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La muerte está vencida

Viernes, 2 de noviembre de 2018
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Del blog ya desaparecido À Corps… À Coeur:

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¡Ver los cementerios como un lugar de vida! Es en la Eucaristía donde estamos más en comunión con nuestros difuntos. Sin embargo, los cementerios son una proclamación magnífica de la esperanza en la resurrección de la carne, bien más allá del postulado simple y arbitrario de una cierta supervivencia del alma. Allí están aquellos a los que los primeros cristianos llamaban ” los durmientes “. Y es a sus hermanos vivos para Dios, por quien los cristianos van a visitar el cementerio. Si se va a la tumba del Cristo, aunque esté vacía, precisamente es porque allí se produjo la resurrección de Cristo, la prenda de nuestra propia resurrección. Mantengamos nuestras tumbas pero no cultivemos la flor del tormento, de la culpabilización. Tenemos algo mejor que hacer: reguemos la flor de la Fe, entonces hagamos de nuestros cementerios  bellos jardines de esperanza! “

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Père Pierre Trevet

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¡La Eucaristía! Es el regalo más bello que puede ofrecerse a los que “se fueron”. La Salvación ya ha sido dada de una vez para siempre por la muerte y la resurrección de Cristo, pero la actualización de la misa va a abrir el corazón del difunto y a alumbrarlo con una luz nueva. Si está en el “Purgatorio“, la misa es potencia de liberación. Si ya está en el Cielo, podrá utilizar este don con una “inteligencia” celeste para los de la tierra que lo necesitan más. Comprendamos que es también un regalo para los vivientes porque purificar y lavar nuestra historia pasada aporta bendición en el presente y en el futuro.

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Razones para la esperanza.

Sábado, 6 de octubre de 2018
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Un antiguo alumno mío, que se ha vuelto agnóstico, me repite a menudo: «La Iglesia ha llegado a la agonía, es inútil que usted se agote en poner dentro de la misma cesta los trozos que quedan». Pues bien, no […]. Mi vida dominicana me permite grandes espacios de silencio y de recogimiento. Son los momentos en que se deposita la memoria de las heridas, de los fracasos, de los arañazos, de los celos (el gran mal eclesiástico), de las inquietudes por el futuro, y en los que se hace más profunda la conciencia de la gracia de Dios. Siento entonces subir a mi espíritu algunos versículos de salmos, de relatos evangélicos, de la literatura joánea, de las cartas apostólicas, en particular de la carta a los Efesios.

Este flujo de versículos que pueblan mi memoria creyente se conecta con las palabras que el evangelio de Juan pone en labios de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos?». Desde hace dos mil años, hombres y mujeres de «toda pobreza», volviendo sobre esta confesión de fe, la han releído a la luz de su experiencia y de su deseo. La han considerado capaz de dar un sentido a su vida […]. Pedro da razón de su adhesión radical a Cristo: «Sólo tú tienes palabras de vida eterna». La respuesta de Pedro aparece de inmediato como el hilo conductor del destino de todos los grandes santos, heridos también ellos por la vida, atormentados también ellos por la vida […]. Por eso afirmo que mientras haya hombres y mujeres que buscan el sentido de su vida y otros que pronuncian el nombre de Cristo, sabiendo lo que significa, habrá cristianos […].

La Iglesia de Dios es, al mismo tiempo, revelación y actualización de su ternura, capaz de abrazar el destino humano en lo concreto de aquellas cosas que le hacen feliz, pero también – y tal vez sobre todo- en aquellas cosas que le hunden en la desesperación.

Dios no quiere que la humanidad carezca de esperanza, y la humanidad tampoco quiere estar sin ella. No sé qué es lo que la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, está llamada a ser en los siglos futuros. Ahora bien, en mi fe, creo que en el día del Señor ella será sierva de la misericordia-fidelidad.

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J.-M. R. Tillard,
«Razones para esperar»,
en Testimoni del 30 de noviembre de 2000.

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Señor, tengo mi esperanza en ti.

Viernes, 7 de septiembre de 2018
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Del cuaderno de notas de un joven jefe scout, estudiante de agronomía, muerto de leucemia:

«En ocasiones quisiera irme a vivir a un lugar solitario, silencioso, donde no haya confusión, distracción, donde pudiera dedicarle a Él, sólo a Él, mi tiempo, todo mi tiempo. Me doy cuenta de que todo lo que hay a mi alrededor me distrae, me lleva a donde no quiero ir: a la envidia, a la maldad, al pecado corporal. Debo prepararme para aquel momento, debo estar preparado para cuando me llame a Él. No puedo dejar pasar los días. Cada segundo es importante, esencial, indispensable, y no debo malgastar de este modo mi tiempo.

Cuando me preguntan sobre mi enfermedad, rara vez soy yo quien empieza a hablar de ella y, al oír lo que pienso y cómo hablo de ella, me dicen que soy pesimista. ¡No! Soy realista.

Sé lo que me sucederá, cómo moriré; he visto morir a otros, apagarse lentamente, día tras día. Sé de qué modo, en qué hospital y cómo. He visto llorar a un hombre. Me decía: “Tengo que morir… Moriré”. Sé que esto también me sucederá a mí. Ahora bien, ¿cómo decirle a alguien: “Sí, tengo miedo, pero no veo la hora”? Tú me llamas, yo responderé: “Aquí estoy”. No lo diré a nadie, lo sabes Tú, lo sabe Él.

Ni siquiera puedo extrañarme de todo lo que me rodea: deben ponerme las inyecciones, darme las pastillas. ¡Todo esto sirve! Sirve para prepararme mejor, para recuperar el tiempo que he perdido y que perderé. ¡Ayúdame, Dios! Ayúdame a no ser hipócrita, a confiar sólo en ti. ¿Continuaré fingiendo estudiar, actuando como si todo fuera normal, como si no hubiera pasado nada? Dios, indícame el camino. Es de noche, no veo a dónde quieres que vaya. ¡Ilumíname el camino! Está oscuro, sé luz para mí. No me siento mártir. Muy diferentes y más duros son los sufrimientos de quienes han muerto por ti, de quienes han elegido morir por ti, Señor. ¡Qué valor, qué fuerza! Todo esto me hace sentirme pequeño e inútil, pero, Señor, tengo mi esperanza en ti» .

*

Michelle Chinellato

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La esperanza lúcida.

Martes, 21 de agosto de 2018
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Del blog Pays de Zabulon:

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Marcha  del Orgullo en México, 10 junio 2018

¿Qué es la vida de un hombre?
Es la lucha de la sombra y la luz.
Es una lucha entre la esperanza y la desesperación,
entre la lucidez y el fervor.

Estoy del lado de la esperanza,
pero de una esperanza conquistada, lúcida
fuera de toda ingenuidad.

*

Aimé Césaire

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Fuente foto : Marcha del  Orgullo en México, el 10 de junio de 2018. Foto de Luis Gonzalez/ Reuters publicada por Courrier International

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Esperanza

Lunes, 2 de abril de 2018
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Podemos amar a Dios porque esperamos algo de Él, o tener esperanza en Él porque sabemos que nos ama.

A veces comenzamos sintiendo la primera clase de esperanza y terminamos sintiendo la segunda. En este caso, la esperanza y la caridad trabajan juntas como compañeras cercanas y ambas residen en Dios. Entonces, todo acto de esperanza puede abrir las puertas de la contemplación, pues una esperanza de ese estilo es su propia realización.

Mejor que esperar algo del Señor más allá de su amor, pongamos toda esperanza en este mismo amor. Este tipo de esperanza nunca es confusa y siempre será tan confiable como Dios mismo. Es más que una promesa de su propio cumplimiento, pues es un efecto del amor que ella espera.

La esperanza busca la caridad porque ya la ha encontrado. La esperanza también busca a Dios, sabiendo que Él ya la ha encontrado a ella. La esperanza asciende al cielo, apenas adivinando que ya lo ha encontrado.

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*

Thomas Merton.
Los hombres no son islas.
Editorial Sudamericana.

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Esperar

Domingo, 12 de noviembre de 2017
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Lo realmente triste no es cuando, al anochecer, regresas y no tienes a nadie que te espere en casa, sino cuando tu no esperas nada de la vida […]. Esperar, esto es, experimentar el gozo de vivir.

Dicen que la santidad de una persona se mide según el espesor de su espera. Quizás sea verdad. Si es así, hay que concluir que Maria es la más santa de las criaturas, porque toda su vida aparece marcada por el gozo de quien espera […]. Santa María, virgen de la esperanza, danos de tu aceite, que nuestras lámparas se apagan. Mira: se han agotado las reservas. No nos mandes a otros vendedores. Reaviva en nuestras almas el antiguo ardor que nos quemaba por dentro, cuando bastaba una pequeñez para rebosar de alegría: la llegada de un amigo lejano, el rojo atardecer después de una tormenta, la caída de las hojas anunciando el regreso del invierno, los repiques de campanas en los días de fiesta, el vuelo raso de las golondrinas en primavera, el acre olor emanado de los lagares, el canturreo de las cantinelas otoñales, el encorvarse tierno y cadencioso del regazo materno, el perfume del espliego al preparar la cuna.

Si hoy no sabemos esperar es porque estamos escasos de esperanza. Se han desecado las fuentes. Sufrimos una profunda sequía de deseos. Y, satisfechos con los miles de sucedáneos que nos asedian, ya no esperamos nada de las promesas selladas con la sangre del Dios de la alianza […]. Santa Maria, virgen de la esperanza, danos un alma vigilante. Cercanos a los umbrales del tercer milenio, nos sentimos, lamentablemente, mas hijos del crepúsculo que profetas de la claridad que llega. Centinela del mañana, despierta en nuestro corazón la pasión por los jóvenes anuncios para transmitirlos al mundo, que se siente ya viejo. Entréganos el arpa y la citara, y contigo madrugaremos para despertar la aurora. Frente a los cambios que sacuden la Historia, haz que experimentemos de nuevo los estremecimientos primeros, Haznos comprender que no basto con acoger: es necesario esperar. Acoger es, a veces, Señal de resignación. Esperar es, siempre, signo de esperanza. Haznos, por tanto, ministros de la espera. Y el Señor que viene, Virgen del adviento, nos sorprenda, también junto a tu materna complicidad, con la lámpara en la mano.

*

A. Bello,
María, Señora de nuestros días,
San Pablo, Madrid 1996.

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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

“Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz:

“¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!”

Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas:

“Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.”

Pero las sensatas contestaron:

“Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.”

Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:

“Señor, señor, ábrenos.”

Pero él respondió:

-“Os lo aseguro: no os conozco.” Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.”

*

Mateo 25,1-13

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“¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!”. Domingo 12 de noviembre de 2017. 32º domingo de tiempo ordinario

Domingo, 12 de noviembre de 2017
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55-OrdinarioA32Leído en Koinonia:

Sabiduría 6,12-16:Encuentran la sabiduría los que la buscan.
Salmo responsorial: 62: Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
1Tesalonicenses 4,13-18: 
A los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él.
Mateo 25,1-13: ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!
En estos domingos «finales» del año litúrgico, los textos nos dirigen una invitación a reflexionar sobre el «fin» de toda existencia. Éste fin es considerado no sólo como la meta en que la vida adquiere realización o acabamiento, sino también como la meta del caminar histórico colectivo del ser humano y de la realidad toda. Semanas para contemplar este aspecto ineludible de nuestras vidas.

La primera lectura, del Libro de la Sabiduría, es un himno que canta los maravillas de la Sabiduría. Ésta sale al encuentro de quienes la buscan, de quienes la aman, y ella misma se muestra. La sabiduría es una cualidad, una manera en que Dios se manifiesta a quienes realmente le buscan. La única condición para que este encuentro se llegue a dar, es estar abierto a la sabiduría, buscarla; como se busca a Dios. (Importante darse cuenta de que la Sabiduría es presentada en este libro como «personificada», pero no «hipostasiada»: la personificación es simplemente una figura literaria, una forma de hablar).

Por su parte Pablo, en la carta a los Tesalonicenses, intenta responder las dudas de algunos hermanos que han ingresado hace poco a la comunidad. Estos hermanos consideran desfavorecidos a los difuntos porque iban a estar ausentes de la cercana venida del Señor. Pablo reafirma la enseñanza que él recibió. Los que murieron en Jesús estarán presentes con él en el último día. Ellos resucitarán en primer lugar y los que quedemos seremos llevados al Señor. Por que si creemos que Jesús murió y resucitó, Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús, pues para Pablo en el bautismo, expresión de conversión, nos sumergimos en la muerte del Señor para resucitar con él; así mismo quienes murieron con Cristo resucitan con él porque han participado del camino, del seguimiento, y la alegría por continuar anunciando la Utopía de Dios, que llamamos Reino. Terreno difícil para distinguir lo que es sustancia de nuestra fe –o de nuestra esperanza- sin confundirla con una cosmología o mitología del tiempo y de la cultura helenista que no era la de Jesús… teniendo en cuenta que la cosmología o representación de la vida y la muerte en la cultura de la sociedad en que vivió Jesús tampoco son para nosotros «Palabra de Dios»…

El evangelio del día de hoy nos trae la parábola de las diez vírgenes, prudentes y necias, que estaban esperando al novio. No dice a sus novios o a los novios. «El novio» designa a Jesús mismo (Mateo 9, 15). Y recordemos que el reino de Dios también es simbolizado con un banquete de bodas…

La parábola nos enseña que el final de cada persona depende del camino que se escoja, que de alguna manera, la muerte es consecuencia de la vida –prudente o necia- que se ha llevado. Muchachas necias son las que han escuchado el mensaje de Jesús pero no lo han llevado a la práctica. Muchachas prudentes son las que lo han traducido en su vida, por eso entran al banquete del Reino. De esta manera, la lectura del evangelio se enmarca en la preocupación de los cristianos recién convertidos de la comunidad de Tesalónica, Grecia, (los Tesalonicenses), la preocupación por el final de los tiempos.

La parábola es una seria llamada de atención para nosotros. “ustedes velen, porque no saben el día ni la hora“. No dejen que en ningún momento se apague la lámpara de la fe, porque cualquier momento puede ser el último. Estén atentos, porque la fiesta de la vida está teniendo lugar ya, ahora mismo. El Reino está ya aquí. Enciendan las lámparas con el aceite de la fe, con el aceite de la fraternidad, de la caridad mutua. Nuestros corazones llenos así de luz nos permitirán vivir la auténtica alegría aquí y ahora. Los demás, los que viven a nuestro alrededor se verán también iluminados, conocerán también el gozo de la presencia del Novio esperado. Jesús nos pide que nunca nos falte ese aceite en nuestras lámparas.

Ciertamente tenemos que aprovechar el momento presente, pero para construir fraternidad, no para buscar de manera egoísta nuestro propio bienestar. Las vírgenes necias pusieron otro aceite en sus lámparas: el que sólo sirve para alumbrar egoístamente nuestro camino. No pudieron entrar en la fiesta de la boda. Y si hubiesen entrado no hubiesen entendido absolutamente nada. En la fiesta de la hermandad los que sólo miran por su propio interés se aburren.

Sería bueno preguntarnos de qué tipo es el aceite que alimenta nuestras lámparas. Sería bueno examinar cómo trabajamos día a día para aumentar la intensidad de nuestro fuego, y de nuestras reservas. ¿O acaso desperdiciamos las ocasiones de crear fraternidad, de amar y servir a los hermanos?

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Dom 12.11.17. El novio tardaba, una noche de amor “dividido”

Domingo, 12 de noviembre de 2017
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Del blog de Xabier Pikaza:

%cf%83%ce%ac%cf%81%cf%89%cf%83%ce%b70012Dom 32. Mt 25, 1-13. La liturgia recoge este domingo la parábola de las “diez novias”, divididas en dos grupos, cinco eran prudentes, los otras insensatas, todas ellas convocados y esperando a la puerta de la noche del amor

Ésta es una parábola para soñar y pensar, no una historia sucedida así (o que sucederá), una gran voz de esperanza y aviso, para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, llamados al amor en la noche, con riesgo de olvidarlo y olvidarnos, divididos al fin, ante el amor que quiere (y ha de ser) universal.

El mensaje de esta parábola resulta inquietante y, al mismo tiempo, esperanzado, y de esa forma nos sitúa ante uno de los temas centrales de la tradición israelita: Los creyentes (fieles) son jóvenes (vírgenes, muchachas) que han de esperar la llegada del esposo, que es el mismo Dios (Cristo) para celebrar las bodas con lámparas encendidas.

Es una parábola antigua, mil veces leída, escuchada, pintada… Pero sigue siendo sorprendente , pues nos hace pensar de un modo distinto en lo que somos y en aquello que podemos ser, caminantes de amor, más allá de la caída de la tarde, más allá de la muerte, caminantes olvidadizos y miedosos, en un mundo al que acecha la noche final.

No es una alegoría moralista, como la fábula de la hormiga y la cigarra, sino una parábola transformadora y paradójica, que nos sitúa ante la experiencia final de humanidad, ante la capacidad de amor y responsabilidad, ante la llegada de Dios que no ha venido a imponerse desde arriba, sino a encarnarse en el amor y sufrimiento con los hombres y mujeres, compartiendo con ellos su historia de sufrimiento y muerte.

Es nuestra parábola, un termómetro de amor ilusionado pero, al mismo tiempo,arriesgado, ante la división y la lucha por la vida, en la noche.

Mt 25, 1-13

1 Entonces se comparará el reino de los cielos con diez doncellas (vírgenes) que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. 2 Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensats. Las necias, al tomar las lámparas, no tomaron el aceite; 4 pero las sensatas tomaron consigo aceite en alcuzas con las lámparas.

5 Atrasándose el novio, les entró sueño a todas y se durmieron. 6A medianoche se oyó una voz: ¡Que llega el novio, salid a recibirlo! 7 Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. 8 Y las necias dijeron a las sensatas: Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas. 9 Pero las sensatas contestaron: Quizá no haya bastante para vosotras y nosotras, es mejor que vayáis a la tienda y os lo compréis.

10 Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. 11 Por fin llegaron también las otras doncellas, diciendo: Señor, señor, ábrenos. 1 Pero él respondió: Os lo aseguro: no os conozco. 13 Velad, por tanto, pues no sabéis el día ni la hora .

Esta parábola se encuentra íntimamente conectada con la anterior (y con todo Mt 24), como indican su primera palabra (tote, entonces: 25, 1 cf. 29, 9. 10. 14, 16. 21. 23. 30. 40), referida a lo que sucederá al final de los tiempos (cf. 24, 45-51), y las palabras finales (velad, pues no sabéis el día ni la hora, 25, 13; cf. 24, 41.

Según esta nueva parábola, el que viene no es el Hijo del Hombre (24, 39), ni un posible ladrón (24, 43), ni el Dueño de casa (24, 45), sino el Esposo prometido de la tradición profética (Oseas Jeremías, Isaías 2 y 3). La historia de la humanidad puede compararse según eso con una celebración de bodas, un camino de maduración en el amor.

Éste es un tema que había destacado Mt 22, 1-10, al reinterpretar la parábola del banquete (Q: Lc 14, 16-24), como parábola de bodas del hijo del Rey. Desde ese fondo puede y debe entenderse narración como parábola (con el efecto sorpresa del rechazo de las necias) y como alegoría (por su forma de dividir a la humanidad en dos mitades, y de entender la meta de la vida como bodas) .

1. Una parábola ya conocida. Elementos básicos (25, 1-4).

Esta narración está contada desde el trasfondo de la historia de Israel… Quizá guarda un recuerdo de Jesús (que se ha referido a las bodas del reino: 9, 14-17). Pero tal como se cuenta parece obra del mismo evangelista (o de su escuela) que ha creado en 24, 45‒25, 46 un gran “retablo” escatológico con temas vinculados a la culminación (o realidad más honda) de la historia. En sí misma, esta parábola se encuentra íntimamente unida al desarrollo precedente, como muestra su forma de presentar a las cinco sensatas (fronimoi, 25, 2-3), en la línea del administrador de 24, 4 (que debía ser fronimos, sensato). Estas dos parábolas (24, 45-51 y 25, 1-13) nos sitúan, pues, ante una visión general de la “inteligencia o sensatez escatológica”, interpretada como buena administración y buen noviazgo, esperanza de bodas:

‒ Las diez muchachas (parzenoi: vírgenes, mujeres núbiles) son signo de una humanidad ya madura para el amor, y así aparecen vinculadas de un modo íntimo con Dios, esperando las Bodas finales de la historia. Ciertamente, en el fondo se encuentra el motivo de Israel como novia/esposa de Yahvé, un motivo presente a lo largo de la Biblia desde los tiempos de Oseas, Jeremías y Ezequiel. Pero, siendo signo de Israel, ellas representan a cada uno de los hombres o mujeres de la humanidad, que debe mantenerse preparados para las bodas de Dios.

Esta imagen de las diez muchachas, cada una con sus luces encendidas ante el esposo, para acompañarle en la procesión de bodas, resulta bien conocida en oriente (incluso en Roma). La palabra lámpara (lampa,j) puede evocar una candela de aceite con mecha pequeña (que se apaga a cualquier golpe de viento), pero quizá se refiere a una antorcha de aceite con mecha de tela resistente al aire. En otra línea, la imagen puede evocar el gran signo israelita de la menorah, candelabro de siete lámparas del santuario .

‒ Aceite. Se conserva en la alcuza de cada persona, como algo propio de ella y es, por tanto, intransferible: Es el don de la existencia, la vida en su sentido más profundo. Hombres y mujeres son “aceite” que alumbra en cuanto se consume, haciéndose luz ante (en) Dios. No son luz para un templo exterior, como el de Jerusalén, sino para el esposo, el mismo Dios. Éste es el signo distintivo más precioso del ser humano: el buen aceite que alumbra. Fuera quedan otros posibles aspectos o valores de tipo social o legal (e incluso religioso), pero los hombres y mujeres son aceite, que han de tener preparado, como una reserva de “vida” ante el esposo.

Pues bien, ese mismo aceite divide a los hombres, de manera que la humanidad puede compararse a cinco muchachas necias y cinco inteligentes, como se cuenta en otras “historias” de ese tipo. En ese contexto, nuestra tiene un fondo y una finalidad parenética, y sirve para insistir en la posibilidad del bien y del mal… y en la exigencia de conversión, con el fin de que, a la postre, todos puedan entrar con el esposo, cuya llegada evoca el límite del tiempo. La división se confirma y ratifica al final, pero se encuentra adelantada por la forma en que aparecen las muchachas: las cinco necias (mwrai.) no se han ocupado del aceite, mientras las sensatas (fro,nimoi) tomaron, con las lámparas una reserva de aceite en la alcuza.

‒ Un noviazgo compartido y distinto para cada una. Estas vírgenes/novias pueden entenderse en sentido personal y/o social. Todas son esposas del único esposo (nymphioi), de manera que su matrimonio ha de interpretarse en clave monogámica, pero en línea trascendente, no de este mundo (en sentido biológico-corporal, pues en ese caso se trataría de un marido polígamo), como sabe desde Oseas la tradición profética, que interpreta al pueblo en su conjunto y a los israelitas en particular como “esposa” de Yahvé.

Según eso, las diez vírgenes tienen un sentido colectivo (todas son la novia, son Israel, son la Iglesia, son la humanidad), pero al mismo tiempo pueden y deben interpretarse en sentido individual, pues cada una es valiosa por sí misma. Un elemento importante de la escena (y quizá poco destacado en las interpretaciones) es el hecho de que aquí no hallamos ninguna novia central, que actuaría como reina, con un cortejo de “vírgenes menores” que serían sus servidoras o damas de compañía (cf. Sal 45, 15-16 y Cant 6, 4-9. En nuestro caso, las diez tienen la misma dignidad, de manera que cada una aparece como esposa principal del novio, y ninguna es pura dama de compañía, pues todas y cada una son reinas .

2. ¡Atrasándose el novio…! Un tiempo de muerte (25, 5). Todas aparecen como amigas, tienen en común el noviazgo y la espera, sin que en principio se distingan (aunque el texto sabe que unas son necias, otras prudentes). No se aclara el motivo de esa distinción, no se habla de un posible pecado de algunas, de manera que no estamos ante un problema de moralidad en el sentido secundario del término, sino de inteligencia humana, de actitud y de respuesta ante la vida.

Como he dicho, en un primer nivel, esa diferencia entre necias e inteligentes parece normal, es un signo o elemento de la propia vida, que hace a los seres humanos distintos. Todas son la humanidad en busca de la plenitud de un Dios que no está ya simbolizado como Padre (Abba) sino como partner, misterioso amigo de las bodas. Todas le esperan, pero unas con inteligencia/previsión (guardan aceite en sus alcuzas), y otras sin ocuparse del aceite, como si las cosas pudieran resolverse en un último momento.

Pues bien, en este contexto se introduce el tema del “retraso” o, quizá mejor, de la tardanza de la parusía o manifestación del novio (croni,zontoj de. tou/ numfi,ou), de la que trataba 24, 34-36. Da la impresión de que las “necias” eran en principio buenas “creyentes”: Esperaban la manifestación inmediata de Cristo, su gran parusía, lo habían dejado todo, confiaban en la llegada del Novio, no tenían que llevar nada, pues el esposo iba a llegar inmediatamente. Pero las cosas han sucedido de otra forma.

El Novio no ha llegado en el tiempo que ellas (¡muchísimos cristianos!) pensaban, y de esa forma se retrasa la parusía, en contra de lo que habían esperado Pablo y los conversos de Tesalónica (¡confiaban estar vivos cuando llegara el Cristo!). Pues bien, en contra de eso, nuestra parábola afirma que “todas” se adormilan y duermen (mueren), sin que ello produzca escándalo (a diferencia de 1 Tes 4, 13-18), como supone Hbr 9, 27, que ha acuñado la gran fórmula: Se ha establecido que los hombres mueran una vez…: statutum est hominibus semel mori).

Todas mueren sin que el esposo haya llegado, sin que las bodas hayan podido celebrarse en este mundo. Parece evidente que esa tardanza del novio está evocando el retraso de la “parusía”, un problema que la Iglesia ha debido plantear y resolver con urgencia. En ese contexto de retraso, de tiempo abierto por la preparación de las bodas que se demoran (no ha llegado el Novio) viven y mueren las muchachas, unas bien preparadas (se duermen con la reserva de aceite al lado), otras sin preparación (como si no debieran tener el aceite a punto, como si el Esposo no necesitara que ellas estuvieran preparadas). Al decir que todas se durmieron, parece que se está evocando la muerte universal, como destacan otros textos tardíos del NT (cf. 2 Ped 3, 1-16) .

3. En medio de la noche: ¡llega el Novio! (25, 6-7). Todas las vírgenes (¡todos los cristianos!) saben que habrá bodas, pero algunos viven como si no las hubiera, sin preocuparse del aceite, como suponiendo que habrá siempre a su lado en abundancia, para tomarlo sin más preocupación. El aceite, que las inteligentes conservan en alcuzas para reavivar la lámpara en su momento, representa quizá las buenas obras, la memoria positiva del pasado, el valor de la vida vigilante, con aceite para el esposo a quien saldrán a recibir. Las otras no pueden ir al encuentro del novio sin aceite…

‒ Aceite. Podría suponerse que unas lo han recibido, y otra no. Pero el texto va en contra de esa suposición, pues ha supuesto que ellas mismas, todas, pudieron tomar no sólo lámparas, sino también alcuzas con aceite. Pues bien, unas parecen haber tomado sólo lámparas, como si bastaran; otras, en cambio, tomaron además aceite en las alcuzas (25,4). Éste parece el motivo de fondo, y desde aquí se entiende la división entre las môrai, necias, que han vivido sin previsión, sin otro horizonte que las ocupaciones inmediatas de la vida (cf. 13, 20-22) y las phronimoi, sensatas, que han tomado consigo una reserva de alcuzas de aceite.

Como he dicho, todas son novias de un mismo esposo universal, no simples compañeras/asistentes de una Novia superior a la que irán acompañando en la procesión de bodas. La parábola anterior (24, 45-51) se refería a un esclavo administrador, que estaba por encima, debiendo cuidar de la casa (de la servidumbre) hasta la llegada del amo. Esta parábola, en cambio, supone que todos, varones y/o mujeres, tienen (tenemos) la misma responsabilidad, como muchachas que han de madurar al (ante el) amor de una forma responsable.

4. Ya no es tiempo de compra. Y se cerró la puerta (25, 8-11). Tomada externamente, la parábola es dura. A lo largo de la espera, las muchachas han tenido tiempo para llenar las alcuzas, o incluso para intercambiar el aceite como indicarán, desde otra perspectiva, las parábolas siguientes, y todo el evangelio. Pero, al final, cuando unos y otros se “despierten” del gran sueño y preparen sus lámparas ante el Esposo, no será posible prestarse el aceite, ni podrá comprarlo en los mercados. Habrá terminado el tiempo de los que compran y venden (25, 9), como suponía ya la escena de la “purificación”, cuando Jesús derribó las mesas de los compradores y vendedores del templo (21, 12).

‒ Id a comprar… (25, 9). Así dicen las prudentes. Ésta es una escena y respuesta de humor duro, despiadado, pero propio de una parábola del fin de los tiempos, donde los detalles no se pueden tomar al pie de la letra (como en una alegoría). Las prudentes les dicen que vayan a comprar y el texto supone que de hecho van y lo hacen, aunque vuelven tarde, cuando la puerta de la boda está ya cerrada. Eso significa que hay un caudal de mundo para hacer negocios (¡ellas, unas simples vírgenes que en aquel tiempo no solían manejar dinero!). Leer más…

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“Preparando el examen final”. Domingo 32. Ciclo A.

Domingo, 12 de noviembre de 2017
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vigiladDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Se acerca el fin del año (litúrgico)

Nos acercamos al final del año litúrgico, que terminará el día 02 de Diciembre. Como si nos aproximáramos al final de curso y tuviéramos que hacer un examen, la Iglesia quiere que nos preparemos a fondo y con tiempo. Para ello, en estos tres últimos domingos del año (32-34º), se leen tres parábolas que se complementan: las diez muchachas, los talentos, el Juicio Final. Estas parábolas sólo se encuentran en el evangelio de Mateo, que las añade con un fin muy concreto. El evangelio de Marcos termina la enseñanza de Jesús con el discurso sobre el fin del mundo. Quizá a Mateo le pareció un final demasiado sensacionalista y añadió estas tres parábolas, que animan a tomarse la vida muy en serio.

Un viaje mortal a Nueva York

Cuando salieron del aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, aquellos cinco amigos argentinos no sabían lo cerca que estaba su día y su hora. Si lo hubieran sabido, no habrían hecho ese viaje. Pero la muerte los habría sorprendido, más tarde, en cualquier otro sitio y hora. Como aquel matrimonio que salvo la vida al perder el vuelo de Air France que se hundió en el Atlántico, y murió meses después en un accidente de automóvil. “Estad en vela, porque no sabéis el día ni la hora”.

Vigilar no es vivir angustiado

San Luis Gonzaga estaba un día jugando al frontón y le preguntó un compañero: “Hermano Luis, si supieras que ibas a morir dentro de poco, ¿qué harías?” Y él respondió: “Seguir jugando”. ¿Cómo se conjugan la vigilancia y el juego? La parábola de hoy puede ayudarnos a comprenderlo.

La parábola de las diez muchachas

«Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo! Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: “Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.” Pero las sensatas contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.” Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: “Señor, señor, ábrenos. “Pero él respondió: “Os lo aseguro: no os conozco. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»

En tiempos de Jesús, cuando se celebraba una boda, un grupo de muchachas acompa­ñaba al novio a recoger a la novia para acompañarlo a la ceremonia. A partir de este hecho tan trivial crea Jesús la parábola. Nos encon­tramos ante diez muchachas divididas en dos grupos de cinco: unas necias, que se olvidan del aceite para los candiles; otras sensatas, que llevan aceite de repues­to. Hasta aquí todo es posible. Pero la parábola adquiere de repente un tono irreal, porque quien da el plantón no es la novia, sino el novio, que se retrasa hasta la medianoche.

Mientras, las diez se han quedado dormidas. Y los candiles siguen consumiendo aceite. Al llegar el novio, unas pueden reponerlo fácilmente, los otros están casi agotados. Las sensatas no quieren darles aceite, y el novio se niega a admitirlas después de cerrada la puerta.

La conclusión de la parábola es desconcertante: “Por tanto, estad en vela, porque no sabéis el día ni la hora”. Es desconcer­tante, porque ninguna de la diez ha velado, todas se quedaron dormidas. Lo cual significa que la vigilancia, en este caso, equivale a la sensatez de llevarse la provisión de aceite. Pero, ¿qué significa esto en la práctica?

Dos interpretaciones posibles

La parábola se ha interpretado en dos líneas principales.

Una concede especial importancia al aceite, viéndolo como imagen de la fe, del fervor, de las buenas obras. Lo que hace falta es estar preparados espiritualmente.

Otra línea no concede una importancia capital al simbolismo del aceite; lo que quiere decir la parábola es que hay que prepararse con antelación, porque entonces será demasiado tarde. Esta segunda línea parece la más exacta, como lo demuestra su traducción al lenguaje moderno. Diez universitarios se acercan al fin de curso. Cinco han estudiado durante todo el año, asistido a las prácticas, tomado apuntes; otros cinco han empalmado movida con movida. En el momento de entrar al examen piden a los primeros que les pasen las respuestas. Cosa a la que los otros se niegan, como es lógico. El examen se prepara con tiempo, no se improvisa ni se copia.

La clave de la 1ª lectura

La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, ofrece una perspectiva muy interesante. Se ha elegido porque su tema empalma con el de la sensatez de la cinco muchachas.

La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta. en ella es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones; misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen; los aborda benigna por los caminos y les sale al paso en cada pensamiento.

En esta lectura, la sabiduría no es algo intelectual, un conjunto de conocimientos, sino una persona a la que se ama, se busca y se encuentra, o que se encuentra sentada a nuestra puerta esperándonos. Los primeros cristianos aplicaron esta imagen personalizada de la sabiduría a Jesús, que es la Sabiduría de Dios.

Con esto, la parábola adquiere un sentido nuevo. ¿Cómo podemos estar preparados? ¿En qué consiste la vigilancia? En tener ese contacto con Jesús, pensar en Él, hablar con Él, dejarnos encontrar por Él. Para que no nos ocurra lo que dice el novio a las cinco muchachas insensatas: “No os conozco”. La amistad con Jesús, la capacidad de diálogo con Él, no se improvisan. Hay que ejercitarlas todos los días para poder disfrutar luego del banquete de bodas.

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Domingo XXXII del Tiempo Ordinario. 12 noviembre, 2017

Domingo, 12 de noviembre de 2017
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d-32

“Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite, en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.”

(Mt 25, 1-13)

Si la realidad fuera tan clara y distinta como nos la presenta la parábola de hoy todo sería mucho más sencillo.

La parábola de las vírgenes, como otras muchas de Mateo, divide el mundo entre buenos y malos. No cabe duda de que las necias son quienes no llevaron aceite y se quedaron en la puerta por su propia necedad, pero en la vida cotidiana las cosas son mucho más complejas, nuestro esquema de buenos y malos se cae por su propio peso. Sin embargo, seguimos viviendo como si fuera cierto y nos acabamos creyendo que los “nuestros”, los de nuestro color, los de nuestro partido, los de nuestro equipo, son los buenos, los acertados, frente a los demás, que no les queda más remedio que ser los malos, los equivocados.

En este dualismo solo hay un camino: la violencia. Cada grupo quiere imponer su verdad. Probablemente aquella primitiva comunidad de Mateo se vio en la necesidad de defenderse. Como grupo marginal que era se veía amenazado por todos lo costados. Necesitaba distinguirse y marcar un camino claro y distinto y hasta aquí es comprensible, pero no deja de tener sus peligros. El “buenismo” en nuestra Iglesia ha hecho mucho daño. Cuando la Iglesia ha sido poderosa ha aplastado a quienes eran diferentes.

Creo que en el único lugar donde funciona el esquema de bueno/malo es en el corazón de cada una. Todas las personas somos una mezcla de bueno y malo, luz y oscuridad. Todas llevamos dentro una sensata y una necia. Cuando alimentamos la luz, la oscuridad cede. Si agrandamos el espacio de lo bueno, lo malo empequeñece.

Ojalá esta parábola nos sirva para entrar en nosotras mismas a poner más luz, en lugar de quedarnos a oscuras señalando errores ajenos.

Oración

Derrama, Trinidad Santa, tu aceite generoso y sé Tú la llama que ilumine nuestro interior. ¡Amén!

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Despertar o seguir dormido, esa es la cuestión.

Domingo, 12 de noviembre de 2017
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depositphotos_11203345-stock-photo-man-waking-upMt 25, 1-13

En los tres domingos que quedan vamos a leer todo el capítulo 25 de Mt (el último, antes del relato de la pasión). Los tres episodios que en él se narran (diez doncellas, los talentos y juicio definitivo) siguen siendo advertencias a su comunidad, con el fin de poner en guardia a los cristianos de las consecuencias definitivas de sus actitudes vitales. Dios no puede hacer ya nada. La pelota está en nuestro tejado y depende de nosotros que la juguemos o no, que la juguemos bien o mal. En cualquier caso, pitarán el final del partido.

Los textos de estos últimos domingos de año litúrgico nos invitan a despertar, a estar preparados. Por fortuna, ya no pensamos en ese Dios vengativo que está al acecho para ver como puede cogernos en un renuncio y condenarnos. Ya no se oye la tremenda frase: “Dios te coja confesado”, que es un insulto a Dios y a todo el mensaje de Jesús. Dios no nos espera al final del camino para someternos a un juicio. No, Dios es el principio y está en nosotros todos los instantes de nuestra vida para que podamos llevarla a plenitud.

Hoy no tiene sentido meter miedo: No sabéis el día ni la hora. ¡Temblad! Y eso que, en el ciclo (A) nos libramos de textos apocalípticos, que son todavía más terroríficos. No es la muerte la que tiene que dar sentido a nuestra vida, sino al revés, solo viviendo a tope, se aprende a morir. Aunque solo os quedara un segundo de vida, haríais mal en pensar en la muerte. Sería mucho más positivo el vivir plenamente ese segundo. La muerte ni quita ni añade nada; el sentido debemos dárselo a la vida, mientras estamos de pie.

Recordad. Después de un año, o más, de desposorios, se celebraba la boda, que consistía en conducir a la novia a la casa del novio, donde se celebraba el banquete. Esta ceremonia no tenía ningún carácter religioso. El novio, acompañado de sus amigos y parientes, iba a casa de la novia para conducirla a casa de su propia familia. En su casa le esperaba la novia con sus amigas, que la acompañarían. Todos estos rituales empezaban a la puesta del sol y tenían lugar de noche, de ahí la necesidad de las lámparas.

La importancia del relato no la tiene el novio ni la novia, ni siquiera los acompañantes. Lo que el relato destaca es la luz. La luz es más importante que las mismas muchachas, porque lo que determina que entren o no entren en el banquete es que tengan o no tengan el candil encendido. Una acompañante sin luz no pintaba nada en el cortejo. Ahora bien, para que dé luz una lámpara, tiene que tener aceite. Aquí está la madre del cordero. Lo importante es la luz, pero lo que hay que procurar es el aceite.

Jesús había dicho: Yo soy la luz del mundo. Y también: vosotros sois la luz del mundo. El ser humano es luz cuando ha desplegado su verdadero ser; es decir, cuando trasciende y va más allá de lo que le pide su simple animalidad. No es que nuestra condición de animales sea algo malo, al contrario, es la base para alcanzar nuestra plenitud, pero si no vamos más allá cercenamos nuestras posibilidades de humanidad.

La primera lectura nos puede ayudar a encontrar el sentido de la parábola. La verdadera Sabiduría es encontrar el sentido de la vida. Dar sentido a la vida es más importante que la vida misma. Ese sentido no viene dado, tenemos que buscarlo. Esa es la tarea específicamente humana. Nuestra vida puede quedar malograda como vida humana. Esa es la advertencia de la parábola. Hay que estar alerta, porque el tiempo pasa. Hay que despertar, porque de lo contrario, perderás la oportunidad de ser tú.

¿Cuál es el aceite que arde en la lámpara? Si acertamos con la respuesta a esta pregunta, tenemos resuelto el significado de la parábola. En (Mt 7,24-27) se dice: Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra, se parece al hombre sensato que edificó su casa sobre rocaY todo aquel que no las pone por obra, se parece al necio que edificó sobre arena. La luz, son las obras. El aceite que alimenta la llama, es el amor. El ser sensato no depende de un conocimiento mayor, sino de la plenitud de Vida.

Así se entiende que las sensatas no compartan el aceite con las necias. No es egoísmo. Es que resulta imposible amar en nombre de otro. Nuestra lámpara no puede arder con aceite prestado. Dar sentido a la vida no se puede improvisar en un instante. Solo con lo que hay de Dios en mí, descubierto, reconocido, desplegado, puede considerarse encendido nuestro ser. Ese despliegue constituye la Sabiduría de la que nos hablaba la primera lectura. Sin esa llama, seremos irreconocibles incluso para el mismo Dios.

Interpretar la parábola en el sentido de que debemos estar preparados para el día de la muerte, es tergiversar el evangelio. El esperar una venida futura de Jesús, es pura mitología que nos lleva a un callejón sin salida. La parábola no hace especial hincapié en el fin, sino en la inutilidad de una espera que no va acompañada de una actitud de amor y de servicio. Las lámparas deben estar encendidas siempre; si esperamos a prepararlas en el último momento, toda la vida transcurrirá carente de sentido.

Obsesionados por la “salvación eterna” y para el más allá, hemos interpretado esta parábola como una advertencia de preparación para la muerte, o peor aún, para el juicio. Nada más lejos del sentido del relato. Si el aceite es el amor, que hace funcionar la vida cristiana, no podemos pensar en el último día para que tenga sentido. Hay que buscar una interpretación más de acuerdo a todo el mensaje de Jesús.

La venida de Jesús al final de los tiempos, es una imagen escatológica que no podemos tomar al pie de la letra; tiene un significado mucho más profundo. Jesús, con su muerte en la cruz, consumió todo su aceite en una llamarada que sigue iluminándonos. El don total de sí mismo trasformó todo lo humano en divino. Allí culminó su “historia” porque solo permanecerá identificado con Dios, y Dios está fuera del tiempo y del espacio.

Los cristianos cayeron en la trampa de entender la segunda venida de Jesús de una manera temporal. Nosotros seguimos esperando esa segunda venida en la que no se hablará de cruz, sino de gloria para todos. No nos gusta cómo terminó Jesús su paso por la tierra. Esta es la causa por la que hemos inventado un futuro a nuestro gusto para él y para nosotros. Nos sentiríamos muy a gusto si volviera lleno de gloria y nos comunicara a los “buenos” esa misma gloria. Esta visión raquítica, la hacemos desde nuestro falso yo, que nunca aceptará el desaparecer, mucho menos consumirse en beneficio de los demás.

Si de verdad queremos dejar de ser necios y empezar a ser sensatos, debemos desplegar nuestra vida desde otra perspectiva. Tenemos que abandonar todo proyecto de glorificación, sea en este mundo o sea en el otro, y entrar por el camino del servicio a los demás hasta la entrega total. El aceite solo da luz a costa de consumirse. Si aceptamos el programa del evangelio solo porque nos han prometido una “gloria”, la cosa no puede funcionar. Estamos completamente equivocados si pretendemos alzarnos con el santo y la limosna.

Meditación-contemplación

“Yo soy la luz del mundo”.
Su experiencia de Dios, fue su lámpara encendida.
Dentro de ti debes descubrir el aceite.
Si prende, dará luz que alumbrará tus pasos.
Tú eres la lámpara, el aceite y la luz.
Nadie te lo puede prestar, porque es tu propia vida.

Fuente Fe Adulta

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Maestro del amor.

Domingo, 12 de noviembre de 2017
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jesus-at-the-door-39617-printSi hay música en tu alma, se escuchará en todo el universo (Lara Chow)

12 de noviembre, domingo XXXII del TO

Mt 25, 1-13

Como el novio tardaba, les entró el sueño y se durmieron

La interpretación habitual de los dichos y hechos del Jesús evangélico ha sido hecha por la Iglesia tradicional jerárquica a modo de Bolero de Ravel: literalidad repetitiva induciendo a los oyentes hasta el sueño. Y así el pueblo fiel quedó narcotizado durante siglos.

Pero hoy, las vírgenes prudentes han provisto sus lámparas de aceite y entraron con el novio al banquete. Petrushka, de Stravinski, es un paradigma más significativo para nuestros tiempos. Los espectadores se perderán la función si no prestan especial atención a cada compás de la obra. Han de pensar por sí mismos, y hacer una interpretación de los mencionados dichos y hechos a la luz de su realidad personal y social presente. Así, las puertas que dan acceso al banquete del Reino estarán abiertas siempre para todos.

Quienes actúan de este modo son, como se dice de la mirada del poeta Marcos Ana en el retrato que le hizo José Mª Párraga: “Parece atravesar la frontera del lienzo como si fuera una ventana al futuro”.

En una entrevista a la cantante y compositora belga Lara Chow (1970) ésta dijo en una ocasión a un periodista: “Si hay música en tu alma, se escuchará en todo el universo”, a lo que el entrevistador comentó: “Una alegría, una felicidad que puede ser transmitida al resto del mundo. Yo lo entiendo así, y más o menos, es el pensamiento que yo tengo de Mi Mundo. Toda la felicidad, toda la luz que puedas tener dentro de ti, es contagiosa, se la puedes transmitir a los demás. Sobre todo a esos seres que están faltos de luz, que se sienten solos y oscuros”.

En la película Un sueño posible (2009), del director americano John Lee Hancock el protagonista Granper le dice a Leigh Anne: “Lo que haces me parece fantástico: abrirle tus puertas a ese chico. Cielos, le estás cambiando la vida”. A lo que ésta le responde: “No, él está cambiando la mía”.

Cuando el alma está sedienta del Señor, como canta el Salmo 62, y quienes buscan la sabiduría la encuentran (Sab 6, 12), las vírgenes prudentes, a pesar de haberles entrado el sueño y dormirse (Mt 25, 5), al llegar el novio las despierta y las sienta en la mesa del Reino.

Una lección del Maestro del Amor que, como pelícano amoroso enseña a los hombres su camino. Y al que toda la cristiandad podría aplicar como propias las palabras que Alma escribió de su marido, Mahler, en su diario: “Es el único hombre que puede dar sentido a mi vida, porque supera a todos los que he conocido hasta ahora”.

EL PELÍCANO

“Pie pellicane, Iesu Domine”,
cantó Tomás en uno de sus himnos.
Superas a los hombres
en tu gesto amoroso hacia los hijos;
eres como el pintor que tiñe el lienzo
de tu seno nevado en rojo vivo.

Señor Jesús, pelícano amoroso,
-los dos humanos, y los dos divinos-
eleva a los altares sus heridas
y enseñad a los hombres su camino.

(Naturalia. Los sueños de las criaturas. Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

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Lámparas encendidas.

Domingo, 12 de noviembre de 2017
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jesus-parabola-10-virgenes-09-parabola_10_verginiMt 25,1-13

El evangelio de hoy es un texto, como mínimo, provocador. En las ocasiones en las que lo he profundizado con otros, sobre todo con jóvenes, ha surgido siempre alguna pregunta por el comportamiento de las llamadas “prudentes” en la parábola. “¿Dónde queda el ser solidario y compartir lo que se tiene?” – preguntan algunos. “¿Esta enseñanza no fomenta el egoísmo?” – cuestionan otros. Si nos quedamos en una primera lectura puede parecer que en el Reino de los cielos no hay cabida para todos o que, si no andamos con cuidado, no se nos perdona un despiste ni se acepta el arrepentimiento. La sabiduría (de la que se habla con entusiasmo en la primera lectura de hoy), relacionada con una postura aparentemente egoísta, no resulta atractiva.

La interpretación más convencional es la escatológica, fundamentada sobre todo en la sentencia final (velad, pues no sabéis el día ni la hora): la figura del novio se identifica con Cristo y se acentúa la invitación a estar preparados para reconocer su presencia y acoger su venida. Adentrándonos en la estructura y composición del texto, encontramos la combinación de dos relatos distintos, fusionados en uno por alguna necesidad pastoral surgida en el seno de la comunidad mateana. Uno de ellos sería el que narra la historia de las jóvenes que celebraron el banquete de bodas con el novio e iría en la línea de parábolas que subrayan la alegría del encuentro, como la de quien halla un tesoro en el campo (13,44) o la del que lo vende todo para comprar una sola perla (13,45). El otro relato sería el que introduce al grupo de quienes no han previsto lo necesario para la fiesta y estaría relacionado con la enseñanza sobre la prudencia/sabiduría o imprudencia/necedad, como en el conflicto con los fariseos (22,15ss).

Esta doble perspectiva nos posibilita sacarle más jugo a la parábola, porque nos recuerda la dimensión de celebración por el encuentro con el novio y de alegría por ser invitados a la fiesta; realidades que, en una lectura rápida, quedan escondidas ante el sinsabor que nos suscita la desesperación de quienes pierden la oportunidad y quedan fuera del banquete.

La realidad es que, desde el inicio del texto, el autor nos hace posicionarnos ante las diez mujeres reconociendo dos grupos absolutamente diferenciados: “cinco eran necias y cinco prudentes”. Nuestra atención se centra en ellas y el símbolo del banquete nupcial pierde fuerza. De hecho, resulta llamativo que se hable del novio, pero no de la novia. Tampoco se nombran otros invitados (aunque sí hay una voz externa que avisa de la llegada del esperado), ni se sabe nada del banquete en sí o de otros preparativos para la fiesta. Es significativo igualmente que se indique el retraso del personaje principal (¡en su propia boda!) y que nos sumerjamos en la narración en una noche profunda que hace que todas (también las prudentes) se duerman.

Desde la perspectiva de los primeros receptores del evangelio de Mateo, en los inicios del cristianismo, podemos captar que están surgiendo dificultades. El retraso de la segunda venida del Mesías, que esperaban inminente, hace dudar a quienes han proclamado su fe en Jesucristo, perdiendo la esperanza y modificando su conducta. Con esta parábola el evangelista los cuestiona. Es el momento de preguntarse sobre qué están, realmente, asentando su esperanza.

Nosotros también podemos hacernos esta pregunta. El texto provoca que, nada más comenzar, tengamos que posicionarnos: ¿en cuál de los dos grupos me encuentro? ¿en cuál de ellos deseo estar? La narración utiliza las lámparas y el aceite como símbolos que marcan la diferencia entre un grupo y otro. Nuestra vida, asentada en la de Quien es la Luz del mundo (Jn 8,12), está llamada a irradiar luz, a iluminar la realidad en la que habitamos, aunque a veces nos envuelva la noche oscura. ¡Vosotros sois la luz del mundo! (5,14).

¿Cómo está mi lámpara? ¿y mi reserva de aceite? ¿de qué modo colaboro para que el Novio pueda celebrar la fiesta? ¿cómo soy luz en medio de tantas noches por las que atraviesa nuestro mundo? Porque la realidad es que todas las jóvenes tenían lámpara. Todas habían sido invitadas a la fiesta. Todas tenían la misma encomienda. El hecho de pertenecer a un grupo o a otro no se les impone desde fuera. Cada uno de los personajes de la parábola, en el fondo, ha sido libre y ha decidido con su actitud (previsora y sabia, o imprudente y descuidada), en qué grupo situarse.

También todos nosotros somos portadores de una lámpara y todos estamos invitados a la fiesta. Podemos alentarnos unos a otros para vivir desde nuestra verdad más profunda, desde la Luz que nos habita, pero, al final, que a nuestra lámpara le falte o no aceite depende de cada una/o, de nuestra responsabilidad, de nuestra previsión, del cuidado delicado y agradecido de todo lo recibido, de la capacidad para sostener la esperanza en las noches, aunque a veces sobrevenga el sueño y… sobre todo, del amor y la alegría que alimentemos en el deseo de encontrarnos, día a día, con el Novio, seguros de que siempre viene. Sólo así seremos luz creíble para otros, alumbraremos -humildemente- alguna oscuridad, y contagiaremos la alegría de sabernos, ¡todos!, invitados a la Fiesta.

Inma Eibe, ccv

Fuente Fe Adulta

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No es lo mismo estar sedado que estar en paz, velad.

Domingo, 12 de noviembre de 2017
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si3la04_tmDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. HACIA EL FINAL DEL AÑO LITÚRGICO

Poco a poco vamos llegando al final del año y también del año litúrgico (el 3 de diciembre comenzaremos el nuevo año litúrgico con el primer domingo de adviento). Durante estos tres domingos que nos quedan, las lecturas nos irán hablando del final, del futuro que nos cabe aguardar.

02. HACIA EL FUTURO.

Aunque no lo parezca, la primera lectura de hoy (1ª Tesalonicenses) y el Evangelio tratan de la misma cuestión: el futuro que nos aguarda.

¿Qué nos cabe esperar en la vida y en la muerte?

03. ¿QUÉ PASA CON LOS QUE VAN MURIENDO?

En los primeros años de la vida de la Iglesia: más o menos por los años 40-70.

1ª Tesalonicenses es el escrito más antiguo del NT. La carta data del año 50.

Los cristianos pensaban, creían que el Hijo del Hombre estaba al llegar “cualquier día de estos”, muy pronto. Y cuando llegara el Hijo del Hombre, se acabaría el mundo y nos llevaría con él.

Pero el Hijo del Hombre no viene y entonces el problema que se les plantea en aquella comunidad es cuál es la suerte de los difuntos.

Pablo piensa en esta carta da un giro en su pensamiento y trata de alentar la esperanza de aquellos cristianos. Pablo dejará de pensar en términos de tiempo, porque el tiempo cuando llegue el Hijo del Hombre no tiene importancia alguna. Y Pablo pasa a pensar más sencillamente: Seremos en Cristo.

San Pablo fortalece la fe y esperanza de aquellos cristianos -y la nuestra- con la idea de que seremos en Cristo.

04. VELAD

evangelio_190En la parábola de la espera lúcida o adormecida del esposo por parte de aquellas vírgenes no se trata de una cuestión matrimonial, sino que es un mundo de símbolos para la vida eclesial.

Todo ser humano tenemos “instalado en nuestro Windows personal” el problema de la muerte.

Probablemente es el problema más serio que tenemos en la vida: la muerte.

La cultura moderna – postmoderna ha eliminado, adormecido el problema de la muerte, seda la muerte.

De hecho la muerte es el gran tabú de nuestro tiempo. De la muerte no se habla, ni se hace consciente. Se margina el problema de la muerte.

MIEDO A LA MUERTE.

Tenemos miedo a la muerte, lo cual hasta cierto punto es algo natural:

+ Es natural que sintamos miedo al dolor, al sufrimiento, aunque hoy en día con los cuidados paliativos, incluso la sedación, este aspecto queda muy aliviado.

+ Es natural que tengamos miedo a la muerte porque parece que dejamos de existir. Se terminó. Unamuno -y todos- tenía y tenemos nostalgia de existir, existir siempre.

+ Los católicos tienen miedo no tanto a la muerte, sino a condenación, al infierno. Nos han mandado tantas veces al infierno y por cosas tan nimias, que se tiene miedo a morir porque el fracaso y el fuego eterno lo tenemos garantizado.

Quizás por ello sentimos miedo ante la muerte.

05. ESTAD DESPIERTOS: ESTAREMOS CON XTO.

Vivamos serena y lúcidamente, porque SEREMOS EN EL SEÑOR.
Difícil, por no decir imposible, describir como haya de ser la finalización del ser humano. Mejor acallar nuestra curiosidad y descansemos (consolaos) en que estaremos siempre en el Señor. El lugar del hombre es Dios

CUANDO LA IGLESIA SE DESESCATOLOGIZA

Tiene importancia que la Iglesia, tanto la Iglesia institucional, como nosotros, pequeños grupos de fe miremos al futuro y vivamos esperando la llegada del Reino de Dios: justicia, paz, libertad, la venida de Cristo.

Cuando la Iglesia pierde o perdemos el horizonte futuro absoluto y la mirada escatológica, nos instalamos, y esto no es bueno, porque la Iglesia termina sustituyendo a Cristo. Una Iglesia sin apremio hacia el futuro se instala en este mundo: en la “pompa y circunstancia” de este mundo: Estados Pontificios, poder, institucionalización y afincamiento en este mundo.

Cuando nos instalamos nos adormecemos: se está bien aquí, hagamos tres tiendas, (Mt 17,1-8).

Las vírgenes salieron a esperar al esposo. Abraham salió de tierra, Moisés con su pueblo salió de Egipto, los dos de Emaús salieron de Jerusalén en busca de la luz-fe. La Iglesia o sale de sus cuarteles, de sus instalaciones o si no se convertirá en un ghetto, en un coto privado y cerrado.

Mala cosa es que muchas Iglesias locales se preocupen tanto por afirmar la institución y tan poco -o nada- por trabajar contra la injusticia y la corrupción.

SALID AL ENCUENTRO.

 

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La muerte está vencida

Jueves, 2 de noviembre de 2017
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Del blog ya desaparecido À Corps… À Coeur:

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¡Ver los cementerios como un lugar de vida! Es en la Eucaristía donde estamos más en comunión con nuestros difuntos. Sin embargo, los cementerios son una proclamación magnífica de la esperanza en la resurrección de la carne, bien más allá del postulado simple y arbitrario de una cierta supervivencia del alma. Allí están aquellos a los que los primeros cristianos llamaban ” los durmientes “. Y es a sus hermanos vivos para Dios, por quien los cristianos van a visitar el cementerio. Si se va a la tumba del Cristo, aunque esté vacía, precisamente es porque allí se produjo la resurrección de Cristo, la prenda de nuestra propia resurrección. Mantengamos nuestras tumbas pero no cultivemos la flor del tormento, de la culpabilización. Tenemos algo mejor que hacer: reguemos la flor de la Fe, entonces hagamos de nuestros cementerios  bellos jardines de esperanza! “

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Père Pierre Trevet

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¡La Eucaristía! Es el regalo más bello que puede ofrecerse a los que “se fueron”. La Salvación ya ha sido dada de una vez para siempre por la muerte y la resurrección de Cristo, pero la actualización de la misa va a abrir el corazón del difunto y a alumbrarlo con una luz nueva. Si está en el “Purgatorio“, la misa es potencia de liberación. Si ya está en el Cielo, podrá utilizar este don con una “inteligencia” celeste para los de la tierra que lo necesitan más. Comprendamos que es también un regalo para los vivientes porque purificar y lavar nuestra historia pasada aporta bendición en el presente y en el futuro.

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Esperanza

Martes, 24 de octubre de 2017
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La postura del cristiano frente a la esperanza es compleja y operante. Nosotros no nos alienamos con las esperanzas terrenas y dirigimos nuestros ojos exclusivamente hacia la esperanza eterna, y ni siquiera nos zambullimos en el efímero olvido de la eternidad. No perdemos de vista el hecho de que el Creador ha confiado al hombre el derecho y el deber de dominar la naturaleza y completar la creación, pero tampoco olvidamos que nosotros somos sólo cocreadores y que nuestras esperanzas ahondan sus raíces en la grandeza y en la generosidad del Padre, que nos ha querido a su imagen y semejanza y nos ha hecho partícipes de su naturaleza divina.

Nuestra esperanza no es ingenua ni tiene miedo de hacer frente a los obstáculos. Tiene el coraje suficiente para mirarlos de cerca y se esfuerza por superarlos contando con sus propias fuerzas, sin olvidar, no obstante, que el Hijo de Dios se hizo hombre y ha comenzado ya la obra de liberación del hombre, y que a nosotros nos corresponde completarla con la ayuda de Dios. ¿Es acaso una audacia excesiva, un sueño irrealizable, una esperanza vana, pensar en «la esperanza de una comunidad mundial»? Pues sí, ciertamente, es una audacia, es un sueño. Una audacia y un sueño que, sin embargo, según la decisión y el realismo con los que seamos capaces de afrontar los obstáculos que se levanten en el camino, podrán transformarse de esperanza en realidad […].

Cuando esperar nos parezca absurdo o ridículo, acordémonos de que, en la evolución creadora, el hombre brotó de un pensamiento de amor del Padre, ha costado la sangre del Hijo de Dios y es objeto permanente de la acción santificadora del Espíritu Santo.

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Helder Cámara,
Conferencia pronunciada en Winnipeg el 13 de enero de 1970, en 
La documentación catholique 
del 1 de marzo de 1970, pp. 221 ss y 224.

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Esperar con esperanza.

Jueves, 21 de septiembre de 2017
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La espera no es una actitud muy popular. La espera no es algo en lo que la gente piensa con gran simpatía. En efecto, la mayoría de la gente considera la espera como una pérdida de tiempo. Para muchos, la espera es un desierto árido que se extiende entre el lugar en que se encuentran y aquel al que quieren ir. Y a la gente no le gusta demasiado un lugar así.

En realidad la espera es activa, La mayoría de nosotros piensa en la espera como algo muy pasivo, como un estado sin esperanza determinado por acontecimientos completamente fuera de nuestras manos. ¿Se retrasa el autobús? No podemos hacer nada, no nos queda más remedio que sentarnos y esperar. Sin embargo, no hay nada de esta pasividad cuando se nos habla en la Escritura de espera. Los que están a la espera están llamados a hacerlo de una manera activa. Espera significa estar plenamente presentes en el momento, con la convicción de que algo está sucediendo allí donde te encuentras y que quieres estar presente en ese momento. Una persona que está esperando es alguien que está presente en el momento, que cree que ese momento es el momento. Entonces la espera no es pasiva. Incluye alimentar ese momento, como una madre alimenta al niño que está creciendo en su seno. Es mantenerse vigilantes, atentos a la voz que dice al hablar: “¡No temáis! Va a suceder algo. Prestad atención”.

Esperar en tiempo indeterminado es una actitud enormemente radical hacia la vida. Es tener confianza en que nos sucederá algo que está mucho más allá de nuestra imaginación. Es abandonar el control de nuestro futuro y dejar que sea Dios quien determine nuestra vida. La vida espiritual es una vida en la que esperamos, en la que estamos a la espera, activamente presentes en el momento, esperando que nos sucedan cosas nuevas, cosas nuevas que están mucho más allá de nuestra capacidad de previsión. Esta es la razón por la que Simone Weil, una escritora judía, ha dicho: “Esperar pacientemente con esperanza es el fundamento de la vida espiritual”.

*

Henri Nouwen,

Il sentiero dell’attesa,
Brescia 21997, pp. 6-18, pass/m.

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Frei Betto: “Si ya no alberga sueños de un futuro mejor ni se inyecta utopía en vena, le robaron la esperanza”

Lunes, 18 de septiembre de 2017
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camino-de-las-estrellas“Sé que no participaré de la cosecha, pero me empeño en morir semilla”

“Sé que el futuro será lo que hagamos en el presente. No espero milagros”

(Frei Betto op, teólogo).- Si ya no avista perspectivas de futuro, desprecia a los políticos y la política, se retira a su esfera privada, es señal de que le robaron la esperanza. Si ya no soporta el noticiero, cree que la especie humana fue un proyecto fallido y que todas las liberaciones terminan en opresiones, sepa que le robaron la esperanza.

Si destila odio en las redes digitales, desconfía de todos los que pronuncian discursos sobre la ética y la preservación del medio ambiente y solo confía en su cuenta bancaria, no le quepa duda, le robaron la esperanza.

Si ya no alberga sueños de un futuro mejor, no se inyecta utopía en vena y no asume su protagonismo como ciudadano, sino que prefiere aislarse en su redoma de cristal, es señal de que le robaron la esperanza.

Los amigos de Job utilizaron todos los argumentos para que abandonara la esperanza. ¿Cómo se obstinaba en mantenerla si había perdido tierras, riquezas y familia? Job no introyectó la culpa, no arrojó sobre hombros ajenos los males que lo afligían, no abominó de los reveses que le ocurrían.

Reza el poema de Franz Wright, inspirado en la plegaria de la poeta persa Rabi’a al-Adawiyya:

“Dios, si proclamo mi amor por ti por miedo al infierno, incinérame en él;
si proclamo mi amor porque ansío el paraíso, ciérramelo ante la cara.
Pero si hablo contigo porque existes, deja
de ocultar de mí tu
infinita belleza.”

Fue en esa gratuidad de la fe, la esperanza y el amor que Job se sintió recompensado al contemplar la infinita belleza: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven(42, 5).

Como escribió Spinoza en su Tratado teológico-político, “un pueblo libre se guía por la esperanza más que por el miedo; el que está oprimido se guía más por el miedo que por la esperanza. El uno ansía cultivar su vida. El otro, soportar al opresor. Al primero le llamo libre. Al segundo le llamo siervo.

Usted, como yo, es víctima de promesas que se trasformaron en espejismos y desembocaron en frustraciones. Ni aun así admito que me roben la esperanza.

¿El secreto? Sencillo. No me aferro al aquí y ahora. Miro las contradicciones del pasado, marcado por retrocesos y avances. ¿Cuántas batallas perdidas no terminaron en guerras victoriosas? ¿Y cuántos emperadores, señores de la vida y de la muerte, desde los césares hasta Atila el huno, desde Napoleón hasta Hitler, no acabaron deshonrados por la historia?

Encaro el futuro a largo plazo. Sé que no participaré de la cosecha, pero me empeño en morir semilla.

No creo en discursos ni ato mi esperanza al paracaídas de algún ser superior que promete salvación a corto plazo. Exijo programas y proyectos, y juzgo a sus portadores según criterios rígidos. Trato de conocer su vida pasada, su compromiso con los movimientos sociales, su ética y sus valores.

Sé que el futuro será lo que hagamos en el presente. No espero milagros. Me arremango la camisa, convencido de que “quien sabe hace ahora, no espera lo que acontezca“.

La esperanza es una virtud teologal. La fe cree; el amor acoge; la esperanza construye. Así como se hace camino al andar, la esperanza se teje como el alba en el poema de João Cabral de Melo Neto:

“Un solo gallo no teje la mañana;
siempre necesitará de otros gallos.
De uno que tome su canto
y lo lance a otro; de otro gallo
que tome el canto que antes lanzó otro gallo
y lo lancé a otro; y de otros gallos
que con muchos otros gallos se cruzan
los rayos de sol de sus cantos de gallo
para que la mañana, desde una tela tenue,
se vaya tejiendo entre todos los gallos.”

Me gusta el verbo esperanzar: desenrollar el hilo de Ariadna que nos conduce a todos hacia afuera del laberinto. Es un esfuerzo colectivo, una acción comunitaria, un trabajo común que nos hermana en la certeza de que de dentro de la piedra mana el hilo de agua que forma el arroyo, hace el riachuelo, se convierte en río y rasga la tierra, riega los campos, alimenta a los pobladores de las riberas, hasta sumarse al lecho del océano.

Como dice Mário Quintana en “Das utopias”:

“Si las cosas son inalcanzables… ¡caramba!
No es motivo para no quererlas…
¡Qué tristes los caminos, si no fuera
Por la mágica presencia de las estrellas!”

Fuente Religión Digital

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Mira bien

Viernes, 12 de mayo de 2017
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Del blog Pays de Zabulon:

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“Mira, mira bien a los que se levantan. Tantas personas hoy trabajan por la unidad de la gran familia humana …

…Procurando encontrar a gente heridas por el abandono, el rechazo y la angustia; liberando nuestra Tierra de los abusos y de la avaricia. Tantas asociaciones maravillosas sostienen proyectos en países donde la gran miseria permanece, y ayudan a los refugiados (…) Sí, una primavera se anuncia, posiblemente frágil entre las tinieblas anunciadas por los medios de comunicación. Dios está ahí en el corazón de nuestro mundo. Espera que abramos nuestros corazones para que Él pueda revelarse a través de cada uno de nosotros, como actor de bondad y de paz. “

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Jean Vanier, marzo 2017.

Fuente Foto : Foto tomada en Hung Hoa Lu, Vietnam

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La Esperanza

Sábado, 18 de marzo de 2017
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orar-entre-libros-otaloraGabriel Mª Otalora
Bilbao (Vizcaya).

ECLESALIA, 06/03/17.- El contenido de esta palabra languidece en nuestra cultura. No es un valor que se vive, sino un deseo que no acaba de concretarse en su derivada natural: la alegría. Como afirma Chesterton en El hombre eterno, “La desesperanza no reside en el cansancio ante el sufrimiento, sino en el hastío de la alegría. Y cuando lo bueno de una sociedad deja de funcionar roída por dentro, la sociedad empieza a declinar roída hacia la decadencia o declive de la cultura, las instituciones civiles, las relaciones sociales, los valores, la Iglesia y otras características principales de una civilización, por muy floreciente que haya sido“.

Chesterton resulta original al invertir la idea preconcebida de que nadie se hastía de la alegría. Escribe con agallas que “el pesimismo llega cuando nos cansamos del bien” y permitimos secar las fuentes de la verdadera alegría. Que tanto la alegría como su antecedente, la esperanza, hay que trabajarlas; no existe atajo posible, porque no vienen solas. Tampoco el dinero sirve para comprarlas. Pretenderlas a través de los sentidos solo sirve para engañarnos con alegrías superficiales. Es otra la fuente la que permite activarlas para que broten dentro de cada persona ¿De dónde nace la esperanza? No nace, desde luego, aguardando a que el problema se solucione, a que la crisis pase o la situación cambie. Esta actitud solo produce añoranza y pasividad. La esperanza está más cerca de una respuesta activa de rebeldía positiva frente a la incertidumbre que nos desequilibra. Está emparentada con la incansable construcción del mañana desde el ahora y el presente. En la desesperación, en cambio, nos cegamos perdiendo el control y convirtiéndonos en el origen de muchas situaciones y conflictos que traerán graves consecuencias. Con la esperanza, en cambio, actuamos construyendo el futurocentrados en el trabajo del presente, el que constituirá las bases del mañana que pronto será hoy, antes de lo que imaginamos.

Para un cristiano, la esperanza es mucho más que optimismo; es la cualidad teologal que nunca defrauda. Esperar es la capacidad de ver aun cuando nuestros ojos no vean. No solo es un don del Espíritu sino una obligación el pedirlo. La fe en Cristo y la confianza subsiguiente nos invitan a madurar el “creer que” ocurrirán cosas hasta “creer en” Cristo y en su providencia por encima de toda adversidad. Ellas nos equilibran y guían con alegría al amor. No estéis tristes, exhorta el Evangelio, porque el plan de Dios insufla toneladas de esperanza para despertar el corazón hasta convertirlo en hechos de esperanza para otros. Cristo es el motivo angular de nuestra esperanza, la revolución en la historia a pesar de la limitación, el mal y la muerte, que nos impulsa a “esperar contra toda esperanza” (Romanos 4,18).

Pero nos cansamos del bien y nos volvemos pesimistas, como dice Chesterton. Decidimos que ya no merece la pena trabajarnos en la bondad y nos gusta vivir de las rentas de haber hecho el bien y haber esperado nuestra sola voluntad. Y entonces empezamos a dejar de vivir. Y nos marchitamos ¿Por qué? Porque no hacemos las cosas mirando a Cristo cuando las hacemos para los demás. No hay amor. Así pues, los demás, antes o después, también nos defraudan; somos humanos, débiles, sentimos la ingratitud creyendo que merecemos el reconocimiento de quienes deben valorar lo que hacemos. En realidad, lo exigimos en nuestro interior. Sentimos que la gente a la que ayudamos nos debe algo. Solo cuando nos cansamos de hacer el bien, descubrimos que el bien que hacíamos no lo estábamos haciendo para Dios. No era algo desinteresado, generoso, no era amor. Y descubrimos una crisis de motivos aun en los gestos en los que ponemos más generosidad cayendo en la desesperanza. Pero Dios acude a nuestra llamada, cumple sus promesas y nos renueva la fe

Y volveremos a empezar con humildad; entonces brotará de nuevo la alegría.

(*)  Orar entre libros“. Gabriel Mª Otalora. Grupo Editorial Monte Carmelo. Burgos, 2016

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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