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David E. DeCosse: “La enseñanza de la Iglesia sobre la dignidad de la mujer me hizo cambiar de opinión sobre la penalización del aborto”.

Sábado, 3 de septiembre de 2022
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876D3606-2A35-43A1-8DB9-B7A931477A29Las posiciones sobre la prohibición o legalización del aborto se polarizan hasta el extremo. Pero desde la universidad Santa Clara de California, en la revista National Catholic Reporter, un veterano profesor de teología moral expresa su testimonio sobre cómo la reflexión de una conocida monja española le hizo discernir mejor los valores en juego y cambiar de postura. AD.

Era un argumento hermético que decía así: El aborto es una violación de la ley moral universal, sin excepciones, contra la eliminación directa de la vida inocente. Esta ley moral debe reflejarse en la medida de lo posible en la ley civil. Cualquier invocación del derecho a violar dicha ley moral y civil es absurda. El caso contra el aborto legal es definitivo para el significado de la fe católica.

Siguiendo esta lógica, en 1980 y 1984 voté a Ronald Reagan para presidente principalmente por su capacidad de nombrar jueces para el Tribunal Supremo de Estados Unidos que anularan el caso Roe contra Wade, la decisión de 1973 que estableció el derecho constitucional a elegir un aborto.

Cuarenta años después ya no pienso así. Cuando la decisión del caso Dobbs v. Jackson Women’s Health Organization que eliminaba el derecho a elegir un aborto fue anunciada el 24 de junio la leí y me encontré más de acuerdo con el presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, que dijo “Tanto la opinión del Tribunal como el disenso muestran una implacable ausencia de dudas sobre la cuestión legal que no puedo compartir”.

Sin duda, los asuntos del corazón han influido en el cambio de mi forma de pensar: un matrimonio fracasado; escuchar largamente complejas historias de sexo y sufrimiento; semanas pasadas en el Catholic Worker de Los Ángeles trabajando con las vulnerabilidades imprevistas de los residentes de Skid Row. Estas experiencias movieron mi corazón desde las cómodas expectativas de mi educación suburbana hacia un mundo crudo incapaz de ocultar sus dramas de gracia y pecado. El cambio en mi forma de pensar sobre la ley y el aborto surgió de esas experiencias.

Un cambio superó a todos los demás: la inclusión de todas las implicaciones de la dignidad de la mujer en mis reflexiones morales al respecto. Nunca he dudado del derecho a la vida del feto. Pero dos implicaciones de la dignidad de la mujer han sido especialmente formativas a la hora de ampliar mi comprensión del abanico de valores que están en juego en cuestiones de derecho y aborto: la plena capacidad moral de la mujer y su derecho a la integridad corporal.

La agencia moral de las mujeres embarazadas

En su encíclica de 1995 Evangelium vitae el Papa Juan Pablo II dijo que nadie puede apelar a la autoridad de la conciencia para justificar el aborto, ya que nunca está permitido violar la ley moral universal y sin excepciones contra la eliminación directa de la vida inocente. Esa forma de plantear las cosas reflejaba perfectamente mi pensamiento a principios de los años ochenta. Pero empecé a encontrar el argumento incompleto e incluso involuntariamente ofuscado: Podía ver el papel del feto, pero ¿cuál era el papel de la mujer embarazada en el argumento?

O bien las mujeres parecían estar totalmente ausentes de tales argumentos, que se centraban en cambio por completo en el derecho a la vida del feto, o bien se consideraba a las mujeres como individuos presentes pero irreflexivos, cuyos cuerpos eran escenarios de lucha legal por parte de otras personas, o bien se consideraba a las mujeres embarazadas correctamente como objetos de compasión, pero no se las veía como agentes morales plenos capaces de decidir por sí mismos sobre un asunto tan íntimo.

Una declaración concisa y contundente de la Hna. Teresa Forcades, benedictina catalana, me convenció de lo incompleto de tales opiniones. En 2009, Forcades habló en una entrevista televisiva a favor del “derecho a decidir” de la madre en materia de derecho civil y aborto. En respuesta, el Vaticano exigió su afirmación pública de la doctrina moral de la Iglesia. A su vez, Forcades emitió una declaración pública en la que argumentaba que la cuestión de la ley y el aborto debía considerarse propiamente en el pensamiento católico como un choque de absolutos: el absoluto del derecho a la vida y el absoluto del derecho a la autodeterminación ante Dios de cualquier mujer embarazada.

“La autodeterminación”, argumentó, es un “derecho fundamental que protege la dignidad humana y prohíbe absolutamente y bajo cualquier circunstancia que una persona sea utilizada como un objeto… el derecho a la autodeterminación es el derecho a la vida espiritual”. Pero también argumentó: “Nadie, ni el Estado ni la Iglesia ni la madre, tiene derecho a violar el derecho a la vida del feto”.

El argumento de Forcades tiene el mérito de nombrar en términos católicos la dificultad real a la que nos enfrentamos con la ley y el aborto. No es el conflicto que imaginé hace 40 años entre los que dicen la verdad y los relativistas amantes de la libertad. Se trata más bien de un conflicto de bienes absolutos. Ver las cosas bajo esta luz ayuda a poner de manifiesto el derecho de la mujer a ejercer su agencia moral -o, en la terminología de Forcades, su autodeterminación-, especialmente cuando se enfrenta a un embarazo difícil. Hace cuarenta años, la ley moral en estas cuestiones me parecía universal y sin excepciones. Reflexionando ahora sobre la dignidad de la mujer embarazada manifestada en su agencia moral, creo que debe haber excepciones.

El derecho a la integridad corporal

Pocos eslóganes encendieron más mis energías provida del pasado que “mi cuerpo, mi elección”. En el eslogan leí la historia relativista de nuestro tiempo, que en nombre de una realidad material como el cuerpo, todo vale. También me sentí unida a la Iglesia católica de Estados Unidos al pensar que nuestra batalla sobre el aborto era precisamente con el absolutismo proabortista que el eslogan representaba.

Pero con el tiempo empecé a pensar de forma diferente sobre el eslogan. En primer lugar, se hizo evidente que la mayoría de las personas que estaban a favor del aborto no eran los absolutistas con eslogan de mis pasadas fantasías sobre la guerra cultural. Y, en segundo lugar, empecé a reflexionar sobre la importancia permanente del cuerpo en el pensamiento moral católico y, por tanto, a considerar si, incluso en aras del derecho a la vida, es una injusticia utilizar la fuerza coercitiva de la ley para obligar a las mujeres embarazadas a utilizar su cuerpo de una forma prescrita por otros.

Recientemente, la teóloga Kathleen Bonnette, en un artículo publicado en America, pedía que el pensamiento católico sobre la ley y el aborto prestara más atención al derecho a la integridad corporal de las mujeres embarazadas. Basándose en los escritos del Papa Juan XXIII, explicaba que el derecho significa “el reconocimiento de que nuestros cuerpos son propios, que importan, y que tenemos derecho a determinar qué o quién tiene acceso a ellos”.

Al igual que la afirmación de Forcades sobre el derecho a la autodeterminación, el perspicaz argumento de Bonnette sobre el derecho a la integridad corporal nombra un hecho moral que con demasiada frecuencia se omite en las consideraciones católicas sobre el aborto. Su argumento también invita a centrarse en las numerosas formas en que la integridad del cuerpo de las mujeres se ve amenazada por las agresiones sexuales y las violaciones, por el propio embarazo y, especialmente, por los embarazos que ponen en peligro la vida, y por la escandalosa y a menudo racializada falta de atención médica para las embarazadas y las puérperas pobres.

Mi absolutismo católico de los años 80 pretendía que la ley civil restringiera al máximo el aborto porque sólo importaba el derecho a la vida del feto. Pero eso es demasiado simple: Afirma sólo una injusticia en juego en estos asuntos. Sería mejor, dice Bonnette, reconocer también una dolorosa e inevitable paradoja: que por su naturaleza coercitiva las leyes que pretenden restringir la injusticia del aborto pueden también violar la integridad corporal de las mujeres. Bonnette afirma que el derecho civil puede seguir restringiendo el aborto. Pero también insiste en que, por respeto a la integridad corporal de la mujer, la Iglesia debería recurrir más a los métodos de persuasión. Bonnette tiene razón. El enfoque católico del aborto se ha basado demasiado en la ley.

En los años ochenta, mi caso católico contra el aborto era hermético. Lo único que faltaba eran las mujeres embarazadas implicadas en el asunto.

Por David E. DeCosse, director de ética religiosa y católica en el Centro Markkula de Ética Aplicada de la Universidad de Santa Clara

[Traducción española publicada con permiso de NCR Publishing Company www.NCROnline.org]

Fuente Fe Adulta

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Argentina concede una ayuda por embarazo a un hombre transexual

Jueves, 12 de febrero de 2015
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0000422824Nicole, Maximiliano, Ernesto Martínez (anses) y Karen Díaz (Igualdad).

Maximiliano, de 23 años, solicitó en agosto pasado la asignación por embarazo, que otorga el Gobierno argentino desde mayo de 2011 a personas con escasos recursos.

Aurora Esperanza llegará al mundo mañana, sus padres, Maximiliano y Nicole verán hecho realidad uno de sus mayores sueños: formar una familia.  La historia de la pareja transexual salteña vive por estas horas sus mejores momentos. La noticia que él recibirá la Asignación Universal por Hijo (AUH) otorgada por ANSES, significa un gran logro y ayuda para ellos. Además de darles más alegría en la espera. Maximiliano tiene 23 años es varón transexual y adoptó su nueva identidad a través de la Ley de Identidad de Género al igual que Nicole, mujer transexual que también cuenta con nuevo documento. Ambos están casados desde el 29 de noviembre de 2013.

El Gobierno argentino concedió por primera vez la asignación por embarazo a un varón transexual que se espera que dé a luz este mismo fin de semana, después de que se le denegara el beneficio hace cuatro meses por haber adoptado una identidad masculina, informaron hoy fuentes oficiales. Maximiliano, de 23 años, solicitó en agosto pasado la asignación por embarazo, que otorga el Gobierno argentino desde mayo de 2011 a personas con escasos recursos, y la Administración de la Seguridad Social (Anses) se la denegó porque consideró que la ley establece ese beneficio sólo para mujeres.

Con el apoyo de la Fundación Igualdad, de la norteña provincia de Salta, y la organización “Cien por Ciento Diversidad”, Maximiliano consiguió que la Anses hiciera una excepción y le otorgara la ayuda el miércoles, convirtiéndose en el primer hombre transexual de Argentina en recibir la asignación. Luego de un peregrinar que se extendió por varios meses, la solicitud de Maximiliano se resolvió a través de una Resolución de la Dirección de Procedimientos y Normas de la ANSES que la autorizó por un mecanismo de excepción. “Para evitar que se repitan situaciones similares esperan concretar la semana próxima una reunión con las autoridades de la ANSES, en ella solicitaran que se adapten los sistemas informáticos a la Ley de Identidad de Género”, explica una parte del comunicado difundido por la entidad.

“Estamos muy felices. Siempre quisimos formar una familia. Nuestro camino fue muy difícil porque la sociedad salteña discrimina mucho. Las personas trans tienen que continuar luchando por sus derechos. Hay cosas que tienen que cambiar“, dijo Maxi a El Tribuno. “Nos cerraron muchas puertas pero no bajamos los brazos, seguimos luchando por lo que nos correspondía y gracias a muchas personas que colaboraron tanto en Salta como en Buenos Aires, logramos que a Maximiliano le dieran la asignación universal. Es un derecho de todas las personas y nosotros somos personas“, dijo Nicole.A pesar de los obstáculos, ellos eligieron creer que podían obtener lo que consideran un derecho adquirido. En plenos preparativos para la llegada de la pequeña Aurora, Maxi y Nicole no se olvidan de agradecer a quienes creyeron en ellos y que hoy les permiten vivir la magia de ser padres. “Cuando iniciamos el trámite para la asignación, nos dijeron que surgirían problemas. Al principio nos pusimos mal pero después decidimos seguir adelante a pesar de todo”, relató la mujer. Lejos de aquellos días en donde concurrir a las oficinas de ANSES era lo cotidiano, esta joven pareja se prepara para vivir la mayor experiencia de sus vidas. “Espero que nuestro ejemplo sirva para aquellas personas trans que están en nuestra misma situación y se dan por vencidos”, destacó Maximiliano.

 Maximiliano y Nicole se conocen hace 5 años, ellos nunca se imaginaron que detrás de esa amistad surgiría el amor y la posibilidad de tener su propia familia. “Me conmovió su forma de ver la vida y cómo lucha a pesar de todo”, contó él al hablar de su esposa. Unidos por el amor y la admiración, ellos esperan que las cosas cambien y “que la discriminación algún día desaparezca. Hace mucho daño y no ayuda en nada“, expresaron a horas de vivir la experiencia más importantes de sus vidas: ser padres.

El presidente de “Cien por Ciento Diversidad”, Martín Canevaro apuntó que en esta ocasión era necesario realizar una interpretación “armónica” de la ley, que a su juicio tiene un “carácter discriminatorio”, y priorizar la protección al embarazo de una persona sin recursos frente a la identidad de género. Según el presidente de la ONG, después de que le denegaran la ayuda, Maximiliano se encontraba “impactado” y “resignado”, pero su esposa Nicolle, también transexual y de 23 años, puso en marcha el proceso que culminó este miércoles con la noticia que los dejó “recontentos”.

La legislación argentina establece que tienen derecho a la asignación todas aquellas mujeres embarazadas entre la semana 12 y la semana 42 que no cuenten con cobertura médica, que no tengan otra asignación familiar, que trabajen en el mercado informal o en el servicio doméstico o que sean autónomas.

“La comunidad transexual tiene una gran problemática: la inclusión laboral”, señaló Canevaro antes de insistir en que, por ese motivo, era fundamental que consiguieran un apoyo económico por parte de la Anses, que tiene que garantizar que “la política social llegue a quien realmente lo necesita”.

Canevaro hizo hincapié en que pese a que están satisfechos con la resolución, que supone la ampliación de derechos que han ido “conquistando” poco a poco, se trata de un caso “puntual”, por lo que esperan que se termine extendiendo a “cualquier familia trans que lo solicite” . Pese a que considera que la legislación argentina facilita un espacio para el “diálogo” y durante los últimos años se han puesto en marcha políticas públicas “muy avanzadas”, la comunidad transexual ha vivido “muchos años de discriminación institucional” que se han traducido en una “vulnerabilidad social” . “Todavía hay prejuicios y una mirada estigmatizante que no permite progresar del todo”, aseveró.

La ley de identidad de género argentina fue aprobada en mayo de 2012 y contempla la posibilidad de solicitar el cambio de sexo legal y de nombre en todos los documentos oficiales de acuerdo con la identidad

 

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“¿De quién es el cuerpo de una mujer embarazada?”, por Carlos Osma.

Sábado, 20 de septiembre de 2014
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Cuerpo de Mujer1Mientras vemos cómo el ministro Ruiz Gallardón, queda desautorizado al no aprobarse la contrarreforma de la Ley del Aborto en el plazo fijado, el Ejecutivo celebra su último Consejo de Ministros del verano, fecha máxima fijada por el titular de Justicia para la reforma. “Es una ley que requiere consenso. No es sencillo”, dice Santamaría, viene bien leer este intresante artículo del blog Homoprotestantes:

Los puntos polémicos de la ley del aborto

“Aumentaré tus dolores cuando tengas hijos, y con dolor los darás a luz. Pero tu deseo te llevará a tu marido, y él tendrá autoridad sobre ti[1]”.

Por mucho que pasen los años, o los miles de años, todavía hay gente empecinada en identificar a las mujeres con la maternidad, el deseo masculino y la subordinación al varón. Como si fuera de estas dimensiones las mujeres no tuvieran ningún sentido, como si no fueran mujeres completas. No aceptar, no desear, o simplemente no poder satisfacer estas obligaciones (maldiciones divinas) sería una manera de rebelión con el orden establecido desde el principio por Dios.

Las mujeres no son hombres, las mujeres no deciden, son el “sexo débil” que necesita de la autoridad de un varón que les diga lo que en realidad les conviene. A falta de varón tenemos a una sociedad que mediante costumbres y leyes las debe ir orientando para que puedan ser felices. El papel fundamental que se les ha encomendado es la maternidad, y para poder llegar a este estatus casi divino, deben preparar sus cuerpos para que sus dueños las deseen, las fecunden, y las hagan alcanzar lo que tanto desean: ser madres.

Es estúpido, sí, pero no por ello deja de ser una propuesta que convive con muchas otras dentro de nuestra sociedad. Sí, hay mujeres que han nacido para traer vida, para que su marido pierda la cabeza por ellas, para someterse a sus ordenes, y… para nada más. Pero cierto es que las que todavía han “decidido” vivir bajo el ideal del heterosexual acomplejado necesitado de una mujer sumisa, son muy pocas, y cada vez son una rareza más difícil de encontrar. Lo que no es tan complicado es toparnos con hombres que todavía no saben que en el siglo XXI vivimos con otra cosmovisión. Y las mujeres aspiran a tener o no hijos, a que les desee un hombre y/o una mujer, a estudiar, a un gran empleo, a correr una maratón, a ser presidentas del gobierno, a pintarse las uñas o a descubrir la vacuna contra el SIDA, en definitiva; las mujeres, como la mayoría de los hombres, aspiran a tomar el mayor número de decisiones posibles libremente. Y el contrato de amor, económico o de acompañamiento, que hacen (si lo hacen) con una persona del mismo o de distinto sexo, no se entiende en términos de amo/a-sumiso/a.

Es evidente que uno de los elementos que más liberad ha dado a las mujeres es la posibilidad de controlar la natalidad. Y en la medida en que han podido decidir si tienen hijos y cuantos quieren tener, han visto como su lugar en el mundo cambiaba y han descubierto que podían tomar las riendas de su vida para intentar llegar donde cada una de ellas desea. Cuando han podido decidir sobre su cuerpo, quitándose de encima la maldición divina, han llegado a su mayor índice de libertad. ¡Maldita maldición divina, ni que la hubiera dictado un heterosexual acomplejado y temeroso de perder poder!.

Así que es difícil comprender como desde lugares donde se predica la liberación del ser humano, entiéndase éste como hombre o mujer, se siga haciendo énfasis en la aceptación de la maldición como el lugar pensado por Dios para las mujeres. Cierto es que al menos en algunos de estos lugares ya se ha percibido lo poco divina que es la palabra del Génesis, por mucho que esté recogida en la Santa Palabra de Dios, es decir la Biblia. Incluso en iglesias fundamentalistas han decidido cerrar los ojos (la mente ya la tienen cerrada), para poder hacer coherente su “palabra de dios” con la realidad de las mujeres que forman sus comunidades. Pero aún con estos avances, el cristianismo en general sigue siendo reticente a dar el control completo del cuerpo de las mujeres a sus dueñas, es decir, a las mujeres. Se suelen salir por la tangente y decir que el dueño de los cuerpos es Dios, pero a nadie se le escapa que es mucho más fácil para un hombre heterosexual aceptar el dominio del cuerpo de un dios hombre heterosexual que a una mujer. Los dioses heterosexuales se llevan muy mal con los cuerpos libres de las mujeres, supongo que les cuesta dejar de percibirlos como un objeto de consumo a su servicio. Y ni que decir tiene el pánico que les produce el cuerpo de los hombres homosexuales, que pueden querer controlar su cuerpo como ellos hacen con las mujeres. Pero ese es otro tema.

Más difícil aún es comprender como en algunas sociedades occidentales como la nuestra donde no nos cansamos de hablar de los derechos de las mujeres, se intenta desde sectores conservadores volver a poner el cuerpo de la mujer bajo el dominio de un hombre, esta vez puede que no sea su marido, y usurpe ese poder divino un ministro, un obispo, o una vicepresidenta rica cuyo dinero deja su cuerpo a salvo de cualquier otro poder. Pero por mucho que cueste creer, pasa, o más aún, está pasando delante de nuestras narices. En nuestro país un hombre, el ministro Gallardón , ha decidido controlar el cuerpo de las mujeres embarazadas, impidiéndoles tomar decisión alguna sobre lo que en él ocurre durante nueve meses. Y algunas y algunos que van de progresistas entran en este juego de sumisión intentando pedir permiso para que en determinados supuestos las mujeres puedan opinar algo. Nos guste más o menos, la mujer es la que debería decidir sobre lo que puede o no puede pasar dentro de su cuerpo. Tienen esta posibilidad de decisión, la biología se la ha otorgado, Dios se la ha regalado, y cualquier otro poder que quiera condicionar o impedir esta toma de decisión en libertad, está usurpando un poder que no es el suyo. Las urnas no convierten a nadie en Dios ni le dan la dignidad suficiente como para poder decir a una mujer que tienen que hacer con su cuerpo.

No se puede confundir informar, ayudar o facilitar la maternidad, con obligar. Se puede estar preocupado por la natalidad, por las dificultades que tienen muchas mujeres de compaginar su vida laboral y la maternidad, por el desempleo y la pobreza que las castigan más a ellas que a nosotros. Se puede invertir en planes específicos para mejorar la vida de las familias monomarentales, en apoyar a las familias que tienen hijos con alguna deficiencia (en vez de cargarse la ley de la dependencia), se pueden hacer miles de cosas (aunque se hacen bien pocas). Lo que no se puede hacer es obligar, intentar controlar, y no pensar que las mujeres tienen siempre la última palabra. Que la decisión es de ellas, y no de un señor que jamás sabrá, al igual que yo, lo que puede significar para una mujer la decisión de llevar adelante o no un embarazo.

Ya no vivimos en un mundo donde un hombre tiene autoridad sobre las mujeres, sus deseos o sus decisiones. Y cuando, como ahora, un iluminado intentando atraerse el voto de extrema derecha nos quiere hacer volver al pasado apelando a costumbres ancestrales, a verdades absolutas, o la legitimación que dan las urnas; tenemos que negarnos a ser cómplices silenciosos. Sólo una mujer embarazada puede decidir si quiere, puede, desea, o le es posible ser madre. Sólo ella tiene esa responsabilidad, Dios se la ha dado a ella, no al señor Gallardón, ni a ningún otro usurpador de responsabilidades.

Carlos Osma

[1] Gn 3, 16.

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