tormento de amor, de amor reposo;

abre, si no las puertas, un postigo;
abre, que amor no es mal contagioso
ni es, aunque tira flechas, enemigo.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Pascua de Pentecostés. Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar.

Domingo, 31 de mayo de 2020
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pentecostes-8Jn 20, 19-23

Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. En su despedida, Jesús nos embarca en su misión y para ella nos regala su Espíritu. Jesús se va de esta vida terrena pero nos deja su Espíritu que estará con nosotros todos los días para que renovemos la faz de la tierra.

En nuestro año litúrgico, Pentecostés cierra el ciclo Pascual. En el evangelio de Juan, el Día de la Resurrección (con todos los acontecimientos de ese día, “el primer día de la semana”) es el final del texto escrito, según dice el autor, “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. En el fragmento que leemos hoy, el envío de los discípulos y la donación del Espíritu, cierra la misión terrenal de Jesús y abre el tiempo y misión de los discípulos.

El escenario en que Juan nos coloca hoy es el “primer día de la semana”; los discípulos están reunidos con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús “se aparece” y como corresponde a las apariciones después de muerto, lo primero que hace Jesús es mostrar sus manos y costado para que no crean que es una alucinación, para que confíen en lo que están experimentado, soy yo, el crucificado, no tengáis miedo. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Saludo habitual en el Jesús glorificado: Paz a vosotros. Contraste: Muertos de miedo y llenos de alegría por ver al Señor.

Este relato hay que leerlo como parte de la experiencia pascual de la comunidad de Juan. La comunidad experimenta que su vida ha sido transformada por Jesús, que son una nueva creatura gracias a que Jesús vive, es el Viviente y su Espíritu está con ellos y les empuja a la evangelización. Si no leemos el texto desde la experiencia pascual no entendemos nada.

En el primer día de la semana. ¿Qué día? ¿Qué semana? En el día de la Resurrección. El día de Juan no es de 24 horas de nuestros calendarios y relojes. Muerto Jesús, el tiempo del que hablamos no se mide por días, horas y minutos. Es ya eternidad. No tiempo, no espacio. No materia, sólo Espíritu y Vida. “El primer día de la semana” recuerda el Génesis. Es tiempo de nueva creación, del hombre nuevo. Del hombre re-nacido, en plenificación. Vuelto a nacer (Nicodemo). Con vida biológica y Vida divina, eterna, definitiva. Dios crea, Jesús y el Espíritu plenifican. He venido a que tengan Vida y Vida abundante. El Espíritu es “dador de Vida”. El hombre es barro pero “soplado”. Como el cristal. Materia con el Aliento de Dios. Con su Espíritu. Polvo, pero habitado por el Espíritu de Dios.

En el Génesis, libro de los orígenes, el soplo divino vivifica a la arcilla, en Pentecostés el soplo engendra Espíritu divino en los discípulos. Este Espíritu divino es luz, fuerza y libertad en ellos. El Espíritu inspira, sopla, alienta, empuja, arrastra. Todo esto es necesario para la misión encomendada. Todo son metáforas y símbolos: Viento, fuego, aliento, paloma (yo prefiero golondrina, por su libertad, más ágil que la paloma).

Soplo, Vida, Espíritu y envío. El Espíritu es necesario para la realización de la misión que Jesús va a encomendar a sus discípulos. Continuar el proyecto salvador-liberador iniciado por Jesús. Hacer realidad el reinado de Dios en la tierra. Trabajar por un mundo más humano, más digno y habitable para todos los hombres. Cumplir el sueño de Dios para la humanidad. Ser luz y sal del mundo. Espíritu es un don gratuito para servicio de la humanidad. Así tenemos que vivir los dones y frutos del Espíritu que aprendimos en el catecismo.

Hablemos de nuestra experiencia del Espíritu. La experiencia de Dios, de su Espíritu, en nosotros es como la experiencia de Dios que Jesús tuvo al salir de las aguas del Jordán. Como Jesús se siente lleno del Espíritu de Dios y con su fuerza, confía en él y empieza su vida pública. Le empuja al desierto y de allí a Galilea, a Nazaret. Así en nosotros. Es Dios actuando en nuestra vida. Como luz, fuerza, aliento, ardor, paz, amor. Los dones y los frutos del Espíritu.

Hoy es el día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. A los laicos nos dice Jesús hoy: “Como el Padre me envió, yo os envío. Os envío con la misma misión que a mí me dio el Padre: dar la vida por la Vida del mundo. Para eso os doy mi espíritu, el Espíritu del Padre. Que es luz y fuerza.” El Mensaje del papa Francisco al Congreso de Laicos celebrado en febrero en Madrid nos invitaba a: Caminar juntos en comunidad, con libertad interior y valentía. Es la hora de los laicos. La Iglesia, como pueblo de Dios en salida hacia los otros para echarles una mano, tocar sus heridas, animarlos, acompañarlos. Laico en salida: con iniciativa, en comunidad y sinodalidad. Nos animaba a ser protagonistas de la misión salvífica de Jesús en la vida cotidiana. Allí donde estamos. En este mundo y este siglo. Me gusta la definición de laico que he oído a Juan Antonio Estrada: cristiano en el mundo. Cristiano en la cotidianidad.

Para finalizar mi comentario y como resumen de lo dicho elevo mi oración glosando la Secuencia al E.S que rezamos hoy en la Liturgia: “Ven espíritu divino y renueva la faz de la tierra”. Traducción: No tienes que venir. Ya estás en nosotros. Ayúdanos a descubrirte, a tomar conciencia de tu luz y fuerza en nosotros. Renuévanos como personas e Iglesia. Renuévanos, es decir, libéranos del miedo, de la mediocridad, del clericalismo, de la indiferencia y ayúdanos a vivir con la fe-confianza en tu fuerza en nosotros y comprometidos con el reinado de Dios, en autenticidad y coherencia, con libertad, iniciativa y creatividad. Que así sea.

África De La Cruz Tomé,
31. 5. 2020.

Fuente Fe Adulta

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Paz

Domingo, 31 de mayo de 2020
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Montes-amanecerFiesta de Pentecostés

31 mayo 2020

Somos paz. De hecho, cuando no se añaden agitaciones mentales (y emocionales), la paz se hace manifiesta sin ningún esfuerzo. Solo cuando, por diferentes motivos –muchos de ellos, y los más graves, inconscientes–, entramos en la cavilación obsesiva, la paz se oculta a nuestra mirada; pareciera entonces que la alteración, la inquietud, el agobio, la inseguridad ocupan todo nuestro campo de consciencia, hasta el punto de llegar a escuchar una voz que repite machaconamente: “no hay salida”.

       La alteración nace de la mente pensante en el momento mismo en que no aceptamos lo que nos ofrece el instante presente. Pero la mente tiene también motivos que explican su funcionamiento:

  • tendencias ancestrales, como el afán de controlar todo y la exigencia de que todo responda a sus expectativas, así como el egocentrismo que busca el propio beneficio;
  • mecanismos disfuncionales, heredados o aprendidos en la infancia, como la obsesión compulsiva, la rigidez o la culpa;
  • experiencias dolorosas, más o menos traumáticas, que han dejado huella en forma de heridas, de vacíos y de mecanismos de defensa, que terminan volviéndose contra el propio sujeto;

      Todo ese material, fruto de lo heredado y lo aprendido, fue modelando el cableado neuronal, del que depende nuestro modo de pensar, de sentir, de actuar… Con lo cual, a la hora de cambiar aquellos funcionamientos disfuncionales, nos topamos con la arraigada inercia cerebral que los tiende a repetir una y otra vez. Eso explica que, a pesar de tantos esfuerzos, comprobemos que nuestros intentos de cambio parezcan fracasar repetidamente.

         La buena noticia se llama ahora, desde la ciencia, neuroplasticidad. La inercia puede revertirse con una práctica perseverante que permita, en un proceso de reeducación, establecer nuevas conexiones neuronales y, con ello, un modo nuevo y creativo de relacionarnos con nuestra propia mente.

     En esa tarea de reeducación ocupan un lugar destacado la práctica de la atención –centrada en el cuerpo, en la respiración, en la acción que desarrollamos…–, la observación de la mente y el silencio, unido todo ello al cuidado del amor humilde e incondicional hacia sí mismo.

      Decía más arriba que toda alteración nace de la mente pensante. Pues bien, cuando aprendemos a observarla, la “mente pensante” se va silenciando y va ocupando más espacio la “mente observada”. La primera nos tiraniza sin límite; la segunda nos sirve con docilidad.

        En ese camino venimos a descubrir que la paz no es “algo” que hayamos de conseguir o que tengamos que recibir de una divinidad exterior. Paz es lo que somos en todo momento. Y lo experimentamos siempre que somos capaces de silenciar nuestra mente pensante.

¿Vivo mi mente como “dueña de casa” o como servidora?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La Torre de Babel es como una campaña electoral. Pentecostés es entendimiento

Domingo, 31 de mayo de 2020
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

  1. Jesús, inclinando la cabeza, entregó su espíritu (Jn 19,30).

El relato de Pentecostés, como el de la Ascensión no son hechos estrictamente históricos en el sentido de que fuesen hechos espectaculares con “fuegos artificiales incluidos” (lenguas de fuego).

En la tradición (evangelio) de Juan Pentecostés acontece en la cruz, cuando Jesús: inclinando la cabeza entregó su espíritu a aquella pequeña comunidad naciente simbolizada en la madre del Señor y el Discípulo amadO, que estaban al pie de la cruz.

Pentecostés es la presencia, la continuidad del espíritu del Señor en los creyentes y en las comunidades cristianas.

  • No me imagino que tengamos una trilogía de dioses: Padre, Hijo y Espíritu al estilo de los eclesiásticos que se nos imponen en las diócesis (iglesias locales): un obispo y unos cuantos vicarios. Dios y Pentecostés no son nada de eso, ni se aproxima lo más mínimo. Ni el Espíritu es el nuncio o embajador de Dios en la tierra
  • Además sería una barbaridad pensar que el Espíritu hablara exclusivamente por voz de los obispos, como si tuvieran el monopolio de la revelación. El Espíritu habla por medio los creyentes [1], habla por medio de la cultura, de los acontecimientos de cada día, habla por voz de los necesitados.

         Rahner explicaba un poco -solamente un poco- estas cosas, y decía: Lo que Dios sea en sí mismo, “hacia adentro” (la Trinidad inmanente) lo desconocemos del todo. Lo que sí sabemos es lo que Dios ha hecho por nosotros (Trinidad económica): salvarnos. De manera que lo que sabemos y hemos recibido de Dios por medio de Jesús es salvación y solamente salvación.

Por otra parte, toda persona tenemos un modo de ser, un tono vital. Toda institución tiene un estilo, un talante.

Unos tienen un hálito legalista: no dan un paso “si no es en presencia de su abogado”, otros viven en misericordia. Francisco, el obispo actual de Roma tiene un espíritu evangélico de cercanía a los pobres, de apertura. El espíritu del P Arrupe respecto de la Iglesia y de la Teología de la Liberación era completamente diferente al espíritu de Ratzinger.

No es lo mismo ir al tribunal eclesiástico de la diócesis que a la mesa de Aterpe (comedor social): el tono y el espíritu son muy distintos. Las comunidades eclesiales suelen tener un espíritu, un estilo: los pobres presiden la vida de las Hijas de la Caridad. La contemplación y el trabajo rigen la vida contemplativa de las abadías y monasterios, es el estilo (espíritu) de la vida monacal benedictina, Císter, etc. La inserción en el mundo, en la vida laboral es el carisma del movimiento de los “curas obreros”.

No es lo mismo el espíritu eclesial del Vaticano II que conocimos y vivimos que el espíritu en el que hemos vivido y estamos viviendo durante los cuarenta años posteriores al Concilio y a Pablo VI. Hemos vivido un esquema eclesiástico acartonado, más bien alcanforado y con nostalgia de formol.

Todos tenemos un espíritu y vivimos en un estilo.

  1. Jesús tenía un buen espíritu: santo: paz, alegría y misión

Jesús tenía y tiene un buen espíritu, un Espíritu santo. Jesús tenía y vivía (vive) de un ideal [2], que es el Reino de los cielos: “Reino de justicia de amor y de paz”, solemos cantar en nuestras liturgias. ¿Qué otra cosa es el Reino de Dios sino libertad, justicia, perdón y paz? Y ¿qué otra cosa es el espíritu cristiano sino libertad, bondad, misericordia y acogida?

A modo de ejemplo, -siempre limitado-, cuando un chico y una chica se casan, son dos personas, “tú y yo”. Pero desde su encuentro -en esa vida- surge un “nosotros”, una familia que tiene un modo, un espíritu peculiar de entender la vida, de celebrar, de trabajar.

El espíritu de Jesús y de Dios Padre es bueno, porque entre ellos brota la bondad, que anima, consuela, hace comprender la vida…

         Los primeros momentos de la iglesia los vivieron casi a oscuras (al atardecer) a pesar de que ya era de día en la mañana de Pascua, y bien encerrados y con miedo (¿confinados?).

Cuando Jesús, el Señor, se hace presente en una persona en una comunidad, en una diócesis confiere alegría, paz, ilusión, misión (salida) y perdón.

También hoy vivimos con miedo a todo: a la pandemia, a las ideologías, a una jerarquía (no todos) ultramontana. El miedo es más fuerte que todas las seguridades. El miedo es muy humano, y la salida del miedo está en la confianza y la confianza en JesuCristo, que es la piedra angular, la roca que nos salva

Vivimos encerrados a pesar del mandato de Jesús y de que Francisco desea una “Iglesia en salida”: Id por todo el mundo…

La lectura del libro de los Hechos nos dice que terminaron por entenderse los que hablaban lenguas e intereses diversos. Se llenaron de un tono conciliador y de entendimiento. El mito de la Torre de Babel es lo más parecido a la lucha por el poder en una campaña electoral o en el “fuego cruzado” de los nombramientos eclesiásticos. Cuando es el espíritu es el poder, no hay quien se entienda. En Pentecostés hay un buen espíritu, un espíritu santo: amor, paz, comprensión. Por eso, se entendieron. La mayor parte de los siete dones del Espíritu de Jesús, hacen referencia al entendimiento, la comprensión, la sabiduría, etc…

  1. Un texto muy significativo

Jesús no hizo nunca una campaña electoral, pero sí que en su discurso programático de Jesús, cuando comienza su tarea en Nazaret podemos ver que:

El Espíritu del Señor esta sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año de gracia de Dios. (Lucas 4,18-19)

         El espíritu cristiano, el espíritu de Jesús es buena noticia (Evangelio), libertad, audacia, luz (atardecer), bondad, gratuidad, alegría, paz y perdón. entendimiento y comprensión

El Espíritu de Jesús vendrá a nuestra vida personal, a nuestras parroquias, a nuestra diócesis, a las comunidades religiosas en la medida en que busquemos y vivamos en verdad (luz), libertad y en paz, respetándonos y perdonándonos; amando y buscando la verdad, respetando a “partos, medos, elamitas, vascos y españoles, blancos y negros.

El Espíritu del Señor estará entre nosotros cuando seamos capaces de respetar y cultivar con libertad y sin totalitarismos teologías diversas, plurales, la teología de la liberación y otras más clásicas, celebrando con creatividad la Eucaristía, la penitencia con absolución individual y general.

Vivir en tal estilo de Jesús es bueno, hace bien, construye nuestra vida.

  1. La persona espiritual no triunfa en esta vida.

Muchas veces no nos será fácil ni cómodo vivir conforme al Espíritu de Jesús. La persona espiritual no triunfa en esta vida: ni en el orden político, ni en el orden económico, ni en el cultural, ni en el eclesiástico. Pensemos en tantos y tantos que han amado la Verdad, la Utopía, la cultura, el Reino de Dios; pensemos en tantos y tantos que han vivido y han muerto humildemente, entregados a la misión, a la Verdad, al sindicalismo, a la ciencia; médicos entregados a su vocación y a los enfermos, humildes maestros vocacionados y entregados, religiosos y religiosas sencillos que han vivido del idealismo del Reino de Dios, padres y madres de familia que han procurado sembrar el Espíritu del Señor.

Solía decir el P. Llanos que él vivió el evangelio como un fracasado. Su esperanza fue siempre más escatológica que histórica. Mantuvo una esperanza y un espíritu fuertes entendidos simplemente el término de un deseo transcendente, una nostalgia de Dios.

  1. Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: recibid el espíritu santo.

         “Exhalar el aliento” es la misma expresión que emplea el Génesis cuando Dios inspira su hálito vital sobre el barro humano.

Entonces Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente. (Gn 2,7).

         Los humanos por nosotros mismos somos un puñado de barro. Muchas veces en la vida andamos, como los primeros discípulos, tristes, decepcionados por las mil circunstancias que nos pueden sobrevenir.

Nos hace bien vivir del espíritu del Señor, tener su tono vital, “consuelo” y bondad. Necesitamos también unos ideales nobles y sanos, un espíritu bueno para llegar a ser vivientes, humanistas, creativos. Algo de todo eso es el espíritu que Dios y Cristo nos infunden. Vivimos cuando estamos impregnados de respeto, convivencia, libertad, paz.

Recibid espíritu santo

[1] Resulta curioso cómo en el Vaticano I  la infalibilidad era una prerrogativa del papa, en el Vaticano II la infalibilidad se amplía al colegio episcopal (colegialidad. Y ya el papa Francisco dice que la infalibilidad es una nota de toda la Iglesia (laicos incluidos).

[2] los que somos de mayo del 68´, le llamaríamos utopía.

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“Vivir en la Verdad de Jesús”. 17 de mayo de 2020. 6 Pascua (A). Juan 14, 15-21.

Domingo, 17 de mayo de 2020
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1398445799_315714_1398446224_album_normalNo hay en la vida una experiencia tan misteriosa y sagrada como la despedida del ser querido que se nos va más allá de la muerte. Por eso el evangelio de Juan trata de recoger en la despedida última de Jesús su testamento: lo que no han de olvidar nunca.

Una cosa es muy clara para el evangelista. El mundo no va a poder «ver» ni «conocer» la verdad que se esconde en Jesús. Para muchos, Jesús habrá pasado por este mundo como si nada hubiera ocurrido; no dejará rastro alguno en sus vidas. Para ver a Jesús se necesitan unos ojos nuevos. Solo quienes lo amen podrán experimentar que está vivo y hace vivir.

Jesús es la única persona que merece ser amada de manera absoluta. Quien lo ama así no puede pensar en él como si perteneciera al pasado. Su vida no es un recuerdo. El que ama a Jesús vive sus palabras, «guarda sus mandamientos», se va «llenando» de Jesús.

No es fácil expresar esta experiencia. El evangelista la llama el «Espíritu de la verdad». Es una expresión muy acertada, pues Jesús se va convirtiendo en una fuerza y una luz que nos hace «vivir en la verdad». Cualquiera que sea el punto en que nos encontremos en la vida, acoger en nosotros a Jesús nos lleva hacia la verdad.

Este «Espíritu de la verdad» no hay que confundirlo con una doctrina. No se encuentra en los libros de los teólogos ni en los documentos del magisterio. Según la promesa de Jesús, «vive con nosotros y está en nosotros». Lo escuchamos en nuestro interior y resplandece en la vida de quien sigue los pasos de Jesús de manera humilde, confiada y fiel.

El evangelista lo llama «Espíritu defensor», porque, ahora que Jesús no está físicamente con nosotros, nos defiende de lo que nos podría separar de él. Este Espíritu «está siempre con nosotros». Nadie lo puede asesinar, como a Jesús. Seguirá siempre vivo en el mundo. Si lo acogemos en nuestra vida, no nos sentiremos huérfanos y desamparados.

Tal vez la conversión que más necesitamos hoy los cristianos es ir pasando de una adhesión verbal, rutinaria y poco real a Jesús hacia la experiencia de vivir arraigados en su «Espíritu de la verdad».

José Antonio Pagola

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“Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor”. Domingo 17 de mayo de 2020. 6º Domingo de Pascua.

Domingo, 17 de mayo de 2020
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28-PascuaA6 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 8,5-8.14-17: Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo
Salmo responsorial: 65: Aclamad al Señor, tierra entera.
1Pedro 3,15-18: Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida
Juan 14,15-21: Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor

La palabra de Felipe, un misionero que lleva el mensaje de Jesús a nuevas fronteras, es escuchada con atención porque hay coherencia entre lo que dice y lo que hace. La palabra y el poder sanador de Felipe son motivo de alegría para la comunidad samaritana. Para que una comunidad se mantenga firme en el evangelio es necesario tener la fuerza y la gracia del Espíritu Santo, algo que solo se logra con la oración, la imposición de las manos como signo de herencia fraterna y el bautismo comprometido con la misión de Jesús. Los discípulos y discípulas de ayer y de hoy tenemos la gracia de haber recibido el Espíritu Santo a través del Bautismo y la imposición de las manos. El Espíritu Santo es el único que puede garantizar el éxito y la eficacia de la misión. Discipulado, Espíritu y misión son las marcas que identifican al misionero de Jesús.

El pasaje de la carta de Pedro insta a la comunidad a ser santos. Una santidad que está siempre ligada al seguimiento y a las consecuencias que esta opción misionera imponga en nuestras vidas.

El Evangelio de Juan nos da la clave del verdadero seguimiento: AMAR. Este amor es el mandamiento que Jesús da a quienes quieran seguirlo. Ser discípulos o discípulas de Jesús implica tener como norma de vida el amor, un amor activo, liberador y eficaz. Ésta es la esencia del Evangelio, éste es el corazón de la vida y la práctica de Jesús, esto es lo que identifica a todos aquellos y aquellas que han asumido su misión.

Jesús teme por el futuro de sus discípulos. Sabe que las fuerzas del mal son poderosas y no escatiman esfuerzos para eliminar a las fuerzas del bien. Reconoce que sus discípulos no tienen todavía la formación y la convicción necesaria para enfrentar estas fuerzas malignas. Por esto, en un gesto de amor profundo, Jesús le pide al Padre que derrame el Espíritu sobre los discípulos de ayer y de hoy, para no dejarnos huérfanos, para que permanezca siempre con nosotros en la continuidad de la misión. Mientras el mundo permanece ciego, el Espíritu permite a los discípulos de Jesús reconocerlo en los hermanos. En el amor a los demás se reconoce el verdadero rostro de Jesús. Sólo el amor, al que somos llamados, es garantía de la presencia de Dios en nosotros y en nuestras comunidades. Si el amor es la clave del seguimiento de Jesús, tendremos que preguntarnos que estamos haciendo en nuestra vida y en nuestras comunidades para impregnar el mundo de amor, un amor que con la fuerza del Espíritu, permita que la verdad, la justicia y la fraternidad sean las huellas del Reino en el mundo de hoy.


La 1ª lectura, tomada del libro de los Hechos, nos presenta a Felipe predicando a los samaritanos en su capital. Es una noticia inusitada si tenemos en cuenta la enemistad tradicional entre judíos y samaritanos, tan presente en los evangelios, en pasajes como la parábola del buen samaritano (Lc 10,29-37), o la conversación de Jesús con la samaritana (Jn 4,1-42) o en otros pasajes más breves (Mt 10,5; Lc 9,51-56; 17,16; Jn 8,48). Los judíos consideraban a los samaritanos como herejes y extranjeros (cfr. 2Re 17,24-41) pues, aunque adoraban al único Dios y vivían de acuerdo con su ley, no querían rendir culto en Jerusalén, ni aceptaban ninguna revelación ni otras normas que las contenidas en el Pentateuco. Los samaritanos pagaban a los judíos con la misma moneda, pues los habían hostigado en los períodos de su poderío y habían llegado a destruir su templo en el monte Garitzín. Por todo esto nos parece sorprendente encontrar a Felipe predicando entre ellos, en su propia capital, y con tanto éxito como sugiere el pasaje que hemos leído, hasta concluir con un hermoso final: que su ciudad, la de los samaritanos, “se llenó de alegría”.

Esta obra evangelizadora que rompe fronteras nacionales, que supera odios y rivalidades ancestrales, provocando en cambio la unidad y la concordia de los creyentes, es obra del Espíritu Santo, como comprueban los apóstoles Pedro y Juan, que con su presencia en Samaria confirman la labor de Felipe. Se trata de una especie de Pentecostés, de venida del Espíritu Santo sobre estos nuevos cristianos procedentes de un grupo tan despreciado por los judíos. Para el Espíritu divino, no hay barreras ni fronteras. Es Espíritu de unidad y de paz.

La 2ª lectura sigue siendo, como en los domingos anteriores, un pasaje de la 1ª carta de Pedro. Escuchamos una exhortación que con frecuencia se nos repite y recuerda: que los cristianos debemos estar dispuestos a «dar razón de nuestra esperanza» a todo el que nos la pida. ¿Por qué creemos, por qué esperamos, por qué nos empeñamos en confiar en la bondad de Dios en medio de los sufrimientos de la existencia, las injusticias y opresiones de la historia? Porque hemos experimentado el amor del Padre, y porque Jesucristo ha padecido por nosotros y por todos, para darnos la posibilidad de llegar a la plenitud de nuestra existencia en Dios. Por esta misma razón el apóstol nos exhorta a mostrarnos pacientes en los sufrimientos, contemplando al que es modelo perfecto para nosotros, a Jesucristo, el justo, el inocente, que en medio del suplicio oraba por sus verdugos y los perdonaba. La breve lectura termina con la mención del Espíritu Santo por cuyo poder Jesucristo fue resucitado de entre los muertos.

A quince días de que termine la cincuentena pascual, la Iglesia comienza a prepararnos para la gran celebración que la concluirá: la de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. La manifestación pública de la Iglesia. Podríamos decir que su inauguración –teológicamente hablando, no históricamente hablando–. En la lectura del evangelio de san Juan, tomada de los discursos de despedida de Jesús que encontramos en los capítulos 13 a 17 de su evangelio, el Señor promete a sus discípulos el envío de un “Paráclito”, un Defensor o Consolador, que no es otro que el Espíritu mismo de Dios, su fuerza y su energía, Espíritu de verdad porque procede de Dios que es la verdad en plenitud, no un concepto, ni una fórmula, sino el mismo Ser Divino que ha dado la existencia a todo cuanto existe y que conduce la historia humana a su plenitud.

Los grandes personajes de la historia permanecen en el recuerdo agradecido de quienes les sobreviven, tal vez en las consecuencias benéficas de sus obras a favor de la humanidad. Cristo permanece en su Iglesia de una manera personal y efectiva: por medio del Espíritu divino que envía sobre los apóstoles y que no deja de alentar a los cristianos a lo largo de los siglos. Por eso puede decirles que no los dejará solos, que volverá con ellos, que por el Espíritu establecerá una comunión de amor entre el Padre, los fieles y El mismo.

El «mundo» (en el lenguaje de Juan) no puede recibir el Espíritu divino. El mundo de la injusticia, de la opresión contra los pobres, de la idolatría del dinero y del poder, de las vanidades de las que tanto nos enorgullecemos a veces los humanos. En ese mundo no puede tener parte Dios, porque Dios es amor, solidaridad, justicia, paz y fraternidad. El Espíritu alienta en quienes se comprometen con estos valores, esos son los discípulos de Jesús.

Esta presencia del Señor resucitado en su comunidad ha de manifestarse en un compromiso efectivo, en una alianza firme, en el cumplimiento de sus mandatos por parte de los discípulos, única forma de hacer efectivo y real el amor que se dice profesar al Señor. No es un regreso al legalismo judío, ni mucho menos. En el evangelio de San Juan ya sabemos que los mandamientos de Jesús se reducen a uno solo, el del amor: amor a Dios, amor entre los hermanos. Amor que se ha de mostrar creativo, operativo, salvífico. Leer más…

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17.5.20 Las siete obras de Cristo ¿Cumple hoy la Iglesia las siete obras de Cristo, y aún mayores? ¿Como las cumple?

Domingo, 17 de mayo de 2020
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Codexaureus_25Del blog de Xabier Pikaza:

Unos milagros al alcance de las manos

15.05.2020 | Pikaza

En un sentido, parece la Iglesia no cumple esas siete obras de Cristo, y aún mayores…, como seguirá viendo quien lea. Ciertamente, hace mucho en esa línea, es quizá el grupo social que más hace. Pero muchos añaden que no las cumple de un modo suficiente, quizá porque no sabe (¡cree que lo de Jesús es otra cosa!) o porque  no puede o porque prefiere hacer otras cosas.

No es que la Iglesia en conjunto piense que el evangelio de Juan se ha equivocado al insistir en la siete obras que presentaré a continuación. Pero da la impresión de que algunos suponen que esas obras de Jesús eran de otro tiempo, y que los buenos ministros de la Iglesia tienen que hacer otras cosas.Juzgue quien siga leyendo.

Sea como fuere, quienes mejor cumplen esas obras de Cristo no son los ministros oficiales de la iglesia, sino otros, menos oficiales, pero quizá más evangélicos:  Miles de “religiosas” de caridad, voluntarios de cáritas y de servicios sociales, hombres y mujeres de toda raza, lengua y lugar que creen en el evangelio y en las siete obras de Jesús.

El pasado domingo (10.5.20) escribí una postal sobre estas obras según el evangelio del día (Jn 14, 1‒12), donde Jesús terminaba diciendo Os aseguro: quien cree en mí, hará él también las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo voy al Padre (Jn 14, 12).

Puse la postal también en FB y casi nadie se dio por aludido. Me puse a ver la TV y a escuchar las misas de la radio, y todos los curas y obispos hablaban de cosas importantes, con vírgenes de mayo y coronavirus, pero nadie planteó el tema central de esas obras (como si no lo hubieran leído hasta el evangelio hasta el final, o no supieran qué decir sobre el tema): hacer la obras de Cristo y aún mayores.

El que más se acercó fue mi querido alumno Atilano de Sigüenza, en la 13, pero también él se quedó con la Virgen amada de Barbantona… Por eso pensé, voy a esperar una semana y hacer yo un sermoncito en RD sobre las siete obras de Cristo, tal como aparecen en el evangelio de Juan, que para eso estudié el tema en mi tesis de Roma sobre R. Bultmann, y el otro libro sobre  las obras de misericordia.

51Sz-4Rc1dLVolveré a decir que estás palabras (¡quien cree en mí harás las obras que yo hago, y aún mayores!) son quizá las más escandalosas y urgentes del evangelio de Juan (y quizá del NT). Hemos creído en Jesús, le hemos divinizado en el sentido fuerte de la palabras (ya en el Concilio de Nicea, año 325); le hemos puesto en la gran peana de todos los altares de la Iglesia para adorarle, pero no sé si hacemos sus obras y aún mayores. Así me ha dicho un amigo:

O se equivoca Jesús cuando nos dice que las hagamos o nos equivocamos nosotros, que no sabemos, no queremos o no podemos. Ciertamente, hay que distinguir las obras

‒ La más importante es que creamos. En el fondo, según el evangelio de Juan,  lo que importa es que creamos. Que creamos en Dios, en la vida, en nosotros mismos, unos en otros. La obra es creer, es decir, vivir de fe, de amor activo… Por eso el dicho de Jesús empieza “quien crea en mí” (quien crea como yo, conmigo…). Esta es la obra “crear”, es decir, crear queriendo…

Pero esa fe se expresa en las siete obras ejemplares de Jesús…  En un sentido se les puede llamar “milagros”, pero no son milagros externos, de esos de “mago”, sino los “milagros de la vida”, los milagros de la fe. Por eso el evangelio les llama “señales” (sêmeia), signos de la fe, de la transformación de la vida.

Todas son obras humanas:  que la gente crea, vida, ande… El  evangelio de Juan dice quee Jesús hizo muchas más obras (Jn 20, 30‒31), de manera que si se escribieran todas no cabrían en todos loe libros del mundo (Jn 21,25 ), pero las siete son las principales

    evangelio-juan  Dicen los expertos que Juan empezó ordenando las siete obras  en un librito pequeño, y que después, cuando podía, añadía un largo comentario a cada obra, o a las más importantes (el sermón del paralítico, el de la multiplicación, el del ciego etc.). Y sin más introducción presentó ya cada una de las obras:

1º Obra: Bodas de Caná, que la gente se case bien casada, con fiesta de vino para toda la vida (Convertir el agua en vino: Jn 2, 1‒11).

 Éste es el tema: Pasar de la religión y de la vida como agua penitencial y de leyes y leyes a las bodas con vino abundante. Fijaos bien, el evangelio empieza con un chico y una chica que parece que se quieren, pero después no pueden, falta vino. Fijaos mejor, a la boda viene “todo cristo”, hasta la Virgen María, con un “arquitriclino”, que es un tipo experto en leyes, ceremonias y vino. Pero nada, sigue la boda, hay mucha agua, mucha ley, hasta seis “hidrias” de las grandes. Pero pronto se acaba el vino.

En la gran tristeza de las bodas sin vino (la gente se casa, descasa y recasa, con toda ceremonia… pero falta el vino) está el “resquicio de la buena madre” que dice a Jesús “aquí falta el vino, tiene que hacer algo…”. Esta es la primera obra de Jesús, la primera obra de la iglesia. No sé si los curas de iglesia se tienen que casar o no, eso sigue siendo un tema de leyes de hidrias de agua de purificaciones.  El tema es si los curas con obispos y toda la parafernalia están ahí para animar a la gente (chicos, chicas y mayores) a casarse bien con mucho amor de vino.

Animar a la gente a que se case, y se case con vino, no con aguas de leyes. Esa es la primera obra de Jesús… que nos dice “yo hice lo que pude”, pero añadiendo “le pediré al Padre Dios, os mandaré el Espíritu santo, y tendréis que hacerlo mejor.

54ea45ae6c2bf8427b20c4e7137dbc62¿Qué hace la iglesia en general con esta obra de Jesús? Ciertamente, la cuenta y explica de un modo más o menos moralista. Pero, va la iglesia a las bodas de la gente para animar la fiesta con vino.  Normalmente solemos andar por el mundo con miedo en los ojos, con mucho derecho, con poco evangelio, si se abre la iglesia para la misa de las 11 o no se abre, si hay o distancia en los bancos, si el cepillo electrónico funciona… Pero de vino más bien poco.  ¿Qué significaría en general que la Iglesia fuera a las bodas con más evangelio y menos miedo. ¿A todas las bodas? ¿Incluso o, sobre todo, a las homosexuales, a las bodas de la gente a la que se le acaba el vino?

2ª obra. Jesús cura al hijo enfermo del “reyezuelo” (4, 46‒ 54). Después de las bodas, celebradas de un modo o de otro suelen venir los niños… Y así vuelve Jesús, como si nada, para ver cómo andas las cosas, y se acerca a Caná, y le sale e “reyezuelo” diciendo que se le muere el niño.

81hrEdwXBpL Ésta es una obra extraña, que el evangelio de Juan no comenta después como las otras. Quizá no hace falta. El hecho está claro. Sucede, como dicho,  en el entorno de Caná, el sitio de las bodas. El protagonista es un “reyezuelo” (es decir, un funcionario de la corte de Antipas, a quien el texto le llama “basilicós” (de la casa real, reyecito).

Este reyezuelo debe ser un tipo con cierto poder. Forma parte de la “corte de los milagros del rey Herodes Antipas”. Normalmente se decía que este tipo de gentes de la administración eran hábiles y se hacían ricos con el dinero que robaban a los “hijos” de los pobres. Así, sin más…  Debe ser rico, no se dice que sea buena (al contrario, el texto supone que, siendo quien era, debía ser malo… pero su hijo está muriendo viene a Jesús para decirlo que su hijo se muere. Toma a Jesús como el “milagrero de la zona”: Tiene que hacerle un milagro

El texto no habla de la mujer de la mujer/madre (debe estar por Cafarnaúm, en la casa de familia, con el niño que se muere, mientras el padre anda por ahí haciendo política y sacando dinero de ello, mientras y el propio hijo se le muere. ¿Por qué se le muere? ¡No le sabe ni quiere cuidar‒educar a pesar de su dinero (o por su mismo dinero). Así viene a  Jesús y le pide ayuda… y se la ofrece, pero diciéndole que lo resuelva él mismo, que crea y quiere de verdad a su hijo, que asuma la vida, que se fije en lo importante.

Jesús no le pide “dinero” a este reyezuelo, no baja con él a Cafarnaum, simplemente le dice que “crea”, que cuide a su hijo, que se olvide de negocios de “régulos”.Ésta a la obra, éste es el milagro: Que Jesús convenza a este tipo duro, reyezuelo, que deje de andar merodeando por ahí, por dinero, y se vaya con su mujer y su hijo, que crea en el hijo, que le escuche, que le abrace, que le cure.

¿Qué hace la iglesia con los hijos de los reyezuelos de este mundo? ¿Cómo dice a los padres que cuiden y animen a sus hijos, día a día, hora tras hora, sin dejarlos ante la TV sin más o sin “echarlos” a la escuela de pago o pago para que hagan otros lo que ellos no hacen? Éste es la tarea: No basta que los padres se casen con vino, sino que les llegue el vino bueno de la vida para los niños. Ésta es la segunda obra de la iglesia. Jesús no dice si los curas han de tener hijos propios o no, eso es secundario,  sino que les dice que animen y ayuden a los padre para cuidar, animar, hacere crecer en amor a los hijos. Leer más…

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