” Hemos de ser testigos de la esperanza para construir un mundo donde habite la justicia y la concordia entre los pueblos”
“Mirando la realidad de los pobres, el año jubilar nos pide ser signos de esperanza para tantos hermanos y hermanas con rostros tan diferentes de pobreza: las personas privadas de la libertad, los enfermos, los afectados por alguna discapacidad, los jóvenes que tantas veces temen que sus sueños se derrumben; los migrantes, exiliados, desplazados y refugiados tan necesitados de una efectiva solidaridad internacional para seguir adelante con sus vidas”
“En este año jubilar se celebrarán 1700 años del primer Concilio de Nicea y se acaba de realizar el sínodo de la sinodalidad”
Con esta cita bíblica, el papa Francisco convocó el “Jubileo de la esperanza” que comenzará el próximo 24 de diciembre y terminará el 6 de enero de 2026. Un año jubilar es un tiempo especial que se vive en la Iglesia, llamando a acoger la misericordia de Dios, es decir, tiempo de perdón y reconciliación, para fortalecer la vida cristiana. Se inspira en la tradición judía del jubileo que se proponía cada 50 años, como una oportunidad de que todo judío que hubiera perdido su tierra pudiera recuperarla. También los esclavos podían recuperar su libertad. De esa manera se garantizaba la oportunidad de tener un nuevo comienzo.
El primer jubileo de la Iglesia católica fue declarado por el Papa Bonifacio VIII el 22 de febrero de 1300 quien propuso celebrarlos cada cien años. Con el paso del tiempo se fue acortando el tiempo entre cada jubileo hasta llegar a realizarlo cada 25 años. En el año 2000, convocado por Juan Pablo II, se celebró el jubileo conmemorando los dos mil años del nacimiento de Jesucristo y ahora Francisco, propone este jubileo continuando la tradición. Cabe anotar que en 2015 había convocado un jubileo “extraordinario” para celebrar el 50 aniversario del fin del Concilio Vaticano II y lo dedicó a la misericordia, tema tan central del evangelio y también de su pontificado.
En tiempos donde parece que la esperanza se pierde y se vive en el inmediatismo, con más señales de pesimismo y decepción que de esperanza en el futuro, la propuesta de este jubileo es la de ser “testigos de la esperanza”, revitalizando así esta virtud teologal -don de Dios, al igual que la fe y el amor- para dar testimonio, como dice la carta de Pablo a los Romanos, de que la esperanza cristiana no defrauda porque se cree en el Dios vivo revelado en Jesucristo que lejos de irse de la historia, está aquí, acompañando nuestro caminar, llenándonos de su gracia para no decaer en la construcción de un mundo más justo y en paz.
La Bula de convocación a este jubileo afirma que la esperanza cristiana no defrauda porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino (Rm 8, 35-39). Por eso, esta esperanza no cede ante las dificultades: se fundamenta en la fe y se nutre en la caridad y de este modo podemos seguir adelante en la vida. Invita a reconocer los signos de esperanza de nuestro mundo hoy, ver todo lo bueno que hay en él para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia. Es así como este jubileo nos convoca a reconocer algunos signos de esperanza tales como la paz para nuestro mundo que contrarreste tantas guerras en la actualidad.
Mirando la realidad de los pobres, el año jubilar nos pide ser signos de esperanza para tantos hermanos y hermanas con rostros tan diferentes de pobreza: las personas privadas de la libertad, los enfermos, los afectados por alguna discapacidad, los jóvenes que tantas veces temen que sus sueños se derrumben; los migrantes, exiliados, desplazados y refugiados tan necesitados de una efectiva solidaridad internacional para seguir adelante con sus vidas. En otras palabras, es sembrar la esperanza defendiendo la vida y los derechos de los más débiles. No podemos acostumbrarnos o resignarnos a las situaciones de pobreza. Por el contrario, debemos ser testigos de esperanza para tantos millares de pobres que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir.
El papa Francisco haciendo eco a la palabra de los profetas recuerda que los bienes de la tierra no están destinados a unos pocos privilegiados, sino a todos. De ahí que en este año jubilar el papa llama a que el dinero usado para la guerra se emplee para erradicar el hambre en el mundo. De igual manera hace un llamado a las naciones más ricas para que condonen la deuda de los países que nunca podrán pagarla. Además, recuerda que desde los tiempos apostólicos los pastores se han reunido en concilios o sínodos para tratar diversos temas doctrinales y disciplinares. Precisamente en este año jubilar se celebrarán 1700 años del primer Concilio de Nicea y se acaba de realizar el sínodo de la sinodalidad. Por este motivo, Francisco señala que el año jubilar puede ser la oportunidad de concretar una Iglesia sinodal que hoy se advierte como expresión cada vez más necesaria para una evangelización eficaz.
El Papa abrirá la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, el 24 de diciembre. El siguiente domingo abrirá la Puerta Santa de la Catedral de San Juan de Letrán y el 1 de enero de 2025 abrirá la Puerta Santa de la Basílica de Santa María la Mayor. Por último, el domingo 5 de enero abrirá la Puerta Santa de la Basílica de San Pablo extramuros. Los peregrinos que vayan a Roma durante este año jubilar tendrán la oportunidad de vivir esta gracia ofrecida, cruzando simbólicamente esas Puertas Santas. Para los que no pueden viajar -la mayoría- el 29 de diciembre en todas las catedrales, los obispos diocesanos celebrarán la apertura del año jubilar y los creyentes de cada lugar podrán vivir el jubileo desde sus respectivas catedrales u otros lugares que los obispos designen en sus diócesis. Junto a las visitas a estos lugares designados se espera que los fieles realicen obras de misericordia y de penitencia.
Dispongámonos a vivir este año jubilar, como señaló el papa Francisco, manteniendo la esperanza que no declina porque es la esperanza de Dios. Que recuperemos la confianza necesaria, tanto en la sociedad como en la Iglesia, en los vínculos interpersonales, en las relaciones internacionales, en la promoción de la dignidad de toda persona y en el respeto a la creación. Hemos de ser testigos de la esperanza para construir un mundo donde habite la justicia y la concordia entre los pueblos, con la confianza puesta en el Dios que siempre cumple sus promesas.
(Foto tomada de: https://www.diocesisdezamora.es/noticias/ver-jubileo-de-la-esperanza-837)
Toño Martínez, un amigo poeta que trabaja en Zurich como limpiador, me escribe hoy un mail titulado Navidad in itinere (en camino):
“En mi trabajo de limpieza me suelo desplazar de distintas maneras: coche, andando, tranvía, tren…. Suelo preferir el transporte público si la prisa no impone su ritmo. Y si el día nos sonríe, a pie se descubren un montón de matices.
¿Y esta Navidad, qué? Desde hace tiempo la mayoría de las luces me sobran y prefiero los matices tintineantes de una vela. El amasijo de luces simulando un gran paquete de regalo en un centro comercial de Zürich NO ES NAVIDAD”.
Toño acompaña sus observaciones citando poemas:
“Es Navidad desde finales de octubre. Las luces se encienden siempre antes, mientras que las personas son cada vez más intermitentes. Yo quiero un diciembre con las luces apagadas y con las personas encendidas” (Charles Bukowski)
“La vida está hecha de días que no significan nada y de momentos que significan todo” (Cristina Peri Rossi)
Intento fijarme cuando viajo por motivos laborales en otros currantes como yo que van llevando sus esperanzas y cansancios consigo a la carrera. Y recuerdo un poema de P. Aguirre al cruzar nuestras miradas:
“[…] ellos poseerán la tierra Los fieles, los constantes, los condenados a lo eterno, los asombrados de una sola vez, los que solo confían en el miedo, los que edifican sobre el desengaño, los cuidadosos que cosechan pasos, los fareros de la rutina, los cómplices tenaces del trabajo, los que se mueren razonablemente, esos que en tantas ocasiones desearían con urgencia que hubiese un dios al que pedir socorro” (Paca Aguirre)
Amigas, amigos: os saludo cordialmente. ¡Gracias por habernos invitado a Itziar y a mí! ¡Gracias por estar aquí! La vida, su aliento profundo nos reúne en esta bella Pésaro. Aquí, a orillas del Adriático, que forma parte del Mediterráneo, nos sentimos unidas a todos los mares y a todas las tierras. Somos hermanas y hermanos de la comunidad de todos los seres humanos, y de la comunidad de Jesús, el profeta de Nazaret que anunció el Jubileo de la libertad y de la fraternidad-sororidad universal. Su anuncio, su llamada, su presencia nos reúnen.
No sé si exageraré si digo que buena parte de quienes nos reunimos aquí nos sentimos en una delicada encrucijada de nuestra trayectoria vital: la voluntad no ceja, pero las energías menguan; la llama que nos ha animado durante décadas sigue encendida, pero el cansancio se deja sentir y las preguntas aumentan. ¿Nos queda aún suficiente aliento?
En esta encrucijada es donde quiero situar las reflexiones que siguen sobre la espiritualidad integral. Quiero deciros, sencilla y cordialmente, y volver a decirme: Sí, hermanas, hermanos, podemos respirar en paz, sin aferrarnos a ningún logro ni a ningún empeño. También estas comunidades pueden aún hoy respirar e infundir aliento, libres del fruto logrado o del fracaso cosechado en nuestra misión, en nuestros largos años de entrega generosa. No tengo más que agradeceros y felicitaros por lo que habéis sido y hecho, por lo que seguís siendo y haciendo todavía.
Dividiré mis reflexiones en seis puntos. Empezaré señalando la profunda crisis civilizacional que vivimos y la urgencia espiritual que salta a la vista. Tras aclarar en un segundo punto lo que entiendo por “espiritualidad integral”, el tema que me ha sido propuesto, dedicaré los cuatro siguientes puntos a exponer cuatro ideas que considero claves para comprender y vivir dicha espiritualidad integral: en primer lugar, la espiritualidad es fruto y agente a la vez de la transformación integral; en segundo lugar, la transformación política es requisito indispensable para una transformación espiritual; en tercer lugar, la esperanza constitutiva de la espiritualidad no consiste en esperar la realización de la utopía, sino en vivir impulsados por el espíritu de la vida; y en cuarto lugar, la experiencia mística percibe la plenitud utópica como realidad presente.
Crisis civilizacional y urgencia espiritual
No me parece exagerado decir que nunca nuestra especie humana Sapiens ha vivido una época de cambio y de crisis como ésta que nos ha tocado vivir justamente a nosotros, la generación nacida en las décadas de los años 40 y 50 del siglo XX, la inmensa mayoría de entre nosotras y nosotros. Nunca los cambios y los peligros fueron tan profundos, rápidos y globales; son cambios que afectan prácticamente a todos los individuos de la especie: ocho mil millones.
Nunca las paradojas fueron tantas y tan radicales. Nunca los seres humanos hemos sido tan dueños y señores de la Tierra, y a la vez tan esclavos los unos de los otros, y de nosotras mismas. Nunca hemos sido tan poderosos, y a la vez tan inseguras y vulnerables. Nunca hemos sido a la vez tan sabios y dementes, tan creadoras y depredadoras, tan innovadores y exterminadores. Nunca hemos dispuesto de tantos remedios para la enfermedad y el hambre, pero nunca hemos dejado morir a tantos millones de personas a consecuencia de la pobreza, la soledad y la angustia. Nunca hemos poseído tanto conocimiento científico y tanta tecnología, pero nunca hemos sido actoras y víctimas de tanto control y de tanta opresión universal, nunca hemos fabricado tantos instrumentos de destrucción de la vida, ni hemos corrido el riesgo de perder el dominio de nuestras propias máquinas inteligentes. Nunca hemos podido acceder a tanta información instantánea y global, pero nunca se han difundido tantos bulos interesados y perniciosos. Nunca hemos tenido a mano tantos medios para mejorar nuestra especie humana hasta límites jamás sospechados, pero nunca hemos estado tan cerca de arruinarla para siempre. Nunca hemos tenido tan al alcance la paz y la justicia para toda la humanidad, pero nunca nos hemos armado tanto todos contra todos, y nunca desde la II Guerra Mundial ha habido tantos países, hasta 92, involucrados en 56 conflictos armados. Nunca tanto como hoy hemos podido ser hermanas y hermanos de todos en una comunidad planetaria de pueblos confederados, pero nunca nos hemos empeñado tanto en una loca competición planetaria de todos contra todos y contra nosotras mismas. Nunca hemos disfrutado de tantos recursos para satisfacer nuestras necesidades, pero nunca hemos generado tantas necesidades frívolas e insaciables, a costa en primer lugar de las más indigentes y a costa, al final, del bienestar universal. Nunca fueron tantas las oportunidades ni tantas y tan graves las amenazas, desde el cambio climático hasta la inteligencia artificial generativa.
Tal es el panorama de nuestro mundo, de esta humanidad nuestra, maravillosa y contradictoria, inacabada como todas las especies vivientes. Somos una especie dotada de asombrosas capacidades, pero aún incapaz de querer gestionarlas sabiamente, incapaz de la verdadera libertad, a saber, de querer el bien ajeno tanto como el propio y de ser feliz haciéndolo. No seremos libres hasta que lleguemos a eso, y me pregunto si hemos avanzado algo y si vamos a avanzar.
He ahí el reto que el HomoSapiens tiene ante sí como nunca antes desde que surgió en la Tierra hace 300.000 años. En esa crisis radical, en esa encrucijada histórica, debemos escoger entre la vida común y el colapso común. ¿Podremos sobrevivir colectivamente a esta profunda asfixia vital común que nos amenaza? ¿Podremos hacer efectiva la “valiente revolución cultural” que ha reclamado el papa Francisco?
No niego mi zozobra, mi duda de que lo vayamos a hacer. Pero no dudo en decir: “Sí, podemos”. Pero habremos de quererlo verdaderamente e invertir en ello nuestras inmensas capacidades y los enormes recursos económicos que dedicamos a conquistar el espacio y a hacernos la guerra. Tampoco dudo en decir: solo será posible una revolución cultural si emprendemos una profunda transformación espiritual, un camino de espiritualidad personal e institucional, individual y planetaria, “política” en el sentido más pleno. Está en juego nuestra supervivencia personal y universal. Que todas, todos, podamos respirar a fondo en todos los sentidos: he ahí la cuestión. De esa espiritualidad depende el presente y el futuro de esta humanidad, de su civilización.
Al decir espiritualidad no me refiero a creencias, dogmas, ritos e instituciones religiosas que hoy carecen de sentido para una amplia mayoría creciente. Tampoco me refiero a prácticas llamadas “espirituales” en oposición a otras prácticas (mentales o físicas, académicas, profesionales o políticas). Ni me refiero a una supuesta “dimensión interior” de la persona en contraposición a la llamada “dimensión exterior”. También este tipo de contraposiciones han perdido su sentido. La espiritualidad significa más bien ensanchar la conciencia y vivir el amplio respiro universal, personal e institucional. Recordemos la raíz indoeuropea del término espiritualidad: –sp, raíz que comparten otros términos como espíritu, esperanza, espacio… Necesitamos vivir, comprender y expresar la espiritualidad en un paradigma que corresponda a la amplitud sugerida por el mismo término, en un paradigma integral, coherente con la cosmovisión generalizada en nuestra cultura. Necesitamos una espiritualidad integral que puede ofrecer la inspiración y el aliento que necesita el mundo en su encrucijada. ¿Qué significa, pues, “espiritualidad integral”?
¿Qué se entiende por espiritualidad integral?
Ken Wilber es quien ha hecho un mayor esfuerzo en nuestro tiempo por ofrecer un modelo holístico, un “paradigma holográfico”, una exploración sobre la experiencia humana profunda “en la frontera de todos los saberes”, teniendo en cuenta los “tres ojos del conocimiento”, una “visión integral” que abarca los ámbitos de la ciencia, la psicología, la filosofía, las diversas tradiciones sapienciales, espirituales y/o religiosas. Propone así un marco teórico-práctico que comprende la experiencia espiritual desde un enfoque o visión integral[1].
El autor desarrolla para ello un modelo complejo que denomina “los cuatro cuadrantes” y que subyace a todas sus reflexiones y escritos sobre la espiritualidad. Distingue sin separar cuatro esferas o cuadrantes constitutivas de la espiritualidad:
1) El cuadrante superior izquierdo corresponde al YO INTERIOR INDIVIDUAL (mi mundo subjetivo: ideas, emociones, afectos y desafectos, deseos y rechazos, creencias…);
2) el cuadrante inferior izquierdo representa el NOSOTROS INTERIOR COLECTIVO (el mundo intersubjetivo y cultural: pertenencia social, identidad grupal, símbolos y valores compartidos…);
3) el cuadrante superior derecho representa el ELLO EXTERIOR INDIVIDUAL (el organismo individual objetivo, físico-biológico: átomos, moléculas, células, circuitos neuronales, ADN…);
4) el cuadrante inferior derecho figura el ELLO EXTERIOR COLECTIVO (el entorno físico e institucional, inter-objetivo: tierra, cosmos, leyes, instituciones, organizaciones políticas, económicas…).
Ninguna de estas cuatro esferas o dimensiones está separada de todas las demás, sino constitutivamente ligada a todas ellas. Toda parte está relacionada con todo, todo fenómeno con todos los fenómenos, toda vivencia con todas las vivencias.
Entre todas las ciencias y saberes actuales existe un amplio consenso en este paradigma o marco general de comprensión de la realidad en su conjunto. No solo la física y la biología, sino también la psicología y la sociología, la antropología y la filosofía nos sugieren una cosmovisión, un paradigma holístico, integral, interdimensional e interdisciplinar. Ninguna perspectiva de la realidad es separable de las demás perspectivas. Ningún conocimiento es separable del conjunto de los demás conocimientos. Y son también inseparables el decir, el comprender y el vivir.
Pues bien, este mismo paradigma holístico, integral, se nos impone a la hora de decir, de comprender y de vivir la espiritualidad. La espiritualidad no es una experiencia o una dimensión vital separada o desligable de las múltiples dimensiones interrelacionadas que nos configuran como organismos en general, y como organismos vivientes, sintientes, conscientes en particular. La espiritualidad es la mirada profunda a la que nos abren todas las miradas en su interrelación. Es la experiencia vital profunda, integral, que emerge de todas las experiencias. Por lo tanto, no podemos hablar de la espiritualidad ni comprenderla ni vivirla en el viejo paradigma metafísico, dualista y compartimentado, si queremos que la espiritualidad sea inspiradora para nosotros mismos y para los hombres y las mujeres de hoy, al menos en esta cultura que llamamos occidental. Y me atrevo a decir que este paradigma holístico, especialmente marcado por el desarrollo y la difusión del conocimiento científico interdisciplinar, se acabará imponiendo a nivel planetario a medida que se universaliza el acceso a la universidad. No significa ello que la ciencia empírica, positiva, basada en la medición y el cálculo matemático, agote el conocimiento de la realidad en su misterio profundo. Ciertamente no. Pero parece innegable que la espiritualidad es cada vez más incompatible con creencias en entidades metafísicas (espíritus, dioses…), revelaciones divinas y dogmas infalibles, propios de un paradigma mítico premoderno. La “espiritualidad integral” presupone – y también en ello insiste Ken Wilber – que sea comprendida de manera coherente con la cosmovisión científica interdisciplinar del mundo [2].
En este mismo sentido, no puedo menos de mencionar a Raimon Panikkar, de madre catalana y padre hindú,sacerdote en los márgenes del sistema católico, científico, filósofo, teólogo, maestro espiritual, promotor del diálogo intercultural e interreligioso, místico fronterizo, transfronterizo, que resumió su periplo espiritual en aquella bella, memorable confesión: “Marché [de España a la India] cristiano, me descubrí a mí mismo hindú y volví budista, sin haber dejado de ser cristiano”. En él confluían, reconocía, cuatro grandes ríos: el cristiano, el hindú, el budista y el secular.
En la introducción al segundo volumen de sus Obras Completas, escribe: “¿Qué tipo de espiritualidad es propio de nuestro tiempo? Intentar definir cómo ha de ser la espiritualidad de nuestro tiempo es ya una paradoja: la solución no está en la respuesta, sino ya en la pregunta; es decir, en la misma formulación de la pregunta y en el hecho de sentir la necesidad de esta espiritualidad, aunque no podamos dar la respuesta. Presento, no obstante, un esbozo de respuesta diciendo que la espiritualidad debe ser integral: esto significa que debe involucrar al ser humano en su totalidad. Y entonces hay que preguntarse: ¿Qué es, pues, el ser humano? […]. El ser humano es esta realidad que expresan las cuatro palabras griegas soma – psyché – polis – kosmos” [3]. Es decir: cuerpo, psiquismo, sociedad, mundo o cosmos.
Yo añadiría que no solo el ser humano es cuerpo, psiquismo, sociedad y naturaleza o cosmos. También lo es todo ser viviente, al menos todo viviente animal. También un perro, un pájaro e incluso, en alguna medida, un gusano o una esponja de mar son cuerpo físico, relación social, psiquismo individual y cosmos. Todas somos polvo de antiguas estrellas y todas provenimos de la misma bacteria primera. Todos somos hermanos. En cuanto al límite entre los seres vivientes y los seres que llamamos inertes ¿es acaso tan claro y definitorio como habitualmente pensamos? En cualquier caso, cada organismo viviente vive de las partículas, los átomos y las moléculas que lo nutren, y su autonomía depende del entorno físico y biológico que lo rodea, y de la energía del sol que lo mantiene vivo y que orbita dentro de la Vía Láctea, que junto con todas las galaxias orbita en un universo que no tiene ni comienzo ni fin definibles y se halla en permanente creación, tal vez en eterna creación.
La espiritualidad es fruto y agente de una transformación integral
Al mismo tiempo, sin embargo, cada organismo, por mínimo que sea, actúa a su vez sobre aquello mismo que lo hace ser. El bosque crece gracias a la lluvia, pero a su vez contribuye al surgimiento de las condiciones que provocan la lluvia. Una dosis de serotonina puede mejorar mi estado anímico o mi relación con las personas, pero mis circunstancias físicas y sociales también pueden a veces surtir el mismo efecto sin acudir a la farmacia. Mis ideas y emociones dependen también de mi sistema digestivo, y de la sociedad a la que pertenezco, de la tierra que habito, del sistema político y económico por el que soy regido. Pero también la política, la economía, la naturaleza, la cultura, el bienestar social y mi salud corporal dependen de mis pensamientos y decisiones personales. Todo interactúa con todo, todo está interrelacionado con todo, todo depende de todo en alguna medida. La dependencia es interdependencia. Leer más…
María de Nazaret. Con motivo de la Solemnidad de su Inmaculada Concepción.
El mito es importante: siempre ha servido para contar la realidad. Es la forma que tiene el hombre de contar la realidad y de contarse a sí mismo en la realidad. Es una «razón»; es una «verdad». Pero más allá de las narraciones, lo que queda es el núcleo de la vida.
Y si para los griegos el mito hablaba de dioses superiores y caprichosos (un poco como el hombre y la naturaleza), hablaba del destino inexorable, de la eternidad en movimiento sobre sí misma, de la materia eterna y transformadora, para la tradición judeocristiana el mito habla de la cercanía, la esperanza, la alianza, la apertura de Dios.
Es como si el aburrimiento de los mitos cosmogónicos y antropogónicos fuera sustituido por una tensión llena de energía, de relación viva, de amor.
Sean cuales sean las palabras que queramos utilizar para describir la vida y la experiencia de María (concepción inmaculada, virginidad, anunciación, dormición, realeza, asunción, corredención), un hecho permanece: la de María fue una vida atravesada por una energía viva, a veces enormemente dramática, pero marcada por el amor y la tensión.
De este modo, María de Nazaret se convierte para nosotros en una provocación constante y continua.
La suya es una belleza contagiosa y provocadora.
La necesidad de vivir en gracia de Dios, el deseo de combatir el pecado, nuestro egoísmo, nuestra incapacidad de diálogo, todo esto es María para nosotros: Ella es un estímulo profundo, una provocación constante, continua.
No podemos levantar inútilmente la mirada hacia Ella; ante María no podemos arrodillarnos sin más, como Ella; si nos arrodillamos, es para inclinarnos sobre el estanque de agua y contemplar más de cerca nuestras manchas, nuestros pecados, nuestras faltas, y encontrar en Ella una fuerte provocación, para salir de esta situación de ineptitud, de cansancio, de aburrimiento.
La rutina diaria, la repetición, la rutina es terrible, ¿no? Por eso hay que superarlo constantemente. María se regeneraba continuamente; cada momento era nuevo para ella, nunca repetía nada.
Nunca se puede entrar dos veces en el río. Cuando entro en el río, toco el agua. Cuando entro por segunda vez, es un agua diferente, físicamente es diferente, las moléculas son diferentes. Así también, en gracia de Dios, nunca entramos como en una rutina.
Que María provoque en nosotros este impulso de renovación interior. Que Ella sea también la fuente de nuestras esperanzas.
¿Hay algo más sorprendente, motivador y significativo que el amor, la bondad, que se nos ha regalado a través de la Madre?
Joseba Kamiruaga Mieza CMF (Remitido por el autor)
Lo mismo que los Jericonenses – o como quiera que se llamen los habitantes de Jericó – , nos hemos construido murallas defensivas a prueba de asaltos. Pero un día, lo cuenta la Biblia, “sonaron las trompas y, cuando el pueblo oyó el sonido de las trompas, lanzó el grito de guerra y las murallas de Jericó se derrumbaron” (Jos 6, 20). Qué cosas pasaban entonces.
Parecidísimos a los israelitas asentados en la Tierra, vivimos vagamente conscientes de que nuestros modos de relacionarnos y de poseer son injustos, pero no vamos a ponernos a cuestionarlos después de tanto tiempo y además estamos bastante a gusto sin complicarnos con inquietudes, expectativas o esperanzas. Al fin y al cabo.
– Lo canta Sabina –, no se vive mal en la calle Melancolía y para qué empeñarnos en esperar que tranvía nos lleve a otra parte. Por eso nos sobresalta la publicación de la bula de convocatoria del Jubileo 2025, como algo intempestivo e inoportuno: ¿otro documento largo como suelen ser los vaticanos, con un montón de notas y repitiendo una y otra vez lo de “como ya dijeron mis venerables predecesores…”? Aparte de lo poco estimulante que resulta la palabra bula.
También a Israel le chirriaba el sonido insistente del cuerno de carnero que, convertido en trompeta, inauguraba el tiempo jubilar: “Haréis resonar la trompeta…, celebraréis jubileo… , proclamaréis la liberación de todos los moradores del país…, cada uno recuperara su propiedad” (Lev 25,9-10).
El precepto era más deseo que realidad pero tenía el poder de remover las conciencias: la mirada de los esclavos se convertía en un reproche, la opresión aparecía como barbarie, las desigualdades mostraban su rostro horrendo. Aquel sonido estridente los despertaba de su letargo y les devolvía el recuerdo de su verdadera identidad: eran un pueblo liberado de la servidumbre por el Dios que los había sacado de Egipto, había hecho alianza con ellos y los había conducido a una tierra que manaba leche y miel.
Se les ofrecía un nuevo comienzo dejando atrás su vieja condición y reencontrar su identidad verdadera: eran un pueblo elegido, una nación santa, propiedad de Aquel que los había arrancado del poder de las tinieblas y los había llevado a Su luz maravillosa.
“La esperanza no defrauda” escuchamos nosotros hoy, y esa esperanza nos dispone a lo que está por-venir, al ad-ventus que, como todo lo de Dios, irrumpe de forma inesperada e imprevisible.
Nos invita a una confianza absoluta en Su presencia en nuestra historia y no es un optimismo fácil que cierra los ojos a la realidad, sino un ancla que sostiene la certidumbre de Su cercanía y de ese Reino proclamado por Jesús que nada ni nadie puede revocar.
Y sus signos se pueden encontrar ya – palabra de Francisco- en los lugares más inesperados de la tierra.
Adviento: Tiempo de Liberación y Esperanza para las Mujeres
1. Introducción: Tiempo de Adviento, Tiempo de Esperanza Feminista
Hoy comenzamos un nuevo año, no solo litúrgico, sino también un tiempo para renovar nuestra lucha por la justicia, la igualdad y la liberación de todas las mujeres. El Adviento, que significa “llegada”, ya no anuncia al emperador victorioso ni a los opresores de los pueblos. En nuestro horizonte de fe feminista, esta es la llegada de la Ruah, la fuerza liberadora de Dios que nos acompaña y nos llama a la acción. Este tiempo nos invita a revisar nuestra vida, nuestra historia y nuestro compromiso por construir un mundo donde la dignidad de todas las personas sea reconocida y respetada.
El Adviento no es solo preparación espiritual; es un llamado urgente a mantener despierta nuestra conciencia, a reconocer las cadenas que nos atan y a soñar con la llegada de la liberación, no como un acto pasivo, sino como una construcción colectiva, tejida en las luchas de cada día.
2. Las señales de los tiempos: Escuchar el clamor de la creación y de las mujeres
El evangelio nos habla de un cosmos estremecido, de un mundo que parece derrumbarse. Hoy, esta imagen resuena en las injusticias que vivimos: el grito de las mujeres silenciadas, la violencia que nos acecha, y los sistemas que perpetúan la opresión. Pero estas señales no son motivo de miedo; son un llamado a la acción.
Así como el Adviento nos invita a revisar nuestra historia, nosotras leemos estos signos desde la perspectiva feminista y teológica: ¿qué estructuras debemos derribar para construir “cielos nuevos y tierras nuevas”? ¿Cómo podemos sanar este mundo herido, no desde el poder, sino desde la sororidad, el cuidado mutuo y la justicia?
3. La liberación está cerca: Levantemos la cabeza
“Levanten la cabeza porque se acerca la hora de su liberación.” Estas palabras resuenan como un grito de esperanza para todas las mujeres que han sido oprimidas, invisibilizadas y relegadas. Este Adviento no es solo la espera de un acontecimiento; es el anuncio de que la liberación es posible y está en camino.
En la perspectiva feminista de la fe, levantar la cabeza es un acto de rebeldía y dignidad. Es reafirmar nuestra lucha diaria, sabiendo que Dios, como Ruah, camina con nosotras. Es reconocer que el mundo puede parecer caótico y lleno de adversidades, pero también está lleno de mujeres valientes que se levantan, que luchan, que transforman. Este Adviento nos dice: “Otra realidad es posible, y tú eres parte de ella.”
4. Velen y oren: Actuar desde la fe y la sororidad
El Adviento nos llama a estar alertas, a no adormecernos frente a las injusticias ni caer en la desesperanza. Este tiempo es una invitación a pasar del lamento a la acción. La oración no es pasiva; es un acto de comunión con todas las mujeres que han resistido antes que nosotras, que siguen luchando hoy y que lucharán mañana.
La Navidad nos recuerda que Dios no se quedó en los templos ni en las jerarquías patriarcales; se hizo Emmanuel, Dios-con-nosotras, Dios que habita en la vida cotidiana, en nuestras alegrías y dolores, en nuestras luchas y sueños. Desde esta certeza, asumimos nuestra historia con valentía, sabiendo que no estamos solas.
5. Reflexión final: Un Adviento de justicia y esperanza
En un mundo lleno de desigualdades, violencia y polarización, el Adviento feminista nos impulsa a levantar la cabeza y encontrar fuerza en nuestras comunidades. Nos invita a formar parte de esa “gente buena” que organiza, que sueña, que resiste. Pero también nos desafía: ¿cómo puedo colaborar activamente en la construcción de un mundo más justo? ¿Qué pasos concretos voy a dar en este tiempo para tejer redes de solidaridad, justicia y amor?
Adviento es la espera activa de un Dios que se hace presente en cada acto de liberación. Es tiempo de creer que la liberación está cerca porque la construimos juntas. Es tiempo de soñar con una tierra nueva y un cielo nuevo donde todas podamos vivir en libertad y dignidad. Es tiempo de esperanza. ¡Es tiempo de Adviento!
Comentarios desactivados en La muerte está vencida
Del blog ya desaparecido À Corps… À Coeur:
“ ¡Ver los cementerios como un lugar de vida! Es en la Eucaristía donde estamos más en comunión con nuestros difuntos. Sin embargo, los cementerios son una proclamación magnífica de la esperanza en la resurrección de la carne, bien más allá del postulado simple y arbitrario de una cierta supervivencia del alma. Allí están aquellos a los que los primeros cristianos llamaban ” los durmientes “. Y es a sus hermanos vivos para Dios, por quien los cristianos van a visitar el cementerio. Si se va a la tumba del Cristo, aunque esté vacía, precisamente es porque allí se produjo la resurrección de Cristo, la prenda de nuestra propia resurrección. Mantengamos nuestras tumbas pero no cultivemos la flor del tormento, de la culpabilización. Tenemos algo mejor que hacer: reguemos la flor de la Fe, entonces hagamos de nuestros cementerios bellos jardines de esperanza! “
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Père Pierre Trevet
*
¡La Eucaristía! Es el regalo más bello que puede ofrecerse a los que “se fueron”. La Salvación ya ha sido dada de una vez para siempre por la muerte y la resurrección de Cristo, pero la actualización de la misa va a abrir el corazón del difunto y a alumbrarlo con una luz nueva. Si está en el “Purgatorio“, la misa es potencia de liberación. Si ya está en el Cielo, podrá utilizar este don con una “inteligencia” celeste para los de la tierra que lo necesitan más. Comprendamos que es también un regalo para los vivientes porque purificar y lavar nuestra historia pasada aporta bendición en el presente y en el futuro.
Una preciosa reflexión llena de vida, esperanza, solidaridad…
Mari Paz López Santos,
Madrid.
ECLESALIA, 01/07/24.- Entré en el ascensor del hospital para bajar a la salida. Había ido a visitar y acompañar un rato a una amiga que llevaba unos días ingresada.
En el poco espacio de tiempo que dura bajar dos pisos en ascensor, lo que escuché me conmovió profundamente.
Una voz suave y dulce de mujer desde lejos, muy lejos, desde algún país de América Latina invadía los pocos metros cuadrados del ascensor.
– Estoy tranquila de que estés en ese país. Es bueno para ti.
El joven no decía nada, escuchaba con toda atención las palabras que, sin lugar a dudas, eran de su madre.
– Ahí te van a cuidar, m’hijito. Ya verás… todo va a ir bien.
El ascensor paró, se abrió la puerta, salí… y el sonido de la voz de esa madre, diciendo “m’hijito”, no creo que lo vaya olvidar nunca. Una madre quiere tener a su hijo o hija cerca siempre, pero especialmente si tiene problemas de salud.
De camino a casa, en el autobús, me dio tiempo a pensar en todos los inmigrantes que vienen con esperanza a esta parte del mundo buscando escucha, formación, trabajo… y quizás oportunidades de sanar enfermedades; o huyendo de situaciones de violencia y muerte en sus países de origen. Desconocen con qué se van a encontrar y debe ser especialmente duro si enferman.
Esa madre animaba a su hijo a confiar en el país al que había llegado: “ahí te van a cuidar, m’hijito”… o no.
Doy gracias por no estar colgada del móvil en ese rato y haber recibido en breves instantes una realidad que me llega más profundo que las noticias de los medios, de los que procuro poner distancia para no perder el norte.
Queda dentro esa sensación de no poder hacer nada, sólo vivir el instante y si es posible compartirlo. Eso he querido hacer de esta forma tan simple.
Comentarios desactivados en “Jürgen Moltmann: El teólogo de la esperanza y del Dios crucificado”, por Juan José Tamayo
Leído en su blog:
“Sus obras cambiaron el rumbo del pensamiento teológico cristiano en varias direcciones”
“El 3 de junio falleció a los 98 años en Tubinga (Alemania) Jürgen Moltmann, uno de los teólogos cristianos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX y de los más creativos”
“Llevó a cabo una verdadera revolución en la teología cristiana con importantes repercusiones en los campos de la cultura, la política, la ecología y el diálogo con el ateísmo”
“El principio esperanza, del filósofo alemán Ernst Bloch, le liberó de una especie de sonambulismo: ‘¿Por qué la teología cristiana ha pasado de largo ante el tema del futuro y de la esperanza cuando eran el fundamento y el resorte del pensar teológico?'”
“Sus libros siguen siendo hoy fuente de inspiración para caminar hacia la utopía por el camino de la esperanza. Creo que él fue el teólogo que mejor supo articular teórica y prácticamente la relación, siempre compleja, entre esperanza cristiana y utopías históricas”
El 3 de junio falleció a los 98 años en Tubinga (Alemania) Jürgen Moltmann, uno de los teólogos cristianos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX y de los más creativos en diálogo con los nuevos climas cultuales y en respuesta a los grandes desafíos y problemas de la humanidad con especial sensibilidad hacia el sufrimiento de las personas y los colectivos oprimidos por los diferentes sistemas de dominación. Llevó a cabo una verdadera revolución en la teología cristiana con importantes repercusiones en los campos de la cultura, la política, la ecología y el diálogo con el ateísmo.
Nacido en Hamburgo en 1926, perteneció a la Iglesia Evangélica Protestante, ejerció el pastorado en varias comunidades evangélicas y desde 1967 hasta su jubilación fue profesor de teología sistemática en la Universidad de Tubinga. De 1963 a 1983 colaboró activamente en el Consejo Mundial de Iglesias. Fue esposo de Elisabeth Moltman-Wendel, referente de la teología feminista de la primera hora en Alemania, con quien compartió innovadores proyectos teológicos y escribió obras de gran relevancia teológica como Pasión por Dios. Una teología a dos voces (Sal Terrae) y Hablar de Dios como hombre y como mujer (PPC). Recomiendo la lectura de la Autobiografía de Elisabeth.
Sus obras cambiaron el rumbo del pensamiento teológico cristiano en varias direcciones. Moltmann fue el creador de la teología de la esperanza con su obra del mismo título publicada en 1964. Cuenta él mismo que la lectura El principio esperanza, del filósofo alemán Ernst Bloch, le liberó de una especie de sonambulismo en el que estaba sumido entre un Dios sin futuro y un futuro sin Dios. Si Heidegger había ayudado a Rudolf Bultmann a redescubrir las dimensiones existenciales del cristianismo, Bloch mostró a Moltmann las dimensiones utópicas de la religión judeocristiana.
“¿Por qué la teología cristiana ha pasado de largo ante el tema del futuro y de la esperanza cuando eran el fundamento y el resorte del pensar teológico?”
Tras la lectura de la obra de Bloch, surgió espontánea la pregunta: ¿Por qué la teología cristiana ha pasado de largo ante el tema del futuro y de la esperanza cuando eran el fundamento y el resorte del pensar teológico? Dio la respuesta en 1964 con la publicación de Teología de la esperanza, una de las obras más significativas del pensamiento cristiano de los últimos sesenta años, traducida a numerosos idiomas y todavía hoy ampliamente reeditada y citada.
Su intención no era heredar a Bloch, y menos aún entrar en concurrencia con él, sino hacer en la teología lo que su maestro había hecho en la filosofía, a partir de una hermenéutica liberadora y subversiva de la Biblia, libro de las promesas de Dios y abierto al futuro que alienta la esperanza de los pobres. Fue precisamente la lectura de Moltmann la que me condujo al encuentro con la filosofía de la esperanza de Bloch, sobre la que escribí mi tesis doctoral bajo la dirección del filósofo Carlos París, que se definía a sí mismo como “un creyente sin fe, pero con esperanza” (Religión, razón y esperanza. El pensamiento de Ernst Bloch (Tirant lo Blanch, Valencia, 2015, 2ª ed. con prólogo nuevo, biografía y bibliografía actualizadas).
A principios de la década de los setenta del siglo pasado escribió El Dios crucificado. Si en Teología de la esperanza su interlocutor fue Bloch, ahora sus interlocutores preferentes fueron Adorno y Horkheimer y su “Dialéctica negativa”. El libro supuso una verdadera revolución en la imagen de Dios: del Dios “motor inmóvil” de Aristóteles, que ni sufre, ni padece, ni es capaz de amar, al Dios crucificado, que se identifica con las víctimas y él mismo es víctima, como recuerda citando el relato de Elie Wiesel en su trilogía El alba, La noche y El día sobre la crucifixión de tres reos en un campo de concentración.
El sufrimiento de Dios, de Cristo, del mundo y de los seres humanos constituye la más severa crítica a los viejos atributos divinos: omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia, impasibilidad, infinitud, felicidad celeste no compartida, indiferencia ante el mundo, etc. Revela, asimismo, otros valores menos mayestáticos de Dios y más a ras de humanidad, como impotencia, debilidad, solidaridad, compasión, sensibilidad ante el sufrimiento.
Uno de los textos bíblicos que mejor y más bellamente describe la nueva imagen de Dios en sintonía con los mejores sentimientos humanos es el libro de Judit, donde podemos leer: “Tu poder no está en el número ni tu imperio en los guerreros, eres Dios de los humildes, defensor de los pequeños, apoyo de los débiles, refugio de los desvalidos, salvador de los desesperados” (Jdt 9, 11).
El sufrimiento precede al pensamiento y constituye el marco de la pregunta por la justicia humana y por la acción o inacción de Dios en el mundo. La categoría central de la historia universal es, según Walter Benjamin, “la historia de la pasión del mundo”. El espejo roto del mundo distorsiona la realidad y lleva a preguntar si es posible el ideal de un mundo sin sufrimiento y sin dolor.
El Dios crucificado y la esperanza le llevaron a sintonizar con la teología latinoamericana de la liberación, reconocer su solidez, considerarla “la primera teología cristiana contra el capitalismo”y defender la necesidad de una lucha común de esta teología y de la teología política europea “por la vida contra la muerte, por la liberación contra la opresión”. Moltmann afirma que lo que más honda y profundamente le unió a la teología latinoamericana de la liberación fue el brutal asesinato de seis jesuitas y dos mujeres en la Universidad de San Salvador el 16 de noviembre de 1989 para silenciar la voz de denuncia de Ellacuría. Hasta allí peregrinó en 1994.
“Los militares asesinos arrastraron el cuerpo del padre Ramón Moreno hasta la habitación de Jon Sobrino, que no se encontraba allí, y cayó de la estantería el libro El Dios crucificado, que luego fue encontrado bañado en sangre”
Él mismo recuerda que la noche del asesinato los militares asesinos arrastraron el cuerpo del padre Ramón Moreno hasta la habitación de Jon Sobrino, que no se encontraba allí, y cayó de la estantería el libro El Dios crucificado, que luego fue encontrado bañado en sangre. “Ahora yace -afirma- bajo un cristal como interpretación simbólica del martirio de hermanos y hermanas” Lo cuenta en Experiencia De Dios (Sígueme, Salamanca, 2009). Cada vez que vuelo a la UCA contemplo en actitud orante el libro ensangrentado de Moltmann bajo el cristal interpretando al “Dios crucificado” a la luz del “pueblo crucificado”, categoría mayor de la teología de Ignacio Ellacuría y de Jon Sobrino.
Aportación mayor de Moltmann fue la incorporación del horizonte ecológico en su teología de la creación, que critica el antropocentrismo opresor de la naturaleza, una de cuyas bases es la incorrecta interpretación del mandato divino del Géneris de “dominar la tierra”, busca conciliar los derechos humanos, los derechos sociales, los derechos económicos y los derechos de la tierra, y armoniza la justicia económica con la justicia ecológica.
No quiero terminar el recuerdo del teólogo alemán sin referirme a su original diálogo con el ateísmo y a su consideración de la teología cristiana como teología pública. Lo primero que reconoce es que los ateos tienen sus razones contra Dios y contra la fe en él. El Anticristo, de Nietzsche, afirma, tiene mucho que enseñarnos sobre el verdadero cristianismo. Considera, asimismo, que la crítica de la religión de Feuerbach, Marx y Freud es teológica en su anti-teología.
“El Anticristo, de Nietzsche, afirma, tiene mucho que enseñarnos sobre el verdadero cristianismo. Considera, asimismo, que la crítica de la religión de Feuerbach, Marx y Freud es teológica en su anti-teología”
También es profundamente teológico el ateísmo de protesta que lucha con Dios como lo hizo Job y, por causa del sufrimiento de los seres humanos que clama al cielo, niega que exista un Dios justo que gobierne el mundo con amor y justicia. La pregunta “si hay un Dios bueno, ¿por qué todo está mal?” es también la pregunta fundamental de toda teología cristiana, que toma en serio la pregunta de Cristo moribundo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Esto le lleva a definir la teología cristiana como una “teología pública”. Su razonamiento es el siguiente. Una teología cristiana exclusivamente para creyentes sería una ideología de un sociedad cristiana religiosa o una doctrina esotérica para personas “iniciadas”. Su retirada del espacio público de la sociedad constituye una renuncia a la relevancia universal del mensaje cristiano. Llegado aquí, se pregunta provocativamente: “¿no es también un teólogo toda persona incrédula que tiene una razón su deseo de no creer y su ateísmo?”, para concluir que la teología cristiana no pertenece al círculo de personas “iniciadas” en la fe, sino igualmente a las personas que se sienten “fuera de la puerta”.
“Sus libros siguen siendo hoy fuente de inspiración para caminar hacia la utopía por el camino de la esperanza. Creo que él fue el teólogo que mejor supo articular teórica y prácticamente la relación, siempre compleja, entre esperanza cristiana y utopías históricas”
Jürgen Moltmann ha fallecido tras un recorrido casi centenario por la historia, que él mismo ha contribuido a construir con su esposa Elisabeth Moltmann-Wendel. Pero nos queda su memoria, que coincide con la memoria subversiva de las víctimas a quienes siempre recordó compasivamente y a cuya autoridad siempre obedeció. Sus libros siguen siendo hoy fuente de inspiración para caminar hacia la utopía por el camino de la esperanza. Creo que él fue el teólogo que mejor supo articular teórica y prácticamente la relación, siempre compleja, entre esperanza cristiana y utopías históricas. Estamos esperando que se publique pronto en castellano su Ética de la esperanza, otra de sus obras mayores.
Comentarios desactivados en J. Moltmann (1926-2024): Dios crucificado, Vida de la vida humana.
Del blog de Xabier Pikaza:
Presenté ayer (RD y FB) una visión de conjunto de la teología de J. Moltmann. Completo hoy el tema con una nota sobre Cruz de Dios y Pascua cristiana.
Hace 52 años (junio 1972) defendí en la Universidad de Santo Tomás de Roma mi tesis doctoral en Filosofía sobre Bultmann y Cullmann. La tesis recibió nota, fu publicada el mismo año en Madrid (imagen 1), con dos ediciones posteriores en Clie/Terrasa.
En la “sobremesa”, el Prof. Abelardo Lobato, Decano de la Facultad, me pidió (de un modo personal, no institucional) que siguiera comparando a Bultmann con J. Moltmann, que era a su juicio la nueva cabeza pensante de la filosofía religiosa de Alemania. Tenía ya preparado el trabajo, lo rehíce y se lo mandé como apéndice de la tesis y lo incluyó entre los “documentos oficiales” para el doctorado (imagen 1 y 3: Portada e índice).
Ese texto de comparación quedó así (puede consultarse en Estudios 8 (1972)159-227), pues no he tenido ocasión de recrearlo. He preparado, sin embargo, una visión de conjunto de su pensamiento, que quizá ofreceré de manera más razonada en un trabajo de conjunto. Así lo presento aquí, como recuerdo de elaboración de 1972 y de la presencia constante de Moltann en mi pensamiento.
| Xabier Pikaza
Jesús no subió a Jerusalén para derribar físicamente el templo (ése habría sido un tema superficial, pues derribado un templo se construye otro), sino para declararlo perverso y caduco, porque era cueva de bandidos, y no casa de oración universal: cf. Mc 11, 15‒17) y porque él quería “construir” un nuevo templo, casa de oración para todos los pueblos. Éste es, a mi juicio, el pensamiento central de la teología de J. Moltmann a partir de su libro El Dios crucificado (1972), que Moltmann estaba ultimando cuando yo presente cuando yo presenté ese mismo año una visión de conjunto de de su teología anterior, quizá la primera que se presentó en lengua castellana.
Condenado por el templo. Sin sepultura en el pueblo
Por imperativo de ley, como espacio sagrado (hieron),el templo era banco donde se cambiaba y pagaba dinero por las ofrendas o tributos religiosos, mercado‒mataderodonde se vendían y compraban animales para sacrificios, y plaza donde llegaba y se juntaba todo tipo de gente con cosas de ofrendas (animales y leña, encendedores de fuego, cántaros con agua, limpiadores, policías paramilitares, sacerdotes engalonados… y fuera, sin poder entrar, los cojos y mancos, los ciego, enfermos y locos etc.). Era una empresa económica (la mayor de Jerusalén, como recuerda Jn 2, 16 cuando afirma que los sacerdotes lo habían convertido en “casa de emporio o negocios”: oikon emporiou). En ese fondo se entiende el gesto citado de Jesús, como profecía de destrucción y promesa universal de vida:
– Profecía de destrucción, contra el templo y lo que él significa (Mc 11, 15‒17 par). Jesús no purifica el templo para condenar sus excesos y dejarlo de nuevo limpio (como querían los esenios de Qumrán y muchos judíos reformistas, contrarios al orden dominante, en la línea de Dan 7‒12 y de 1‒2 Mac). Tampoco quiere (profetiza) su destrucción, para construir uno mejor, en la línea antigua (judía o cristiana), sino que quiere que el arquetipo‒templo acabe, es decir, que su función termine, de manera que nunca pueda comer nadie de sus frutos (cf. Mc 11, 14), pues, a su juicio, las instituciones sagradas de Israel, representadas y condensadas en el templo, han invertido su función y deben terminar. El mismo templo ha sido contrario a la más honda voluntad de Dios, como dice Esteban en Hech 7, con un mensaje cercano al de Jesús, para quien el verdadera templo es el cuerpo/comunidad de los creyentes (cf. Jn 2, 21).
–Promesa universal. En lugar de este templo, cueva de bandidos, debe surgir la Casa de Oración para todas las naciones (Mc 11, 17; cf. Is 56, 7; Jer 7, 11). Jesús no ha condenado el templo para negar la promesa de Israel sino, al contrario, para ratificarla y expandirla de manera universal. El templo verdadero ha de ser el mundo entero “casa de vida y encuentro”, donde pueden vincularse todos, como indican las multiplicaciones de Jesús, con su oración de alabanza (cf. Mc 6, 41; 8, 6) y la promesa de la peregrinación final de las naciones (Mt 7, 11-12). En su propia equivocación, el templo era un signo del “cuerpo mesiánico” de aquellos que resucitan en y por Jesús, formando así la nueva humanidad resucitada[1].
Vino a Jerusalén acompañado por los Doce, representantes del nuevo Israel, pero uno de ellos le traicionó y los restantes se sintieron desconcertados o tuvieron miedo y huyeron. Por eso, murió solo, con dos “bandidos”, acompañado de lejos por unas mujeres (cf. Mc 15). Todo nos permite suponer quelos soldados romanos (o los representantes de los sacerdotes judíos), a fin de que la presencia de los tres cadáveres, colgados a las puertas de Jerusalén, no impidiera celebrar la pascua, pues eran impuros para los judíos (cf. Jn 19, 31), sepultarona los tres, en una fosa común, sin que parientes ni amigos pudieran despedirles con los ritos sagrados que sirven para honrar y recordar en paz a los difuntos, de manera que la historia de violencia pudiera repetirse.
No tuvo un entierro honroso de manera que su fracaso fue completo: ¡No le ungieron, ni lloraron su cadáver, ni le dieron buena sepultura! (ése parece el sentido de Mc 12, 8). Sólo las «discípulas-amigas» que contemplaron de lejos su cruz quisieron venir ir tras el sábado de fiesta hasta su sepultura para urgir su cuerpo, pero no lo hicieron, porque no pudieron encontrar el cuerpo, o porque la tumba había sido “profanada” y abierta. Pues bien, en ese momento, ellas descubrieron que el lugar de la presencia de Jesús no era una tumba, sino su mensaje y la vida y transformación de sus seguidores (es decir, su resurrección).
No podemos precisar mejor lo que pasó; pero años después, para expresar simbólicamente la experiencia pascual (y quizá para impedir que los creyentes alzaran un monumento en el sepulcro de Jesús, a pesar de su mensaje: cf. Mt 23, 29-32), ciertos cristianos crearon un bello relato diciendo que unos poderosos amigos ocultos, con influjo ante el Sanedrín y el Procurador romano, habrían enterrado a Jesús en una cueva sepulcral muy limpia, con muchos perfumes, una oquedad de piedra que después quedó vacío (cf. Mc 15, 42-47 par), pues Jesús habría resucitado corporalmente.
No crearon ese relato para sacralizar su tumba (como la de San Pedro de Roma), sino, al contrario, para afirmar que está vacía y que su cuerpo (su mensaje y vida) se ha encarnado (ha resucitado) en sus discípulos, desde «Galilea», para retomar así su movimiento (cf. Mc 16, 1-8). Éste es el fondo y sentido de la historia, que San Pablo ha recogido y narrado pocos años después, en 1 Cor 15, 3-4 cuando dice que Jesús: «murió y fue sepultado». No pudieron honrar su cadáver, pero algunas mujeres como Magdalena que habían intentado hacerlo supieron que se hallaba vivo, pues vivía en ellas y en los demás discípulos, y así lo anunciaron a los, retomando y recreando su movimiento mesiánico. Esa experiencia de la vida de Jesús en sus discípulos fue el principio de la iglesia.
Habían matado a Jesús, murió fracasado, pero su misma muerte creó un recuerdo y presencia más alta y vino a expresarse como mutación suprema de la vida humana, entendida en forma de resurrección. En esa línea, su entierro frustrado fue comienzo de una nueva experiencia religiosa.Jesús fue enterrado, pero su tumba no pudo convertirse en signo y principio de una nueva revelación religiosa, en la línea de las anteriores, sino que “quedó vacía”, pero no vacía de cadáver material, sino de sentido religioso.
Sus discípulos no pudieron ir a la tumba para allí recordarle, pero “descubrieron” algo que él estaba vivo en su mensaje y su proyecto de Reino, es decir, que él había resucitado. No dejó una iglesia instituida para siempre (como Atenea, armada y adulta, saliendo del cuerpo de su padre). No fundó una organización sacral, ni dotó con fondos una empresa, ni fijó una jerarquía estructurada, pero creó (suscitó) una herencia superior de humanidad, grupo de amigos resucitados:
‒ La primera creación (simbolizada por Eva‒Adán) surgió por mutación biológico‒mental, en el contexto de la gran evolución de la vida En ese campo de evolución y mutación cósmica, dentro de las generaciones de los hombres se encarnó (=vivió) Jesús, retomando y recreando con su mensaje y su muerte el camino de la humanidad, anunciando y preparando la llegada de la nueva humanidad, como Reino de Dios (no del César ni de un tipo de sacerdotes).
‒ Con Jesús se inicia, según los cristianos, la segunda creación, y ella acontece por mutación personal, como inmersión en la conciencia crística, pascual, de Dios, como ha destacado la tradición cristiana, formulada por Pablo en 1 Cor 15 y Rom 5. Esta nueva y más alta mutación sigue vinculada a la generación antigua, pero no se define por el primer nacimiento, sino por el re‒renacimiento o resurrección, allí donde unos hombres y mujeres regalan su vida hasta la muerte, para que otros vivan (viviendo así en ellos).
La generación biológica se expresa en el nacimiento de cada ser humano como persona, responsable de sí, capaz de abrirse a los demás en amor, pero también de asesinar a los demás, en una historia que, según los arquetipos de la Biblia, comenzó en Caín y Abel (Gen 4) y ha desembocado en la muerte de Jesús, que lógicamente debería haber conducido a la ruptura de su grupo, con el abandono de toda esperanza mesiánica.
Pues bien, allí donde los discípulos de Jesús deberían haber afirmado el fin de todo, proclamando la muerte final (como en el valle de los huesos de Ez 37, donde fue arrojado el Mesías de Dios), comenzó la nueva creación mesiánica, y los discípulos de Jesús proclamaron la llegada de la nueva creación, diciendo que Dios había invertido la maldición de la muerte, pues Jesús no había sido un muerto más, sino el principio de la resurrección, iniciando un camino de comunión (=comunicación) transpersonal, como siembra de vida, semilla de humanidad divina (si el grano de trigo no muere: Jn 12, 24; 1 Cor 15, 35‒49). Al dar su vida por el Reino, Jesús ha resucitado en la vida de aquellos que acogen su mensaje, iniciando un nuevo estado de humanidad, en la línea de resurrección. Éste es el tema clave de Moltmann, el Dios Crucificado.
Mutación. Nuevo comienzo
A partir de aquí se entiende la mutación de Jesús, como perdón y re‒nacimiento, comunicación y comunión universal, y así ha de recrearse en un momento como el actual (año 2021) en que muchos afirman que las iglesias cristianas deberían quedar mudas, pues la humanidad en su conjunto parece condenada a muerte, ratificando así que la primera hominización (el primer nacimiento humano) había sido un ensayo fracasado, que terminará en su destrucción. Pues bien, en ese contexto podemos retomar las dos grandes imágenes de Ezequiel:
‒ Dios tiene que abandonar su templo antiguo, con su sistema de sacralidad hecha de sacrificios, de poder y de dinero (Ez 1-3. 10), para habitar con los desterrados, es decir, con los fracasados y excluidos, los que habitan al descampado de la historia, como vio y proclamó Jesús en su gesto de “purificación” (destrucción) del templo de Jerusalén (Mc 11). Ésta es hoy nuestra experiencia más fuerte: Los templos de la sacralidad antigua se están vaciando, es como si Dios abandonara sus iglesias, afirmando así que la humanidad actual, en sí misma, es inviable, está condenada a la muerte personal y social, ecológica y religiosa, a no ser que cambiemos de raíz.
‒ Resurrección en el valle de los huesos calcinados (Ex 37). Ha muerto (está muriendo) a pasos agigantados un sistema de vida representado por los imperios e iglesias centradas en su poder socio‒religioso. Está llegando el momento en que los auténticos creyentes han de retomar y reiniciar la travesía de la muerte y resurrección de Jesús, desde los marginados de la historia actual, que son sus“amigos”, no para que ellos tomen el poder (y menos en su nombre), sino para descubrir juntos a Dios Padre, que revela su gloria en el amor de aquellos que mueren dando vida a los demás.
Tras haber recorrido como vencedores triunfales la travesía constantiniana (con esquemas platónicos y sistemas imperiales y/o feudales), para ser fieles al evangelio y retomar el principio de Jesús, los cristianos deben volver a su tumba Jesús, subiendo como Ezequiel al Carro de Dios que les lleva al exilio (fuera de los campos de poder, al valle de los huesos muertos), para ser testigos del Dios de la gracia, presente en los pobres y exilados (cf. Mc 16, 1-8; Mt 28, 16-20).
Resulta conveniente (inevitable) que caiga o se abandone un templo de violencia sagrada (imposición legal), no para elevar en su lugar otro (que todo cambie para seguir siendo lo mismo), sino para transformar la vida, en comunicación transpersonal, humanidad resucitada. Las dificultades actuales no se solucionan con unos pequeños cambios de estructura, sino que los cristianos abandonar (transcender) la estructura sacral del templo, para descubrir a Dios como vida de su propia vida.
La historia antigua ha culminado en la muerte de Jesús, que sus discípulos han interpretado como “desbordamiento de vida”, conforme al Arquetipo que había comenzado a expresarse en el Antiguo Testamento y que culmina en el Nuevo, en forma de revelación de Dios, plenitud y sentido (pervivencia) de la vida humana, en comunicación personal, pues el mismo Jesús muerto vive en aquellos que le acogen. Ésta es la gran transmutación, que podría estar simbolizada con algunas variantes en un tipo de “alquimia” superior que no se realiza ya en metales, sino en el mismo movimiento de la vida humana (cf. Hch 15, 28), en línea de elevación, pues sólo aquello (aquel) que muere puede re‒vivir (ser en los otros), mientras que aquel que quiera cerrarse en sí mismo acabará perdiendo aquello que es y tiene, pues “quien quiera salvar su vida la perderá”; sólo quien la pierda por los otros la encontrará en ellos (cf. Mt 10, 39; 16, 25 par.). En esa línea, el Ser‒en‒Sí‒Mismo de Dios (su En Sof) se expresa como Ser‒dándose, esto es, muriendo, para que sean los otros[2].
La muerte de Jesús no fue un castigo (sacrificio) impuesto por Dios, sino el don o regalo más hondo de su vida, la expansión de su conciencia, que consiste en morir para vivir en plenitud (resucitar) en los demás, en nueva creación (mutación), esto es, en comunicación personal abierta al futuro de la plenitud de Dios que será todo en todos (1 Cor 15, 28). Así releyeron y recrearon los cristianos el AT desde la experiencia pascual de Jesús. No condenaron y rechazaron la Biblia de Israel por violenta y contraria al amor universal (como hicieron muchos gnósticos), sino que la entendieron en clave de resurrección. No buscaron la coherencia entre el AT y NT en detalles secundarios, no ocultaron la intensísima violencia de muchos pasajes del AT, pero descubrieron en la trama a veces sinuosa y quebrada del pueblo de Israel un camino que desemboca en la vida y don del Dios que entrega su vida por los hombres.
Los cristianos entendieron esa muerte como “resurrección”, experiencia de vida trans‒personal, pero no en abstracto, ni como algo que viene después, tras la desaparición de su cadáver, sino en el mismo gesto de entrega total que es resurrección. Morir como Jesús es dar la vida, sin volverse atrás, como siembra del trigo de Dios (Jn 12, 20‒33), que fructifica en la experiencia pascual de los discípulos, cuando descubren que él (Jesús) vive en ellos, abriéndoles los ojos, de manera que puedan compartir y compartan en amor lo que son, regalándose la vida los unos a los otros. La historia de un hombre como Jesús no acaba en su tumba física, sino que se expresa de un modo radical tras/por ella, en su recuerdo, en su influjo y presencia en aquellos que le han conocido, y que siguen quizá recreando su figura y actualizando su obra. En ese sentido, la resurrección no es negación de la muerte, sino ratificación del sentido (semilla) de esa muerte, como dadora de vida.
Apariciones Comunión transpersonal
Según el NT, el testimonio clave de la resurrección de Jesús han sido sus apariciones, como expresión de una forma intensa de presencia trans‒personal (en línea de transcendimiento y culminación, no de negación de la persona), en clave de fe (de acogida y comunicación creadora), no de imposición física. Jesús ha entregado su vida por los demás, y lo ha hecho de tal forma que ha podido mostrarse ante ellos (en ellos) vivo tras la muerte, como presencia y poder de vida, iniciando en (por) ellos un tipo más alto de existencia humana (es decir, una mutación mesiánica). Las apariciones son signos de presencia de Jesús resucitado, una experiencia nueva de vida, en línea de comunicación transpersonal.
Acaba de fallecer. Ha sido uno de los grandes pensadores cristianos del siglo XX. Teólogo protestante alemán, nacido de una familia religiosamente secularizada. Participó al final de la guerra mundial (1939-1945) y estuvo dos años prisionero en Inglaterra (1945-1947), donde entró en contacto con el cristianismo.
De vuelta a Alemania estudió teología y se doctoró en la Universidad de Göttingen (1952), ordenándose ministro de la Iglesia Reformada. Fue por unos años Pastor en Bremen-Wasserhorst. Después se dedicó al cultivo del pensamiento cristiano y fue profesor en Wuppertal y en la facultad de teología de la Universidad de Bonn (1963), para pasar finalmente a Tübingen (1967), donde ha enseñado hasta su jubilación (1994).Escribiré otro día sobre su teología, con alguna foto que tengo. Hoy recojo la página que le dediqué en mi diccionario. Ha sido y sigue siendo para mi y para muchos una puerta de esperanza.
| X. Pikaza
Moltmann, J. (1926-2024 ).
Pikaza, Diccionario pensadores 534-636
Teología de la esperanza, una teología completa. Moltmann es uno de los maestros de la teología dogmática contemporánea; ha contribuido a la renovación del pensamiento protestante y ha ejercido una gran influencia sobre la teología católica, en especial en Latinoamérica, por su compromiso al servicio de una reflexión y de una praxis abierta a la esperanza trascendente, pero comprometida con el cambio social e histórico de los hombres, en línea de evangelio.
Así ha querido superar la “subjetividad trascendental” de → Bultmann (centrado en el sujeto humano) y la “objetividad trascendental” de → Barth (centrado en el Dios que se revela), para desarrollar un tipo de teología mesiánica centrada en la promesa de Dios (siempre futuro) y en la creatividad de los hombres, llamados a responder de un modo social (comunitario), para crear de esa manera el Reino. Éste es el planteamiento básico de la más famosa de sus obras: Teología de la Esperanza (Salamanca 1968, original alemán del ).
Moltmann es el teólogo de la esperanza, entendida de forma receptiva y activa, como expresión de una Palabra de Dios (que es promesa de futuro) y como principio impulsor de una palabra humana, que ha de expresarse como protesta contra lo que existe y como impulso de perdón y reconciliación futura.
De esa manera ha vinculado el mejor protestantismo (teología de la gracia) con el impulso de la modernidad, que se ha expresado en los movimientos de liberación de los siglos XIX y XX. No ha sido nunca marxista en el sentido dogmático de la palabra, pero ha recibido el influjo de E. Bloch, con su versión de un marxismo humanista, de raíces judías, abierto a la trascendencia de la esperanza. Por eso, él no entiende la verdad como adecuación entre el pensamiento y la realidad que ahora existe (conforme a una visión esencialista de la realidad), sino como descubrimiento de la profunda inadecuación entre lo que hay y lo que debe haber (lo que debemos hacer). En ese sentido, la verdad es la expresión de un desequilibrio y de una tarea creadora, impulsada por la promesa de Dios (el Dios Promesa), a quien debemos entender como “el que viene”, en línea mesiánica.
Partiendo de esa visión, Moltmann ha elaborado una gran obra teológica, que quiere ser fiel a todos los rasgos y momentos del cristianismo y de la realidad social, desde un mundo cuya violencia él ha experimentado de manera intensa en los años de la Gran Guerra, que han marcado su vida y el comienzo de su teología. Esa experiencia ha definido su pensamiento, abierto a las raíces del misterio de Dios desde la ruptura y dolor de un tiempo presente, marcado por la inadecuación entre lo que hay y lo que debe haber. Así ha distinguido y vinculado los dos rasgos principales del misterio cristiano.
La promesa de comunión final con Dios, que será todo en todos, fundando la reconciliación entre los hombres.
2. La experiencia del dolor de la historia, vinculada a la Cruz de Cristo, como lugar de la revelación trinitaria. En un mundo marcado por el gran dolor y la lucha de unos hombres contra otros, sólo la Cruz puede ser punto de partida y centro de nuestro lenguaje de Dios. En esa línea, asumiendo algunos rasgos de la tradición protestantes, releídos desde Hegel (más allá de Marx), Moltmann ha puesto de relieve el carácter dramático de la Trinidad, que resulta inseparable de la Cruz de Jesús y del sufrimiento de los hombres.
La Cruz como acontecimiento trinitario. Moltmann ha vinculado la esperanza humana, como principio de transformación social, con el misterio de la Cruz, entendida en forma trinitaria, como expresión del dolor supremo de Dios. De esa manera, él ha tenido la osadía de penetrar en el misterio de Dios, de una forma que puede vincularse a la cábala judía, pero que responde a la experiencia cristiana de la Trinidad, manifestada en la Cruz de Cristo.
«Nosotros interpretamos así la muerte de Cristo no como un acontecimiento entre Dios y el hombre, sino principalmente con un acontecer intra-trinitario entre Jesús y su Padre, del cual procede el Espíritu. Con esta postura, (1) ya no es posible una comprensión no teísta de la historia de Cristo: (2) es superada la antigua dicotomía entre la naturaleza común de Dios y su Trinidad intrínseca, y (3) resulta superflua la distinción entre Trinidad inmanente y económica. Así, se hace preciso un lenguaje trinitario para llegar a la plena comprensión de la cruz de Cristo y se sitúa en su verdadera dimensión la doctrina tradicional sobre la Trinidad. La Trinidad ya no es entonces una especulación sobre los misterios de un Dios “sobre nosotros”, al que es preferible adorar en silencio a investigar vitalmente, sino que en definitiva constituye la expresión más concisa de la historia de la pasión de Cristo. Este lenguaje trinitario preserva a la fe tanto del monoteísmo como del ateísmo, manteniéndola adherida al Crucificado y mostrando la cruz como inserta en el ser mismo de Dios y el ser de Dios en la cruz.
El principio material de la doctrina trinitaria es la cruz. El principio formal de la teología de la cruz es la doctrina de la Trinidad. La unidad de la historia del Padre, del Hijo y del Espíritu puede luego, en un segundo término, ser denominada “Dios”. Con la palabra “Dios” se quiere expresar entonces este acontecer entre Jesús y el Padre y el Espíritu, es decir, esta historia determinada. Ella es la historia de Dios a partir de la cual sobre todo se revela quién y qué es Dios. Aquel que quiera hablar cristianamente de Dios deberá “contar” y predicar la historia de Cristo como historia de Dios, es decir, como la historia entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, a partir de la cual se establece quién es Dios, y ello no solamente para el hombre, sino también en el seno de su propia existencia. Esto significa, por otra parte, que el ser de Dios es histórico y existe en esta historia concreta. La historia de Dios es así la historia de la historia del hombre» (cf. Concilium76 [1972] 335-347).
De esta manera, vinculada a la Cruz de Jesús, dentro de un camino de dolor y de esperanza, desde el centro de una humanidad caída que busca su redención, Dios viene a manifestarse como historia de amor salvador. Por eso, el teólogo cristiano no especula en abstracto sobre Dio, sino que descubre y cuenta el sentido de su presencia en Cristo, para inaugurar e impulsar de esa manera un camino de reconciliación. Desde sí misma, sin necesidad de una aplicación posterior, la teología cristiana es esencialmente práctica
Teoría política de la cruz. Sobre esa base, como continuación de la Teología de la Esperanza, el libro quizá más denso de Moltmann ha sido El Dios Crucificado (Salamanca 1977, original alemán), un texto clave para entender la teología de la segunda mitad del siglo XX, en su línea vertical (de experiencia de Dios) y en su línea horizontal (de compromiso de liberación humana). Así lo quiero poder de relieve, citando y comentando su capítulo octavo, que se titula “caminos para la liberación política del hombre”, que contiene unas páginas muy hondas sobre el sentido de la experiencia política del evangelio.
«La primitiva cristiandad fue perseguida como impía y enemiga del estado tanto por el poder estatal romano como por los filósofos gentiles. Por ello fue mayor el empeño que los apologetas cristianos pusieron en quitar fuerza a tales acusaciones, proponiendo a la religión cristiana como el verdadero sostén del Estado. Se llegó a la elaboración de una teología política cristiano-imperialista ya antes de Constantino, y luego expresamente en la teología imperial de → Eusebio de Cesarea. Con ella se debían asegurar la autoridad del césar cristiano y la unidad espiritual del imperio. Constaba de dos ideas fundamentales, una jerárquica y otra histórico-filosófico-quiliástica.
La autoridad del césar se aseguró mediante la idea de la unidad: un Dios, un logos, un nomos, un césar, una iglesia, un imperio. Su imperio cristiano se celebró quiliásticamente como el reino de paz prometido por Cristo. La pax Christi y la pax romana debían estar unidas por la providentia Dei.Con ello se convirtió el cristianismo en religión única del único estado romano. El recuerdo del destino del Crucificado y sus seguidores se ocultó… Pero, como → E. Peterson y H. Berkhof han mostrado, cómo este primer intento de una teología política cristiana fracasó, dada la fuerza de la fe cristiana, por razón de dos puntos teológicos y uno práctico.
El monoteísmo político-religioso fue superado con la elaboración de la doctrina trinitaria en el concepto de Dios. El misterio de la trinidad sólo se cumple en Dios, sin imagen alguna en la creatura (sin que el emperador pueda ser su imagen). La doctrina trinitaria describe la unidad esencial de Dios Padre con el Hijo humanado y crucificado en el Espíritu Santo. Por eso este concepto de Dios no puede utilizarse como trasfondo religioso de un césar divino (de un hombre no crucificado).
La identificación de la pax romana con la pax Christi fracasó por razón de la escatología. Sólo Cristo (ningún césar del mundo) puede conceder esa paz de Dios, que es superior a toda razón. De ello se dedujo políticamente la lucha a favor de la libertad y de la independencia de la Iglesia frente al césar cristiano… El cristianismo no comenzó como religión nacional o de clase. Como religión dominante de los dominadores, el cristianismo tendría que negar su origen en el Crucificado y perder su identidad. El Dios crucificado es, de hecho, un Dios sin estado ni clase. Pero no por ello es un Dios apolítico, sino que es de los pobres, oprimidos y humillados.
El señorío del Cristo crucificado por política, sólo se puede extender liberando a los hombres de unas formas de dominio que les hacen menores de edad y les vuelven apáticos, sacándoles de las religiones políticas que les esclavizan. La culminación de su reino de libertad debe traer, según Pablo, la destrucción de todo señorío, autoridad y poder… Los cristianos intentarán anticipar el futuro de Cristo, según las posibilidades existentes, mediante el desmontaje del dominio y la construcción de la vivencia política de cada uno».
De esa manera ha interpretado Moltmann su teología de la esperanza, situándola en el centro de la experiencia de la cruz, no para negar la esperanza, ni para impedir el desarrollo político y social, sino para fundar y expresa la esperanza de un modo político, pero no en línea de poder (imperio), sino de transformación humana, en gratuidad y comunión activa. Estos planteamientos de Moltmann, expresados de un modo ejemplar en el conjunto de sus libros, constituyen una de las aportaciones más significativas del pensamiento cristiano del siglo XX. Moltmann ha seguido y sigue siendo protestante, pero su teología desborda los límites confesionales, de manera que ha podido influir casi por igual en protestantes y católicos (y casi más en los católicos). Una parte considerable de la teología del último tercio del siglo XX habría sido impensable sin su influjo y su palabra, sin su presencia y testimonio creyente.
Entre sus obras, traducidas al castellano, además de las citadas, cf.
Planificación y esperanza de futuro (Salamanca 1971);
Trinidad y Reino de Dios (Salamanca 1986); Dios en la creación (Salamanca 1987); La iglesia, fuerza del Espíritu (Salamanca 1989);El camino de Jesucristo (Salamanca
1993); Cristo para nosotros hoy (Madrid 1997);
El Espíritu de la vida. Una Pneumatología integral (Salamanca 1998); El Espíritu Santo y la teología de la vida (Salamanca 2000); La venida de Dios. Escatología cristiana (Salamanca 2004).
Pompeo Batoni. El retorno del hijo pródigo. 1773. Kunsthistorisches. Viena
El Dios cristiano es el Dios de la esperanza no sólo en el sentido de que es el Dios de la promesa y por ello fundamento y garantía de la esperanza humana, sino también en el sentido de un Dios que sabe festejar este retorno […].
La humildad y la esperanza de Dios no dejan de esperar a sus hijos con un amor más fuerte que todo el no-amor con el que puede ser correspondido. Dios ama como sólo una madre sabe amar, con un amor que irradia ternura. El misterio de la maternidad divina es icono de la capacidad de un amor radiante y gratuito, más fiel que cualquier infidelidad humana. Dios espera siempre, humilde y ansioso, el consentimiento de su criatura como -según subraya san Bernardo- hizo con el “sí” de María.
La parábola nos pone ante un padre que no teme perder la propia dignidad, incluso parece ponerla en peligro. La autoridad de un padre no está en las distancias que más o menos mantiene, sino en el amor radiante que manifiesta […]. Este es el intrépido amor de Dios: la intrepidez de romper falsas seguridades aparentes, para vivir la única seguridad que es la del amor más fuerte que la del no-amor; la intrepidez de ir al encuentro del otro superando las distancias protectoras que nuestra incapacidad de amor con frecuencia pretende levantar en torno nuestro.
*
B. Forte, Nella memoria del Salvatore,
Cisinello B. 1992, 68s, passim).
En la oscuridad de la nada, donde el frío hace temblar a los que no existen, nace la esperanza. Donde no hay camino, excepto aquel por el que alguna vez vagaron los animales salvajes, surge la necesidad de abrir un nuevo camino. Cuando no hay nada que perder, cuando no hay refugio donde refugiarse, la salvación puede estar presente. Sólo después de los límites de la realidad impuestos por quienes poseen la fuerza, el poder y la verdad, irrumpe el Mesías. Donde nadie lo espera, donde es imposible, en el lugar que nadie jamás imaginó. Al final de todo, Dios se acerca a mujeres y hombres que quieren una vida digna.
Siempre hay esperanza, incluso en la completa soledad de quien no es importante para nadie. En la indignidad de quienes no tienen nombre o cuyo nombre es continuamente mancillado por los santos, la luz de una estrella ilumina a quien realizará nuestro deseo de ser, sentir, amar y ser amados, querer y ser queridos. Desde la insignificancia del desvalido que acaba de nacer, Dios se compromete con aquellos que creían que no había vida, ni sueños, ni nada para ellos.
Incluso en medio del desierto donde el viento borra cualquier rastro que dé testimonio de nuestra existencia, es posible que el soplo del Espíritu divino abra un nuevo camino que nos lleve a la libertad y a la vida que queremos. Sólo aquellos que no tienen caminos buscan vigorosamente, y sólo ellos pueden encontrar, arrastrarse y vivir en la Tierra Prometida que viene detrás de ellos. Y es en esos caminos imposibles que Dios se hace uno de nosotros para caminar a nuestro lado.
En los hogares poco acogedores de aquellos que han fosilizado a Dios a su imagen, Dios puede volver a hacerse carne. En esos hogares donde no viven reyes ni reinas, ni príncipes ni princesas, donde cada día la gente tiene que luchar para defender la vida y los derechos de sus hijos, la salvación llega con fuerza. Así como el ímpetu de un bebé que llora, que grita pidiendo comida, calor y amor; La salvación de Dios aparece en la vida de madres y padres, hombres y mujeres, cuyo único hogar es el amor que se profesan.
Al final de lo que es aceptable, deseable, digno, para un dios convertido en papel, es posible que Dios se convierta en uno de nosotros. Después de la realidad fija, excluyente, que pronuncia la verdad de unos pocos, pero que ha sido divinizada como verdad absoluta, surge la realidad de carne y hueso; una realidad diversa, imperfecta, a veces sucia y a veces luminosa; la razón por la que ese niño cobró vida. En el expolio de la religión, de la economía, de la moral, de la salud, de lo divino… irrumpe el Mesías.
Quien no tiene vida, la anhela. Quien se siente oprimido espera el nacimiento de la salvación. Quien se siente tratado injustamente sueña con un mundo justo. Quien es consciente de no tener libertad aspira a ella. Y ahí, en esos anhelos, esperanzas, sueños y aspiraciones, Dios está con nosotros, construyéndolos y haciéndolos realidad poco a poco. Y en esta voluntad común de vida y de verdad acompañamos también a otros que se sienten excluidos, pero que no se dejan vencer por la desesperación y, lo sepan o no, se aferran a la esperanza que representa la Navidad para nosotros los cristianos. La esperanza de la salvación, de una vida plena para todos.
Comentarios desactivados en El Sínodo ofrece una “nueva esperanza” para la bienvenida LGBTQ+ en la Iglesia, escribe un teólogo
Thomas Groome
“Hay… una nueva esperanza para que la iglesia desarrolle una postura verdaderamente ‘católica’ (inclusiva) hacia sus miembros LGBTQ+”, opinó un teólogo al evaluar la primera Asamblea General del Sínodo sobre la Sinodalidad que concluyó el otoño pasado.
Thomas Groome, profesor de teología y educación religiosa en el Boston College, publicó su análisis del proceso sinodal en el National Catholic Reporter. En el artículo, Groome examina de cerca las consecuencias de la asamblea del Sínodo en busca de señales de esperanza.
“Hubo una gran decepción con el informe de síntesis del sínodo”, admite Groome, un veterano defensor de la inclusión LGBTQ+. Entre otras cuestiones, “no hizo ninguna mención explícita a la plena inclusión en la iglesia de las personas LGBTQ+”.
A pesar de la falta de declaraciones específicas sobre LGBTQ, Groome sostiene que el mensaje general del informe de la asamblea del Sínodo es claramente de inclusión. Señala que “si bien no utiliza el término LGBTQ+, el informe de síntesis utiliza repetidamente la palabra ‘bienvenida’ para definir la postura imperativa de la iglesia hacia todos los pueblos’”.
Si bien “todos los pueblos” no menciona explícitamente a la comunidad LGBTQ+, implícitamente indica su bienvenida, sugiere Groome. El Papa Francisco ha enfatizado la palabra española “todos”, que según el teólogo “generalmente se escucha como resaltar una bienvenida particular a las personas LGBTQ+”.
Groome también encuentra esperanza para la comunidad LGBTQ+ en el énfasis del informe en el diálogo con la ciencia, como escribe:
“También hay una nueva esperanza de que la iglesia desarrolle una postura verdaderamente ‘católica’ (inclusiva) hacia sus miembros LGBTQ+ en la repetida insistencia en el informe de síntesis de que, al abordar tales cuestiones sociales, la teología debe estar en diálogo con las ciencias.
“Por ejemplo: ‘Es importante profundizar el diálogo entre las ciencias humanas, especialmente la psicología y la teología, para una comprensión de la experiencia humana que no se limite a situar estos enfoques uno al lado del otro, sino que los integre en una síntesis más madura.’
“El diálogo con las ciencias, entonces, ayudará a la iglesia a reconocer el amplio espectro y el carácter natural de la orientación sexual, en lugar de la elección, y que todas reflejen igualmente la imagen y semejanza de Dios”.
El informe de la asamblea del Sínodo da motivos para tener esperanza de que otros grupos también serán bienvenidos en la iglesia de nuevas maneras, escribe Groome. Él cree que este desarrollo podría incluir: dar la bienvenida a los cristianos no católicos a la mesa eucarística; permitir que personas laicas capacitadas asuman roles de predicación; reinstaurar en el ministerio a los sacerdotes dimitidos; ordenar sacerdotes a hombres casados; ordenar mujeres como diáconos.
El informe de la asamblea del Sínodo pide un examen y discernimiento adicional sobre cada uno de estos temas. Groome opina: “Esperemos que el ‘estudio adicional’ no demore mucho, como mínimo más allá de la próxima asamblea sinodal en el otoño de 2024”.
Su conclusión:
“La sinodalidad es ahora el camino a seguir que puede involucrar a todo el pueblo de Dios como agentes activos de su fe, avanzando juntos”.
A medida que continúa el camino sinodal, su trabajo no estará completo sin la plena participación de todo el pueblo de Dios. Los católicos LGBTQ+ continúan reclamando su lugar en la iglesia que el Papa Francisco describe como “una iglesia de puertas abiertas”, una iglesia para todos.
—Ariell Watson Simon (ella/ella), New Ways Ministry, 16 de enero de 2024
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Un árbol que se dobla pero no se quiebra
En 2023 han ocurrido hechos que nos asombran y nos obligan a pensar: en Brasil hubo un intento frustrado de golpe de estado, dos eventos extremos sobrecogedores: grandes inundaciones en el Sur y sequías devastadoras en el Norte, seguidas de inmensos incendios. Todo indica que esta situación se va a repetir con frecuencia.
A nivel internacional la prolongación de la guerra Rusia-Ucrania, el atentado terrorista del brazo armado de Hamas de la Franja de Gaza que provocó una reacción violentísima por parte del gobierno de extrema-derecha de Israel y sus aliados sobre toda la población de la Franja de Gaza, con visos de genocidio. Y lo más grave, con el apoyo ilimitado del presidente católico Joe Biden.
Un hecho que tal vez no puede en modo alguno ser pasado por alto es la Sobrecarga de la Tierra (The Earth Overshoot), anunciado por la ONU a finales de agosto. Esto quiere decir que todos los bienes y servicios naturales que la Tierra ofrece para la continuidad de la vida llegaron a su límite. Necesitamos más de una Tierra y media para atender el consumo humano, muy especialmente el de los países ricos y consumistas. Como está viva, la Tierra reacciona a su modo, enviándonos más enfermedades víricas, más eventos extremos y calentándose cada vez más. Este último hecho es de consecuencias imprevisibles, pues hemos sobrepasado el punto crítico. El año 2023 ha sido el más caliente desde hace miles de años. La ciencia y la técnica solo nos ayudan a prevenir y aminorar los efectos dañinos, pero ya no pueden evitarlos. Este cambio climático es responsabilidad de los países industrialistas y consumistas y poquísimo de las grandes mayorías pobres del mundo. Por tanto, es un grave problema ético.
Existe además el peligro de un conflicto nuclear, pues Estados Unidos no renuncia a ser el único polo que controle todos los espacios del planeta, no aceptando la multipolaridad. Si esa guerra nuclear generalizada ocurriera, sería el fin de la especie humana y de gran parte de la biosfera. Algunos analistas piensan que será inevitable; va a ocurrir no sabemos cuándo ni cómo, pero las condiciones ya están dadas.
Además hay que reconocer que está en auge la crisis del modo de habitar el planeta (devastándolo) y de organizar las sociedades, en las cuales reinan injusticias inhumanas. Bien nos lo ha advertido innumerables veces el Papa Francisco: tenemos que cambiar, en caso contrario, estando todos en el mismo barco, nadie se salvará.
Estos escenarios tenebrosos han llevado a una buena parte de la humanidad al desamparo y a la conciencia del fracaso de la especie humana, particularmente con el ocaso completo del sentido ético y humanístico que permite presenciar, a cielo abierto y a la vista todos, el exterminio de un pueblo en la Franja de Gaza, principalmente miles de niños asesinados bajo los bombardeos ininterrumpidos de las fuerzas de guerra de la ocupación israelí. No son pocos los que se preguntan: ¿merecemos aún estar sobre la faz de la Tierra a la que destruimos sistemáticamente violentando sin escrúpulos a sus humanos hijos e hijas así como a los organismos de la naturaleza que nos sustentan? ¿no es eso el preaviso de nuestro fin como especie? Cabe recordar que nosotros entramos en los ultimísimos momentos en el largo proceso evolutivo, dotados de gran agresividad. ¿Será que entramos para destruir trágicamente nuestro mundo?
En este contexto enmudecen las grandes utopías. La razón moderna se ha mostrado irracional al construir el principio de autodestrucción. Las propias religiones, fuentes naturales de sentido, participan de la crisis de nuestro paradigma civilizatorio y en muchas de ellas está vigente el fundamentalismo violento.
¿A qué agarrarse? El espíritu humano rechaza el absurdo y busca siempre un sentido que vuelva la vida apetecible. Nos queda un único soporte: la esperanza. Ella es como un árbol: se dobla pero no se quiebra. Como nos fue mostrado antropológicamente, la esperanza es más que una virtud junto a otras virtudes. Ella representa, independientemente del espacio y del tiempo histórico, ese motor interior que nos hace proyectar sin cesar sueños de días mejores, utopías viables, caminos aún no recorridos que pueden significar una salida hacia otro tipo de mundo.
Se atribuye a San Agustín, el mayor genio intelectual y cristiano de Occidente, africano del siglo V de la era cristiana, la siguiente afirmación que eventualmente puede animarnos:
Todo ser humano está habitado por tres virtudes: la fe, el amor y la esperanza. Dice el sabio: si perdemos la fe no por eso morimos. Si fracasamos en el amor, siempre podemos encontrar otro. Lo que no podemos es perder la esperanza, pues la alternativa a la esperanza es el suicidio por la absoluta falta de sentido de vivir.
Entre tanto, la esperanza tiene dos hermosas hermanas: indignación y coraje. Por la indignación rechazamos todo lo que nos parece malo y perverso. Mediante el coraje, empeñamos todas nuestras fuerzas para cambiar lo malo en bueno y lo que es perverso en benéfico.
No tenemos más alternativa que enamorarnos de estas dos hermosas hermanas de la esperanza: indignarnos y rechazar firmemente ese tipo de mundo que impone tantos sufrimientos a la Madre Tierra y a toda la humanidad y la naturaleza. Si no podemos superarlo, por lo menos resistir y desenmascarar su deshumanización. Y tener el coraje de abrir caminos, sufrir por el parto de algo nuevo y alternativo. Y creer que la vida tiene sentido y que le cabe a ella escribir la última página de nuestra peregrinación por esta Tierra.
Leonardo Boff
Fuente Atrio
Traducción de María José Gavito Milano
*Leonardo Boff ha escrito Tierra madura, una teología de la vida, São Paulo, Editora Planeta, 2023; Cuidar la Tierra-proteger la vida: cómo evitar el fin del mundo, Rio de Janeiro, Record&Madrid, Nueva Utopía 2010.
Comentarios desactivados en Adviento: un canto de esperanza II
Desde una perspectiva cristiana
Carmen Herrero Martínez
ZARAGOZA
ECLESALIA, 01/12/23.- Desde una perspectiva cristiana, creer en Jesús es descubrir y vivir en él la esperanza, en el aquí y ahora; y luego, contemplarlo en plenitud, cara a cara, viviendo en su presencia. Si el cristiano pierde la esperanza, de alguna manera pierde su propia identidad. El cristiano es aquel que espera contra toda esperanza. “Necesitamos tener esperanzas ‒más grandes o más pequeñas‒, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar”.
Los cristianos, discípulos de Jesús, estamos llamados a ser testigos y heraldos de esperanza en medio de la sociedad, tan necesitada de ella. Los cristianos no podemos mirar los acontecimientos históricos y personales con ojos paganos, sino desde una visión de fe y de esperanza; porque en todos ellos se encierra un porqué y un para qué. Tampoco podemos dejarnos influenciar por corrientes materialistas; el cristiano está llamado a reaccionar, a vivir desde una dimensión escatológica, unido a Cristo; porque el fundamento de nuestra fe y esperanza es él, y desde él y con él podremos “sazonar” nuestro entorno, nuestro mundo y nuestra historia con la “sal” de la esperanza. El fundamento de nuestra esperanza es la fe en Jesucristo, pues si no tenemos fe, ¿cómo poder esperar? La fe va muy unidad a la esperanza. “Sin la esperanza se apaga el entusiasmo, la creatividad decae y mengua la aspiración hacia los más altos valores” (Juan Pablo II).
Para vivir desde una postura de espera y esperanza día tras día, necesitamos hacer un “alto” en el camino, que nos ayude a vivir en silencio, soledad y oración; porque por nosotros mismos no podemos alcanzar tales metas. La oración es la que fortifica nuestra espera y alienta nuestra esperanza. Tengamos la certeza de que la oración es la que da fecundidad a nuestro ser y a nuestro obrar como cristianos, y desde esta certeza intentemos, a lo largo de la jornada, tener algún rato para el Señor, en toda gratuidad. San Agustín dirá: “Así, nuestras palabras y obras, alimentadas por la oración, llenarán nuestros hogares y todas nuestras relaciones de la fragancia de Dios y ayudarán a transformar el mundo”. Sí, hoy nuestro mundo está muy necesitado de la fragancia de Dios, de la fragancia que viene de la oración y de la esperanza. Seamos, pues, hombres y mujeres capaces de transmitir esta fragancia de Dios, a nuestros hermanos en humanidad, tan hambrientos como están de esperanza. “Porque nosotros, confiados en la promesa de Dios, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en los que habita la justicia” (2 Pd. 3, 13).
El Adviento aviva nuestra esperanza, pues Dios encarnado sale a nuestro encuentro, y nos invita a seguir creyendo contra toda esperanza, amando y construyendo un mundo donde la justicia y la paz sean posibles. “No alzarán la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra” (Is. 2, 4).
El Adviento, nos abre un camino gozoso de esperanza y de salvación. El Salvador viene, ya está a la puerta y llama, invitándonos a preparar la “posada” de nuestro corazón; el pesebre donde quiere nacer y colmarnos de su tierno y dulce AMOR.
Un nuevo Adviento requiere vivir actitudes de renovación profunda. Señalamos cuatro que son esenciales:
1) Conocer más a fondo a Dios nuestro Padre que nos ha dado a su propio Hijo, por puro amor, para salvarnos.
2) Conocer al Hijo que, siendo rico, por nosotros se hizo pobre.
3) Y conocernos a nosotros mismos como obra maravillosa del amor de Dios al crearnos a su imagen y semejanza, regenerados y salvados en su Hijo.
4) Vivir en la acción de gracias y alabanza al Padre.
Si así vivimos el Adviento, la Navidad tendrá toda su dimensión cristológica y en nuestro corazón, en el seno de las familias y en el corazón del mundo reinará el gozo y la alegría de la Navidad: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. «Maravilla de Consejero», «Príncipe de la Paz»” (Is. 9, 7). “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Flp 4, 4). El Adviento es tiempo esperanza gozosa, Jesús viene a salvar la humanidad, a traernos la alegría la paz y la fraternidad.
Adviento, canto de espera esperanzada,
canto de alegría y júbilo,
porque Dios visita y salva a su pueblo, ¡feliz Navidad!
Comentarios desactivados en Pecado original o pecado en el origen
Del blog de Tomás MuroLa Verdad es libre:
01.- Dos motivos en esta fiesta.
Celebramos hoy la fiesta de María Inmaculada.
Y en nuestras diócesis en este día de la Inmaculada se celebra también el día del Seminario.
Dos palabras sobre ambas cuestiones:
02.- María Inmaculada
El 8 de diciembre de 1854 el papa Pío IX proponía a la Iglesia el dogma de la Inmaculada Concepción.
* Las palabras del dogma son:
La Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano.
Dios estaba con María según le dijo el ángel: El Señor está contigo.
* María Inmaculada:
El mal existe desde el comienzo: a esto le llamamos pecado original. El pecado existe y existirá siempre donde esté el ser humano (inteligente y libre) por aquello de que la libertad es una capacidad muy hermosa, al mismo tiempo que muy débil y difícil.
Adán y Eva, sean quienes fueren los primeros humanos, hicieron el mal, pecaron. Adán y Eva es -somos- la humanidad bajo el signo del mal. Por un tipo de humanidad, Adán y Eva, surgió el mal, el pecado en la historia.
Por otra humanidad: la de Jesús y María sobreabundó la gracia y el bien, que dice San Pablo. María es la antítesis de Eva, como Jesús lo es de Adán. A pesar de los pesares: odios, pecado, guerras, muerte, estamos en una historia de gracia y salvación:
Dios estuvo presente en la vida de María: el Señor está contigo. Y por la misericordia de Dios no hubo pecado en María. En este sentido podríamos entender a María como Inmaculada, sin pecado en su vida
María entregó su vida y su persona, su libertad al designio salvífico de Dios.
03.- Día del seminario.
En nuestras diócesis vascas, en este día de la Inmaculada celebramos el día del seminario.
tres apuntes y tres conclusiones elementales:
seminaristas. En estos momentos en nuestra diócesis hay 1 seminarista y 1 diácono, que están estudiando en Pamplona. En estos momentos y por decisión del Obispo Munilla el seminario de San Sebastián está en Pamplona.
clero. Hoy en día en nuestra diócesis hay alrededor de 60 presbíteros con menos de 75 años y otros tantos que sobrepasamos los 75 años. (Guipúzcoa ha perdido cerca de 700 presbíteros en 50 años).
Si no hay presbíteros es porque no hay cristianos, o hay presbíteros en la misma medida en que hay cristianos.
El clero en nuestra diócesis somos un grupo sociológicamente no solamente jubilado, sino más bien anciano. ¿Alguna institución funciona con una media de 70 años en su “mandos intermedios”?
Previsiblemente el vacío de clero existente no se va a llenar en las próximas décadas con el número de seminaristas (1 + 1) existentes en nuestra diócesis.
Con tales datos, es imposible pretender una pastoral como hace 30 o 40 años, mucho menos una pastoral de presencia en el pueblo, en las parroquias, etc.
(Si no somos buenos, que no lo somos, al menos seamos inteligentes).
04.- Recordemos para seguir soñando.
Líneas o modos ministeriales se dieron diversos en la historia de la Iglesia: profetas, maestros, quienes aconsejaban, quienes servían las mesas, los siete elegidos, etc, la predicación de la Palabra. Incluso se sabe que hubo mujeres diaconisas y ministerios femeninos en la Iglesia.
¿Por qué no podrían hoy recuperar aquellas formas ministeriales e incluso abrirse nuevos ministerios en la Iglesia?
Nosotros hemos conocido una gran Escuela / Movimiento sacerdotal de Vitoria (proveniente de San Sulpicio de París, cardenal Bérulle, Concilio de Trento). Estilo y escuela sacerdotal que ha dado excelentes sacerdotes.
¿Se repetirá ese modelo sacerdotal u otro?
Pueden darse otros modelos y convivir diversos tipos ministeriales.
En la época del NT, en las comunidades de San Pablo (comunidades carismáticas) era impensable una crisis vocacional, no existía carencia de seminaristas, porque los criterios para los ministerios eran atender las necesidades de la vida de la comunidad en comunión eclesial.
La llamada (la vocación) la hacía la comunidad cristiana, la Iglesia.
Cada comunidad (iglesia local) había de atender sus propias necesidades y asumir las tareas de esa comunidad: profetas, doctores, maestros, jóvenes, incluso viudas.
Al final del NT pasado el año 100, en las cartas Pastorales: 1 y 2 Timoteo y Tito, aparecen los diáconos, presbíteros y epískopos, pero querer compararlos con los actuales ministerios es una extrapolación y un anacronismo.
Desde todas las perspectivas: neotestamentaria, histórica, pastoral, teológica, etc.,los ministerios y servicios en la Iglesia pueden cambiar.
¿Por qué no se dan pasos hacia nuevas formas ministeriales?
De todos modos, siendo un problema serio la escasez de presbíteros, el problema de fondo es la “pérdida de identidad” y disolución del cristianismo.
Creo que es más grave el futuro del cristianismo que el futuro de los curas.
Allá por los años conciliares decía JM González Ruiz que la Iglesia nació sin curas (desde luego sin curas tridentinos) y el evangelio se expandió en las gentes y pueblos del Imperio romano.
No tenemos recetas ni respuestas fáciles. Hay quien tiene las respuestas exactas, lo que ocurre es que las preguntas y problemas ya son otros.
Comentarios desactivados en Adviento: un canto de esperanza I
Vivir desde el gozo y la paz,
Carmen Herrero Martínez
ZARAGOZA
ECLESALIA, 27/11/23.- Con el Adviento, amanece la esperanza en el horizonte, en el corazón de todo creyente; porque de los cielos llueve el rocío de la justicia, de la paz y el amor. «En Adviento, esperamos un acontecimiento que ocurre en la historia y al mismo tiempo la trasciende» (San Juan Pablo II).
El Adviento es una espera esperanzada en la venida del Hijo de Dios, el Emmanuel. Adviento es un canto de esperanza y de confianza en Aquel que viene. El Señor llega, pero todavía no. Hemos de esperar hasta el día de Navidad, día de su encarnación en el mundo. ¡Él es nuestra esperanza! Pablo nos dice: “Pongamos nuestra esperanza en el Dios vivo” (1Tm 4, 10). El Adviento es un canto maravilloso de esperanza, pero tal vez, primero, tengamos que preguntarnos: ¿qué es la esperanza para mí? Y ¿qué es lo que espero? Y, ¿a quién espero? «Esperar significa e implica un corazón humilde, pobre. Solo un pobre sabe esperar. Quien está lleno de sí y de sus bienes, no sabe poner la confianza en ningún otro sino en sí mismo» (Papa Francisco).
Digamos que la esperanza es algo constitutivo al ser humano, porque sin ella la vida sería difícil y sucumbiríamos en el abismo. Toda persona, tiene un rayo de esperanza en que mañana “será mejor”. La esperanza es vital, todos necesitamos tener el aliento de esperanza que nos anime en nuestro vivir diario, para caminar hacia un futuro mejor, más luminoso y consolador. La esperanza está inscrita en las entrañas del ser humano. Si nos remontamos a los tiempos bíblicos, vemos cómo nuestros Padres en la fe, creyeron, contra toda esperanza en la Promesa de la Alianza. Por esto, se han convertido, para nosotros, en nuestros Padres en la fe, en testigos vivos de la confianza puesta de Aquel que va a venir, el Mesías, el anunciado por los profetas, el esperado de los tiempos. Ellos no alcanzaron a ver lo que nosotros hemos visto y tocado: El Verbo hecho carne. “Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad (Jn 1, 14).
La espera y la esperanza van unidas. Yo espero porque tengo esperanza y tengo esperanza porque soy capaz de seguir esperando contra toda esperanza. Si perdemos la capacidad de esperar, peligra la esperanza. ¿No será este el problema de la sociedad de nuestros días? Se ha perdido la capacidad de espera, y con ello también la esperanza; porque todo se ha de conseguir en seguida, al instante. Actualmente, todo es instantáneo, para ello basta pulsar un botón en una máquina y al momento tienes lo que has pedido, ¡ya estás servido! En nuestra sociedad, la capacidad de espera no se ejercita, pues ante la espera en seguida viene la protesta, la impaciencia. Nadie puede esperar a nadie. Sin embargo, la espera es muy necesaria, ella va unida a la paciencia, otra virtud ausente y, a su vez, tan necesaria en la vida. “La paciencia todo lo alcanza” dirá Teresa de Jesús. De esta falta de paciencia se deduce la poca capacidad de espera que, en general, tenemos. Si se pierde la espera y esperanza, tanto a nivel personal como social, se corre el riesgo de romperse, de hacerse añicos. Y una vez “rotos”, hechos “trizas”, resulta difícil reconstruir la persona y caminar unificados para afrontar la realidad de nuestra vida diaria con las dificultades que, en general, conlleva. La escucha de la Palabra, la celebración litúrgica y la oración personal, a lo largo de las cuatro semanas de Adviento, pueden ayudarnos a reavivar y renovar en nosotros la esperanza cristiana, así como la paciencia y unidad interior.
La falta de esperanza es una de las causas por la que nuestra sociedad sufre tanto desencanto, viviendo sumergida en tantos sucedáneos que no provocan sino desequilibrios psicológicos y adicciones, buscando recompensas efímeras de todo tipo; sin encontrar razones fundamentales que le den sentido para vivir desde el gozo y la paz que dan la fe y la esperanza en Dios. “Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse” (Is 11,30)
Comenzamos el tiempo de adviento, tiempo de reavivar la esperanza porque en un Niño frágil, pequeño, pobre, nos llega la salvación de nuestro Dios. Así lo anuncia el ángel a los pastores: “no teman porque les anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo: ha nacido hoy, en la ciudad de David, el Salvador que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: hallarán al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (Lc 2, 10-12). Ya sabemos que los pastores creen en el anuncio del ángel y se dirigen a Belén para encontrar al Niño.
Adviento nos invita, llevados por la esperanza inquebrantable en nuestro Dios, a salir de los negativismos, escepticismos, incredulidades y decepciones, y encontrar el Niño del pesebre, la vida que Él nos trae, las transformaciones que su presencia produce.
El Niño Jesús nos trae la esperanza de la paz. Nos invita a seguir apostando por ella. A pesar de las guerras declaradas que hay en nuestro mundo, de la violencia de tantos grupos armados y de la delincuencia organizada, el Niño del pesebre nos fortalece para no renunciar a buscar el diálogo y encontrar una salida a tanta violencia y muerte. Sabemos que todo diálogo entre partes opuestas corre el riesgo de dilatarse, de traicionarse, de no cumplir las condiciones. Sin embargo, ¿hay otras salidas que respeten la vida -incluso de los enemigos- como lo propone el evangelio? ¿si no somos los cristianos los que apostamos por la paz -ya que seguimos al ‘príncipe de la paz’ (Is 9,5)- de quiénes otros hemos de esperarlo? A veces,algunos que ni se dicen creyentes creen más en la posibilidad de dialogar y lograr consensos que los que alardean de su fe. La paz no es una falacia. Es una tarea que tenemos entre manos porque sabemos que la esperanza no muere.
El Niño Jesús nos trae la esperanza de la justicia. Nuestros países siguen con esa deuda histórica de justicia con todas las personas por el solo hecho de ser persona. A nadie se le debería negar su derecho a la vivienda, a la salud, a la educación, a la alimentación y, a tantas otras necesidades básicas, de las que no gozan inmensas mayorías. No es fácil construir políticas sociales que acaben con la injusticia. Nos vemos abocados a idas y vueltas en los gobiernos de turno, muchos desaciertos y algunos aciertos, pero también el enfrentamiento real entre los que no quieren renunciar a sus privilegios y no aceptan ningún cambio que podría favorecer a muchos. A nivel de los cristianos la falta de dimensión política de la fe, es inmensa. Países tradicionalmente católicos sostienen injusticias estructurales inmensas. ¿Cómo entender esa contradicción? Muchas veces resulta imposible de entender. No parece que el bien común fuera el horizonte de los creyentes sino el individualismo, la acumulación y el propio bienestar. Pero el Niño del pesebre confronta nuestra inconsciencia social. Desde ese lugar de los últimos, alimenta la esperanza en un mundo donde nadie pase necesidad, donde todos tengan un solo corazón y una sola alma (Hc 2, 43-47).
El Niño Jesús nos trae la esperanza de recuperar la armonía con la creación, el redescubrirla como casa común, lugar de comunión y alabanza al Creador; comprometiéndonos con afrontar el cambio climático para que no siga causando los actuales deterioros. La encíclica Laudato si (2015) y la exhortación Laudato Deum (2023) del Papa Francisco son documentos que han traído toma de conciencia al interior de la Iglesia de la responsabilidad ecológica inherente a nuestra fe. A veces sentimos que ya es demasiado tarde para frenar esa irresponsable carrera de explotación de la creación, sin embargo, el Niño del pesebre aviva la esperanza de una conversión ecológica que no admite más aplazamientos.
El Niño Jesús nos trae la esperanza de una iglesia sinodal, misionera, en salida, que incluye a todos y se compromete con los últimos de cada tiempo, buscando transformar las situaciones que los afectan. No en vano se lleva trabajando dos años en el sínodo de la sinodalidad, apoyado por una porción de Iglesia y rechazado por otra porción, no pequeña. Pero estos esfuerzos no se pierden porque el sínodo ha dado la oportunidad de escuchar, proponer, pensar, reflexionar, discernir. Confiamos que la esperanza en una Iglesia capaz de caminar al ritmo de los tiempos no quede defraudada.
Y ¿qué otras actitudes de esperanza son necesarias alimentar, proponer, desarrollar, impulsar? Cada persona tendrá sus preocupaciones más acuciantes que sería muy importante explicitar en este tiempo de adviento. Lo que es seguro es la presencia de nuestro Dios, ese Dios Niño, acompañando nuestras esperanzas más hondas y asegurándonos que no quedarán defraudadas.
Entremos, pues en este tiempo de adviento, con la confianza inquebrantable de que el Niño viene para quedarse entre nosotros y con su presencia todo lo que anhela nuestro corazón se verá realmente colmado. No nos referimos a la actitud mágica de creer que todo se transformara por intervenciones directas de nuestro Dios. Por el contrario, se refiere a tomarnos en serio la encarnación del Hijo de Dios quien en su vida histórica hizo presente la bondad de Dios en medio de su pueblo y hoy cuenta con nuestra vida para seguir manifestándola. ¡Ven Señor Jesús! (Ap 22, 20)
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