La publicación de hoy es d Sr. Donna McGartland, colaboradora de Bondings 2.0. Donna es una de las autoras de Love Tenderly: Sacred Stories of Lesbian and Queer Religious(Ama con ternura: Historias sagradas de religiosas lesbianas y queer ) publicado por New Ways Ministry..
Las lecturas litúrgicas de hoy para el trigésimo segundo domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Recientemente leí una transcripción de una charla dada por el obispo John Stowe, OFM, Conv., de Lexington, Kentucky, en la que cita al Papa Francisco: “El mandamiento ‘No matarás’ debería modificarse hoy por ‘No excluirás’, porque la exclusión equivale a la muerte”. Aunque esta cita está tomada de su contexto original, me habla muy profundamente como miembro de la iglesia, mujer y lesbiana.
Mientras escribo esto a finales de octubre, el Sínodo sobre la Sinodalidad acaba de finalizar y el informe ha sido publicado. No hay ninguna mención directa en el documento a las personas LGBTQ+ ni mucho a la expansión del papel de las mujeres en la iglesia. A pesar de esto, sigo firme en mi esperanza y creencia de que se ha abierto una ventana que nunca podrá cerrarse. El informe refleja una creciente conciencia y un desafío para todos nosotros a aceptar el llamado del Papa Francisco a que todos tengan un lugar en la mesa y que nadie sea excluido. “¡¡Todos, todos, TODOS!!”
Muchas veces, los mismos que excluyen a otros de participar en la comunión plena son aquellos que se consideran separados del todo. En el evangelio de hoy, los fariseos acusan a Jesús de “recibir a los pecadores y comer con ellos”, creyéndose mejores que los demás. En respuesta a su acusación, Jesús contó la parábola del hijo pródigo. Lo que sigue es una versión rápida y abreviada.
El menor de dos hijos pide la herencia a su padre, y luego se va de casa y lo gasta todo. Desesperado, acepta un trabajo cuidando cerdos. Finalmente recupera el sentido y decide regresar a casa.
Su padre ha estado esperando su regreso y, cuando lo ve a lo lejos, ¡corre hacia él y lo abraza! Convoca un banquete para celebrar su regreso.
Cuando el hijo mayor escucha la celebración por su hermano, se indigna y no quiere ir a la fiesta. Su padre lo encuentra y le ruega que cambie de opinión y comparta el banquete.
De los tres personajes principales de la historia (el padre, el hijo mayor y el hijo menor), ¿cuál creemos que refleja mejor mi experiencia?
¿Soy el hijo menor? ¿Alguna vez he tenido la experiencia de darme cuenta de repente de que no tengo que estar solo, que el aislamiento no trae felicidad o que he lastimado a quienes más me aman? Quizás estoy dispuesto a aceptar la invitación de volver a ‘casa‘, dondequiera que esté para mí.
¿Soy el mayor y me aislo por la autocompasión y la justa indignación? ¿Me estoy negando a aceptar a otros que considero indignos, incapaces de dejar de lado mi ira y mi dolor?
Marc Chagall, “El regreso del hijo pródigo”
O tal vez soy el padre, dispuesto a compartir mi riqueza sin controlar el resultado, dispuesto a perdonar y buscar la reconciliación sin juzgar. ¿Puedo invitar a todos (¡a todos, a todos, a todos!) a unirse a la Fiesta?
En verdad, me veo en estas tres personas. Creo que el llamado del Sínodo es que nosotros y la iglesia reconozcamos esto también. Necesitamos nombrar las ocasiones en que nosotros y la iglesia excluimos a otros de la Fiesta del amor de Dios. Necesitamos desafiar a la iglesia a aceptar a todas las personas independientemente de su orientación sexual o identidad de género. Más que nada, necesitamos seguir sintiendo los impulsos del Espíritu que nos llama a “dar la bienvenida a los pecadores y comer con ellos”.
¡Que nosotros, durante este mes de Acción de Gracias, nos regocijemos y celebremos el llamado a perdonar, abrazar y dar la bienvenida a todos en la Mesa del amor de Dios!
-Sister Donna McGartland (ella/ella), 10 de noviembre de 2024
La reflexión de hoy es del Arzobispo John C. Wester, quien fue designado para dirigir la Arquidiócesis de Santa Fe por el Papa Francisco en 2015.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el trigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Hace unos años, fui a hacerme una prueba de audición. La audióloga, sentada al otro lado de la cabina insonorizada, se tapó la boca con un trozo de papel y pronunció la palabra “lohs” en mis auriculares. Repetí la palabra según las instrucciones y luego le dije que no existía la palabra “lohs“. Ella respondió: No dije “lohs“, dije “pan“. ¡Ahora tengo audífonos! Y también aprecio más que nunca el don de oír. El Evangelio de hoy, acompañado de la primera lectura del Deuteronomio, nos recuerda aún más lo importante que es escuchar, especialmente en un nivel más profundo.
En la lectura del Evangelio de hoy según Marcos, escuchamos a Jesús responder al escriba que le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” Jesús responde citando Deuteronomio 6 (primera lectura de hoy) y Levítico 19, combinando el amor a Dios y el amor al prójimo. Note que Jesús y Deuteronomio introducen estos dos mandamientos con la gran revelación de que Dios es Uno: “¡El Señor nuestro Dios es Señor solo!” Esta gran verdad ha galvanizado la fe del pueblo judío y la de los cristianos durante siglos. El versículo completo de Deuteronomio, y la oración que se basaría en él, se conoce como la oración Shemá porque la palabra que introduce toda la perícopa, “shemá“, significa “escuchar” u “oír“: Oye, oh Israel. Escucha, presta atención. Por lo tanto, la respuesta de Jesús al escriba es primero escuchar lo que Dios ha estado diciendo a lo largo de los pasillos del tiempo: escucha a Dios, escucha a quien te habla, el Mesías.
El difunto padre Joseph Donders, misionero en Kenia, dijo que la respuesta de Jesús al escriba está contenida en la palabra “escucha”: “Esa palabra indicaba todo el resto que siguió. Esa palabra resumió el amor de Dios y el amor por los demás y el amor por uno mismo”. El padre Donders estaba convencido de que la escucha está en el centro del amor. El Papa Francisco se hizo eco de este sentimiento en la clausura del sínodo en Roma cuando dijo que “seguir a Dios en el camino sinodal implica cultivar la capacidad de escuchar al Señor pasar y la confianza para seguir sus pasos”.
El Verbo hecho carne habla a nuestro corazón y nos llama a seguirlo amando a su Padre, Abba, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Nos enamoramos de Dios y de los demás al escucharnos primero y luego tener la seguridad de que el otro nos está escuchando. Este tipo de escucha exige presencia, exige tiempo, exige sacrificio y exige amor.
Escuchar a Dios y al prójimo en este contexto es amar “con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas”. El difunto Reginald Fuller, el maravilloso erudito episcopal de las Escrituras, señala que en el pensamiento hebraico, el corazón, el alma, la mente y la fuerza no son facultades humanas separadas, sino que representan a la persona humana en su totalidad. No sólo amamos con toda nuestra persona sino que el objeto de nuestro amor es también toda la persona. En otras palabras, a través del Shemá, Jesús nos llama a escuchar y amar a la persona en su totalidad, no sólo las partes que nos gustan o con las que estamos de acuerdo. Cualquier cosa menos no es digna de un seguidor de Cristo. Estamos llamados a amar al Dios que está en toda la gloria y maravilla de Dios, no al dios que nosotros mismos hemos creado. Estamos llamados a amar la totalidad de nuestro prójimo, escuchando atentamente todo lo que hace de esa persona un ser humano único e irrepetible, incluidos aquellos atributos que tal vez no disfrutemos.
En el evangelio del domingo pasado, en el que Jesús le devolvió la vista a Bartimeo, los que seguían a Jesús sólo vieron una parte de Bartimeo, diciéndole a Nuestro Señor que no merecía el tiempo de Jesús, que era sólo un mendigo, que estaba sufriendo por sus pecados o los de sus padres. Pero Jesús vio a la persona entera, escuchó su sincera súplica por la vista y vio en él a un ser humano precioso que anhelaba la luz. Cuando Bartimeo fue “escuchado” por Jesús, encontró nueva vida y dejó su manto en el camino para convertirse en discípulo del Señor en el camino.
Amar a Dios y a nuestro prójimo con todo nuestro ser significa que no ponemos a Dios ni a nuestro prójimo en categorías de nuestra propia elección. Significa que tengo la humildad de permitir que el otro sea quien esa persona es, un Hijo de Dios, precioso a los ojos de Dios y a los míos. El Padre James Martin, SJ, al reflexionar sobre el Sínodo para una Iglesia sinodal, toca este punto cuando dijo: “…pero pedimos a la iglesia que escuche a aquellos que ‘experimentan el dolor de sentirse excluidos o juzgados, debido a su situación conyugal’. situación, identidad o sexualidad’”. Escuchar honestamente exige que nos abramos a horizontes que eclipsan nuestra visión limitada de las cosas.
Escuchar y amar de una manera holística permanece infundado a menos que tomemos en serio el llamado único de Cristo a unirnos a nuestro amor por Dios y el prójimo. Ciertamente no fue el primero en enfatizar los dos mandamientos de amar a Dios y amar al prójimo, pero fue el primero en hacerlos absolutamente dependientes el uno del otro. Una vez más, Reginald Fuller lo expresa bien:
“El amor a Dios es ilusorio si no nace del amor al prójimo, y el amor al prójimo es amor propio refinado si no procede del amor de Dios”.
En el pensamiento judío, oír y hacer son la misma cosa. Los dos mandamientos del amor sobre los que estamos reflexionando aquí comienzan con “Escucha, oh Israel“. Pero también podrían haber sido introducidos por: “¡Actúa, oh Israel! ¡Escuche y luego obedezca lo que Dios le está diciendo! ¡Pon en acción tu amor a Dios como amas a tu prójimo!”. En el evangelio de Marcos, el milagro de Bartimeo precede al evangelio de hoy, pero en Lucas, a los dos mandamientos del amor de hoy le sigue la parábola del buen samaritano. En esa parábola, Jesús nos da un ejemplo espléndido y conmovedor de amor en acción. El Buen Samaritano escuchó los gritos del hombre dado por muerto y dijo algo al respecto. Puso su amor en acción e hizo grandes gastos y grandes inconvenientes para vivir el mandato del amor.
¿Qué acciones estamos dispuestos a realizar para poner nuestro amor en práctica, en una realidad concreta? Podemos escuchar más atentamente a quienes son perseguidos y marginados debido a nuestros prejuicios y parcialidades. ¿Hay personas en la comunidad LGBTQ a quienes me he tomado el tiempo de escuchar de manera significativa, escuchando sus historias y conociéndolas mejor? ¿O voy a lo seguro y simplemente los descarto como inadaptados, como el P. Martin, en su libro Building a Bridge, ha observado que hacen algunas personas? El Evangelio de hoy nos llama a escucharnos unos a otros de manera significativa para que podamos derribar los muros que nos dividen, muros que nos mantienen a todos en una especie de prisión.
Por ejemplo, admito que hay muchas cosas que no entiendo sobre las personas transgénero. Pero tengo una perspectiva muy diferente al respecto, ya que he asistido a varias conferencias en las que teólogos, médicos, personas transgénero y obispos se han reunido para compartir historias, ideas y sabiduría. Estas experiencias y sesiones de escucha no resuelven todos los problemas, pero sí nos acercan a todos como una comunidad de creyentes cuyo amor a Dios se materializa al conocernos mejor unos a otros.
Este tipo de escucha es lo que significa amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas nuestras fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo. Los muros que nos separan son derribados y nuestro amor concreto por Dios y por los demás se convierte en el fundamento firme de una comunidad de creyentes.
Al final del Sínodo en Roma el mes pasado, el Papa Francisco repitió la frase que se ha convertido en un estribillo desde que la pronunció por primera vez en la Jornada Mundial de la Juventud en Portugal en 2023: “¡Todos, todos, todos! Nadie excluido, todos”. Esta es la visión de Cristo en el Evangelio de hoy: todos están reunidos mientras nuestro amor por Dios se derrama en los corazones de todos los creyentes que se aman unos a otros como Cristo nos amó primero.
El Papa también mencionó que la iglesia es “signo e instrumento de cómo Dios ya ha puesto la mesa y está esperando. Su gracia, a través del Espíritu, susurra palabras de amor en el corazón de cada persona. Nos es dado amplificar la voz de este susurro, sin obstaculizarlo; abrir puertas, sin levantar muros”. Esta amplificación sólo puede ocurrir si escuchamos a Dios y al prójimo con amor.
Supongo que se podría decir que el Evangelio de hoy es una especie de prueba de audición. ¡Oh Señor, danos oídos para oír!
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Sabina Marroquín
La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Sabina Marroquin (ella/ella), ministra universitaria de la Universidad de Dayton, donde para ella es una gran alegría servir a las comunidades LGBTQ+ en el campus. Después de graduarse de la Universidad Estatal de Midwestern, completó un año de servicio con las Hermanas de San Francisco de Filadelfia y ha trabajado para la iglesia de alguna manera desde entonces. Cuando no está en el trabajo, puede encontrarla pasando tiempo con su Comunidad Laica Marianista, entrenando baloncesto juvenil o disfrutando de una buena taza de café y un audiolibro.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo noveno domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Practicar la contemplación ignaciana, u oración imaginativa, es una de mis formas favoritas de orar con los Evangelios. A menudo me resulta fácil situarme en una escena en la que los discípulos están siendo extremadamente humanos y demasiado identificables. Despertar a Jesús durante una tormenta, preguntarme cómo podrían encontrar suficiente pan para alimentar a una multitud, Pedro sin comprender del todo las enseñanzas de Jesús pero tratando de vivirlas con gran entusiasmo: me imagino pensando o haciendo muchas de estas mismas cosas.
La lectura del Evangelio de hoy, sin embargo, me resulta un poco más difícil. Cuando los apóstoles Santiago y Juan le dicen a Jesús que quieren que haga todo lo que le piden, me sorprende su audacia. Respondiendo a su petición de lugares de honor, Jesús les pregunta si pueden beber la copa de la que él bebe. Jesús les está dando la oportunidad de reconsiderar. En cambio, Santiago y Juan se doblegan, diciendo que pueden beber de la copa. En este punto, sólo puedo imaginarme en esta escena como un discípulo recogiendo mi mandíbula del suelo. Ciertamente he pedido cosas y expresado mi propio compromiso con Dios en mis oraciones, entonces, ¿por qué la petición de Santiago y Juan me resulta tan extraña?
Para una persona LGBTQ+, la idea de pedir un lugar de honor puede parecer imposible cuando no está segura de si está siquiera invitada al banquete celestial. O, si saben que están invitados, pueden sentir que tienen que justificar por qué deberían ser bienvenidos a su llegada.
Como alguien que no siempre me considera digna de ocupar lugares distinguidos, la petición de los Apóstoles es irreconocible. Si bien un sentimiento de indignidad puede tener sus raíces en la humildad y la reverencia a Dios, la indignidad que siento al leer este pasaje no tiene sus raíces en una oración humilde como Mateo 8:8 (“Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará y mi siervo quedará sano“), sino desde mi experiencia de ser juzgada y excluida. Es difícil pedir un lugar de honor cuando la mayoría de las veces sólo quiero que me valoren lo suficiente como para que me inviten a la mesa, incluso si tengo que acercar mi propia silla. Reconocernos a nosotros mismos y a los demás como amados por Dios y que tenemos un lugar en la Iglesia es una verdad simple pero profunda que la petición de Santiago y Juan puede resaltar.
Desafortunadamente, esta verdad puede verse empañada por las dolorosas experiencias de injusticia, discriminación y juicio. A pesar de saber que las personas LGBTQ+ podrían enfrentar estos desafíos en las comunidades religiosas, seguimos apareciendo. De manera similar, Santiago y Juan sabían que seguir a Jesús tendría un costo y aun así dijeron que sí a beber la misma copa que él. ¡Estoy asombrada por su rápida respuesta porque me tomó casi una década de oración y muchas lágrimas responder a esa pregunta en mi propia vida!
Las personas queer de fe saben muy bien que reconocer y compartir diferentes partes de sí mismos tiene un costo. Sin embargo, hay algo increíblemente poderoso en traer la plenitud de quién eres a Dios y llegar a creer que Dios te ama tal como eres que hace que todo valga la pena.
Como católica LGBTQ+, si esa afirmación fuera el primer mensaje que escuché sobre la fe y la sexualidad, probablemente todavía habría llorado, pero me habría ahorrado años de tratar de arreglar algo que pensaba que estaba mal en mí y de preguntarme si Dios realmente me amaba. Yo cuando nada cambió.
No importa cuál sea tu historia, todos beberemos de lo que Henri Nouwen llamó la copa de la alegría y la copa de la tristeza a lo largo de nuestras vidas. No hay manera de beber de uno y evitar el otro porque la copa de Cristo contiene ambos. Para mí, tener compañeros en el viaje ha hecho que mi taza sepa menos a café instantáneo y más a un café con leche de mi cafetería favorita.
Cuando somos invitados a la vida de alguien, es una oportunidad sagrada para servirle escuchando profundamente y recibiendo sus alegrías y tristezas con el amor de Dios. Este llamado al servicio a través del encuentro es alto y claro en el Evangelio de hoy, pero también en la invitación del Papa Francisco a una cultura del encuentro y en el Sínodo sobre la sinodalidad.
Santiago y Juan piden gloria y Jesús responde con un camino hacia la grandeza que se parece mucho a la sinodalidad. Que cada uno de nosotros escuche profundamente a quienes encontramos en nuestra vida cotidiana y seamos inspirados por el Espíritu Santo para responder con acciones amorosas.
—Sabina Marroquín (ella/ella), 20 de octubre de 2024
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La reflexión de hoy es de Ariell Watson Simon, colaboradora de Bondings 2.0..
Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo octavo domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Recuerdo vívidamente los cálculos mentales que precedieron a mi declaración pública. ¿Qué amigos perdería? ¿Qué miembros de mi familia? ¿Qué carreras profesionales me serían vedadas? ¿Qué significaría esto para mi capacidad de mantenerme trabajando en el ministerio? Durante ese tiempo de ansiedad, calculé el costo de lo que significaría salir del armario y, poco a poco, hice las paces con lo que estaba arriesgando. Aunque esperaba y rezaba para que mi comunidad me aceptara y me apoyara, tenía que prepararme para la pérdida. Estaba cambiando mi seguridad social y profesional por la promesa de una vida integrada compartida con mi pareja.
En la lectura del Evangelio de hoy, Jesús se encuentra con una persona que expresa un deseo sincero de realización espiritual. El texto nos dice que esta persona tiene mucho a su favor en términos de riquezas mundanas. Me imagino que entró en la conversación con Jesús esperando un “buen trabajo” por su excelente historial religioso y moral.
Pero a pesar del currículum religioso del hombre, Jesús le dice: “Te falta una cosa”. Curiosamente, Jesús no dice directamente qué es esa “única cosa”. En cambio, Jesús parece dar instrucciones sobre cómo obtenerla: “Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme”. Sea lo que sea esa “única cosa”, es algo que sólo se puede obtener intercambiando lo que uno tiene y reinvirtiéndolo en el reino de Dios.
Este tema de intercambiar bienes mundanos por bienes eternos hace eco de la primera lectura del libro de la Sabiduría, que proclama un deseo de sabiduría, incluso a costa de lujos y poder. En conjunto, estas lecturas sugieren que la única manera de obtener la plenitud espiritual es dejar ir todo lo demás.
En mi trabajo como capellán, a menudo uso la imagen de cada bendición mundana como un objeto, sostenido en la palma de la mano. Si cierro los dedos, apretándolos con fuerza, mi mano ya no está abierta para recibir nada más. Dios está esperando ofrecer el don mayor de la vida eterna y abundante, pero no tengo espacio para agarrar mientras tengo el puño cerrado. Imagino que por eso la Escritura dice del hombre rico que “Jesús, mirándolo, lo amó”. Jesús deseaba bendecir amorosamente a esta persona, pero sabía que no tenía espacio para aceptar la bendición de la vida eterna, porque su corazón se aferraba demasiado a las cosas buenas de este mundo.
El proceso de salir del armario me mostró a qué cosas me aferraba con más fuerza y, poco a poco, me enseñó a soltarlas. De hecho, la única forma de hacer espacio para la abundante gracia de Dios es abrir los dedos y sostener las cosas de este mundo (mis relaciones, mi cuenta bancaria, mi trabajo y mi reputación) con una mano abierta.
Por supuesto, salir del armario nunca termina realmente. Ya sea que me esté delatando a la cajera del supermercado o a un nuevo supervisor en el trabajo, siempre llevo en el fondo de mi mente la misma pregunta: ¿Qué podría perder? Trabajamos y oramos por un mundo en el que salir del armario como LGBTQ+ no implique una sensación de riesgo personal. Sin embargo, en el mundo en el que vivo hoy, cada vez que salgo del armario, se corre algún riesgo en cuanto a reputación, conexiones o incluso seguridad. Con cada vez que salgo del armario, aflojo mi control sobre estas cosas y, a su vez, encuentro una mayor libertad espiritual.
Al mirar atrás a esos cálculos mentales asociados con mi primera salida del armario, puedo ver que muchas de las relaciones y objetivos que estaba dispuesta a arriesgar no se pusieron en peligro en última instancia. Los sostuve con una mano abierta y allí permanecieron. Siento que Dios me los devolvió y que tengo una perspectiva más saludable sobre ellos por estar dispuesta a dejarlos ir.
Otros “bienes” que arriesgué al salir del armario, de hecho, me los arrebataron. Como muchos de mis hermanos LGBTQ+, he perdido amigos, conexiones familiares, oportunidades laborales (¡y más que un poco de sueño!) por la homofobia. Sin embargo, cuando pienso en esas pérdidas, encuentro las palabras de Cristo resonando en mi mente:
“En verdad les digo que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o tierras por mi causa y por el evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones, y la vida eterna en el siglo venidero” (Marcos 10).
Experimento los primeros frutos de esta promesa cuando miro a mi alrededor y veo mi vida actual, llena de familia y familia elegida, trabajo significativo y ministerio gratificante. En esos cálculos iniciales que hice antes de salir del armario, no preví estas bendiciones inesperadas.
También sigo aprendiendo a regalar otros bienes con mayor libertad por el bien de los demás. Por ejemplo, salir del armario me ha enseñado a ser más libre al arriesgar mi reputación por el bien de una buena causa. Así como Jesús invitó al hombre rico a compartir su riqueza con aquellos que eran materialmente pobres, mi fe me llama a aprovechar mi privilegio como persona blanca y cisgénero para amplificar las voces de los miembros más marginados de nuestra comunidad.
Tal vez esa “única cosa” que le faltaba al hombre rico era la libertad: la libertad que surge al saber qué es lo más valioso en la vida y estar dispuesto a alejarse de todo lo demás. La libertad es el regalo inesperado que el hecho de salir del armario le ha dado a mi vida espiritual. Rezo para que cada uno de nosotros siga viviendo en el riesgo de la autenticidad y crezca en libertad con cada salida del armario. Que podamos confiar en las bendiciones de Dios que caen en manos abiertas.
—Ariell Watson Simon (ella), New Ways Ministry, 13 de octubre de 2024
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La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Lily (ellos/él/ella), estudiante de doctorado en una gran universidad pública del Medio Oeste, donde investigan instituciones internacionales y estudios queer. Tienen experiencia en organización interreligiosa y educación en justicia social, y les apasiona facilitar el diálogo sobre cómo los jóvenes de fe pueden participar en movimientos por la paz y la justicia social.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Recientemente, tuve la oportunidad de leer el libro de Amy Kenny My Body Is Not A Prayer Request: Disability Justice In The Church, y me sorprendió la afirmación de Kenny de que la Iglesia se está perdiendo el testimonio profético y la bendición de (las personas discapacitadas y por tanto) discapacidad. Entre una serie de otros puntos bellamente aclarados, Kenny establece una distinción importante que creo que los católicos de todo el mundo deben tener en cuenta al enfrentar la liturgia de hoy; la diferencia entre curar y sanar.
Como explica Kenny, la curación es un proceso rápido, individual y físico con el único propósito de eliminar la enfermedad o la discapacidad. Es lo que nosotros, en la sociedad occidental, buscamos a menudo cuando visitamos el consultorio de un médico, con la esperanza de encontrar una manera de solucionar cualquier síntoma que estemos experimentando. La curación, por otro lado, es un proceso mucho más rico, profundo, lento, complicado y complejo de restaurar el bienestar comunitario. Implica restaurar la interdependencia, el bienestar espiritual y las relaciones interpersonales y, a menudo, puede tener lugar incluso sin la eliminación de la enfermedad o la discapacidad.
Como católica queer que también vive con enfermedades crónicas, estoy bastante familiarizada tanto con la búsqueda de la curación como con la búsqueda de una cura. Hoy espero compartir con ustedes cómo veo que mi fe encaja en ambas actividades, con la esperanza de que puedan sacar de mi reflexión al menos una idea que complica su comprensión de la relación entre las personas discapacitadas y con enfermedades crónicas. tener con la Iglesia.
No todas las personas con enfermedades crónicas buscan una cura, pero resulta que yo sí. Con frecuencia estoy saltando de un consultorio médico a otro, con la esperanza de encontrar el medicamento/suplemento/régimen de terapia que me quite el dolor y la fatiga con los que he vivido durante casi tres años. Muy a menudo, sentado en una sala de espera, me encuentro rezando por una cura, rezando para que este nuevo médico sea quien tenga la clave para que yo pueda vivir la vida de una persona de 23 años “sana”. viejo (lo que sea que eso signifique); que mañana podré despertarme sin cansancio ni dolor.
Sin embargo, en ese momento de oración, con frecuencia elijo ignorar un par de hechos inconvenientes: incluso si encontrara una cura y me despertara sano y salvo mañana, seguiría cargando conmigo el dolor de todo el tiempo que aparentemente perdí mientras estar enfermo, la ira por no haber encontrado la cura más rápido, el peso de todas las relaciones y oportunidades que se me escaparon por todas esas veces que no podía levantarme de la cama o no podía subir un tramo de escaleras. y mucho más. Ni siquiera los mejores médicos pueden hacer que desaparezcan.
Si bien, por un lado, desearía nunca haber desarrollado esta enfermedad crónica, también soy muy consciente de cómo me ha unido a algunos increíbles activistas por la justicia de las personas con discapacidad y me ha mostrado cómo ser solidario con algunos de los ahora marginado del pueblo de Dios, dejó claro cómo mi liberación está entrelazada con la de muchos otros grupos, y me expuso la forma en que la Iglesia no es capaz de cuidar de un montón de comunidades. Entonces (aunque a veces a regañadientes) acepto que este dolor aparentemente sin sentido es de alguna manera parte del plan de Dios para mi vida.
En ausencia de una cura para mi sufrimiento (o incluso si existe), ¿cómo puede ser entonces la curación, especialmente en el contexto de la Iglesia? La respuesta a esta pregunta es notablemente similar a la respuesta a otra pregunta a la que me enfrento con bastante frecuencia: en ausencia de mi capacidad para casarme con mi pareja en la Iglesia Católica, ¿cómo puede verse una afirmación de mi personalidad plena por parte de la Iglesia? ¿como?
Mientras todavía estoy pensando en mi respuesta completa a esta segunda pregunta, inmediatamente me vienen a la mente algunas sugerencias. La Iglesia puede brindar atención pastoral que sea sensible a las necesidades y experiencias de los católicos queer, centrándose en la comprensión, la compasión y el acompañamiento, reconociendo las luchas que enfrentamos. Puede afirmar públicamente la dignidad inherente de los católicos queer al hablar contra la discriminación, la violencia y el trato injusto basado en la orientación sexual o la identidad de género. Puede condenar oficialmente prácticas como la terapia de conversión, cuyo objetivo es cambiar la orientación sexual o la identidad de género de un individuo, reconociendo el daño que tales prácticas causan. Puede reevaluar su lenguaje respecto a cuestiones LGBTQ+, evitando términos o frases duras o excluyentes.
En la misma línea, la Iglesia puede apoyar la curación de personas discapacitadas y con enfermedades crónicas, para aquellos que desean y aún no han encontrado la curación, adoptando enfoques holísticos y comunitarios que enfaticen el bienestar espiritual, las prácticas inclusivas y las redes de apoyo. El trabajo debe comenzar primero abordando el capacitismo dentro de la iglesia, deshaciéndonos de cualquier complejo de salvador y promoviendo la accesibilidad no solo dentro de las liturgias sino también en toda la programación. La iglesia también debe hacer el trabajo de abogar por la justicia social y la accesibilidad para abordar los problemas sistémicos que enfrentan las personas discapacitadas o con enfermedades crónicas, reconociendo que las experiencias individuales de discapacidad están determinadas por otros aspectos de su identidad, como la raza, el género y la orientación sexual. y estatus socioeconómico. Lo más importante es que, mientras participa en este trabajo, la Iglesia debe seguir comprometida a priorizar las necesidades y deseos de las personas discapacitadas o con enfermedades crónicas, y comprometerse a rendir cuentas ante aquellos más afectados por los males del capacitismo.
Mientras tanto, a veces me encontrarás orando por una cura, pero casi siempre orando por sanación.
Comentarios desactivados en Hoy se cumple esta Escritura
Claridad
Decir el pan, la lucha, el gozo, el llanto,
el monótono sol, la noche ciega.
Verter la vida en libación de canto,
vino en la paz y sangre en la refriega.
Desnuda al viento mi palabra os llega.
Sobre la plaza de la fiesta canto.
Pido que todos entren en la siega.
Vengo a espantar las fieras del espanto.
Mediterráneamente luminosa
escancio en mi palabra cada cosa,
vaso de luz y agua de verdad.
Si el Verbo se hace carne verdadera,
no creo en la palabra que adultera.
Yo hago profesión de claridad.
*
Pedro Casaldáliga El Tiempo y la Espera, Sal Terrae, 1986
***
En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga:
– “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.“
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Y decían:
– “¿No es éste el hijo de José?”
Y Jesús les dijo:
– “Sin duda me recitaréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.” Y añadió: “Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, mas que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, mas que Naamán, el sirio.”
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
*
Lucas 4, 21-30
Me parece urgente volver a tomar conciencia de la naturaleza profética de la Iglesia. Fue en Pentecostés cuando nació como pueblo profetice Pero esta vocación significa prestar una atención constante a la venida del Reino de Dios en la historia. Testimonio, palabra y sabiduría son las tres manifestaciones de la cualidad profética de la Iglesia. Ahora bien, en la raíz del testimonio de vida y de la palabra explícita está el «sentido de la fe». Hablar de «sentido de la fe» significa reconocer que cada cristiano, al esforzarse por ser fiel a Cristo y a la inspiración de su Espíritu, recibe una iluminación que le permite discernir lo que debe o no debe hacer. Puede encontrar, en una situación concreta, lo que requiere la fe. Con todo, debe verificar, evidentemente, con los otros eso que intuye.
El profetismo no es una predicción del futuro, sino una lectura honda del presente. A partir de esta lectura, podemos detectar qué palabra y qué acción son urgentes. En una Iglesia que ya no se encuentra en una posición de fuerza en la sociedad, el cristiano vuelve a disponer de la posibilidad de lanzar una propuesta más libre y un testimonio más convincente: dice lo que tiene que decir, expresa lo que considera que está obligado a expresar. Ser profeta hoy podría significar disponer de la libertad de ser una instancia crítica, considerando con desprendimiento las seducciones actuales: individualismo, comodidad, seguridad… La conciencia escatológica que habita en la vocación cristiana debe infundir el valor necesario para ir contracorriente en algunas cuestiones, como la familia y la esfera conyugal.
La respuesta cristiana echa sus raíces en una elevada concepción del ser humano y en la convicción de que no estamos atados a la repetición de lo que siempre es igual: de que es posible la novedad. El cristianismo debe manifestar hoy su capacidad de humanización del hombre, que es la vía de la verdadera divinización.
*
B. Chenu,
«La chiesa popólo di profeti», en Parola spiríto e vita 41 [2000],
238-239.246, passim.
Comentarios desactivados en El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido… Para dar libertad a los oprimidos
Una llamada a la entrega, al compromiso de seguirle sólo a Él:
*
Preguntas para subir y bajar el monte Carmelo
(A Gustavo Gutiérrez,
maestro espiritual
en los altiplanos de la Liberación,
por su itinerario latinoamericano
“Beber en su propio pozo”).
«Por aquí ya no hay camino».
¿Hasta dónde no lo habrá?
Si no tenemos su vino
¿la chicha no servirá?
¿Llegarán a ver el día
cuantos con nosotros van?
¿Cómo haremos compañía
si no tenemos ni pan?
¿Por dónde iréis hasta el cielo
si por la tierra no vais?
¿Para quién vais al Carmelo,
si subís y no bajáis?
¿Sanarán viejas heridas
las alcuzas de la ley?
¿Son banderas o son vidas
las batallas de este Rey?
¿Es la curia o es la calle
donde grana la misión?
Si dejáis que el Viento calle
¿qué oiréis en la oración?
Si no oís la voz del Viento
¿qué palabra llevaréis?
¿Que daréis por sacramento
si no os dais en lo que deis?
Si cedéis ante el Imperio
la Esperanza y la Verdad
¿quién proclamará el misterio
de la entera Libertad?
Si el Señor es Pan y Vino
y el Camino por do andáis,
si al andar se hace camino
¿qué caminos esperáis?
(Desde la Amazonia brasileña,
en tiempos de probación
y de invencible esperanza criolla).
*
Pedro Casaldáliga El Tiempo y la espera. Sal terrae, 1986
***
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendio por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
– “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista.
Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.”
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
– “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir.”
*
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
***
El anuncio del Mesías va dirigido antes que nada a los afligidos. En primer lugar, dispone a los humildes por estar humillados; después, a los abatidos, a los que tienen roto el corazón por las penas; a continuación, se dirige a las cárceles para gritar a los prisioneros la libertad, para abrir los cepos de los atados. El Mesías no distingue entre culpables e inocentes, sino que proclama en su tiempo una amnistía general, que afecta, naturalmente, a los siervos, a los esclavos vendidos.
A Jesús le correspondió leer un sábado estos versículos de Isaías en la sinagoga. Fue en Nazaret, como nos cuenta el evangelio de Lucas. Leyó ante su gente estos versículos plenos de poder y anunciadores de la llegada de grandes cambios. Cuando acabó la lectura declaró que aquellas palabras de Isaías se habían vuelto urgentes, actuales, a través de él, Jesús. Él era el ungido de Dios, el Mesías venido a cumplir en el presente las profecías pendientes. Los presentes se quedaron estupefactos y, después, reaccionaron con hostilidad, expulsándole. Para ellos, era una blasfemia que un hombre se pudiera declarar mesías.
Ahora bien, por encima de esto, estaban espantados por el anuncio de que los versículos de Isaías pudieran cumplirse verdaderamente en su tiempo. Aunque una persona de fe pueda pedir a Dios que venga su Reino y se haga su voluntad, no por ello estará dispuesta a acoger el primero y la segunda. Aquí está el Mesías que consuela a los humildes y a los abatidos y libera a los prisioneros y a los siervos de sus cepos.
Estos versículos de Isaías, como muchos otros, ponen a prueba a las personas de fe: ¿están dispuestas a resistir la venida, el cumplimiento de los tiempos anunciados? Al final, pocos están dispuestos a creer que los versículos de Isaías son actuales. Pocos se comportarían de una manera diferente a los habitantes de Nazaret. Sin embargo, cada generación pasa rozando al Mesías, y corresponde sólo a los creyentes allanar su llegada.
*
E. de Luca, Ora prima,
Magnano 1997, pp. 75-77, passim.
Comentarios desactivados en Hoy se cumple esta Escritura
Claridad
Decir el pan, la lucha, el gozo, mel llanto,
el monótono sol, la noche ciega.
Verter la vida en libación de canto,
vino en la paz y sangre en la refriega.
Desnuda al viento mi palabra os llega.
Sobre la plaza de la fiesta canto.
Pido que todos entren en la siega.
Vengo a espantar las fieras del espanto.
Mediterráneamente luminosa
escancio en mi palabra cada cosa,
vaso de luz y agua de verdad.
Si el Verbo se hace carne verdadera,
no creo en la palabra que adultera.
Yo hago profesión de claridad.
*
Pedro Casaldáliga El Tiempo y la Espera, Sal Terrae, 1986
***
En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga:
– “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.“
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Y decían:
– “¿No es éste el hijo de José?”
Y Jesús les dijo:
– “Sin duda me recitaréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.” Y añadió: “Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, mas que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, mas que Naamán, el sirio.”
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
*
Lucas 4, 21-30
Me parece urgente volver a tomar conciencia de la naturaleza profética de la Iglesia. Fue en Pentecostés cuando nació como pueblo profetice Pero esta vocación significa prestar una atención constante a la venida del Reino de Dios en la historia. Testimonio, palabra y sabiduría son las tres manifestaciones de la cualidad profética de la Iglesia. Ahora bien, en la raíz del testimonio de vida y de la palabra explícita está el «sentido de la fe». Hablar de «sentido de la fe» significa reconocer que cada cristiano, al esforzarse por ser fiel a Cristo y a la inspiración de su Espíritu, recibe una iluminación que le permite discernir lo que debe o no debe hacer. Puede encontrar, en una situación concreta, lo que requiere la fe. Con todo, debe verificar, evidentemente, con los otros eso que intuye.
El profetismo no es una predicción del futuro, sino una lectura honda del presente. A partir de esta lectura, podemos detectar qué palabra y qué acción son urgentes. En una Iglesia que ya no se encuentra en una posición de fuerza en la sociedad, el cristiano vuelve a disponer de la posibilidad de lanzar una propuesta más libre y un testimonio más convincente: dice lo que tiene que decir, expresa lo que considera que está obligado a expresar. Ser profeta hoy podría significar disponer de la libertad de ser una instancia crítica, considerando con desprendimiento las seducciones actuales: individualismo, comodidad, seguridad… La conciencia escatológica que habita en la vocación cristiana debe infundir el valor necesario para ir contracorriente en algunas cuestiones, como la familia y la esfera conyugal.
La respuesta cristiana echa sus raíces en una elevada concepción del ser humano y en la convicción de que no estamos atados a la repetición de lo que siempre es igual: de que es posible la novedad. El cristianismo debe manifestar hoy su capacidad de humanización del hombre, que es la vía de la verdadera divinización.
*
B. Chenu,
«La chiesa popólo di profeti», en Parola spiríto e vita 41 [2000],
238-239.246, passim.
Comentarios desactivados en El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido… Para dar libertad a los oprimidos
Una llamada a la entrega, al compromiso de seguirle sólo a Él:
*
Preguntas para subir y bajar el monte Carmelo
(A Gustavo Gutiérrez,
maestro espiritual
en los altiplanos de la Liberación,
por su itinerario latinoamericano
“Beber en su propio pozo”).
«Por aquí ya no hay camino».
¿Hasta dónde no lo habrá?
Si no tenemos su vino
¿la chicha no servirá?
¿Llegarán a ver el día
cuantos con nosotros van?
¿Cómo haremos compañía
si no tenemos ni pan?
¿Por dónde iréis hasta el cielo
si por la tierra no vais?
¿Para quién vais al Carmelo,
si subís y no bajáis?
¿Sanarán viejas heridas
las alcuzas de la ley?
¿Son banderas o son vidas
las batallas de este Rey?
¿Es la curia o es la calle
donde grana la misión?
Si dejáis que el Viento calle
¿qué oiréis en la oración?
Si no oís la voz del Viento
¿qué palabra llevaréis?
¿Que daréis por sacramento
si no os dais en lo que deis?
Si cedéis ante el Imperio
la Esperanza y la Verdad
¿quién proclamará el misterio
de la entera Libertad?
Si el Señor es Pan y Vino
y el Camino por do andáis,
si al andar se hace camino
¿qué caminos esperáis?
(Desde la Amazonia brasileña,
en tiempos de probación
y de invencible esperanza criolla).
*
Pedro Casaldáliga El Tiempo y la espera. Sal terrae, 1986
***
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendio por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
– “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista.
Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.”
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
– “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir.”
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Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
***
El anuncio del Mesías va dirigido antes que nada a los afligidos. En primer lugar, dispone a los humildes por estar humillados; después, a los abatidos, a los que tienen roto el corazón por las penas; a continuación, se dirige a las cárceles para gritar a los prisioneros la libertad, para abrir los cepos de los atados. El Mesías no distingue entre culpables e inocentes, sino que proclama en su tiempo una amnistía general, que afecta, naturalmente, a los siervos, a los esclavos vendidos.
A Jesús le correspondió leer un sábado estos versículos de Isaías en la sinagoga. Fue en Nazaret, como nos cuenta el evangelio de Lucas. Leyó ante su gente estos versículos plenos de poder y anunciadores de la llegada de grandes cambios. Cuando acabó la lectura declaró que aquellas palabras de Isaías se habían vuelto urgentes, actuales, a través de él, Jesús. Él era el ungido de Dios, el Mesías venido a cumplir en el presente las profecías pendientes. Los presentes se quedaron estupefactos y, después, reaccionaron con hostilidad, expulsándole. Para ellos, era una blasfemia que un hombre se pudiera declarar mesías.
Ahora bien, por encima de esto, estaban espantados por el anuncio de que los versículos de Isaías pudieran cumplirse verdaderamente en su tiempo. Aunque una persona de fe pueda pedir a Dios que venga su Reino y se haga su voluntad, no por ello estará dispuesta a acoger el primero y la segunda. Aquí está el Mesías que consuela a los humildes y a los abatidos y libera a los prisioneros y a los siervos de sus cepos.
Estos versículos de Isaías, como muchos otros, ponen a prueba a las personas de fe: ¿están dispuestas a resistir la venida, el cumplimiento de los tiempos anunciados? Al final, pocos están dispuestos a creer que los versículos de Isaías son actuales. Pocos se comportarían de una manera diferente a los habitantes de Nazaret. Sin embargo, cada generación pasa rozando al Mesías, y corresponde sólo a los creyentes allanar su llegada.
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E. de Luca, Ora prima,
Magnano 1997, pp. 75-77, passim.
“Habría podido no salir de allí, es decir no aceptar vivir con la herida del exilio, de la separación. Tengo amigos desde la infancia, con los que todavía me relaciono, que han salido de allí mucho peor que yo.
Sin la escritura, yo también estaría, ciertamente depresivo y sin consuelo, una persona desesperada, incapaz de ir hacia el otro.
Verdaderamente es por esto por lo que escribo: crear una relación con el otro, prolongarme en él.”
Comentarios desactivados en Francisco prepara la rehabilitación de Martín Lutero: “Lutero fue un reformador en un momento difícil, puso la Palabra de Dios en manos de los hombres”
El Papa Francisco, junto a la estatua de Martín Lutero
Francisco defiende la reforma en una entrevista a La Civilità Cattolica antes de viajar a Suecia
El Papa podría proponer la fórmula de la “intercomunión” con los luteranos
Para Bergoglio, el agustino “era un reformador, y en aquel tiempo la Iglesia no era un ejemplo a imitar”
“El proselitismo es una actitud pecaminosa, que pretende convertir la iglesia en una organización“
(Jesús Bastante).- El 31 de octubre de 1517, el agustino Martín Lutero clavaba en la puerta de la iglesia de Wittemberg sus famosas 95 tesis, en las que denunciaba la corrupción y la venta de indulgencias en la Iglesia de Roma. Este fue el germen del segundo gran cisma de la Historia de la Cristiandad, tras el que en 1054 separó a católicos y ortodoxos. Ahora, 499 años después, Francisco quiere sentar las bases para acabar con la división entre católicos y luteranos.
Francisco ha querido viajar a Suecia para abrir la conmemoración del “Año Lutero”, que culminará justo dentro de un año, cuando se cumpla en V Centenario de la Reforma. Aunque oficialmente no se quiere hablar de “celebración”, lo cierto es que el camino a seguir sugiere un momento histórico para el ecumenismo.
Y es que el Papa prevé “rehabilitar a Martín Lutero”. No es posible, como recordó recientemente Kurt Koch, responsable de Ecumenismo de la Santa Sede, levantar la excomunión al fraile (esto solo puede hacerse en vida), pero sí reconocer -el Papa ya lo ha hecho- que “las intenciones de Martín Lutero no estaban erradas“, tal y como afirmó a su vuelta del viaje a Armenia, y ha vuelto a repetir en una entrevista, intencionadamente concedida a La Civiltà Cattolica, días antes de su visita a Suecia.
“Era un reformador, tal vez algunos métodos no fueron correctos, más en aquel tiempo, si leemos la historia del pastor alemán luterano que se convirtió y se hizo católico, vemos que la Iglesia no era precisamente un modelo a imitar: había corrupción, mundanismo, el apego a la riqueza y el poder“, subrayó Bergoglio.
Reconocer que Lutero tenía razón en muchas de las cosas que defendió, y que el futuro ecuménico no depende tanto de anatemas y condenas anteriores, sino de comprensión y fe compartida en el presente y el futuro, supone un paso adelante histórico, pues implica reconocer que no fue un hereje y, sobre todo, que su gesto fue necesario.
“La diversidad es lo que quizá nos hizo tanto daño a todos y hoy procuramos la manera de encontrarnos después de 500 años. Creo que lo primero que hay que hacer es orar juntos. Después debemos trabajar por los pobres, los refugiados, tantas personas sufriendo, y, por último, que los teólogos procuren estudiar juntos… Se trata de un largo camino”, reconocía Francisco, quien esta misma semana se encontraba con teólogos protestantes en el Vaticano, y posaba sonriente ante una efigie de Martín Lutero.
“No todos los días un papa conmemora a Lutero”, comentaba esta semana el portavoz del Vaticano, Greg Burke, al recalcar la importancia histórica de la visita que se inicia mañana. Bergoglio, desde hace décadas, mantiene relaciones de hermandad con líderes ortodoxos y evangélicos, en una suerte de “ecumenismo real” que puede llevar a toda la Iglesia a romper definitivamente con las diferencias doctrinales y centrarse no tanto en una unidad física de confesiones, sino en una unión en el camino de construir un mundo según los designios del Evangelio.
“El proselitismo es pecado”, ha vuelto a decir el Papa. Y es que el futuro no parece estar en una unidad de iglesias, sino en un trabajo común, y en la confesión mutua al mismo Dios. Algo que, en la práctica, ya se hace. Especialmente en aquellos rincones del mundo donde, a día de hoy, ser cristiano supone estar cerca de la muerte y del martirio. “Es el ecumenismo de la sangre”, ha dicho en más de una ocasión Bergoglio.
El lema del viaje a Suecia no ha sido escogido al azar. “Juntos en la esperanza”, es toda una declaración de intenciones. Para ponerlo más claro, el Papa ha anunciado que hablará en español en todas sus intervenciones, lo que sugiere que tiene previsto improvisar en su lengua materna, y nadie descarta que pueda realizar algún “anuncio sorpresa”.
¿Cuál podría ser? Fuentes vaticanas apuntan a la posibilidad de permitir la llamada “intercomunión”, un término que suele utilizarse para designar la participación común en la eucaristía entre cristianos cuyas iglesias no están en comunión entre sí. La mera posibilidad de que ésto pueda producirse ha llevado a los cardenales más ultraconservadores, como Raymond Burke, a amenazar con otro cisma si esto se produce.
Obispos luteranos y católicos han expresado su deseo de que el Papa permita la intercomunión, por lo menos, en un primer momento, para los luteranos casados con católicos. El Papa ha mostrado apertura a que los luteranos reciban la Comunión junto con los católicos y el año pasado dijo a una mujer luterana que «siguiera adelante» guiada por su conciencia. También el año pasado, un pastor luterano de Roma insistió en que el Papa había «abierto la puerta» a la intercomunión entre católicos y luteranos después de que el Papa visitara una comunidad luterana y afirmara que las dos religiones «debían caminar juntas».
El viaje del pontífice para conmemorar uno de los momentos más difíciles de la historia católica, suscita críticas entre los sectores más conservadores, que la consideran inadecuada. Para Koche, “Lutero no quería dividir la Iglesia. No quería crear dos iglesias. Quería reformar la Iglesia Católica, pero en aquel momento no era posible, y dio lugar a la división de los cristianos y ha terribles guerras de religión”, resumió el purpurado.
Además del diálogo interreligioso, Francisco aprovechará para lanzar desde el estadio Malmö un nuevo llamamiento de solidaridad con los refugiados y por la paz, dos temas que unen a católicos y protestantes. Entre los invitados a narrar el propio testimonio en el estadio figura el religioso colombiano Hector Fabio Henao, quien hablará del proceso de paz en Colombia, así como el Obispo de Alepo, la ciudad siria que sufre constantes bombardeos.
***
(Jesús Bastante).- “Lutero fue un reformador en un momento difícil, dio un gran paso para poner la Palabra de Dios en manos de los hombres”. Pocos días antes de su viaje a Suecia para participar en la conmemoración ecuménica de los 500 años de la Reforma luterana, el Papa Francisco ha concedido una entrevista a La Civilità Cattolica, en la que habla de los retos del ecumenismo, las tentaciones del proselitismo y el martirio de los cristianos en Oriente Medio.
“A mí me viene una sola palabra, cercanía. Mi esperanza es poder estar más cerca de mis hermanos y hermanas. La cercanía hace bien a todos. La distancia nos hace daño. Cuando nos alejamos, nos cerramos en nosotros mismos, y no hay unidad, somos incapaces de encontrarnos. Debemos empezar a encontrarnos unos a otros. Si no lo hacemos, enfermaremos de división. Mi esperanza es poder dar un paso hacia adelante, para estar más cerca de mis hermanos y hermanas, que viven en Suecia”, incide el Papa cuando se le pregunta por los objetivos de su visita.
Sobre Lutero, Francisco confiesa que “sólo puedo pensar en dos palabras: Reforma y Escritura“. Y es que, para el Papa, “Lutero fue un reformador en un momento difícil para la Iglesia. Lutero quiso poner remedio a una situación compleja. Después, en parte por situaciones políticas, y también religiosas, esa reforma se convirtió en separación y no en un proceso de reforma de toda la Iglesia, porque la Iglesia es semper reformanda“. Del mismo modo, Bergoglio asegura que “Lutero dio un gran paso para poner la Palabra de Dios en manos de los hombres“.
Para el Papa, “la reforma y la escritura son fundamentales para profundizar en la tradición luterana”, como él mismo pudo comprobar “en las congregaciones previas al cónclave”, en las que “los deseos de reforma estaban vivos y presentes en nuestros debates”.
“El diálogo teológico debe continuar, es un camino a seguir” sostiene, rotundo, el Papa, que recuerda el “gran documento ecuménico sobre la Justificación”. “Por supuesto, hay dificultades, pero hay que continuar el diálogo teológico”, añade Bergoglio, quien insiste en que “debemos perseverar en el entusiasmo por la oración y las obras de misericordia en común, es decir, el trabajo para ayudar a los enfermos, los pobres, los que están en prisión. Hacer algo juntos es una forma alta y eficaz de diálogo. También creo que la educación. Es importante trabajar juntos y no forma sectaria”.
En todo, caso, “debemos tener muy claro que el proselitismo es pecado“, subraya Francisco, quien recuerda cómo “Benedicto XVI ya dijo que la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción. El proselitismo es una actitud pecaminosa, que pretende convertir la iglesia en una organización“.
Frente a esta actitud, el Santo Padre propone otra: “Hablar, rezar, trabajar juntos: este es el camino que debemos tomar. Cuando los cristianos son perseguidos y asesinados lo son por ser cristianos, no porque sean luteranos, calvinistas, anglicanos, católicos u ortodoxos. Hay un ecumenismo de la sangre“.
Sobre la matanza de Niza, el Papa recordó la reciente reunón de Asís, en la que “todos hemos dicho que no se puede hacer la guerra en nombre de la religión, o de Dios. Eso es una blasfemia, es satánico”.
Sobre el terrorismo, Francisco incidió en que “toda persona es capaz de convertirse en un terrorista con el simple uso de la lengua. No hablo de los conflictos que se hacen abiertamente, como la guerra. Estoy hablando de un terrorismo solapado, oculto, que tira palabras como bombas”, y eso duele mucho (…)Es necesario un cambio profundo de corazón para vencer esta tentación “.
Sobre la situación de los cristianos en Oriente Medio, el Papa se mostró convencido de que “el Señor no abandonará a su pueblo”. En su opinión “Oriente Medio es una tierra de mártires“.
Recordando su visita a Lesbos, Bergoglio narró cómo “me encontré con un padre con dos hijos. Me dijo que estaba enamorado de su esposa. Él es musulmán y ella era cristiana. Cuando llegaron los terroristas, querían llevarse la cruz, y ella se negó, y fue sacrificada delante de su marido y sus hijos. Y siguió diciéndome: ‘Yo la amo tanto, que la quiero tanto’. Sí, es una mártir. Pero el cristiano sabe que hay esperanza. La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos“.
Comentarios desactivados en La Cuaresma de la Palabra
Gabriel Mª Otalora
Bilbao (Vizcaya)
ECLESALIA, 19/02/16.- La Palabra tiene que ocupar un lugar central en la vida de la comunidad cristiana como fuente directa de nuestra conversión personal y transformación evangélica. Según un estudio de opinión, el porcentaje de familias españolas que tienen una Biblia en casa apenas llega al 50%, pero el dato preocupante es que apenas un 2% la utilizan para una lectura asidua. La Palabra vino al mundo, y los suyos no la recibieron…
La primera reflexión para este tiempo que llega de Cuaresma es que no somos lo suficientemente conscientes de, hasta qué punto, estamos abducidos por la cultura del consumismo y laminados por su consecuencia más letal: la crisis espiritual junto a la indiferencia hacia todo lo solidario y lo que suene a religioso. El ser humano está en una nube de soberbia por los logros increíbles que la ciencia le otorga cada vez con mayor tendencia al consumo y la comodidad. Por tanto, cualquier mensaje de salvación y conversión, al menos en esta cultura hedonista, tiene muchas papeletas de no tener respuesta.
Nos decía el cardenal Martini: “Una espiritualidad cristiana no basada en la Escritura, difícilmente podrá sobrevivir en un mundo complejo, difícil fragmentado y desorientado como el moderno”. Curiosamente, en otras latitudes como la India, América latina o el Extremo Oriente crece el interés de la Palabra bíblica, atraídos por su mensaje de amor, fraternidad y liberación gestado en el rabioso día a día aunque se trate de un Reino que no es de este mundo.
La lectura de la Biblia apunta directamente a cada persona y a cada comunidad eclesial para entender los signos de los tiempos: qué nos dice Dios a cada uno, aquí y ahora, para escucharle y orientar la vida desde la voluntad del Padre. No se trata de una lectura plana de la Palabra, rutinaria e individualista, como hemos socializado en muchas de nuestras celebraciones eucarísticas. Se trata, de acceder al texto sagrado desde la vida y para vida, desde la escucha. Una lectura y relectura del texto elegido, una sencilla meditación en escucha activa para discernir qué me dice Dios. Con esta actitud propiciamos el descanso en Dios y nos fortalecemos en Él sacando conclusiones en forma de compromiso práctico para nuestra vida entre hermanos.
Por tanto, la Palabra nos lleva a la acción como bellamente lo resumió la madre Teresa de Calcuta mostrando un sencillo y profundo camino de conversión liberadora de manera admirable: “El fruto del silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el servicio; el fruto del servicio es la paz”.
Necesitamos con urgencia, la Iglesia toda, especialmente la de los países más ricos y poderosos, proclamar la Palabra con nuestras obras. Primero, recuperando su lectura y escucha; segundo, llenos del Espíritu, dando ejemplo con nuestras obras. A la vista de nuestro entorno, quizá lo veamos imposible, pero no lo es para Dios. Depende de nuestra voluntad de conversión. Y la Cuaresma ya nos interpela.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Comentarios desactivados en Las tres pasiones de Thomas Merton.
Del blog Amigos de Thomas Merton:
…”En la vida de Merton hubo claramente dos pasiones: la contemplación y la escritura o, por decirlo más categóricamente, el silencio y la palabra. Desde muy joven, Merton experimentó la pasión por callar y, más que eso, por silenciarse y escuchar; y desde muy joven, también, antes aún, la pasión por escribir y comunicar, por explorarse a sí mismo y al mundo por medio de la prosa, por arrancar a las palabras, frase a frase, su verdad.
Hay muchos autores en quienes la pasión mística y la literaria se cruzan. Ahí están Novalis, por ejemplo, o Tolstói, Stifter, Hesse, Kafka, Lindgren, mi querida Simone Weil o nuestro Unamuno… La lista es casi infinita, y en alguna ocasión he jugado a confeccionarla. Pero esta conjugación del arquetipo espiritual con el artístico, tan sanjuanista, esta confluencia de la experiencia estética con la extática es particularmente elocuente en el caso de Merton, como demuestra su patente actualidad y la continua reedición de sus libros. La pregunta es por qué.
Dice Evelyn Underhill que el silencio «no envuelve a sus iniciados en una calma aislada y sobrenatural, ni los aísla del dolor y el esfuerzo de la vida cotidiana», sino que «más bien les otorga una renovada vitalidad, administrando al espíritu humano no -como algunos suponen- un bálsamo sedante, sino el más poderoso de los estimulantes». Valga esto para casi todos los contemplativos, pero muy en especial para Merton, quien desarrolló en los últimos años de su vida, junto a la pasión por el silencio y la palabra -y claramente derivada de ellas-, una pasión por el gesto y la acción.
En efecto, Merton no fue ni mucho menos sólo un orante que, a fuerza de contarnos y de contarse su relación con el misterio, logró enseñarnos a valorar la esfera de lo religioso. Merton fue un entusiasta del diálogo, un pionero del encuentro intermonástico y un profeta de la meditación en el mundo contemporáneo. Quiso por ello encontrarse con todos los que en su tiempo compartían sus pasiones y podían aportarle algo.
Estudió a fondo, se carteó o se entrevistó con León Bloy, Paul Claudel, Peter Van der Meer, Rilke, Thoreau, Julien Green, Matsuo Basho, Raissa Maritain, Albert Camus, D. T. Suzuki, Pessoa… Y en los últimos años de su vida, y eso que había hecho voto de estabilidad monástica, viajó como el más impenitente de los viajeros, pasando buena parte de las noches, por no decir la mayoría, fuera de su celda y a miles de kilómetros de su monasterio.
Un monje viajero es una contradicción en sí misma, Merton lo fue. Tan contradictoria fue su fiebre viajera y su apología de la quietud como su defensa del silencio en medio de la más exuberante grafomanía. Pero Merton sintió la llamada, no simplemente el deseo, de verificar en la historia todo lo que había contemplado y escrito, todos sus hallazgos y búsquedas.
En la parábola vital de este monje literato y peregrino veo, admirado, un itinerario ejemplar
Como Teresa de Jesús -y el suyo fue uno de los poquísimos casos en su siglo-, Merton fue un apasionado del silencio, de la palabra y de la acción, alcanzando en cada uno de estos ámbitos algo parecido a la plenitud. La pasión mística, poética y fundadora de la santa de Ávila la vivió Merton a su modo en el pasado siglo. Por eso su biografía es su mejor obra, por eso resulta evidente que su figura es un arquetipo.
Salvando todas las distancias, en el espejo de Merton no puedo por menos de ver un reflejo de mí mismo. Pero yo no soy un escritor tan insigne como él, aunque ya me gustaría; ni un místico tan profundo y agudo, lo que aún me gustaría más; tampoco un pontífice del diálogo, como él lo fue, o un apóstol de la meditación, sino sólo un aprendiz. Pero en la parábola vital de este monje literato y peregrino veo, admirado y agradecido, un itinerario ejemplar. Saber que él ya ha recorrido la senda a la que yo mismo he sido llamado, y que la ha transitado de forma tan cabal, hace que mi propio camino sea más llano y más ligera y llevadera mi aventura vital.”
*
Pablo D’Ors.
ABC Cultural, 19 de noviembre de 2015
Comentarios desactivados en “Qué se sabe de… La formación del Nuevo Testamento”, de David Álvarez, en Verbo Divino
(Antonio Piñero).- De entrada, puedo ya decir que recomiendo vivamente la lectura de este libro, cuyo título es el de esta postal, del Prof. David Álvarez Cineira, (Editorial Verbo Divino Estella 2015, 287 pp. ISBN: 978-84-9073-148-2). El autor es en la actualidad Profesor de Nuevo Testamento en el “Estudio Teológico Augustiniano” de Valladolid. Y lo considero bueno porque aborda el tema de la formación del canon, la lista de libros sagrados del Nuevo Testamento, tema sobre el que en español escasean absolutamente los libros serios y bien informados, y este lo es.
Desde la época de finalización de mi tesis doctoral, en 1974, que trataba sobre el concepto que tenían los primeros cristianos de la inspiración de los profetas en general y de los autores de la Biblia en particular, y e la que me preguntaba si la noción de la inspiración había tenido mucho, poco o nada que ver con la formación del canon, me ha interesado mucho este tema. Por cierto, al final de la tesis hacía un resumen muy amplio de la historia de la investigación hasta ese momento (1974) en las pp. 339-400 del capítulo, “Cómo y por qué se formó el Nuevo Testamento” del libro Orígenes del Cristianismo. Antecedentes y primeros pasos. Editorial El Almendro, Córdoba, 1991 (con varias reediciones) que puede interesar al autor para complementar la suya, pues creo que sigue siendo interesante este resumen, aunque hay que complementarlo a partir de esa fecha. Posteriormente Julio Trebolle ha tratado el tema en su obra “La Biblia judía y la Biblia cristiana“, de Edit. Trotta, Madrid (que creo que va ya por la cuarta edición), y yo mismo en el capítulo correspondiente de la obra de varios autores Los libros sagrados en las grandes religiones: judaísmo, cristianismo, islam, hinduismo y budismo. El Almendro, Córdoba, 2007, capítulo “Cómo y porqué se formó el canon del Nuevo Testamento“, pp. 177-210. Así que conozco bien el tema y puedo valorar la novedad, y muy positiva, que supone el volumen de Álvarez Cineira en el panorama de la bibliografía hispana.
Hago en primer lugar una síntesis de los temas tratados y luego haré unas reflexiones finales sobre temas que pueden abordarse ulteriormente. En la primera parte de su libro, breve, unas treinta páginas, el autor aborda el tema de cómo se ha tratado este asunto desde la perspectiva de la historia y de la teología: el estado de la cuestión y las necesarias precisiones de vocabulario, concepto de “canon”, a qué llamamos Antiguo y Nuevo Testamento y qué entendemos por libros deuterocanónicos, y apócrifos.
La segunda parte, amplia y con muchísimos datos interesantes -que, debo insistir, difícilmente encontrará el lector en cualquier otra obra en español- Álvarez Cineira aborda el aspecto central de este volumen. En primer lugar introduce al lector en la tecnología del “libro” en el mundo antiguo, y en los problemas de autoría y la distribución de ellos. Luego aborda uno por uno los libros del Nuevo Testamento, comenzando por los evangelios, en una suerte de tratado que alguien podría interpretar como una “introducción al Nuevo Testamento”. Pero se equivocaría si lo entendiera así, ya que no lo es en sí -ni interesa como tal para el tema propuesto-, sino que el autor estudia los libros del Nuevo Testamento ante todo desde el punto de vista de la “recepción” de cada escrito por la comunidad de los lugares en los que se iba expandiendo el cristianismo en los primeros siglos, en qué sentido se consideraba sagrado, o normativo, y quién lo citaba y cómo.
Naturalmente, el autor trata de la composición de los libros en sí del Nuevo Testamento y de la autoría, y otras cuestiones conexas, pero como base para recopilar datos para la historia del canon. Deseo ejemplificar esto con un par de ejemplos. El primero es el caso de los evangelios. Álvarez Cineira aborda las fases de composición de cada uno de ellos y habla de la tradición oral, de cómo se sentía entre los cristianos una predilección por un evangelio determinado, cómo los cuatro evangelios preferidos por las iglesias (los cuatro actuales) sufrieron intentos de ser reducidos a uno (por ejemplo, el heresiarca Marción sólo aceptó el Evangelio de Lucas; o se intentó armonizar los cuatro en uno solo: Taciano y su armonía evangélica), o bien en otras comunidades se amplió el número de esos cuatro preferidos con otros evangelios, como el de “Pedro” o el denominado luego “Protoevangelio de Santiago”), para terminar con la cuestión de cuándo se puede hablar de un “evangelio tetramorfo” (un evangelio en realidad peor con cuatro “formas” diferentes), es decir, en qué fecha están ya bien asentados en la mayoría de las comunidades y sin demasiadas disputas.
El segundo ejemplo es el del Apocalipsis: Álvarez Cineira explica qué testimonios manuscritos tenemos de ese texto, si los Padres Apostólicos lo conocieron ya, o no, qué se pensaba de su “sacralidad” a finales del siglo II e inicios del III, cómo surgieron críticas sobre su contenido y sobre la identidad de su autor, cómo algunas comunidades lo rechazaron como sagrado y cuánto tardó finalmente en imponerse como tal.
Finalmente en esta segunda parte el autor aborda expresamente el tema “El canon del Nuevo Testamento”: ¿cómo se formó históricamente? ¿Qué testimonios tenemos acerca de las listas de libros sagrados de los cristianos desde finales del siglo II o inicios del siglo III y qué polémica hubo entre la mayoría y los heterodoxos? ¿Qué criterios se utilizaron para elegir los libros sagrados entre los seguidores de Jesús? Como se ve, están tratados los temas principales.
En la última parte trata Álvarez Cineira de las “cuestiones abiertas en el debate actual respecto al “canon”: por ejemplo, qué extensión debe tener? ¿Se puede modificar el número de escritos que lo componen? ¿Hay un núcleo dentro del canon que es intocable, es decir, hay un canon dentro del canon? ¿Cómo se entiende hoy el tema complejo “Escritura, tradición e inspiración? Y concluye el libro con una bibliografía comentada, en la que desgraciadamente hay muy poco escrito originalmente en castellano.
En general estoy bastante de acuerdo con el autor a lo largo de este interesante libro. Pero echo en falta un tratamiento más en profundidad de algunas cuestiones básicas, que he planteado ya en otros lugares y momentos:
• ¿Hubo o no una Gran Iglesia petrina que impulsara la formación del canon del Nuevo Testamento acogiendo en su seno las diversas corrientes?
• O por el contrario, ¿no hubo una Gran Iglesia petrina, ni estrictamente judeocristiana, porque pereció en las convulsiones de las guerras Judíos-Roma entre el 66 y el 135 d.C.?
• ¿No habría que postular que el canon actual está formado en torno a una Gran Iglesia de cuño paulino, tal como entendieron al Apóstol sus seguidores paganocristianos?
• ¿Podría defenderse que los cuatro evangelios, incluido el de Juan, tienen una concepción del Cristo celestial que se parece mucho más a la de Pablo que a la de Pedro?
• ¿Cómo se explica que el libro de los Hechos de los apóstoles solo trate de Pedro hasta el cap. 12 -junto con la figura de Saulo/Pablo desde el cap. 8- y a partir de ahí sea Pablo el único representante de lo apostólico?
• ¿Cómo se explica que haya -además de los evangelios de cuño teológico paulino- 14 cartas de “Pablo” (no se entra aquí en la cuestión de si son toda auténticas o no, sino que se atribuyen a Pablo) por 7 de todos los demás apóstoles? ¿Cómo se aclara que entre esas siete hay dos, 1 2 Pedro, cuya teología es netamente paulina?
• Cómo se explica que en la cristología del autor del Apocalipsis haya tantos contactos con el Evangelio de Lucas, muy paulino, y ese mismo autor progrese notablemente en la consideración del Cristo celestial como divino, progresando en la línea marcada por Pablo?
Creo, pues, que a pesar de lo bueno que es este libro de Álvarez Cineira, en su segunda edición podrían abordarse éste y otros temas por el estilo, con lo que los lectores pueden tener más materia aún -que ya se les ofrece bastante- de reflexión.
Para leer todos los artículos del autor, pincha aquí:
Comentarios desactivados en El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido… Para dar libertad a los oprimidos
Una llamada a la entrega, al compromiso de seguirle sólo a Él:
*
Preguntas para subir y bajar el monte Carmelo
(A Gustavo Gutiérrez,
maestro espiritual
en los altiplanos de la Liberación,
por su itinerario latinoamericano
“Beber en su propio pozo”).
«Por aquí ya no hay camino».
¿Hasta dónde no lo habrá?
Si no tenemos su vino
¿la chicha no servirá?
¿Llegarán a ver el día
cuantos con nosotros van?
¿Cómo haremos compañía
si no tenemos ni pan?
¿Por dónde iréis hasta el cielo
si por la tierra no vais?
¿Para quién vais al Carmelo,
si subís y no bajáis?
¿Sanarán viejas heridas
las alcuzas de la ley?
¿Son banderas o son vidas
las batallas de este Rey?
¿Es la curia o es la calle
donde grana la misión?
Si dejáis que el Viento calle
¿qué oiréis en la oración?
Si no oís la voz del Viento
¿qué palabra llevaréis?
¿Que daréis por sacramento
si no os dais en lo que deis?
Si cedéis ante el Imperio
la Esperanza y la Verdad
¿quién proclamará el misterio
de la entera Libertad?
Si el Señor es Pan y Vino
y el Camino por do andáis,
si al andar se hace camino
¿qué caminos esperáis?
(Desde la Amazonia brasileña,
en tiempos de probación
y de invencible esperanza criolla).
*
Pedro Casaldáliga El Tiempo y la espera. Sal terrae, 1986
***
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendio por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
– “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista.
Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.”
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
– “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir.”
Cada vez que cedo a las vanidades, cada vez que pensamos y vivimos para “aparentar” se traiciona. Cada vez que me ha ocurrido, siempre ha sido una gran desgracia el querer aparentar porque me disminuye frente a lo verdadero. No es necesario entregarse a los demás, sólo a los que amamos. Porque entonces, ya no es entregarse para aparentar, sino solo para dar. Hay mucha más fuerza en un hombre que sólo aparece cuando es necesario. Ir hasta el final, es saber mantener nuestro secreto. He sufrido por estar solo, pero al haber guardado mi secreto, he vencido al dolor de estar solo. Y hoy, no conozco mayor gloria que vivir solo e ignorado. ¡Escribir mi profunda alegría! Aceptar al mundo y gozar, pero únicamente en la pobreza. Yo no sería digno de amar la desnudez de las playas, si no supiera permanecer desnudo delante de mí mismo. Por primera vez, el significado de la palabra felicidad no me parece equívoca. Es más bien un poco lo contrario de lo que se entiende comúnmente por “Soy feliz.“
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