Jn 3,16-18
Nos ha hecho polvo el empeño griego de explicar racionalmente el evangelio. Del Abba celeste (origen de todo lo que es) no se puede pasar al Padre todopoderoso creador del cielo y de la tierra entendido literalmente.
De Hijo cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre y hacerlo presente allí donde actúa, no se puede pasar al Hijo engendrado no creado.
Del Espíritu que lo invade todo y está en todo, no se puede pasar al sujeto concreto que está por ahí haciendo de las suyas y distribuyendo dones y frutos.
Esto no quiere decir que despreciemos el dogma. El famoso slogan que obsesionó a los teólogos de la Edad Media “fides quaerens intelectum” (la fe buscando ser entendida) ha perdido todo su mordiente. Hoy aceptamos que las verdades de fe no pueden ser demostradas. A lo máximo que podemos aspirar es a descubrir que no son irracionales. Lo que me llevará a una verdadera fe no es el conocimiento sino la vivencia personal e interior. La gran enseñanza de la Trinidad es que solo vivimos si convivimos. Nuestra vida debía ser un espejo que en todo momento reflejara el misterio de la Trinidad.
Debemos estar muy alerta, porque tanto en el AT como en el nuevo podemos encontrar retazos de este falso dios. Jesús experimentó al verdadero Dios, pero fracasó a la hora de hacer ver a sus discípulos su vivencia. En los evangelios encontramos chispazos de esa luz, pero los seguidores de Jesús no pudieron aguantar el profundo cambio que suponía sobre el Dios del AT. Muy pronto se olvidaron esos chispazos y el cristianismo se encontró más a gusto con el Dios del AT que le daba las seguridades que anhelaba.
La Trinidad no es una verdad para creer sino la base de nuestra vivencia cristiana. Una profunda experiencia del mensaje cristiano será siempre una aproximación al misterio Trinitario. Solo después de haber abandonado siglos de vivencia, se hizo necesaria la reflexión teológica sobre el misterio. Los dogmas llegaron como medio de evitar lo que algunos consideraron errores en las formulaciones racionales, pero lo verdaderamente importante fue siempre vivir esa presencia de Dios en el interior de cada cristiano. Solo viviendo la realidad de Dios en nosotros se podrá manifestar luego en el servicio al otro.
Lo más urgente en este momento, para el cristianismo, no es explicar mejor el dogma de la Trinidad, y menos aún, una nueva doctrina sobre Dios Trino. Tal vez nunca ha estado el mundo cristiano mejor preparado para intentar una nueva manera de entender el Dios de Jesús, una nueva espiritualidad que ponga en el centro al Espíritu-Dios, que impregna el cosmos, irrumpe como Vida, aflora en la conciencia de cada persona y se vive en comunidad. Sería, en definitiva, la búsqueda de un encuentro vivo con Dios. No se trata de explicar la esencia de la luz, sino de abrir los ojos para ver.
Nadie se podrá encontrar con el Hijo o con el Padre o con el Espíritu Santo. Nuestra relación será siempre con el TODO que nos identifica con Él. Debemos tomar conciencia de que cuando hablamos de cualquiera de las tres personas, estamos hablando de Dios. En teología, se llama “apropiación” (¿indebida?) esta manera impropia de asignar acciones distintas a cada persona. Ni el Padre ha creado, ni el Hijo separado ha venido a salvarnos, ni el Espíritu Santo actúa por su cuenta. Todo es obra de Dios sin hacer nada.
Nada de lo que pensamos o decimos sobre Dios es adecuado. Cualquier definición o cualquier calificativo que atribuyamos a Dios es incorrecto. Lo que creemos saber racionalmente de Dios es un estorbo para vivir su presencia vivificadora en nosotros. Mucho más si creemos que solo nuestro dios es verdadero. Incluso los ateos pueden estar más cerca del verdadero Dios que los muy creyentes. Ellos por lo menos rechazan la creencia en el ídolo que nosotros nos empeñamos en mantener a toda costa.
Los creyentes no solemos ir más allá de unas ideas (ídolos) que hemos fabricado a nuestra medida. Callar sobre Dios es siempre más exacto que hablar. Dicen los orientales: “Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate”. Las primeras líneas del “Tao” rezan: El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao; el nombre que se le puede dar, no es su verdadero nombre. Teniendo esto en cuenta, podemos hablar de Dios sin ninguna limitación, pero con la conciencia de que toda palabra es inadecuada.
De la misma manera, siempre que aplicamos a Dios contenidos verbales, aunque sean los de “ama”, “perdonó”, “salvará”, estamos radicalmente equivocados, porque en Dios los verbos no pueden conjugarse. Dios no tiene tiempos ni modos. Dios no tiene “acciones”. Dios, todo lo que hace lo es. Si ama, es amor. Pero al decir que es amor, nos equivocamos también, porque le aplicamos el concepto de amor humano que no se puede aplicar Dios. En Dios, el AMOR es algo completamente distinto.
Es un amor que no podemos comprender, aunque sí experimentar. Los primeros cristianos emplearon siete palabras diferentes para hablar del amor. Al amor que es Dios lo llamaron ágape. No se trata de una relación entre sujeto y objeto sino en la identificación de ambos. En el amor humano hay un sujeto que ama, un objeto amado y el amor. Ese amor no se puede aplicar a Dios porque no hay nada fuera de Él. El amor es su esencia, no una cualidad como en nosotros; no puede no amar, dejaría de ser.
Vivir la experiencia de la Trinidad, sería convivir. Sería experimentarlo: 1) Como Dios, ser absoluto. 2) Como Dios a nuestro lado presente en el otro. 3) Como Dios en el interior de nosotros mismos, fundamento de nuestro ser. En cada uno de nosotros se está reflejando la Trinidad. Si descubrimos a Dios en nosotros, identificado con nuestro propio ser, descubriremos a Dios con nosotros en los demás. Descubrimos también a Dios que nos trasciende y en esa trascendencia completamos la imagen de Dios.
Hoy no tiene ningún sentido la disyuntiva entre creer en Dios o no creer. Todos tenemos nuestro Dios o dioses. Hoy la disyuntiva es creer en el Dios de Jesús o creer en un ídolo. La mayoría de los cristianos no vamos más allá del ídolo que nos hemos fabricado a través de los siglos. Lo que rechazan los ateos, es nuestra idea de Dios que no supera un teísmo interesado y miope. Después de darle muchas vueltas a tema, he llegado a la conclusión de que es más perjudicial para el ser humano el teísmo que el ateísmo.
La verdad es que no hemos hecho mucho caso al Dios revelado por Jesús. Su Dios es amor y solo amor. Aunque condicionado por la idea de Dios del AT, dio un salto en el vacío y nos llevó al Abba insondable. La mejor noticia que podía recibir un ser humano es que Dios no puede apartarle de su amor. Esta es la verdadera salvación que tenemos que apropiarnos. Es también el fundamento de nuestra confianza en Dios.
Más allá de la Trinidad
De Dios no podemos decir nada porque nada podemos pensar sobre Él
Pretender llegar a Dios por vía intelectual o racional o conceptual es absurdo
El único conocimiento de Dios posible es el vivencial, místico
Pero esa vivencia no se puede meter en palabras y conceptos
Eckhart hace una profunda, aunque sutil diferencia entre Dios y Deidad
Dios sería lo que percibimos de Dios en las criaturas, el Dios que puede ser nombrado
Las criaturas nos hablan de Dios, pero no pueden hablar de la Deidad
Deidad sería lo que trasciende y nada puede verse de ella porque es pura unidad
No se puede relacionar con nada porque no hay nada fuera de ella
En la divinidad todo es uno y todo se identifica con ella
El ser humano puede relacionarse con Dios como presente en su creación
Pero con la Divinidad no hay relación posible sino solo identidad total
La Trinidad es una representación que nos hacemos de Dios
Pero esa representación no puede afectar a la Divinidad porque es simplicidad absoluta
La Trinidad es Dios captado por el hombre y comprendido a su manera
La Deidad es Dios sacado de los límites de toda manipulación humana
Mientras tratemos con Dios podemos permanecer siendo nosotros mismos
Si me sumerjo en la Divinidad, no quedará nada de mí, me confundiré con ella
Al relacionarse con Dios, el hombre busca sus propios intereses
Si se relaciona con la Deidad, camina hacia la disolución total y desaparición del yo
No solo debe renunciar a todo lo externo a él sino renunciar a sí mismo
La pura Nada de Dios y el absoluto vacío del hombre se identifican
Cualquier palabra pronunciada te descentrará de la UNIDAD y te volverá a tu yo
La Deidad es nada y vacío, para alcanzarla tienes que vaciarte totalmente
Nada expresa la imposibilidad absoluta de identificar a la Deidad con nada
Hay que dejar de ser para llegar a ser uno con el ser absoluto
Ese vaciamiento exige incluso vaciarse de Dios (el dios pensado y visto desde fuera)
Ahora entenderéis la frase: pido a Dios que me libre de Dios
Esa nada absoluta de la Divinidad y del hombre está fuera del tiempo y el espacio
Solo se puede dar en el aquí y ahora eternos, es decir, en la eternidad presente
Por eso la encarnación no pudo darse en un único ser y un tiempo determinado
Dios es encarnación y se está encarnando siempre en todos y en todo
Todo ser humano puede vivir esa experiencia de encarnación en él mismo
Comentarios recientes