Miguel D’Escoto, este lunes en Managua. / J. Cajina (EFE)
Leemos en El País:
Juan G. Bedoya, 4 AGO 2014
El Papa levanta el castigo de Juan Pablo II al sacerdote y ministro sandinista Miguel D’Escoto
“Miguel D’Escoto: ‘Mi condena fue un abuso de autoridad’
“Pueblo de Nicaragua: mi sacerdocio es de ustedes”
D’Escoto, sacerdote y ex canciller de Nicaragua, presidirá la Asamblea General de la ONU
La Teología de la Liberación respira
¿Se acerca el Vaticano a la teología de la liberación?
Se sabía que el papa Francisco no es muy amigo de los teólogos y sacerdotes de la liberación, tachados tantas veces de comunistas, pero está dando pasos inequívocos de querer rehabilitarlos o, al menos, de librarles de pasadas execraciones o excomuniones. Se nota que convivió con muchos de ellos en su Argentina natal, cuando era el general de los Jesuitas y vivió la experiencia de que su propia congregación era el gran vivero de esa corriente teológica y pastoral en toda Latinoamérica. Algunos sacerdotes que estaban bajo su mando sufrieron entonces la brutal persecución de la dictadura militar, con secuestros, torturas e incluso muertes.
Radio Vaticano ha dado noticia, este lunes, de un nuevo episodio de comprensión o, al menos, de misericordia hacia uno de los teólogos castigados. Se trata del sacerdote y ex ministro de Exteriores de Nicaragua Miguel d’Escoto, de 81 años. Suspendido en 1984 ‘a divinis’ sin contemplaciones por Juan Pablo II, Francisco ha ordenado ahora que se le levante el castigo, es decir, podrá volver a tener trabajo pastoral, sobre todo la celebración de la Eucaristía y la confesión de fieles.
D’Escoto pertenece a la Congregación misionera Maryknoll y escribió la primavera pasada una carta al Papa para expresarle su deseo de volver a celebrar la Eucaristía “antes de morir”. El pontífice argentino no ha tardado en contestar. Además de aceptar la revocación de la “suspensión a divinis”, ha pedido al superior general de la congregación que inicie cuanto antes el proceso de reintegración del sacerdote nicaragüense, informa la agencia EFE.
Miguel D’Escoto Brockmann nació el 5 de febrero de 1933 en Los Ángeles (EEUU). Ordenado sacerdote en Nueva York en 1961, pronto se convirtió en uno de los exponentes de la teología de la liberación. Su colaboración con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) comenzó en 1975 a través del Comité de Solidaridad en los Estados Unidos. Tras el triunfo de la revolución sandinista, fue llamado por la Junta de Reconstrucción Nacional para ser ministro de Exteriores, con Daniel Ortega en la presidencia de Gobierno. Lo fue durante todo el primer mandato del polémico grupo guerrillero. Tras el regreso al poder del presidente Ortega en enero de 2007, fue nombrado asesor para asuntos limítrofes y de relaciones internacionales, función de la que ya está retirado.
¿Habrá más rehabilitaciones de teólogos de la liberación o de sacerdotes metidos en política en contra de los deseos (o las órdenes) del Vaticano? Es muy probable. El paso de este lunes es un precedente poco habitual en una confesión religiosa nada amiga de rectificarse a sí misma, o que lo hace, si no tiene más remedio, dejando pasar antes incluso siglos. Con razón suele decirse que cuando Roma habla sobre un tema, el caso está cerrado para siempre (‘Roma locuta est, causa finita est’)
Fueron el papa polaco Juan Pablo II y su ‘policía’ de la fe, el cardenal Joseph Ratzinger, ahora emérito Benedicto XVI, quienes emitieron una severa condena de la Teología de la Liberación, echando de sus cargos docentes y del ministerio ordenado a miles de sacerdotes de todo el mundo, algunos también en España. Los casos más sonados, sin embargo, ocurrieron en la Nicaragua de la revolución sandinista, sobre todo cuando el Gobierno de ese país, tras derrocar a una brutal dictadura apoyada por Estados Unidos, entró en guerra no declarada con la gran potencia, con el presidente Ronald Reagan empeñado en desalojarlos del poder.
Juan Pablo II echó paladas de arena en aquel conflicto, sobre todo durante su viaje a Managua, la capital de Nicaragua, el 14 de marzo de 1983. Pese a ser tachado de anticlerical y comunista, el Gobierno en pleno acudió al aeropuerto a recibir al pontífice romano. Había dos sacerdotes en aquel Ejecutivo: D’Escoto y Ernesto Cardenal, éste como ministro de Cultura. Otro sacerdote, Fernando Cardenal, jesuita y hermano del anterior, dirigía el programa sandinista de alfabetización. Tras un discurso de bienvenida, el presidente Ortega llevó al Papa hacia los miembros del Gobierno. Juan Pablo II quiso saludarlos uno a uno. Cuando llegó delante de Ernesto Cardenal, el monje trapense y ministro se quitó su famosa boina y se arrodilló. Con enérgicos gestos de su mano derecha, el Papa le dijo: “Regulariza tu posición con la Iglesia. Regulariza tu posición con la Iglesia.” La fotografía de aquella reprimenda recorrió el mundo.
Pero Ernesto Cardenal, poeta de fama universal ya entonces, no hizo caso a aquel gesto de desaprobación papal. Tampoco tomó medidas contra él su congregación. Poco después, su hermano Fernando, el jesuita, aceptó el cargo de ministro de Educación. Tuvo peor suerte. Inmediatamente, la Compañía de Jesús, muy presionada por Juan Pablo II, (incluso con amenazas nada veladas de suspenderla, como había ocurrido en el pasado), le comunicó que no podía seguir en la política como jesuita. “Es posible que me equivoque siendo jesuita y ministro, pero déjenme equivocarme en favor de los pobres, porque la Iglesia se ha equivocado durante muchos siglos en favor de los ricos”, respondió a sus superiores.
Como señala el profesor Juan José Tamayo, también miembro de la teología de la liberación, también castigado por Roma, “la presencia de obispos, teólogos, sacerdotes y religiosos en la vida política es una constante en América Latina desde los inicios de la conquista hasta nuestros días. Y no sólo ni siempre del lado de los colonizadores, sino con frecuencia del lado de los sectores marginados”. Casos emblemáticos de compromiso político liberador son el obispo Bartolomé de Las Casas y el dominico Antonio Montesinos.
Pero el compromiso político de teólogos y sacerdotes se intensifica en la década de los sesenta del siglo pasado, incluso con un cristianismo revolucionario que tiene en Camilo Torres un mito tan arraigado, casi, como el del Ché Guevara. Ejemplos de ese activismo, que no siempre acabó bien, hay también en la actualidad. Es el caso de Fernando Lugo (San Pedro del Paraná, 1951), que accedió a la presidencia del Paraguay tras su triunfo electoral en abril de 2008. Era el candidato de la Alianza Patriótica para el Cambio y logró derrotar al Partido Colorado, que llevaba más de sesenta años en el poder. Así resumió resumía su programa de gobierno, nada más ser elegido: “A partir de hoy, mi gran catedral será todo mi país. Hasta ahora estuve en una catedral enseñando, compartiendo, sufriendo, construyendo”.
Había sido maestro. También fue misionero en una de las zonas más depauperadas de Ecuador y después estudiante de sociología en Roma. El Vaticano lo hizo finalmente obispo de la diócesis de San Pedro. Cuando renunció al episcopado, el Vaticano le suspendió a divinis pese a que inicialmente le había dado permiso para retirarse y dedicarse a la política. La dispensa se la concedió en junio de 2008 Benedicto XVI. Es decir, la Santa Sede le permitía su retorno al estado laical, que le da derecho a recibir los sacramentos como católico, pero con pérdida de su estado clerical. Entonces se comunicó, además, que si Lugo, desalojado ya de la presidencia tras un polémico proceso, volviese a pedir su incorporación a la Iglesia católica como obispo, el caso sería “analizado por la Santa Sede”.
Otro caso de compromiso político, también muy polémico, lo protagonizó el salesiano haitiano Jean Bertrand d’Aristide, también en sintonía con la teología de la liberación. Sacerdote en una parroquia pobre de Puerto Príncipe, había participado activamente en el derrocamiento de la dictadura de Duvalier y en diciembre de 1990 fue elegido presidente de Haití con el 67% de los votos. Entre sus prioridades colocó la erradicación de la pobreza y la dignificación de los sectores populares con las que estaba comprometido desde su época de sacerdote. Fue derrocado por un golpe militar y posteriormente rehabilitado. Poco a poco cambió de estilo de vida y se distanció de las opciones liberadoras del comienzo.
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