“Para una ética global con Hans Küng”, por Salvador García.
La ética global que deseamos y que Hans Küng tiene el mérito de haber propuesto, tras un prolongado esfuerzo de investigación comparativa intercultural e interreligiosa, no es una nueva superestructura ideológica impuesta al resto del mundo por Occidente, sino que ofrece para toda la humanidad el resultado armónico de la confluencia de corrientes doctrinales sobre el buen comportamiento humano, cuyas fuentes religiosas y filosóficas son éticamente complementarias.
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El nuevo paradigma de las relaciones internacionales y el papel de las religiones
Hans Küng,
Fundación Weltethos, Tubinga, Alemania.
Breve reseña histórica
Permítanme comenzar con un breve resumen histórico: tres fechas emblemáticas que señalan el nuevo paradigma de las relaciones internacionales que se está estableciendo despacio y trabajosamente: su anuncio (1918), su desarrollo (1945) y su consolidación (1989).
La primera oportunidad: 1918.
La Primera Guerra Mundial, desgraciadamente apoyada en ambos bandos por las Iglesias cristianas, acabó con un resultado de diez millones de muertos y el colapso de cuatro imperios: el alemán, el habsburgo, el zarista y el otomano. El imperio chino se había hundido antes. Por primera vez había tropas americanas en suelo europeo; por otro lado, el imperio soviético estaba en sus albores. Todo ello marcó el comienzo del fin del paradigma imperialista eurocéntrico de la modernidad y el nacimiento de uno nuevo, que todavía no estaba definido pero que ya muchos pensadores progresistas lo vislumbraban a largo plazo, y fue planteado por primera vez en el escenario de las relaciones internacionales por los Estados Unidos de América. Con sus “catorce puntos”, el presidente Woodrow Wilson buscaba alcanzar una paz justa y la autodeterminación de las naciones, sin las anexiones y demandas de indemnizaciones solicitadas en el Congreso. Pero en Estados Unidos el presidente Wilson ha sido muy ignorado, e incluso denigrado por Henry Kissinger, que frecuentemente polemizaba contra el “wilsonismo”.
El Tratado de Versalles de Clemenceau y Lloyd George impidió el desarrollo inmediato del nuevo paradigma. La Realpolitik, palabra utilizada inicialmente por Bismarck, cuya ideología desarrolló Maquiavelo y el cardenal Richelieu trató de practicar en su política. En lugar de una paz justa, emergió una paz dictada en la que las naciones vencidas no participaban. Las consecuencias de este planteamiento son bien conocidas: el fascismo y el nazismo (respaldados por el militarismo japonés en el Lejano Oriente), a los que no se opusieron suficientemente las Iglesias cristianas, son los catastróficos errores reaccionarios que dos décadas más tarde llevarían a la Segunda Guerra Mundial, con mucho, la peor de la historia.
La segunda oportunidad: 1945 .
Vio el final de la Segunda Guerra Mundial, con un resultado de cincuenta millones de muertos y muchos millones más de exiliados. El fascismo y el nazismo habían sido derrotados, pero el comunismo soviético se presentaba ante la comunidad internacional más fuerte y formidable que nunca, aunque internamente estaba en plena crisis política, económica y social debido a la política de Stalin.
De nuevo, la iniciativa para el naciente paradigma llegaba desde Estados Unidos. En 1945 se fundó la Organización de las Naciones Unidas en San Francisco y se firmó el Acuerdo de Bretton Woods para el reordenamiento de la economía global (creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial). En 1948 se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos y llegó la ayuda económica americana (Plan Marshall) para la reconstrucción de Europa y su incorporación al sistema de libre mercado. Pero el estalinismo bloqueaba este paradigma en su esfera de influencia y condujo a la división del mundo entre Este y Oeste.
La tercera oportunidad: 1989.
Vio la revolución pacífica y triunfante de la Europa del Este y el colapso del comunismo soviético. Tras la primera guerra del Golfo, fue un presidente americano quien declaró el nuevo paradigma, el nuevo orden mundial, y encontró con este eslogan una entusiasta aceptación en todo el mundo. Pero en contraste con su predecesor Woodrow Wilson, el presidente George Bush senior se vio en apuros cuando tuvo que explicar el significado de lo que, a través de su visión, debería ser el orden internacional. Ningún cambio en Irak, sin democracia en Kuwait, ninguna solución para el conflicto entre Israel y Palestina, ningún cambio democrático en otros Estados árabes. Y en el presente, incluso en Estados Unidos crecen las dudas de que la llamada “guerra contra el terrorismo” sea nuestra visión de futuro. Así que hoy surge la cuestión: ¿hemos vuelto a dejar escapar la oportunidad de un nuevo orden mundial, el nuevo paradigma, en la última década?
No debemos perder la esperanza. Y especialmente los cristianos, judíos, musulmanes y miembros de otras religiones comprometidos, debemos luchar por ese nuevo paradigma. Después de todo, a pesar de las guerras, masacres y masas de refugiados del siglo XX, a pesar del archipiélago Gulag, del Holocausto, el crimen inhumano más grande de la historia, y la bomba atómica, no debemos pasar por alto algunos cambios positivos importantes. Tras 1945, la humanidad no sólo ha visto grandiosos logros científicos y tecnológicos; también se han consolidado muchas ideas planteadas desde 1918, que presionaban en pro de una nueva constelación posmoderna y global. Diversos movimientos, como el pacifista, el de los derechos de las mujeres, el medioambiental y el ecuménico, comenzaron a hacer considerables progresos: ha ido surgiendo una nueva actitud hacia la guerra y el desarme, una alianza entre hombres y mujeres, la relación entre economía y ecología, el entendimiento entre las Iglesias cristianas y las religiones del mundo. Desde 1989, tras el final de la división mundial impuesta entre Este y Oeste y la definitiva desmitificación de ambas partes, con la ideología evolucionista y revolucionaria de progreso se conformaron posibilidades para un mundo pacificado y cooperativo. En contraste con la modernidad europea colonialista, estas posibilidades ya no son eurocéntricas, sino policéntricas. A pesar de los monstruosos defectos y conflictos que todavía plagan la comunidad internacional, este nuevo paradigma es, en principio, postimperialista y postcolonial, con los ideales de una economía de mercado eco-social y con naciones realmente unidas en lo importante.
A pesar de los horrores del siglo XX, “hay todavía algo así como un vacilante progreso histórico”. En el siglo pasado, las orientaciones políticas predominantes fueron reemplazadas por otras mejores. Por una parte, el imperialismo ya no tuvo posibilidades en la política global tras la descolonización. Por otra, desde el final del régimen del apartheid en Sudáfrica, el racismo –potente política de privilegios y discriminaciones raciales– ya no vale como estrategia política en ningún estado. Asimismo, la palabra nacionalismo se convirtió en no-palabra en las naciones de la Europa occidental, precisamente donde se había acuñado, y para muchas personas ha sido reemplazada por vocablos como “diálogo”, “cooperación” e “integración”.
El movimiento ahora tiende hacia un nuevo modelo político de cooperación regional y de integración, e intenta superar pacíficamente siglos de confrontación. El primer resultado es la paz entre Alemania y Francia, luego en la Unión Europea (UE) y, finalmente, en toda el área de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, fundada en 1948 y desarrollada en 1960), incluyendo los países industrializados de Occidente (los europeos, Estados Unidos, Canadá, México, Australia, Nueva Zelanda y Japón): medio siglo de paz democrática. Ello, a pesar de los fallos y deficiencias, es realmente un exitoso cambio de paradigma. Sé que todavía hay conflictos en Asia, África, Sudamérica y en el mundo islámico (El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Colombia, Israel-Palestina, Sudán. Yemen, Argelia, golfo Pérsico, Bosnia y Kosovo), pero nadie podría ya imaginar una guerra entre Alemania y Francia o entre Estados Unidos y Japón.
El nuevo paradigma
Tras este breve periplo histórico, quiero avanzar ahora hacia la definición fundamental del nuevo paradigma de las relaciones internacionales. He recibido muchos estímulos y apoyos dentro del pequeño “grupo de eminentes personalidades” reunidas por el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, durante el año del “Diálogo entre Civilizaciones”, en el 2001, un trabajo que generó un informe para la Asamblea General de las Naciones Unidas: “Crossing the Divide, Diálogo entre civilizaciones”, Universidad de Seton Hall, 2001.
Basándonos en las experiencias de la UE y de la OCDE, en esta nueva constelación política la cuestión ética no puede ser ignorada. Para empezar, el nuevo paradigma significa políticas de reconciliación regional, entendimiento y cooperación, en lugar de las modernas políticas nacionalistas a favor del propio interés, poder y prestigio. En concreto, el ejercicio de la acción política ahora reclama cooperación recíproca, compromiso e integración en lugar de confrontación, agresión y venganza. Esta nueva constelación política presupone un cambio de mentalidad, que va más allá de la política de nuestros días. Para que esta nueva constelación política se mantenga, se necesitan nuevos planteamientos de política internacional.
Por una parte, para las organizaciones internacionales esto no es bastante; se necesita un cambio de pensamiento. Las diferencias nacionales, éticas y religiosas no deben ser nunca más consideradas, en principio, una amenaza, sino más bien fuente de enriquecimiento. Si el viejo paradigma siempre presuponía un enemigo, el nuevo paradigma ni lo ve ya ni lo considera; es más, busca socios, rivales y oponentes económicos para competir, en vez de la confrontación militar, y utiliza un poder blando (influencia diplomática y persuasión política, influencia cultural y prestigio) en lugar del poder duro militar (Joseph Nye).
Y es así porque está comprobado que, a la larga, la prosperidad nacional no avanza con la guerra, sino con la paz; no en oposición o confrontación, sino con cooperación. Y porque los diferentes intereses que existen se satisfacen en colaboración, ya no cabe una política con juegos de suma cero donde uno gana a costa del otro, sino con un juego de suma positiva donde todos ganan. Leer más…
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