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Profetas de esperanza

Miércoles, 7 de noviembre de 2018
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Hoy hacen falta más que nunca profetas de Esperanza. Verdaderos profetas, hombres y mujeres, enteramente poseídos por el Espíritu Santo, de una esperanza verdadera. Es decir, hombres (y mujeres) desinstalados y contemplativos, que saben vivir en la pobreza, la fortaleza y el amor del Espíritu Santo, y que por eso se convierten en serenos y ardientes testigos de la Pascua. Que nos hablan abiertamente del Padre, nos muestran a Jesús y nos comunican el don de su Espíritu”.

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Card Eduardo Pironio,
Meditación para tiempos difíciles

pironio

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Juan Pablo I: ¿Una vía de beatificación equivocada?

Jueves, 22 de junio de 2017
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lucianiBraulio Hernández
Tres Cantos (Madrid).

ECLESALIA, 15/05/17.- “Pepe, ven enseguida aquí. Tienes que ir a Roma, al Vaticano. Tienes que llevar en persona esta carta a Albino Luciani. El Papa está en grave peligro”. El texto no está sacado de una película de ficción, ni de una novela de intrigas. Es la confesión de un octogenario, Giuseppe Pedullá, 85 años, quien durante décadas ha tenido que cargar con esa pesada losa por haberse negado a llevar, el 26 de septiembre de 1978, la carta de su amigo el Arzobispo Perantoni a Juan Pablo I que era amigo del arzobispo. “Te arrepentirás”, le reprochó el arzobispo al joven Giuseppe. Tres días después de aquella llamada telefónica de urgencia, el Papa Luciani era encontrado muerto en los aposentos papales en circunstancias extrañas.

Cada vez van quedando menos testigos de la línea caliente en torno a la enigmática muerte de Juan Pablo I, producida sólo 33 días después de ser nombrado Papa. Es como si el tiempo corriera a favor de la versión oficial. Decía Santa Teresa de Jesús que “la verdad padece pero no perece”. Y el testimonio de Giuseppe Pedullá, en el otoño de su vida, es como un milagro patente. Apesadumbrado durante décadas por no haber podido salvar a Juan Pablo I (“no me sentí con fuerzas para hacerme portador de un mensaje tan espantoso, tuve miedo y pensé que el arzobispo Perantoni exageraba”), un buen día decidió liberarse de ese peso que le oprime y le impide dormir, y no llevarse el secreto a la tumba. Su confesión pública fue mostrada a la luz justo hoy hace dos años, el 26 de abril de 2015. Fue ante el periodista Stéfano Lorenzetto, en una larga entrevista, publicada en ‘Il Giornale’. Un extracto de la misma se puede ver en el escrito del cura Jesús López Sáez Pudo avisar a Juan Pablo I, en la página web de la Comunidad de Ayala, de Madrid.

Meses después de aquella entrevista, Giuseppe Pedullá se presentó en Madrid, para dar testimonio, en una eucaristía en la Comunidad de Ayala, y conocer en vivo y en directo a la persona que más se ha implicado en hacer justicia a la figura de Juan Pablo I: el sacerdote Jesús López Sáez (abulense como Teresa de Jesús) que desde 1985 viene manifestando a través de sus libros, artículos, conferencias y en la página web de la Comunidad de Ayala -de la que es presidente y fundador- que Juan Pablo I (de quien se dijo que estaba enfermo y que murió abrumado por el peso del papado) fue un Papa mártir: que su muerte no fue natural sino provocada. Por hacer frente a los mercaderes del templo (a los escándalos vaticanos del Instituto para las Obras de Religión -IOR-), a la masonería y a la mafia. El cura Jesús López ha sufrido el calvario de la marginación eclesial por apostar, desde el Evangelio, que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Su viacrucis comenzó en 1985 cuando se publicó su Pliego “La incógnita Juan Pablo I” en la revista de información religiosa “Vida Nueva”, lo que provocó que el entonces Presidente de la Comisión de Enseñanza y Catequesis de la Conferencia Episcopal Española, Elías Yanes, le conminara a callar: “Sobre eso, ni una palabra más”, si quieres conservar tu puesto. Poco después el cura Jesús sería despedido de su brillante puesto como Responsable de Catequesis de Adultos en el Secretariado homónimo de la CEE. Y, años después, tras escribir, en edición privada, su segundo libro sobre el asunto: “El día de la cuenta. Juan Pablo II a examen”, el que fuera obispo de Ávila, Adolfo González, le amenazó con retirarle las licencias ministeriales si salía publicado en edición pública. Sea por lo que fuere, monseñor Adolfo fue trasladado poco después a Almería.

Por la información de que disponemos a día de hoy, se sabe que el proceso de beatificación de Juan Pablo I está muy avanzado. Desconocemos si se habrá tenido en cuenta los testimonios de personas valiosas, ya fallecidas, que aparecen en el libro (Venecia en el Corazón) del periodista veneciano Camilo Bassotto, amigo de Albino Luciani, a quien el cardenal argentino Eduardo Pironio (la misteriosa Persona de Roma) hizo entrega de un documento (quizá el testimonio más importante en palabras del cura Jesús) para que lo publicara, pero sin firma, conteniendo las confidencias que le confió el papa Juan Pablo I sobre los cambios, arriesgados, que pensaba hacer.

Si la causa de la beatificación se fundamenta en que ‘era un Papa bueno’, o “por sus virtudes heroicas” será una beatificación viciada de raíz, denuncia el cura Jesús en un nuevo Pliego: Justicia para Juan Pablo I. Beatificación viciada de raíz.  Porque su heroicidad “está en otra parte: tomar hasta el último respiro las decisiones oportunas y arriesgadas, ser mártir de la purificación y renovación de la Iglesia. No hacen falta milagros. Se trata de hacerle justicia”. Es decir, en el proceso de beatificación de Juan Pablo I hay que cambiar de agujas e ir por otra vía.

Y es que en la causa de beatificación se mantiene la versión oficial: que Juan Pablo I no gozaba de buena salud y que murió por causas naturales. Incluso un alto eclesiástico llegó a decir que su nombramiento como Papa “fue un descuido del Espíritu Santo”. Algo que contradice la versión de personas cercanas, testigos calientes, algunos ya fallecidos, entre ellos su médico personal el Dr. Da Ros quien, tras años de silencio, declaró que “Juan Pablo I estaba bien de salud”. En la misma línea se manifestó quien durante siete años fuera secretario personal de Albino Luciani, Mario Senigaglia: “Todos los años íbamos a Pietralba, cerca de Bolzano, y subíamos al Corno Bianco, desde los 1.500 hasta los 2.400 metros, a buena velocidad”. Y añade: “Albino Luciani no estaba enfermo del corazón. Un enfermo del corazón no escala montañas, como hacía el patriarca conmigo todos los años”. Según una en cuesta publicada en Italia (Ya, 8-10-1987) más de quince millones de italianos, el 33 por ciento de la población, se mostraban convencidos de que la muerte de Juan Pablo I fue provocada. En 1998 el cardenal brasileño Aloisio Lorscheider, rompiendo el silencio oficial, declaró: “Las sospechas siguen en nuestro corazón como una sombra amarga, como una pregunta a la que no se ha dado respuesta”

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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El Vaticano “canoniza” a Romero, Angelelli y Posadas Ocampo.

Domingo, 2 de marzo de 2014
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romer_560x280Leemos en Religión Digital:

El cardenal Sandri pone como ejemplo de santidad a los tres obispos mártires

El Vaticano “canoniza” a Romero, Angelelli y Posadas Ocampo

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“Fueron víctimas por ser fieles a la opción preferencial por los pobres”

(J. Bastante).- Son los tres obispos mártires de Latinoamérica. En México, El Salvador y Argentina, víctimas de la dictadura y de la defensa del Evangelio de los pobres y para los pobres. Reivindicados por esta primavera de la Iglesia, Óscar Romero, Enrique Angelelli y Juan Jesús Posadas Ocampo acaban de ser reconocidos por la Pontificia Comisión Para América Latina como “víctimas por ser fieles a la opción preferencial por los pobres”.

Así lo asumió el cardenal Leonardo Sandri durante la Eucaristía que ha tenido lugar esta mañana en el Vaticano: “Quisiera conmemorar a tres pastores concretos,  desde luego sin anticiparme al juicio de la Iglesia y  sin dar a las palabras “martirio” y “mártir” una significación canónica y teológica y evitando cualquier interpretación política”.

ocampo-posadas-sigue-siendo-recordado-en-mexicoEl Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, Arzobispo de Guadalajara, México, asesinado el 24 de mayo 1993. El Arzobispo Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador, asesinado el 24 de marzo 1980 (“la causa de canonización de Mons. Romero ha sido introducida y esperamos pronto verlo como modelo para toda la Iglesia”, añadió Sandri), y, especialmente, el Obispo Enrique Angelelli, Obispo de La Rioja, Argentina, muerto el 4 de agosto 1976, en un sospechoso accidente de auto y en un contexto de valentía del Obispo. “De él recuerdo hoy no solamente la pasión y el convencimiento de que su muerte fue por ser defensor de Dios, de la persona humana y del Evangelio, apuntó el purpurado argentino.

Citando los ejemplos de estos tres pastores, vienen a la memoria las palabras de Benedicto XVI: El mártir es una persona sumamente libre, libre frente al poder, libre frente al mundo; una persona libre, que en un acto definitivo dona a Dios toda su vida”, añadió el cardenal Sandri.

el-obispo-angelelliFinalmente, el responsable de la Comisión Para América Latina incidió en la fe “del Pueblo de Dios en América Latina,  que Aparecida convoca para ser discípulos y misioneros y la del Oriente cristiano,  convocado, después del Sínodo especial para el Medio Oriente,  a la comunión y al testimonio”.

Ésta es la homilía íntegra de Sandri:

Queridos Hermanos y Hermanas:

Terminaremos hoy nuestra Plenaria con esta última celebración eucarística en honor del Sagrado Corazón de Jesús. De este modo nuestra plenaria acaba con la mirada puesta en Cristo crucificado y resucitado, núcleo esencial de nuestra fe y núcleo fundamental a proclamar en la emergencia educativa y en la “traditio” de la fe a nuestra juventud.

Aquí sobre el altar que guarda las reliquias de San Juan Crisóstomo reviviremos el sacrificio de la cruz, poniéndonos con nuestra mente y nuestro corazón frente al costado abierto de Cristo, traspasado por la lanza del soldado, para adorar el misterio de nuestra salvación y de aquí sacar el coraje necesario para el anuncio del Evangelio y para nuestro testimonio de discípulos.

Una constante de la historia cristiana es la persecución y la cruz que en este mundo y en este tiempo de la Iglesia toca a muchos de sus hijos. Es la entrega de la propia vida en medio de la violencia y del desprecio de los valores de la dignidad de la persona humana, de los ataques a personas, a símbolos y a lugares sagrados de nuestra fe que han tenido por consecuencia no solamente el secuestro sino también el asesinato y la muerte de obispos, sacerdotes, religiosos, y religiosas. Esta línea roja de la sangre de los mártires, ha sido registrada en veinte siglos de historia y las Iglesias Orientales Católicas como también las comunidades ortodoxas y otros cristianos han sido y son hoy protagonistas de esta evangélica nota de identidad del discípulo con su maestro y esta fue y es la garantía de la esperanza cierta del cielo nuevo y de la tierra nueva que esperamos ver y tocar con nuestras manos en la eternidad.

Benedicto XVI, en la Exhortación Apostólica “Ecclesia in Medio Oriente”, escribe: “La situación en Medio Oriente es en sí misma un llamamiento urgente a la santidad de vida. Los martirologios enseñan que los santos y los mártires, de cualquier pertenencia eclesial, han sido – y algunos lo son todavía – testigos vivos de esta unidad sin fronteras en Cristo glorioso, anticipando nuestro “estar reunidos” como pueblo finalmente reconciliado en él” (EMO n. 11).

De estos últimos años recuerdo a los 52 mártires de la Catedral Siro-católica de Bagdad, en cuya reconsagración participé en diciembre 2012, y recuerdo el dolor y, la mayoría de las veces, la muda impotencia con la que se tiene que asistir al avance del mal, al desprecio de Dios y de su ley y al desprecio de la dignidad de la persona humana. Y me he preguntado cual era el nexo que podía existir entre esta realidad y la de nuestra América Latina. Es la sangre de Cristo, que ahora vemos derramada en la persona de nuestros hermanos, víctimas de persecución, del terrorismo en general, y del terrorismo de estado en particular, de la violencia irracional y de la del narcotráfico en particular o víctimas por ser fieles a la opción preferencial por los pobres, implícita en la fe cristológica, como indicado por el Papa Benedicto XVI en el discurso inaugural de la Conferencia de Aparecida (cfr también Aparecida nn. 391-392 y ss.) el nexo de nuestras dos realidades. Leer más…

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