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Un arameo errante/emigrante fue mi padre

Jueves, 3 de septiembre de 2015
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caminando-1Cuando vemos la catástrofe humanitaria que se está produciendo a las puertas de Europa con el drama de los refugiados y el empecinamiento de muchos que se dicen cristianos de negarles el asilo, conviene leer este artículo del blog de Xabier Pikaza:

Este uno de de los credos más importantes de la Biblia: Cada judío, cada cristiano, se presenta ante Dios como hijo de Jacob (Israel) y le dice

Mi padre era un arameo errante; bajo a Egipto y residió allí con unos pocos hombres… Pero los egipcios nos maltrataron y humillaron… Gritamos a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz, vio nuestra miseria… y nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido y nos trajo a este lugar…» (Dt 26, 5-10; cf. Jos 24, 2; Sal 136, 78).

ninos-de-siriaNo soy muy partidario de una interpretación de la Biblia al pie de la letra, pues hay que tener en cuenta simbolismos, géneros literarios y circunstancias, pero éste es uno de los textos que resuenan hoy como hace tres mil años. Parece escrito esta mañana (31, 8, 2015)

Los judíos (hebreos) confesaban con esta palabra o credo su fe en Dios y decían que eran hijos de emigrantes arameos (sirios), de la misma zona de la que actualmente están emigrando cientos de miles y millones de “arameos”, literalmente, es decir, de sirios e iraquíes del norte cuya lengua y cultura original ha sido por milenos (y sigue siendo) el arameo, muchos de ellos hoy cristianos, otros musulmanes.

images‒ De una emigración “aramea” como aquella provenimos nosotros (judíos, cristianos, occidentales todos…), al menos en sentido cultural y religioso. Todos somos hijos de emigrantes en busca de tierra, todos estamos haciendo aquel camino del judío antiguo que se reconocía hijo de un emigrante sirio, es decir, arameo, de las tierras de la Alta Siria y el Alto Irak, en ese triángulo de horror dominado actualmente por una guerra y muerte llama ISIS.

Desde ese fondo tenemos que reconocer y valorar (al menos como creyentes) la nueva gran emigración que llama a nuestras puertas, en condiciones parecidas a las de Jacob y Abrahan…, en un contexto que sigue siendo semejante al de los viejos imperios (asirio, babilonio, persa, griego…).

Una pequeña historia: La Biblia, libro de emigrantes

– Abrahán, un emigrante… Las tres tradiciones monoteístas (israelita, musulmana y cristiana) presentan a Abrahán, Padre de la fe, como emigrante que salió de su tierra, obedeciendo a la “Palabra” de Dios, pero también siguiendo la ruta de todos los nómadas que buscaban una tierra estable, desde Ur de los Caldeos. «Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Yo haré de ti una gran nación. Te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra» (Gen 12, 1-3). Abrahán, emigrante y exilado aparece como principio de bendición para todas las “familias” o pueblo de la tierra.

– Los diez mandamientos, un Decálogo de emigrantes. Así empieza: “Yo soy Yahvé, tu Dios, que te he sacado de Egipto, para llevarte a una tierra de libertad…” (cf. Ex 20, 2; Dt 5, 6; cf. 1 Rey 12, 28; Jer 2, 6 etc.). Esas palabras de introducción del Decálogo constituyen la expresión más clara de la identidad israelita como pueblo de emigrantes a los que Dios ayuda. En ese sentido, los mandamientos aparecen como una guía de vida para los emigrantes, es decir, para todos aquellos que tienen que dejar su tierra y sus seguridades antiguas, para crear un nuevo orden social en otra tierra, en una tierra nueva. Entre esos mandamientos está el de honrar a los padres (de emigrantes venimos), el no matar, el no robar…

‒ Moisés, guía y pueblo de emigrantes

Moisés nace en Egipto, en una tierra donde su familia ha tenido que emigrar para comer… En una tierra donde los hebreos se sienten perseguidos… Tiene una experiencia de Dios, que aparece como protector de emigrantes… y tiene la tarea de crear un “pueblo nuevo” a partir de los emigrantes que debían buscar su tierra, en medio de grandes dificultades. Así escucha en la montaña…

«Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham…» (Ex 3, 1-6). «He visto la aflicción de mi pueblo de Egipto y he escuchado el grito que le hacen clamar sus opresores, pues conozco sus padecimientos. Y he bajado para liberarlo del poder de Egipto y para subirlo de esta tierra a una tierra buena y ancha, a una tierra que mana leche y miel, el país del cananeo, del heteo…» (Ex 3, 7-8).

Leyes sobre emigrantes de la Biblia

Una de las primeras leyes de la Biblia son las que han sido promulgadas para proteger a tres “colectivos”, es decir, a tres tipos de personas oprimidas. Los emigrantes no se pueden tomar por aislado, sino que han de verse vinculados a otros grupos oprimidos. En el tiempo de la Biblia Hebrea se unen viudas, huérfanos y extranjeros:

(1) Las viudas (mujeres sin familia o protección social) forman una parte considerable de los rechazados del sistema, que sigue marcado por la violencia de género y la manipulación sexual. Hay en el mundo millones de mujeres sometidas a un durísimo comercio sexual: no hace falta encerrarlas en cárceles estrictamente dichas, pues su misma forma de vivir constituye ya una cárcel.

(2) Los huérfanos (niños y jóvenes sin arraigo familiar) son los candidatos más idóneos para la explotación, la delincuencia y la cárcel, especialmente en países donde existe una fuerte descomposición de las tramas familiares y sociales.

(3) Finalmente, los extranjeros y emigrantes (o miembros de razas distintas) siguen viviendo en una situación de violencia permanente: casi la mitad de los encarcelados de algunos países de Europa son extranjeros, la mayoría de los presos de USA son negros.

1. Dodecálogo (=Doce leyes) de Siquem (Dt 27, 15-26). Parece el código más antiguo de la tradición israelita y comienza evocando la maldición sobre aquellos que fabrican ídolos, porque destruye la identidad de Dios. En quinto lugar, dice:

– ¡Maldito quien defraude en su derecho al extranjero, huérfano y viuda!
Y todo el pueblo responda: ¡amén, así sea! (Dt 27, 19).

Esta maldición supone que aquellos que se acercan a Dios y quieren establecer un pacto con él deben comprometerse a respetar el derecho de huérfanos-viudas-forasteros, es decir, de aquellos cuyo derecho podría ser más fácilmente quebrantado, pues no tienen un goel o “vengador de sangre”, es decir, un familiar poderoso que pueda defenderles. Los extranjeros-huérfanos-viudas vienen a presentarse de esa forma como “familiares de Dios”, es decir, como sus protegidos, de manera que toda la familia israelita, reunida en nombre de Dios, debe comprometerse a defenderles.

2. El Código de la Alianza (Ex 20, 22-23, 19) forma también parte de un texto legal muy antiguo, que incluye diversas normas de tipo social, criminal, económico y litúrgico. Entre sus normas encontramos estas:

– No oprimirás ni vejarás al extranjero,
porque extranjero fuiste en Egipto…

– No explotarás a la viuda y al huérfano…
porque si ellos gritan a mí yo los escucharé… (Ex 22, 20-21)

La ley que exige la ayuda al extranjero queda así avalada por el recuerdo más sagrado de la historia de los israelitas, pues también ellos fueron antaño extranjeros en Egipto. El paralelismo literario que este pasaje ha trazado entre los dos “artículos” de esta ley supone que los extranjeros (no israelitas) quedan asociados con los huérfanos y viudas de Israel (o de otros pueblos), es decir, con aquellos que carecen de protección legal (social). Todos ellos pueden gritar, como antaño gritaron los hebreos, siendo escuchados por Dios desde la altura (cf. Ex 2, 23-24).

3. Deuteronomio I: solidaridad en la fiesta. El cuerpo central del Deuteronomio (Dt 12-26) recoge y sistematiza hacia el siglo VII a. de C. las leyes más antiguas, integrándolas en el contexto más solemne de la legislación sobre las fiestas:

– Celebrarás (la fiesta de los Tabernáculos) ante Yahvé, tu Dios,
tú y tus hijos y tus hijas, y tu esclavo y tu esclava,
y el levita que habite en tus ciudades,
y el extranjero, huérfano y viuda que viva entre los tuyos,
en el lugar que Yahvé tu Dios elija para que more allí su nombre.
– Recuerda que fuiste esclavo de Egipto… (Dt 16,11-12).

Se alude aquí a la Fiesta de Acción de Gracias, que los israelitas más afortunados celebran tras la recolección, en el otoño, dando gracias a Dios por la cosecha y la abundancia de la vida. Pues bien, en esa fiesta, el patriarca de la casa ha de abrir su espacio de familia, ofreciendo un lugar de alegría, de fraternidad religiosa y comunicación social no sólo a los familiares, sino a los emigrantes Allí donde los pobres y extranjeros no quedan invitados a la fiesta de la vida no se puede hablar de ley de Dios (como sabe también, en otro plano, pero con el mismo espíritu Lc 14, 16-24).

4. Deuteronomio II: solidaridad alimenticia. Para que pueda celebrarse la fiesta compartida, es necesario un gesto de solidaridad económica.

– No defraudarás el derecho del emigrante y del huérfano
y no tomarás en prenda la ropa de la viuda…
Cuando siegues la mies de tu campo… no recojas la gavilla olvidada;
déjasela al extranjero, al huérfano y a la viuda,
.
– Cuando varees tu olivar, no repases sus ramas;
dejárselas al extranjero, al huérfano y a la viuda.
– Cuando vendimies tu viña no rebusques los racimos;
déjaselos al extranjero, al huérfano y a la viuda;
recuerda que fuiste esclavo en Egipto (Dt 24,17-22)

Frente al afán codicioso de aquellos que quieren poseerlo todo, el texto apela al derecho de los pobres que claman a Yahvé desde su necesidad, siendo escuchados. De pan, vino y aceite vive el hombre; por eso es necesario que quienes tengan esos bienes los compartan con los pobres, con los que no tienen tierras, expresando así la generosidad del Dios que los ofrece a todos.

5. Deuteronomio III: ampliación espiritual amor al extranjero. En este contexto, recreando un tema que aparece de otra forma en Lev 19 (donde se dice amarás al prójimo, es decir, al israelita), nuestro texto exige amar a los extranjeros:

– Yahvé, vuestro Dios… es Dios grande, poderoso y terrible,
no tiene acepción de personas, ni acepta soborno,
hace justicia al huérfano y a la viuda
y ama al extranjero para darle pan y vestido.
– Por eso, amaréis al extranjero,
porque extranjeros fuisteis en el país de Egipto (Dt 10, 17-19)

El texto afirma que Dios ama a los extranjeros, es decir, a los hombres y mujeres que no forman parte del pueblo elegido (Dt 10,18), ni tienen una patria o un hogar donde defenderse y vivir protegidos. Lógicamente, los israelitas deberán amar también a los extranjeros. Esta exigencia de amar (es decir, de recibir en el espacio de vida y familia, de clan y de grupo religioso) a los extranjeros huérfanos y viudas, constituye una de las cumbres de la tradición israelita y de la humanidad.

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Nacer es migrar, morir también

Martes, 23 de junio de 2015
Comentarios desactivados en Nacer es migrar, morir también

migrantes-retorno-maletas-500x220Yolanda Chaves, yolachavez66@gmail.com; Mari Paz López Santos, pazsantos@pazsantos.com; Patricia Paz, ppaz1954@gmail.com
Los Ángeles, Madrid, Buenos Aires.

ECLESALIA, 12/06/15.- ¡Retrocedamos hasta el origen, al instante inicial! Algo va a nacer, se mueve, avanza… ¡aquí está! El nuevo ser migra hacia el exterior de su habitáculo vital. Sale, y un escalofrío recorre su piel; anhela volver pero no hay camino de retorno a la etapa anterior. Acaba de dar el primer paso en el recorrido de una nueva vida en territorio extraño.

¡Avancemos ahora, avancemos pausadamente hacia el final! Es el instante del A-Dios.

Migrar es analogía de vientres; del amor del “principio” (Gen 1,1) al útero maternal finito; del vientre de tierra al cobijo permanente del regazo infinito.

Nacer es migrar a otra tierra, como también lo es morir. ¿Para qué tantos afanes y estupideces, tanta violencia en el permanente movimiento migratorio de una humanidad que siempre ha estado en marcha y que, a pesar de cualquier resistencia, así seguirá en busca de mejores condiciones de vida?

Migró el pueblo de Israel desde la esclavitud de Egipto hacia la tierra prometida. Migración larga y penosa que los llevó a extrañar el tiempo donde “se sentaban frente a las ollas de carne y comían pan hasta saciarse” (Ex 16,3). ¡Cuántas veces nos pesa tanto la libertad que preferimos una cierta dosis de esclavitud con tal de sentir seguridad!

El éxodo al desierto, paso de la esclavitud a la libertad, acontece una y otra vez en nuestras vidas. Este paso implica siempre un riesgo y muchas veces cuando estamos en el camino añoramos las seguridades perdidas. Vivir a la intemperie conlleva sus riesgos, pero permite ver las estrellas.

“A orillas de los ríos de Babilonia estábamos sentados  y llorábamos, acordándonos de Sión…”, este lamento que da inicio al Salmo 137, es un grito milenario de dolor al desarraigo, grito que se hace eco en la actualidad.

Cuando se migra se abandona la residencia habitual, se camina, se avanza, se cruzan fronteras de diferentes dimensiones: geográficas, culturales, económicas,  religiosas, existencialesCruzando fronteras se muere de algún modo.

Cada vez más personas en todos los continentes lo viven en carne propia. Cada vez son más las personas expulsadas de sus países por el hambre, la falta de trabajo, la violencia, la guerra  y la inseguridad. Cruzan mares, montañas y desiertos para golpear la puerta de los países desarrollados donde se enfrentan al rostro cruel de la falta de solidaridad; al sentimiento permanente  de ser inadecuados, de no pertenecer a nada ni a nadie. Se  anuda la garganta, se entristece el corazón, evocando los atardeceres alumbrados de luciérnagas en los arroyos de nuestros pueblos… “Nos sentamos y lloramos, acordándonos…” de la tierra que quedó atrás.

El fenómeno de la migración nos pone delante de desafíos tanto a los migrantes como a quienes los reciben. En un mundo globalizado este desafío se ha convertido en algo para tomar muy en serio si queremos vivir en paz. Saltar barreras culturales, raciales y religiosas puede no ser fácil, pero es la única manera de convivir. Y no hablamos aquí sólo de tolerancia, sino de aceptación. El desafío es ver al migrante que vive y trabaja en mi comunidad como un ciudadano de derecho pleno y luchar junto a ellos para que estos derechos se respeten.

“Soy migrante. Salí de un país empobrecido que está muriendo en los brazos de una sociedad enferma. Decidí migrar una noche mientras hablaba con Dios, pidiéndole señales que me indicaran el camino que debía tomar después del asesinato de mi padre. Sentía que tenía que luchar por conservar mi vida. Esa noche, una fuerza más allá de mis propias fuerzas, movió mis manos y mis pies. Me lleno de esperanza el corazón; me atreví a cruzar un desierto que guarda miles de cadáveres en su vientre arenoso. La fuerza de Dios es descomunal; brota desde las entrañas y llena al espíritu de iniciativas, de certezas. Pero también es misteriosa, nos llena de fragilidad, desencaja el rostro de dolor y agota las lágrimas cuando mueren en el camino los compañeros migrantes y se siente su propia muerte. Cuando crucé la frontera Dios la cruzó conmigo, pero también se quedó con los que murieron”.

“¿Cómo se sobrevive con el alma dividida por fronteras? ¿Cómo se sobrevive sin poder mirar todos los días a tus hijos?… ¿Por qué no se puede vivir cuando tus hijos lloran de hambre? ¿Cómo se vive en un país donde nunca se puede encontrar empleo? ¿Cómo, demonios, se sobrevive en países donde el secuestro, la corrupción, los asesinatos, las violaciones a los derechos humanos son el pan nuestro de cada día? ¿Cómo…?

Algún día las fronteras caerán en señal de bienvenida universal pero aún falta mucho para eso, la evolución humana ha de abrirse a otra forma de entender y acoger. Falta sobre todo que nos abramos a una forma más humana de mirar al otro que nos lleve, no solamente a recibirlo, sino a acogerlo como uno más de la familia. La familia humana.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos (Art. 2) confirma que estos Derechos se aplican a todas las personas, “sin distinción de ningún tipo, tales como raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política u otra, origen social o nacional, propiedad, nacimiento y otro status”.

 “La migración es un derecho. Los que persiguen, acorralan o provocan la muerte de los inmigrantes, lo están haciendo con Dios. Desde nuestras circunstancias nos descubrimos hijas e hijos de Dios. Somos “el prójimo”; no somos ni amenaza ni competencia. Por instinto natural buscamos la justicia y la paz. Un impulso nos mueve a hacer efectiva nuestra misión profética: darle sentido al Evangelio buscando caminos justos, dignos, compasivos, solidarios…”

Pero la hipocresía campea a sus anchas mirando hacia otro lado y manipulando a través de los medios de comunicación. Los países que se ufanan de ser paladines de los derechos democráticos y de haber llegado a logros legislativos como la Declaración Universal de Derechos Humanos, o la creación de la ONU y otros organismos cuya razón de ser es que el ser humano sea respetado por su propia dignidad innegociable… mientras, se construyen barreras económicas, vallas metálicas, se esquilman recursos humanos de países empobrecidos y se provocan guerras que exilian de sus propias vidas a miles de personas.

Desde la vieja Europa, los países que tienen sus costas bañadas por el bello Mar Mediterráneo, asisten al espectáculo lamentable y doloroso de verlo convertido en cementerio acuático: miles de personas vienen de Siria, Libia, de los países de África subsahariana y tantos otros; huyen de guerras, de la desestabilización de sus países, de la falta de trabajo, de la corrupción política que mina el desarrollo. Mientras la Unión Europea va poniendo parches sin llegar al meollo de la injusticia que causa todo esto.

Habrá que sentarse desde una plataforma mundial, sin vetos, para ahondar en las causas de la injusticia que provoca los movimientos migratorios y la pérdida de derechos como seres humanos de tantos hermanos en movimiento.

Tras haber visto, al principio, lo que se trasluce en Génesis, Éxodo y Salmo 137,  movimientos migratorios de un pueblo de camino, una humanidad que quiere echar raíces pero una y otra vez vuelve a ponerse en marcha: con dolor, por amor, a causa de la violencia, siempre buscando y sin acabar de encontrar; finalizaremos con otro movimiento migratorio, ya que “en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios (…) Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Prólogo Jn 1.1, 1.2, 1.14)

He aquí el mayor movimiento migratorio: Dios se hace carne adentrándose en la historia de la humanidad para indicarnos el Camino, la Verdad y la Vida verdadera.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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