Ya está en la Casa del Padre Enrique de Castro, el cura que decidió vivir “entre la gente mal”
Se nos ha marchado a la Casa del Padre un buen amigo. cuando Jesús, el Nazareno, atrapa, es imposible escaquearse… Descansa en paz, hermano.
“Bien se podría decir que ha sido un hijo de la constitución pastoral Gaudium et Spes”
Muere un hombre nacido, criado y educado entre gente de “la clase bien“. Pero muere, sobre todo, un cristiano y un cura que en determinado momento decidió vivir entre “la gente mal“
Su llegada como cura joven al barrio de Vallecas le puso en contacto con algunos de esos gozos y esperanzas, pero, también, y muy especialmente, con las tristezas y las angustias de los hombres y mujeres de aquella zona, entonces paupérrina, de Madrid
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Me llega a través de Javi Baeza, compañero suyo durante muchos años, la noticia de la muerte del sacerdote Enrique de Castro, a los 80 años de edad. Y desde Religión Digital me piden que escriba algo sobre él. Sólo comparto con quién lea estas líneas mis primeros sentimientos.
Muere un hombre nacido, criado y educado entre gente de “la clase bien“. Pero muere, sobre todo, un cristiano y un cura que en determinado momento decidió vivir entre “la gente mal”.
Un hijo de la Gaudium et Spes
Bien se podría decir que ha sido un hijo de la constitución pastoral Gaudium et Spes, el último de los grandes documentos que, entre dificultades, lograron aprobar la víspera de su clausura los obispos que participaron en el Concilio Vaticano II.
Enrique de Castro López Cortijo, con esos apellidos rimbombantes, hizo suyas las palabras con que comienza este fundamental documento: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuántos sufren, son a la vez los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo”.
Su llegada como cura joven al barrio de Vallecas le puso en contacto con algunos de esos gozos y esperanzas, pero, también, y muy especialmente, con las tristezas y las angustias de los hombres y mujeres de aquella zona, entonces paupérrina, de Madrid. Y no pasó de largo asustado y queriendo olvidar lo que había visto, sino que se quedó a remediar parte de esas tristezas y de esas angustias, especialmente las que aquejaban a los jóvenes vallecanos, entre los que empezaba a hacer estragos la droga, primero el cannabis y luego la terrible heroína.
Un buen samaritano
Como el buen samaritano de la parábola del Evangelio de Lucas, se detuvo y se puso a hacer cuando estaba su alcance para sacar de la indigerencia y el sufrimiento a quienes sufrían. Durante años, de mil formas y maneras lo intentó. Y para muchos fue su “salvador“, aunque en otros casos no pudiera remediar sus males, y llorase por ello.
En ese empeño gastó, o mejor dicho, invirtió gran parte de su fecunda vida. Y el esfuerzo y el paso del tiempo fueron agotando sus fuerzas. Últimamente estaba cansado, muy cansado. Y deseaba descansar.
Hoy ya descansa en ese descanso misterioso que es la muerte. Y posiblemente haría suyas las palabras del famoso epitafio de la tumba de Unamuno:
“Méteme Padre Eterno en tu pecho, misterioso hogar. Dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar”.
Sea como sea ese “misterioso pecho“, que en el descanse el inolvidable Enrique de Castro López Cortijo, que “se despojó de su rango” para vivir con los dolientes, buscando el modo de ser alivio para ellos. Muchos son los que le estarán agradecidos. Yo y otros muchos curas, que le conocimos, damos gracias a la Vida por su vida. Es hermoso que haya personas, hombres y mujeres, como él.
Descanse en paz el buen Enrique.
Fuente Religión Digital
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