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Domingo de Pentecostés. Ciclo C.

Domingo, 5 de junio de 2022
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pentecostes1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles que Pablo encontró cierta vez en Éfeso un grupo de cristianos desconocidos. Algo debió de resultarle raro porque les preguntó: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando comenzasteis a creer?” La respuesta fue rotunda: “Ni siquiera hemos oído que hay un Espíritu Santo”. Si Pablo nos hiciera hoy la misma pregunta, muchos cristianos deberían responder: “Sé desde niño que existe el Espíritu Santo. Pero no sé para qué sirve, no influye nada en mi vida. A mí me basta con Dios y con Jesús”. Esta respuesta sería sincera, pero equivocada. Las palabras que acaba de pronunciar las ha dicho impulsado por el Espíritu Santo. Tiene más influjo en su vida de lo que él imagina. Y esto lo sabemos gracias a las discusiones y peleas entre los cristianos de Corinto.

La importancia del Espíritu (1 Corintios 12,3b-7.12-13)

Los corintios eran especialistas en crear conflictos. Una suerte para nosotros, porque gracias a sus discusiones tenemos las dos cartas que Pablo les escribió. La que originó la lectura de hoy no queda clara, porque el texto, para no perder la costumbre, ha sido mutilado. Quien se toma la pequeña molestia de leer el capítulo 12 de la Primera carta a los Corintios, advierte cuál es el problema: algunos se consideran superiores a los demás y no valoran lo que hacen los otros. Con una imagen moderna, como si un arquitecto despreciase, y considerase inútiles, al delineante que elabora los planos, al informático que trabaja en el ordenador, al capataz que dirige la obra y, sobre todo, a los obreros que se juegan a veces la vida en lo alto del andamio.

La sección suprimida en la lectura (versículos 8-11) describe la situación en Corinto. Unos se precian de hablar muy bien en las asambleas; otros, de saber todo lo importante; algunos destacan por su fe; otros consiguen realizar curaciones, y hay quien incluso hace milagros; los más conflictivos son los que presumen de hablar con Dios en lenguas extrañas, que nadie entiende, y los que se consideran capaces de interpretar lo que dicen.

Pablo comienza por la base. Hay algo que los une a todos ellos: la fe en Jesús, confesarlo como Señor, aunque el César romano reivindique para sí este título. Y eso lo hacen gracias al Espíritu Santo.

Esta unidad no excluye diversidad de dones espirituales, actividades y funciones. Pero en la diversidad deben ver la acción del Espíritu, de Jesús y de Dios Padre. A continuación de esta fórmula casi trinitaria, insiste en que es el Espíritu quien se manifiesta en esos dones, actividades y funciones, que concede a cada uno con vistas al bien común.

Además, el Espíritu no solo entrega sus dones, también une a los cristianos. Gracias al él, en la comunidad no hay diferencias motivadas por el origen (judíos – griegos) ni por las clases sociales (esclavos – libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también elimina las diferencias basadas en el género (varones – mujeres). Hoy día somos especialmente sensibles a la diferencia de género. No podemos imaginar lo que suponía en el siglo I las diferencias entre un esclavo (por más cultura que tuviese) y un ciudadano libre, ni entre un cristiano de origen judío (algunos se consideraban lo mejor de lo mejor) y un cristiano de origen pagano, recién bautizado (para algunos, un advenedizo). [Solo hay un tema en el que ha fracasado el Espíritu: en unir a independentistas y nacionalistas].

En definitiva, todo lo que somos y tenemos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros.

Hermanos: Os manifiesto que nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no es movido por el Espíritu. Hay diversidad de dones espirituales, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de funciones, pero el mismo Señor; diversidad de actividades, pero el mismo Dios, que lo hace todo en todos. A cada cual se le da la manifestación del Espíritu para el bien común. Del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, con ser muchos, forman un cuerpo, así también Cristo. Porque todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, fuimos bautizados en un solo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido del mismo Espíritu.

¿Cómo comenzó la historia? Dos versiones muy distintas.

            Si a un cristiano con mediana formación religiosa le preguntan cómo y cuándo vino por vez primera el Espíritu Santo, lo más probable es que haga referencia al día de Pentecostés. Y si tiene cierta cultura artística, recordará el cuadro de El Greco, aunque quizá no haya advertido que, junto a la Virgen, está María Magdalena, representando al resto de la comunidad cristiana (ciento veinte personas, según Lucas). Pero hay otra versión muy distinta: la del evangelio de Juan.

            La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)

            Lucas es un entusiasta del Espíritu Santo. Ha estudiado la difusión del cristianismo desde Jerusalén hasta Roma, pasando por Siria, la actual Turquía y Grecia. Conoce los sacrificios y esfuerzos de los misioneros, que se han expuesto a bandidos, animales feroces, viajes interminables, naufragios, enemistades de los judíos y de los paganos, para propagar el evangelio. ¿De dónde han sacado fuerza y luz? ¿Quién les ha enseñado a expresarse en lenguas tan diversas? Para Lucas, la respuesta es clara: todo es don del Espíritu.

            Por eso, cuando escribe el libro de los Hechos, desea inculcar que su venida no es solo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Algo que se prepara con un largo período de oración (¡cincuenta días!), y que acontecerá en un momento solemne, en la segunda de las tres grandes fiestas judías: Pentecostés. Lo curioso es que esta fiesta se celebra para dar gracias a Dios por la cosecha del trigo, inculcando al mismo tiempo la obligación de compartir los frutos de la tierra con los más débiles (esclavos, esclavas, levitas, emigrantes, huérfanos y viudas).

            En este caso, quien empieza a compartir es Dios, que envía el mayor regalo posible: su Espíritu. Y lo envía no solo a los apóstoles (los obispos) sino a toda la comunidad, «unas ciento veinte personas».

            El relato de Lucas contiene dos escenas (dentro y fuera de la casa), relacionadas por el ruido de una especie de viento impetuoso.

            Dentro de la casa, el ruido va acompañado de la aparición de unas lenguas de fuego que se sitúan sobre cada uno de los presentes. Sigue la venida del Espíritu y el don de hablar en distintas lenguas. ¿Qué dicen? Lo sabremos al final.

            Fuera de la casa, el ruido (o la voz de la comunidad) hace que se congregue una multitud de judíos de todas partes del mundo. Aunque Lucas no lo dice expresamente, se supone que la comunidad ha salido de la casa y todos los oyen hablar en su propia lengua. Desde un punto de vista histórico, la escena es irreal. ¿Cómo puede saber un elamita que un parto o un medo está escuchando cada uno su idioma? Pero la escena simboliza una realidad histórica: el evangelio se ha extendido por regiones tan distintas como Mesopotamia, Judea, Capadocia, Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, Libia y Cirene, y sus habitantes han escuchado su proclamación en su propia lengua. Este “milagro” lo han repetido miles de misioneros a lo largo de siglos, también con la ayuda del Espíritu. Porque él no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios».

            Al llegar el día de pentecostés, estaban todos los discípulos juntos en el mismo lugar. De repente un ruido del cielo, como de viento impetuoso, llenó toda la casa donde estaban. Se les aparecieron como lenguas de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse.

            Había en Jerusalén judíos piadosos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al oír el ruido, la multitud se reunió y se quedó estupefacta, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Fuera de sí todos por aquella maravilla, decían: «¿No son galileos todos los que hablan? ¿Pues cómo nosotros los oímos cada uno en nuestra lengua materna? Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y el Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las regiones de Libia y de Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras lenguas las grandezas de Dios».

La versión de Juan 20, 19-23

            Muy distinta es la versión que ofrece el cuarto evangelio. En este breve pasaje podemos distinguir cuatro momentos: el saludo, la confirmación de que es Jesús quien se aparece, el envío y el don del Espíritu.

El saludo es el habitual entre los judíos: “La paz esté con vosotros”. Pero en este caso no se trata de pura fórmula, porque los discípulos, muertos de miedo a los judíos, están muy necesitados de paz.

Ese paz se la concede la presencia de Jesús, algo que parece imposible, porque las puertas están cerradas. Al mostrarles las manos y los pies, confirma que es realmente él. Los signos del sufrimiento y la muerte, los pies y manos atravesados por los clavos, se convierten en signo de salvación, y los discípulos se llenan de alegría.

Todo podría haber terminado aquí, con la paz y la alegría que sustituyen al miedo. Sin embargo, en los relatos de apariciones nunca falta un elemento esencial: la misión. Una misión que culmina el plan de Dios: el Padre envió a Jesús, Jesús envía a los apóstoles. [Dada la escasez actual de vocaciones sacerdotales y religiosas, no es mal momento para recordar otro pasaje de Juan, donde Jesús dice: “Rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies”].

El final lo constituye una acción sorprendente: Jesús sopla sobre los discípulos. No dice el evangelistas si lo hace sobre todos en conjunto o lo hace uno a uno. Ese detalle carece de importancia. Lo importante es el simbolismo. En hebreo, la palabra ruaj puede significar “viento” y “espíritu”. Jesús, al soplar (que recuerda al viento) infunde el Espíritu Santo. Este don está estrechamente vinculado con la misión que acaban de encomendarles. A lo largo de su actividad, los apóstoles entrarán en contacto con numerosas personas; entre las que deseen hacerse cristianas habrá que distinguir entre quiénes pueden ser aceptadas en la comunidad (perdonándoles los pecados) y quiénes no, al menos temporalmente (reteniéndoles los pecados).

En la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: «¡La paz esté con vosotros!».

            Y les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

            Él repitió: «¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros».

            Después sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos».

Reflexión final

            Los textos dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla. Hoy es buen momento para pensar en lo que hemos recibido del Espíritu y lo que podemos pedirle que más necesitemos.

El don de lenguas

«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).

El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo.

El segundo fenómeno es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).

Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.

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Domingo de Pentecostés. 06 junio, 2022

Domingo, 5 de junio de 2022
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“…el Espíritu Santo, (…),

será quien os lo enseñe todo

y os vaya recordando todo lo que os he dicho.”

(Jn 14, 25-26)

 

¡Bienvenida, Santa Ruah!

Año tras año te espero impaciente, esta noche es como la noche de Reyes, vienes tú con tus siete dones y yo te espero entre ilusionada y nerviosa.

¿Qué me regalarás este año? Y sea el año que sea, y me encuentre como me encuentre, ¡aciertas! Me das justo lo que necesito.

Fortaleza, Piedad, Temor de Dios, Ciencia, Sabiduría, Entendimiento y Consejo ¡SIETE! Y aunque con los años ya me han ido tocando todos, y alguno más de una vez, la verdad es que siempre son nuevos.

Pero te diré algo: es verdad que me ilusiona recibir algo de ti, pero sobre todo me ilusiona recibirTE a ti, Espíritu Santo, como esa hermosa persona de la Trinidad que eres, conversar contigo, dejar que seas tú quien me lo enseñe todo y me vayas recordando las palabras y los gestos de Jesús.

Sí, me gusta descubrirte como presencia cercana, viva. Como presencia amiga. Más, mucho más que un fuego, una paloma… También tú, Santa Ruah, eres Trinidad, eres Dios como lo son el Padre y el Hijo. Y es así, cercana como una mano amiga, como te descubro yo en mi vida. Y me alegra inmensamente tenerte de nuevo entre mis cosas, en mi cotidianidad en este tiempo especial, en este nuevo pentecostés.

¡Bienvenida Santa Ruah! ¡Entra!, y ponlo todo a tu gusto, ¡estás en tu casa!

Entra en nuestra Iglesia y en nuestras iglesias, en nuestras comunidades y en nuestros corazones y haz lo que tú sabes: ¡descolócanos!

¡Haz sonar la música del Reino! ¡Y sácanos a bailar! a danzar, que nada ni nadie se quede quieto.

Y para terminar oremos con esa oración que resuena a través de los siglos:

Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

***

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El Espíritu no tiene que venir de ninguna parte.

Domingo, 5 de junio de 2022
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PENTECOSTÉS (C)

Jn 20,19-23

Rematamos el tiempo pascual con tres fiestas. Pentecostés, Trinidad y Corpus. Las tres hablan de Dios. Pero no desde el punto de vista filosófico o científico sino en cuanto se relaciona con cada uno de nosotros. De la realidad de Dios en sí mismo no sabemos nada; pero podemos experimentar su presencia como realidad que fundamenta y sostiene nuestra realidad, no desde fuera, sino desde lo hondo del ser. Pentecostés propone la relación con Dios que es Espíritu y hasta qué punto podemos descubrirlo.

Pentecostés, es una fiesta eminentemente pascual. Sin la presencia del Espíritu, la experiencia pascual no hubiera sido posible. La totalidad de nuestro ser está empapada de Dios-Espíritu. Es curioso que se presente la fiesta de Pentecostés en los Hechos, como la otra cara del episodio de la torre de Babel. Allí el pecado dividió a los hombres, aquí el Espíritu los congrega y une. Siempre es el Espíritu el que nos lleva a la unidad y por lo tanto el que nos invita a superar la diversidad que es fruto de nuestro falso yo.

El relato de los Hechos que hemos leído es demasiado conocido, pero no es tan fácil de interpretar. Pensar en un espectáculo de luz y sonido nos aleja del mensaje que quiere trasmitir. Lucas nos está hablando de la experiencia de la primera comunidad, no está haciendo una crónica periodística. En el relato utiliza los símbolos que había utilizado ya el AT. Fuego, ruido, viento. Los efectos de esa presencia no quedan reducidos al círculo de los reunidos, sino que sale a las calles, donde estaban hombres de todos los países.

El Espíritu está viniendo siempre. Mejor dicho, no tiene que venir de ninguna parte. (Lucas narra en los Hch, cinco venidas del Espíritu). Las lecturas que hemos leído nos dan suficientes pistas para no despistarnos. En la primera se habla de una venida espectacular (viento, ruido, fuego), haciendo referencia a la teofanía del Sinaí. Coloca el evento en la fiesta judía de Pentecostés, convertida en la fiesta de la renovación de la alianza. La Ley ha sido sustituida por el Espíritu. Juan habla de su venida el día de Pascua.

No es fácil superar errores. No es un personaje distinto del Padre y del Hijo, que anda por ahí haciendo de las suyas. Se trata del Dios UNO más allá de toda imagen. No es un don que nos regala el Padre o el Hijo sino Dios como DON absoluto que hace posible todo lo que podemos llegar a ser. No es una realidad que tenemos que conseguir a fuerza de oraciones y ruegos, sino el fundamento de mi ser, del que surge todo lo que soy.

Es difícil interpretar la palabra “Espíritu” en la Biblia. Tanto el “ruah” hebreo como el “pneuma” griego, tienen una gama tan amplia de significados que es imposible precisar a qué se refieren en cada caso. El significado predominante es una fuerza invisible pero eficaz que se identifica con Dios y que capacita al ser humano para realizar tareas que sobrepasan sus posibilidades. El significado primero era el espacio entre el cielo y la tierra, de donde los animales sorben la vida y nos abre una perspectiva muy interesante.

Los evangelios dejan muy claro que todo lo que es Jesús, se debe a la acción del Espíritu: “concebido por el Espíritu Santo.” “Nacido del Espíritu.” “Desciende sobre él el Espíritu.” “Ungido con la fuerza del Espíritu”. “Como era hombre lo mataron, como poseía el Espíritu fue devuelto a la vida”. Está claro que la figura de Jesús no podría entenderse si no fuera por la acción del Espíritu. Pero no es menos cierto que no podríamos descubrir lo que es realmente el Espíritu si no fuera por lo que Jesús, desde su experiencia, nos ha revelado.

Hoy se quiere resaltar que gracias al Espíritu, algo nuevo comienza. De la misma manera que al comienzo de la vida pública Jesús fue ungido por el Espíritu en el bautismo y con ello queda capacitado para llevar a cabo su misión, ahora la tarea encomendada a los discípulos será posible gracias a la presencia del mismo Espíritu. De esa fuerza, nace la comunidad, constituida por personas que se dejan guiar por el Espíritu para llevar a cabo la misión. No se puede hablar del Espíritu sin hablar de unidad e integración y amor.

La experiencia inmediata, que nos llega a través de los sentidos, es que somos materia, por lo tanto, limitación, contingencia, inconsistencia, etc. Con esta perspectiva nos sentiremos siempre inseguros, temerosos, tristes. La Experiencia mística nos lleva a una manera distinta de ver la realidad. Descubrimos en nosotros algo absoluto, sólido, definitivo que es más que nosotros, pero es también parte de nosotros mismos. Esa vivencia nos traería la verdadera seguridad, libertad, alegría, paz, ausencia de miedo.

No se trata de entrar en un mundo diferente, acotado para un reducido número de personas, a las que se premia con el don del Espíritu. Es una realidad que se ofrece a todos como la más alta posibilidad de ser, de alcanzar una plenitud humana que todos debíamos proponer como meta. Cercenamos nuestras posibilidades de ser cuando reducimos nuestras expectativas a logros puramente biológicos, psicológicos, intelectuales. Si nuestro verdadero ser es espiritual y nos quedamos en la exclusiva valoración de la materia, devaluamos nuestra trayectoria humana y reducimos el campo de posibilidades.

La experiencia del Espíritu es de cada persona concreta, pero empuja siempre a la construcción de la comunidad, porque, una vez descubierta en uno mismo, en todos se descubre esa presencia. El Espíritu se otorga siempre “para el bien común”. Fijaros que, en contra de lo que se cuenta, no se da el Espíritu a los apóstoles, sino a los discípulos, es decir, a todos los seguidores de Jesús. La trampa de asignar la exclusividad del Espíritu a la jerarquía se ha utilizado para justificar privilegios, control y poder.

El Espíritu no produce personas uniformes como si fuesen fruto de una clonación. Es esta otra trampa para justificar toda clase de imposiciones y sometimientos. El Espíritu es una fuerza vital y enriquecedora que potencia en cada uno las diferentes cualidades y aptitudes. La pretendida uniformidad no es más que la consecuencia de nuestro miedo, o del afán de confiar en el control de las personas y no en la fuerza del mismo Espíritu.

En la celebración de la eucaristía debíamos poner más atención a esa presencia del Espíritu. Un dato puede hacer comprender cómo hemos ido devaluando la presencia del Espíritu en la celebración de la eucaristía. Durante muchos siglos el momento más importante de la celebración fue la epíclesis, es decir, la invocación del Espíritu que el sacerdote hacer sobre el pan y el vino. Solo mucho más tarde se confirió un poder especial, que ha llegado a ser mágico, a las palabras que hoy llamamos “consagración”.

La primera lectura nos invita a una reflexión muy simple: ¿hablamos los cristianos, un lenguaje que puedan entender hoy todos los hombres? Mucho me temo que no, porque no nos dejamos llevar por el Espíritu, sino por nuestras programaciones ideológicas. Solo hay un lenguaje que pueden entender todos los seres humanos, el lenguaje del amor.

 

Toda vida espiritual es obra del Espíritu.
Que esa obra se lleve a cabo en mí, depende de mí mismo.
Yo necesito a Dios para ser.
Él me necesita para manifestarse.
No debo manipularlo, sino dejar que me cambie.
No soy yo el que amo, sino Dios que ama en mí.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El viento de Dios.

Domingo, 5 de junio de 2022
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Jn 20, 19-31

«Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”»

El espíritu de Dios se cernió sobre la Tierra poniendo orden en el caos primitivo, se coló por las narices del muñeco de barro para que en el mundo pudiese haber amor, tolerancia, libertad, felicidad… suscitó profetas que guiasen a los hombres y mujeres por el camino de la vida y sopló como un huracán en Jesús de Nazaret.

El texto de hoy nos presenta al Espíritu empapando a los discípulos encerrados en Jerusalén tras la muerte de Jesús. Aquellos hombres y mujeres habían creído en él y lo habían dejado todo por seguirle, pero durante todo el tiempo que permanecieron a su lado estuvieron creyendo mal. Estuvieron creyendo que era el mesías esperado por Israel, el que iba a expulsar a los romanos e instaurar un reino de paz y justicia como nunca se había visto otro en el mundo… Y hasta discutían por ver cómo se iban a repartir los altos cargos de ese reino.

Pero subieron a Jerusalén y todo se desbarató.

La muerte de Jesús en la cruz supuso un golpe demoledor para su fe, porque los hechos demostraban que Dios no estaba con él, sino con los sacerdotes que lo habían vencido. Quizás en un primer momento esperaron que bajase de la cruz, o que resucitase tal como ellos le habían entendido, pero pasaron las horas, pasaron los días, y fueron perdiendo la esperanza.

Dicen los especialistas que permanecieron encerrados en Jerusalén hasta que finalizó la Pascua, y que salieron de allí mezclados con los peregrinos que volvían a sus lugares de origen tras celebrarla. Esta interpretación parece corroborada por el propio Juan, quien afirma en su evangelio que regresaron a Galilea y retomaron sus ocupaciones. Pedro, Andrés y los Zebedeos volvieron a la mar.

Su fe había muerto y el mensaje de Jesús parecía irremisiblemente perdido, pero Dios sí que estaba con él, y su Espíritu actuó con tal fuerza sobre ellos, que sus ojos se abrieron definitivamente y al fin creyeron bien. Y recuperaron la esperanza, y con ella recuperaron también el coraje necesario para abrazar con ímpetu arrollador la misión —aparentemente imposible— de proclamar la fe en el profeta crucificado. Dice Lucas en Hechos que en su primera aparición pública se convirtieron tres mil personas.

Sin duda ha sido también el espíritu de Dios el que ha mantenido el mensaje de Jesús hasta nuestros días a pesar de las innumerables barbaridades que sus seguidores hemos cometido en el seno de “su” Iglesia, y ello nos hace albergar la esperanza de que seguirá soplando hasta llevar a la humanidad a plenitud.

Como decía Ruiz de Galarreta «Creer en el viento de Dios es una hermosa profesión de fe en que Dios no está ausente, sino presente y activo de una manera muy concreta: alentando, empujando».

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Me quedo con el asombro.

Domingo, 5 de junio de 2022
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“El exceso de explicación nos aleja del asombro”. Esta afirmación de Ionesco, leída por casualidad, resulta muy inspiradora a la hora de celebrar Pentecostés y nos invita a alejarnos un poco del mundo de los razonamientos teológicos y explorar el mundo de las imágenes y los símbolos a la hora de hablar del Espíritu. Porque, además, es el que empleaba el experto en lenguaje que era Jesús cuando hablaba de candiles, remiendos, rebaños, arcas o pellejos de vino para acercar a nosotros el misterio del Reino.

Partimos de imágenes que tienen el copyright de Pablo pero que seguramente aceptaría que las adaptáramos hoy a otros ámbitos como el deporte, la informática o los negocios. Expresarlas en femenino permite ser coherentes con el lenguaje bíblico que califica como Ruaj, un término femenino, a la fuerza espiritual divina.

“Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de parte del Padre, él dará testimonio de mí.” (Jn 15,26). La palabra “Paráclito” viene de un verbo griego que expresa la acción de confortar, defender, exhortar, animar… Suele traducirse como “defensor”, pensando seguramente en el papel que hace el abogado con su cliente, pero existen otros ámbitos, aparte del jurídico, que iluminan también en qué consiste la acción del Espíritu. Uno de ellos es el del deporte y, dentro de él, la figura del entrenador de un atleta o de un equipo es un personaje que simboliza bien esa acción de “estar a favor”, de implicarse, de emplear todas sus energías, saberes y estrategias al servicio de los que entrena. Y no hay nadie que tenga más empeño que él en conseguir que jueguen bien y que alcancen la victoria los aquellos a los que ha dedicado su tiempo y su esfuerzo. En este juego de nuestra vida cristiana, sabemos que podemos contar siempre con una “Entrenadora” que está siempre de nuestra parte, que nos anima y nos estimula, que conoce bien nuestros recursos y también nuestros fallos y que puede enseñarnos a sacar partido de todo ello para conseguir la victoria.

“El Espíritu lo sondea todo, incluso las profundidades de Dios” (1Cor 2,10). Al intercambiar sin demasiado esfuerzo el verbo “sondear” por el de “navegar”, uno de los verbos más utilizados en informática, encontramos en ese lenguaje expresiones que permitirían hablar de la Ruaj como Navegadora” porque “permite acceder”, “abre ventanas”, “posibilita la búsqueda de respuestas…” Si la elegimos como Navegadora por defecto, nos dará acceso a la experiencia de la inmerecida generosidad y abrirá nuestras ventanas a la compasión, la solidaridad y el perdón.

“Habéis sido sellados con el Espíritu Santo…” (Ef 1,13b). “El Espíritu atestigua que somos hijos de Dios” (Rom 8,16). Si estamos ante un lenguaje de mercado y el consumo que habla de marcas, sellos de calidad y etiquetas ¿no podemos llamar a la Ruaj “Controladora” de nuestra denominación de origen? Ella nos marca con un sello que atestigua quiénes somos y nos recuerda nuestra verdadera procedencia: “No habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos que nos permite clamar: “Abba, Padre” (Rom 8, 14). “Sois raza escogida, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para proclamar la grandeza del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa”, proclama la Primera carta de Pedro (2,9) y Pablo no dejaba que los Filipenses olvidaran qué nacionalidad figuraba en su “pasaporte”: “Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos recibir al Señor Jesucristo…” (Fil 3,20).

Solo necesitamos desplegar nuestras velas” y dejar que la Ruaj nos conduzca hacia ese Dios de la donación, la abundancia, la generosidad y el exceso que se nos ha revelado en Jesús.

De todas maneras, quien siga prefiriendo evocar al Espíritu como dulce huésped del alma, sombra en medio del bochorno, brisa que nos refresca o llama que derrite nuestro hielo…, está en su derecho y para ser totalmente sincera, me parece que también yo.

Dolores Aleixandre RSCJ

Fuente Fe Adulta

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La Alegría nace de ver.

Domingo, 5 de junio de 2022
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Fiesta de Pentecostés

5 junio 2022

Jn 20, 19-23

Se llenaron de alegría al ver al Señor”, se lee en el cuarto evangelio, en el contexto de los relatos de apariciones. Ahora bien, en un sentido profundo o espiritual, la alegría de la que aquí se habla no es fruto del reencuentro con una persona querida que se había dado por perdida; ni siquiera es consecuencia de la fe en un salvador celestial que ofrece paz. Es sabido que, en el nivel mítico de consciencia, la divinidad se proyecta “fuera”, en un Ser separado a quien se reconoce y adora como salvador. Sin embargo, más allá de esa lectura, el término “Señor” apunta a una realidad, no solo más “cercana”, sino constitutiva de nuestra identidad.

Con esta clave, “Señor” es una metáfora que alude a aquello que constituye el eje, el centro o el núcleo mismo de lo que somos. Aquello que ostenta el “señorío” de lo real. Aquello que somos, más allá de nuestro cuerpo, de nuestra mente, de nuestro psiquismo, de nuestra historia, de nuestras circunstancias, en definitiva, más allá de nuestra persona. Aquello que podemos experimentar como Presencia consciente, el Fondo lúcido y luminoso, ante lo que todo lo demás palidece.

Y sucede exactamente así: al “verlo”, al experimentarlo vivo en nosotros, al reconocerlo como nuestro centro (o “Señor”), al comprender que somos Eso en nuestra identidad profunda, brota la alegría incondicionada.

La alegría que merece ese nombre -alegría profunda y sin objeto, más allá de las circunstancias que nos puedan acontecer- nace de “ver” lo que somos. Y no se trata de una creencia que requiera una adhesión por parte de la mente; no es un acto de fe. Se trata, más bien, de una experiencia profunda de comprensión a la que tenemos acceso en la medida en que, gracias al silencio, aprendemos a “ver” más allá de la mente y de las creencias aprendidas.

Tú no eres nada que puedas observar o nombrar. Tú eres Eso que es consciente de todo lo que puedes observar, el Fondo y que sostiene todas las formas, el único “Señor” que permanece en medio de todos los vaivenes de la impermanencia.

¿Dónde se apoya mi alegría?  ¿Cómo la cultivo?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Se puede ser muy religioso, pero muy poco o nada espiritual y se puede ser poco o nada religioso pero de gran hondura espiritual

Domingo, 5 de junio de 2022
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9F195DDB-FED9-425A-9B1C-EEBA577894C4Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- El ser humano es espiritual por naturaleza.

    En todas las culturas y en gran parte de las filosofías el ser humano es considerado como a dos tiempos: materia y espíritu, cuerpo y alma, materia y forma, etc.

El ser humano tiene una dimensión corpórea, material y, al mismo tiempo, es también espiritual, transcendente. Somos y tenemos un universo espiritual de apertura “más allá” de la pura materialidad. Todo el mundo de los símbolos, de la poesía, de la transcendencia es en el fondo ser espiritual.

02.- No es lo mismo ser espiritual que ser religioso.

Que los humanos seamos espirituales no significa que tengamos un temperamento algo melifluo y dado a ciertas prácticas religiosas, cuando no mágicas o supersticiosas. Ser espiritual tampoco significa que una persona milite en una religión.

Ser espiritual significa que somos abiertos a todo lo que “se produce o se pueda dar en la historia”. [1]

En las lenguas románicas (provenientes del latín), las palabras que llevan la componente “sp”, “spc” ó “xpc” hacen referencia al futuro, a la apertura del ser humano hacia el futuro: espera, esperanza, expectativa, expectación, espectáculo, etc. miran hacia el futuro.

    Somos seres siempre en búsqueda, en camino, abiertos al futuro. La persona espiritual está siempre abiertas.

Se puede ser muy religioso, pero muy poco o nada espiritual y se puede ser poco religioso pero de gran hondura espiritual. [2]

Estamos viendo y padeciendo fundamentalismos religiosos dentro y fuera del mundo eclesiástico. Eso no es ser espiritual, sino fanáticos de unos ritos, dogmas o costumbres religiosas, cuando no de un mundo supersticioso.

03.- El ateo y un estado laico también son espirituales.

Uno puedo ser ateo o increyente. Si es una opción seria, es una posibilidad válida en la vida. Una sociedad, un estado puede optar por ser laico o aconfesional. Son elecciones serias y legítimas en la organización de los pueblos.

Pero que una persona o un pueblo sean aconfesionales no significa que dejen de ser personas y sociedades espirituales. Toda persona y grupo humano habrá de cuidar siempre su dimensión espiritual. Cultivar la dimensión espiritual del ser humano no significa una serie de prácticas religiosas, sino valorar y cuidar la esperanza y el sentido de la vida, la paz y la libertad, la ética, el arte, la delicadeza personal, la transcendencia, las tradiciones de un pueblo, etc…

No se puede zanjar de un plumazo la dimensión espiritual del ser humano y de la sociedad. Habríamos perdido el humanismo

04.- El espíritu de Jesús

Jesús tenía y tiene un buen espíritu, un Espíritu santo, bueno. Jesús tenía y vivía (vive) de un ideal, que es el Reino de los cielos: “Reino de justicia de amor y de paz”. ¿Qué otra cosa es el Reino de Dios sino libertad, justicia, perdón y paz? Y ¿qué otra cosa es el espíritu cristiano sino libertad, bondad, misericordia y acogida?

El espíritu de Jesús y de Dios Padre es bueno, porque de él brota la bondad, que anima, consuela, hace comprender la vida…

El evangelio de hoy nos habla de la presencia del Espíritu de Jesús resucitado en la iglesia naciente. Tal espíritu confiere alegría, paz y perdón.

06.- Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: recibid el espíritu santo.

    “Exhalar el aliento” es la misma expresión que emplea el Génesis cuando Dios inspira su hálito vital sobre el barro humano (siempre dentro del mito).

Entonces Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente. (Gn 2,7).

    Los humanos por nosotros mismos somos un puñado de barro. Muchas veces en la vida andamos, como los primeros discípulos, tristes, decepcionados por las mil circunstancias que nos pueden sobrevenir.

    Somos vivientes, humanos cuando tenemos espíritu, el espíritu de Dios.

    Jesús “exhaló su aliento”, su paz, su bondad y misericordia sobre nosotros

Nos hace bien vivir del espíritu, tener tono vital, “consuelo”, bondad. Necesitamos también unos ideales nobles y sanos, un espíritu bueno para llegar a ser vivientes, humanistas, creativos. Algo de todo eso es el espíritu que Dios y Cristo nos infunden. Vivimos cuando estamos impregnados de respeto, convivencia, libertad, paz

recibid espíritu santo

[1] Decía K, Rahner que ser espíritu-espiritual significa que el hombre es absoluta apertura hacia toda “palabra” que se produce en la historia, (Oyente de la palabra, 73).

[2] Los fanatismos son muy religiosos pero nada espirituales.

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Orar donde la vida duele. De profundis, vigilia de Pentecostés

Sábado, 4 de junio de 2022
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E01D6E45-808A-469C-8C02-23EE30401033Del blog de Xabier Pikaza:

En la antigua liturgia cristiana, la Vigilia de Pentecostés está marcada por el descenso de Cristo al infierno, es decir  a los “infiernos de una humanidad vencida por el hambre y sed, la opresión, violencia y muerte de una historia de Dios que los hombres estamos destruyendo.

En esa línea, Iglesia oriental sigue representando el cumplimiento de la pascua y la espera de Pentecostés  con la imagen de Jesús que desciende a las profundidades de la historia de muerte y opresión humana) para liberar a todos los  condenados del infierno de opresión del mundo para hacerles participantes de su resurrección.

He desarrollado este “artículo” central de la fe en diversos libros, en especial en el Diccionario de la Biblia.  Lo he uelto a desarrollar para la revista “orar”,num  330, año 2022.Desde ese fondo quiero presentar hoy dos breves reflexiones que no sirven para exponer el tema en su totalidad, sino para situarlo.

| X Pikaza Ibarrondo

La cárcel de la historia, lugar de Dios, en espera de Pentecostés.  Una reflexión desde Mt 25, 31-46   

 Al final de su lista de los necesitados humanas, tras los hambrientos-sedientos-extranjeros-desnudos-enfermos, como para indicar que en ellos se condensan y culminan todos los “males de Dios”, Mt 25, 31‒46 presenta a los encarcelados, esto es, a los hombres y mujeres a quienes la sociedad encierra (expulsa) como peligrosos. Precisamente ellos aparecen así como más cercanos a Jesús, Hijo de Dios que ha sido expulsado de la “viña” (de la buena sociedad) y condenado a muerte, pues no cabe en la “casa” de la “buena” sociedad dominadora (cf. Mt 21, 43).Para liberar a los encarcelados de la historia humana se ha encarnado de Dios. Por eso, la fiesta de Dios culmina en este Pentecostés de la liberación universal.

Sin duda, algunos encarcelados representan un peligro para la vida de los demás (por perturbación psíquica o tendencias agresivas/homicidas insuperables), y no es sensato que queden sin más en libertad.

Pero la mayor parte de los encarcelados de este mundo son enfermos y víctimas de una falta de educación y de una violencia social.

Todos los encarcelados de la historia de la humanidad son víctimas de la opresión de lo diabólico, y Cristo se ha identificado con ellos para ligerarlos del infierno del mal y de la  muerte

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  Jesús se identifica con todos ellos, y así quiere ofrecerles (recibir en ellos) una presencia humana de cuidado.

Jesús no define el posible pecado moral y social de esos encarcelados, ni instituye una dinámica de tipo judicial, para saber si son o no culpables (cf. Mt 7, 1), sino que pide a sus seguidores y a todos los que quieren responder en amor a la presencia del Dios Trinidad que les visiten/atiendan (les cuiden), definiendo así la cárcel como “casa trinitaria”.  Así se expresa la gran paradoja del evangelio:

Jesús pide a los hombres que visiten/ayuden a los encarcelados, no que les “castiguen” ni que les condenan. En esa línea, los cristianos están llamados no sólo a perdonarles (en el caso de que sean culpables), sino a servirles con su visita y cuidado personal. Eso significa que ellos no pueden condenarles, mandándoles a un tipo de infierno, que sería ya irrecuperable, sino que han de entender la cárcel como espacio de ayuda a los necesitados y como lugar de terapia para los culpables, es decir, como “casa activa de la Trinidad”, laboratorio de amor.

 Ese mismo Jesús que pide que perdonemos y salvemos a los encarcelados se ha encarnado en la cárcel y muerte de la historia humana… para liberar a todos los hombres y mujeres de la historia humana, iniciando en Pentecostés un camino de liberación universal.

Entendido así, este pasaje (Mt 25, 31-46) nos deja en manos del misterio más hondo de la vida.

(a) Por un lado, el Dios de Jesús (Casa abierta de la Trinidad) se hace presente en los que sufren (hambrientos, sedientos…), y de un modo especial en los encarcelados, y así quiere ayudarles, liberarles de su perdición y acogerles en su casa.

(b) Pero, al mismo tiempo, ese Dios de Jesús de libertad en (por) amor no quiere salvarnos desde fuera (sin nosotros), sino que ha querido iniciar en y don nosotros, por medio del Espiritu de Dios (su Espíritu) un camino de liberadión universa que sea nuestro, humano, dentro de la misma historia.

‒ Éste es, por un lado, el Dios del poder-supremo que entra (se encarna) en el lugar de mayor miseria (en la cárcel), invitándonos a seguirle, desde allí, acompañando a los encarcelados, pues él es el Dios que les libera (Lc 4, 18-19) y ama sin exigirles nada. En esa línea resulta difícil hablar de una cárcel para siempre, de un infierno del que Dios no pueda liberar a los que “quieran” condenarse (¡libremente, no a la fuerza!).

Pero este Dios de la suprema libertad, amor gratuito, que tiene que avisar a los hombres, diciéndoles: ¡Tened cuidado, pues podéis condenaros si es que no ayudáis a los otros! Por puro amor, Dios tiene que indicar a los hombres su riesgo de infierno, advirtiéndoles que puede destruirse si no ayudan a los encarcelados.

 En esta línea, podemos afirmar que Mt 25, 31-46 sólo habla del infierno (es decir, de la cárcel eterna) como aviso para los que no dan de comer ni cuidan los encarcelados,  pues si mantienen esa línea de conducta pueden acabar destruyéndose a sí mismos, en la cárcel que van construyendo con su egoísmo. El Dios de Jesús no quiere en modo alguno la cárcel, y por eso se ha encarnado en los encarcelados para liberarles (pidiendo a los hombres que le ayuden, ayudando a los encarcelados, para crear así la casa de la Trinidad sobre la tierra).

Pero, precisamente por eso, por amor, él proclama su amenaza (¡ay de vosotros!, cf. Lc 6, 20‒26) ante aquellos que no visitan y ayudan a los encarcelados, diciéndoles que pueden destruirse a sí mismos. Ésta no es la “amenaza de Dios”, sino la de aquellos que no quieren a Dios, es decir, a los necesitados de la tierra. No les condena Cristo (¡ha venido a salvarles!), pero tiene que elevar su aviso de amor diciendo que pueden perderse, pues la vida del hombre es gracia y libertad, y el que niega la gracia del amor puede “libremente” condenarse, no por castigo de Dios, sino a pesar del amor de Dios. Éste es el “infierno”: Dios abra su casa trinitaria para todos, pero algunos pueden rechazarla.

2 Orar con (por) los oprimidos,  encarcelados y descartados

Éste es un tema clave de los salmos, en sus dos vertientes: (a) Orar desde el abismo del dolor, de la injusticia y de la muerte, en el borde de la desesperación, como el salmo “de profundis” (Sal 129/130) o el otro aún más intenso y propio del Señor crucificado: “Dios mío ¿por qué me mas abandonado?” (Sal 22/21; Mc 15, 34 par). (b) Orar en comunión (a favor de) los hombres y mujeres del abismo, los hambrientos y sedientos, extranjeros y desnudos, enfermos y encarcelados” (Mt 25, 31-46). Leer más…

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“El Espíritu Santo Te Enseñará Todo”

Lunes, 23 de mayo de 2022
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cristianos_gays_en_americaLa reflexión de hoy es de la colaboradora de Bondings 2.0, Yunuen Trujillo, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí. Yunuen es la autora del nuevo libro, LGBTQ Catholics: A Guide to Inclusive Ministry., (Católicos LGBTQ: Una guía para el ministerio 

Las lecturas litúrgicas de hoy para el Sexto Domingo de Pascua se pueden encontrar aquí.

El Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho. (Juan 14:26)

¿Alguna vez te has sentido desesperado? ¿temeroso? ¿cansado? Estos sentimientos se repiten muy a menudo en el Ministerio LGBTQ. Muchos de nosotros a menudo nos preguntamos por qué tenemos que luchar para crear espacios inclusivos en el único espacio donde las comunidades vulnerables, como la nuestra, deberían estar automáticamente protegidas. ¿Por qué tenemos que crear nuestros propios espacios acogedores? ¿No es esta la responsabilidad de la jerarquía?

Muchos de nosotros hemos sentido miedo durante buena parte de nuestra vida, miedo de ser nosotros mismos, miedo de la respuesta de nuestra familia, miedo de la respuesta de nuestras comunidades, miedo de Dios, entre otras cosas.

El tiempo de tener miedo ha terminado.

Después de que Jesús fue crucificado, los sentimientos de miedo y agotamiento plagaron a los discípulos. No solo su maestro había sido asesinado y condenado, sino que sus esperanzas de lo que Jesús representaba parecían haber muerto con él. Para algunos, Jesús representó una salvación en el ámbito espiritual. Otros vieron a Jesús como un héroe revolucionario que literalmente los liberaría de la pobreza y otros males sociales. Algunos lo vieron como una combinación de ambos. Cualquier cosa que la gente creyera que Jesús iba a traer, parecía haber muerto con él. Los discípulos no entendían lo que vendría después. El Espíritu Santo, el Abogado, soplaría su poder vivificante para marcar un nuevo comienzo.

Más de 2000 años después, nos encontramos en una encrucijada similar. Una Iglesia institucional que tiene demasiado miedo de abrir las ventanas y dejar entrar el aire, demasiado miedo de acercarse a las heridas de aquellos a quienes ha herido, demasiado miedo al cambio, demasiado miedo a perder su poder, ahora está recibiendo una nueva vida. -dando aliento. El Espíritu Santo se está moviendo a través de nosotros, los católicos LGBTQ y nuestras familias. El cambio, el verdadero cambio, no viene de arriba hacia abajo.

Todos estamos llamados a construir el Reino de Dios, en el aquí y ahora. Estamos llamados a no esperar a que suceda el cambio, sino a ser agentes de cambio. Estamos llamados a continuar el trabajo de amor, de compasión o de solidaridad radical que fue la marca registrada de las primeras comunidades cristianas. Estamos llamados a posiciones de liderazgo y a delegar, para que ninguna persona involucrada en el Ministerio LGBTQ sienta que está haciendo todo el trabajo sola. Estamos llamados a conectarnos unos con otros, para que podamos compartir recursos y organizarnos juntos. Estamos llamados a no tener más miedo. No estamos solos.

Nuestro movimiento de base es un movimiento del Espíritu Santo. En la lectura del evangelio de hoy, Jesús dice: “[e]l Espíritu Santo. . . te enseñará todo”. El Espíritu Santo le recuerda a la Iglesia universal que aún hay mucho que aprender acerca de Dios, que aún hay mucho que Dios está revelando acerca de Sí Mismo. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo le recuerda a la Iglesia universal que el único lugar desde donde puede comenzar su camino de aprendizaje y discernimiento es desde un lugar de amor. Amor incondicional, revolucionario, radical; volviendo a sus raíces y estando con Jesús.

Al enraizarnos en Jesús y los Evangelios, dejamos de lado todos los comentarios adicionales, dejando espacio en nuestras mentes y corazones para un nuevo aprendizaje y crecimiento. No se trata de si la Iglesia algún día nos celebrará plenamente como Hijos De Dios; es cuestión de cuándo. El Espíritu Santo no puede ser contenido.

—Yunuén Trujillo, 22 de mayo de 2022

Fuente New Ways Ministry

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Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde… el Defensor, el Espíritu Santo… será quien os lo enseñe todo

Domingo, 22 de mayo de 2022
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A nosotros van dirigidas estas palabras… Jesús nos envía un defensor que nos irá enseñando todo recordando lo que Él nos ha enseñado…

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“Hay que hacer la guerra más dura, que es la guerra contra uno mismo. Hay que llegar a desarmarse.

Yo he hecho esta guerra durante muchos años. Ha sido terrible. Pero ahora estoy desarmado.

Chile Ya no tengo miedo a nada, ya que el Amor destruye el temor.

Estoy desarmado de la voluntad de tener razón, de justificarme descalificando a los demás. No estoy en guardia, celosamente crispado sobre mis riquezas.

Acojo y comparto. No me aferro a mis ideas ni a mis proyectos.

Si me presentan otros mejores, o ni siquiera mejores sino buenos, los acepto sin pesar. He renunciado a hacer comparaciones. Lo que es bueno, verdadero, real, para mí siempre es lo mejor.

Por eso ya no tengo miedo. Cuando ya no se tiene nada, ya no se tiene temor.

Si nos desarmamos, si nos desposeemos, si nos abrimos al hombre-Dios que hace nuevas todas las cosas, nos da un tiempo nuevo en el que todo es posible.

¡Es la Paz!”

*

Atenágoras I (1886-1972),
patriarca de Constantinopla,

*

(en: OLIVIER CLÉMENT, Dialogues avec le Patriarche Athénagoras I, Éd. Fayard, Paris 1969, p.183. Traducido y ofrecido por Xavier Melloni, en Cetr.)

***

El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.

Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me amárais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.”

*

Juan 14, 23-29

***

Sin el Espíritu Santo, es decir, si el Espíritu Santo no nos plasma interiormente y si nosotros no recurrimos a él de manera habitual, prácticamente, puede ocurrir que caminemos al paso de Jesucristo, pero no con su corazón. El Espíritu nos hace conformes en lo íntimo al Evangelio de Jesucristo y nos hace capaces de anunciarlo al exterior (con la vida). El viento del Señor, el Espíritu Santo, pasa sobre nosotros y debe imprimir a nuestros actos cierto dinamismo que le es propio, un estímulo al que nuestra voluntad no permanece extraña, sino que la trasciende. Dios nos dará el Espíritu Santo en la medida en que acojamos la Palabra allí donde la oigamos.

Debería haber en nosotros una sola realidad, una sola verdad, un Espíritu omnipotente que se apoderara de toda nuestra vida, para obrar en ella, según las circunstancias, como espíritu de caridad, espíritu de paciencia, espíritu de mansedumbre, aunque es el único Espíritu, el Espíritu de Dios. Todos nuestros actos deberían ser la continuación de una misma encarnación. Sería preciso que entregáramos todas nuestras acciones al Espíritu que hay en nosotros, de tal modo que se pueda reconocer su rostro en cada una de ellas.

El Espíritu no pide más que esto. No ha venido a nosotros para descansar; es infatigable, insaciable en el obrar; sólo una cosa se lo puede impedir: el hecho de que nosotros, con nuestra mala voluntad, no se lo permitamos, o bien no le otorguemos la suficiente confianza y no estemos convencidos hasta el fondo de que él tiene una sola cosa que hacer: obrar. Si le dejáramos hacer, el Espíritu se mostraría absolutamente incansable y se serviría de todo. Basta con nada para apagar un fuego diminuto, mientras que un fuego inflamador lo consume todo. Si fuéramos gente de fe, podríamos confiarle al Espíritu todas las acciones de nuestra ¡ornada, sean cuales sean, y las transformaría en vida-

*

Madeleine Delbrél,
Indivisibile amore. Frammenti di lettere,
Cásale Monferrato 1994, pp. 43-45, passim

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“El gran regalo de Jesús”. 6 Pascua – C (Juan 14,23-29)

Domingo, 22 de mayo de 2022
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06-PASC-CSiguiendo la costumbre judía, los primeros cristianos se saludaban deseándose mutuamente la «paz». No era un saludo rutinario y convencional. Para ellos tenía un significado más profundo. En una carta que Pablo escribe hacia el año 61 a una comunidad cristiana de Asia Menor, les manifiesta su gran deseo: «Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones».

Esta paz no hay que confundirla con cualquier cosa. No es solo una ausencia de conflictos y tensiones. Tampoco una sensación de bienestar o una búsqueda de tranquilidad interior. Según el evangelio de Juan, es el gran regalo de Jesús, la herencia que ha querido dejar para siempre a sus seguidores. Así dice Jesús: «Os dejo la paz, os doy mi paz».

Sin duda recordaban lo que Jesús había pedido a sus discípulos al enviarlos a construir el reino de Dios: «En la casa en que entréis, decid primero: “Paz a esta casa”». Para humanizar la vida, lo primero es sembrar paz, no violencia; promover respeto, diálogo y escucha mutua, no imposición, enfrentamiento y dogmatismo.

¿Por qué es tan difícil la paz? ¿Por qué volvemos una y otra vez al enfrentamiento y la agresión mutua? Hay una respuesta primera tan elemental y sencilla que nadie la toma en serio: solo los hombres y mujeres que poseen paz pueden ponerla en la sociedad.

No puede sembrar paz cualquiera. Con el corazón lleno de resentimiento, intolerancia y dogmatismo se puede movilizar a la gente, pero no es posible aportar verdadera paz a la convivencia. No se ayuda a acercar posturas y a crear un clima amistoso de entendimiento, mutua aceptación y diálogo.

No es difícil señalar algunos rasgos de la persona que lleva en su interior la paz de Cristo: busca siempre el bien de todos, no excluye a nadie, respeta las diferencias, no alimenta la agresión, fomenta lo que une, nunca lo que enfrenta.

¿Qué estamos aportando hoy desde la Iglesia de Jesús? ¿Concordia o división? ¿Reconciliación o enfrentamiento? Y si los seguidores de Jesús no llevan paz en su corazón, ¿qué es lo que llevan? ¿Miedos, intereses, ambiciones, irresponsabilidad?

José Antonio Pagola

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“El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho”. Domingo 22 de mayo de2022. 6º Domingo de Pascua

Domingo, 22 de mayo de 2022
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31-pascuaC6 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 15, 1-2. 22-29: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables.
Salmo responsorial: 66:  Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Apocalipsis 21, 10-14. 22-23: Me enseñó la ciudad santa, que bajaba del cielo.
Juan 14, 23-29: El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho.

El libro de los Hechos nos presenta la controversia de los apóstoles con algunas personas del pueblo que decían que los no circuncidados no podían entrar en el reino de Dios. Los apóstoles descartaban el planteamiento judío de la circuncisión. Ésta se realizaba a los ocho días del nacimiento al niño varón, a quien sólo así se le aseguraban todas las bendiciones prometidas por ser un miembro en potencia del pueblo elegido y por participar de la Alianza con Dios. Todo varón no circuncidado según esta tradición debía ser expulsado del pueblo, de la tierra judía, por no haber sido fiel a la promesa de Dios (cf. Gn 17,9-12). El acto ritual de la circuncisión estaba cargado -y aún lo está- de significado cultural y religioso para el pueblo judío. Estaba ligado también al peso histórico-cultural de exclusión de las mujeres, las cuales no participaban de rito alguno para iniciarse en la vida del pueblo: a ellas no se les concebía como ciudadanas.

Es bien importante este episodio dentro de la elaboración literaria que Lucas hace del nacimiento de la primitiva Iglesia. Ésta fue capaz de intuir genialmente que aquel rito de la circuncisión discriminaba inevitablemente entre hombres y mujeres, y entre judíos y paganos. Los dirigentes principales de la Iglesia central (por así decir) ratificaron la intuición que los misioneros de vanguardia pusieron en marcha al evangelizar en la frontera con el mundo pagano. En aquel contexto cultural diferente, el signo de la circuncisión no sólo no era significativo, sino que implicaba una marginación de la mujer, y una imposición incomprensible para quienes s convertían desde el paganismo. Fue una lección de sentido histórico, de comprensión de la relatividad cultural, y de aceptación de los signos de los tiempos.

No deberíamos reflexionar hoy sobre este tema de un modo meramente arcaizante: «cómo hicieron ellos», sino preguntándonos qué otros signos, elementos, dimensiones… del cristianismo están hoy necesitados de una reformulación o reconversión, en esta la nueva frontera cultural que hoy atravesamos, probablemente mucho más profunda que la que se vivía en aquel momento que los Hechos de los Apóstolos nos relatan. Muchas cosas que hasta ahora significaban, se han vaciado de valor evocativo. En muchos casos, no sólo se han vaciado, sino que se han cargado de sentido contrario. Acabamos haciendo gestos que se quedan en simples ritos sin significado vivo, o repitiendo fórmulas que dicen cosas en las que ya no creemos –o en las que ya no podemos creer–.

Permítasenos evocar la publicación que el movimiento judío conservador de EEUU ha realizado el pasado mes de febrero (http://internacional.elpais.com/internacional/2016/03/02/actualidad/1456932458_958209.html) de una nueva edición del manual de oraciones, Sidur en hebreo, edición que ha puesto todas las oraciones en un lenguaje que no distingue entre hombres y mujeres, entre personas y/o parejas hetero y homosexuales. Hay que recordar que el idioma hebreo –y otros– tiene formas verbales diferentes para el hombre y la mujer. «Yo rezo», por ejemplo, no utiliza la misma palabra igual cuando lo dice un hombre o cuando lo dice una mujer. Lo cual quiere decir que cuando se reza juntos, normalmente la mujer ha tenido que quedar supeditada a rezar con expresiones masculinas. Este nuevo Sidur es un esfuerzo para acomodar símbolos religiosos tan importantes como los de un oracional, a la sensibilidad actual. Lo que en siglos y milenios anteriores parecía intocable, hoy ya no nos lo parece a muchas personas y comunidades; las más intuitivas y clarividentes están reivindicando la necesidad de dar pasos adelante, y deberíamos apoyarles.

También en otros idiomas persisten las diferencias discriminatorias de género, pero no tanto ya por las diferencias de las formas verbales y otras, cuanto por las desactualizaciones en términos culturales y epistemológicos: se trata de conjuntos completos de símbolos que ya no están culturalmente vigentes, fórmulas de fe que dicen cosas hoy realmente no creemos, creencias que ya todos sabemos que son mitos, pero que son repetidas ritualmente con toda seriedad como si de descripciones históricas se tratara, esperando que aparezcan por alguna parte los niños del cuento de Andersen que nos hagan caer en la cuenta a todos de que «el rey está desnudo». Por eso, es de profunda actualidad la lucidez de que hizo gala la Iglesia primitiva en torno a la práctica de la circuncisión.

El Apocalipsis nos presenta también una crítica a la tradición judía excluyente. Juan vio en sus revelaciones la nueva Jerusalén que bajaba del cielo y que era engalanada para su esposo, Cristo resucitado. Esta nueva Jerusalén es la Iglesia, triunfante e inmaculada, que ha sido fiel al Cordero y no se ha dejado llevar por las estructuras que muchas veces generan la muerte. Aquí yace la crítica del cristianismo al judaísmo que se dejó acaparar por el Templo, en el cual los varones, y entre éstos especialmente los cobijados por la Ley, eran los únicos que podían relacionarse con Dios; un Templo que era señal de exclusión hacia los sencillos del pueblo y los no judíos.

La Nueva Jerusalén que Juan describe en su libro no necesita templo, porque Dios mismo estará allí, manifestando su gloria y su poder en medio de los que han lavado sus ropas en la sangre del Cordero. Ya no habrá exclusión -ni puros ni impuros-, porque Dios lo será todo en todos, sin distinción alguna.

En el evangelio de Juan, Jesús, dentro del contexto de la Ultima Cena y del gran discurso de despedida, insiste en el vínculo fundamental que debe prevalecer siempre entre los discípulos y él: el amor. Judas Tadeo ha hecho una pregunta a Jesús: “¿por qué vas a mostrarte a nosotros y no a la gente del mundo”? Obviamente, Jesús, su mensaje, su proyecto del reino, son para el mundo; pero no olvidemos que para Juan la categoría “mundo” es todo aquello que se opone al plan o querer de Dios y, por tanto, rechaza abiertamente a Jesús; luego, el sentido que da Juan a la manifestación de Jesús es una experiencia exclusiva de un reducido número de personas que deben ir adquiriendo una formación tal que lleguen a asimilar a su Maestro y su propuesta, pero con el fin de ser luz para el “mundo”; y el primer medio que garantiza la continuidad de la persona y de la obra de Jesús encarnado en una comunidad al servicio del mundo, es el amor. Amor a Jesús y a su proyecto, porque aquí se habla necesariamente de Jesús y del reino como una realidad inseparable.

Ahora bien, Jesús sabe que no podrá estar por mucho tiempo acompañando a sus discípulos; pero también sabe que hay otra forma no necesariamente física de estar con ellos. Por eso los prepara para que aprendan a experimentarlo no ya como una realidad material, sino en otra dimensión en la cual podrán contar con la fuerza, la luz, el consuelo y la guía necesaria para mantenerse firmes y afrontar el diario caminar en fidelidad. Les promete pues, el Espíritu Santo, el alma y motor de la vida y de su propio proyecto, para que acompañe al discípulo y a la comunidad.

Finalmente, Jesús entrega a sus discípulos el don de la paz: “mi paz les dejo, les doy mi paz” (v. 27); testamento espiritual que el discípulo habrá de buscar y cultivar como un proyecto que permite hacer presente en el mundo la voluntad del Padre manifestada en Jesús. Es que en la Sagrada Escritura y en el proyecto de vida cristiana la paz no se reduce a una mera ausencia de armas y de violencia; la paz involucra a todas las dimensiones de la vida humana y se convierte en un compromiso permanente para los seguidores de Jesús. Leer más…

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Dom 6 pascua: No es la paz del “mundo”. La iglesia, una tarea de paz (Jn 14, 23-29)

Domingo, 22 de mayo de 2022
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 pikaza_camino_paz-938c8Del blog de Xabier Pikaza:

Recojo y comento en estas reflexiones las palabras centrales del evangelio de este domingo: “La paz os dejo, mi paz os doy; no es como la paz que ofrece el mundo…” (Jn 14, 27).

La paz del  mundo (propia de un sistema de poder) proviene de la imposición económica, militar e ideológica de los vencedores, tal como se impone en los arcos de triunfo de los antiguos y los nuevos vencedores.

En contra de eso, la paz de Jesús se expresa a través del perdón de las víctimas. Esa ha de ser la paz de la iglesia entendida como institución o comunión no violenta de los seguidores de Jesús, pacificador crucificado.

LA PAZ,HIJA DEL PERDÓN, ES LA VICTORIA DE LAS VÍCTIMAS

            La paz no es resultado de la victoria de las armas riunfadoras, sino del perdón  de los vencidos. No proviene de los que vencen y se imponen por ley de poder sobre los derrotados, sino de aquellos que, siendo vencidos y estando derrotados, responden perdonando[1]. (Las dos primeras imágenes recogen la paz del “arco” militar de los triunfadores).

  1. El riesgo de un perdón interesado.

  Había en el judaísmo de tiempos de Jesús un tipo de paz controlado por sacerdotes del templo Jerusalén y políticos de Roma, al servicio del sistema.

Era el perdón del templo y se expresaba a través de sacrificios rituales, por medio de una especie de «máquina sacral», que culminaba el día de la Gran Expiación (Lev 16), celebrada por sacerdotes y regulada según Ley por los escribas.

Por su parte, el perdón de Roma (parcere subiectis, debellare superbos: Virgilio, Eneida 855) estaba al servicio del sistema imperial y político, no de los necesitados. Jesús, en cambio, ha ofrecido su perdón mesiánico, que actúa a través de los que sufren y que busca una nueva humanidad, superando el orden del templo y el sistema del imperio. Para entender su alcance, quiero delimitarlo mejor:

Puede haber un perdón arbitrario y caprichoso, propio de dictadores o autócratas, que muestran su magnanimidad indultando de un modo irracional (sin necesidad de justificaciones) a quienes ellos quieren y castigando también a quienes quieren (sin dar tampoco razones). Así descargan su violencia sobre algunos, para mostrarse soberanos, imponiendo su terror sobre posibles rebeldes o contrarios, y perdonan a otros para decir que son magnánimos y aparecer como benefactores, a través de un gesto arbitrario, que está muy alejado de la justicia racional (y del perdón cristiano).

En contra de ese perdón interesado de los autócratas, que es una imposición de su dictadura y un capricho de su prepotencia, Jesús ofrece y promueve un perdón puramente gratuito que no va en contra de la justicia, sino que la desborda y fundamenta. Éste es un perdón que sólo pueden ofrecer las víctimas (los ofendidos y humillados), sin que sean capaces de ofrecerlo en su nombre (en contra de ellos) unos dictadores o sacerdotes pretendidamente superiores.

Puede haber un perdón o amnistía al servicio de una política partidista. Casi todos los vencedores del mundo han decretado amnistías, desde los asirios del siglo VIII a. C. hasta los romanos del tiempo de Jesús o los revolucionarios franceses de finales del XVIII. Suelen ser amnistías políticamente calculadas, para gloria de los soberanos o de los estados que las proclaman, al servicio de su propia estabilidad, como una forma de justificarse.  Este perdón puede ser provechoso, pero que corre el riesgo de situar la oportunidad política (su racionalidad partidista) por encima de la justicia legal[2].

Puede haber un perdón sacral, controlado por los sacerdotes del templo, al servicio del propio sistema, para mantener el orden establecido, como sucedía en Jerusalén, en tiempo de Jesús. También éste es un perdón interesado, propio de los vencedores, al servicio del sistema; es el perdón de los templos y de las grandes instituciones religiosas, entendidas como instancias de control sobre los “pecadores”, como ha podido suceder en la religión de los Incas y en algunas instituciones cristianas. Lo mismo que los anteriores, este perdón sigue estando al servicio del sistema, es decir, de la violencia de los poderosos.

En contra de eso, Jesús ha ofrecido el perdón de un modo gratuito, no en contra, sino por encima de la Ley, pidiendo a los ofendidos que perdonen a sus ofensores (¡ellos son los únicos que pueden hacerlo desde Dios!), para abrir de esa manera un camino de reconciliación más alta, superando la violencia.

El perdón sacral del Templo (lo mismo que la amnistía de los grandes imperios) estaba al servicio de los poderosos, que monopolizaban el orden del sistema. Jesús, en cambio, ha ofrecido su perdón (que estrictamente hablando no es suyo, sino de los pobres) de un modo mesiánico, superando el sistema del del imperio y de un templo al servicio de los vencedores. No es que él perdone desde arriba, por excepción, sin necesidad de templo y sacrificios, a los expulsados y excluidos de la comunidad sagrada de Israel y del imperio, sino que son ellos, los expulsados y excluidos, los que pueden ofrecer perdón (como representantes de Dios). Ésta es la novedad del evangelio y ella supera todos los sistemas religiosos o sociales donde el perdón está al servicio del orden establecido. El sistema político o religioso no puede perdonar, sino que se limita a buscar su equilibrio o, a lo sumo, procurar una igualdad de ley. Los únicos que pueden perdonar son los ofendidos y/o robados, es decir, las víctimas, como Jesús.

Jesús, un perdón gratuito.

 El sistema político/religioso necesita un talión (¡a cada uno según su merecido!), controlando el perdón desde arriba. En contra de de eso, Jesús sitúa a los hombres y mujeres ante el don y tarea del perdón, haciéndoles capaces de superar una justicia legal que, cerrada en sí, puede acabar destruyendo a todos. Lo que algunos llaman actualmente justicia infinita (un tipo de Ley particular llevada hasta el extremo) nos deja simplemente en el nivel de la lucha de todos contra todos. En ese sentido podemos añadir, con Pablo, que la justicia de la Ley es insuficiente. Sólo la gracia que perdona a los pecadores es fundamento de paz[3].

  1. Sólo el perdón rompe la espiral de la venganza(un talión que siempre se repite: ojo por ojo, diente por diente) y de esa forma libera al hombre del automatismo de la violencia y permite que su vida se despliegue por encima de una Ley, en la que nada se crea ni destruye, sino que se transforma, permaneciendo siempre idéntico. Sólo el perdón rompe el encerramiento de la pura Ley y nos sitúa en un nivel de gratuidad, donde los hombres pueden vivir y amarse por sí mismos (como valor supremo). El perdón es gracia y sólo así puede superar la violencia del pasado, haciendo que la vida se abra al futuro de la Vida, por encima de sus contradicciones y luchas de poder.
  2. Perdón gratuito, no expiación. Expiar es pagar por la culpa, de manera que quien ha quebrantado la Ley tiene que recibir su merecido y penar (ser castigado). Sin duda, parece conveniente un tipo de reparación para mantener el orden del sistema, como saben las religiones sacrificiales y los sistemas políticos en los que domina una Ley punitiva (como parece suceder en USA). Pero el Dios de Jesús no exige expiación o sometimiento, para afianzar de esa manera su poder, sino que él mismo expía por los pecados de los hombres, es decir, les ama de un modo gratuito. En ese contexto ha de entenderse la actitud de Jesús, que ha perdonado a los pecadores, sentándose a su mesa y dialogando con ellos (cf. Mc 2, 15-17 par; Mt 11, 29 par; Lc 15, 1).

Según eso, el perdón tiene que venir de las víctimas. Jesús no ratifica el poder de perdón de los de arriba, sino que pide a los excluidos y pobres que perdonen, en gesto que no es sometimiento (¡encima de haber sido ofendidos deben perdonar a quienes les ofenden!), sino que viene a mostrarse como expresión de la mayor de todas las autoridades Ellos, los oprimidos, son sacerdotes y portadores de perdón, es decir, de un nuevo orden social que no se funda en el dominio de unos sobre otros, ni en la revancha de los sometidos, sino en la gracia creadora, desde abajo, a partir de los marginados y ofendidos. Los pobres son precisamente los que toman la iniciativa y, sin luchar externamente contra los sacerdotes y jerarcas, asumen la autoridad del perdón, sin necesidad de imponerse por la fuerza, ni de tomar el poder externo, sino iniciando una comunidad de iguales.

Evangelio, textos del perdón.

Principio. Perdón quiero, no pura justicia: “No juzguéis y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados” (Lc 6, 37; cf. Mt 7, 1). En un nivel político, la justicia social es buena y necesaria; pero ella tiene que imponerse con violencia, como sabe Pablo en Rom 13, 1-7, pues el juez necesita la ayuda de la espada y de la cárcel (y en algunos países de la silla eléctrica). Pues bien, superando ese plano de violencia legal (políticamente legítima), Jesús pide a sus fieles que se perdonen, que no acudan a la pura ley, ni a la espada. Al decir expresamente ¡no-juzguéis!, Jesús no ha pensado en unos objetivos particulares, ni ha propuesto unos casos en los que el perdón debe aplicarse, sino que abre un camino ilimitado de vida, que sólo puede recorrerse en amor, un proceso de no-violencia para voluntarios, no un ordenamiento obligatorio.

Esta palabra aparece en el evangelio como revelación, una mutación antropológica radical. No puede probarse, pero se pueden probar sus consecuencias, pues allí donde los hombres no perdonan ellos mismos terminan cayendo bajo el poder del juicio («con el juicio con que juzguéis seréis juzgados»). El juicio se sitúa y nos sitúa ante el talión (ojo por ojo…) y así nos deja en manos de la Ley de la espada (quien a hierro mata a hierro muere: Mt 26, 52), como sabe Pablo (Rom 13, 4). Pues bien, por encima del juicio está el Dios de la gracia, que no defiende la vida con espada, sino que la crea en amor y perdón y así quiere que nosotros perdonemos (cf. Rom 13, 10).

 Perdón amante. Ese perdón sólo es posible por amor, como gesto creador, desde los ofendidos, como dice Jesús: “Habéis oído que se ha dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo… Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian” (Mt 5, 38; Lc 6, 27-28). El texto supone que vivimos en un mundo dominado por la enemistad y el odio, la maldición y la calumnia (Lc 6, 27-28), un mundo de violencia donde cada uno parece que quiere imponerse sobre los otros a golpe de opresión física (herida en la mejilla) o económica (quitar la capa, robar). Suele decirse que el mundo es así y en él estamos. Pues bien, sobre ese mundo, por encima de una justicia que se cierra en un círculo de “amigos interesados” (do ut des, doy para que me devuelvas), abre Jesús un camino de perdón y gratuidad, que empieza precisamente desde los pobres (ofendidos y víctimas). En el lugar donde ellos perdonan y aman empieza la paz[5]. Leer más…

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¿Somos un hotel de cinco estrellas? Domingo 6º de Pascua. Ciclo C.

Domingo, 22 de mayo de 2022
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6DE19477-750B-4014-B027-29A3FFB6259EDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

 

Igual que el domingo anterior, la primera lectura (Hechos) habla de la iglesia primitiva; la segunda (Apocalipsis) de la iglesia futura; el evangelio (Juan) de nuestra situación presente, como morada de Dios.

1ª lectura: la iglesia pasada (Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29)

Uno de los motivos del éxito de la misión de Pablo y Bernabé entre los paganos fue el de no obligarlos a circuncidarse. Esta conducta, compartida por la comunidad cristiana de Antioquía de Siria, no sólo provocó la indignación de los judíos sino también de un grupo cristiano de Jerusalén educado en el judaísmo más estricto. Para ellos, renunciar a la circuncisión equivalía a oponerse a la voluntad de Dios, que se la había ordenado a Abrahán. Algo tan grave como si entre nosotros dijese alguno ahora que no es preciso el bautismo para salvarse.

            Como ese grupo de Jerusalén se consideraba “la reserva espiritual de oriente”, al enterarse de lo que ocurre en Antioquía manda unos cuantos a convencerlos de que, si no se circuncidan, no pueden salvarse. Para Pablo y Bernabé esta afirmación es una blasfemia: si lo que nos salva es la circuncisión, Jesús fue un estúpido al morir por nosotros.

             En el fondo, lo que está en juego no es la circuncisión sino otro tema: ¿nos salvamos nosotros a nosotros mismos cumpliendo las normas y leyes religiosas, o nos salva Jesús con su vida y muerte? Cuando uno piensa en tantos grupos eclesiales de hoy que insisten en la observancia de la ley, se comprende que entonces, como ahora, saltasen chispas en la discusión. Hasta que se decide acudir a los apóstoles de Jerusalén.

            Tiene entonces lugar lo que se conoce como el “concilio de Jerusalén”, que es el tema de la primera lectura de hoy. Para no alargarla, se ha suprimido una parte esencial: los discursos de Pablo y Santiago (versículos 3-21).

            En la versión que ofrece Lucas en el libro de los Hechos, el concilio llega a un pacto que contente a todos: en el tema capital de la circuncisión, se da la razón a Pablo y Bernabé, no hay que obligar a los paganos a circuncidarse; al grupo integrista se lo contenta diciendo a los paganos que observen cuatro normal muy importantes para los judíos: abstenerse de comer carne sacrificada a los ídolos, de comer sangre, de animales estrangulados y de la fornicación.

            Esta versión del libro de los Hechos difiere en algunos puntos de la que ofrece Pablo en su carta a los Gálatas. Coinciden en lo esencial: no hay que obligar a los paganos a circuncidarse. Pero Pablo no dice nada de las cuatro normas finales.

            El tema es de enorme actualidad, y la iglesia primitiva da un ejemplo espléndido al debatir una cuestión muy espinosa y dar una respuesta revolucionaria. Hoy día, cuestiones mucho menos importantes ni siquiera pueden insinuarse. Pero no nos limitemos a quejarnos. Pidámosle a Dios que nos ayude a cambiar.

 En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia. 

            Los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron entonces elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barrabás y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y les entregaron esta carta:

            Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud.

2ª lectura: la iglesia futura (Lectura del libro del Apocalipsis 21,10-14. 22-23)

            En la misma tónica de la semana pasada, con vistas a consolar y animar a los cristianos perseguidos, habla el autor de la Jerusalén futura, símbolo de la iglesia.

            El autor se inspira en textos proféticos de varios siglos antes. El año 586 a.C. Jerusalén fue incendiada por los babilonios y la población deportada. Estuvo en una situación miserable durante más de ciento cincuenta años, con las murallas llenas de brechas y casi deshabitada. Pero algunos profetas hablaron de un futuro maravilloso de la ciudad. En el c.54 del libro de Isaías se dice:

            11 ¡Oh afligida, venteada, desconsolada!

            Mira, yo mismo te coloco piedras de azabache, te cimento con zafiros,

           12 te pongo almenas de rubí, y puertas de esmeralda,

            y muralla de piedras preciosas.

            El libro de Zacarías contiene algunas visiones de este profeta tan surrealistas como los cuadros de Dalí. En una de ellas ve a un muchacho dispuesto a medir el perímetro de Jerusalén, pensando en reconstruir sus murallas. Un ángel le ordena que no lo haga, porque Por la multitud de hombres y ganados que habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella oráculo del Señor (Zac 2,8-9).

            Podría citar otros textos parecidos. Basándose en ellos dibuja su visión el autor del Apocalipsis. La novedad de su punto de vista es que esa Jerusalén futura, aunque baja del cielo, está totalmente ligada al pasado del pueblo de Israel (las doce puertas llevan los nombres de las doce tribus) y al pasado de la iglesia (los basamentos llevan los nombres de los doce apóstoles).

            Pero hay una diferencia esencial con la antigua Jerusalén: no hay templo, porque su santuario es el mismo Dios, y no necesita sol ni luna, porque la ilumina la gloria de Dios.

El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. “Brillaba como una piedra preciosa, como Jaspe traslúcido. 

            Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al occidente tres puertas. 

            La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero. 

            Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero.

            La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.

3ª lectura: la comunidad presente (Juan 14, 23-29)

            El texto del evangelio de Juan ofrece, en pocas líneas, tres temas:

            1) El cumplimiento de la palabra de Jesús y sus consecuencias.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 

El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. 

            Se contraponen dos actitudes: el que me ama ‒ el que no me ama. A la primera sigue una gran promesa: el Padre lo amará. A la segunda, un severo toque de atención: mis palabras no son mías, sino del Padre.

            La primera parte es muy interesante cuando se compara con el libro del Deuteronomio, que insiste en el amor a Dios (“amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser”) y pone ese amor en el cumplimiento de sus leyes, decretos y mandatos. En el evangelio, Jesús parte del mismo supuesto: “el que me ama guardará mi palabra”. Pero añade algo que no está en el Deuteronomio: “mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.

            El tema de Dios habitando en nosotros se trata con poca frecuencia porque lo hemos relegado al mundo de los místicos: santa Teresa, san Juan de la Cruz, etc. Pero el evangelio nos recuerda que se trata de algo que nos afecta a cada uno de nosotros y que no debemos pasar por alto. Pensemos en el influjo enorme que siguen ejerciendo en nosotros personas que han muerto hace años: familiares, amigos, educadores, que siguen “vivos dentro de nosotros”. Una reflexión parecida deberíamos hacer sobre cómo Dios está presente dentro de nosotros e influye de manera decisiva en nuestra vida. Y lo deberíamos ver como una prueba del amor de Dios: “mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

            Por otra parte, decir que Dios viene a nosotros y habita en nosotros supone un novedad capital con respecto al Antiguo Testamento, donde se advierten diversas posturas sobre el tema. 1) Dios no habita en nosotros, nos visita, como visita a Abrahán. 2) Dios se manifiesta en algún lugar especial, como el Sinaí, pero sin que el pueblo tenga acceso al monte. 3) Dios acompaña a su pueblo, haciéndose presente en el arca de la alianza, tan sagrada que, quien la toca sin tener derecho a ello, muere. 4) Salomón construye el templo para que habite en él la gloria del Señor, aunque reconoce que Dios sigue habitando en “su morada del cielo”. 5) Después del destierro de Babilonia, cuando el profeta Ageo anima a reconstruir el templo de Jerusalén, otro profeta muestra su desacuerdo en nombre del Señor: “El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies; ¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi descanso?” (Isaías 66,1).

            Cuando Jesús promete que él y el Padre habitarán en quien cumpla su palabra, anuncia un cambio radical: Dios no es ya un ser lejano, que impone miedo y respeto, un Dios grandioso e inaccesible; tampoco viene a nosotros en una visita ocasional. Decide quedarse dentro de nosotros. ¿Qué le ofrecemos? ¿Un hotel de cinco estrellas o un hostal?

            2) La promesa del Espíritu Santo.

Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. 

            Dentro de poco celebraremos la fiesta de Pentecostés. Es bueno irse preparando para ella pensando en la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Este breve texto se fija en el mensaje: enseña y recuerda lo dicho por Jesús. Dicho de forma sencilla: cada vez que, ante una duda o una dificultad, recordamos lo que Jesús enseñó e intentamos vivir de acuerdo con ello, se está cumpliendo esta promesa de que el Padre enviará el Espíritu. 

            Pero hay algo más: el Espíritu no solo recuerda, sino que aporta ideas nuevas, como añade Jesús en otro pasaje de este mismo discurso: “Me quedan por deciros muchas cosas, pero no podéis con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.” Parece casi herético decir que Jesús no nos transmite la verdad plena. Pero así lo dice él. Y la historia de la Iglesia confirma que los avances y los cambios, imposibles de fundamentar a veces en las palabras de Jesús, se producen por la acción del Espíritu.

            3) La vuelta de Jesús junto al Padre

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»

            Estas palabras anticipan la próxima fiesta de la Ascensión. Para comprenderlas, lo mejor es compararlas con la famosa oda de Fray Luis de León:

            ¿Y dejas, Pastor santo,

            tu grey en este valle hondo, escuro,

            con soledad y llanto;

            y tú, rompiendo el puro

            aire, ¿te vas al inmortal seguro?

            Los antes bienhadados,

            y los agora tristes y afligidos,

            a tus pechos criados,

            de ti desposeídos,

            ¿a dó convertirán ya sus sentidos?

            ¿Qué mirarán los ojos

            que vieron de tu rostro la hermosura,

            que no les sea enojos?

            Quien oyó tu dulzura,

            ¿qué no tendrá por sordo y desventura?

            Aqueste mar turbado,

            ¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto

            al viento fiero, airado?

            Estando tú encubierto,

            ¿qué norte guiará la nave al puerto?

            ¡Ay!, nube, envidiosa

            aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?

            ¿Dó vuelas presurosa?

            ¡Cuán rica tú te alejas!

            ¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

            Las palabras de Jesús en el evangelio de Juan pretenden que no nos sintamos tristes y afligidos, pobres y ciegos, sino alegres por el triunfo de Jesús. Pero de esto hablaremos otro día.

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VI Domingo de Pascua. 22 de Mayo, 2022

Domingo, 22 de mayo de 2022
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6-Do-Pascua

“Quien me ama guardará mi palabra,
y mi Padre lo amará,
y vendremos a él y haremos morada en él.”

(Jn 14, 23-29)

Llevamos ya un largo recorrido de Pascua, nos asomamos a la sexta semana y la cotidianidad de nuestras vidas le ha ido robando brillo al grito jubiloso del Domingo de Resurrección. Quizá por eso hoy el evangelio propuesto para la Eucaristía nos invita a “guardar la palabra”.

Se guardan aquellas cosas que se necesitan o que son queridas. Cuando hacemos limpieza en casa o en nuestra habitación volvemos a guardar cosas aparentemente inútiles de las que no podemos desprendernos. Normalmente cosas que nos hacen recordar, pequeños “sacramentos”(sacramento = realidad visible que evoca algo que no vemos). Y los recuerdos forman parte de nuestro almacén interior, son esos objetos que llenan los cajones de nuestra casa interior.

Hoy Jesús nos pide que guardemos su palabra, que le hagamos un sitio en nuestra casa, nos está diciendo: “Quiero que Tú seas mi casa, la casa de Dios Trinidad.

Enamorarnos

Cuando nos enamoramos no podemos pensar en nada más que en la persona amada, todo lo que vemos, oímos y sentimos lo relacionamos con esa persona. Y casi sin querer no hablamos de otra cosa. Enamorarse es dejarse habitar por otra persona.

Y Jesús al decirnos: “quien me ama guardará mi palabra”, nos está invitando a ENAMORARNOS, a dejarnos habitar por Dios, a vivir en Su Amor.

Nos llama a un compromiso, a dejar que el grito de Pascua ahonde en nosotras, enraíce, pase de la explosión de la alegría al compromiso continuado. Es decir, del enamoramiento primero al amor fiel.

El entusiasmo primero es bueno, ¡y necesario! pero no es suficiente. Seríamos como aquellas semillas que crecieron rápidamente, pero se secaron por falta de raíz (Mc 4, 5-6). Al entusiasmo primero hay que sumarle su buena dosis de compromiso, una pizquita de locura, dos cucharadas colmadas de generosidad y todo el amor que sea necesario. Todo junto, bien amasado, da como resultado el pan del Reino.

Porque si Jesús se hizo pan, nosotras también nos tendremos que dejar comer, partir y repartir. ¿Casa? ¿Pan? ¿Discípula?

Oración

“Trinidad Santa, amásanos con la levadura nueva de tus sueños,
haznos pan tierno que calma el hambre,
hogar cálido que descansa el alma
y discípulas fieles a tu Palabra.”

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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El agape-Dios no está condicionado por mi amor.

Domingo, 22 de mayo de 2022
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DOMINGO 6º DE PASCUA (C)

Jn 14,23-29

Seguimos en el discurso de despedida después de la última cena. El tema del domingo pasado era el amor manifestado en la entrega. Terminábamos diciendo que ese amor era la consecuencia de una experiencia interior, relación con lo más profundo de mí mismo, que es Dios. Hoy nos habla el evangelio de lo que significa esa vivencia íntima. La Realidad que soy es mi verdadero ser. El verdadero Dios no es un ser separado que está en alguna parte de la estratosfera sino el fundamento de mi ser y de cada uno de los seres del universo.

En estos siete versículos podemos descubrir las dificultades que encontraron para expresar la experiencia interior. Por cada afirmación que hemos leído hoy, encontramos en el evangelio otra que dice exactamente lo contrario. Es la prueba de que las expresiones sobre Dios no se pueden entender al pie de la letra. Necesitan interpretación porque nuestros conceptos no son adecuados para expresar las realidades trascendentes. En este orden puede ser verdad una afirmación y la contraria. El dedo y la flecha pueden apuntar los dos a la luna.

Dos versículos antes acaba de decir: el que cumple mis palabras ese me ama. Aquí dice: el que me ama cumplirá mi palabra. En Jn 15,9 dice: Como el Padre me ha amado así os he amado. Aquí dice: “si alguno me ama le amará mi Padre y le amaré yo. ¿Está su amor condicionado a nuestro amor? Jesús había dicho que iba a prepararles sitio para después llevarles con él (14.2). Ahora dice que el Padre y él vendrán al interior de cada uno. ¿Puede Dios, y Jesús, localizarse en un lugar determinado? En (16,7) os conviene que me vaya, si no el Espíritu no vendrá a vosotros, pero si me voy os lo enviaré. Aquí: el Padre os lo enviará.

Les había advertido: no he venido a traer paz sino división y “como me persiguieron a mí, os perseguirán a vosotros” (Jn 16,2). Ahora nos dice: “la paz os dejo, mi paz os doy”. Nos había dicho: yo y el Padre somos uno (10,30). Quien me ve a mí ve a mi Padre (14,9). Ahora nos dice: El Padre es más que yo. ¿Pueden armonizarse estas dos expresiones? Unos versículos antes les había dicho: No os dejaré huérfanos, volveré para estar con vosotros (14,18). Y ahora Jesús dice que el Padre mandará el Espíritu en su lugar. Digerir estas aparentes contradicciones es una de las claves para entender la experiencia pascual.

Insisto, una cosa es el lenguaje y otra la realidad que queremos manifestar con él. Dios no  tiene que venir de ninguna parte para estar en lo hondo de nuestro ser. Está ahí desde antes de existir nosotros. No existe “alguna parte” donde Dios pueda estar, fuera de mí y del resto de la creación. Dios es lo que hace posible mi existencia. Soy yo el que estoy fundamentado en Él desde el primer instante de ser. El descu­brirlo en mí, el tomar conciencia de esa presencia, es como si viniera. Esta verdad es la fuente de toda religiosidad.

El hecho de que no llegue a mí desde fuera, ni a través de los sentidos, hace imposible toda reflexión racional. Todo intermediario, sea persona o institución, me aleja de Él más que  acercarme. En el AT, la presencia de Dios se localizaba en la tienda del encuentro o el templo. La “presencia” debía ser una característica de los tiempos mesiánicos. Desde Jesús, el lugar de la presencia de Dios es el hombre. Dentro de ti lo tienes que experimentar. Será más fácil de comprender si superas la idea de Dios como una entidad separada e inaccesible.

El Espíritu es el garante de esa presencia dinámica: “os irá enseñando todo”. Por cinco veces en este discurso de despedida, hace Jesús referencia al Espíritu. No se trata de la tercera persona de la Trinidad, sino de la divinidad como fuerza (Ruaj), como Vida, como sabiduría que todo lo explica. “Santo” significa separado; pero no separado de Dios, sino separado de las actitudes del mundo. Si esa Fuerza de Dios no nos separa del mundo, entendido como lugar de enfrentamiento y opresión, nunca podremos comprender el amor.

“Os conviene que yo me vaya, porque si no, el Espíritu no vendrá a vosotros.” Ni el mismo Jesús con sus palabras y acciones fue capaz de llevar a los apóstoles hasta la experiencia de Dios. Mientras estaba con ellos vivían apegados a sus manifestaciones humanas. Todo muy bonito, pero que les impedía descubrir la verdadera identidad de Jesús. Al no ver a Dios en Jesús, tampoco descubrieron la realidad de Dios dentro de ellos. Cuando desapare­ció, se vieron obligados a buscar dentro de ellos, y allí encontraron lo que no podían descubrir fuera.

El Espíritu no añadirá nada nuevo. Solo aclarará lo que Jesús ya enseñó. Las enseñanzas de Jesús y las del Espíritu son las mismas, solo hay una diferencia. Con Jesús, la Verdad viene a ellos de fuera. El Espíritu las suscita dentro de cada uno como vivencia irrefutable. Esto explica tantas conclusiones equivocadas de los discípulos durante la vida de Jesús. Las palabras (aunque sean las de Jesús) y los razonamientos no pueden llevar a la comprensión. El Espíritu les llevará a experimentar dentro de ellos la misma realidad que Jesús quería explicar. Entonces no necesitarán argumentos, sino que lo verán claramente.

Shalom (paz) era el saludo ordinario entre los semitas. No solo al despedirse, sino al encontrarse. Ya el “shalom” Judío era mucho más rico que nuestro concepto de paz, pero es que el evangelio de Jn hace hincapié en un “plus” de significado sobre el ya rico significado judío. La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Es la armonía total, no solo dentro de cada persona, sino con los demás y con la creación entera. Sería el fruto primero de unas relaciones auténticas. Sería la consecuencia del amor que es Dios en nosotros, descubierto y vivido. La paz no se puede buscar directamente. Es fruto del amor.

Deben alegrarse de que se vaya porque ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es ninguna tragedia. Será la manifestación suprema del amor, será la verdadera victoria sobre el mundo y la muerte. El Padre es mayor que él porque es el origen. Todo lo que posee Jesús procede de Él. No habla de una entidad separada, sería una herejía. Para el evangelista, Jesús es un ser humano a pesar de su preexistencia: “Tomó la condición de esclavo, pasó por uno de tantos”. Dios se manifiesta en lo humano, pero Dios no es lo que se ve en Jesús.

Dios se revela y se vela en la humanidad de Jesús. La presencia de Dios en él no es demostrable. Está en el hombre sin añadir nada; Dios es siempre un Dios escondido. “Toda religión que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera” (Pascal). El sufí lo dejó bien claro: Calle mi labio carnal, / habla en mi interior la calma / voz sonora de mi alma / que es el alma de otra alma  / eterna y universal. /  ¿Dónde tu rostro reposa  / alma que a mi alma das vida? /  Nacen sin cesar las cosas, / mil y mil veces ansiosas /de ver tu faz escondida.

En toda la Biblia existe una tensión entre la trascendencia y la inmanencia de Dios. El hombre no puede ver a Dios sin morir. No puede ser represen­tado por ninguna imagen. No puede ser nombrado. Pero a la vez, se presenta como compasivo, como pastor de su pueblo, como esposo, como madre que no puede olvidarse del fruto de su vientre. En el NT, se acentúa el intento de acercar a Dios al hombre. Los conceptos de “Mesías”, “Siervo”, “Hijo de hombre”, “Palabra”, “Espíri­tu”, “Sabiduría”, incluso “Padre”, son ejemplos de ese intento.

Meditación

Jesús descubrió la presencia absoluta de Dios.
Todo lo que vivió y enseñó fue consecuencia de esa experiencia.
Sabía que era la clave para que el hombre alcanzase plenitud.
Sin identificación con lo divino no puede haber verdadera humanidad.
Sin descubrir el tesoro que hay dentro de ti,
nunca estarás dispuesto a prescindir de todo lo demás.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Al final, el Triunfo de Dios.

Domingo, 22 de mayo de 2022
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paloma de las manos del espírituJuan 14, 23-29

«El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho»

El libro del Éxodo es el punto culminante de la epopeya de Israel, pero es también una excelente metáfora del transcurrir de nuestra vida: “Desde la cómoda esclavitud de las pasiones, a través del desierto de la vida, acompañados por el Espíritu, hasta la casa del Padre”.

El pueblo de Israel se sintió acompañado del espíritu de Dios —el Ángel de Yahvé— hasta que se vio a salvo al otro lado del mar de las Cañas, pero cuando tuvo que enfrentarse a los rigores del desierto y vio pasar el tiempo sin llegar a la Patria prometida, se impacientó, se sintió abandonado y se rebeló contra Dios.

Quizá las comunidades cristianas de finales del siglo primero sintieron una sensación parecida, y de ahí que Juan escribiese el Apocalipsis para atajar la creciente desesperanza del pueblo. Habían empezado su andadura con el espíritu de Jesús a flor de piel, se habían enfrentado a enormes dificultades y lo habían soportado todo gracias a su fe en la inminente venida del Señor… pero pasaba el tiempo y el Señor no terminaba de llegar.

Nosotros corremos el mismo riesgo que los Israelitas del desierto y los primeros cristianos. Vemos pasar generación tras generación sin que se vislumbre siquiera el fin de las guerras, del dolor, del sufrimiento, de la injusticia, de la opresión… y nos preguntamos: ¿Dónde está la acción del Espíritu?… ¿Dónde está su luz para no errar el camino, y su fuerza para no desfallecer en nuestro peregrinar hacia ese mundo humanizado, civilizado, justo, libre y honesto que se supone nuestro destino?

Y nos impacientamos, y nos agobiamos porque sabemos que con nuestras fuerzas nunca llegaremos, y dudamos de que el espíritu de Dios esté acompañando a la humanidad, y nos preguntamos si no estaremos asistiendo al fracaso de Dios… Y nuestra fe se tambalea y nos sentimos condenados a vivir en un mundo que se rige por sus propias leyes y camina errático hacia ninguna parte…

Y, quizá desconcertados por la tardanza, llegamos a la lectura del texto de Juan.

Y Juan, que vivió estas mismas dudas y vacilaciones en el seno de sus propias comunidades, nos invita hoy —y lo hace aún con más fuerza en el Apocalipsis— a hacer un acto de fe en el triunfo final de Dios; a ver con optimismo el destino de la humanidad. Nos invita a no caer en la desesperanza; a confiar en que el Espíritu de Dios está con nosotros y que algún día dejaremos de vagar por el desierto y llegaremos también a la Patria… Porque Dios ha apostado muy fuerte por nosotros y no puede fallar.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

 Fuente Fe Adulta

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El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho.

Domingo, 22 de mayo de 2022
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12261a-errores-practicar-espiritualidadDOMINGO 6º DE PASCUA (C)

(Jn 14, 23-29)

El ser humano vive en tensión en medio de la estructura del mundo que le ha tocado vivir. Conflictos provocados por la injusticia, la codicia, el egoísmo, los sistemas económicos y sociales que rigen la convivencia. Hay quienes se conforman con estar en desacuerdo; otros realizan su propia transformación personal esperando que, con el paso del tiempo, todo cambie y evolucione.

Vano intento. No basta con pensar lo recto, lo justo, sino esforzarse en “cumplirlo con la ayuda de Dios”. La estructura del mundo está basada en la injusticia, la mentira, el odio. El ser humano honrado ha de trabajar para rechazar el espíritu del mal que nos amenaza y tener confianza: “que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. El Espíritu de Dios está presente en el mundo para liberarlo de la injusticia, la prepotencia, la sinrazón; debemos esforzarnos por recuperar la fe paciente que no escatima sacrificios, confiando en que lo que el ser humano no sea capaz de lograr le será dado por Dios.

En esta lucha para lograr la justicia, la paz, no hay espacios reservados. Las situaciones en las que nos movemos deben estar atravesadas por la crítica y la transformación del Resucitado. Afirmar hoy que Jesús ha resucitado no crea ninguna inquietud, pero estamos obligados a obrar conforme a nuestra conciencia cristiana. Tenemos unos límites muy estrictos en el ejercicio del derecho a defendernos a nosotros mismos y a nuestro país por medio de la fuerza, y también en lo referente a someternos de forma pasiva al mal y a la violencia. El cristiano no sólo está obligado a evitar determinados males sino que también es responsable de unos bienes enormes. Esto supone defender y fomentar los valores humanos más altos: el derecho de la persona a vivir libremente y a poder desarrollar su vida, pero también protegerla contra los abusos del poder destructivo que él mismo ha adquirido [1]. Tarea que se reduce a luchar contra las dictaduras totalitarias y contra las guerras. Pero también contra nuestra propia violencia, fanatismo y ambición.

El Evangelio de Juan nos recuerda que la paz cristiana es distinta de la paz mundana. El mundo llama paz al silencio impuesto por la guerra que gana el más fuerte. Basten algunos ejemplos: la perversa invasión de Rusia en Ucrania, la guerra en Afganistán, en Etiopía, en Yemen, el permanente conflicto entre Israel y Palestina, Siria, Haití, Myanmar (Birmania); África sigue siendo escenario de enfrentamientos entre los países y los yihadistas: Camerún, Mali, Níger, Burkina Faso, Mozambique, el Congo, el enquistado problema del Sahara Occidental y Marruecos… El Cristianismo llama paz a la aceptación del “otro”, precisamente en cuanto “otro”. La responsabilidad cristiana está del lado de Dios y de la verdad y de la totalidad de la humanidad.

La guerra es un recurso que siempre acaba golpeando a los más débiles, población vulnerable, civiles en zonas de combates; todo en nombre de intereses que, casi siempre, son lejanos y ajenos a cada persona.

La paz es mensaje, es compromiso, es actitud y es misión. Así envía el Padre a Jesús Resucitado; y así envía Él a sus discípulos/as, y también a mí, hoy: “Os dejo la paz, os doy mi propia paz; una paz que el mundo no os puede dar” (27-28).

¿Y qué ocurre cuando la guerra parece inevitable y se hace realidad? ¿Qué pasa cuando se instala la obstinación o los intereses son tan contradictorios que parecen ser el único camino? ¿No es legítimo entonces, luchar y defenderse? Jesús respondió a la violencia con paz, al insulto con silencio, al pecado con el perdón en la cruz y su muerte no fue un fracaso. ¡Qué difícil de comprender hoy!

Podemos sentirnos unidos, en palabras de Pablo, a todas las guerras y conflictos olvidados: “Si un miembro del cuerpo sufre, todo el cuerpo sufre con él”.

Juan anima a sostener el mundo sin acobardarse ante la hostilidad. Para él, Jesús es el Verbo encarnado, el enviado de Dios. Se trata, por tanto, de su persona, de su misión, de la actitud de los hombres ante él; colocarse en la alternativa de vivir como esclavo o como hijo/a de Dios. Juan reivindica la libertad humana. La maldad no está en lo físico, sino en lo social: “el mundo” significa la humanidad, y en su sentido peyorativo, el orden social creado por los hombres, el sistema de relaciones humanas basado en la mentira, el odio y la injusticia.

El mensaje y la exigencia de Dios, la Palabra encarnada en Jesús, es el amor leal entre todos, como el que Dios ha mostrado a la humanidad: “Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (1,14).

Este mensaje condena la maldad del orden presente, “el mundo”, y ante él la humanidad se divide, aceptándolo o rechazándolo. El mandamiento del amor es el signo distintivo de los que siguen a Jesús, rechazando los criterios y la escala de valores del mundo injusto: ellos/as anulan al mundo en medio del mundo (17,16.18) Quien se desentiende del Jesús humano no es cristiano; vivir como él vivió es la norma y el único mandamiento a seguir.

Podríamos preguntarnos: ¿somos consecuentes con este mensaje?, ¿dejo que el Espíritu de Jesús sea el referente de mi vida?, ¿cuáles son nuestras verdaderas intenciones?

Decir que el Cristianismo es la revelación del amor significa que el amor es la clave de la vida misma y de la totalidad del sentido del cosmos y de la historia. Si las potencias relevantes tomaran en serio la cuestión del desarme podríamos acceder a acuerdos viables e ir reduciendo gradualmente el armamento. La paz necesita ser considerada como una posibilidad real. El equilibrio del terror es inaceptable, inmoral e inhumano. El desarme debe ser algo más que una tapadera para los embustes políticos. No podemos seguir celebrando conferencias en las que se toman propuestas de paz para olvidarlas a continuación. “La sabiduría que viene de arriba es intachable, pacífica, tolerante, compasiva, imparcial, sin hipocresía. Los que promueven la paz siembran frutos de justicia. ¿Qué es lo que os lleva a las guerras y a los conflictos entre vosotros? Vuestras pasiones infectan vuestros cuerpos. Ambicionáis y no tenéis, y por ello, matáis” (Sant 3,17. 4,2)

Shalom!

Mª Luisa Paret

[1] T. Merton, Paz en tiempos de oscuridad, DDB, 2006, 91-93

Fuente Fe Adulta

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“El Padre es más que yo”: La realidad y la apariencia.

Domingo, 22 de mayo de 2022
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827C8344-94BA-42C1-A22A-B7511B50E15EDomingo VI de Pascua

22 mayo 2022

Jn 14, 23-29

Con frecuencia, la afirmación que da título a este comentario y que el autor del cuarto evangelio pone en boca de Jesús ha dado pie a interminables debates teológicos, con el telón de fondo de la “divinidad” de Jesús. ¿Es Jesús de la “misma sustancia que el Padre” –“homoousios”, como proclamó el concilio de Nicea en el año 325- o, como afirma el Jesús del cuarto evangelio, el Padre es “más” que él?

Más allá de las sofisticadas elucubraciones teológicas, parece claro que esa afirmación no tiene encaje posible dentro de la dogmática elaborada en Nicea. Y, sin embargo, cabe una lectura que da razón ajustada a toda esta cuestión.

Desde la comprensión no-dual, advertimos que Fondo y Forma -o, si se prefiere, Realidad y Apariencia- constituyen las dos dimensiones de la (única) Realidad, que nosotros también compartimos. Así, hablamos de “personalidad” (como nuestra “forma” o “apariencia” concreta) y de nuestra “identidad” (como el “fondo” último de nuestra verdad).

Pues bien, cada uno, cada una de nosotros puede hacer suya la afirmación de Jesús, expresada ahora en este lenguaje: “Soy uno con el Fondo de lo real -el “Padre”- pero, al mismo tiempo, en cuanto “persona” particular, soy más «pequeño” que aquel Fondo que reconozco mi identidad. En palabras de Fidel Delgado: “Soy Todo y poco, a la vez”.

Una vez más, se pone de manifiesto cómo lo que parecen dilemas irresolubles para la mente analítica, quedan disueltos en la comprensión no-dual, que sabe ver y reconocer la paradoja que habita toda la realidad.

Padre” e “Hijo”, Realidad y Apariencia, no son realidades contrapuestas y mutuamente excluyentes, así como tampoco aluden a entidades o seres separados que entrarían en comparación. Constituyen las dos dimensiones de lo real, que descubrimos en nosotros mismos reconociéndonos, a la vez, ambas cosas: identidad (realidad) y personalidad (apariencia). Según desde la perspectiva que adoptemos podemos vernos como plenitud o como una forma “pequeña” (personalidad particular), en comparación con lo que somos en profundidad. O dicho de otro modo: “Somos «más grandes» que lo que pensamos ser”.

¿Puedo percibir en mí esas dos dimensiones y el “juego” que se da entre ellas?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La democracia en los parlamentos es valiosa. La comunidad eclesial vive la paz de la comunión en la fe, no del poder

Domingo, 22 de mayo de 2022
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F83F30DA-5496-4EBD-9151-ED3867EC55DADel blog de Tomás Muro la verdad es libre:

01.- Nostalgia de paz.

    Este año recordamos y evocamos la paz en plena guerra Rusia / Ucrania y otras guerras larvadas en Oriente Medio, en África, Latinoamérica, etc.

    Por otra parte añoramos la paz también en la Iglesia por las viejas rupturas históricas, por el enfrentamiento entre diversos sectores en el seno de la misma Iglesia católica.

    También sentimos nostalgia de paz en nuestras propias familias, en lo más íntimo de nuestra propia persona.

02.- Y qué es la paz.

    La paz os dejo, mi paz os doy…

    La paz no es la mera ausencia de guerra. La guerra conduce a la paz. La guerra no conduce a la victoria o a la derrota, pero ni una ni otra son paz.

  El poder, todo poder (incluido el eclesiástico) puede generar opresión, orden público “manu militari”, pero eso tampoco es paz.

    La mera resignación y aceptación estoica de una situación tampoco es paz. Pensar: “es lo que hay o lo que toca”, no es paz.

    No es fácil definir lo que sea la paz. Podríamos aproximarnos al concepto de paz si la entendemos como la integración de las dimensiones del ser humano que nos hace vivir en armonía interior y también hacia el exterior.

    En hebreo (en el mundo bíblico) para hablar y desear la paz emplean la palabra Shalom. Esta expresión hebrea significa estar sano, íntegro. Y con esta expresión se quiere desear la armonía personal y comunitaria que viene de la bendición de Dios.

Con este término, Shalom, se desea la paz en todos los aspectos de la vida: la salud corporal, que la vida transcurra en paz, se trabaja en paz, se celebra en paz, se duerme en paz, se muere en paz.

La paz no es ni proviene meramente de las instituciones políticas y militares. ¿Enviando armas a Ucrania se construye la paz? Para vivir en paz hace falta algo más y mejor que misiles y tanques. Y hace falta algún pensamiento más noble y sano(shalom) que la nación, la economía y el poder.

La paz no proviene de la economía, ni de la tecnología. Por mucho que progresen la técnica y la economía, no podrá haber en el mundo justicia ni paz en tanto los hombres no reconozcan la gran dignidad que hay en ellos como criaturas e hijos de Dios (Juan XXIII / Mater et Magistra, 215).

    Toda la tecnología y el bienestar social, etc. no dan síntomas de sensibilidad de paz y pacificación ante las pateras, los refugiados, ante el problema de Rusia y Ucrania, ante el Islam. La respuesta no está siendo precisamente de paz, sino más bien bélica.

Ni tan siquiera la paz surgirá de la seguridad jurídico política de acuerdos y pactos que no cambian mentalidades y corazones. Las grandes instituciones: Bruselas, Estrasburgo, la onu, la otan, etc. pueden y tienen que llegar a acuerdos y pactos ecologistas, bélicos, quizás atómicos, étnicos, religiosos, etc., pero la paz brotará siempre de una conciencia más profunda, de un ethos, que hoy por hoy están muy ausente en nuestro mundo, al menos en nuestras sociedades occidentales y en nuestros planes de educación.

¿Tal vez las ideologías políticas, económicas y nacionales no son “sanas” en el sentido de shalom?

Pablo VI decía que la paz es necesaria para la madurez de la conciencia moderna, desde la evolución progresiva de los pueblos, desde la necesidad intrínseca de la civilización moderna (Jornada de la Paz, 1 de enero de 1975).

03.- La paz interior, personal.

    Conflictos, problemas, pecado profundo, crisis interiores los vamos a tener en la vida. Y ello nos va a quitar la paz interior con el peligro de que –según qué momento religioso nos pille- la cosa derive en angustia y escrúpulos patológicos.

     En el ámbito de la persona, la paz es la integración armónica de las diversas fuerzas y capacidades del ser humano. La paz personal, interior, proviene -en la medida de lo posible- de una sana integración de las diversas dimensiones humanas: las diversas áreas de nuestra psicología, la afectividad, la salud y la enfermedad, el pecado, la dimensión religiosa, etc.

     La falta de paz personal puede fomentar o derivar en miedo, angustia o en otras actitudes negativas: odios, venganzas, obsesiones.

    La persona cristiana adulta, -y adulta en la fe-, no pierde la confianza ni la paz cuando se encuentra con Dios en la profundidad de la vida. Cuando en su interior uno asume su propia debilidad, miseria o fracaso y lo pone en manos del Señor, eso produce una profunda paz, que el mundo no puede dar.

04.- Paz y comunión eclesial no es dominación

Para nosotros resuena: la paz os dejo, mi paz os doy.no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde.

En la Iglesia se habla mucho de comunión eclesial, pero se realiza poco esa comunión.

En un parlamento conviven y trabajan diversas ideologías que llegan, más o menos, a consensos y acuerdos. Eso es bueno, está bien y se llama democracia. Pero la democracia no es comunión.

En la comunidad eclesial nos une la comunión en la misma fe en el Señor resucitado. La comunión está en la fe en el Señor, no en las órdenes y disciplina. La comunión eclesial no se produce por el sometimiento y dominación de los obispos y el clero, sino porque todos creemos –fe- en el mismo Señor JesuCristo.

La comunión no viene por la uniformidad de los ritos, de la liturgia, o de las formulaciones teológicas, etc., que pueden ser –son- muy diversas y No impongamos cargas que no son necesarias.

La comunión eclesial viene de la fe en el Señor Jesús.

La paz os dejo mi paz os doy.

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