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“Cuando muere la persona amada”, por Enrique Martínez Lozano.

Sábado, 10 de febrero de 2024
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IMG_2688Relato autobiográfico de un proceso de duelo

A Ana.

«El duelo es el precio que pagamos por tener el coraje de amar a otro»
Irvin D. Yalom.

En lo que somos, nada ha cambiado.
Poco a poco dejamos ir la pérdida, pero nunca el amor.
La muerte, como el dolor, pasa. El amor permanece.

CONTRAPORTADA

No es lo mismo hablar del duelo que ser traspasado por él. El autor reflexionaba acerca de las pérdidas y los duelos en un libro, ya impreso, pero que aún no había visto la luz -fue publicado unos días más tarde en esta misma editorial-, cuando padeció la repentina pérdida de su esposa, víctima de un brutal y violento atropello.

En este nuevo librito no habla acerca del duelo; relata su propia vivencia dolorida en los tres primeros meses, desde el insoportable desgarro inicial hasta la gratitud vivida como regalo, pasando por un camino jalonado, tanto de añoranzas como de sorpresas, y repleto de enseñanzas. Completa así, sin haberlo pretendido, el libro anterior.

Se habla en él de pérdidas y de duelos, pero lo que el autor realmente narra es una historia de amor que -como todas- trasciende la muerte.

Editorial Desclée De Brouwer

VER LA CUBIERTA DEL LIBRO

ÍNDICE

Introducción

  1. Encuentro
  2. Desgarro
  3. Paradoja
  4. Presencias
  5. Guiños
  6. Luz
  7. Enseñanza
  8. Comprensión
  9. Actividad
  10. Bondad
  11. Añoranza
  12. Gratitud

INTRODUCCIÓN

El pasado día 16 de agosto fallecía mi amada esposa, Ana Etxeberria Zarautz, a consecuencia del violento atropello sufrido el día anterior cuando paseaba en bicicleta. El mundo se detuvo para mí en aquel momento y, en medio de un desconcierto atroz, creí sentir que todo había acabado.

Los días que siguieron estuvieron marcados por el desgarro emocional y el aturdimiento mental, la melancolía más gris y la desesperanza más abrumadora, el llanto casi constante y el desconsuelo del sinsentido.

Poco a poco, sin embargo, tal como trataré de describir en las páginas que siguen, fue emergiendo la luz en medio de las tinieblas más oscuras y, a partir de ese momento, paso a paso y con total sorpresa por mi parte, la presencia amorosa de Ana, pacientemente, me ha ido reconstruyendo.

A lo largo de estos tres meses, he ido poniendo por escrito mis sentimientos, como una forma de desahogo e incluso de terapia. Y, unido a la posibilidad de verbalizarlos ante personas de confianza, constato el beneficio que todo ello me ha aportado.

Esos escritos estaban destinados a permanecer en mi escritorio, si bien su contenido se hallaba ya guardado en mi corazón. Pero, muy en línea con lo vivido en estos meses, hace pocos días tuve la intuición -¿o me lo dijo Ana?- de que sería bueno sacarlos a la luz. Intuición o voz interior, de lo que no tengo duda es que ha sido ella quien me ha impulsado a dar forma a este librito, como si fuera continuación -segunda parte- de aquel primero que habíamos elaborado juntos unos meses atrás y al que, sin haberlo pretendido, completa.

El libro al que me refiero es el titulado Pérdidas y comprensión. ¿Cómo vivir los duelos? [1] y vio la luz apenas veinte días después de la partida de Ana, si bien se hallaba ya impreso con anterioridad. Lo cual no ha dejado de intrigarme en este tiempo pasado. ¿Por qué el interés de Ana en que ese libro viera la luz justamente en ese momento, cuando de ninguna manera podíamos imaginar que la pérdida sería la suya y el duelo habría de vivirlo yo? ¿Fue una premonición? ¿Era una forma de prepararme para vivir lo que me iba a sobrevenir? Lo cierto es que Ana puso un especial interés en él, insistiéndome particularmente en que presentara guías de trabajo que ayudaran a vivir los duelos, para que las personas no quedaran atascadas en el dolor prolongado, complicado o enmascarado.

Al releer aquel libro, sigo considerando adecuado todo lo que en él se expresa. Sin embargo, no es menos cierto que, de escribirlo hoy, no sería igual. He aprendido en mi propia carne que una cosa es hablar del duelo y otra, bien diferente, sentirse traspasado por él. Y eso fue justamente lo que sentí en aquellas primeras semanas, un dolor que me atravesaba y desgarraba por dentro.

Si lo hubiera escrito hoy, sería un libro más personal y más experiencial. Porque no es lo mismo hablar de algo que conoces por referencias, aunque te hayas informado lo mejor posible, que hacerlo a partir de una experiencia vivida en primera persona. Y esto es precisamente lo que he querido ofrecer en estas páginas, en las que intento compartir lo que es un duelo vivido “desde dentro”, tratando de expresar por escrito aquellas experiencias que me han marcado de una manera tan honda.

No hay en este pequeño libro ninguna “teoría” acerca del duelo -sigo dando por válidas las reflexiones que contiene el anterior-, sino una especie de “diario” que fue recogiendo en vivo una experiencia personal, a la que me entregué en cada momento, tal como me era dada.

A lo largo del texto se irán desgranando los elementos que iban tomando más relieve, pero ya desde esta misma introducción quiero subrayar dos de ellos que me resaltan de manera especial.

El primero es la sorpresa. Seguro que lo repetiré más de una vez, pero no puede ser de otro modo, ya que fui y sigo siendo el primer sorprendido por todo lo que se ha ido moviendo dentro de mí en solo tres meses. Si sorprendente, por inesperada y repentina, fue la partida de Ana, no lo ha sido menos todo lo que he ido viviendo a continuación. Y no me refiero tanto a la intensidad del dolor -nada difícil de entender-, cuanto a todo lo que fue surgiendo del mismo. He vivido en una sorpresa continua ante el modo como se me iba regalando sentir la presencia de Ana. Sorprendido por sus regalos y los efectos que producían en mí, no he podido sino rendirme a la evidencia de algo que nunca había buscado, ni siquiera imaginado, pero que se me imponía interiormente como una evidencia innegable. Porque la sorpresa no se refería únicamente a lo que se regalaba sentir; me he ido sintiendo igualmente sorprendido por la transformación que todo ello iba operando en mí, en mi vida cotidiana, en la relación conmigo mismo, en las relaciones interpersonales, en la actividad… Todas las dimensiones de mi existencia se fueron, sorpresivamente, impregnando de la presencia de Ana y transformando gracias a ella.

Nada de lo que aquí relato lo busqué de manera intencional; sencillamente, lo recibí. De ahí mi sorpresa constante, garantía de la verdad de lo que se me regalaba vivir. Y este es el segundo elemento que quiero recalcar: la enseñanza que Ana me estaba ofreciendo constantemente a través de lo que se me hacía experimentar. Siempre fue una gran pedagoga y hoy lo sigue siendo conmigo, fortaleciendo certezas, poniendo acentos, resaltando prioridades, aportando matices, subrayando actitudes, abriendo caminos, cuestionando comportamientos…, como si me fuera pasando las notas que plasmaba en sus habituales cuadernos de trabajo, con aquellos lápices y bolis tipo fosforito que tanto le gustaban y tan útiles le resultaban.

Como quedará claro en su lectura, todo lo vivido en estos tres meses lo tomo como una profunda enseñanza que Ana me ha ido -y me sigue- regalando de manera continuada. Se trata de cuestiones que formaban parte de nuestras conversaciones habituales y que, sin embargo, en gran medida me han sabido a nuevas por dos motivos: en primer lugar, porque el dolor y el desgarro, ablandándome por dentro, me habían conducido a una situación única para poder aprender -de hecho, estoy viviendo todo este proceso, desde su inicio mismo, como un aprendizaje continuo, queriendo aprender de todo lo que me iba sucediendo, tal como Ana repetía siempre: “¿Qué tenemos que aprender de esto?”– y, en segundo lugar, según he expresado antes, por la carga de sorpresa con que llegaban hasta mí.

Insisto en la sorpresa, no solo porque el modo de sentir la presencia de Ana me tomó totalmente desprevenido, sino porque considero que la sorpresa es señal de no apropiación. Puedo controlar lo que elabora mi mente, porque lo voy dirigiendo yo mismo, pero la sorpresa se me escapa por completo. Y justamente ahí es donde veo un signo de verdad de lo vivido.

La sorpresa, como la intuición, no nace de la mente ni, por tanto, del ego. Simplemente, se constata. Así me ha ocurrido en todo este tiempo, en que no salía de mi asombro -y gratitud- a medida que constataba lo que se iba produciendo. En la gratitud permanezco, dejando que la vida sea y se exprese.

Zizur Mayor (Navarra), 16 de noviembre de 2023,
a tres meses de la partida de Ana.

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[1] Editado también por Desclée De Brouwer, Bilbao 2023.

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“El duelo por los famosos”, por Isabel Gómez Acebo

Miércoles, 18 de octubre de 2023
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IMG_0724Leído en su blog:

Estuve leyendo que, a la muerte de Alexander Pushkin, fallecido en un duelo en 1837, miles de personas se movilizaron para su entierro. Fue tan grande la masa que las autoridades rusas tuvieron que cambiar el lugar de los funerales y estacionaron 60.000 militares para su custodia. Al llegar a la estación de Pskov, donde su cuerpo iba a ser sepultado, una entusiasta multitud intentó desenganchar los caballos hasta conseguir empujar el carruaje

            Años más tarde, en 1926 pasó algo parecido con la muerte de Rodolfo Valentino, un ídolo de la pantalla. Unos policías a caballo tuvieron que sujetar a la masa para que no invadieran el tanatorio neoyorquino donde su cuerpo estaba expuesto. Cuenta la historia o la leyenda que muchas personas se suicidaron. En 1975, aunque han pasado años, se dio el mismo fenómeno en El Cairo pues millones de egipcios querían pagar sus últimos respetos a Um Kaltoum, un famosísimo cantante.

En nuestros días, aunque vivimos en un mundo digital, y sólo conocemos a muchas personas por sus imágenes en las redes, vemos a una masa derramar lágrimas y hacer largas colas por ver el cadáver de un muerto famoso. Con suerte firmó un libro con su nombre o mantuvieron una mirada por unos segundos en la cola de un evento. Sus libros o canciones pueden ser emotivos, pero pensar que son biográficos es una falacia. No niego que puedan ser personas estupendas, pero también cabe la posibilidad de que no sintieran lo que escribieron y solo les moviera el dinero

            Aunque es verdad que cuando mueren los artistas no podrán escribir más libros ni canciones, la nostalgia que produce su muerte aumenta las ventas. Y si han muerto jóvenes, como Amadeo Modigliani a los 35 años por una meningitis tuberculosa, mucho más, ya que si hubiera tenido una vida más larga hubiera dejado más obras. Pero ¿Qué mueve a las personas a demostrar emoción por la muerte de personas que no han conocido personalmente?

            Una de las interpretaciones es que estos fallecimientos son solo el mensajero de la muerte que nos llega a todos, tarde o temprano. Como cantaba James Morrison “no one here gets out alive”, nadie sale vivo de este mundo. Otra posibilidad es que se mueran con ellos años felices de nuestra vida y acompañarlos en su último viaje es una forma de gratitud. Pero, sobre todo, en un mundo tan atomizado como el nuestro, estas señales externas en las que abandonamos nuestros ordenadores o teléfonos, son marcas de comunión pues demostramos sentimientos y emociones semejantes. Es el último beneficio que pueden hacer a sus ídolos

            Termino este post con las mismas dudas con la que empecé ya que no llego a entender a las masas que asaltaron el matrimonio de Lola Flores o las lágrimas que derraman la gente en los funerales de personas célebres que no han conocido. Aunque me gusta pensar que les reconocen momentos felices de sus vidas y que estos actos generan comunión. Me permito recordar, en estos momentos, nuestras maravillosas Semanas Santas que generan gratitud y comunión

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La hoja y el árbol.

Jueves, 3 de noviembre de 2022
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Del blog de José Arregi Umbrales de luz:

Parábola en memoria de todas aquellas/os cuya presencia aparente perdimos

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Una tarde de otoño me encontraba en un parque, absorto en la contemplación de una hoja muy pequeña y bonita en forma de corazón. Su color era rojizo y casi colgaba de una rama, de la cual parecía que estuviese a punto de caer. Estuve mucho tiempo con ella y le hice muchas preguntas. Supe que la hoja había sido la madre del árbol. Normalmente, pensamos que el árbol es la madre y que las hojas son los hijos, pero al mirar la hoja vi que también era madre del árbol. La savia que toman las raíces no es más que agua y minerales, que son insuficientes para nutrir al árbol, de manera que éste distribuye la savia a las hojas. Estas se encargan de transformar esta savia rudimentaria en savia elaborada y, con ayuda del sol y del gas, enviarla de vuelta para nutrir al árbol. Además, como la hoja se une al árbol por un tallo, es fácil ver la comunicación entre ambos.

Le pregunté a la hoja si tenía miedo porque el otoño había llegado y las otras hojas empezaban a caer. La hoja me dijo: «No, no tengo miedo. Durante toda la primavera y el verano estuve muy viva. Trabajé y ayudé a nutrir al árbol y gran parte de mí misma se encuentra en este árbol. Por favor, no digas que sólo soy esta pequeña forma, porque la forma de hoja es sólo una pequeña parte de mí. Soy todo el árbol. Sé que estoy en el árbol y que, cuando vuelva a la tierra, continuaré nutriendo al árbol. Es por eso por lo que no me preocupa. Cuando deje esta rama y surque el aire hasta la tierra, saludaré al árbol y le diré ‘hasta pronto’».

*

Tich Nhat Hanh,
maestro zen vietnamita,
Ser paz, 1999

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***

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Helen Prejean: la religiosa que ha dado su vida contra la pena de muerte

Jueves, 6 de mayo de 2021
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Su libro, ‘Dead Man Walking’, es uno de los escritos de referencia en materia de derechos civiles y su vida le valió un Oscar a Susan Sarandon

En los ojos del primer condenado a quien acompañé hasta el día de la ejecución, pude ver a un hijo de Dios”, recuerda la religiosa

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Nadie pudo probarlo jamás en un tribunal, pero, en los ojos de Patrick Sonnier, el primero de los condenados a muerte a quien acompañé hasta el día de la ejecución, pude ver a un hijo de Dios. En los días de Pascua pienso en la posibilidad de resucitar también para aquellos que han cometido errores. Como Sonnier, que en 1978 mató a un muchacho de diecisiete años. Descubrí en el padre de ese joven que es posible la redención y el perdón. El padre de David Leblanc supo perdonar al asesino de su hijo”.

La hermana Helen Prejean cumplirá 82 años en su casa de Nueva Orleans, donde encontró refugio al comienzo de la pandemia. Por primera vez ha tenido que hacer una pausa tras más de 40 años de activismo y constante oración contra la pena de muerte en Estados Unidos. Su libro, ‘Dead Man Walking’, es uno de los escritos más importantes del siglo XX en materia de derechos civiles. Contribuyó a cambiar la Doctrina de la Iglesia sobre las ejecuciones capitales e inspiró la película protagonizada por Susan Sarandon y Sean Penn.

En el volumen, Helen Prejean, religiosa de la congregación de San José, habla de su extraordinaria experiencia junto a los condenados a muerte. “Al entrar en las cárceles entendí lo que dijo el Papa Francisco sobre la Iglesia como un hospital de campaña abierto a todos los heridos. Porque Cristo está donde se sufre y Cristo está en la dignidad de todos los seres humanos, incluidos los que han cometido un delito”.

De este camino, Helen extrajo una hermosa definición de la fe: “No es solo oración, no es solo ir a misa. La fe es comprender la conexión entre Dios y todas las cosas. Es mirar a los ojos a un criminal confeso y ver que Dios también se encuentra en esa mirada. Sus libros, sus discursos e intervenciones públicas quieren cambiar espiritualmente a la sociedad sobre el tema de la justicia y la venganza. Su razonamiento toca el tema legal y los procedimientos que llevan a un Estado a quitar una vida.

Por estadística, las ejecuciones capitales afectan a los más pobres y más indefensos. Pienso en Lisa Montgomery, ejecutada por el Estado federal en enero pasado. Su crimen es indescriptible, pero en su vida solo había conocido abusos, violaciones y torturas por parte de su familia. Era la persona más rota de entre las personas rotas”.

Culpabilidad y perdón

Culpabilidad y perdón, inocencia e injusticia. Helen ha vivido toda su vida de manera humana y cristiana. Conoce la trayectoria de los familiares de las víctimas, quienes tras la ejecución leen públicamente un mensaje en el que agradecen a las autoridades federales que se haya hecho justicia.Alegrarse por la muerte de un ser humano, por muy culpable que sea, es un segundo trauma para las personas que han perdido a un ser querido”, sostiene la religiosa que siguió paso a paso el camino del padre de David Leblanc, un hombre consumido por la ira y el dolor tras el asesinato de su hijo a manos de Patrick Sonnier, quien fue condenado a la silla eléctrica.

“Compartí el viaje de perdón de este padre. Vivía en un estado de sufrimiento y deseo de venganza hasta que un día me dijo que esta terrible pérdida había cambiado todo en él, incluso su personalidad. Me explicó que era un hombre tranquilo que ahora no sentía nada más que rabia. “Han matado a mi hijo, pero no podrán matarme a mí”, me decía. Y así dejó de desear la venganza. Leblanc entendió que perdonar no significa ceder a la debilidad o admitir que perder a un hijo no es realmente algo tan horrible.

El perdón es algo que damos primero para que el amor de Dios, y nosotros mismos, no nos veamos superados. Gracias al perdón, Leblanc no perdió ese sentido del amor que hizo que un día se presentara en la casa del asesino de su hijo. Sonnier apenas salía porque continuamente era objeto de ataques e insultos. Leblanc le dijo: “Estoy aquí porque ambos somos padres y no podemos responsabilizarnos por la forma en que se comportan nuestros hijos”.

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La pena capital, cruel e innecesaria

La verdad de un hijo de Dios condenado a muerte y digno de ser salvado es lo que la sostuvo en 1995 cuando, al leer la encíclica ‘Evangelium vitae del papa Juan Pablo II, supo que “según mi pontífice, y por tanto según la Iglesia, el recurso a la pena de muerte tenía que ser raro excepto, –y estas fueron las palabras que me sorprendieron en ese momento–, en casos de absoluta necesidad”. En esos años, Estados Unidos se vio sacudido por el caso de Joseph O’Dell, condenado a muerte tras un juicio muy debatido en el que la hermana Helen se comprometió por completo.

Por eso, la religiosa escribió al Papa. “Le expliqué mi malestar. La encíclica apoyaba el movimiento provida contra el aborto, la eutanasia y el suicidio asistido, o el asesinato de inocentes, pero no defendía la vida de las personas culpables de delitos graves. Usé las palabras que sabía que llegarían a su corazón y le dije que uno de los seis condenados a muerte que tuve la gracia de acompañar en el día de la ejecución esposado y rodeado de guardias, se dio la vuelta y me dijo, “Hermana Helen, rece para que Dios ayude a mis piernas a caminar”.

Así que le pregunté al Papa: “¿Dónde está la dignidad en matar a una persona indefensa?”. Aquel escrito de Helen Prejean tuvo su efecto doctrinal, ya que, en 1997, durante su visita a San Luis, el Papa Juan Pablo II pronunció unas duras palabras contra la pena capital, que definió como cruel e innecesaria.Para mí fue una alegría indescriptible y la prueba de que una mujer como yo, junto con tantas mujeres comprometidas con la defensa de los humildes y los desdichados, podemos renovar el espíritu de la Iglesia”, continúa Helen, quien ha vuelto a escribir a un Pontífice, al Papa Francisco, para pedirle una mayor presencia femenina.

Necesitamos a las mujeres

Las mujeres poseen corazón, compasión y sentido de comunidad. La Iglesia nunca se salvará si no las invita al diálogo y a la toma de decisiones. Puedo predicar en las sinagogas, en los ayuntamientos, en cualquier lugar, pero no en mi casa que es la Iglesia. Necesitamos la experiencia de las mujeres para vivificar”, escribió a Francisco.

El último pensamiento, una reflexión que se ha vuelto urgente para ella, es el de su propia muerte. Aunque estoy familiarizada con el final de la vida, admito que tengo miedo”, dice. Y para ofrecer un rayo de consuelo y tranquilidad recuerda unas palabras de su hermana, Mary Ann, fallecida en 2016.

Crecimos juntas en Baton Rouge, donde nacimos. De niñas jugábamos a un juego en el que teníamos que saltar del columpio y agarrar una cuerda colgante. Me daba mucho miedo caerme al suelo. Recuerdo a todos los niños saltando y agarrando la cuerda, mientras yo dudaba y Mary Ann me animaba con las manos en las caderas, me decía, “lo hicimos todos, no lloriquees, ahora vas tú”. Escuché su voz el día después de su muerte como si me dijera:, “Helen, muchos de nosotros estamos muertos, no lloriquees, un día también será tu turno”. Doy gracias a Dios por haberla tenido a mi lado durante muchas décadas, ella fue la verdadera valiente, yo solo seguí su ejemplo”.

*Reportaje original publicado en el número de abril de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

Fuente Vida Nueva

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