La salida del armario del obispo de Grantham, Nicholas Chamberlain, crea un efecto dominó
El obispo de la Iglesia Anglicana, Nicholas Chamberlain sale del armario ante la amenaza de un medio de comunicación, creando un efecto dominó que ha precipitado una crisis interna a la organización religiosa más poderosa del Reino Unido.
Contábamos ayer que a sus 52 años de edad, Nicholas Chamberlain se convertía el pasado viernes, 2 de septiembre, en el primer obispo anglicano que sale del armario en una entrevista publicada en The Guardian ante las amenazas de un periódico dominical que planeaba hacerlo público sin su consentimiento. «No era mi intención convertir mi salida en un gran tema», explicaba el párroco de Grantham, una comunidad de 35.000 habitantes perteneciente al condado de Lincolnshire, en East Midlands, quien nunca había ocultado su orientación sexual a sus feligreses, viviendo desde hace tiempo con su pareja, aunque guardando el celibato.
El obispo de Canterbury, Justin Welby, ha reconocido que estaba al corriente, tanto de la orientación sexual de Chamberlain como de que convivía con su pareja, antes de nombrarlo obispo, el pasado noviembre, considerando que «su sexualidad es totalmente irrelevante» y que lo eligió por sus conocimientos y su buena labor en la diócesis de Lincoln. Progresista convencido, Welby siempre se ha caracterizado por su actitud poco convencional, llegando a aprovechar su posición para pedir indirectamente el voto laborista en las elecciones de 2015 a través de sus sermones. A pesar de que siempre ha sido ortodoxo en cuestiones sexuales, se ha ido abriendo al comprender el calvario por el que pasan las personas homosexuales, llegando a declarar la semana pasada que le «consume el horror por cómo la Iglesia ha tratado a lesbianas y homosexuales».
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La revelación de Chamberlain ha creado un efecto dominó que ha revuelto los pilares de la Iglesia Anglicana que veía como el domingo, 4 de septiembre, un grupo de 14 clérigos involucrados en relaciones sentimentales con personas del mismo sexo, publicaban una carta abierta en el Sunday Times reclamando a su Iglesia que fuera más inclusiva de cara a las personas homosexuales. Los religiosos “confesaron” su estado e hicieron un llamado para que la diócesis los libere de decidir de modo autónomo si celebran o no los casamientos entre personas del mismo sexo, que actualmente están prohibidos por la iglesia de Inglaterra, pese a que a veces no se respetan, asegurando que «muchos en nuestras parroquias ya han hecho este movimiento y es hora de respetar que la diversidad de la teología, dentro de la Iglesia, existe hoy en día y que hay más de una interpretación de lo que un fiel cristiano puede creer en estos asuntos (…) Os pedimos una clara guía que ofrezca un camino a seguir para una mayor inclusión que permita a las parroquias que lo deseen celebrar el amor que nosotros hemos encontrado en nuestras esposas y esposos».
La Iglesia Anglicana no ha tardado en llamar «irresponsables» a los firmantes de la carta, alertando de los peligros de una caza de brujas o del riesgo en el que han puesto a clérigos que no hayan firmado el manuscrito, pero estén igualmente en relaciones sentimentales con personas del mismo sexo, pero no compartieran sus argumentos ni su deseo de salir del armario. De hecho, la principal consecuencia de la carta ha sido elevar las tensiones entre los grupos que luchan por los derechos LGTB dentro de la Iglesia y los que no.
Según algunos activistas, serían en realidad 11 los obispos anglicanos homosexuales y esto haría imposibles para la cúpula religiosa mantener en vigor la prohibición. La iglesia anglicana respondió a esta declaración hablando de “pura especulación”.
La cuestión, no obstante, sigue dividiendo a esta Iglesia, oponiendo a las ramas más liberales, en Estados Unidos, Canadá o Gran Bretaña, y a las más conservadoras, mayoritarias en países como Kenia, Nigeria o Uganda, que ha amenazado con desligarse de la Iglesia de Inglaterra si esta sigue presionando contra la ley antihomosexualidad ugandesa.
La decisión de su rama canadiense de aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo supuso un espaldarazo a los partidarios de la inclusión plena de las personas LGTB en el seno de la confesión anglicana, especialmente después de que hace un año la Iglesia episcopaliana de Estados Unidos hiciera lo propio, lo que por cierto supuso a los episcopalianos una sanción por parte de los primados de la Comunión anglicana, que les prohibieron representarla en organismos internacionales.
De lo que no cabe duda es de que este nuevo paso acrecentará las tensiones y amenazas de ruptura formal de la Comunión anglicana, cuyas iglesias mantienen posturas absolutamente contrapuestas en materia LGTB: de la inclusividad episcopaliana a la homofobia sin reservas de las iglesias anglicanas de África, pasando por las posiciones “equidistantes” de la Iglesia de Inglaterra, cada vez más difíciles de mantener (en la entrada en la hablamos de la sanción a la Iglesia episcopaliana revisamos con cierta profundidad la historia del conflicto).
Siguiendo a una reuniones secretas del Sínodo General, celebradas en julio, más de 100 obispos están citados a la cumbre de la conferencia episcopal, el segundo fin de semana de septiembre, con el objetivo de discutir la actitud de la Iglesia Anglicana hacía la homosexualidad. Son las denominadas sesiones de «espacio seguro», organizadas para construir lazos de confianza entre el clero y miembros laicos en ambos extremos de este debate, en un enfrentamiento que dura ya dos años, y que tendrá lugar ahora con la considerable presión ejercida por todas las declaraciones producidas este fin de semana. Hoy por hoy, la Iglesia Anglicana rechaza el matrimonio gay y también que sus clérigos homosexuales mantengan relaciones sexuales.
La de Inglaterra es la Iglesia madre de la comunidad anglicana, que cuenta con unos 85 millones de fieles en todo el mundo. En 2005, autorizó a los hombres y mujeres homosexuales unidos por lo civil convertirse en sacerdotes y en 2013 acabó con la prohibición de que fueran ordenados obispos.
La Iglesia de Inglaterra nace en 1534, por empeño del rey Enrique VIII ante la imposibilidad de que Roma le conceda el divorcio para poder casarse de nuevo, de ahí que Isabel II sea la cabeza formal de la Iglesia de Inglaterra, también profesada por la nueva primera ministra, Theresa May. Una fe que va reduciéndose en el Reino Unido ya que el 49 % de la población reconoce que no profesa religión alguna actualmente y solo el 17 % se declara anglicana, siendo la religión musulmana la que más crece en el Reino Unido. Los anglicanos han pasado de ser en 2012 el 21% de los británicos creyentes al 17 % en los últimos datos, con 8,6 millones, mientras que la que se mantiene en su puesto es la religión católica, que supone el 8 %, y solo ha descendido dos puntos desde los años ochenta, como consecuencia, por un lado, de la inmigración polaca, italiana, española y latinoamericana, y por otro lado, por la dureza de la rama más conservadora, que critica que las mujeres puedan acceder a la categoría episcopal, pasándose algunos a la más conservadora Iglesia Católica. Uno de cada diez curas católicos en Gran Bretaña es un antiguo pastor anglicano.
Fuente Universogay/Sipse.com/Cristianos Gays
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