Santa María de Pentecostés
María, la Madre de Jesús, aparece vinculada en Hech 1, 13-14 y Hch 2 con la venida y presencia del Espíritu Santo, de forma que Dios ratifica en el gesto y camino de la Anunciación:
— En la Anunciación (Lc 1, 26-38) ella sola recibe (aunque como representante de todas las mujeres) el Espíritu de Dios, para así ser Madre de Jesús.
— En Pentecostés (Hch 1-2) ella lo recibe con todos los creyentes, en el principio de la iglesia. De esa forma culmina el camino iniciado en la Anunciación, pasando de la promesa de Israel a la experiencia y plenitud de la iglesia. Así dice el texto:
«Subieron a la sala superior donde se alojaban. Eran Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el celota y Judas el de Santiago. Todos estos perseveraban con un mismo interés en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y sus hermanos» (Hch 1,13-14).
En ese contexto quiero evocar de un modo sencillo (sin un estudio crítico de los hechos en su aspecto externo) el sentido alcance de la presencia de María en Pentecostés (como persona individual y como representante de toda la Iglesia), partiendo de reflexiones extendidas en varias entradas del Gran Diccionario de la Biblia (Verbo Divino, Estella 2015)
— María está presente en el comienzo de la Iglesia: ella ha realizado el camino de la fe y, unida a unos grupos especiales de seguidores de Jesús, forma parte de la Iglesia originaria.
— María ha recibido el Espíritu de Pentecostés, culminando de esa forma el camino que había comenzado con la anunciación.
— Ya no recibe el Espíritu de maternidad para engendrar al Cristo sino que recibe y comparte con los restantes cristianos el Espíritu Pascual de libertad y unión fraterna que le ofrece el mismo Jesús resucitado.
Estos son los temas que ahora trataremos, para terminar uniendo en perspectiva pneumatológica y mariana los motivos de la anunciación y pentecostés. Buen día a todos.
— En la imagen 1 (de El Greco), María aparece como receptora privilegiada (central) del Espíritu Santo, entre los “apóstoles” (con otra mujer, que debe ser Magdalena). Significativamente no aparecen los hermanos de Jesús.
— En la imagen 2 María se identifica (al menos virtualmente) con el Espíritu Santo (una tesis defendida, al menos en principio, por L. Boff, Urs von Balthasar y otros teólogos).
— En la imagen final… una visión de oriente. En vez de María aparece la llama de Dios.
1. Entre los apóstoles, las mujeres y los parientes de Jesús
Algunos consideran la presencia de María en el comienzo de la Iglesia como un dato sin valor histórico. Así ha dicho M. Goguel: «no hay ningún indicio válido que nos permita suponer que María ha formado nunca parte de la Iglesia» (La Naissance du Christianisme, Paris 1955, 141).
Pues bien, en contra de eso, debemos afirmar que hay no solamente indicios sino también certezas fundantes que nos llevan a descubrir la presencia de María en la Iglesia primitiva. Sólo así se explica no sólo Hch 1,14 sino también Jn 19,25-27 que nos habla de María como miembro de la comunidad del discípulo amado. Sólo así se explica la existencia de una intensa veneración mariana que encontramos en el fondo de Lc 1,48 y en todo el evangelio de la infancia.
La simple afirmación de la presencia de María en el comienzo pascual y pentecostal de la Iglesia suscita una serie de certezas que son determinantes para comprender el sentido de su vida y el sentido de todo el cristianismo primitivo. María nos conduce del encuentro individual con Dios, que se explicita en Lc 1,26-38, al encuentro comunitario de Hch 1,14. Así universaliza el valor de su experiencia y expande, en ámbito de unión fraterna, la misma realidad de su persona.
Por la pascua de Jesús, ella ha renacido dentro de la Iglesia o, mejor dicho, ha renacido como Iglesia, en unión con sus hermanos. De esa forma ha culminado la presencia del Espíritu en su vida: podía parecer en Lc 1,35 que el Espíritu se daba sólo a su persona, de una forma individual, aislada y ya perfecta. Pues bien, ahora descubrimos que aquello fue un primer momento en el camino; por el don pentecostal de Jesús, el Espíritu de María se convierte en Espíritu de todos, como misterio de amor que unifica a la comunidad de los creyentes.
Pero con esto podemos volver hacia los textos. Hch 1,14 nos ofrece una lista fundacional de los miembros primitivos de la Iglesia. Ellos forman el ejemplo, concreción y signo de todos los creyentes posteriores. Cada uno de los grupos tiene su propio sentido, una razón de ser y una función que cumplir dentro de la primitiva comunidad.
Primero están los once cuyos nombres se citan expresamente (cf. también Lc 6,14-16). Ellos reciben el nombre de «apóstoles» (Hch 1,2) y se definen como acompañantes de Jesús en el camino de su vida y testigos de su resurrección (Hch 1,21-22). Dentro de la Iglesia primitiva ellos garantizan y atestiguan la continuidad entre el mensaje histórico de Jesús y la experiencia pascual. Son intérpretes de la fe y garantía de la unidad originaria de la Iglesia.
Junto a los apóstoles están las mujeres. El texto (syn gynaixin) resulta indeterminado y podría referirse a diferentes tipos de personas (por ejemplo a las esposas de los apóstoles). Pero es evidente que en el fondo de Lc-Hch ellas son, al menos, las mujeres que acompañaron a Jesús desde el principio: María Magdalena, Juana, la mujer del funcionario Cuza, Susana y muchas otras (cf Lc 8,3). Han servido a Jesús, le han visto morir (Lc 23,49); son testigos de su entierro (Lc 23,55-56) y, sobre todo, testifican el misterio de su tumba abierta (Lc 23,56-24,11)14. Sin su presencia en la primera comunidad la Iglesia hubiera perdido un elemento fundante de la historia y plenitud del Cristo.
Están, al mismo tiempo, los hermanos de Jesús que forman un grupo bien determinado, como en 1 Cor 9,5 (tois adelphois autou). Pertenecen a la vieja familia del Señor, interpretada en un sentido extenso, como entonces se entendía en el oriente 15: Ellos ofrecen el testimonio de la humanidad de Jesús, de su familia, tan insignificante, perdida y poco culta, en Nazaret de Galilea (cf. Mc 6,1-6). Han sido en un principio adversarios de Jesús y han rechazado su camino mesiánico (cf. Mc 3,20-21.31-35; Jn 7,3.5.10).
Pues bien, en un momento determinado, quizá a partir de la experiencia pas-cual de Santiago (cf. 1 Cor 15,7), que aparece como portavoz de todos ellos, estos familiares se han convertido (cf. 1 Cor 9,5; Gál 1,19), formando con apóstoles y mujeres el principio de la nueva Iglesia 16. Ellos aportan la prueba de los orígenes de Jesús, el re-cuerdo de su familia concreta entre los hombres. Un Jesús sin hermanos, sin crecimiento compartido, sin tradición asumida crítica-mente no sería verdaderamente humano.
Finalmente, como distinguiéndose de todos los grupos, está María, la madre de Jesús. Literariamente (si el kai tiene sentido conjuntivo respecto a lo anterior) se podría suponer que ella está integrada en el grupo de mujeres. Habría, según esto, tres grandes componentes de la Iglesia: apóstoles, mujeres y parientes. Sin embargo, es mucho más probable que ese kai (y) que le vincula a mujeres-parientes sea disyuntivo, de modo que ella forme grupo aparte.
María tiene su propia personalidad, aporta una experiencia irrepetible y diferente en el conjunto de la Iglesia17. Así lo suponemos en las notas que ahora siguen.
Para entender lo que implica el surgimiento de esta primera comunidad donde se encuentra María como miembro distinguido, es conveniente que tracemos, al menos de manera hipotética, el transcurso de los hechos 18. Los apóstoles, impactados por el juicio-cruz, se han dispersado, volviendo a Galilea, donde el mismo Jesús vuelve a su encuentro (cf. Mc 16,7; Mt 28,7.10).
Parece seguro que en esta conversión pascual ha intervenido poderosamente Simón (cf. Lc 22,32; 24,34; 1 Cor 15,5), que ahora confirma su nombre de Cefas-Pedro, fundamento de la Iglesia. Evidentemente, la experiencia pascual les lleva a Jerusalén, donde esperan la revelación definitiva de Jesús, Mesías de Israel, Hijo de Hombre escatológico. Las mujeres han quedado desde el principio en Jerusalén, donde han encontrado el sepulcro abierto. No sabemos lo que han hecho después. ¿Han corrido a Galilea para comunicar su experiencia a los apóstoles? (cf. Mc 16,7; Mt 28,10). No podemos precisarlo.
Lo cierto es que las hallamos luego en Jerusalén, formando la primera Iglesia, con los apóstoles (Hch 1,13-14) 21. Sobre los parientes no sabemos nada, a no ser que asumamos la hipótesis de un duelo transformado en experiencia pascual de resurrección. Según la costumbre judía, la madre y hermanos se habrían reunido una semana y luego un mes en llanto riguroso y luto por Jesús, el muerto. En un momento determinado, quizá por el testimonio de las mujeres y/o los apóstoles el duelo se habría convertido en gozo y canto, en experiencia de nuevo nacimiento. 22 Leer más…
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