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La Teología del Cuerpo I: San Pablo

Miércoles, 14 de enero de 2015
Comentarios desactivados en La Teología del Cuerpo I: San Pablo
piotr kopertowski by dylan rosser 03El hermano En arjé ha comenzado una serie de posts en el Foro, que creo merece la pena traer a la página web:

 Y no nos referimos al Cuerpo místico del que nos habla san Pablo, es decir, de la Iglesia, el Pueblo de Dios. Que de ese ya hablaremos otro día. Sino al Cuerpo-humano, es decir, a nuestra dimensión física, biológica y antropológica; que, existe en nosotros de manera inseparable a nuestra alma y nuestro espíritu.

*** (Advierto de antemano que, estas cosas que escribo son reflexiones particulares y puntuales que me parece oportuno publicar por si a alguien le sirve de algo. Para quien, de entrada, le parezcan rollos largos y pesados, lo cual lo entiendo perfectamente y lo respeto; es tan fácil como que pase por encima sin leerlos si quiera.) ***

Realmente, en el Mundo y en las Personas (pues nosotros también formamos el Mundo) se da una evolución, un progreso. Pero en ocasiones, parece ser que da la sensación de que hemos avanzado en la comprensión de algo que desconocíamos (porque tanto el Mundo como el Ser-humano es un Misterio, como lo es Dios, su original) y seguimos igual. Hemos evolucionado en mentalidad, pero seguimos hablando igual. ¿No será que seguimos pensando igual?

Veamos un ejemplo, quizá un poco exagerado, pero que nos ayude a entender lo que queremos expresar:

En el siglo XVII, Johannes Kepler, Galileo Galilei y Tycho Brahe desarrollaron los modelos cosmológicos de Copérnico, Pitágoras y los antiguos astrónomos egipcios, concluyendo y demostrando científicamente mediante experimentos y cálculos precisos que la Tierra gira alrededor del Sol, y no al revés, como hasta entonces la mayoría imperante sostenía. Desde entonces hasta ahora, nadie lo ha puesto en duda demostrando lo contrario. Y la creencia del heliocentrismo forma parte de nuestra cosmovisión planetaria. Muy bien, pero seguimos diciendo: el sol “sale” por el Oriente y “se pone” por el Occidente. Seguimos hablando igual. Nuestro lenguaje no ha cambiado nada, porque todavía pretende que la Tierra no gira. ¿Puede ser una métafora del lenguaje oral decir esto actualmente? Sí, si cuando lo decimos, pensamos que es la Tierra la que gira. Por tanto, ha habido un cambio de mentalidad, pero no de lenguaje. Un cambio de mentalidad debería expresarse en el lenguaje. De tal manera que, todavía tenemos que explicarle los niños que la Tierra gira alrededor del Sol, porque ellos nacen escuchándonos y aprendiendo nuestro lenguaje clásico.

Pues algo similar nos pasa con la teología del cuerpo en el cristianismo. Nos parece que hemos evolucionado en el pensamiento, pero seguimos hablando igual. Señal de que podremos acabar, como los niños, pensando conforme hablamos, y no al revés.

Nosotros, actualmente pensamos que toda la Creación es buena (“Y vio Dios que era bueno”), pero ante ciertas experiencias o pensamientos, se siembra la duda en nosotros. Como si todavía siguiésemos pensando en los tres enemigos del alma: el demonio, el mundo y la carne.

Para san Pablo, el cristiano vive la vida del Espíritu, la vida espiritual. El adjetivo “espiritual” es una traducción del latín “spiritus”, que a su vez se traduce del griego “pneuma” (como la palabra neumático: lleno de neuma/aire). La palabra “spiritualis/spiritalis” fue utilizada para traducir el vocablo griego “pneumatikós” de las cartas paulinas.
El comienzo del capítulo 8 de la Carta a los Romanos ahonda en este asunto. Citemos algunos versículos para ambientarnos:

“Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el Espíritu, desean lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del Espíritu, vida y paz… Los que viven según la carne, no pueden agradar a Dios.” (Rom 8, 5-8).

“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece; mas si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia.” (Rom 8, 9-10)

– 1Cor 2, 14ss.: “El hombre naturalmente no acepta las cosas del Espíritu de Dios, …”

– Gal 3, 3: “¿Tan insensatos sois? Habiendo comenzado en el Espíritu, ¿termináis ahora en la carne?” (aludiendo a la circuncisión)

En distintos textos de san Pablo observamos cómo “lo espiritual” se contrapone a “lo carnal”. Bien, cierto. Pero, ¿qué es lo espiritual y qué es lo carnal? O, ¿qué es la carne espiritual?

Primero, tengamos claro qué es cada cosa:

– Pneuma (texto griego)/spiritus (texto latino): es lo trascendente del ser humano, el soplo divino, la apertura a la vida divina. “Espíritu” se diría en castellano y “ruah” en hebreo. Pneumatikós/spiritalis/espiritual: lo relativo al espíritu. Se refiere a lo que está ordenado al Espíritu de Dios, y guiado por Él.

** Ahora bien, lo carnal, en griego (texto en el que se escriben las cartas paulinas) se puede decir de dos formas, según lo que se quiera decir. Veamos que, en inglés, se distingue el ser vivo de su simple carne a la venta para comerla; así pues vaca se dice “caw” y su carne “beef”, un cerdo es un “pig”, pero cuando compramos un filete decimos “pork”, la oveja es “sheep” y las chuletas son “lamb” o “mutton”. Y en castellano, sin embargo, no distinguimos el “cerdo” animal vivo de los filetes de “cerdo” que nos comemos en la mesa. Pues algo similar ocurre con la traducción castellana del griego de san Pablo a nuestro idioma.

– Sarx (griego)/Caro (latín)/Carne (castellano): se utiliza para hablar de carne, sin más, como un filete de carne. Pero cuando lo aplicamos a las personas, hacemos referencia a la debilidad humana, al sufrimiento, es decir, a la carne no espiritual. Lo que se ha venido llamando tradicionalmente, lo carnal. Por tanto, lo carnal (latín: carnalis/griego: sarkikós). En hebreo, basar. Con este término, se refiere san Pablo a todo lo que en las personas se opone a la influencia de Dios y de su Espíritu. También, la carne y lo carnal pueden ser la mente, el corazón, la voluntad del hombre, si se resisten a la influencia del Espíritu.

– Soma (griego) /Corpus (latín): se refiere al cuerpo físico en su conjunto, es decir, a una dimensión humana inseparable del resto de la persona. No existen cuerpos sin alma, excepto el de los difuntos, que por eso los llamamos “cuerpos”, a secas, o restos mortales.

En san Pablo, la oposición espíritu-carne no se identifica con la relación espiritual-corporal. Es decir que, nos está hablando de dos formas de vida distintas: la persona espiritual (soma-pneumatikós) sería la que se deja guiar por el Espíritu y la persona carnal o mundana (sarkikós) sería la que se opone a la influencia de ese Espíritu, la que se guía por criterios mundanos.

Con el desarrollo del cristianismo, las cosas de la fe había que explicarlas con el lenguaje, idioma y mentalidad de cada época, cultura y lugar. Así, en los primeros siglos, la fe se explicaba en latín y en griego (en occidente) y según los mapas conceptuales de las personas. Una de las formas de pensar que tenía mucha fuerza y que mejor encajaba (aunque no del todo) era el platonismo. Al explicar a san Pablo con el esquema de Platón, no es de extrañar que, si para Platón el cuerpo era malo porque era la cárcel del alma (razón-mente)…Y el alma (razón-mente) tenía que liberarse del cuerpo (cárcel física temporal) y luchar contra ella para hallar la felicidad; las palabras de san Pablo fueron leídas con un marcado acento negativo, y por tanto, lejano al original. Pero las palabras de san Pablo no iban por esa línea. Ni las del mismo Cristo que no rechazó ningún cuerpo, ni por enfermedad, ni por prostitución, ni por justicia retributiva (“Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? Jesús respondió: ni este pecó, ni sus padres“, Jn 9, 2). Así lo dice también san Juan: “Todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne mortal, es de Dios” (1 Jn 4, 2).

Esta negativa concepción paulina del cuerpo, con el paso de los años, más concretamente en la Edad Media, por poner un ejemplo (y no todas las personas de la Edad Media), fue tomando fuerza de manera negativa. Y tocó fondo en el siglo XIX. En el siglo XX se ha observado un intento de asimilación y mejora en la comprensión de estos temas, pero la carga de la tradición pesa mucho en la Iglesia y en la Humanidad. Recordemos que las ideas cristianas han calado bastante en Occidente y todavía existe este sustrato hasta en regiones aconfesionales o ateas. Sin obviar el pasado, que es nuestra historia, pero teniendo en cuenta que ya no vivimos allí; tenemos que salir de la moral victoriana y apostar por una vida más evangélica. Más conforme a Dios, más conforme a nosotros.

Si nuestros cuerpos físicos fuesen malos, ni Dios nos habría creado a su imagen y semejanza (Gn 1, 26-27), ni Cristo se habría encarnado en una persona humana (Lc 1, 26 ss.). Si la teología del cuerpo femenino fuese tan negativa como nos la han presentado en épocas antiguas (“las desterradas hijas de Eva”), el Espíritu Santo no habría entrado en las entrañas de una mujer, ni Jesús habría nacido de una mujer, sino que habría llegado a la Tierra de cualquier otro modo, que para eso es Dios. Ahora bien, si hubiese hecho esto, no sería hombre, y eso sí que sería preocupante. Pero como vemos, Dios nos quiere como somos: enteros y verdaderos.

Si el cuerpo humano no fuese algo divino, ni querido por Dios, los cristianos no celebraríamos la Navidad. Si las dos fiestas más grandes del año son la Pascua de Navidad y la Pascua de Resurrección, por algo será. En el primer acontecimiento, Dios toma un cuerpo humano de una mujer totalmente humana. En el segundo acontecimiento, pone fin al todo mal que acecha a ese cuerpo glorificándolo. Y lo mejor de todo, en los dos acontecimientos, Dios hace partícipe a la humanidad de esos acontecimientos, entrando en la Historia, precisamente porque esos acontecimientos se realizan en la misma humanidad. Tontos seríamos nosotros, si no lo vemos.

En arjé

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Sobre la Afectividad…

Martes, 13 de enero de 2015
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09c7a7_faf2be4cbc524f44a23ee5144daaaf3b.jpg_srz_p_481_403_75_22_0.50_1.20_0.00_jpg_srzEl hermano En arjé ha comenzado una serie de posts en el Foro, que creo merece la pena traer a la página web:

¿Qué es la afectividad?

Desde la razón pura se nos respondería algo similar a esto: la psicología usa el término afectividad para designar la susceptibilidad que el ser humano experimenta ante determinadas alteraciones que se producen en su entorno.

Peeeero… Aquí entran en juego las emociones y los afectos, ¿no?

Y, ¿cómo entran estas experiencias exteriores a nuestro interior? A través de “nuestro cuerpo físico”. ¿No? Por tanto, el cuerpo es el vehículo privilegiado de nuestras experiencias. Nuestra realidad física es nuestro vínculo con nuestro mundo, con el Mundo y forma parte de él. Formamos parte del Mundo. Tanto el Mundo como el Ser-humano (con su cuerpo incluído) somos imagen de Dios. Nuestro cuerpo forma parte de nosotros, no es malo, ni siquiera será rechazado el día de la Resurrección final, pues nuestro Señor no resucitó sin él. Como vemos, no siempre los dogmas de fe son malos.

Pues entonces, a parte de la “razón” (que sabe mucho), habrá que preguntarle también al “corazón” qué es lo que dice.

Pero con el corazón hemos topado. ¡Ah, amigo! Nos encontramos con ese gran desconocido y conocido a la vez. Con esa dimensión humana que está ahí, constantemente funcionando, recibiendo información y queriendo expresarse. Lo oímos, pero no lo escuchamos. No. Mejor dicho, no le dejamos hablar ni expresarse. En vez de escuchar y expresar lo que nuestro corazón nos dice, nos emperramos en traducir nuestras emociones y afectos con el lenguaje de la razón. Y ahí ya hemos metido la pata. Porque entonces, es como si quisiésemos hacerle decir al corazón lo que la mente quiere decir. Y no. No es así. Aquella frase famosa de Blaise Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”, y algo similar que decían los medievales (la Escuela de san Víctor), va por ahí.

La razón es mecánica, automática, sistemática, de predominancia occidental, juiciosa (en el buen y en el mal sentido), condenatoria, lógica, numérica, consecuente, controladora, busca respuestas exactas y demostrables, empírica, científica, se expresa en el lenguaje hablado y escrito.

El corazón es más contemplativo; de predominancia oriental; no tiene mapas ni sistemas determinados; no razona sino que intuye; no habla por la boca en palabras, sino que imagina; no se expresa exclusivamente en el lenguaje escrito, sino que usa el lenguaje artístico; lo musical, lo tridimensional lo acompañan…

Desde los tiempos antiguos hasta hoy, nuestra dimensión racional, nuestra mente ha estado castigando a nuestro cuerpo y a nuestro corazón. Aquel ejemplo del mito del “Caballo alado” del Fedón de Platón, en el que la razón tiene que castigar con el látigo al caballo negro que son los afectos (el corazón), para “guiarlo”. Las autodisciplinas corporales, la letra con sangre entra, el no reconocer nuestros valores para no caer en soberbia o vanidad, el no mirarnos al cuerpo, los saludos distantes, los abrazos secos, los besos de judas, no decir lo que sentimos por si piensan no-sé-qué o se ríen de mí, y así un largo etc.

Hemos crecido así. Y no sabemos hacerlo de otra manera, porque no nos lo han enseñado. Y siempre que sentimos algo, tenemos que cribarlo por la razón, para establecer un juicio sano sobre esos sentimientos. Y, ¿para cuándo al revés? Lo que nuestro corazón nos dice o intenta decir, ¿siempre es perjudicial para el resto de la persona? ¿No somos los cristianos los abanderados de la religión del Amor? ¿Dónde queda la verdadera devoción al Corazón (humano y divino) de Jesús, si lo del corazón es malo?

Los autores de la filósofía clásica pensaban así, pero también es cierto que hablaban (Aristóteles) de que la virtud residía en un término medio (“in medio virtus”). Por tanto, de la mano de ellos mismos podríamos sostener lo siguiente: “la razón, como encargada de las valoraciones y las medidas, puede ayudar a discernir al corazón para que éste no cometa atrocidades, ni se deje engatusar fácilmente por los fuertes sentimientos sin saber tomar cartas en el asunto de manera serena y con criterio, y así no sufrir. Al mismo tiempo el corazón, con su dimensión intuitiva, trascendental y misericordiosa debe decirle a la razón lo que ella no sabe, pero que éste ha aprehendido a través de las vivencias, las emociones y los sentimientos. El corazón puede ayudarle a la mente a quitar prejuicios, a pensar con el corazón y no sólo con la lógica, que las personas no somos ecuaciones de segundo grado, ni raíces cuadradas, ni súbditos que cumplen dogmas así sin más. Sino seres vivos semejantes a Dios“.

viewimage_story.phpPero, ¿cómo escucha la mente al corazón? En el silencio interior. En la contemplación, porque contemplar significa que los juicios de la razón no participan, se quedan suspendidos, como entre paréntesis. Solo haciendo silencio podemos escuchar a nuestro corazón. ¿Por qué no lo experimentamos? San Buenaventura hablaba del corazón como el tercer ojo, el ojo de la contemplación, el que nos lleva a las realidades trascendentales, las que superan la lógica formal, es decir, las que la razón no entiende. Y no digamos ya la del año teresiano, la Santa Madre, que se recogía en su oración suspendiendo las potencias del alma (persona): la memoria (razón), el entendimiento (corazón) y la voluntad (obras, experiencia); y no era tonta.

Tenemos que aprender a educar el corazón, la mente y el cuerpo. Pero no por encima de las demás dimensiones humanas, sino en su lugar correspondiente. Tenemos que caminar hacia una espiritualidad más integral, más sana y sanadora, más humanizadora, donde TODO entre en juego, donde todo se valore. No sé si lo de la Nueva Evangelización no tendría que ver con esto.

Muchos de nuestros sufrimientos se provocan en nosotros, o nos los provocamos nosotros, por no asimilar e integrar bien, porque hay un desequilibro en nuestra vida, porque algo no funciona bien, porque no estamos a gusto con algo o alguien. No hemos nacido para sufrir, aunque haya dolor, sino para aprender a vivir en medio de lo que venga. Sin miedo. Queriéndonos, a nosotros mismos y a los demás.

Besos y abrazos para tod@s.

En arjé.

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