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Hacia una Epifanía interior

Sábado, 5 de octubre de 2024
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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La imagen de los Reyes Magosque encontramos en las primeras páginas del Nuevo Testamento puede servirnos como una metáfora guía. Esos peregrinos arquetípicos se embarcaron, al igual que nosotros ahora, en la búsqueda sagrada de una epifanía. Y nosotros, como todos los peregrinos, debemos caminar simultáneamente en dos direcciones: el exterior y el interior.

Dos direcciones que son una sola en Cristo. Porque en Cristo no hay nada espiritual al margen de lo material, ningún movimiento hacia Dios que no sea a la vez un movimiento hacia los demás. Los contemplativos no se contentan con examinar los Evangelios con la distancia crítica de un extraño, sino que rumian desde lo más profundo de sus corazones, donde esa misma estrella de los Reyes Magos podría guiarlos a una epifanía interior de Cristo. Por eso, los Evangelios que leemos, la peregrinación en la que nos embarcamos, no conducen, en última instancia, a un lugar, sino a una persona.

Nos referimos al carácter único del cristianismo entre las religiones monoteístas del mundo. En su centro no hay un lugar sagrado, ni un libro sagrado, ni un símbolo venerado, sino una persona encarnada, un corazón humano, el de Jesús de Nazaret, cuyo espíritu mora e impregna todo y en el que todas las cosas están reconciliadas y unificadas (Col 1,20). En Cristo, todos los modos de comprender nuestra separación de Dios y de los demás se presentan como ilusorios.

El nombre que los Evangelios dan a la realización histórica de esta unidad es el “reino de Dios“, entendido más bien no como un lugar o una promesa futura, sino como una realidad presente constituida por una nueva visión de las relaciones humanas enraizada en el ministerio, y más aún en la persona del propio Jesús, Así, pues, el reino es tanto una realidad interior (Mt 5,3) como algo históricamente tangible (Mt 25, 1-46). Esta unión de lo espiritual y lo tangible refleja una mística cristiana única arraigada en la encarnación”.

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Vincent Pizzuto

Contemplar a Cristo

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“Oración encarnada”, por Miguel Ángel Mesa

Jueves, 3 de octubre de 2024
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De su blog Otro mundo es posible:

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«Oración es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama»
(Santa Teresa de Jesús).

Hubo un tiempo en que se expresaban serias diferencias entre quienes acusaban a otros cristianos de escapismo espiritual, orando mucho pero sin conexión con la realidad y contestando los otros con la recriminación por el activismo de quienes no aceptaban el valor ni la importancia de la oración.

Si bien puede que sigan vigentes en algunos ambientes estas acusaciones, cualquier persona mínimamente conocedora del Evangelio reconoce que Jesús tuvo sus momentos de oración, para encontrar fuerza, ánimo, sentido a lo que hacía, que era tanto que en algunos momentos no tenía ni tiempo para comer.

Hay muchas formas de oración, decenas de métodos, caminos que han recorrido multitud de personas, órdenes religiosas, asociaciones laicales… Sin mencionar la gran cantidad de escuelas de oración y meditación que se han dado en todas las religiones y senderos espirituales.

El ser humano, hombre y mujer, es orante por naturaleza. Está estudiado que nuestros antepasados ya oraban de alguna forma con las pinturas rupestres, con los ritos funerarios y las alabanzas a la naturaleza, a la Madre Tierra y al Sol principalmente, antes de desembocar en la creencia en dos diferentes dioses, o en un Dios único.

Para empezar a orar es necesario seguir las enseñanzas de personas más experimentadas. Pero posteriormente, cuando se va avanzando, es bueno y necesario irse desprendiendo de ataduras, de cáscaras protectoras, para salir al aire libre de la relación personal con el Misterio que nos habita. Hablando como con el mejor amigo. O callando y acallando tanto ruido e imágenes como hay en nuestro interior.

En la sociedad de la prisa y del estrés, por otra parte, es de una necesidad imperiosa para la salud de nuestra mente, el silenciar durante un tiempo al día la actividad, para descansar, reflexionar, meditar, orar con uno mismo, entrando en nuestro interior, dirigiendo nuestra mirada contemplativa de amor hacia «quien sabemos nos ama».

En la oración recogemos como un eco de nuestra humanidad que nos une a todo lo creado; de nuestra divinidad, como imagen con un parecido excepcional de quien somos sus hijos e hijas. Esos ecos que al final nos resultan conocidos, y que están apagados ante tanto frenesí como vivimos, comienzan a aflorar, a resonar en nuestro interior, devolviéndonos nuestra esencia original que, muchas veces, vamos perdiendo poco a poco sin darnos cuenta.

La oración personal o en comunidad, no nos aparta de la vida, al contrario, nos sumerge, nos ayuda a encarnarnos más en ella. Cuando oramos con sinceridad, el espíritu de la Verdad nos inunda y, como dice Casaldáliga, no podemos hacer otra cosa que incorporar a ella las voces, los rostros, las dificultades, las injusticias, las alegrías y los gozos de quienes nos acompañan por el camino de la existencia.

Es importante también aprender de la historia de los grandes orantes, de los místicos: así podremos caminar en libertad al encuentro con el Espíritu vivo de Dios; y este camino no lo podremos recorrer si no unimos vida y oración, contemplación y vida, mística y existencia, silencio y soledad, sin ningún tipo de dicotomías.

«Felices quienes se reservan cada día unos momentos de silencio para entrar gozosos en su corazón».

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El desplome de la práctica religiosa: veamos el porqué, pensemos el cómo y hablemos de la calidad cristiana de ambos

Miércoles, 11 de septiembre de 2024
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IMG_7065¿Solo por “la radical secularización de la sociedad“?

“Más profundamente necesario es ver qué debemos hacer para dotar de identidad cristiana a nuestras propuestas y evaluaciones”

“Si la secularización es radical y nuestra respuesta es evitarla lo más posible y a nuestra medida neoconservadora; si la politización social y vasca de la fe es un exceso y nuestra respuesta es espiritualizarla hasta la evaporación de la Encarnación; si el cristianismo no es un humanismo sustentado en sí mismo y nuestra respuesta es sustituirlo por un solipsismo poético de Jesús te ama, te elige, te espera y te salva…”

Cierto estudio de la agencia apablo.com, a partir de los datos del CIS sobre la práctica religiosa de los españoles, ha puesto sobre la mesa algo ya esperado. El 80% de los españoles, o lo que es igual, cuatro de cada cinco, no práctica religión alguna, por tanto, se reconocen ateos, o agnósticos, o indiferentes, o creyentes no practicantes.

Hablamos, por tanto, de ausencia de práctica religiosa en todos ellos y no tanto de si son personas religiosas. Sin duda serán relaciones próximas pero no es lo mismo. El trabajo además desglosa esta conclusión por las autonomías de España, pudiéndose observar diferencias notables, que no absolutas, entre ellas, con especial significado a la baja en cuanto a Cataluña, País Vasco, Galicia, Andalucía… No es lo más interesante en unas breves líneas reflejar el cuadro de datos región por región, por lo demás al alcance de cualquier lector de la red; importa mucho más intentar una reflexión de más calado ante los datos y su evolución; no hay problema en reconocer que seguramente es negativa en la mayoría de los casos, pero habría que verlo con detalle.

Lo interesante es que el estudio ha sido valorado entre nosotros, desde el Obispado de Vitoria, y en referencia a nuestra pobre realidad vasca de práctica religiosa, en todos, pero más aún en los jóvenes, se ha lamentando “la radical secularización de la sociedad y, en particular, que “no es normal este desapego de la juventud vasca con sus raíces, con su ADN y con su cultura intrínsecamente ligada a la Iglesia”.

Abundando en el tema, que “algo está fallando en la transmisión de la fe, no solo en las familias, sino también en los centros educativos de la Iglesia“, 19 en Álava, y “tanto más que a escasos kilómetros las cifras son muy distintas, con una juventud que participa de la vida de la iglesia y se definen como cristianos”. Quien sea que haya hecho esta declaración, sabemos que representa bien a su Obispo diocesano y es clara.

La cuestión primera de nuevo es situar la afirmación mayor, es decir, si las diferencias regionales son muy importantes o no; la respuesta, que si bien son importantes en algún caso, sobre todo del País Vasco en relación a Navarra, muy importantes no lo creo. Es un tema que se puede explicar. Más profundamente necesario es ver qué debemos hacer para dotar de identidad cristiana a nuestras propuestas y evaluaciones.

Dicho de otro modo, volver a que la secularización es agobiante, o que los curas vascos han estado y están politizados por el nacionalismo, o que han atendido sin medida al humanismo social… es volver a repetir lugares comunes para no asumir ninguna posibilidad seria de mejora. Si la secularización es radical y nuestra respuesta es evitarla lo más posible y a nuestra medida neoconservadora; si la politización social y vasca de la fe es un exceso y nuestra respuesta es espiritualizarla hasta la evaporación de la Encarnación; si el cristianismo no es un humanismo sustentado en sí mismo y nuestra respuesta es sustituirlo por un solipsismo poético de Jesús te ama, te elige, te espera y te salva; si el mundo avanza en reconocimiento de derechos humanos y se excede en tropiezos morales, y nosotros tenemos un remedio que opera como astucia para sus malas prácticas y condescendencia con las propias, entonces no hay buena salida.

No es posible desentrañar todo esto en cuatro líneas, pero es imprescindible rebajar el valor del “número” en la cualificación cristiana de un proyecto pastoral; es necesario subordinar el valor de unas prácticas espirituales privadas o públicas al cuajo de bondad, justicia y sobriedad en que se expresan socialmente; es necesario aceptar que la mayoría de los líderes consagrados y ordenados lo somos bajo principios y cualidades que sustentan fácilmente una clericalismo asfixiante en la comunidad y en la lectura doctrinal que la domina; hemos de ser muy críticos con las fidelidades sociales a la Iglesia masivamente identificadas, incluso entre los jóvenes, con los idearios sociales más conservadores del statu quo.

Un examen de conciencia de este calado, con las referencias preferenciales en la vida de Jesús, la que cualifica qué Mesías o Cristo de Dios es Jesús, no resolvería todo lo que nos pasa, y menos en términos de número, pero sí nos situaría en condiciones de sustituir el qué nos ha pasado por el qué nos va a seguir pasando y cómo podemos evitar sustituirlo en falso. El cristianismo es una “religión” de la encarnación de Jesús, de su seguimiento, de modo que la eucaristía de una vida justa y buena con los más ignorados y desvalidos del mundo es, en la Misa, una eucaristía en plenitud, y todas las jerarquías religiosas, sociales y políticas van a chirriar en su encuentro, y al deseo de purificarnos en la bienaventuranzas y verlo en aquello que anunciamos, seguimos y celebramos, ningún número de nuevos cristianos lo puede sustituir. Desde luego, ¿cómo no fallar? Reconocer que elegimos el camino samaritano, vaciado de sí y abajado de Jesús, el Señor al que matan por cómo vive.

Fuente Religión Digital

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“Un testimonio encarnado”, por Miguel Ángel Mesa.

Miércoles, 20 de marzo de 2024
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De su blog Otro Mundo es posible:

«Vino porque su corazón de Dios ya no podía más y, sin dejar de ser quién era, tomó un corazón humano» (Agustí Altisent).

 Los cristianos, como seguidores de Jesús, no pueden ya creer, contemplar y experimentar a su Padre mas que como un Dios encarnado. Y encarnarse supone todo lo contrario a irrealidad, otro mundo, más allá. En-carnarse significa que el Misterio de toda la vida que nos rodea, se vuelve epifanía en-la-carne, en la carne de la persona del Jesús histórico, en la de todos los seres humanos desde el principio de la creación, en la naturaleza que nos rodea, en el universo del que formamos parte. Descendemos de las estrellas, que contienen el gen de la Vida, somos tierra amorosa, polvo enamorado y encarnado.

Cada hombre o mujer posee unas cualidades, unos carismas que pueden conservar codiciosamente para su propio bienestar, o hacerlos que fructifiquen, se desarrollen y multipliquen en la entrega al otro, que es donde se logra la plenitud de la persona, haciendo crecer a quien se da y a quien recibe y, a la vez, devuelve su agradecimiento desde su propia realidad y cualidades.

Hemos creído que a Dios le podemos encontrar solo en la oración personal o junto al tabernáculo de la iglesia. Y estos son grandes medios, pero solo para encontrar fuerza y salir a buscar su rostro. El Dios encarnado no está en las piedras, ni en las tradiciones, ni en las leyes, ni en las liturgias.

Al Dios vivo y verdadero, solo le encontraremos donde le encontró Jesús, en los demás, especialmente en los más sufrientes y desvalidos: leprosos, prostitutas, ciegos, alejados de la fe. Pongámosle nosotros ahora los nombres actuales: enfermos de Sida, presos, mujeres objeto de violencia machista o de trata, niños y niños explotados, desahuciados de sus viviendas, excluidos de los servicios sociales, inmigrantes, ancianos, parados…

Solo mezclándonos, saliendo de nuestros lugares sagrados, contaminándonos, acogiendo, buscando, sin mostrar carteles ni etiquetas, «como uno de tantos», como la sal en la comida, pequeños destellos de luz, ternura y esperanza en un mundo desolado y dolorido. Uniendo nuestra acción y pasión con otras muchas personas, en redes, como pescadores deportivos que esperan, atraen, contemplan al pez dolorido, le quitan el anzuelo, le acarician y le devuelven para que recupere la dirección y el gozo por la vida.

La encarnación produce grandes beneficios, el ciento por uno, aunque eso sí, nunca son materiales, ni nos producirán beneficios en la Bolsa, ni el aumento de dinero en la cartilla del banco. Son otros rendimientos y otras ganancias, personales, íntimas, espirituales, mucho más importantes las que proporcionan.

Y conlleva muchas veces enfrentamientos, marginación, incomprensión, oposición, provocaciones, difamación… Aliarse, defender, ponerse al lado de quienes sufren las consecuencias de la opresión y la exclusión, encarnándose en su mundo y sus luchas, suelen traer estas consecuencias. Y, a pesar de todo, una alegría y una paz profundas.

«Felices quienes “pasan por uno de tantos”, quienes no destacan, quienes trabajan y crecen humanamente desde la cotidianidad, desde el esfuerzo y el servicio en silencio, desinteresado».

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Hacia una Encarnación total

Martes, 27 de febrero de 2024
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Del blog de Henri Nouwen:

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“Puedes ver tu vida como un gran cono que se angosta a medida que llegas mas adentro. Hay muchas puertas en ese cono que te dan oportunidades de abandonar el viaje. Pero has venido cerrando esas puertas una tras otra, yendo mas y mas adentro, hacia el centro. Sabes que Jesús te espera al final del camino, así como sabes que El te guía a medida que avanzas en esa dirección.

Cada vez que cierras otra puerta (sea la puerta de la satisfacción inmediata, la puerta del entretenimiento distractivo, la puerta del negocio, la puerta de la culpa y de la preocupación o la puerta del autorrechazo), te comprometes a llegar mas adentro de tu corazón y, por lo tanto. mas adentro del corazón de Dios.

Este es un movimiento hacia la plena encarnación. Te lleva a transformarte en lo que ya eres: un hijo de Dios. Te lleva a corporizar mas y mas la verdad de tu ser. Te hace reclamar al Dios que hay dentro de ti. Estas tentado de pensar que no eres nadie en la vida espiritual y que tus amigos están mucho mas adelante en esta travesía. Pero es un error.

Debes confiar en la profundidad de la presencia de Dios en ti y vivir a partir de allí. Esta es la manera de seguir avanzando hacia la plena encarnación”.

*

Henri Nouwen

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Espiritualidad encarnada

Lunes, 8 de enero de 2024
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Tú, que no quieres, en modo alguno,
ser amado contra lo creado,
sino glorificado a través de la creación entera,
danos, hoy y cada día:

La atención a lo real en su riqueza
y en su compleja diversidad.

El coraje humilde para decidir y actuar
sin tener garantizado el acierto
y, menos aún, el éxito.

La paciencia para lo que sólo germina a largo plazo,
y que no está en nuestras manos acelerar.

Un vivir reconciliado con nuestro cuerpo y espíritu
imprevisibles, vulnerables, amables.

El trabajo, con su gozo y su fatiga,
y el sufrimiento por quienes no pueden trabajar.

Una apertura sin defensas
a la presencia de los otros,
que nos visitan y cambian
si dejamos que entren con su novedad.

Y si es necesario, desplázanos, Señor,
de nuestros caminos y seguridades
y llévanos por los que Tú conoces y quieres,
para poder escuchar tu voz de Padre.

Sólo así entenderemos tu encarnación.
Sólo así seremos bautizados.
Sólo así sentiremos que el cielo se abre.
Sólo así nos llenaremos de Espíritu Santo.
Sólo así podremos vivir como hijos amados.

*

Florentino Ulibarri

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Navidad… hagamos Familia, vivamos “todas” las familias…

Domingo, 31 de diciembre de 2023
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El Verbo se hizo hombre… se hizo clase…

*

JESÚS ADOLESCENTE EN EL TALLER DE JOSÉ.-John Everett Millais

En el vientre de María el Verbo se hizo hombre,

y en el taller de José, el Verbo se hizo clase...”

*

Pedro Casaldáliga

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Confesiones de Dios 

Cada vez que nace un niño
sigo confiando en vosotros,
porque entregaros un hijo
es delegar mucho de mí en vosotros:
es haceros continuadores de mi obra,
portadores de mi Espíritu,
padres y madres de mi evangelio vivo
y cuna del mundo al que tanto quiero.

Todo niño viene a través vuestro,
y toda buena noticia se encarna en vuestro seno.
Pero la fuente de la vida,
que encontró cauce en vosotros,
tiene su origen en mis entrañas
y en el amor desbordado que a veces os alcanza.

Acostumbraos, pues, a verme en ellos;
en su frágil transparencia
son mi presencia que os ilusiona,
mi navidad más humana,
mi palabra encarnada,
verdaderos sacramentos en la historia.
En ellos abrazáis mi ternura hecha carne vuestra;
en ellos os solidarizáis con mi debilidad e impotencia,
y también con mis sueños y esperanzas más íntimas.

Deteneos de vez en cuando ante ellos,
contempladlos despacio:
estáis ante el misterio de la vida,
ante el milagro del amor,
ante la mejor buena noticia, gratuita.
Olvidaos de precios, compras y rescates;
las dos tórtolas o los dos pichones
son para reclamar vuestra atención y presencia.

Permanezco junto a vosotros, día y noche,
empeñado en cuidarlos, y cuidaros, con mimo
para que crezcan y continúen mi obra,
-la vuestra, la nuestra, entendámonos-.

Contad siempre conmigo.
Yo me alegro de poder contar con vosotros.

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

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Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, [de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor“, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.”

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:

“Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.”

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.]

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

*

Lucas 2,22-40

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Todas las Familias

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El niño iba creciendo, lleno de sabiduría
(Lc 2, 22-40)

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La familia la hacen las personas que la forman, su capacidad de quererse, de amarse, de perdonarse, de reconciliarse, de estar abiertas a compartir la vida con otros familias. La familia está cambiando. Es normal. Pueden cambiar las formas de establecerse los vínculos entre las personas. Puede cambiar el hecho de que todos vivan en la misma casa o que vivan separados. Pero al final, hay un vínculo clave en la familia: el amor. Ése es el vínculo que mantiene y mantendrá viva a la familia. Ése fue el vínculo que Jesús aprendió a valorar en su familia. Allí descubrió que es más fuerte incluso que los lazos de la sangre. Por eso, luego, más tarde, habló de Dios como el Padre, el Abbá que reúne a todos sus hijos en torno a la mesa común. Y para que entendiésemos la relación que nos une a Dios nos dijo que éramos sus hijos y él nuestro Padre.

Hoy nos toca a nosotros asumir la realidad concreta de nuestras familias, con sus luces y sus sombras, y seguir partiendo de ellas para construir el reino, la gran familia de Dios. Es nuestra responsabilidad fortalecer todo lo que podamos el vínculo del amor, que rompe las barreras de la sangre, de la raza, etc. y nos une a todos en una única familia. Hoy, como a Jesús, nos toca a nosotros encarnarnos en nuestra realidad concreta y construir la familia de Dios aquí y ahora.

Comunidad Anawin de Zaragoza

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Navidad ¿Qué va a cambiar?

Lunes, 25 de diciembre de 2023
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¡Una vez más: NAVIDAD!

¿Qué va a cambiar?

Nada, excepto tú.

Hazte luz y verás la Luz …

Todo está ahí.

No busques en otra parte el significado de este  acontecimiento-advenimiento.

La humanidad fraterna de Jesús lleva el día que tiene que levantarse en ti.

El Dios vivo vuelve a ponerse en tus manos.

Por tí, para crear con Dios y a  su imagen, un mundo de alegría, luz, belleza.

*

Maurice Zundel

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           El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.

        Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida.

           Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.

           Cuando en Navidad oímos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de todos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.

        Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, de la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad.

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W. Pannenberg,
Presencia de Dios,
Brescia 1974, 119-120).

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“Navidad: cuando Dios mató a Dios”, por Luis Fernando González Gaviria.

Jueves, 5 de enero de 2023
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Navidad-Dios-mato_2517058284_16338991_660x371“La Navidad es don, pues a través de ella podemos de nuevo volver a repensar todo, renunciando al absolutismo teológico-dogmático que sigue prolongando en esta hora de la historia formas y esquemas anticuados”

“La opción radical de Dios ha sido todo lo humano, la Encarnación, la Kénosis. En Dios palpita la humanización del hombre que desea configurarse sin límite en esta hora de la historia”

“El Dios de los cristianos no es un sordo indiferente que escucha de vez en cuando las súplicas de sus hijos para dar alguna respuesta”

“La Encarnación es escándalo para quienes escrupulosamente desean abandonar su condición y volverse dioses, nada más anticristiano, pero al mismo tiempo es la única alternativa para volver a reconfigurar desde la experiencia de Jesús el rostro humano de Dios para todos”

Cada época trae consigo nuevos predicados, nuevas formas, nuevos paradigmas en los cuales se dice la realidad que nos acontece. Esta constante brota de la capacidad inagotable de futuro que habita en el interior del ser humano. La persona que está en el mundo tiene una fuerza que lo impulsa siempre hacia adelante, esta realidad está inscrita en su biología desde siempre. Somos esencialmente en evolución y Dios no escapa a este dinamismo.

Todavía resulta escandaloso atrevernos a mirar el pesebre. Las formas pintorescas en las que son exhibidos hoy, resultan siendo una apología al arte y no un referente de capacidad inagotable de sentido capaz de arropar al ser humano. El pesebre se volvió competencia abandonando su fuerza creadora de kénosis. En este entramado de posibilidades, una pregunta resulta más exigente para dar forma y respuesta a una deuda pendiente que los cristianos tenemos en el siglo XXI: ¿Qué decimos cuando decimos Dios? De la respuesta a la pregunta se vivirá a Dios como una opción de profundo sentido y libertad o una carga insoportable gestada en las defensas rancias y anacrónicas de los supuestos defensores de la verdad

Hemos volcado sobre Dios todo, menos la auténtica experiencia liberadora de Jesús (Cfr. Jn 10,10). Hemos puesto por encima estructuras, dogmas, poderes, interpretaciones amañadas, anacronismos obsoletos y nostálgicos, etc. Por estas y otras muchas razones, Dios resulta siendo insoportable, incomprensible, recalcitrante, todo lo antihumano. Volvimos a Dios un monstruo, producto de nuestras torpes proyecciones (Cfr. Mt 12, 1-8).

¿Será que lo que yo creo de Dios está en sintonía con la experiencia del Evangelio? ¿El Dios en quien creo es producto de mi frágil proyección o es de verdad la experiencia portadora de sentido de Jesús? ¿Lo que sabemos y hemos construido de Dios será más bien mis pretensiones egoístas y las de otros? Desde este ángulo, Freud tenía razón: “Dios no es más que una proyección infantil”. Cargamos a Dios de tantas palabras, forzamos tanto su demostración, nos atrincheramos ante el mundo creyendo que eran ellos los equivocados, que terminamos matando nosotros mismos la experiencia de lo divino en los demás.

La Navidad es don, pues a través de ella podemos de nuevo volver a repensar todo, renunciando al absolutismo teológico-dogmático que sigue prolongando en esta hora de la historia formas y esquemas anticuados. En Navidad Dios puede volver a decirse Él mismo, en sus coordenadas, en su autenticidad, en su salida inagotable de sí mismo al ser humano (Cfr. Éx 3, 7-9; Flp 2, 6-7). Navidad no es algo distinto a Dios, al Dios de Jesús que acontece desde el interior del ser humano hacia el otro, cualquier otro (Cfr. Evangelii Gaudium, #11).

El pesebre conmueve y escandaliza. El encorvamiento sobre nosotros, y desde el cual proyectamos falsamente a Dios, se cae a pedazos al ver que Él se ha humanizado hasta el extremo (Cfr. Jn 1,14). Su opción jamás ha sido la jerarquía, los títulos honoríficos, los puestos de poder, todo ello signo de una Iglesia en decadencia que sigue ahogando la experiencia de abajamiento (Cfr. Mateo 20,25). La opción radical de Dios ha sido todo lo humano, la Encarnación, la Kénosis. En Dios palpita la humanización del hombre que desea configurarse sin límite en esta hora de la historia.

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La única oportunidad que tenemos para ser verdaderamente humanos es matar a Dios, sin miedo, sin escrúpulos. Matar al Dios que nos alimentaron y en el que nos obligaron a creer. El único que puede hacer eso en nosotros es Dios mismo, más aún, ya lo hizo. La Encarnación rompe con nuestras lógicas proyectivas y nos lanza a un nuevo horizonte de humanización que nos ubica en el mundo, y desde el mundo, saber que la Encarnación nos devuelve la mirada profundamente humana, nos impulsa a ir al interior, nos llama desde lo que somos a descubrir una presencia que nos habita y trasciende (Cfr. 1 Juan 1, 1-4).

En Navidad descubrimos que el Dios de los cristianos no es una fuerza que está más allá del cosmos, en las alturas insondables del cielo donde el ser humano apenas puede dar una mirada sin más. El Dios de los cristianos no es un fugitivo que después de la creación se desentendió de su obra y mira pasivamente lo que ocurre en ella. El Dios de los cristianos no es un sordo indiferente que escucha de vez en cuando las súplicas de sus hijos para dar alguna respuesta. El Dios de los cristianos es existencia concreta, realidad dada y acontecida que hace historia en plural; es la Vida misma que corre por nuestras venas, de esta manera, “Dios se ha hecho hombre en Jesús: él se ha expresado en este hombre y en este hombre se ha ligado para siempre a la humanidad” (Anselm Grün – La fe de los cristianos, 2007).

Ante las falaces y distorsionadas comprensiones del ser humano que se dan en nuestro tiempo, el Dios de los cristianos acontece como respuesta desde las entrañas del mundo (Cfr. Juan 1, 1-18). Humanándose hasta el extremo da su respuesta, aleja de sí el fatalismo apologético que encierra en conceptos la vida y abre para nosotros el hecho vital dinámico como don en gasto. El Dios de la Navidad, que es el Abbá de Jesús, se autodona en la historia y en la realidad, escenarios estrechamente humanos y desde los cuales podemos entenderlo de manera siempre nueva.

La claridad del acontecimiento Encarnacionista permite reelaborar la imagen de Dios desde nuestro ser, nos obliga a abandonar los sueños idílicos e infantiles de ser dioses y nos permite resituarnos en la historia como lugar teológico por excelencia. Dios y el hombre se reconocen, ambos acontecen. En el don del uno para el otro quedan transformados, afectados hondamente hasta el punto que ya no serán los mismos, de esta manera, el misterio de la encarnación es central, de manera que, desde ese misterio insondable, Dios empieza a ser para nosotros diferente. Porque, en la encarnación, Dios se funde y se confunde con lo humano. Hasta el punto de que ya no es posible ni entender, ni acceder a Dios, prescindiendo de lo humano y, menos aún, entrando en conflicto con lo humano, con todo lo que es verdaderamente humano y, por tanto, con todo lo que nos hace felices a los humanos, nos realiza, nos perfecciona y nos hace gozar y disfrutar de la vida humana en toda su amplitud y hermosura (José María Castillo – La humanización de Dios, 2005).

En una realidad desencantada por todo lo humano, con ansias desenfrenadas de superar lo humano, Dios quiere ser el más humano de todos. La carne, la nuestra, la que nos cubre, es poesía exquisita de Dios para este momento histórico. El misterio que encierra la palabra Dios, usada y abusada a lo largo del tiempo, se va aclarando en la medida que seamos conscientes que Él nos habita, que está dentro. La Encarnación es escándalo para quienes escrupulosamente desean abandonar su condición y volverse dioses, nada más anticristiano, pero al mismo tiempo es la única alternativa para volver a reconfigurar desde la experiencia de Jesús el rostro humano de Dios para todos. En Navidad Dios dejó de ser lo que pensamos y proyectamos, en Navidad Dios mató a Dios y empezó a palpitar en nosotros el Misterio de su presencia para siempre.

Fuente Religión Digital

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“Navidad cristiana y Navidad universal”, por José Arregi

Lunes, 26 de diciembre de 2022
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7A54C862-5242-491C-BD6C-A6B505966B52Leído en su blog Umbrales de Luz:

Puede que la Navidad de las calles iluminadas, la propaganda consumista, los villancicos rayados, las reuniones desganadas, los regalos obligados… nos guste más o menos o que incluso nos disguste. Sin embargo, si acertáramos a liberarla de su explotación comercial, de nuestras ambiciones engañosas, también de nuestras liturgias insulsas, palabrería vacía y dogmas trasnochados, si abriéramos los ojos y la miráramos en su hondura universal, la Navidad podría tocarnos el corazón, encender en él una llama de paz creadora, volverlo más humano para nuestro bien y el bien común de la Tierra.

Me refiero no solo a la Navidad cristiana, sino también a la Navidad universal, la del sol en los solsticios de cada año y en el milagro del amanecer de cada día, la Navidad de las azaleas en flor, la Navidad de cada nacimiento deseado y esperado en cualquiera de sus formas, la Navidad del renacimiento del bien y de la esperanza en el mundo a pesar de todo. ¡Bendita sea la Navidad universal de la Vida en todas sus formas!

Bendita sea también la Navidad de Jesús de Nazaret con ese entrañable imaginario que llevo grabado en las entrañas desde niño: el pesebre, la gruta, los pastores y campesinos, los campos de Belén, el coro de ángeles en medio de la noche, la estrella que guía a los sabios de Persia, los cofres de oro, incienso y mirra. Esa fue mi primera Navidad y es aún hoy la primera para el niño que sigo siendo. Pero para el viejo de 70 años en que sin darme cuenta me he convertido, la Navidad de Jesús es ni más ni menos que mi icono más cercano e inspirador de la Navidad universal. Y a esta Navidad de Jesús no sé si llamarla cristiana, porque el cristianismo vino cien años después y porque, en el fondo, Navidad no hay más que una.

Ya se celebraba con otros nombres mucho antes de Jesús. Milenios antes, muchos pueblos festejaban el solsticio de invierno, en torno al 21 de diciembre en el hemisferio norte y en torno al 20 de junio en el hemisferio sur, cuando la inclinación de la luz solar sobre la Tierra es máxima y la noche empieza a ser más corta y el día más largo. Era y sigue siendo la fiesta del sol y de la Tierra, la fiesta de sus frutos dados en comida común, la fiesta de la Vida.

Los mayas, aimaras, incas y mapuches celebraban y todavía celebran el retorno o la nueva salida del sol. Y lo mismo los maoríes de Nueva Zelanda, los dogos de Mali y los sami de Laponia. E igualmente en Japón, en China, en la India y en Persia. Y los pueblos eslavos, como Rusia y Ucrania, al igual que los celtas. Los germanos y escandinavos evocaban el nacimiento de Frey, dios del sol, de la lluvia y de la fertilidad, representando la divinidad con un árbol de hoja perenne. En Roma celebraban “la Natividad del Sol invicto” el 21 de diciembre, y los practicantes del culto mitraico en todo el imperio romano conmemoraban el nacimiento de Mitra en una cueva el 25 de diciembre.

A medida que el cristianismo se extendió y que a partir de Constantino se impuso, sucedió lo que ha sucedido en todos los tiempos, culturas y religiones: la nueva religión asimiló la fiesta antigua y la revistió de un nuevo nombre, motivo y significado. Así, la fiesta de la luz y de la naturaleza que renace se convirtió en fiesta del nacimiento de Jesús, nueva luz –la misma Luz– que ilumina y consuela la vida. Nada se pierde, todo se transforma. Cambian los calendarios y los nombres, los rituales y los significados concretos, pero vuelve el mismo Sol sobre la misma Tierra. Vuelve a revelarse, a hacerse presente, el misterio vivificador de la Luz.

Sobre el nacimiento de Jesús, nadie sabe nada salvo que fue hijo de María y de José (o quizás de un padre desconocido) y que nació en Nazaret en una familia numerosa y pobre. Fue libre y hermano, compasivo y sanador. Por eso sus seguidores le reconocieron como el Cristo o Mesías, aquel que esperaban y que había de anunciar la buena noticia a los pobres, curar a los enfermos, liberar a los cautivos, y con el tiempo poetas como Lucas crearon bellos relatos simbólicos que narran su nacimiento. Hubo también quienes le confesaron como el Verbo o el Logos divino creador del mundo. “La Palabra se hizo carne”, se lee en el Evangelio de Juan. En el siglo IV se elaboró el actual Credo que confiesa a Jesús como el único Hijo de Dios, “de la misma naturaleza del Padre”, que “se encarnó de María Virgen”. Y así empezaron a celebrar de manera ritual el nacimiento de Jesús.

Yo lo sigo haciendo, pero no puedo creer el Credo a la letra. No puedo pensar razonablemente en un Dios Omnipotente, Creador anterior y exterior al mundo que, en los 13.700 millones de años de este universo en expansión con cientos de miles de millones de galaxias que albergan probablemente incontables planetas con vida, en este universo que tal vez no sea más que uno entre otros universos sin número, se haya encarnado plenamente solo una vez, y lo haya hecho justamente en el planeta Tierra, en esta especie pasajera que es el Homo Sapiens, hace 2000 años, en un varón judío llamado Jesús, que habría sido concebido sin gametos masculinos y habría venido a la Tierra para expiar nuestros pecados.

Ya no puedo creer en el dogma de la encarnación entendido a la letra, pero celebro la Navidad de Jesús. Cada día, en estas fiestas miraré y me inclinaré con ternura ante nuestro Belén de casa. Bet-lehem, casa del pan. Entrañable Belén en un mundo lleno de deseos y dolores. Me uniré a la pequeña comunidad de Aizarna y cantaré con ella de corazón y de boca las palabras del Credo cristiano: “Se encarnó de María Virgen”, sin sujetarme al significado tradicional, trasnochado, de las palabras. Celebraré la Navidad cristiana de Jesús, símbolo de la Navidad del corazón sin fronteras, la Navidad de la humanidad, la Navidad del planeta, la Navidad del Cosmos infinito, hecho de fuego o de luz. Cosmos eterno hecho de materia espiritual. Misteriosa matriz animada de Creatividad de la que nacen universos, soles, planetas, azaleas, petirrojos y corderillos, y este admirable y tan contradictorio Homo Sapiens que tal vez desaparezca antes de alcanzar el equilibro que busca, su verdadera divinidad: la bondad feliz creadora.

No faltarán quienes digan que esta Navidad que celebro no es cristiana. No sé a qué llaman cristianismo. En cuanto a mí, pienso que ser cristiano no requiere profesar a la letra doctrinas hoy incomprensibles, en instituciones jerárquicas hoy sin sentido, y que ese cristianismo desaparecerá, ya está desapareciendo. Pienso que ser cristiano, en el fondo, consiste en crear y cuidar la vida, tan maravillosa y frágil, la vida hermanada y gozosa, siguiendo el Espíritu o la inspiración de Jesús, bendito sea.

Aizarna, 22 de diciembre de 2022

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Navidad ¿Qué va a cambiar?

Domingo, 25 de diciembre de 2022
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¡Una vez más: NAVIDAD!

¿Qué va a cambiar?

Nada, excepto tú.

Hazte luz y verás la Luz …

Todo está ahí.

No busques en otra parte el significado de este  acontecimiento-advenimiento.

La humanidad fraterna de Jesús lleva el día que tiene que levantarse en ti.

El Dios vivo vuelve a ponerse en tus manos.

Por tí, para crear con Dios y a  su imagen, un mundo de alegría, luz, belleza.

*

Maurice Zundel

 

vierge-afrique
***

El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.

        Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida.

        Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.

        Cuando en Navidad oímos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de todos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.

        Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, de la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad.

*

W. Pannenberg,
Presencia de Dios,
Brescia 1974, 119-120).

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Dios “es” encarnación.

Sábado, 24 de diciembre de 2022
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DvQn8WnXcAAghKdNochebuena (A)

Lc 2,1-14

Una vez más, mandan las Escrituras y condicionan a Lucas para que el Mesías naciera en Belén. Tanto Lucas como Mateo dan por supuesto el hecho, aunque lo explican de distinta manera. En Lucas se dan razones para justificar que Jesús nació en Belén, aunque no era de allí. Mateo trata de justificar por qué terminó viviendo en Nazaret, dando por supuesto que nació en Belén. Ambos resaltan la importancia de que el Mesías perteneciera al pueblo de Israel, y además, fuese descendiente de David, para ellos el rey por excelencia que había nacido allí.

Recordamos el nacimiento de Jesús, que sucedió en un lugar y en un momento determinado. Pero lo que celebramos está más allá de toda circunstancia de tiempo y espacio. Dios está fuera del tiempo y del espacio. En Dios se identifican el ser y el actuar. Dios, todo lo que hace, lo es eternamente. Si se manifestó en Jesús, quiere decir que estaba en él, se encarnó en él. Pues bien, podemos estar seguros de que Dios es encarnación y nunca podrá dejar de encarnarse. La realidad divina ni empieza ni termina, ni está aquí ni está allá, ni se crea ni se destruye. Dios está en mí exactamente lo mismo que en Jesús. Para creer en la encarnación hay que dejar de creer en un Dios desencarnado. Si no se manifiesta en mí como se manifestó en Jesús, la culpa es solo mía.

En Jesús ha nacido un salvador, un liberador. Pero en mí sigue habiendo un opresor, porque el salvador que hay en mí aún no ha nacido. Repito, lo que Dios ha hecho en el hombre Jesús, lo está haciendo hoy en mí. El nacimiento de Dios en Jesús fue tarea de toda su vida. Nada se le dio como cómoda posesión automática. También él tuvo que nacer de nuevo. El nacimiento del Espíritu tiene que ser consciente. Nunca puede ser un presupuesto, ni para Jesús ni para nadie. Se nos da gratis, pero hay que desenvolver el regalo, y la envoltura tiene muchas capas que nos fascinan y nos invitan (tientan) a quedarnos ahí y no seguir quitando capas inútiles.

Miremos hacia dentro. Cuando Pablo nos dice que somos otro Cristo, quiere decir algo muy profundo y real. Dios está en mí; “yo y el Padre somos uno”, no es símbolo, sino realidad más real que el Belén, los pastores, los magos y los ángeles juntos. El portal de Belén no es más que un símbolo sensible, pero dentro de mí está la realidad de un Dios identificado conmigo. Tengo que descubrir el Niño en mí. Toda la magia y la luz, que puedo percibir en esa escena externa, están dentro de mí. No permitáis que la Navidad quede fuera de vosotros; descubridla y vividla dentro. Entonces la llevaréis con vosotros a todas partes y os permitirá caminar, y los que os vean, podrán caminar también a esa luz. Estamos celebrando no un hecho que pasó sino algo que está pasando.

La buena noticia no es que “en la ciudad de David os ha nacido un Salvador” sino que dentro de ti está ese salvador y puedes darle a luz en cualquier instante. Para eso estás aquí. Está dentro de ti, pero tan envuelto en trapos y capisayos que puedes quedarte sin descubrirlo. Como los pastores, puede que no lo creamos, pero por si acaso, debíamos acercarnos sigilosos. Celebrar la navidad es dar a luz en nosotros a ese Niño, para que todos puedan ver que Dios sigue naciendo aquí y ahora. No nos conformemos con celebrarlo en el recuerdo. Atrevámonos a vivir una realidad presente y actual. Dios será siempre un Niño que yo tengo que darle a luz como decía Eckhart.

Si miro demasiado hacia fuera, puedo quedar deslumbrado por las lucecitas de las estrellas o por los cantos de los ángeles, pero me perderé el verdadero tesoro que está escondido en mí y en cada uno de los seres humanos. Para Dios, los pastores, despreciados por la sociedad de entonces, son los preferidos. Dios ve su verdadero valor y los llama a su salvación. Otros en cambio le cierran las puertas. Un pesebre es comedero. Este evangelio se escribió cuando la eucaristía era ya práctica litúrgica significativa para el cristiano. Sin duda quiere hacernos pensar en Cristo pan de vida.

Os ha nacido un salvador. No está reflejando las expectativas que los judíos tenían con relación al Mesías. Jesús nunca respondió a las expectativas de un Mesías anunciado en el AT. Los cristianos cambiaron sustancialmente el significado de la salvación, pero siguieron manteniendo el lenguaje aplicando conceptos distintos a las mismas palabras. Aquí se precisa que la salvación es para los marginados, para los que no contaban nada en aquella sociedad, ni desde el punto de vista social ni del religioso. Si la salvación llega a los más pequeños es que es para todos.

Y en la tierra paz. ¡Ojalá descubriéramos el profundo significado de esta palabra! No se trata solo de ausencia de guerras, de conflictos, de refriegas. La paz es la consecuencia de una armonía, primero interna, luego hacia los demás. Desde lo divino que hay en nosotros, sería impensable cualquier guerra. La paz no es ausencia de problemas. Dios está siempre en paz, y ¡mira que le hacemos la puñeta! Si Dios me acepta como soy, ¿por qué no puedo aceptar a los demás como son sin pretender que sean como yo quiero? Descubre que al rechazarlos, rechazamos a Dios.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Navidad ¿qué va a cambiar?

Sábado, 25 de diciembre de 2021
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¡Una vez más: NAVIDAD!

¿Qué va a cambiar?

Nada, excepto tú.

Hazte luz y verás la Luz …

Todo está ahí.

No busques en otra parte el significado de este  acontecimiento-advenimiento.

La humanidad fraterna de Jesús lleva el día que tiene que levantarse en ti.

El Dios vivo vuelve a ponerse en tus manos.

Por tí, para crear con Dios y a  su imagen, un mundo de alegría, luz, belleza.

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Maurice Zundel

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El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.

        Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida.

        Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.

        Cuando en Navidad oímos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de todos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.

        Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, de la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad.

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W. Pannenberg,
Presencia de Dios,
Brescia 1974, 119-120).

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El signo del amor

Viernes, 3 de septiembre de 2021
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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Lo amable de la humanidad que Dios ha tomado consigo mismo en amor, después de todo, ha de verse en la humanidad de nuestros amigos, nuestros hijos, nuestros hermanos, la gente que amamos y que nos ama.

Ahora que Dios se ha encarnado, ¿por que nos empeñamos tanto en desencarnarle otra vez, en destejer la vestidura de carne y reducirle de nuevo a espíritu? Como si el Cuerpo del Señor no se hubiera hecho “Espíritu dador de Vida“… Se puede ver la belleza de Cristo en cada persona individual, en lo que es más suyo, más humano, más personal en él, en cosas de que un asceta aconsejaría severamente prescindir. Pero esos apegos también, son importantes para vuestra vida en Cristo, y he observado que los novicios que tratan de desprenderse con demasiada severidad de sus parientes y amigos, y de las demás personas en general, a menudo carecen de una importantísima dimensión espiritual en sus vidas, y con frecuencia fallan en absoluto como monjes.

Los que son más “humanos” son mejores monjes, precisamente porque son más humanos, y porque no creen, sencillamente, las intimaciones de los que tratan de decirles que deben ser menos humanos… El signo del amor está en esos novicios y son preciosos para siempre a ojos de Dios“.

*

Thomas Merton
Conjeturas de un espectador culpable

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Navidad… hagamos Familia, vivamos “todas” las familias…

Domingo, 27 de diciembre de 2020
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El Verbo se hizo hombre… se hizo clase…

*

JESÚS ADOLESCENTE EN EL TALLER DE JOSÉ.-John Everett Millais

En el vientre de María el Verbo se hizo hombre,

y en el taller de José, el Verbo se hizo clase...”

*

Pedro Casaldáliga

***

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, [de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor“, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.”

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:

“Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.”

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.]

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

*

Lucas 2,22-40

***

Todas las Familias

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El niño iba creciendo, lleno de sabiduría
(Lc 2, 22-40)

***

La familia la hacen las personas que la forman, su capacidad de quererse, de amarse, de perdonarse, de reconciliarse, de estar abiertas a compartir la vida con otros familias. La familia está cambiando. Es normal. Pueden cambiar las formas de establecerse los vínculos entre las personas. Puede cambiar el hecho de que todos vivan en la misma casa o que vivan separados. Pero al final, hay un vínculo clave en la familia: el amor. Ése es el vínculo que mantiene y mantendrá viva a la familia. Ése fue el vínculo que Jesús aprendió a valorar en su familia. Allí descubrió que es más fuerte incluso que los lazos de la sangre. Por eso, luego, más tarde, habló de Dios como el Padre, el Abbá que reúne a todos sus hijos en torno a la mesa común. Y para que entendiésemos la relación que nos une a Dios nos dijo que éramos sus hijos y él nuestro Padre.

Hoy nos toca a nosotros asumir la realidad concreta de nuestras familias, con sus luces y sus sombras, y seguir partiendo de ellas para construir el reino, la gran familia de Dios. Es nuestra responsabilidad fortalecer todo lo que podamos el vínculo del amor, que rompe las barreras de la sangre, de la raza, etc. y nos une a todos en una única familia. Hoy, como a Jesús, nos toca a nosotros encarnarnos en nuestra realidad concreta y construir la familia de Dios aquí y ahora.

Comunidad Anawin de Zaragoza

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Navidad ¿qué va a cambiar?

Viernes, 25 de diciembre de 2020
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¡Una vez más: NAVIDAD!

¿Qué va a cambiar?

Nada, excepto tú.

Hazte luz y verás la Luz …

Todo está ahí.

No busques en otra parte el significado de este  acontecimiento-advenimiento.

La humanidad fraterna de Jesús lleva el día que tiene que levantarse en ti.

El Dios vivo vuelve a ponerse en tus manos.

Por tí, para crear con Dios y a  su imagen, un mundo de alegría, luz, belleza.

*

Maurice Zundel

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El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.

        Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida.

        Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.

        Cuando en Navidad oímos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de todos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.

        Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, de la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad.

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W. Pannenberg,
Presencia de Dios,
Brescia 1974, 119-120).

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Navidad ¿qué va a cambiar?

Miércoles, 25 de diciembre de 2019
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¡Una vez más: NAVIDAD!

¿Qué va a cambiar?

Nada, excepto tú.

Hazte luz y verás la Luz …

Todo está ahí.

No busques en otra parte el significado de este  acontecimiento-advenimiento.

La humanidad fraterna de Jesús lleva el día que tiene que levantarse en ti.

El Dios vivo vuelve a ponerse en tus manos.

Por tí, para crear con Dios y a  su imagen, un mundo de alegría, luz, belleza.

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Maurice Zundel

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El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.

        Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida.

        Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.

        Cuando en Navidad oímos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de todos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.

        Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, de la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad.

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W. Pannenberg,
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Brescia 1974, 119-120).

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Una vida y un cuerpo

Martes, 17 de diciembre de 2019
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Del blog de Henri Nouwen:

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“La auténtica vida espiritual es una vida encarnada. Por eso creo en la encarnación, en que Dios se hace carne, en que Dios entra en la carne, en el cuerpo; de manera que si se toca el cuerpo, en cierto sentido se toca la vida divina. No hay vida divina al margen del cuerpo, porque Dios decidió revestirse de un cuerpo o convertirse en cuerpo”.

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Henri Nouwen

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¿Elegir entre Dios y el Mundo?

Viernes, 29 de marzo de 2019
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

¿Realmente elegimos entre el mundo y Cristo como entre dos realidades en conflicto absolutamente opuestas? ¿O elegimos a Cristo eligiendo al mundo tal como es realmente en Él, es decir, creado y redimido por Él y encontrado en lo hondo de nuestra propia libertad y amor personales? ¿Realmente renunciamos a nosotros mismos y al mundo para encontrar a Cristo, o renunciamos a nuestro yo alienado y falso a fin de elegir nuestra más profunda verdad al elegir al mundo y a Cristo al mismo tiempo? Si lo más profundo de mi ser es el amor, entonces en ese mismo amor y en ningún otro lugar me encontraré a mí mismo, y al mundo, y a mi hermano y a Cristo. No es una cuestión de uno y otro, sino de todos en uno“.

El texto anterior es una muestra de la dimensión encarnacional del pensamiento de Thomas Merton. La vocación cristiana es una llamada a ser signo e instrumento del reino de Dios, del mundo de Dios como había de ser, en medio de las fuerzas y acontecimientos que bloquean y contradicen esta visión. Tal respuesta solo es posible porque ya ha sido realizada definitivamente en Cristo.

El termino el mundo, tal como se usa frecuentemente en la tradición, es como la abreviatura de una percepción errónea de la realidad, una visión distorsionada que ve al mundo no como viene de las manos de Dios sino como nosotros queremos reordenarlo para que se adapte a nosotros; es un mundo de deseos egocéntricos en el que intentamos forzar a la realidad, incluidas las demás personas, a girar a nuestro alrededor; cuando se niega a hacerlo, en nuestra frustración, lo maltratamos y maldecimos y profanamos, transformándolo en una imagen de nuestro desorden interior. Ese es el mundo del cual debemos huir: un simulacro falso e irreal de la creación de Dios.

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(Tomado del Diccionario de Thomas Merton)

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La Navidad

Sábado, 29 de diciembre de 2018
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siria03_32217_11Juan Alemany
Mallorca

ECLESALIA, 28/12/18.- La Navidad es una fiesta con un sentido tan humano y de tal profundidad que a veces corremos el peligro de celebrarla mal.

Desde el neolítico, todos los hombres y religiones han expresado o celebrado el nacimiento de un dios, porque a lo largo de la historia hay un ambiente de espera o esperanza, de que Dios, un hijo de Dios o un dios, aparezca entre los hombres y por eso el hombre tiene tendencia a inventarse dioses que sean cercanos y nazcan entre los hombres.

El ser humano es un ser que camina en el tiempo en busca de algo y en ese largo camino de siglos, experimenta el hambre de Dios y ese hambre que lleva dentro de sí, le hace caminar. Y en un momento dado Dios acude a la cita.

Cuando buscamos algo y no lo encontramos, puede ser que no exista, pero también puede ser que la búsqueda se esté haciendo donde no está y por eso no se encuentra. Ejemplo del tesoro.

Podemos preguntar al hombre que camina y busca, si iba en buena dirección hacia el tesoro o era un camino equivocado.

Cuando Dios se aparece, lo hace de una forma perpendicular a la línea del camino del hombre, de tal manera que hay un punto en el que la perpendicular y la horizontal coinciden. Entonces podemos decir que Dios se aparece sobre la línea vertical de Dios, pero también en la horizontal del hombre y eso se llama encarnarse. Pero no es que Dios estuvo con nosotros, es que Dios es uno de nosotros, se hace uno de nosotros y a eso los cristianos le llamamos Navidad.

Aquella espera de siglos y de sueños, al fin fue verdad. Navidad es pues el nacimiento de Dios, porque Dios toma carne humana y nace como humano y por lo tanto es nacimiento de Dios.

Mientras la humanidad iba caminando, había vocees que iban resonando en su interior. Son dos millones de años en los que nuestros abuelos, fueron preparando esa ternura que entraña la Navidad, porque durante ese largo caminar, Dios les iba diciendo cosas y esas cosas es lo que llamamos la Creación.

Desde el principio, el hombre intuyó que la montaña, no era una simple elevación del terreno, sino que su simbolismo era la grandeza, porque se acercaba con su cúspide al cielo. Igualmente le ocurre con el mar, símbolo de inmensidad o con el firmamento que identifica con la infinitud. Todo son atributos de Dios.

Y es que la naturaleza, la creación, es un habla de Dios. Todo el paisaje, todo el territorio del hombre le está hablando de las huellas de Dios. Y todo eso que le había ido diciendo de mil maneras, a trozos, decide en un momento decírselo directamente. Y ¿Cómo lo hace?

Cuando Dios quiso decirle al hombre quién era Él, no tuvo otra ocurrencia que encarnarse, hacerse hombre. Así pues cuando Dios quiere decir quién es Él no tuvo más recurso que hacerse hombre.

Ahora podemos decir ¿Qué es el hombre? El hombre es el lugar donde Dios dice quién es Él y esto es lo que celebramos en Navidad.

La Navidad no puede decirse hablando, tiene que decirse como experiencia, porque el hombre es lugar de la revelación de Dios.

Entender la categoría de lo que el hombre es, es fundamental. Si pudiéramos reunir todas las primaveras de nuestra historia juntas, no tendrían tanta belleza y tanta revelación como la cara de un hombre. Ni todas las estrellas del universo contienen tanta revelación como la que es una existencia humana.

Esto es la Navidad y por eso nos pone tiernos, porque intuimos que dentro de nosotros hay mucha riqueza acumulada. Y esto se lo debemos a nuestros padres y abuelos que caminaron hacia la Navidad y a Dios que aceptó colocarse en el camino del hombre para decirle quien era.

A partir de ahora para saber quién es Dios, ya no se lo podemos preguntar a Él, porque eso significa que no hemos entendido lo que es la Navidad. Cuando queremos saber quién es Dios, tenemos que preguntárselo al hombre, porque cuando Dios quiso revelarse lo hace encarnándose, haciéndose hombre.

Es curioso comparar esta encarnación con las mitologías antiguas. Los dioses venían del cielo, hechos y derechos, se casaban entre ellos y con los humanos, eran adultos y cada uno tenía unas características especiales. Israel también esperaba algo parecido, en forma de hombre poderoso, guerrero y dominador de los enemigos.

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Pero ¿Qué ocurre en Navidad? Que Dios se revela haciéndose hombre, pero no en un hombre cualquiera, sino en un hombre-niño. Entonces ¿Dios se revela sólo a los niños? La respuesta es, sí. Y ¿a los mayores? También, si siguen siendo niños. Los niños son páginas en blanco, no tienen pasado, sólo futuro. Y al adulto que pese a los años continúa siendo niño, también se le revela.

Otra característica del niño es su desvalimiento. Somos los seres que al nacer estamos peor preparados para sobrevivir. Lo necesitamos todo: alimentos, calor, cariño. La grandeza del hombre es su necesidad. Porque para construir lo que yo he de ser, es tan grande, que necesito de todo y de todos y por eso debo mendigar.

Y la ternura. ¿Cómo no extasiarse ante la sonrisa inocente de un niño? Algo tiene la niñez que invita al acogimiento, al abrazo, al beso, al cuidado. Así pues, la ingenuidad, el desvalimiento y la ternura son aquello que caracteriza al niño y por lo tanto del hombre.

Y ahora se podemos leer el relato de la Navidad.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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