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Aprender a saber escuchar.

Martes, 7 de noviembre de 2023
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IMG_1147       Una de mis experiencias, hace décadas, pero más aún hoy en día es “la necesidad que tienen, y tenemos, las personas de hablar y de ser escuchadas”. Y esto pide, como contrapartida “saber escuchar“. Y “saber escuchar” es un aprendizaje humano que pide un esfuerzo interior considerable. Es vaciarse de sí mismo/a para permitir que la otra persona te encuentre dispuesto. Pura empatía y compatía, que no es la simpatía. No te pide ni opinión ni consejo, sólo quiere ser escuchada. Pero cuando escuchamos debemos intentar evitar no formular y pensar la respuesta que le podemos dar… Una realidad relacional humana muy compleja.

      Pero es necesario hacer el esfuerzo de aprender a escuchar. Y me viene a la cabeza en estos momentos por propia experiencia y por comentarios de otros, la situación que se encuentran médicos y médicas: Escuchar y escribir en el ordenador a la vez. Debo constatar el esfuerzo que hacen por atender o escuchar humanamente…. Las nuevas tecnologías nos están pidiendo otra forma de escucha. No hay pedagogía porque todo es nuevo. Todo va deprisa. Y existe una cierta deshumanización. ¿Cómo lo haremos? Lo que queda claro es una faena totalmente personal. En otras palabras: adquirir madurez al hacer uso de los nuevos medios.

      Y “saber escuchar” requiere “querer escuchar”. Y aunque se quiere escuchar, existe la necesidad de hablar. ¿Cómo conjugarlo? Ciertamente, hay muchos libros que hablan. Por citar uno histórico: EL ARTE DE ESCUCHAR de Erich Fromm, del año 1975. Hay otros como también artículos. Es muy fácil escribir. Resumiendo, cada persona debe hacer su método desde la propia interioridad.

     Por tanto, un primer paso profundo y necesario para “saber escuchar” es necesario aprender a escucharse a sí mismo, auscultarse. Penetrar y compenetrarse con uno/a mismo/a. ¿Cómo soy? ¿Qué soy? ¿Quién soy? ¿Para qué sirvo? Y otros cuodlibetos. Todo ello por la sencilla razón si no te has enfrentado, no digo resolverlo porque probablemente nunca lo puedas resolverlo porque estamos siempre en proceso de cambio y mutación, puedes mezclar o proyectar o poner en la otra persona a los tuyos propios problemas, angustias o inquietudes.

        Entonces hay que pensar que el silencio interior es absolutamente imprescindible para poder escuchar sinceramente al prójimo. No matar al ego sino situarlo, en ese silencio, al margen, no marginado, de nuestra interioridad para que pueda contemplar la inmensidad de los mundos que hay, vivimos y somos. Y de ahí surgirá “la capacidad de escucha, que es un arte, no una ciencia”. Y hablando del silencio, un libro que fue publicado hace dos años, de una persona bien experimentada, Teresa Guardans: SILENCIO (2021) es muy inspirador por esta temática.

       Esta actitud pide, ciertamente, buscar aquellos lugares adecuados para ayudar a silenciar, pero también cualquier lugar físico es adecuado si se sabe gestionar la relación de hablar, no charlar, y escuchar, no oír. Pero al mismo tiempo entiendo que quien escucha se hace un gran favor a sí mismo/a por la riqueza humana que aprende al escuchar, que no es poca, además del gran bien que hace a quien habla.

        Resumiendo: “saber escucharse, dialogarse, comprenderse es el primer trabajo que hacer para aprender “el arte de saber escuchar”, lo que lleva a los verdaderos diálogos en los diferentes ámbitos. Y así, el diálogo, saber escuchar, es mucho más potente que la potencia de la violencia que hace comprender la impotencia de laviolencia. Y recordando que el ser, que llamamos humano, es un ser animal viviente, pero inacabado genéticamente, que la palabra lo completa, la cual crea la cultura y nos abre los ojos a una doble realidad: Vivir y contemplar. Y el arte de escuchar también está presidido por el arte de contemplar la inmensidad de los mundos.

       Y concluyo con un pensamiento que me llamó la atención. Escrito hace más de 25 siglos, hacia el s. IV aec, que se encuentra en un libro titulado Proverbios: Quien rechaza aprender, cae en desgracia.

 Jaume PATUEL pedapsicogogo

(Remitido)

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Una mirada queer a la Biblia puede generar empatía y comprensión

Jueves, 17 de agosto de 2023
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IMG_0143Julia Erdlen

Julia Erdlen, ministra del campus queer y capellán del hospital, tuvo problemas para encontrar su identidad queer en las Escrituras. Su búsqueda para hacerlo la ha llevado a algunos textos interesantes.

Erdlen relata su búsqueda en un ensayo reciente para U.S. Catholic. Después de salir del clóset en la universidad, Erdlen luchó por conectarse con la Biblia. Específicamente, tenía “una dolorosa conciencia de lo que comúnmente se conoce como los ‘pasajes de la paliza’, esos versos que a menudo se usan contra las personas LGBTQ”. Estos pasajes específicos la hicieron sentir “pequeña y fuera de lugar”, lo que finalmente la hizo cuestionar la relevancia de la Biblia.

Sin embargo, decidida a encontrar formas de combatir estos sentimientos, comenzó a buscar historias y personajes bíblicos que pudieran hacer que el “libro sagrado se sintiera más acogedor” y relevante para una “mujer queer en 2023“. Le conmovió especialmente el primer capítulo del libro de Rut, que relata la decisión de Rut de quedarse con su suegra, Noemí,

IMG_0142Rut y Noemí

Después de que su marido muere. Si bien se alienta a Ruth a irse y volver a casarse, finalmente sacrifica su seguridad y su futuro para cuidar a Naomi. Para Erdlen, la relación de Ruth y Noemi “puede verse como la de una familia elegida”, lo cual es importante en la cultura queer. Ella explica:

“‘Familia elegida’ es un término que la gente queer usa a menudo para describir una familia elegida, más allá de aquella en la que nacemos. Una familia elegida significa cosas variadas para varias personas. Para algunos, esta familia puede formarse cuando su familia de origen no los ha acogido o aceptado; para otros, una familia elegida puede ser un apoyo adicional junto con su familia de origen. Es una comunidad, construida con personas queer y no queer, que hacen promesas pactadas de amor y apoyo como las de Ruth, sin tener vínculos legales entre sí”.

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David y Jonathan

La historia de la gran conexión de David y Jonathan también se puede ver a través de una lente queer, escribe. La escritura declara que “el alma de Jonatán estaba ligada al alma de David, y Jonatán lo amaba como a su propia alma” (1 Sam. 18:1). Si bien existe un debate académico sobre la naturaleza de la relación de David y Jonathan, Erdlen sugiere que podría ser romántico. Con esta interpretación, los lectores queer pueden verse a sí mismos y a sus parejas “reflejados en las Escrituras”, lo que puede ser “emocionante” y “consolador” para muchos.

Erdlen recuerda a la comunidad transgénero cuando lee sobre el cambio de nombre de Pedro. Jesús dice: “tú eres Simón, hijo de Juan. Serás llamado Cefas (que se traduce como Pedro)” (Juan 1:39-42). Con este nuevo nombre, Peter adquiere una nueva identidad, similar a las personas que hacen la transición de género en la actualidad. ella observa:

“Me imagino a Pedro intentando volver a su antiguo barrio y necesitando explicar que ahora tiene un nuevo nombre. Sus viejos amigos y vecinos pueden estar confundidos de que ya no se haga llamar Simon. Pedro me recuerda a todos los maravillosos jóvenes transgénero con los que he trabajado, lo llenos de alegría que sienten cuando encuentran un nuevo nombre que funciona para quienes saben que son. Pedro, nuestro primer Papa, así como Abraham, Sara y Pablo pueden ser un espejo para ellos”.

Estas historias le recuerdan a Erdlen que las personas LGBTQ+ son “parte de la historia de Dios” y deben sentirse “empoderadas” para traer sus identidades a las Escrituras:

“Cada vez que me siento desalentado por lo que parecen ser citas incesantes de pasajes chocantes que apuntalan la homofobia y la transfobia en mi iglesia, recuerdo que las Escrituras son para que todos nosotros traigamos la plenitud de nuestras experiencias vividas, sin importar cuán diferentes puedan ser nuestras experiencias… Está ahí para ayudarnos a todos a crecer continuamente en el amor a Dios y al prójimo. Nos da espejos para empoderarnos y afirmarnos, ventanas que construyen empatía y comprensión de los demás, y nos invita a pasar por la puerta y colocarnos en las historias, y más cerca de Dios”.

Leer la Biblia con una lente queer puede ser una herramienta poderosa. No solo permite que las personas queer se sientan incluidas, sino que brinda a los católicos no queer una “ventana a lo que es ser una persona de fe queer”, recomienda Erdlen. Queerness brinda la oportunidad de enriquecer nuestra fe y adoptar interpretaciones nuevas y afirmativas de las Escrituras.

“Journeys: A Scripture Reflection Series for LGBTQ+ People and Allies,” es una colección de casi 40 entregas que ayudan a las personas LGBTQ+ y sus aliados a examinar pasajes de las Escrituras a través de la lente de sus experiencias de vida y caminos de fe. Los ministerios universitarios y parroquiales de todas partes han utilizado estas guías para discusiones grupales fructíferas. La serie también se puede utilizar para la reflexión y la oración individuales.

—Sarah Cassidy (ella/ella), New Ways Ministry, 31 de julio de 2023

Fuete New Ways Ministry

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“Un gran signo humano y cristiano”, por Gabriel Mª Otalora

Miércoles, 1 de marzo de 2023
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Me detengo en una reflexión de Teresa de Calcuta, acorde a la hondura teológica de su compromiso: Ama a los demás, incluyendo a los que son más pobres que tú. No cuesta mucho: puede ser simplemente ofrecerles una sonrisa. El mundo sería mucho mejor si todos sonriéramos más. Sonríe, entonces, muestra alegría y celebra que Dios te ama, nos dice.

La sonrisa del corazón como signo de la confianza en Dios. Parece cosa fácil y por eso extraña que una mujer como Teresa de Calcuta, que se entregó al máximo en la extrema necesidad y la indignidad más escandalosa, se fije en el don de la sonrisa. Lo cierto es que nosotros, que lo tenemos casi todo, sonreímos poco. ¿Pero quién es capaz de sonreír tan francamente como ella? Aquellos cuyo corazón están vaciados del orgullo por una entrega superior, los que saben ver por encima del dolor y el sufrimiento hasta instalarse en la aceptación de lo inevitable. Sonrisas serenas que desarman y que solo la madurez verdadera es capaz de proporcionar por encima de cualquier coyuntura.

 Ella decía que sonreír no cuesta mucho, pero sí que cuesta, porque el orgullo y el ego impiden la sonrisa del corazón. La sonrisa genuina, auténtica, es un sentimiento positivo hermanado con la alegría. Y la alegría supone una medicina para el espíritu y para el cuerpo que atenúa la respuesta fisiológica al estrés y a la ansiedad, además de atemperar la agresividad propia de las emociones negativas.

Si tienes miedo de parecer vulnerable cuando sonríes, acepta que la aparente vulnerabilidad de una sonrisa es precisamente lo que la hace tan poderosa. Sonriendo desde el corazón nos abrimos a los demás y ellos van a responder más fácilmente de ese mismo modo: sonriendo. De hecho, sonreír es un mecanismo de defensa que nada tiene que ver con la debilidad. Al contrario, si alguien intenta derribar tu buen espíritu, sonríele para anular su energía tóxica. Forma parte de la inteligencia emocional porque ayuda a desarmar a un posible corazón herido. No es debilidad sonreír cuando estamos tocados por la desgracia, sino virtud. Es un signo positivo de que hemos aprendido a vivir. Sonreír, en definitiva, es patrimonio de los que aman, de la gente inteligente y sabia.

Algunos nos advierten que Jesús no aparece sonriendo expresamente en el evangelio, como si la conclusión fuera que la adustez es una característica del Maestro. No. Me quedo con dos pasajes que rebaten esas advertencias. El primero es de Marcos: el que no se haga como un niño… El niño es el exponente más humano de la sonrisa, abierto a la admiración de la vida y goza de las cosas sencillas desde la sana algarabía infantil que invade la casa; contagia su alegría y cualquier alegría le es contagiosa. Y cuando el niño se ríe, nos reímos los adultos también. El niño no anda indagando sutilezas ni dobleces; vive la vida en presente, confiado y alegre en su entorno familiar.

El segundo pasaje es de Lucas, cuando resalta con humor la estatura de Zaqueo al presentarle subiéndose cual niño a un árbol para verle a Jesús entre la gente. Y eso le permite el contacto visual con el Maestro, al todopoderoso jefe de publicanos, porque domeñó su orgullo. Luego, con su conversión, seguro que ambos se reglaron alegres sonrisas “porque ha llegado la felicidad a esta casa”.

Sonreír es difícil, y más aun en la adversidad, pero puede convertirse en signo de fe y esperanza para quien la recibe, pues nadie tiene tanta necesidad de una sonrisa como aquel que no sabe sonreír a los demás. La sonrisa puede ser incluso una estupenda oración, el gesto de amor que invita a humanizarnos.

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“Consejos vendo y para mí no tengo”, por Charo Mármol.

Miércoles, 29 de junio de 2022
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saber-escuchar-719x300Una conocida empresa de aparatos auditivos dice en uno de sus artículos: Escuchar significa prestar atención a lo que se oye. Sin embargo, oír se define como percibir con el oído los sonidos. Por tanto, la diferencia entre las dos acciones tiene que ver con la voluntariedad y predisposición. Y mira por donde no puedo estar más de acuerdo con ellos en esta ocasión, no siempre ha sido así. Pero centrándonos en lo que hoy querría tratar: la escucha. O como la ha llamado Francisco en la pasada Jornada de las Comunicaciones Sociales “La escuchoterapia”.

Estoy segura de que pocas serán las personas que estén en desacuerdo conmigo si afirmo que estamos rodeados de ruido, de palabrería… de un exceso de información que normalmente nos lleva a la desinformación. Hablamos, hablamos… y escuchamos muy poco. Con frecuencia los diálogos se convierten en monólogos. Por ejemplo: estoy con unos amigos y me preguntan cómo me encuentro. “Fundamentalmente bien, pero este codo sigue dándome un poco la lata”, contesto. A continuación, empieza una perorata de los dolores personales de mis amigos, de los amigos de mis amigos y sus personas allegadas a quienes yo ni conozco. Y así podemos pasar más de 30 minutos en los que no he sentido ninguna acogida a lo primero que les comuniqué. Resumiendo: cada vez con más frecuencia encuentro a personas centradas en sí mismas, con muy poca capacidad de escucha y con mucha necesidad de ser escuchadas.

Estos días he leído, no sé bien dónde, que la escucha es uno de los mayores gestos de solidaridad. Si no escuchamos, no conoceremos la realidad que otra persona está viviendo y, si no la conocemos, difícilmente empatizaremos con ella.

Y ¿qué significa empatizar con la persona? “La empatía es la intención de comprender los sentimientos y emociones, intentando experimentar de forma objetiva y racional lo que siente otro individuo. La empatía hace que las personas se ayuden entre sí”.

Aquí es a donde yo quería ir a parar mediante esta serie de definiciones. Hace mucho tiempo que siento que el mundo iría mejor si fuéramos capaces de empatizar con la otra, con el otro, si fuéramos capaces de ponernos en lugar de las otras personas. Y para eso es necesario comunicar, no sólo oír, sino también escuchar.

“Escuchar con los oídos del corazón” es el bonito lema que la Iglesia ha elegido para la Jornada de las Comunicaciones Sociales en la Iglesia, celebrada el domingo de la Ascensión. No sé por qué, pero enseguida me vino un refrán, (¡qué sabio es el refranero español!) “Consejos vendo y para mí no tengo”. Y pienso en la escucha activa (léase un cierto retintín) de la Iglesia institución ante ciertos colectivos:

Escuchar a las mujeres que clamamos a voz en grito por la igualdad en la Iglesia.

Escuchar a los que han sido abusados en la Iglesia y que reclaman justicia y reparación.

Escuchar a gais y lesbianas que quieren sentir que la diversidad dentro de la Iglesia es una realidad

Escuchar a las personas más pobres y excluidas, las preferidos de Jesús de Nazaret; abrirles las puertas, aunque no vengan de Ucrania, sin exclusiones de ningún tipo.

Escuchar, siempre escuchar.

Dicen los obispos de la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales: «La propuesta de la Iglesia es, más que nunca, una escucha con el corazón que cuando habla no insulta, no calumnia, no engaña, no manipula, no viene a imponer ni a traicionar, sino que viene a aportar su grano de arena en la construcción del bien común». Amén. Así sea. Que no se queden en bla,bla,bla,bla…Y otra vez el refranero español: “mucho ruido y pocas nueces”.

Escuchar, comunicar, empatizar…, solo así seremos creíbles.

Charo Mármol

8C324FBB-99C5-4820-AD7B-DEDAF6F452F3En 1953 en Cuba un grupo armado revolucionario liderado por Fidel Castro ataca el cuartel Moncada en Santiago de Cuba. Fue un intento fallido para derrocar al dictador. Ese mismo año en la URSS muere Stalin y, en Inglaterra, Isabel II es coronada Reina.

Además nací yo. Fue en Murcia, pero enseguida me acogió la capital del Reino, Madrid. Ya madurita empecé a viajar por los países del Sur y desde entonces me considero ciudadana del mundo. Un mundo en el que me gustaría que reinase la paz, la justicia y la igualdad. Y a esto he dedicado la mayor parte de mi vida: a trabajar por el Reino de Jesús aquí y ahora.

Fuente Alandar

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“Empatía”, por José Arregi

Lunes, 15 de noviembre de 2021
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Buen-Samaritano_2115698416_13541121_667x375De su blog Umbrales de luz:

El término empatía nació en el siglo XX para expresar la capacidad de comprender los sentimientos del otro como desde su propio interior. Se deriva del griego empatheia, aunque este término significa propiamente pasión, enfermedad (en: dentro; pathos: sentimiento, sufrimiento). El término griego para designar la empatía era sympatheia (“padecer con” el otro), que se tradujo al latín como compassio.

Quedémonos con esto: empatía, como simpatía y compasión (despojada ésta de toda connotación paternalista) evocan la capacidad de comprender y hacer propio el “sentimiento” o “pasión” (pathos) del otro (en-, sym-, com-), de modo que sus sentimientos en general (incluido el gozo profundo), y sus sufrimientos en particular, no me son ajenos, sino que puedo entenderlos desde mi propio interior, es más, desde su propio interior.

Si soy capaz de adentrarme en el fondo de mí mismo, soy capaz de adentrarme en el fondo del otro, de empatizar, simpatizar, compadecer. Y, a la vez, no podré ser yo mismo, mi verdadero ser profundo, liberado de mis máscaras, proyecciones ilusorias e intereses egoístas, sino en la medida en que ejercite cada día mi projimidad, poniéndome en el lugar del otro, preguntándome: ¿Qué le duele? ¿Qué bálsamo necesita para curar su herida? Soy en cuanto me hago prójimo.

Todas las tradiciones espirituales, religiosas o laicas, han enseñado esta empatía profunda como “Regla de oro” de nuestra realización personal y de nuestra manera de mirar y tratar a los demás. En la tradición judía, son célebres dos rabinos de escuelas opuestas, contemporáneos de Jesús: Shammai y Hillel, riguroso el primero y liberal el segundo. Cuenta el Talmud que un pagano se presentó a Shammai y le dijo: “Me convertiré si eres capaz de enseñarme toda la Torá mientras pueda sostenerme sobre un solo pie. Shammai lo expulsó airado. El pagano se presentó a Hillel con la misma propuesta y Hillel le respondió: “No hagas a tu prójimo lo que no quieras que te hagan a ti. Esto es toda la Torá, lo demás solo es comentario”. El pagano se convirtió.

Hubiera podido convertirse igualmente al hinduismo, al budismo, al confucianismo, al taoísmo, al zoroastrismo o al Islam, o a las enseñanzas de Pitágoras y Aristóteles y de tantos otros que enseñaron lo mismo. También, por supuesto, al camino de Jesús, que lo expresó en forma afirmativa: “Tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros, porque en esto consiste la Ley y los Profetas” (Mt 7,12).

Si alguien te ha hecho mucho daño, es normal que tu yo se aíre y reclame venganza o al menos derecho al rencor. Pero la venganza y el rencor no sanarán tu herida. Toma tu tiempo, pero entra más adentro en ti, entra más adentro en quien te ha hecho daño, y te encontrarás con una persona herida por alguien o por algo. Nadie hace daño por maldad, sino por sufrir carencias, errores o daños. Y mira sosegadamente en su fondo, y procura dar pasos hasta ponerte en su lugar y preguntarte: “¿Qué necesitaría yo si fuese él, ella, si estuviese en su lugar?”.

Tal vez vaya transformándose tu mirada y tu actitud ante él, ella, hasta no hacerle daño, o hasta no desearle ningún castigo, o hasta confiar en él y desearle el bien o incluso hacerle el bien. Entonces lo habrás perdonado, aunque nunca lo puedas olvidar ni ser su amigo. Cuando perdones, se habrá curado tu herida, y habrás ayudado a que se cure también la del que te hirió.

Serás como el buen samaritano. Realizarás tu ser “divino”, compasivo, para tu sanación y la salvación de todos los heridos.

(Publicado en VARIOS, Respira tu ser. Meditaciones. Espiritualidad para la vida, Ediciones Feadulta.com, Illescas, Toledo 2021, pp. 81-82)

www.josearregi.com

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Corazón compasivo

Sábado, 19 de octubre de 2019
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¿Qué significa vivir en el mundo con un corazón verdaderamente compasivo, un corazón abierto continuamente a toda la gente? Es muy importante tener presente que la compasión es más que la simpatía o la empatía. Si se nos pide que escuchemos las penas de la gente o que sintonicemos con sus sufrimientos, pronto llegaremos a nuestros límites emocionales. Sólo podemos escuchar durante un corto espacio de tiempo y a un número reducido de gente. En nuestra sociedad estamos bombardeados por tantas «noticias» sobre la miseria humana que nuestro corazón se queda insensible simplemente por saturación.

        Pero el corazón compasivo de Dios no tiene límites. El corazón de Dios es más grande, infinitamente mayor que el corazón humano. Ese corazón divino es el que Dios quiere darnos, de manera que podamos amar a todos sin quemarnos y sin saturarnos. Ese es el corazón compasivo que pedimos cuando decimos: «¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu» (Sal 51).

        El Espíritu Santo de Dios se nos da para que podamos llegar a ser partícipes de la compasión de Dios y podamos llegar a todos los hombres y en todo momento con el corazón de Dios.

*

H J M Nouwen,
Aquí y ahora. Viviendo en el Espíritu,
San Pablo 2002, pp. 112-113

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Ponerse en su lugar

Jueves, 5 de septiembre de 2019
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Scott Warren se enfrenta a 10 años de cárcel por dejar agua en el desierto a personas migrantes en Estados Unidos. ¡Exige que se le retiren los cargos!

*

“Las personas están hechas de tal modo que quienes oprimen no sienten nada;

es la persona oprimida la que siente lo que está ocurriendo.

A menos que nos hayamos puesto del lado de la persona oprimida,

para sentir como ella,

no podemos entender”.

*

Simone Weil

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Ser humano

Viernes, 1 de junio de 2018
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Del blog Nova Bella:

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“Ser humano es mi vocación, mi tozudez, mi condena. A mi que no me saquen de ser hombre humano, porque de otra forma yo no quiero ser. Seré, sabiendo a qué me arriesgo, débil hasta reventar de fuerza. Me agarraré, para no caerme, a un palo de bondad. Recorreré las calles recogiendo las lágrimas perdidas de la gente.”

*

Fernando Aramburu

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“Del pecado y la gracia al amor y la empatía”, por Carlos Osma

Lunes, 26 de marzo de 2018
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empatiaDe su blog Homoprotestantes:

Hay veces que de pronto, no sabes muy bien porqué, percibes cosas que hasta ese momento te pasaban inadvertidas. Me ocurrió ayer, sentado en el banco de la iglesia, después de cantar una canción que se proyectaba sobre la pantalla que hay en la pared central de la iglesia. Una canción nueva, si la comparamos con los himnos del siglo XVII y XVIII que aparecen en el himnario que en aquel momento tenía entre las manos, y que hablaba de un Dios de amor que se preocupa por mí y expresaba también el agradecimiento y amor que siento por él.

Al abrir el himnario intenté buscar himnos que mostraran de la mima forma ese amor, y me di cuenta de que la inmensa mayoría hablaban de otra cosa. Pensé que el ser humano ha cambiado mucho en los últimos siglos, y que por tanto la manera en la que se aproxima a Dios ha sufrido también un cambio. Si hay un tema que destacaba sobre todos los demás en el himnario, era el pecado, el reconocerse o sentirse pecador. Pero no por haber cometido un error, por haber fallado en algo, sino por algo más esencial: por ser un ser humano. Y ante este callejón que parece sin salida, los himnos hablaban también de la gracia de un Dios que quiso salvarnos. Me sorprendió que incluso aquí, no se expresará con más rotundidad lo que a algunos de nosotros nos puede parecer una obviedad: que quiso salvarnos por amor. Pero no, lo que se dejaba meridianamente claro es que esa gracia no dependía de nuestras buenas o malas acciones, sino de la voluntad divina.

Imagino que, en una sociedad marcada por el control sobre la vida de las personas, la visión de la divinidad no podía ser muy diferente a la de un juez, que por mucho que haga todo lo posible por salvarnos, su función principal es juzgar y encontrar culpables. Una vez identificados, entra en juego el tema del sacrificio sustitutorio, y Jesús como cordero que lleva sobre él los pecados del mundo. No digo nada nuevo al afirmar que una gran parte del cristianismo sigue moviéndose dentro de este binomio: el del pecado y la gracia. Y lo hacen predicando a una sociedad que ya no existe, o intentando hacer retroceder a cristianos y cristianas un par de siglos como mínimo para que sus teologías puedan tener algún sentido. Es por eso que el diálogo con ellos es muy complicado.

No soy objetivo cuando reflexiono sobre esta forma de entender el cristianismo ya que, en su voluntad por el control social, las personas LGTBI somos pecadoras en esencia, e incluso me atrevería a decir que ni Dios puede sacarnos de esta categoría. La gracia divina solo nos alcanzará cuando ya no seamos quienes somos, en otras palabras: para las personas LGTBI el sacrificio de Jesús en la cruz fue insuficiente. Estoy convencido que es un error pretender mantenernos dentro de este esquema mental que ya no es el nuestro, y que intentar pensar como lo hacían nuestras bisabuelas, o los bisabuelos de nuestras bisabuelas, es una clara estupidez. Aunque también me resisto a desecharlo completamente como si no pudiera aportarnos nada. No me gusta la palabra pecado porque la asocio con no haber cumplido alguna de las leyes que aparecen en el listado de acciones que alguien ha decidido como prohibidas. Pero alguna palabra debería haber para indicar que se está actuando de forma injusta contra el prójimo, contra la naturaleza, contra la vida. Y otra para indicar que es posible pasar página, y deshacer los caminos equivocados sin sentirnos siempre culpables. Alguna manera habrá de seguir a un Dios que nos mueve a la justicia, pero que no sea un juez.

Tengo que reconocer que aunque mi fe cristiana está fundada en la afirmación de que Dios es amor, es decir, en el Dios que Jesús reveló; la canción que se proyectaba sobre la pared, tampoco muestra en mi opinión lo esencial del cristianismo. Quizás esté equivocado, o éste reaccionando exageradamente ante el excesivo individualismo cristiano con el que me he encontrado a lo largo de los años. Ese que habla de yo y Dios, de mi amado Jesús, de mi salvador, de mi maestro; y que en realidad no es más que un hacerse a Dios a mi imagen y semejanza. La canción era preciosa, y seguro que a otras personas les habrá traído otras reflexiones mucho más positivas que la mía, pero ayer me pregunté si el Dios de amor de nuestra generación y nuestro mundo, que ha sustituido al anterior Dios juez, está inevitablemente condenado a ser un producto del individualismo, o incluso del consumismo. ¿Cómo poder vivir la radicalidad del evangelio sin hacer trampas para domesticarlo? ¿Cómo liberarnos de un Dios juez sin caer en los brazos de un Dios de amor que no es más que mi opinión sobre lo que es bueno o malo?

Estoy convencido de que esta pregunta tiene multitud de respuestas, pero mientras sostenía un himnario en la mano, y cantaba la canción que se proyectaba en la pared, pensé que el Dios de amor de Jesús no es un Dios que se preocupa especialmente por mí, sino que lo hace por cada uno de los seres humanos. Y que no lo hace con discursos políticamente correctos, o esos que aplauden los convencidos, sino con acciones que liberan a las personas oprimidas. El Dios de Jesús no es el Dios padre que me ama para que me sienta bien, sino el Dios de amor que aboga por un mundo más justo, y es en la medida que hacemos más justo el mundo, que su amor irrumpe de manera más clara. El amor cristiano no busca que yo me sienta querido, o amado, que me sienta un niño protegido por mi padre/madre celestial… El amor cristiano busca hacer nacer en nosotras y en nosotros la empatía por el prójimo. Por eso donde no hay empatía por quienes sufren, donde no existe la capacidad de ponerse en la piel del otro o de la otra, puede haber mucho sentimiento de amor divino, pero ni una pizca del amor del Dios que nos reveló Jesús. Nuestra generación no sólo debería leer la Gracia de Dios como una muestra de su amor, sino entender que ese amor tiene una dirección inequívoca hacia el prójimo.

Se que queda muy bonito hablar de amor y de prójimo, pero si soy sincero, más allá de los discursos políticamente correctos, pienso que éste es el verdadero lugar donde la fe cristiana pasa su control de calidad. Es tan fácil dejarnos cegar por nuestros prejuicios y eliminar la palabra prójimo de tantos seres humanos. Las personas LGTBI lo sabemos, los discursos cristianos homófobos niegan nuestra existencia, y nos reducen a simples acciones pecaminosas, de esa manera ya no somos prójimos, y podemos no ser merecedoras del amor divino. Ante esto, creo que estamos llamadas a reivindicar nuestra existencia, a defender la dignidad que Dios nos ha dado; pero por otro lado somos interpeladas también a no caer en el mismo error, a escapar de nuestro ego, de nuestra moral, y a ser capaces de entender que cualquier ser humano es nuestro prójimo, sobre todo los más desfavorecidos, y que el amor de Dios no tiene su fin en nosotras, sino en ellas.

Carlos Osma

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