“El elemento extraño”, por José Mª Castillo
De su blog Teología sin Censura:
El hecho religioso introduce un elemento extraño en la vida. Un elemento ajeno a la realidad constatable, demostrable, palpable. Es una realidad empíricamente ajena a lo real. Y prueba de ello es que no tenemos instrumentos comprobatorios, que demuestren de forma indiscutible e incuestionable, científicamente probatoria de que la religión es un componente esencial y propio de la vida. De la realidad de la vida. No existe ni semejante argumento, ni instrumento alguno que nos puede hacer patente la evidencia de lo que jamás ha sido evidente. Ni puede serlo.
Por eso, el hecho religioso no se basa en la evidencia, sino en la creencia. Y toda creencia es siempre un convencimiento o una convicción libremente asumida. De ahí que el factor libertad es decisivo en el ser y en la pervivencia del hecho religioso. Y esto es lo que explica por qué, a medida que la gente se siente más libre para pensar, para decir lo que piensa y para actuar en consecuencia, en esa misma medida el hecho religioso se debilita, se va quedado al margen de la vida y de la sociedad, de la convivencia. Y entonces, lo que pasa es que quedan manifestaciones del hecho religioso, pero la gente es cada día menos religiosa. La gente va a las iglesias, a las mezquitas, a las sinagogas o a las pagodas, pero la gente va a esos sitios, más por costumbre o por compromiso, que por convicción.
Entonces, ¿por qué sigue existiendo el hecho religioso? Porque la vida tiene unos límites y nos impone unas limitaciones, que no responden a nuestras aspiraciones. Por eso, como necesitamos comida, aire o cariño, también necesitamos religión. La que sea. Mucha gente se agarra a las religiones que ya existen. Y otros se las inventan, aunque los inventores no expliquen nunca en qué consiste su invento.
En cualquier caso, una advertencia capital: no confundamos la religión con Dios. La religión, sea la que sea, es un medio, un instrumento, para buscar y encontrar a Dios. Pero la religión no es Dios. En esa palabra, Dios, ponemos el logro de nuestras aspiraciones últimas y el sentido de nuestra vida. Si la religión nos sirve para sentirnos mejor y ser mejores, ¡bendita sea! Si lo que pasa es que la religión nos separa, nos divide, nos enfrenta, nos deshumaniza…, entonces, ¿para qué la queremos y por qué la costeamos?
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