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Domingo de Pentecostés. Ciclo B

Domingo, 20 de mayo de 2018
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250px-Pentecostés_(El_Greco,_1597)Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Para el Greco, María Magdalena vale por ciento siete

En el famoso cuadro de Pentecostés pintado por El Greco, que ahora se conserva en el museo del Prado, hay un detalle que puede pasar desapercibido: junto a la Virgen se encuentra María Magdalena. Por consiguiente, el Espíritu Santo no baja solo sobre los Doce (representantes de los obispos) sino también sobre la Virgen (se le permite, por ser la madre de Jesús) e incluso sobre una seglar de pasado dudoso (a finales del siglo XVI María Magdalena no gozaba de tan buena fama como entre las feministas actuales). Ya que el Greco se inspira en el relato de los Hechos, donde se habla de una comunidad de ciento veinte personas, podemos concluir que la Magdalena representa a ciento siete. ¿Cómo se compagina esto con el relato del evangelio de Juan que leemos hoy, donde Jesús aparentemente sólo otorga el Espíritu a los Once? Una vez más nos encontramos con dos relatos distintos, según el mensaje que se quiera comunicar. Pero es preferible comenzar por la segunda lectura, de la carta a los Corintios, que ofrece el texto más antiguo de los tres (fue escrita hacia el año 51).

La importancia del Espíritu (1 Corintios 12, 3b-7.12-13)

            En este pasaje Pablo habla de la acción del Espíritu en todos los cristianos. Gracias al Espíritu confesamos a Jesús como Señor (y por confesarlo se jugaban la vida, ya que los romanos consideraban que el Señor era el César). Gracias al Espíritu existen en la comunidad cristiana diversidad de ministerios y funciones (antes de que el clero los monopolizase casi todos). Y, gracias al Espíritu, en la comunidad cristiana no hay diferencias motivadas por la religión (judíos ni griegos) ni las clases sociales (esclavos ni libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también desaparecen las diferencias basadas en el género (varones y mujeres). En definitiva, todo lo que somos y tenemos los cristianos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros.

Hermanos:

Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Volvemos a las dos versiones del don del Espíritu: Hechos y Juan.

La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)

            A nivel individual, el Espíritu se comunica en el bautismo. Pero Lucas, en los Hechos, desea inculcar que la venida del Espíritu no es sólo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Por eso viene sobre todos los presentes, que, como ha dicho poco antes, era unas ciento veinte personas (cantidad simbólica: doce por cien). Al mismo tiempo, vincula estrechamente el don del Espíritu con el apostolado. El Espíritu no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios», como reconocen al final los judíos presentes.

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban:

― ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

La versión de Juan 20, 19-23

En este breve pasaje podemos distinguir cuatro momentos: el saludo, la confirmación de que es Jesús quien se aparece, el envío y el don del Espíritu.

El saludo es el habitual entre los judíos: “La paz esté con vosotros”. Pero en este caso no se trata de pura fórmula, porque los discípulos, muertos de miedo a los judíos, están muy necesitados de paz.

Ese paz se la concede la presencia de Jesús, algo que parece imposible, porque las puertas están cerradas. Al mostrarles las manos y los pies, confirma que es realmente él. Los signos del sufrimiento y la muerte, los pies y manos atravesados por los clavos, se convierten en signo de salvación, y los discípulos se llenan de alegría.

Todo podría haber terminado aquí, con la paz y la alegría que sustituyen al miedo. Sin embargo, en los relatos de apariciones nunca falta un elemento esencial: la misión. Una misión que culmina el plan de Dios: el Padre envió a Jesús, Jesús envía a los apóstoles. [Dada la escasez actual de vocaciones sacerdotales y religiosas, no es mal momento para recordar otro pasaje de Juan, donde Jesús dice: “Rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies”].

Todo termina con una acción sorprendente: Jesús sopla sobre los discípulos. No dice el evangelistas si lo hace sobre todos en conjunto o lo hace uno a uno. Ese detalle carece de importancia. Lo importante es el simbolismo. En hebreo, la palabra ruaj puede significar “viento” y “espíritu”. Jesús, al soplar (que recuerda al viento) infunde el Espíritu Santo. Este don está estrechamente vinculado con la misión que acaban de encomendarles. A lo largo de su actividad, los apóstoles entrarán en contacto con numerosas personas; entre las que deseen hacerse cristianas habrá que distinguir entre quiénes pueden aceptadas en la comunidad (perdonándoles los pecados) y quiénes no, al menos temporalmente (reteniéndoles los pecados).

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

― Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

― Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

― Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Resumen:

Estas breves ideas dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla.

Ven, Espíritu divino,

   manda tu luz desde el cielo.

   Padre amoroso del pobre;

   don, en tus dones espléndido;

   luz que penetra las almas;

   fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,

   descanso de nuestro esfuerzo,

   tregua en el duro trabajo,

   brisa en las horas de fuego,

   gozo que enjuga las lágrimas

   y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,

   divina luz, y enriquécenos.

   Mira el vacío del hombre,

   si tú le faltas por dentro;

   mira el poder del pecado,

   cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,

   sana el corazón enfermo,

   lava las manchas, infunde

   calor de vida en el hielo,

   doma el espíritu indómito,

   guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,

   según la fe de tus siervos;

   por tu bondad y tu gracia,

   dale al esfuerzo su mérito;

   salva al que busca salvarse

   y danos tu gozo eterno.

El don de lenguas

«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).

El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo.

El segundo es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).

Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.

Biblia, Espiritualidad , , , , , , , ,

Domingo de Pentecostés. Ciclo B

Domingo, 24 de mayo de 2015
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250px-Pentecostés_(El_Greco,_1597)Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Para el Greco, María Magdalena vale por ciento siete

En el famoso cuadro de Pentecostés pintado por El Greco, que ahora se conserva en el museo del Prado, hay un detalle que puede pasar desapercibido: junto a la Virgen se encuentra María Magdalena. Por consiguiente, el Espíritu Santo no baja solo sobre los Doce (representantes de los obispos) sino también sobre la Virgen (se le permite, por ser la madre de Jesús) e incluso sobre una seglar de pasado dudoso (a finales del siglo XVI María Magdalena no gozaba de tan buena fama como entre las feministas actuales). Ya que el Greco se inspira en el relato de los Hechos, donde se habla de una comunidad de ciento veinte personas, podemos concluir que la Magdalena representa a ciento siete. ¿Cómo se compagina esto con el relato del evangelio de Juan que leemos hoy, donde Jesús aparentemente sólo otorga el Espíritu a los Once? Una vez más nos encontramos con dos relatos distintos, según el mensaje que se quiera comunicar. Pero es preferible comenzar por la segunda lectura, de la carta a los Corintios, que ofrece el texto más antiguo de los tres (fue escrita hacia el año 51).

La importancia del Espíritu (1 Corintios 12, 3b-7.12-13)

            En este pasaje Pablo habla de la acción del Espíritu en todos los cristianos. Gracias al Espíritu confesamos a Jesús como Señor (y por confesarlo se jugaban la vida, ya que los romanos consideraban que el Señor era el César). Gracias al Espíritu existen en la comunidad cristiana diversidad de ministerios y funciones (antes de que el clero los monopolizase casi todos). Y, gracias al Espíritu, en la comunidad cristiana no hay diferencias motivadas por la religión (judíos ni griegos) ni las clases sociales (esclavos ni libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también desaparecen las diferencias basadas en el género (varones y mujeres). En definitiva, todo lo que somos y tenemos los cristianos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros.

Hermanos:

Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Volvemos a las dos versiones del don del Espíritu: Hechos y Juan.

La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)

            A nivel individual, el Espíritu se comunica en el bautismo. Pero Lucas, en los Hechos, desea inculcar que la venida del Espíritu no es sólo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Por eso viene sobre todos los presentes, que, como ha dicho poco antes, era unas ciento veinte personas (cantidad simbólica: doce por cien). Al mismo tiempo, vincula estrechamente el don del Espíritu con el apostolado. El Espíritu no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios», como reconocen al final los judíos presentes.

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban:

― ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

La versión de Juan 20, 19-23

            El evangelio de Juan, en línea parecida a la de Pablo, habla del Espíritu en relación con un ministerio concreto, que originariamente sólo compete a los Doce: admitir o no admitir a alguien en la comunidad cristiana (perdonar los pecados o retenerlos).

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

― Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

― Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

― Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

            Estas breves ideas dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla.

El don de lenguas

«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).

El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo.

El segundo es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).

Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.

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¿Era el Greco homosexual?, por Mariano Serrano Pintado.

Sábado, 3 de mayo de 2014
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¿Y por qué ha de ser “peregrina” la pregunta sobre si era o no homosexual? ¿No es más peregrino afirmar que si se especula sobre ello es especular sobre su masculinidad? ¿quiere decir el autor que homosexualidad y masculinidad son términos incompatibles? ¿no es eso homofobia? De todas formas, en una sociedad como la de El Greco, podría haber manifestado algo si es que, de verdad, Francisco Preboste y él fueran una pareja que utilizó a la tal Jerónima para que le diese un hijo?
El Greco, por su abundante obra y peculiar naturaleza, es el pintor que mayor bibliografía ha producido, y del cual se han escrito más hipótesis y teorías, tanto sobre su pintura como de su vida y personalidad. Sin duda una de las más peregrinas y excepcionalmente recurrente es la que especula sobre su masculinidad. Es decir, se pregunta si el Greco era homosexual.

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Sabemos que nació en el año 1541 en Candía, capital de Creta, la mayor isla del archipiélago griego. En Creta aprendería a pintar y, cuando se le considera maestro, a los 25 años, se trasladada a Venecia donde, probablemente, trabajó en el taller de Tiziano. Luego, tras su hipotético paso por algunas ciudades italianas, se establece en Roma con 30 años, inscribiéndose en la Academia de San Lucas como «maestro del arte de la pintura de imaginería», para poder ejercer y contratar. En 1577 llega a España atraído por la decoración del Escorial de Felipe II, para quien trabajaban artistas italianos. Cuando viene a Toledo con el encargo de trazar y pintar el retablo de la iglesia de Santo Domingo el Antiguo, tiene 36 años. Está soltero, pues no se conoce documento alguno que acredite el haberse casado, y le acompaña un joven llamado Francisco Preboste, apellido italiano, nacido según Camón Aznar en 1555, por tanto de 22 años. En el pleito del Greco con el Hospital de Illescas en 1606, sobre el cuadro de la Caridad, éste, nombra a un procurador y a Francisco Preboste «de nación italiano» como su representante. Por tanto, Preboste se uniría al Greco en Venecia o Roma, como aprendiz, criado o amigo, y se mantuvo a su lado hasta su muerte que debió producirse alrededor de año 1607, pues a partir de dicha fecha deja de figurar en los documentos del pintor. Preboste, a su muerte, tendría 52 años y El Greco 66. Este inseparable compañero habría estado junto al Greco más de 30 años compartiendo su vida y trabajos como criado, ayudante, representante, colaborador íntimo, hombre de confianza y, sobre todo, amigo. A lo largo de todo este tiempo, no deja de figurar en los distintos documentos de la época. Ente otros: como testigo en 1585 para el contrato de arrendamiento de las casas del Marqués de Villena; en 1597 otorgando un poder, junto con el Greco, para el cobro en Sevilla de «todas las imágenes de pintura y lienzos que ha dicha ciudad habían enviado»; en 1599, de nuevo como testigo, en el contrato del retablo de la Capilla de San José; en 1600, con poderes para cobrar el retablo Dª María de Aragón en Madrid.

thm_120-1San Martín partiendo su capa

Jesús Sánchez Luengo en su libro «Los enigmas de Dominico Theotocopoulos El Greco», nos narra como el Greco, recién llegado a España, presencia en el Escorial la ejecución de la sentencia a un joven de 24 años, hijo de un panadero, acusado de sodomización a dos niños de diez años. Seguramente no habría tal sodomización, sino juegos homosexuales del muchacho con los niños. Sabiéndolo el Rey, mandó prenderlo y juzgarlo. Confeso y reo, a pesar de pedir clemencia, fue sentenciado a morir en la hoguera. Este veredicto y su ejecución pudieron condicionar al Greco a su llegada a España y hacerle adoptar el resto de su vida cierta discreción en sus exteriorizaciones, como exigía el puritanismo de Toledo, ciudad famosa por los autos de fe celebrados por el Santo Tribunal de la Inquisición a judíos, moros y sodomitas.

Cumpliendo un año de su estancia en Toledo, tiene un hijo con Dª Gerónima de las Cuevas, mujer misteriosa de la que se han escrito infinidad de teorías sobre su muerte y condición. En un estudio que publica Julio Porres, basado en el censo por Parroquias en el Toledo de 1561, descubre entre los habitantes de la calle de Azacanes a una «Jirónima cuebas», único vecino llamado así entre los once mil y pico que censaron. Aventurando este autor la siguiente e interesante relación: «El barrio de la Antequeruela no tenía muy buena fama entonces, pues muy cerca de la calle Empedrada, próxima esta a la de Azacanes, registra el censo a «Polonia cortesana» y a «dos vecinas cortesanas», y en el mismo barrio estableció la mancebía pública, junto a la muralla, el corregidor Gutiérrez Tello, antes de 1576, quienes sus razones tendría para ello». Cuando nace su hijo, el Greco tiene 37 años y permanece soltero, no conociéndosele otra relación amorosa que la mantenida con una mujer de origen incierto (ya hemos visto como el barrio donde residía no tenía muy buena reputación). Su familia, los Cuevas, eran de origen moriscos, afirma José Gómez Menor, o judíos conversos según otros autores y, en cualquier caso, con la cual, de no haber fallecido, posiblemente nunca se hubiera casado. Diversos estudiosos del personaje, justifican su muerte tras el parto o en fechas muy cercanas a él. Muy bien pudo este hijo conciliar al Greco con la estricta e intransigente sociedad católica de aquella época.

greco1_sebastian_maxSan Sebastián

Gregorio Marañón en su obra «El Greco y Toledo», resalta el aspecto intersexual de los desnudos pintados por el Greco. Desnudos oníricos en los que es difícil diferenciar si son de mujer o de hombre, casi siempre masculinos, de no caracterizarles el gesto más que la forma. «…y que subsisten a lo largo de su obra, con sospechosa obsesión». Se detiene a considerar, este autor, el «sentido intersexual» de los diferentes desnudos y continúa: «Hay que consignar que estos desnudos intersexuales, que aparecen en los sueños de muchos hombres jóvenes o maduros, corresponden a una persistencia de vivencias prepuberales en las que el sexo está aún indeterminado». Con una llamada fuera de texto, explica Marañón: «Me apresuro a aclarar que estos desnudos intersexuales nada presuponen respecto a la normalidad sexual de El Greco; y lo digo porque Somerset Maugham, un tanto ligeramente, sugiere que el gran pintor fuera lo que en su tiempo llamaba el mujeriego Lope de Vega «un traidor a la Naturaleza», es decir, un sodomita.» Efectivamente, los ángeles del Greco, según su definición, son bellos jóvenes a los que se les puede asignar ambos sexos.

Somerset Maugham en su libro Don Fernando, dedica un extenso capítulo al Greco y su época, en el que dice: «No hace mucho tiempo leí la sugestión, hecha con espíritu mezquino, de que el Greco era homosexual. He considerado que valía la pena meditar este punto. Por lo que respecta a la obra de un artista, carece en absoluto de importancia enterarse de su vida sexual.» Para continuar más adelante: «Ahora bien, no puedo dejar de preguntarme si lo que veo de fantasía torturada y de siniestra extravagancia en la obra del Greco, no puede ser debido a una anormalidad sexual como ésta.»

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Hemingway, en una personal apreciación de que el Greco pintaba figuras con rasgos y formas andróginas, en su libro «Death in de aftenoon», con su acostumbrada insolencia le tacha, groseramente, de homosexual.

Jean Cocteau, desde su manifiesta condición de invertido, habla de las implicaciones homoeróticas de los retablos del Greco, resaltando lo que hoy entenderíamos de tipo homosexual.

Decía Freud: «Una posible dualidad de sexo enriquece a los artistas capacitándoles, en mayor medida, de sensibilidad para captar y expresar la belleza». Nadie como el Greco ha sabido utilizar las manos de sus figuras, haciéndolas protagonistas de la elocuencia, unas veces, o convirtiéndolas en motivos ornamentales, otras, como poéticas metáforas.

Y para terminar, lo que es incuestionable y todos los autores coinciden, es en el gran cariño que el Greco profesó a su hijo Jorge Manuel, de quien no se separó durante toda su vida, cuidándole y protegiéndole con la mayor ternura y cuidados, para suplir a la madre que nunca tuvo. Casado Jorge Manuel, siguió viviendo en la casa de su padre. Le dieron un nieto, Gabriel, que proporcionó al Greco una gran felicidad y consuelo en su vejez, y al final de su vida murió en los brazos de su hijo. Solamente un espíritu tan singular, único y sublime, pudo pintar esa obra maravillosa e imperecedera que Dominico Teotocópuli Greco, nos dejó.

Mariano Serrano Pintado, de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo

Fuente ABC

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“Raro San Sebastián para abrir el año de El Greco”, por Luis Antonio de Villena.

Martes, 29 de abril de 2014
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Según recuerdo El Greco (1541-1614) es un pintor que me gustó de siempre y los motivos son  muchos. Ciertamente cuando a uno le gusta un gran pintor, y cree saber algo de pintura, puede y debe decir entre sus favoritas algunas de sus más reconocidas obras maestras: “El Expolio” de la catedral de Toledo, con su escarlata clamante, “El entierro del Conde de Orgaz”, majestuoso, complejo, “Laooconte”, mitológicos desnudos a las puertas de Toledo o “La Resurrección” con el espléndido escorzo de la figura, el soldado, que cae hacia atrás a mayor gloria del manierismo…

Sin embargo (y teniendo lo anterior por verdad) me dispongo a citar entre mis favoritos un “San Sebastián” del Greco –hoy en una colección particular- que no es ni el de El Prado ni el de la catedral de Palencia. Este San Sebastián es ovalado, porque se supone que (como el de El Prado) fue cortado en algún momento por debajo de los paños de pureza. Antes estuvo en Budapest. Este “San Sebastián” ovalado de hacia 1600, es sin duda el más bonito. Con el clásico fondo de los cielos tormentosos del cretense, la imagen es la de un joven bello, de melena larga hacia atrás, que muestra las flechas y el pecho desnudo, con belleza y sin dolor. Quizá este cuadro me gusta porque un Greco aún muy renaciente hizo como Bronzino y otros y no pintó al santo que protegía de la peste (y cuya edad nos es desconocida) sino que se dio a pintar, con el pretexto del santo, un muchacho hermoso. Es decir se trata –en el lienzo- de una exaltación neoplatonizante de la belleza del cuerpo juvenil. Sin más. Y el logro (dentro del estilo de El Greco) es absoluto. Ahora bien, la contemplación podría llevar a considerar, sin buscar respuestas de ninguna especie, que El Greco es uno de nuestros pintores auriseculares –con todas sus particularidades es nuestro-  al que más plugo pintar jóvenes desnudos, y no me voy al San Sebastián palentino ni al hermoso lienzo “San Martín y el mendigo”, sino  al “Martirio de San Mauricio” –hacia 1582- un lienzo lleno de hombres, alguno desnudo no en primer plano. Insisto, en que apunto a título de observación sólo.

En el bello “San Sebastián “ ovalado, entra el mundo humanista de Italia. Sin duda El Greco antes que por la expresividad, se decanta por la pura belleza que lo tiene todo, y se adelanta a la moderna lectura del martirio de San Sebastián como icono gay u homoerótico, según la expresión “San Sebastián, Adonis y mártir”. Es decir, belleza mitológica del joven que no es un mártir sólo cristiano, sino del imaginario homosexual con todas sus prohibiciones, tantas que (más allá de la peste, y de las llagas simbolizadas en las flechas) lo que se mira hoy en los lienzos de esta línea es la necesidad de tapar con el martirio cristiano el placer de pintar un cuerpo masculino joven y seductor, volviendo al mártir cristiano, mártir icónico del “amor que no se atreve a decir su nombre”. Eso no lo sabía El Greco. Pero sí supo de la belleza que Platón protegía. Hermoso y mutilado cuadro, como sea.

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