¿Nueva evangelización o vieja eclesialización?
Juan Zapatero Ballesteros
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).
ECLESALIA, 29/05/23.- Desde que Juan Pablo II comenzase a hablar de «nueva evangelización» a finales de la década de los 70 del siglo pasado, lo han venido reiterando de manera insistente sus sucesores, Benedicto XVI y Francisco. Quiero hacer una salvedad: por lo que a este último respecta, cabe decir que lo ha hecho y lo viene haciendo de manera muy diferente; incluso me atrevería a decir que opuesta en muchos casos. Al menos esa es la impresión que tengo, cuando comparo la manera de hablar y sobre todo de actuar de este último respecto a sus dos predecesores.
Digo esto, porque creo que, tal y como muchas personas y sectores de la Iglesia entienden en la actualidad dicha evangelización, están más cerca de la doctrina, de la moral y de la liturgia de Juan Pablo II y Benedicto XVI que de Francisco.
No sé, pero cuando yo pienso en el significado y sentido de evangelizar, me viene a la mente la Buena Noticia de Jesús que predicó y puso en práctica, pues, al fin y al cabo, eso significa «Evangelio». Me lleva de manera inmediata a aquella escena de la sinagoga de Nazaret, Lc 4, 16-21, donde Jesús se presentó a sus conciudadanos “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos”. Jesús se aplica a sí mismo el mensaje que el profeta Isaías había anunciado ocho siglos antes. Un mensaje que está en plena consonancia, por otra parte, con la respuesta que da a los emisarios que llegaron a Él enviados por Juan Bautista, Lc 7,19-23, “Id y decid a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados”.
Una Buena Noticia que el evangelista Mateo se encargará de recordar en qué consiste a aquellos judíos intransigentes, legalistas y amantes del culto por encima de las personas, Mt 25,34-46, “Tuve hambre y me disteis de comer, me visteis desnudo y me vestisteis, en la cárcel y me visitasteis. En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Un mensaje que le acompañó a Él mismo en todo momento con una actitud de servicio y entrega generosa por su parte y cuyo mejor ejemplo podemos encontrar en el lavatorio de los pies a sus discípulos en la Última Cena, Ju 13,1-20, “Se levanta Jesús de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en una jofaina y se pone a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido”.
Junto a esta actitud clara y evidente en favor de la humanización de toda la gente, Jesús se mostró totalmente en contra de quienes pretendían hacer del culto y del cumplimiento de la ley sin más, o incluso por encima de las personas, el centro de la religión y del Evangelio. La parábola del Buen Samaritano, que refiere el evangelista Lucas, es su enseñanza más clara en este sentido.
Entonces, ¿Jesús se opuso al culto como factor de evangelización? ¿Lo censuró como contrario al compromiso y al “evangelio”? No, en absoluto. Ahora bien, tal y como le dijo a la Samaritana, Jn 4,3-42,“El culto se ha de hacer en espíritu y en verdad. Ya no sirve el culto que los judíos practican en el Templo de Jerusalén ni el de los samaritanos en Garizim”.
Después de lo dicho, la pregunta que me hago es si la “nueva evangelización” de la que viene hablando la jerarquía de la Iglesia de manera tan insistente desde hace ya un tiempo, está en la línea de la Buena Nueva que encontramos en el Evangelio por parte de Jesús, o en la vuelta a la liturgia, a los ritos, cumplimientos, etc., que comenzaron a prevalecer en la Iglesia a partir de un momento de su historia. Está claro que la evangelización que se pretende llevar a cabo hoy será nueva en la medida que enlace con aquel primer anuncio de las primeras comunidades cristianas, fundamentado en una manera de actuar y de vivir entroncada de manera directa con el propio hacer y la propia vida de Jesús: Hch 2, 42-46.
En cambio, no será anuncio nuevo, sino eclesialización vieja y caduca, si lo que se pretende es volver a la Iglesia del 313, Edicto de Milán, y de manera definitiva del 380: el emperador Teodosio convierte el cristianismo en religión oficial del imperio. No es nueva la evangelización si lo que pretende es resucitar una Iglesia de cristiandad que, a la postre, busca fomentar la unicidad, que no hace sino empobrecer y aborregar, en detrimento de la unidad, tal y como Jesús rogó al Padre: Ju 17, 20-23, que fomenta la libertad del Espíritu. Tampoco es nueva si lo que busca es volver a utilizar fórmulas y sistemas de ser, estar y actuar que recuerdan tiempos y circunstancias ya superados o que, al menos, debieran estarlo.
Al hilo de lo que acabo de decir y bajando al plano de lo cotidiano y concreto, me pregunto, por ejemplo, qué pretenden en la actualidad tantísimos ministros representantes de la jerarquía de la Iglesia con esos atuendos externos en cuanto al vestir que los diferencian de los laicos, si nos referimos a la comunidad eclesial, y de los ciudadanos en general, si pensamos en la sociedad civil.
Me temo que debajo de todo ello no está solo, ni mucho menos, una cuestión canónica, sino una visión teológica muy concreta sobre la Iglesia y sobre la propia sociedad, que yo creía que ya había quedado superada para siempre por el concilio Vaticano II: una Iglesia como sociedad perfecta frente a una Iglesia como pueblo de Dios.
¿Es precisamente a través de liturgias cargadas, celebraciones farragosas, inciensos abundantes, sotanas y roquetes recuperados de viejos baúles, maestros de ceremonias que controlan el rito hasta el extremo, sermones vacíos y alejados de la vida, etc., que pretenden evangelizar a hombres y mujeres postcristianos, para quienes todo lo anterior no les dice nada en medio de la vida rutinaria y a veces tediosa en que se encuentran viviendo?
Que conste que he pretendido simplemente traer a colación algunas de las numerosas realidades actuales por parte de la jerarquía eclesiástica con las que, según ella, pretende evangelizar, no sé si de nuevo o de manera novedosa, a hombres y mujeres alejados de la fe o revitalizar la de quienes ya la profesan.
Es por ello que mi pregunta pretende dilucidar simplemente si se trata de una evangelización nueva y, por lo mismo, llena de vida y de sentido, o, por el contrario, volver a una eclesialización vieja, caduca y carente de verdaderas razones de esperanza que ofrecer
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