“Yo te esperaba, Seńor Jesús, y por fin has llegado; has dirigido mis pasos con el Evangelio, has infundido en mi boca un canto nuevo: el Nuevo Testamento”
Ya la acogí, en las sombras, muchas veces
y la temí rondándome, callada.
No era el vino nupcial, eran sus heces;
era el miedo al amor, más que la amada.
Pero sé que vendrá. Confío en ella,
amada fiel de todos y maldita.
No hay modo de escapar a su querella.
Sin hora y sin lugar, ella es la cita.
Vendrá. Saldrá de mí. La llevo dentro
desde que soy. Y voy hacia su encuentro
con todo el peso de mis años vivos.
Pero vendrá… para pasar de largo.
Y en la centella de su beso amargo
vendremos Dios y yo definitivos.
*
Pedro Casaldáliga El Tiempo y la Espera
Editorial Sal Terrae, Santander 1986
***
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
“Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz:
–“¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!”
Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas:
–“Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.”
Pero las sensatas contestaron:
–“Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.”
Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:
–“Señor, señor, ábrenos.”
Pero él respondió:
-“Os lo aseguro: no os conozco.” Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.”
*
Mateo 25,1-13
***
¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!
Mt 25, 1-13
Un Dios que, en la encarnación, hace solidario lo divino y lo humano; en la cruz, une sufrimiento y la promesa; en la resurrección, iguala para siempre al desfigurado y al transfigurado.
*
Alberto Cano
***
Lo realmente triste no es cuando, al anochecer, regresas y no tienes a nadie que te espere en casa, sino cuando tu no esperas nada de la vida […]. Esperar, esto es, experimentar el gozo de vivir.
Dicen que la santidad de una persona se mide según el espesor de su espera. Quizás sea verdad. Si es así, hay que concluir que Maria es la más santa de las criaturas, porque toda su vida aparece marcada por el gozo de quien espera […]. Santa María, virgen de la esperanza, danos de tu aceite, que nuestras lámparas se apagan. Mira: se han agotado las reservas. No nos mandes a otros vendedores. Reaviva en nuestras almas el antiguo ardor que nos quemaba por dentro, cuando bastaba una pequeñez para rebosar de alegría: la llegada de un amigo lejano, el rojo atardecer después de una tormenta, la caída de las hojas anunciando el regreso del invierno, los repiques de campanas en los días de fiesta, el vuelo raso de las golondrinas en primavera, el acre olor emanado de los lagares, el canturreo de las cantinelas otoñales, el encorvarse tierno y cadencioso del regazo materno, el perfume del espliego al preparar la cuna.
Si hoy no sabemos esperar es porque estamos escasos de esperanza. Se han desecado las fuentes. Sufrimos una profunda sequía de deseos. Y, satisfechos con los miles de sucedáneos que nos asedian, ya no esperamos nada de las promesas selladas con la sangre del Dios de la alianza […]. Santa Maria, virgen de la esperanza, danos un alma vigilante. Cercanos a los umbrales del tercer milenio, nos sentimos, lamentablemente, mas hijos del crepúsculo que profetas de la claridad que llega. Centinela del mañana, despierta en nuestro corazón la pasión por los jóvenes anuncios para transmitirlos al mundo, que se siente ya viejo. Entréganos el arpa y la citara, y contigo madrugaremos para despertar la aurora. Frente a los cambios que sacuden la Historia, haz que experimentemos de nuevo los estremecimientos primeros, Haznos comprender que no basto con acoger: es necesario esperar. Acoger es, a veces, Señal de resignación. Esperar es, siempre, signo de esperanza. Haznos, por tanto, ministros de la espera. Y el Señor que viene, Virgen del adviento, nos sorprenda, también junto a tu materna complicidad, con la lámpara en la mano.
*
A. Bello, María, Señora de nuestros días,
San Pablo, Madrid 1996.
Comentarios desactivados en Al igual que el Adviento, católico transgénero escribe sobre “incertidumbre y espera” en su viaje de género
Maxwell Kuzma
Un católico transgénero ha escrito una reflexión de Adviento sobre la experiencia de espera y sorpresa cuando se trata de su viaje de sexualidad y género.
Maxwell Kuzma, un católico trans de Ohio, escribió sobre las conexiones entre su viaje personal y la temporada de Adviento en el National Catholic Reporter.
Kuzma abrió escribiendo que “la incertidumbre y la espera” eran características definitorias de ser un joven católico LGBTQ. Sus experiencias de sexualidad y luego de género fueron diferentes a las de sus compañeros, lo que significa que “la plenitud de mi identidad no podía ser discutida con las personas en las que se suponía que podía confiar en mi viaje de fe”. Este período adolescente también incluyó incomodidad con su cuerpo y esperar, como le habían dicho, a superarlo como lo hacen la mayoría de los adolescentes.
Kuzma conservó su fe en este período y fue un miembro activo de su parroquia. Sin embargo, escribe, “mi viaje de fe estaba pasando por dolores de crecimiento similares” y “fuera de la Misa, sentí un abismo cada vez mayor entre yo y otros católicos”. Él continúa:
“Escuché que la pubertad se describe como una transformación natural hermosa y desordenada que implicaría momentos y sentimientos incómodos, pero que finalmente terminaría en una especie de paz y armonía interna, un momento ‘ajá’ en el que todo encajó en su lugar. Pero a medida que mi cuerpo cambió, se volvió cada vez más extraño para mí a medida que pasaba el tiempo. Luché por dar sentido a la incomodidad de mi vida diaria. Fue difícil para mí conectarme con otros católicos que no parecían compartir la relación incómoda que yo tenía entre el cuerpo y el espíritu”.
Ilustración de Maxwell Kuzma
Kuzma se dedicó a su trabajo en la producción de videos para grupos católicos, invirtiendo por completo en el avance de su carrera y aún “esperando que Dios haga que todo funcione”. Este camino solo condujo al agotamiento y forzó un tiempo de reflexión y descanso necesarios, lo que llevó a Kuzma a preguntarse dónde estaba Dios en su vida, específicamente en su vida interior que había sido descuidada en favor del trabajo. Este tiempo libre condujo a una apertura:
“Pasó el tiempo y comencé a sanar. Me permití considerar las cuestiones aterradoras de la identidad sexual y de género. Conocí a los ancianos de la comunidad LGBTQ —muchos eran personas de fe— quienes, a su manera tranquila y firme, me mostraron cómo era sostener aparentes contradicciones. Mi vida de oración cambió. Al ver que las personas de fe LGBTQ son fieles a sí mismas y a Dios, me di cuenta de que podría haber un camino a seguir para mí. Este tipo de encarnación no se parecía a nada que me hubiera permitido considerar.
“Mientras pensaba en esta posibilidad, sentí a Dios cerca de mí de una manera que nunca antes había sentido. No era una valla publicitaria enorme; no fue un gesto performativo; fue una nueva intimidad conmigo misma que me permitió entender la Escritura ‘ama a tu prójimo como te amas a ti mismo’ por primera vez porque finalmente pude amar las partes de mí que no eran cisgénero o heterosexual. La forma en que finalmente aprendí a amarme a mí mismo fue inesperada, tan inesperada como la llegada del rey del universo a un establo sucio y desordenado. No hubo una respuesta fácil, y los cabos sueltos no se ataron instantáneamente, pero el mundo poco a poco se hizo más brillante. La vida comenzó a ser más fácil”.
Kuzma concluye su reflexión señalando que, a medida que vivía de manera más auténtica, también podía apreciar la vida. Y cierra:
“Empecé a entender que durante esos momentos dolorosos en los que Dios se sentía tan distante, en realidad estuvo allí todo el tiempo, esperando que yo reconociera el amor que había derramado sobre mí, esperando que yo también recibiera ese amor en mi cuerpo. como mi alma.”
—Robert Shine (él/él), New Ways Ministry, 23 de diciembre de 2022
,Sir Lawrence Alma-Tadema, (1836-1912)
El poeta Gallus soñando
“Un hombre en una situación extrema no puede apegarse a la vida si nadie le espera. Todo el que vuelve de un viaje largo y difícil busca a alguien que lo espere en la estación o en el aeropuerto. Todos quieren contar su historia y compartir sus momentos de pena y de gozo con alguien que esté en el hogar, que le espere a su vuelta”.
Comentarios desactivados en “Ceñid vuestros lomos” en una era de polarización
Mark Hakes
La reflexión de hoy es por el colaborador invitado Mark Hakes (ellos/ellos), director asistente del Ministerio del Campus y director del Instituto de Teología Juvenil del Colegio de St. Scholastica en Duluth, Minnesota. Su trabajo se centra en ayudar a los estudiantes a profundizar en la espiritualidad, participar en el servicio y el trabajo de justicia, y participar en el discernimiento de la identidad, los valores y la vocación.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 19 del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
“Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los sirvientes que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.“. (Lc 12: 35-36)
Voy a comenzar hoy diciéndole algo que ya sabe: nuestra sociedad está polarizada.
En casi todos los aspectos de nuestras vidas, desde nuestro sistema político hasta nuestra iglesia, hemos creado falsas dicotomías, erigiendo escenarios de “nosotros versus ellos”. Insistemos en que “nosotros” tenemos razón, lo que solo puede significar que “ellos” están equivocados. Estas divisiones construidas a menudo vienen a expensas de las más marginadas en nuestra sociedad; es decir, LGBTQ+ folx, personas de color, etc.
De hecho, es casi imposible encender la televisión sin ser bombardeado con estas divisiones: republicanos y demócratas, liberales y conservadores, izquierdistas o alternativos.
¿O qué tal católico y tradicionalista progresivo católico, amantes de la guitarra y aquellos con preferencia por el piano u órgano, los aromas y las campanas de la liturgia tradicional de la alta iglesia y el sandeled, “ven como eres” informal de la adoración contemporánea, el canto gregoriano y Música, aquellos que dan la bienvenida a los católicos LGBTQ+ y los que excluyen a la comunidad.
En lugar de ver la amplia y multifacética diversidad de pensamiento, práctica y experiencia como un gran regalo divino, ¿con qué frecuencia cerramos a los que no estamos de acuerdo fuera de nuestras vidas, nuestros círculos, nuestra iglesia?
Estamos tan concentrados en quién tiene razón que a menudo olvidamos hacer lo correcto.
La lectura del Evangelio de hoy y su llamado a “Gird Your Cheins” siempre me hacen reír y pensar en Nigel (interpretado por Stanley Tucci) de The Devil Wears Prada diciéndole a todos que ciñan sus lomos en preparación para la llegada de la dominante Miranda Priestley (interpretado por Meryl Streep). De repente, todos corren haciendo el trabajo (o al menos pretenden estar haciendo el trabajo) se suponía que debían hacer, con la esperanza de que Miranda no notará las formas en que se habían aflojado.
Si bien no tenemos la suerte de Stanley Tucci preparándonos diariamente para conocer al Cristo resucitado en nuestra vida diaria, al menos sabemos lo que deberíamos estar haciendo. Parafraseando a Isaías 58, Dios dice: “Quiero que compartas tu pan con el hambriento, abre tus hogares a los pobres sin hogar, retira el yugo de la injusticia, deja que los oprimidos se liberen”.
Pero la manera de Jesús nos obliga a ir más allá, a ver las injusticias presentes en nuestra comunidad, a reconocer las estructuras opresivas que hacen que las personas pasen hambre, experimenten la falta de vivienda, para soportar el tratamiento injusto y luego comenzar a desmantelarlas. La forma de Jesús exige que nos solidaremos con nuestros hermanos y hermanas trans*, ponemos nuestros cuerpos donde están nuestras bocas cuando decimos que las vidas negras son importantes, vinculan los brazos con las comunidades indígenas para detener la explotación continua de sus tierras y vidas, brindar santuario y luchar por los derechos de las personas indocumentadas.
Y, sin embargo, ¿cuántos de nosotros estamos haciendo este trabajo y cuántos de nosotros hemos abdicado de nuestras responsabilidades? Como Bell Hooks escribió “… Me he encontrado con muchas personas que dicen que están comprometidas con la libertad y la justicia para todos, aunque la forma en que viven, los valores y los hábitos del ser que institucionalizan diariamente, en rituales públicos y privados, ayudan a mantener la cultura de dominación, ayudan a crear un mundo que no es libre “.
“Transfiguration” de Carl H. Bloch, 1834-1890.
Cuando nos encontremos con Jesús, tanto al final como en nuestros encuentros diarios con Cristo en la gente y el mundo que nos rodea, ¿seremos encontrados haciendo lo que deberíamos estar haciendo? ¿O nos encontrará disputando quién tiene razón mientras se mantiene cómplice de defender los sistemas de marginación y opresión? ¿Se encontraremos celebrando la variedad de personas arcoiris, abrazando a cada una de las personas como un ser humano sagrado independientemente de la expresión de género/género o orientación sexual? ¿O se encontrará con que estamos construyendo muros de división y exclusión? Esta lectura del evangelio no pretende ser una lectura acogedora y de bricolaje en la espalda, sino un llamado incómodo a la acción. Como hijos de la luz, se nos da la tarea esencial de permitir que el amor de Dios nos abrume, revelando nuestra bendición, y luego dejar que se desborde en el mundo haciendo todo lo que está dentro de nuestro poder para descubrir los destrozados de luz ocultos a nuestro alrededor.
Y así, hoy, cuando nos encontremos con Jesús en una de las muchas “encarnaciones” de la vida diaria, que nuestros lomos estén ceñidos y que cada uno sea encontrado haciendo el trabajo de liberación, que nos ha encargado hacer.
Comentarios desactivados en “Cuidado con el dinero”. 19 Tiempo ordinario – C (Lucas 12,32-48)
Jesús tenía una visión muy lúcida sobre el dinero. La resume en una frase breve y contundente: «No se puede servir a Dios y al Dinero». Es imposible. Ese Dios que busca con pasión una vida más digna y justa para los pobres no puede reinar en quien vive dominado por el dinero.
Pero no se queda solo en este principio de carácter general. Con su vida y su palabra se esfuerza por enseñar a los ricos de Galilea y a los campesinos pobres de las aldeas cuál es la manera más humana de «atesorar».
En realidad, no todos podían hacerse con un tesoro. Solo los ricos de Séforis y Tiberíades podían acumular monedas de oro y plata. A ese tesoro se le llamaba mammona, es decir, dinero que «está seguro» o que «da seguridad». En las aldeas no circulaban esas monedas de gran valor. Algunos campesinos se hacían con algunas monedas de bronce o cobre, pero la mayoría vivía intercambiándose productos o servicios en un régimen de pura subsistencia.
Jesús explica que hay dos maneras de «atesorar». Algunos tratan de acumular cada vez más mammona; no piensan en los necesitados; no dan limosna a nadie: su única obsesión es acaparar más y más. Hay otra manera de «atesorar» radicalmente diferente. No consiste en acumular monedas, sino en compartir los bienes con los pobres para «hacerse un tesoro en el cielo», es decir, ante Dios.
Solo este tesoro es seguro y permanece intacto en el corazón de Dios. Los tesoros de la tierra, por mucho que los llamemos mammona, son caducos, no dan seguridad y siempre están amenazados. Por eso lanza Jesús un grito de alerta. Cuidado con el dinero, pues «donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón». El dinero atrae nuestro corazón y nos seduce porque da poder, seguridad, honor y bienestar: viviremos esclavizados por el deseo de tener siempre más.
Al contrario, si ayudamos a los necesitados nos iremos enriqueciendo ante Dios, y el Padre de los pobres nos irá atrayendo hacia una vida más solidaria. Aun en medio de una sociedad que tiene su corazón puesto en el dinero es posible vivir de manera más austera y compartida.
Comentarios desactivados en “Estad preparados”. Domingo 07 de agosto de 2022. 19º domingo del Tiempo Ordinario
Leído en Koinonia:
Sabiduría 18, 6-9: Con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti. Salmo responsorial: 32: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Hebreos 11, 1-2. 8-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Lucas 12, 32-48: Estad preparados.
Primera Lectura
Los israelitas, oprimidos en Egipto, experimentaron que el Señor era su salvador la noche en que murieron los primogénitos de los egipcios. Por eso aquella noche tuvo una significación trascendental para la historia de los hebreos. Les recordaba las promesas que Dios había hecho a sus padres; que desde entonces Israel fue un pueblo libre y consagrado al Señor. La primera cena del cordero pascual sirve de modelo a lo que había de ser centro de la vida religiosa y cultural.
La participación en un mismo sacrificio simbolizaba la unión solidaria de un pueblo en un destino común. La celebración pascual recuerda que Dios no cesa de elegir a su pueblo entre los justos y de castigar a los impíos.
Hoy, toda esta imagen de Dios, por más que la hayamos estado escuchando y venerando durante milenios, desde siempre, aparece como profundamente inadecuada, inaceptable. ¿Qué clase de Dios es ése que opta por un pueblo, lo elige, le regala una tierra que está ya ocupada por otros pueblos da poder a su pueblo elegido para que los expulse y los destruya? ¿Es verosímil esta imagen de Dios? ¿No es propia de los tiempos «tribales», donde cada tribu se imagina que tiene su Dios protector que la defenderá contra las demás? (Recomendamos leer al respecto, por ejemplo, de John Shelby SPONG, Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo, Abya Yala, Quito, Ecuador, www.tiempoaxial.org; también se puede mirar en google y en youtube sobre este autor).
Segunda Lectura
La fe de Abraham y de los patriarcas sirve de ejemplo. Para estimular la perseverancia en la fe que lleva a la salvación, la carta a los Hebreos aduce una serie de testigos. Abraham, lo mismo que los hebreos del siglo I, conoció la emigración, la ruptura respecto al medio familiar y nacional y la inseguridad de las personas desplazadas. Pero en esas pruebas encontró Abraham motivo para ejercer un acto de fe en la promesa de Dios.
La fe enseña a no darnos por satisfechos con los bienes tangibles ni con esperanzas inmediatas. Abraham creyó por encima de la amenaza de la muerte. Sufrió la esterilidad de Sara y la falta de descendencia. Esta prueba fue para él la más angustiosa porque el patriarca se acercaba a la muerte sin haber recibido la prenda de la promesa. Aquí se hace realidad la última calidad de la fe: aceptar la muerte sabiendo que no podrá hacer fracasar el designio de Dios.
Más que el sufrimiento, es la muerte el signo por excelencia de la fe y de la entrega de uno mismo a Dios. Abraham creyó en un “más allá de la muerte”, creyó le sería concedida una posteridad incluso en un cuerpo ya apagado, porque le había sido prometida. Esta fe constituye lo esencial de la actitud de Cristo ante la cruz. También se entregó a su Padre y a la realización del designio divino, pero tuvo que medir el fracaso total de su empresa: para congregar a toda la humanidad, se encuentra aislado pero confiado en un por encima de la muerte que su resurrección iba a poner de manifiesto.
Evangelio
El evangelio de hoy nos presenta unas recomendaciones que tienen relación con la parábola del domingo anterior del rico necio. Los exegetas se diversifican en cuanto a la estructura que presente el texto y no determinan las unidades de las que se compone. La actitud de confianza con el que inicia el texto no debería de omitirse “no temas, rebañito mío, porque su Padre ha tenido a bien darles el reino”. Esta exhortación a la confianza, al estilo veterotestamentario y que gusta a Lucas, expresa la ternura y protección que Dios ofrece a su pueblo, pero expresa también la autocomprensión de las primeras comunidades: conscientes de su pequeñez e impotencia, vivían, sin embargo, la seguridad de la victoria. La bondad de Dios, en su amor desmedido, nos ha regalado el Reino. Desde aquí tenemos que entender las exhortaciones siguientes. Si el Reino es regalo, lo demás es superfluo (bienes materiales). Recordemos los sumarios de Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Lucas invita a la vigilancia, consciente de la ausencia de su Señor, a una comunidad que espera su regreso, pero no de manera inminente como sucedía en las comunidades de Pablo (cf. 1Tes.4-5). La Iglesia de Lucas sabe que vive en los últimos días en los que el hombre acoge o rechaza de forma definitiva la salvación que se regala. Cristo ha venido, ha de venir; está fuera de la historia, pero actúa en ella. La historia presente, de hecho, es el tiempo de la iglesia, tiempo de vigilancia.
Fitzmyer, ilustra esta afinada concepción de la historia, aparecen varias recomendaciones en lo que puede considerarse como los “retazos de una hipotética parábola”. Lo importante será descubrir en cuál de esas recomendaciones centramos la llegada que hay que esperar de manera vigilante. La predicación histórica de Jesús tienen estas máximas sobre la vigilancia y la confianza. Ahora, en este texto se les reviste de carácter escatológico. El punto clave reside en la invitación “estén preparados”; o lo que es lo mismo, lo importante es el hoy. A la luz de una certeza sobre el futuro, queda determinado el presente. Esta es la comprensión de la historia de Lucas: “se ha cumplido hoy” (4,21), “está entre ustedes” (17,20-21) y “ha de venir” (17,20).
El Reino es, al mismo tiempo, presente y algo todavía por venir. De aquí la doble actitud que se exige al cristiano: desprendimiento y vigilancia. Es necesario desprenderse de los cuidados y de los bienes de este mundo, dando así testimonio de que se buscan las cosas del cielo.
La vigilancia cristiana es inculcada constantemente por Cristo (Mc 14,38; Mt 25,13). La vida del cristiano debe ser toda ella una preparación para el encuentro con el Señor. La muerte que provoca tanto miedo en el que no cree, para el cristiano es una meditación: marca el fin de la prueba, el nacimiento a la vida inmortal, el encuentro con Cristo que le conduce a la Casa del Padre.
La intervención de Pedro, demuestra que la exhortación de Jesús sobre el significado de actuar y perseverar en vigilancia es en primer lugar referido a aquellos que son “la cabeza” de la comunidad, o mejor dicho para los que “están al servicio” de la comunidad. La resurrección a la vida depende del modo como ejercitaron ese servicio.
Comentarios desactivados en 7.7.22. Dom 19. No temas, pequeño rebaño; vuestro Padre ha querido daros el reino (Lc 12, 32)
Del blog de Xabier Pikaza:
El Dios de Jesús es Abba, Padre, siendo también Imma, es decir, madre. Estos dos nombres unidos, que Jesús ha recreado (como mesías materno/paterno) nos sitúan ante la experiencia más honda de la vida humana, en la raíz del evangelio.
| X. Pikaza
Las dos palabras (Abba e Imma) son inseparables, pues, en principio, el Padre depende de la Madre. En el centro del Nuevo Testamento se encuentra la palabra Abba, que Jesús ha utilizado en su oración, al referirse al Padre (cf. Mc 14, 36 par). Ésta es una palabra de la Biblia Cristiana, pero ella sólo puede interpretarse a partir de la madre (Imma), que se la transmite al niño, aunque luego ella queda a veces en la penumbra. Sólo cuando Imma (o la que hace sus veces) enseña al niño a decir Padre , y cuando el niño dice así (Abba) la vida tiene sentido y el hombre se sabe enraizado en la marcha divina de la vida.
Diciendo Abba, el niño no se aleja de la madre, para caer en manos de un mal patriarcalismo, sino que penetra en la experiencia más honda de la madre, que pone al niño ante su padre. Para que la vida del niño madure en riqueza y diálogo hace falta una buena madre (Imma) que le lleve al Abba, entrando en la relación mutua del padre y de la madre, que será principio de todas las restantes relaciones (con los hermanos, con los otros).
Abba no es una palabra técnica, propia de discusiones eruditas, sino la más sencilla de todas las palabras, casi onomatopéyica, que el niño pronuncia y comprende en el mismo principio de su vida, al referirse cariñosamente al padre (abba), en unión (a partir) de la madre (imma) como primera de todas las experiencias que son, al mismo tiempo, profanas y sagradas. No es palabra aislada, que se entiende por sí misma, sino que forma parte de una relación doble: Imma-Abba, Madre-Padre. Por eso, tomada en sí misma, ella alude a un padre que no solamente incluye elementos de madre (padre materno, padre tierno), sino que sigue teniendo a su lado a la madre, de la que depende (la Madre es la que sigue haciendo que el hijo diga Padre).
Un Abba sin Imma no es sólo enfermizo sino contrario al evangelio, pues al lado del Abba ha de estar la Imma como iniciadora y testigo del Padre. Su misma cercanía (las dos palabras marcan el acceso del niño a la vida personal consciente) definen su identidad. Muchos han aplicado a Dios palabras muy sabias, como si hubiera que dejar la infancia para encontrarle, como si la experiencia del niño fuera incapaz de abrirnos a la hondura de la Realidad. Pues bien, Jesús ha vuelto de algún modo a la infancia (en ejercicio de intensa neotenia), recuperando ante Dios su primera experiencia de niño en brazos de la madre (Imma) que le lleva al padre, pudiendo decía así Abba (que es siempre Padre desde la Madre).
Otros no se han atrevido, Jesús, en cambio, lo ha hecho
y de esa forma ha saludado a Dios de un modo intenso con la más fuerte de todas las palabras, aquella que los niños confiados y gozosos aprenden de boca de la Madre (Imma) para referirse al Padre (Abba) en quien creen y confían, sin dejar por eso a la Madre (sino todo lo contrario). Conocer a Dios resulta, para Jesús, lo más fácil y primero; no ha necesitado argumentos para comprender su esencia, no ha buscado demostraciones: Su madre María le ha enseñado a decir Abba y en el abba familiar (José) ha podido descubrir el rostro de Dios Abba, un Padre con madre o, mejor dicho, desde la madre.
La experiencia de Dios como Madre-Padre resulta inseparable del camino concreto, diario, de su vida. Jesús se ha confiado en Dios Madre-Padre y de esa forma ha vivido, dialogando con la tradición de su pueblo y de su entorno religioso pero, sobre todo, viviendo de un modo trasparente, ante el Dios que es madre-padre. No ha dejado de ser niño para hacerse mayor, sino que se ha hecho mayor profundizando en su experiencia de niño.
No os preocupéis… Don y tarea del Padre
El punto de partida del mensaje de Jesús es el don del Dios Padre/madre; la conversión (transformación) del hombre vendrá después. Mirado así, el mensaje de Jesús resulta sencillo, asombrosamente claro, lo más simple y normal: Nos conduce de nuevo, como a niños, con la ayuda de la madre, al lugar del verdadero nacimiento, al gozo y presencia del Padre. Otros personajes religiosos, históricos o simbólicos (Daniel, Henoc, Esdras…) habían realizado largos “viajes” para encontrar a Dios, Señor de Espíritus, envuelto en Halo de Misterio, Anciano de Días. Jesús no los ha hecho, sabe que Dios está a su lado. Jesús dice:
No os preocupéis, diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos o con qué nos vestiremos? Porque los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; pero vuestro Padre (Mt: celestial] sabe que las necesitáis. Por eso, buscad primero el reino y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura (Lc 12, 22-32; cf. Mt 6, 25-33).
Éste pasaje sapiencial nos sitúa ante el principio de la vida (cf. Gen 1-3), para descubrir allí la mano bondadosa de un Dios Padre, que realiza acciones y gestos maternos: Alimenta y viste a los hombres, como Madre que da leche al hijo y que le abriga, para que pueda así crecer y madurar sin miedo. Pues bien, cuando Jesús compara a los hombres con cuervos (Mt: aves) que no siembran y con lirios que no hilan, lo hace precisamente para marcar la diferencia, dentro de las semejanzas; aves y plantas no trabajan, pero los hombres han de hacerlo (sembrar, hilar…), aunque sabiendo que en el fondo de todo, más profundo que el trabajo, está el gozo y confianza de la vida, que se funda en el Padre y en su don del reino.
Lo primero es la experiencia del Dios Creador, que cuida a los pájaros del cielo y a los lirios del campo, apareciendo después como Padre de los pequeños, de aquellos que parecen más pobres y perdidos, como Fuente de Amor entrañable, principio de existencia, alimento y protección (vestido). Por eso, el evangelio es ante todo palabra de consuelo para hombres y mujeres agobiados y oprimidos (cf. Mt 11, 28), revelación de Padre/Madre, principio de vida. Por eso, en principio, situados ante el Padre/Madre, los hombres no tenemos que hacer nada, sino ser: Dejar que nos ame el Padre/Madre y nos ponga en camino de reino.
La oración al Padre
Los textos anteriores han mostrado la bondad universal y reconciliadora de Dios en cuyo nombre ha salido Jesús a proclamar el reino. Desde ese fondo y desde la necesidad de los hombres se entiende su oración:
Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino.
Danos hoy nuestro pan cotidiano, y perdona nuestra deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores (versión de Mt), y no nos metas en tentación (Lc 11, 2-4; cf. Mt 6, 9-13).
Éste es el nombre de Dios, simplemente padre, padre-madre. El primer nombre, el más hondo de la vida
‒ Santificado sea tu Nombre. Al decir a Dios “santificado sea tu Nombre” (=santifica tu nombre), le pedimos que muestre su santidad, como Padre liberador de los oprimidos, dominados por los prepotentes. Nombre significa identidad, lo más propio de Dios, aquello que define su persona. Pues bien, ahora descubrimos que el Nombre de Dios es Padre (Padre/Madre) no Yahvé (Soy el que Soy: Ex 3, 14), y así le pedimos que lo santifique, es decir, que se manifieste como tal, escuchando y respondiendo a sus hijos, los hombres.
‒ Venga tu reino. Los judíos habían llamado a Dios Rey y Padre en las Dieciocho Bendiciones. Jesús le llama sólo Padre, pero le pide que venga (que traiga) su Reino (afirmando así implícitamente que es Rey). Ésta es su paradoja: El Reino que pedimos y buscamos no es conquista de un rey que se impone por armas, sino regalo familiar de Padre. En este contexto recordamos la tradición mesiánica israelita: El Padre Dios desplegaba su poder a través del Hijo Rey (monarca davídico). Ahora, por medio de Jesús, Dios revela y despliega su Reino, sin necesidad de un rey de este mundo.
‒ Danos hoy nuestro pan cotidiano. Del Padre nuestro pasamos al pan nuestro. El primer signo del Padre no es una Ley particular sagrada, sino el alimento universal que deben compartir en solidaridad todos los hombres y mujeres, sin distinción de raza o religiones. La primera tarea de Dios Madre/Padre es alimentar a sus hijos, dándoles su pecho, ofreciéndoles sus bienes. Este pan, que Don de Dios, es “nuestro”, es decir, de todos lo orantes, que deben trabajar por conseguirlo y compartirlo. Los cuervos y lirios tenían su pan si trabajar (cf. Mt 6, 25-34). Los hombres lo reciben del Padre Dios Padre trabajando y compartiendo lo que tienen.
‒ Perdona nuestras deudas… Del pan pasamos al perdón. La oración supone que tenemos deudas con Dios y con otros hermanos. Según justicia, el hombre debería devolverle a Dios (y a los demás) lo que les debe. Pero Dios no es acreedor, ni juez, sino Padre y, como tal, perdona las deudas de los hijos, como recuerda esta petición, que nos hace pasar del plano de la ley (que impone obligaciones) al de la gracia. Como madre-padre, Dios perdona todo que pudiéramos deberle. Pero, al mismo tiempo, su perdón supone que también nosotros perdonemos nuestras deudas como hermanos.
‒ Y no nos metas en tentación… En esta versión de Lucas pedimos al Padre que “no nos meta en tentación”: lo normal sería que lo hiciera, como en el principio de los tiempos (Gen 2-3); por eso, nosotros, débiles humanos, le decimos que se porte como Padre, que no ponga nuestra vida a prueba. Pero el texto se puede traducir también diciendo no nos dejes caer en la tentación, protégenos en ella, suponiendo así que en la vida hay pruebas y que el verdaderoPadre educa a los hijos para que puedan superarlas, sin quedar derrotados por ellas. Lógicamente, no podemos evitar las pruebas, pero pedimos a Dios que nos ayude a superarlas.
Todo lo que pidiereis orando, creed que ya lo habéis recibido y así será. Y cuando oréis, perdonad si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre celestial os perdone vuestras culpas (Mc 11, 24-25).
Los seguidores de pueden dialogar y dialogan directamente con Dios,
con plena confianza, teniendo la certeza de que el Padre les ha concedido ya (cf. elabete: 11, 24) aquello que le piden. Frente al negocio del templo, que divide a unos de otros (judíos y gentiles, laicos y levitas, vendedores y compradores…), ha situado Marcos la experiencia luminosa y creadora de la reconciliación directa de unos hombres y mujeres que se perdonan mutuamente, como el Padre Dios les perdona.
Siglos habían tardadolos judíos en construir una nación fundada en leyes y templo. Pues bien, Jesús ha superado ese nivel, condenando el comercio del templo (cf. Mc 11, 11), para instaurar una comunidad donde cada uno es sacerdote, y puede orar con plena confianza, sin necesidad de sacrificios ni templos exteriores:
‒ Y cuando oréis, perdonad… No hay templo que avale unos derechos particulares (judíos) ni un perdón por rito. Y así, desaparecido el santuario antiguo con sus leyes sacrificiales, emerge el perdón gratuito del Padre que se expresa a través del perdón interhumano. Orar es perdonar, vivir en gratuidad. No exigir, no imponer los criterios propios, no expulsar ni condenar a nadie, amar directamente, como hijos de Dios.
‒ Para que vuestro Padre Celestial os perdone… Marcos emplea aquí el lenguaje cultual (paraptôma: caída, ofensa; cf. Rom 4, 25; 5, 15-20; Mt 6, 14-15) en vez del económico y profano (deudas, Mt 6, 12), para situarnos ante los pecados que según la tradición judía eran ofensas contra Dios, de tal manera que sólo Dios podía perdonarlos, a través de un ritual preciso, muy sagrado, de templo. Pues bien, ese ritual ha terminado, pues Dios ama y/o perdona como Padre, allí donde nosotros acogemos su perdón y nos amamos mutuamente.
Dios se revela así como Padre, no porque impone su autoridad sobre los hombres, sino porque les ama. No es Señor de seres sometidos, sino Madre-Padre, Imma-Abba, de hijos libres, que le acogen y responden, perdonándose entre sí. En ese contexto se vinculan los dos mandamientos “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón; amarás al prójimo como a ti mismo” (cf. Mc 12, 38-34 par). Otros grupos judíos decían algo semejante (amar a Dios, amar al prójimo), pero sólo Jesús ha vinculado de forma radical esos mandatos, como base de toda experiencia y tarea religiosa, descubriendo a Dios en el despliegue y desarrollo del amor humano (cf. Lc 10, 25-37: parábola del buen samaritano), interpretado de forma universal.
Jesús supera así el plano del talión, de manera que aquello que podía parecer pura arbitrariedad se convierte en principio de una justicia más alta, del don gratuito del Padre. Ésta es básicamente una experiencia de “oración”, que se expresa en forma de unión gratuita con Dios. De esa forma, allí donde Jesús dice pedid y se os dará, buscad y hallaréis… (Mt 7, 7; Lc 11, 9) se está diciendo: Pedid y Dios Padre os dará; buscad, y Dios Padre os mostrará… Así concluye la sección:
Si pues vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, cuanto más vuestro Padre celestial dará bienes a quienes se los pidan (Mt 7, 11) [Cf Lc 11, 13: dará el Espíritu santo a quienes se lo pidan].
Si los padres humanos saben dar cosas buenas a sus hijos, queriendo para ellos lo mejor, más lo querrá el Padre (Mt: “celestial”), ofreciendo sus dones a los hombres, hijos suyos. Por eso, los hombres, hijos de Dios, no deben angustiarse, pues Dios cuida de ellos, de manera que incluso los cabellos de su cabeza están contados (cf- Mt 10, 29-31). Dios es Padre-Madre, en sus manos estamos. Todos somos sus hijos.
El Nuevo Testamento termina con unas palabras de Jesús en el libro del Apocalipsis: “Sí, vengo pronto”. A las que responde el autor: “Amén. Ven, Señor Jesús”. Aunque la mayoría de los católicos no ha leído el Nuevo Testamento de punta a cabo, a muchos les suena la idea de “la segunda venida de Jesús” o “la vuelta del Señor”, sin que a nadie le quite el sueño. Esa vuelta no la ven como algo inmediato, ni siquiera a largo plazo.
A gran parte de los cristianos de finales del siglo I, cuando Lucas escribe su evangelio, le ocurría lo mismo. Desde niños, o desde que se convirtieron, les habían anunciado la pronta vuelta del Señor. Pero pasaron años, décadas, y no volvía. Escritos muy distintos del Nuevo Testamento recogen el desánimo y el escepticismo que se fue difundiendo en las comunidades. Hasta el punto de que el autor de la segunda carta a los Tesalonicenses se siente obligado a negar la inminencia de esa vuelta: «No perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por profecías o discursos o cartas fingidamente nuestras, como si el día del Señor fuera inminente» (2 Tes 2,2).
Lucas también está convencido de que el fin del mundo no es inminente. Antes habrá que extender el evangelio «hasta los confines de la tierra», como expone en los Hechos de los Apóstoles. Pero aprovecha la enseñanza de generaciones anteriores para exhortar a la vigilancia.
[El sacerdote puede elegir este domingo entre una lectura breve y otra larga. Sin detenerme en justificar los motivos, aconsejo limitarse a la breve: Lucas 12,39-40.]
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.
Si se lee el texto de forma rápida parece hablar de los mismos personajes: unos criados y su señor. Sin embargo, habla de dos señores distintos:
1) uno que vuelve de un banquete o una boda, y al que esperan sus criados;
2) otro, que no tiene criados, se entera de que esa noche va a venir un ladrón, y lo espera en vela.
Dos comparaciones anticuadas
Veinte siglos hacen que incluso las imágenes más expresivas se desvirtúen. La primera comparación trae a la memoria la serie Downton Abbey, con toda la servidumbre perfectamente uniformada y dispuesta a la entrada del palacio esperando la llegada del señor o la familia. Esto pasó a la historia. Imaginando una comparación actual diría: “Tened los chalecos antibalas puestos y las armas preparadas, igual que los agentes de seguridad que esperan que el Presidente salga de la recepción”. Demasiado llamativo y aplicable a poca gente. Pero lo más desconcertante es lo que hace el Presidente: en vez irse a descansar o a dormir, se dedica a servir la cena a sus guardias.
La segunda comparación, la del que espera la venida del ladrón, también parece anticuada. Esa función la cumplen las agencias de seguridad y la policía. Sin embargo, dados los numerosos fallos en este campo, es posible que el dueño de la casa se mantuviese en vela.
Los protagonistas y los consejos
Las imágenes tan distintas de los criados (1ª comparación) y del dueño de la casa (2ª) se refieren a nosotros, los cristianos. El otro gran protagonista es Jesús, presentado una vez como señor y otra como ladrón. Como señor es algo caprichoso, puede volver a cualquier hora, sin avisar; y lo mismo le ocurre como ladrón.
Ya que se trata de dos comparaciones distintas, los consejos también difieren: en el primer caso, debemos imitar a los criados que esperan a su señor, con paciencia, aceptando que venga cuando quiera; en el segundo, imitar al propietario que espera al ladrón, preparados para la llegada imprevista del Hijo del hombre.
Hay también una notable diferencia en cuanto al tono: la primera comparación da por supuesto que el señor encontrará a los criados vigilando y los proclama dos veces bienaventurados. La segunda tiene un tono de amenaza y peligro.
De la vuelta del Señor al encuentro con el Señor
A mediados del siglo XX, los Testigos de Jehová estaban convencidos de que el fin del mundo sería en 1984 (70 años después de 1914, el comienzo de la Primera Guerra Mundial). Supongo que ahora mantendrán otra fecha. Pero no debemos reírnos de ellos. La adaptación de antiguas profecías a nuevas realidades es frecuente en el Antiguo Testamento y también en la iglesia primitiva.
En el caso concreto de la lectura de hoy, sin negar la vuelta del Señor, el acento se ha desplazado a algo más cercano e indiscutible: el encuentro personal con él después de la muerte. En esta perspectiva, la exhortación a la vigilancia sigue siendo totalmente válida.
Pero vigilar no significa vivir angustiados, sino cumplir adecuadamente las propias obligaciones, como recuerdan las exhortaciones de las cartas del Nuevo Testamento: en la vida de familia, el trabajo, la sociedad, la comunidad, es donde el cristiano demuestra su actitud de vigilancia.
La primera lectura (Sabiduría 18,6-9)
La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, ofrece dos posibles puntos de contacto con el evangelio. El texto dice así.
La noche de la liberación [de Egipto] se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti. Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.
Primer punto de contacto: vigilancia esperando la salvación.
El libro de la Sabiduría piensa en la noche de la liberación de Egipto
El evangelio, en la salvación que traerá la segunda venida de Jesús.
En ambos casos se subraya la actitud vigilante de israelitas y cristianos.
Segundo punto de contacto: solidaridad
Al momento de salir de Egipto, los israelitas se comprometen a compartir los bienes: serían solidarios en los peligros y en los bienes.
En la forma larga del evangelio, Jesús anima a los cristianos a ir más lejos: Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo.
Reflexión final
Leer este evangelio en el primer domingo de agosto, cuando muchos acaban de empezar las vacaciones, no parece lo más adecuado. Sin embargo, precisamente al comienzo de las vacaciones es cuando más nos aconsejan una actitud de vigilancia: con respecto a la protección de la casa, las ruedas del coche, la revisión del motor, la protección de los rayos solares… Siendo realistas, también al comienzo de las vacaciones es cuando muchos se encuentran definitivamente con el Señor. La vigilancia no es solo para el otoño.
Este domingo el Evangelio nos invita a esperar. Pero esta espera tiene que ser activa, expectante. No como quien espera el autobús, sino como quien espera la visita de alguien importante. Es una invitación a estar preparadas, para que no se nos escapen las cosas buenas.
La espera que nos enseña Jesús nada tiene que ver con “mirar al cielo” (cfr. Hch 1, 11). Hacia donde hay que mirar es hacia los hermanos. La espera que nos enseña Jesús tiene que ver con el servicio.
Para relacionarnos con el Dios de Jesús es imprescindible atender a las hermanas, a las personas que nos rodean, sirviendo a quienes lo necesiten. La espiritualidad cristiana es una espiritualidad encarnada por eso el mejor termómetro de nuestra relación con Dios es nuestra vida cotidiana. De nada sirven muchas horas de oración ni haber asistido a misa todos los domingos de nuestra vida si nuestro amor a Dios no se traduce en amor al prójimo.
Pero tampoco vale lo contrario: de nada sirve ser voluntario en tres ONGs si al final llevo una vida vacía porque he desconectado con la Presencia viva de Dios que me habita.
Necesitamos de muchos ratos sentadas a los pies del Maestro para que nuestro “hacer” se depure de todo activismo, de todo afán de protagonismo, de toda apariencia. Pero necesitamos también levantarnos, abandonar el cómodo espacio de intimidad con Dios y volvernos hacia quienes puedan necesitarnos sirviendo.
Jesús, el gran orante, la noche que en que iba a ser entregado, “se levantó de la mesa, se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó a la cintura. Después echó agua en una palangana y comenzó a lavar los pies…” (Jn 13, 4-5)
En el itinerario que nos ofrece Jesús, oración y servicio van juntas, no se pueden separar, se alimentan mutuamente y nos hacen crecer armónicamente. Tampoco nuestro cuerpo y nuestro espíritu son dos realidades separadas, si descuidamos nuestro cuerpo o nuestro espíritu nuestra vida se resiente, se enferma.
Oración
“Trinidad Santa, ayúdanos a vivir con la cintura ceñida para el servicio
y la lámpara de la oración siempre encendida. ¡Amén!”
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DOMINGO 19 (C)
Lc 12,32-48
El texto del evangelio de este domingo forma parte de un amplio contexto, que empezaba el domingo pasado con la petición de uno a Jesús: “dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. A partir de ahí, Lucas propone una larga conversación con los discípulos que abarca 35 versículos y toca muy diversos temas. Se trata de pensamientos dispersos que el evangelista organiza a su manera. Sin duda reflejan la manera de ver la vida de la primera comunidad, como lo demuestra la conciencia de ser un pequeño rebaño.
Que el texto utilice el lenguaje escatológico nos ha despistado. El que nos hable de talegos o tesoros en el cielo que nadie puede robar, o que Dios llegará como un ladrón en la noche, nos ha alejado del Dios de Jesús. Este lenguaje mítico a nosotros hoy no nos aclara nada. Dios no tiene que venir de ninguna parte. Está llamando siempre pero desde dentro. No pretende entrar en nosotros sino salir a nuestra conciencia y manifestarse en nuestras relaciones con los demás. No hemos superado la idea de un Dios que actúa desde fuera.
El domingo pasado se nos pedía no poner la confianza en las riquezas. Hoy se nos dice en quién hay que poner la confianza para que sea auténtica: no en un dios todopoderoso externo, sino en el hombre creado a su imagen y que tiene al mismo Dios como fundamento. No es pues, cuestión de actos de fe, sino afianzamiento en una actitud que debe atravesar toda nuestra vida. Confiadamente, tenemos que poner en marcha todos los recursos de nuestro ser, conscientes de que Dios actúa solo a través de sus criaturas, y que solo a través de cada una de ellas la creación evoluciona. Ayúdate y Dios te ayudará.
Se trata de estar siempre en actitud de búsqueda. Más que en vela, yo diría que hay que estar despiertos. No porque puede llegar el juicio cuando menos lo esperemos, sino porque la toma de conciencia de la realidad que somos exige plena atención a lo que está más allá de los sentidos y no es fácil de descubrir. El tesoro está escondido y hay que “trabajar” para descubrirlo. No se trata de confiar en lo que nosotros podemos alcanzar, sino en que Dios ya nos lo ha dado todo. Ha sido Dios el primero que ha confiado en nosotros en el momento en que pretende darse él mismo sin limitación ni restricción alguna.
Si hemos descubierto el tesoro que es Dios, no hay lugar para el temor. A las instituciones no les interesa la idea de un Dios que da plena autonomía al ser humano, porque no admite intermediarios. Para ellos es mucho más útil la idea de un dios que premia y castiga, porque en nombre de ese dios pueden controlar a las personas. La mejor manera de conseguir sometimiento es el miedo. Eso lo sabe muy bien cualquier autoridad. El miedo paraliza a la persona, que inmediatamente tiene necesidad de alguien que le ofrezca su ayuda para poder conseguir aquello que ya poseían plenamente antes de tener miedo.
Cuentan que una madre empezó a meter miedo de la oscuridad a su hijo pequeño. El objetivo era que no llegara nunca tarde a casa. Con el tiempo, el niño fue incapaz de andar solo en la noche. Eso le impedía una serie de actividades que hacía muy difícil desarrollar su personalidad. Entonces la madre, fabricó un amuleto y dijo al niño: esto te protegerá de la oscuridad. El niño, convencido, empezó a caminar en la noche sin ningún problema, confiando en el amuleto que llevaba colgado del cuello. ¡Sin comentario!
No debo confiar en un Dios externo sino en mi propio ser que tiene a Dios como fundamento y me proporciona posibilidades infinitas desde dentro de mí mismo. Esto es lo que significa: “vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino”. El dios araña que necesita chupar la sangre al ser humano no es el Dios de Jesús. El dios del que depende mi futuro, no es el Dios de Jesús. El dios que me colmará de favores cuando cumpla su santa voluntad, no es el Dios de Jesús. El Dios de Jesús es don total, incondicional e irrevocable.
El Padre ha tenido a bien confiaros el Reino. Este es el punto de partida. No tengáis miedo, estad preparados, etc., depende de esta verdad. Si el Reino es el tesoro encontrado, nada ni nadie puede apartarme de él. Todo lo que no sea esa realidad absoluta, que ya poseo, se convierte en calderilla. Nuestra tarea será descubrir el tesoro, todo lo demás surgirá espontáneamente. El Reino es el mismo Dios escondido en lo más hondo de mi ser. Los demás valores deben estar subordinados al valor supremo que es el Reino.
“Dar el reino” aplicado a Dios no tiene el mismo sentido que puede tener en nosotros el verbo dar. Dios no tiene nada que dar. Dios se da el mismo, pero a nosotros se da antes de que nosotros seamos. De ese modo, Dios se convierte en el sustrato y fundamento de mi ser. Sin Él, yo no sería nada. Ese don descubierto y vivido es la raíz de todas mis posibilidades de ser. Lo que puedo llegar a ser, más allá de mi biología, es consecuencia de esa presencia de Dios en mí que me capacita para llegar a ser lo que Él mismo es.
Esa fe-confianza, falta de miedo, no es para un futuro en el más allá. No se trata de que Dios me dé algún día lo que ahora echo de menos. Esta es la gran trampa que utilizan los intermediarios. A ver si me entendéis bien: Dios no tiene futuro. Es un continuo presente. Ese presente es el que tengo que descubrir y en él lo encontraré todo. No se trata de esperar a que Dios me dé tal o cual cosa dentro de unos meses o unos años. El colmo del desatino es esperar que me dé, después de la muerte, lo que no quiso darme aquí.
La idea que tenemos de una vida futura desnaturaliza la vida presente hasta dejarla reducida a una incómoda sala de espera. La preocupación por un más allá nos impide vivir en plenitud el más acá. La vida presente tiene pleno sentido por sí misma. Todo lo que podemos proyectar para el futuro, está ya aquí y ahora a nuestro alcance. Aquí y ahora puedo vivir la eternidad, puesto que puedo conectar con lo que hay de Dios en mí. Aquí y ahora puedo alcanzar mi plenitud, porque teniendo a Dios lo tengo todo.
La esperanza cristiana no se basa en lo que Dios me dará sino en que sea capaz de descubrir lo que Dios me está dando ya. Para que llegue a mí lo que espero, Dios no tiene que hacer nada; ya lo está haciendo. Yo soy el que tiene mucho que hacer, pero en el sentido de tomar conciencia y vivir la verdadera realidad que soy. Por eso hay que estar despiertos. Por eso tenemos que vivir el momento presente, porque es el definitivo y en él puedo dar el paso a la experiencia cumbre. Ese sería el momento definitivo de mi vida.
Demostramos falta de confianza y exceso de miedos, cuando buscamos a toda costa seguridades, sea en el más acá sea para el más allá. El miedo nos impide vivir el presente. Solo viviremos cuando perdamos el miedo. Debemos caminar aunque no tengamos controlado ni el camino ni la meta. Mientras más se acerca a la plenitud un ser humano, más vasto es el horizonte de plenitud que se le abre. Esto, que en sí mismo es un don increíble, a veces lleva a la desesperanza, porque la vida humana es siempre un comienzo.
Meditación
El único objetivo de toda religión debía ser llevarte al interior,
donde te encontrarás con el mismo Dios como centro de tu ser.
Antes de descubrirlo, la confianza es imprescindible.
Nadie tira por la borda las seguridades si no encuentra la total seguridad.
Muchas veces te han dicho que tienes que vender todo lo que tienes.
Pero la realidad es muy tozuda. Nadie da todo por nada.
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Lc 12, 32-48
«No acumuléis tesoros en la tierra…»
La cultura de la riqueza nos ha proporcionado un bienestar inimaginable hace tan solo unos años, pues, al menos en apariencia, la felicidad es la tónica general entre los ciudadanos de las sociedades opulentas. Vistas desde una sociedad próspera como la nuestra, las recomendaciones que hoy leemos en el evangelio parecen muy poco afortunadas, y da la impresión de que Jesús no llegó a vislumbrar siquiera el potencial que tiene el progreso para llenar la vida y generar felicidad.
Pero si escarbamos un poco bajo la superficie, quizá comprobemos que el precio que estamos pagando por mantener esta prosperidad es desmedido, y ello sin necesidad de aludir a los grandes problemas globales que nos están abocando al desastre, sino limitando nuestra reflexión al ámbito personal.
Porque bajo esa superficie engañosa y aparente, encontramos en primer lugar una sociedad compleja en extremo que nos abruma; que nos somete a tal cúmulo de preocupaciones, compromisos y desvelos, que nos impide encontrar el sosiego y la paz necesarios para plantear la vida en plenitud y vivirla con sentido.
Pero hay más, porque si seguimos profundizando, caeremos en la cuenta del grado de alienación que nos produce el dinero y todo lo que se puede comprar con dinero. No es que la riqueza en sí sea mala, y de hecho hay quien la convierte en talento para construir el Reino, pero suele ocurrir que no somos nosotros los que poseemos las riquezas, sino que son las riquezas las que nos poseen a nosotros. Convertimos así un talento en una “pasión”que nos esclaviza, que nos maneja a su antojo y nos transforma en personas “pasivas” a su merced.
En la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, Jesús nos muestra hasta qué punto puede endurecerse el corazón de alguien que está poseído por sus riquezas. Dice la parábola que Epulón, en medio de los tormentos del Hades, le pide a Abraham que envíe a Lázaro a visitar a su padre y a sus hermanos para que se arrepientan y eviten su destino, y Abraham le contesta: «No harán caso, aunque resucite un muerto».
Finalmente, y allá en el fondo, descubrimos que la cultura de la riqueza nos enfrenta nada menos que a nuestra propia esencia, porque el motor de nuestro mundo es la ambición, y la ambición nos inhabilita para compadecer, para perdonar, para ayudar, para servir, y nos convierte en personas peligrosas carentes de humanidad y capaces de cualquier cosa por alcanzar sus objetivos.
Y la conclusión es que quizá Jesús no andaba tan descaminado; que quizá debamos preguntarnos si lo que el mundo llama progreso, no es en realidad una tiranía despiadada que nos impide vivir con sentido, nos esclaviza y nos deshumaniza…
Quizá debamos preguntarnos si no estamos vendiendo la primogenitura por un plato de lentejas.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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Lc 12, 32-48
Como suele pasar con la mayoría de los relatos evangélicos, las comparaciones puestas en boca de Jesús exceden la realidad y los relatos se vuelven intrigantes y hasta distópicos. Estos relatos del texto de Lucas 12,32-48 son cuanto menos inquietantes y se distancian bastante de lo que podemos suponer que se daba en el entorno de Jesús. Ciertamente, es muy improbable que en la práctica un sirviente se mantenga en vela toda la noche, todas las noches. Mucho más increíble es que el señor, al llegar, si encontrara a sus sirvientes en vela, se pusiera a servir él mismo a los sirvientes. La metáfora resulta cada vez más increíble: sirvientes que cumplen la voluntad de un señor aún sin conocerla y un señor que castiga con azotes o que sirve él mismo a sus sirvientes, según el caso.
Es clara la insistencia de este texto acerca del estar en vela, vigilante, el estar preparados y, sobre todo, acerca de la premura por cumplir la voluntad de Dios. Pero no se trata de hacer lo que se pueda con buena intención o de intentar conocer la voluntad de Dios. El relato es sumamente exigente: conocer o no conocer la voluntad no exime de cumplirla, y todas las acciones tienen consecuencias drásticas.
Este relato podría interpretarse de manera actual como una llamada a convertirnos en agentes de nuestra propia vocación y misión y a discernir en común espacios institucionales que hagan posible la realización del reino. Siempre teniendo presente que estas exigencias son realizables ya que están en función de una promesa: “No temas, pequeño rebaño, que el Padre ha querido darles el reino”.
Por el contrario, el activismo es uno de los desafíos que sigue acechando nuestras comunidades. Incluso en las comunidades más vitales, se piden muchas obras y tareas a cada uno, la mayoría de ellas muy buenas y necesarias. Sin embargo, en el relato no se habla de cantidad; no se trata de hacer mucho; se trata de mantenerse “en vela” y de estar atentos para cumplir la voluntad de Dios. Este estar en vela requiere fe y atención; requiere de un discernimiento individual y de uno colectivo, de uno personal y de otro institucional.
Unir la atención, el trabajo y la acción no resulta sencillo. Los tiempos actuales están mucho más llenos de activismo que de acción. La filósofa Hannah Arendt distingue bien el trabajo y la acción. El trabajo estaría más vinculado al hacer para cubrir las necesidades mientras que la acción sería aquella actividad propiamente humana que tiene un sentido más allá de las necesidades y que contribuye a la formación de realidades que colaboran en el crecimiento y desarrollo de todos y de todo. Por supuesto que un activismo sin dirección queda descartado de las opciones éticas.
En el mismo sentido, orientar las decisiones, las expectativas e incluso las posesiones al sentido profundo de la vida es el requisito sine qua non para que crezca el reino. Y esta disposición desapegada genera entusiasmo, inspiración, prevalece frente a los obstáculos y anima a la acción, porque está claro que “donde está tu tesoro allí está tu corazón”.
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Domingo XIX del Tiempo Ordinario
7 agosto 2022
Lc 12, 32-48
La sentencia de Jesús invita a poner luz en aquello que consideramos nuestro tesoro. ¿Qué es, en la práctica, más allá de las palabras, lo realmente importante para mí? Porque será eso lo que me movilizará, ya que ahí habré puesto también mi corazón.
Un modo simple de saber cuál es nuestro tesoro consiste en ver cómo reaccionamos ante las diferentes pérdidas o las frustraciones. Porque aquella pérdida o frustración que más me altere será un indicador inequívoco de que allí tenía puesto mi corazón. La explicación es simple: reaccionamos con mayor intensidad cuanto más valoramos aquello que perdemos. La alteración que nos produce una pérdida es directamente proporcional al valor que atribuimos al objeto perdido y al apego que vivíamos hacia él.
Por lo tanto, únicamente podremos liberarnos de los falsos “tesoros”, que terminan confundiéndonos y esclavizándonos, cuestionando, tanto el valor que atribuimos a las cosas, como nuestro apego a las mismas. Es claro que valor y apego son deudores del modo como nos vemos a nosotros mismos. Al crecer en comprensión de lo que soy, siendo consciente de que, en mi verdadera identidad, soy plenitud de consciencia, dejaré de atribuir un valor desproporcionado a lo que solo es un objeto. Y, en consecuencia, aflojará en la misma medida el apego que vivía hacia él.
Dicho brevemente: la comprensión relativiza tanto el valor como el apego. Porque desnuda a los objetos de su pretensión de ser “tesoros”, lo cual permite, a su vez, que nos liberemos del apego y pongamos nuestro “corazón” en lo realmente real.
¿Qué es lo que más valoro? ¿A qué estoy más apegado?
Comentarios desactivados en ¿La religión nace del miedo? El cristianismo de la confianza. No temáis.
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- El miedo.
El miedo es una sensación de angustia ante un peligro real o supuesto, presente o futuro.
Podemos sentir miedo ante una enfermedad, ante el sin-sentido, ante una situación familiar, política, ante un fracaso. Podemos sentir miedo ante la muerte. Dependiendo de la educación que hayamos recibido y cuál sea nuestra imagen de Dios y de la religión, podemos temer, sentir miedo a Dios
A veces el miedo deriva en angustia, que es más difusa, más inconcreta y más profunda. Se trata de un estado de ansiedad “generalizada”. Es un síntoma existencial que no depende de la riqueza o pobreza, de la salud o enfermedad. De hecho podemos sufrir angustia y depresión el rico y el pobre, el sano y el enfermo, el ignorante y el culto, el creyente y el ateo, el hombre y la mujer.
¿Habrá alguna persona que no haya sentido miedo o angustia en algún momento de su vida?
02.- No temas pequeño rebaño mío.
Hay una tesis (una corriente de pensamiento) que sostiene que la religión tiene su origen en el miedo. Tenemos miedo en la vida y por ello recurrimos a Dios, a los ritos, cuando no a las supersticiones, magia, etc…
Es posible que la religión tenga su origen en los miedos humanos. El cristianismo, no. El cristianismo es confianza y descanso en el Señor. ¡Cuántas veces nos dijo Jesús: no temáis, no tengáis miedo en las tempestades y galernas de la vida!
El miedo es lo contrario de la fe y de la confianza en las personas, en la vida y en Dios.
En estas cuestiones tienen mucho que decir y hacer la psicología, tal vez la medicina, pero también la bondad, la cercanía, la familiaridad empatía tienen mucho que decir y hacer. El miedo no es problema médico, al menos no es solamente una cuestión médica. El miedo y la angustia son problemas que encuentran un “buen tratamiento” en la confianza, la amistad y la fe.
La ciencia, la psiquiatría son muy valiosas en estas cuestiones, pero no es lo mismo vivir en paz que estar sedado. La serenidad y paz es algo más profundo: pase lo que pase, me pase lo que me pase sin Ti, Señor. Mi vida está bien en Dios: por ello no temo en la vida, ni en la muerte, y aunque peque, que peco, encuentro paz en el Señor… No temamos: el Señor está de nuestro lado, da sentido a la vida, nos acoge siempre con bondad y perdón; nos da vida.
La serenidad y calma de Cristo no provienen de que al final de la vida cuadren las cuentas morales en un supuesto juicio bancario allá en el juicio final, sino que la serenidad del creyente proviene de que estamos anclados, firmes en Dios: firmes en un Dios que no es un contable (un Dios que se limite a ser un mero contador de los pecados y de acciones buenas cuando el ser humano muere es un Dios superfluo, ese Dios no vale absolutamente para nada ni es el Dios de Jesucristo).El encuentro con Dios es siempre salvífico: en la vida y en la muerte
La palabra “fe” (confianza) aparece hoy más de siete veces en la primera lectura (Hebreos).
La paz y la calma interiores provienen de una profunda confianza –fe– en el Señor: es la experiencia del abandono en el Señor, la confianza radical en Dios. S Pablo dirá: “Sé de quién me he fiado“: desde esa profunda confianza en el Señor la vida transcurrirá en paz aún dentro de las crisis y dificultades.
Esto es lo que recoge bien la mística: nada te turbe, nada te espante, solo Dios basta. De otra manera lo dice el salmo 61: Solamente en Dios descansa mi vida… Y es lo que nos dice Cristo:no temáis, vivid serenos, en paz.
Yo espero
que venga lo nuevo y novedoso
con el mismo ímpetu, por lo menos,
con que viene lo que ya conocemos
y que alguna vez nos ha tocado
en lo más íntimo
dejándonos heridos e insatisfechos
y con el espíritu en vilo.
Y espero,
cada vez con más ahínco y fe,
que no surja de nuestros estériles proyectos,
ni de nuestros evasivos sueños,
ni de nuestros recuerdos,
ni de nuestro vientre yermo,
ni de nuestros defendidos derechos…,
sino de tus entrañas y gracia,
o de las nuestras cubiertas por tu Espíritu.
Yo espero que venga,
gratuitamente, sobre todos,
sin distinción de credos,
de razas y pueblos,
de culturas y sexo…
tu Espíritu y gracia de nuevo…
Comentarios desactivados en Sobre todo somos Adviento
Del blog de Pedro Miguel Lamet:
| Pedro Miguel Lamet
Tiene el Adviento un sabor a ir de camino, a viaje, a imaginar la llegada, como traqueteo del tren cuando vuelves a casa, o la ilusión de hacer la maleta para unas deseadas vacaciones.
Trae el Adviento el anhelo de las flores por el rocío, el entusiasmo del escalador por alcanzar la cima, el presentir el mar después de un recodo de la carretera, el ansia por descubrir la casita encendida después de mucho caminar por el bosque.
Me acerca el Adviento al sábado que sueña ser domingo, a las ganas de acabar el colegio, al abrazo soñado de la persona querida y a la sensación día a día de terminar un libro.
Pero sobre todo me acerca a la vida, mucho más que la Cuaresma o la Pascua, porque la vida es caminar y para caminar hace falta un sueño, una ciudad prometida, una ilusión, un puerto hacia donde enchir nuestras velas de esperanza.
Y ¿cómo no? El Adviento me transporta a María, la aldeana de Nazaret, esperando siempre: a Dios en la oración, a José que vuelva del trabajo, a terminar las tareas de la casa, y sobre todo al Niño que viene en la noche de nuestra cueva para hacerse también caminante como nosotros, que no somos otra cosa que Adviento
LA ESPERA DE MARÍA
Mira, concebirás y darás a luz un hijo,
a quien llamarás Jesús.
(Lc 1, 31)
Cuando contemplo el brillo de mi aldea bajo el sol que se ríe con la fuente, o el trigo que se mece blandamente y promete nacer mientras verdea;
cuando escucho a José que carpintea una cuna de olivo, oigo a la gente que me sabe feliz porque presiente una ola de luz con tu marea…,
cierro los ojos y palpo tu presencia en este santuario de mi seno oh, mi Niño, te siento en mi regazo,
y te escucho latir con la querencia de un vacío que nunca estuvo lleno, y un mundo desvalido sin tu abrazo.
¿Dónde estás mi amado, mi amor,
¿El elegido de mi corazón?
El tiempo no importa.
Todavía soy un hombre joven
Con un corazón que solo tiene lo mejor que puede ofrecer.
El tiempo no importa.
El cuerpo no sabe lo que la carne sabe,
Y la carne sabe mantener sus impulsos juveniles
Tanto como acumular años y sacar sabiduría de ellos.
Donde estas mi amado, mi amor
¿El elegido de mi corazón?
Yo también te veo seguir tu camino
Por los meandros de la vida
Y poco a poco llegarás a lo que será
Nuestro encuentro.
Qué importa el tiempo
que importante es la espera
¿Qué importancia tienen los errores, las heridas, las pistas falsas?
“Aristóteles define el miedo como un sufrimiento anticipado, por un mal que nos aguarda en el futuro. Lo contrario -la percepción del futuro como un bien- tiene que tener un nombre. Creo que es la confianza”. Con estas palabras del prólogo del libro de poemas de Juan Antonio González Iglesias, Confiado, deseo que sus versos nos alienten en estos días de incertidumbres en los que se concentra la espera de todo lo que en estos tiempos estamos viviendo.
Pongo mi corazón en el futuro.
Y espero, nada más.
De los dos monosílabos prefiero
el más claro, el sencillo, el que despliega
un lienzo en el que todo
podrá ser. El amor
dará firmeza a lo que digo. Estoy
con los que creen sin ver, con los que andan
sobre las aguas. Cuando el mundo entero
o mi mundo se hunden
tantas veces, entonces
algo relacionado con los pájaros
y los lirios me salva.
Entonces tengo todas las palabras.
Sueño palabras. Fluctuat nec mergitur.
Prefiero abril. No sé cómo decirlo.
En una calle estrecha de Venecia
he encontrado una casa con un lema
breve sobre el dintel, inscrito en piedra
hace siglos, legible todavía,
que franquea la entrada. Ancora spero.
Tenemos que elegir. Esa es mi puerta.
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