Preciosa y temblorosa voz la que intuyo cuando, en el silencio, dejo emerger el misterio.
La llamada del Dios de Jesús a su pueblo, a su comunidad, a cada hija e hijo es a ESCUCHAR. El maravilloso Shemá que repiten y veneran nuestros hermanos judíos, y que estuvo en labios de Jesús miles de veces a lo largo de su vida. En sus labios sí, como buen judío que era, pero sobre todo en su vida, como un hecho.
De Jesús hablamos más de su Palabra y de sus hechos, lo que “hizo y dijo”. Cuando hablamos del “hacer” nos fijamos, en sus curaciones, sus gestos elocuentes como partir el pan, multiplicarlo, repartirlo, lavar los pies de los discípulos, devolver vida y fuerza a personas aquejadas por enfermedades todas indicativas de “ausencias”: falta de energía en las piernas, en la vista, oído, corazón, sangre…visto así impresiona.
Y lo que dijo, los textos canónicos y apócrifos, estudiados, rezados, repetidos a diario en cientos de miles de liturgias, de corazones orantes, de estudiosos enamorados de la Palabra…
De Jesús hablamos muy poco de su escucha. Jesús es Shemá en su más pura esencia. Aunque parece que habló mucho, siempre cuestiona esa etapa tan larga, antes de su Bautismo, en la que parece que vivía una vida normal, cuya guía fue, creo poder decir, la fidelidad al Shemá.
Jesús escucha a su Abba, a la realidad social y religiosa y sigue escuchando. Y porque escucha se convierte en un buscador, y encuentra a Juan en el desierto y escucha. Después de un tiempo toma una decisión y se deja bautizar por Juan, e inmediatamente es guiado al desierto a escuchar.
El motor de los movimientos de Jesús es la escucha a los textos y al latido de la vida.
Como a Él es la escucha lo que nos posibilita la entrada en el misterio. La escucha es como un sacramento que nos unge para la trayectoria. Para nuestra Pascua, nuestro paso de pequeñas o grandes esclavitudes: maneras de pensar, opiniones anquilosadas a veces inamovibles sobre Dios, las personas, la moral…hacia la empatía, que es la meta. La empatía no es un lugar físico, es un estado del alma que ha descubierto la felicidad.
Esta no consiste en estar yo bien, sino en estar en comunión con todo, en descubrir que somos uno, que estamos conectados, que somos unos de otros, que posiblemente pase por nuestros pulmones oxígeno que pasó por el resto de la humanidad, que somos polvo de estrellas, luego pertenecemos al infinito, al cosmos y disfrutamos mirando las estrellas. Somos familia.
De nuevo la salida del sol de esta mañana no he podido sino sacar la foto, igual que del niño que vi ayer, o del color cambiable del mar que estos días puedo contemplar, de paso y enamorada de su belleza.
Escuchar a todo y a todos, es una melodía infinitamente bella y dolorosa a la vez porque la empatía, la escucha, nos conduce al centro mismo del dolor, que como un imán atrae al corazón compasivo.
Si escucho oigo el grito del planeta que como hermana violada me muestra su herida, me susurra su trauma. No es el plástico, no, es el corazón plastificado de algunos que siguen violando, uno tras otro, hasta el agotamiento, a nuestra hermana, a nuestra madre tierra, de la que todos dependemos.
Si escucho, oigo el dolor infinito de nostalgia y ausencia en refugiados, en pateras y más pateras que como ataúdes en potencia cruzan nuestros mares. Y ahora, con el buen tiempo…como una procesión sin cofradías y sin joyas que la embellezcan, ahí están, de nuevo, desesperados por vivir.
¿Imaginas a tu hija o hermana o nieta embarazada cruzando sin rumbo seguro, en una pequeña embarcación, días y más días en altamar, después de haber vendido todo para llegar a un lugar donde su hija o hijo nazca y tenga derecho a lo mínimo para seguir siendo humano?
¿Te la imaginas siendo violada y maltratada por los mismos que le han cobrado todo lo que la familia tenía para costearse el viaje? Y si consigue llegar, formará parte de una población no deseada, que la mayoría todavía considera aprovechada… o será deportada, arruinada, violada y olvidada.
Escuchar es peligroso. Y es liberador. Escuchar es conectar con el latido de todo y sentir que hay que ser personas de pascua. De paso hacia, personas capaces de soltar para acoger, para abrazar y acompañar.
La vida no es un misterio para aquellos que eligen caminos seguros. Mi vida comienza a sentir el misterio cuando escucha-empatiza con la realidad y de su mano me dejo introducir en el otro nivel; el del Shemá, el de la escucha del latido de todo.
Estamos en pleno tiempo Pascual, los creyentes sabemos que ahora la comunidad cristiana católica, no todas las cristianas lo celebran así, estamos esperando Pentecostés.
Os animo a que nos hagamos mujeres y hombres de Shemá, de escucha. Dejar que se nos contagie el largo tiempo que Jesús dedicó a escuchar. Dejar que este aspecto de nuestra esencia cristiana configure más y más nuestra realidad.
Tenemos un largo recorrido por delante. Pero las cosas de Dios tienen otro ritmo al lógico. A veces irrumpen, como un viento impetuoso. A veces el susurro se prolonga tanto que parece deja de existir.
Hace unas semanas tuve que cambiar de móvil porque no conectaba si no tenía el registro que requería la geografía. Lección aprendida. Si quiero estar bajo cobertura, incluido el roaming, tengo que adaptarme. Empatizar es escuchar, no es oír de lejos, es conectar mínimo 4G. Es decir, poner de mi parte tiempo y energía para no tener una conexión intermitente y de poca calidad. Tal vez hay que conectar el wifi. Pedir ayuda, salir del articulito semanal… y abrirnos al Espíritu, en directo. Ella sí empatiza.
Magda Bennásar Oliver
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